Capítulo 53

El sol ya había salido por completo e iluminaba a través de las nubes un mar azul infinito sobre el que volaba el pájaro. Sólo entonces fui capaz de apartarme despacio de la ventana. Y sólo porque Susi se retiró y afirmó:

—Al cabo de un rato hasta unas vistas así se vuelven aburridas.

Fue a tumbarse, y Rabanito, que también estaba cansada, se acomodó en el mismo rincón. Champion, en cambio, seguía mirando con cara inexpresiva por una de las ventanas, parecía absolutamente sumido en sus pensamientos. Lo dejé solo y me acerqué a la silenciosa Hilde, que contemplaba el mar con aire meditabundo.

—¿Te encuentras bien? —le pregunté, pues temía que el asunto del terrible toro con manchas marrones le hubiera infligido profundas heridas.

—Nunca he estado mejor —afirmó con una sonrisa ancha y radiante.

—¿De verdad? —pregunté sorprendida.

—Me he pasado la vida entera pensando que no estaba donde debía por ser diferente de todos vosotros. Por eso levanté una cerca alrededor de mi corazón y no me abrí del todo a nadie. Me construí mi propia prisión.

—¿Y ahora? —inquirí, confusa. Tenía miedo de que pudiera sentirse mucho más perdida que antes.

—Ahora sé que estaba equivocada con mi sueño. Ya no me hace falta esa cerca alrededor del corazón. ¡Vosotros sois mi vacada! ¡Mi sitio está con vosotros!

Y me hizo unos mimos tan cariñosos, tan tiernos, como no le había visto nunca y que no la habría creído capaz de hacer. Unos mimos que sólo podían salir de una vaca que fuera feliz de verdad.

De manera que también se podía encontrar la felicidad cuando se hacía añicos el sueño de toda una vida. Y de ese modo se valoraba lo que se tenía.

Con tan sorprendente pensamiento me tumbé asimismo en un rincón, y Hilde se unió a mí. Después de todas las fatigas del último día, los ojos se me cerraron deprisa y me quedé dormida. Para mi pesar, en sueños fui consciente de que aunque sobre las nubes la libertad no tenía límites, no todos los miedos ni todas las preocupaciones quedaban ocultos debajo y de que aquello que nos parece grande e importante no perdía importancia y empequeñecía, no, por desgracia lo perseguía a uno incluso por encima de las nubes. E incluso se acercaba. Cada vez más:

Old Dog tenía el morro ensangrentado, el rojo de la sangre mezclándose con el blanco de la nieve en su pelaje. Miré a mi alrededor, presa del pánico, no veía por ninguna parte a mi pequeño ternero blanco.

Sin embargo, no seguí buscándolo, estaba firmemente decidida a hacerme con el control de ese sueño, por espeluznante que fuera. De manera que le solté a Old Dog:

—No puedes seguirnos. Te quedaste en Nueva York, y nosotros estamos en un pájaro de transporte que es imposible que conozcas, ya que hasta hace nada ni siquiera nosotros sospechábamos que nos subiríamos a él…

—Pude seguirte hasta Nueva York. Y te perseguí en tus sueños. ¿Acaso crees que no podré encontrarte en cualquier lugar del mundo?

Por desgracia era un buen argumento.

—Os mataré a ti y a tu pequeño aquí, en el Himalaya…

En otras circunstancias posiblemente hubiese preguntado qué era y dónde se hallaba exactamente el Himalaya ese, pero estaba demasiado ocupada en orinarme la pata de miedo, lo que a su vez indicaba que no había podido hacerme con el control del sueño.

Old Dog se rió.

—Lo haré cuando más feliz seas.

Y me empujó con el morro en el morro.

Una y otra vez.

Me pregunté qué significaría eso. Pero él no paraba de darme empujones…

Hasta que desperté y comprobé que era Champion, que me daba en el morro con el suyo en la vida real. Me pidió en voz queda:

—¿Podemos hablar?

Lo preguntó en un tono que no admitía un no por respuesta. Además, aún estaba demasiado aturdida debido al terrible sueño para contradecirle. Champion me propuso que fuera con él para no despertar al resto. Nos dirigimos al otro extremo del vientre del pájaro, y al hacerlo vi por las ventanitas que para entonces el mar ya había dado paso a la tierra y nos aproximábamos a unas enormes colinas rocosas.

—Estaría bien que pudieses ver la vida con otros ojos —dijo él cuando nos detuvimos en la otra pared.

—¿Con qué ojos?

—Con los míos, por ejemplo.

—Entonces me vería mirándole el trasero a Susi.

El miedo que seguía teniendo metido en los huesos debido al sueño se vio acallado por la rabia por todo lo que me había hecho.

—No sería así —aseguró Champion.

—¿Las ubres?

—No verías nada de Susi —respondió—. Ni siquiera la miro.

—¿Cierras los ojos cuando fblmfeas con ella?

—¿Cuando hago qué con ella? —inquirió él perplejo.

—Nada, olvídalo.

—Lo haré con gusto —contestó Champion serio—. No hago nada con Susi. Y no he hecho nada ni con ella ni con nadie desde que perdí la memoria. ¿Y quieres saber por qué?

—Sí —repliqué, insegura de pronto al ver a Champion tan decidido.

—Porque en el fondo creo que podemos ser felices juntos. Y con «podemos» me refiero también a ti. Pero siempre te interpones, porque buscas la perfección: el paraíso perfecto, el toro perfecto, que evidentemente no soy yo…

—Evidentemente… —repetí con cierta obstinación aún.

—Lo bueno no es el enemigo de lo mejor, sino lo mejor de lo bueno.

De algún modo no me hacía gracia cuando hablaba con tanta sensatez. Y seguía:

—Cuando uno sólo busca lo mejor, no disfruta de lo bueno que tiene.

Tenía sentido.

—Danos una oportunidad —me pidió. Ferviente, encarecidamente.

Aparté la mirada, completamente confusa, ahora el pájaro de transporte sobrevolaba las enormes colinas, que estaban nevadas. Sin duda habría visto la horripilante relación de esas gigantescas colinas blancas con mi sueño de no haber estado tan conmocionada. Miré al resto: Hilde había encontrado la felicidad, en el caso de Rabanito anidaba en su corazón, Giacomo al menos tenía una idea de cómo volver a ser feliz, Susi probablemente lo fuese cuando recuperara de una vez la autoestima. ¿Por qué resultaba más fácil ver lo que necesitaban los demás para ser felices? Y Champion… Champion luchaba conmigo para ser feliz. Seria y sinceramente. Había crecido en el viaje.

Hurlo mío, ¿cuándo había sucedido exactamente?

La respuesta era: en todos aquellos momentos en los que dijo algo conmovedor o cierto. O hizo algo valeroso. Como por ejemplo cuando pensó en los nuestros muertos, cuando se enfrentó a Boss, cuando se abalanzó sobre Old Dog en Nueva York o cuando asumió la responsabilidad de la vacada y atropelló él solo a los guardas para que no tuviésemos que exponernos nosotras a las escopetas.

Momentos que yo no había sabido apreciar debidamente.

Quizá hubiese llegado el momento de que también yo empezara a crecer.

Pero no tuve ocasión…

Porque el enorme pájaro bobo comenzó a caer en picado.