—Perdona, Lolle, he tenido que comer algo, porque esperarte me dio mucha hambre —contó el perro del infierno mientras señalaba con la pata un paquete vacío que tenía al lado. Uno en el que aún había restos de un panecillo de vaca. De haberme quedado algo en la panza, habría vomitado de nuevo.
Old Dog esbozó una sonrisa nauseabunda, el único ojo sano, rojo, brillante como una estrella resplandeciente. Susi, que veía al perro por primera vez, exclamó:
—¡Madre mía!
—Eso mismo digo yo, ¡madre mía! —añadió Rabanito, temblando de miedo.
—Madre mía no es una buena forma de expresarlo —opinó Hilde.
—Mierda sería más acertado —corroboró Champion, que asimismo veía por vez primera a Old Dog.
Hasta un toro imponente y robusto como él estaba completamente intimidado.
—Te cojo el «mierda» y le añado «y más mierda» —repuso Hilde.
—¿Mierda y más mierda? —Champion no acababa de entenderlo.
Mientras los míos seguían discutiendo cuál podía ser la exclamación más adecuada para el perro tuerto (estaban a punto de decidirse por: me quiero ir con mi madre), Old Dog cada vez estaba más enfadado, primero dio unos golpecitos impacientes con la pata en el duro suelo de piedra y finalmente gruñó:
—¿Os importaría dirigiros a mí, vacas?
Todos se volvieron hacia él, y yo balbucí:
—Es… Es imposible que estés aquí.
—Pues no, no lo es —confirmó él lo evidente al tiempo que se levantaba despacio.
Aunque de pie no era ni la mitad de alto que nosotros, parecía bastante más imponente. Tanto que quienes iban por la plaza con el móvil en la mano preferían describir un amplio arco para evitarlo.
—Pero… Pero es que no puede ser —objeté.
Hilde me dijo en voz baja:
—No creo que el monstruo ese se vaya a ir utilizando la lógica.
Y Susi preguntó:
—¿Quién vota por largarse?
Lo votamos todos, no era muy de extrañar.
Sólo faltaba creer que podríamos escapar de Old Dog. Supimos instintivamente que sería más rápido que nosotros y que un intento de fuga equivaldría a una invitación para hacernos trizas de inmediato. De manera que nos quedamos petrificados.
—¿Cómo…, cómo nos has encontrado? —quise saber.
—Seguiros fue muy fácil. —El perro rió con arrogancia—. Os subisteis a un barco rumbo a Nueva York, y yo tomé el siguiente. Naturalmente uno más rápido.
—¿Y cómo te colaste en mis sueños? —pregunté atemorizada.
—¿Has soñado conmigo? —dijo burlón.
—¡Lo sabes de sobra! —exclamé. Estaba completamente segura de que de alguna manera poseía la capacidad de vagar del reino de los despiertos al de los dormidos y visitarme en él.
—Me resulta muy halagador que sueñes conmigo —dijo Old Dog sonriendo mientras avanzaba hacia mí despacio, sin responder realmente a mi pregunta.
En ese momento, Champion tuvo un arranque de valentía y se interpuso entre el perro y yo.
—Si no dejas en paz a Lolle, te doy un halagador golpe en la cabeza ahora mismo.
Naia mía, Champion estaba dispuesto a luchar por mí. Como en las leyendas, cuando el poderoso Hurlo luchó contra el oso Praxx para salvar a su Naia. Me entraron ganas de darle un lametón a Champion.
—¿Me estás amenazando? —Old Dog le dedicó una sonrisa desagradable a mi héroe, tan amenazadora que la sangre se me heló en las venas—. ¿No lo dirás en serio?
—Creo… Creo que sí —respondió Champion inseguro, y empezó a temblar.
Aunque hacía un calor sofocante entre las casas altas de la puñetera Nueva York, tiritábamos como en el invierno más crudo.
—Os propongo algo —dijo el perro, dirigiéndose a todos nosotros—. Sólo quiero a Lolle y a su futuro hijo, el resto se puede ir.
Susi repuso:
—Esa proposición suena pero que muy bien.
Me entraron ganas de darle una patada.
Por el contrario Hilde, Rabanito y Champion en un primer momento guardaron silencio, al parecer les costaba asimilar la propuesta de Old Dog y decidirse entre el egoísmo y la muerte por mordedura de perro. De manera que Hilde tardó algún tiempo en contestar con toda la firmeza de que fue capaz:
—¡Somos una piña!
—¡Exacto! —apoyó Rabanito.
—¡Y menuda piña! —convino Champion.
En ese momento me sentí muy orgullosa de todos ellos.
—Pues yo creo que cada cual debería hablar por sí mismo —objetó Susi.
Bueno, de casi todos.
—Vosotros lo habéis querido —contestó el perro.
Y de pronto, sin previo aviso, se abalanzó sobre Champion con un salto imponente y le dio un mordisco brutal en la barriga. Champion lanzó un grito, y Susi salió corriendo presa del pánico hacia la masa humana y derribó a algunas personas, Rabanito se echó a llorar, Hilde se quedó paralizada por el horror y yo chillé:
—¡Huye, Champion!
Old Dog escupió al suelo un trozo de piel de Champion y preguntó con aire provocador:
—¿Y ahora? ¿Vas a hacer caso a tu mujercita y vas a salir corriendo?
Champion sangraba y se tambaleó sobre las robustas patas, pero no salió corriendo. Apretó la mandíbula de dolor y tardó un poco en encontrar la fuerza para separarla y contestar jadeante:
—Prefiero morir a dejar solos a Lolle y a mi ternero.
—¿Sabes lo que dicen de los héroes? —repuso el perro, el ojo brillándole de tal forma que uno tenía la sensación de ser cegado por un fuego infernal rojo.
—Que no se echan atrás —aseveró Champion al tiempo que, debilitado, iba hacia el perro.
—Que no tienen mucha esperanza de vida —corrigió Old Dog.
Y atacó a Champion de nuevo. Cuando los dientes del perro del infierno se clavaron en su cuerpo, él soltó un aullido mayor que el anterior, y el impacto hizo que el suelo vibrara. El perro se inclinó sobre el cuello de Champion enseñando los dientes. Las personas se congregaban a nuestro alrededor y sostenían en alto las cajitas; un hombre joven dijo:
—Cool, they kill each other![8]
Y otro añadió, encantado:
—We will get a lot of YouTube clicks![9]
Old Dog abrió la boca para hundir sus dientes en el cuello de Champion.
—¡NO! —grité.
El perro se volvió un instante hacia mí y contestó con la serenidad del asesino:
—Sí.
—Pero tú sólo me quieres a mí —argüí desesperada.
El perro se apartó de Champion, que sangraba; gimoteaba y ya no estaba en condiciones de reaccionar, menos aún de ayudarme. La vida no era una leyenda en la que el héroe podía vencer al monstruo gracias al amor.
Old Dog se acercó a mí con parsimonia.
Entretanto, Rabanito se acercó a Champion y le dijo:
—Yo te ayudaré.
—¿Cómo…? —preguntó el dolorido toro, que de puro dolor estaba a punto de perder el conocimiento.
—Como hacía la abuelita Hamm-Hamm —replicó ella, y comenzó a orinarle en la herida.
—¿A eso lo llamas tú ayudar…? —balbució espantado Champion.
Acto seguido se desmayó. A mí me habría gustado correr a su lado y despertarlo a lametones, aun cuando ahora fuese un tanto asqueroso, gracias a Rabanito, pero Old Dog se plantó delante de mí y dijo:
—Tienes razón, sólo os quiero a ti y a tu ternero.
—¿Y eso por qué, si se puede saber? —soltó Susi.
Y un segundo después estaba aterrada por haberse mostrado tan curiosa. El perro se volvió hacia ella, que, asustada, logró balbucir:
—Nada, no he dicho nada.
—Sí que lo has dicho —masculló el perro con frialdad.
—No… Eh… Ha sido… Ésa… —replicó Susi, señalando con la pata a Hilde, que farfulló:
—Hombre, muchas gracias.
Antes de que Old Dog pudiera amenazar a Hilde, tercié yo con valentía:
—Pues a mí también me gustaría saberlo. ¿Qué tengo de especial para que recorras el mundo sólo para matarme?
De fondo oí un aullido antinatural. Las personas, que movían las cajitas con nerviosismo, gritaban cosas incomprensibles como:
—Police is coming!
—The animals are dangerous.
—They should kill them!
—That will get us even more YouTube clicks.[10]
El perro vaciló un tanto antes de contestar:
—Eso no es asunto tuyo.
—¿QUE NO ES ASUNTO MÍO POR QUÉ VOY A MORIR?
No daba crédito.
—Basta con que tenga mis motivos. —En lugar de desvelar su oscuro secreto, el perro masculló—: ¿Alguna pregunta más?
No se me ocurrió ninguna, su locura me dejó sin palabras. Pero Rabanito gritó:
—Tú haz unos cientos de preguntas y, como tendrá que contestarte, no te podrá morder.
Old Dog la miró un instante y ella añadió apocada:
—Claro que, por otra parte, como lo he dicho en voz alta, no creo que vaya a picar.
A mis espaldas los aullidos cobraban cada vez más fuerza. Las personas se apartaron y exclamaron:
Old Dog, haciendo caso omiso de todo cuanto pasaba a nuestro alrededor, me preguntó:
—¿Estás lista para morir?
Si hubiera dicho que no, le habría dado lo mismo. Moriría sin haber encontrado la felicidad.
Cerré los ojos y recé para que la leyenda de los verdes pastos de Naia fuera cierta.
De cómo Naia creó el reino de los cielos
Naia y Hurlo vivían felices, pero los animales del reino de Naia no estaban satisfechos, pues había algo que les disgustaba sobremanera: la muerte. Justo cuando Naia y Hurlo se hallaban en mitad de un dilatado juego amoroso, como tantas otras veces, la lombriz de tierra se acercó, seguida de los demás animales, y se quejó a voz en grito:
—Con la muerte sufrimos. ¿En qué estabas pensando cuando la creaste?
Naia interrumpió el juego, miró asombrada a los animales y respondió:
—Eh… Bueno…
Y se miró las pezuñas, avergonzada.
—Di, ¡¿es que no estabas pensando en nada?! —espetó malhumorada la lombriz.
Naia repuso de nuevo:
—Eh… Bueno…
Y los animales comenzaron a echar pestes a la vez como locos. Naia vio el miedo a la muerte reflejado en sus ojos y se retiró. Pasó la noche entera en vela, y finalmente decidió crear un reino que fuera más bello aún que la tierra y al que fueran a parar los animales cuando muriesen. Un reino de los cielos donde para las vacas los pastos siempre fueran verdes y para las lombrices la tierra siempre estuviese húmeda. Después de crear este reino de los cielos, Naia les habló de él a los animales, que exclamaron jubilosos: «¡Ahora ya no tendremos que temer la muerte!».
Naia, satisfecha, volvió a hacer el amor con Hurlo. Horas, días, lunas llenas. Hasta que se preguntó, escamada, por qué cada vez había menos animales en el mundo. Dejó que Hurlo descansara para cobrar renovadas fuerzas —en el amor no aguantaba ni con mucho lo que ella— y le preguntó a la lombriz de tierra dónde se metían los animales. La lombriz contó, cabizbaja:
—Todos los animales se quitan de en medio voluntariamente.
—¿Por qué? —preguntó Naia, horrorizada.
La lombriz titubeó, pero Naia resopló enfadada por los divinos ollares, y ella, temblorosa, levantó la cabeza hacia la diosa vaca y respondió:
—Los animales piensan: si el reino de los cielos es mucho más bello, ¿para qué perder el tiempo en la Tierra?
Naia se quedó absolutamente pasmada, no se imaginaba eso. Se pasó la noche entera pensando y pensando, y al amanecer reunió a todos los animales que aún estaban vivos y anunció:
—Tal vez lo del reino de los cielos sólo fuera una broma mía.
Al oír aquello, los animales se sobresaltaron profundamente.
—O tal vez no —continuó Naia.
Ahora las criaturas de la tierra se sentían muy inseguras. Y la astuta Naia les dio un consejo:
—Pensaos muy bien si queréis poner fin a vuestra vida antes de tiempo.
A partir de ese momento ningún animal se atrevió a hacerlo. Aunque todos confiaban en la bondad de Naia, ya no tenían la seguridad absoluta de que el reino de los cielos existiera de verdad.
De pronto se oyeron unas escopetas y abrí los ojos. Mis amigas cayeron al suelo a izquierda y derecha, era evidente que las habían alcanzado las escopetas con las que las personas —cuya ropa era similar a la de los aduaneros— nos apuntaban. Old Dog no se dejó impresionar lo más mínimo, ni tampoco distraer por esos hombres de aspecto decidido que los de los móviles llamaran «cops»[12]: gruñó enseñando los dientes y dio un imponente salto hacia mí para hacerme pedazos.
Pero en mitad del salto se oyó de nuevo una escopeta: el perro fue alcanzado en el aire y cayó ante mis pezuñas. Tendría que haberme sentido aliviada de no ser porque otra escopeta abrió fuego, esta vez directamente hacia mí. Algo me dio en el cuello. Experimenté un dolor punzante, pero no se me desgarró la carne, como yo me temía. Simplemente me sentí cansada, muy cansada. Las patas no me sostenían y caí sobre el suelo de piedra. Los ojos se me cerraron de nuevo y escuché:
—¡Guau! Qué bien dispara la policía.
Era el barbudo flaco.
—Seguro que el de policía también es un buen oficio —opinó el gordo—, de no ser por los delincuentes…
Las penúltimas palabras que oí fueron del capitán:
—Sólo confío en que los polis no disparen cuando les ofrezca dinero para que suelten a las vacas.
Lo último que oí fue a Old Dog, que musitó con las últimas fuerzas que le quedaban:
—Los hombres no volverán a ayudarte. Te mataré. E iré a por ti cuando más feliz seas.