—Te perdonaré la vida —dijo Old Dog sonriendo.
No me lo podía creer. ¿Acaso ver a mi pequeña le había recordado al que pudo ser su hijo y lo había dulcificado?
—Mataré a tu ternera y a tu marido, pero a ti… A ti te perdonaré. Llevarás la misma vida que yo. —Sonrió de nuevo, y al ojo enrojecido asomó un brillo aún más inquietante que el de antes—. Así habremos perdido los dos.
¡Si hubiera mantenido la boca cerrada!
Me interponía entre él y mi hija en el estrecho sendero, de manera que tendría que pasar por encima de mi cuerpo. Se dispuso a dar un salto.
—¡Vete! —le grité desesperada a la pequeña, que temblaba aturdida en medio de la tormenta de nieve—. ¡¡¡vete!!! —chillé a pleno pulmón, tanto que en el camino cayó una lluvia de nieve de las rocas que se alzaban sobre mí.
El instinto de la pequeña se impuso: gracias a Naia no salió corriendo en busca de mi protección sino que bajó por el angosto camino y dio la vuelta al recodo. Claro estaba que con ello tampoco evitaría su perdición, pues una criatura tan pequeña nunca podría escapar de un perro del infierno, que le daría alcance en cuestión de segundos.
Old Dog me salvó de un salto e inició la persecución, pero al otro lado apareció Rabanito, jadeante:
—Lo siento, Lolle, no pude retener a la pequeña…
Vio al perro, que frenó delante de ella. De pronto se quedó callada como una muerta, aunque fuera algo impropio en ella.
Tras ella asomaron Hilde y Susi, y también el gato, que se había acomodado entre los cuernos de Hilde. Nadie se atrevía a decir ni una palabra. Sin embargo, Champion no estaba con mis amigos, posiblemente siguiera inconsciente del golpe que le propinó el yeti.
Old Dog se rió al ver a los míos:
—Y a tus amigos les voy a dar para el pelo también. Así habrás perdido incluso mucho más que yo.
Sus carcajadas hicieron que en el camino cayera más nieve de las montañas.
El perro fue despacio hacia Rabanito, que era la que estaba más cerca, y ella empezó de nuevo a desvariar de puro miedo.
—Tengo una preguntita de nada…
—¿Qué? —inquirió Old Dog, profundamente irritado.
—¿Qué nos vas a dar para el pelo?
El perro no daba crédito.
—¿Tiene algo que ver con tragar quina?
Old Dog echaba espuma por la boca.
—¿Para que nos crezca el pelo?
Sus ojos tenían el fulgor de la locura.
—¿Por eso se habla del peluquín?
El perro se abalanzó hacia Rabanito, furibundo, mientras le gritaba:
—¡TÚ VAS A SER LA PRIMERA EN MORIR!
Aunque no gritó tanto como antes hiciera yo cuando, desesperada, le pedí a mi hija que se fuera, bastó para hacer caer del todo la nieve ya desprendida de las rocas.
—¡Attenzione, avalancha! —exclamó horrorizado el gato.
Una masa de nieve se precipitó estruendosamente sobre Old Dog.
Y sobre Rabanito.
Y la avalancha los arrastró a los dos al abismo.