Capítulo 56

Avanzábamos a duras penas por la nieve, más profunda cuanto más subíamos. Al principio sólo era una capa fina y mojada que cubría los guijarros; ahora nuestras pezuñas se hundían en ella. Y el sendero era cada vez más estrecho, si en un primer momento aún podíamos caminar varios a la par, ahora sólo podíamos hacerlo de dos en dos. Sobre nosotros se cernían nubes, ¿caería después la nieve que yo había visto en el sueño? Por otra parte, mi ternero aún no había nacido —faltaban dos o tres semanas para el parto—, y en el sueño ya había venido al mundo. Debido a ello cabía esperar que el sueño no fuese un mal presentimiento, de modo que no nos toparíamos con Old Dog y yo tendría a mi pequeño en la India, bajo el cálido sol.

Avanzábamos con valentía por la nieve. Susi parecía cambiada, del frío comentó como si tal cosa:

—Qué bien que ahora estemos tan gordas, así tenemos menos frío.

Hilde se rió y dijo:

—Ten cuidado, si sigues así vas a empezar a caerme bien.

Ambas eran felices y ya no se peleaban. De manera que las discusiones pasadas no tenían su origen en el hecho de que fuesen tan distintas, sino en que las dos eran infelices y lo pagaban con los demás.

Rabanito observó a Hilde y me susurró:

—Me gusta ver reír así a Hilde.

En efecto, nos hallábamos en una región inhóspita, en la que probablemente no hubiera estado nunca una vaca, pero Hilde se reía. La cerca que había ido levantando alrededor de su corazón durante todos estos años había caído de una vez por todas.

Rabanito la quería, y se alegraba desinteresadamente de que fuera feliz, tanto si Hilde le correspondía como si no. Rabanito no buscaba la perfección, sino que era feliz con lo bueno.

Susi se situó a mi lado y dijo, satisfecha consigo misma:

—Os salvé.

—Gracias —repliqué con sinceridad.

—De no ser por mí habríais muerto.

—Gracias —repetí.

—Tú también.

—Lo sé —repuse, e intenté no pensar que empezaba a resultarme un poco pesada, pues era de desagradecida.

—Sin mí te habrías achicharrado enterita. —Se rió.

—Es posible —mascullé, y también intenté no pensar que me parecía más maja sin autoestima.

—¡Soy mucho mejor que tú! —dijo ella entre carcajadas.

—Mmm… —Me mordí la lengua.

—Venga, va, admítelo.

Seguí callada e intenté no pensar que quizá hubiera sido mejor que no me hubiese salvado. O que se le inflamaran de pronto las cuerdas vocales.

En ese momento se oyó un plaf.

—¿Plaf? —inquirió Susi.

—¿Plaf? —Me pregunté, al tiempo que me detenía.

¿Qué ruido era ése?

¿Y qué líquido era el que me corría por la pata hasta la nieve?

Rabanito sonrió y el resto se detuvo.

—Yo sé lo que es.

—¿Y? —pregunté, de pronto sin saber muy bien si de verdad quería saberlo.

—Sobre lo que te acaba de pasar la abuelita HammHamm se sabía una canción. ¿Quieres oírla?

—¡No! —aseguré.

—Dice así —contestó ella sin inmutarse. Y se puso a cantar:

El amnios has broken

like the first amnios…

el ternero has spoken,

like the first ternero…

No, mierda, ¿había llegado el momento?

Celebra tu cérvix,

celebra el dolor…

¿¿¿El dolor???

Celebra a tu hijito, con todo tu amor.

Noté los primeros dolores. ¡Naia mía! Así que ¡había llegado el momento!

Dulce es la vida

que llega al mundo, desde el momento del coscorrón.

Mi ternero llegaba antes de tiempo.

Celebra al ternero,

y al papaíto,

será una niña

o saldrá con…

Al menos Rabanito no terminó esa frase.

El dolor será tuyo,

y el sufrimiento,

divertimento,

eso, no tendrás.

De eso estaba bastante segura.

Celebra el dolor,

pon a prueba el corazón.

Vívelo con alegría,

éste será un gran día.

Por lo menos sería un día muy, muy interesante.