—Seguro que te acuerdas de lo que te dije, ¿no? —dijo risueño Old Dog, el morro ensangrentado.
Se hallaba frente a mí, en esa senda del Himalaya, justo al lado de la flor helada.
—¿Que debería hacer un muusical? —respondí débilmente mientras la nieve me daba en la cara.
Rió con mi evasiva respuesta y constató:
—Así que te acuerdas.
—Vienes cuando más feliz soy… —confirmé con un hilo de voz.
Esta vez no me desperté chillando, sino temblando. Y no porque fuera nevase otra vez: si tiritaba era de miedo. Estaba segura de que ese día vería a Old Dog. Sabía dónde me encontraba, ya que podía deambular en mis sueños, de eso estaba más que convencida. Y había tenido tiempo de sobra para venir desde Nueva York mientras nosotros estábamos con las wagyus. Ese día se decidiría mi destino. Y el de mi hija. Y el de mi toro.
Mi toro…
Eso también sonaba bien.
La pequeña abrió los ojillos antes que nadie y quiso mamar acto seguido. Champion despertó al oír los ruiditos que hacía. Nos miró a las dos con ternura y sonrió:
—Ahora veo las ubres con otros ojos.
A pesar del miedo que sentía, no pude por menos de sonreír. Era tan bonito: estaba allí con mi familia.
Mi familia…
Eso era lo que mejor sonaba.
Tenía la familia que había querido tener siempre, desde que viera a las efímeras Zumbi y Pumbi. Sólo que era distinto de lo que pensaba. Mejor. ¡Mucho mejor! Con un dulce ternerito. Con hermanas como Hilde, Rabanito y, sí, incluso Susi (también tiene que haber hermanas un poco pesadas), un gato por tío y un toro de lo más cariñoso y tierno. Eso me hacía feliz, aun cuando significara que Old Dog aparecería.
Los demás fueron despertando despacio, pero nosotros dos, los padres, apenas les prestamos atención, embelesados como estábamos con nuestra pequeña.
—Eh… ¿Alguien ha visto eso? —preguntó Susi conmocionada.
Champion y yo no le hicimos el menor caso.
—¡¡¡Ahhh!!! —Rabanito se asustó.
Entonces sí mostramos interés.
Aparté a la pequeña de las ubres —ya se había saciado, ahora sólo chupeteaba— y miré al resto, que a su vez tenía la vista clavada en un montón de huesos que había en un rincón, en los que la noche anterior, agotados como estábamos, no reparamos.
—Alguien hizo en questo sitio ñam ñam —constató, asustado, Giacomo.
—Hizo ñam ñam de lo lindo —añadió Hilde, intimidada—. Los huesos son de un animal enorme.
—Eran —corrigió Champion.
—Se lo debió de comer otro aún más grande —concluyó Susi, la voz vibrándole de miedo.
—O más feroz —argüí yo en voz baja, pues ya me hacía una idea de quién era el autor de la escabechina.
—En cualquier caso, tiene muy mala pinta —aseveró Hilde.
—La que tiene muy mala pinta es Lolle —rectificó Susi—, después del parto está toda fofa. Es espantoso.
Pasé por alto su descaro, ya que en ese momento oímos un aullido estremecedor.
Rabanito comentó atemorizada:
—Y eso no suena nada bien.
Mi ternerita blanca, del miedo que tenía, quiso volver a refugiarse en mi vientre. Por una parte, esto no era posible (muchos terneros querrían hacerlo al conocer un poco el mundo) y, por otra, mi cuerpo no habría sido un lugar seguro para refugiarse de las feroces fauces del perro del infierno.
—No pasa nada —le musité a la pequeña, que se creyó la mentira porque yo era su madre, claro, y se me pegó a la pata.
Oímos de nuevo el aterrador aullido, escalofriante a más no poder:
—Cada vez está más cerca —confirmó Hilde.
¿Debía advertirles que probablemente se tratara de Old Dog? ¿Serviría de algo o más bien su miedo aumentaría y les infundiría un pánico que nos delataría sin lugar a dudas? Quizá Old Dog no nos encontrara y pasara de largo de la cueva sin más si no hacíamos ningún ruido. Según lo pensaba reparé en los huesos y me dije: o puede que nos crezcan alas y salgamos de aquí volando como si fuésemos bonitas mariposillas…, que probablemente venga a ser lo mismo.
Los aullidos estaban muy cerca.
—Eso suena muy mal —musitó Hilde.
Acto seguido apareció en la entrada de la cueva… No Old Dog sino una criatura gigantesca blanca y peluda. Parecía una mezcla de una persona enorme, un oso y algo con quien era mejor no partir peras. Pero al que, en cambio, probablemente le gustara partir vacas.
—Y también tiene muy mala pinta —añadió Hilde.
—Sobre todo huele mal —afirmó Susi poniendo cara de asco al oler al apestoso monstruo.
—Allora, ¡pero si è un yeti! —informó Giacomo aterrorizado, y de puro miedo se le subió al cuello a Hilde.
—¿Qué es un yeti? —preguntó ésta acertadamente.
—È una criatura que en realidad non existe —le respondió el gato.
—Quizá habría que decírselo a él —propuso Hilde.
El yeti entró en la cueva y nos bufó, furioso.
Susi temblaba de miedo.
—Me temo que vive aquí.
—Y non le piacen los inquilinos —masculló el gato.
El yeti bufó de nuevo, con más fuerza aún.
—Si no acaba con nosotros con esos colmillos lo hará con el mal aliento —constató Hilde, asqueada.
Todos tenían miedo. Incluso Champion, aunque intentaba disimularlo y bajó la cabeza para poner los cuernos en posición de ataque. Sin embargo, mi pequeña no temía nada, ya que yo estaba muy tranquila, y por lo tanto se sentía segura conmigo. Estaba profundamente aliviada de ver a ese yeti y no a Old Dog. Nuestro destino se decidiría sólo cuando nos tropezáramos con el perro, lo que a su vez quería decir que sobreviviríamos al encuentro con el yeti.
A no ser, naturalmente, que mis sueños con Old Dog fueran equivocados.
El yeti avanzó con pesadez hacia nosotros, y Champion me dijo al oído:
—No permitiré que le haga nada a mi familia.
Y salió corriendo, con los cuernos por delante, hacia el monstruo peludo. Valerosa, resuelta, enérgicamente…
Y el yeti lo lanzó por la cueva de un zarpazo.
Champion se dio contra la pared y cayó aturdido al suelo. Mi pequeña rompió a llorar, pues ahora yo también tenía miedo. Así y todo le susurré:
—No pasa nada.
—No, sólo he de levantarme —farfulló Champion, y se desmayó.
El yeti se iba acercando más, el fétido aliento a punto de acabar con nosotros.
—¿Sabéis lo que no estaría nada mal ahora mismo? —preguntó Hilde.
—Un milagro —contestó Rabanito.
Y, en efecto, el milagro se hizo. Sobre todo para el yeti. Y no fue precisamente bueno, sino más bien obra del diablo: algo que salió de la nada se abalanzó sobre la peluda criatura y le desgarró la garganta. Salió muchísima sangre y el yeti se desplomó en el suelo de la cueva. Y allí le dio muerte a dentelladas Old Dog.