Rabanito no se rió.
Hilde, menos.
Susi, sí… Pero por desgracia fue una risa histérica.
Champion parecía completamente desbordado.
El único que me sonrió fue Giacomo.
—Debiste decírselo.
—Y a ti debí tirarte al mar —le susurré por respuesta.
Hilde resopló:
—¿Y la India está muy lejos de esa Nueva York?
Le contesté lo que me contestara a mí el gato, aunque ni yo misma lo creía:
—Bah, no mucho…
—¿De verdad? —me preguntó Hilde con suspicacia.
Y el resto también me miró como si no me creyera.
Me dirigí a Giacomo en busca de ayuda:
—Es verdad, ¿no?
Y él sonrió y repuso:
—¿Qué significa lejos? Il sole está molto lejos, en comparacione con questo tutto lo demás está cerca…
Hilde fue hacia él, los ojos eran una rendija furiosa, y masculló:
—Si no nos das ahora mismo una buena respuesta, vas a ver tú lo que está lejos.
—Signorina, io non credo que con esas pezuñas vaya a poder…
Hilde amusgó los ojos aún más.
—… Pero credo que mejor doy una buona respuesta.
—Una decisión acertada —aprobó Hilde, aunque sus ojos seguían lanzando amenazadoras chispas.
Giacomo dibujó con la pata una cruz en el polvo de cubierta:
—Questo è Cuxhave…
A continuación dibujó un asterisco.
—Questo è la India… E questo… —añadió un círculo en el polvo—: Nueva York.
No se lo creyó ni siquiera Rabanito.
Hilde bufó:
—Para tomarnos el pelo nos bastamos y nos sobramos nosotras solas.
Y Giacomo, un tanto intimidado, se corrigió deprisa:
—Bene, è possibile que esté más aquí:
—Ahora en serio —ordenó Hilde.
Giacomo borró el círculo que representaba a Nueva York y lo dibujó en otra parte.
Todos estaban atónitos.
A excepción de Champion, que preguntó:
—Eh… ¿Qué decíais que era el círculo?
—La nostra è más la ruta a la India de Colón —dijo con una sonrisilla el gato.
Hilde espetó:
—¡A mí el Culón ese me da lo mismo! A ver, ¿cuánto va a durar el viaje?
—Signorina, questa non è una pregunta que tenga una risposta fácile. —Probó el gato para ganar tiempo.
—Claaaro que la tiene —repuso la furibunda Hilde, y acto seguido agarró al gato con el morro y le mordió el pellejo con firmeza.
El animal gritó y pataleó, pero no pudo soltarse, y Hilde levantó el morro sobre la borda, y con él al gato, que miró despavorido al mar. Si Hilde abría la boca, él caería al agua, el barco seguiría su camino y él se ahogaría sin lugar a dudas, ya que, aunque las gaviotas nos sobrevolaban, todavía no se veía ningún lugar al que el gato pudiera llegar para salvarse.
—¡Molto, il viaje va a durar molto! —exclamó.
Me pareció muy valiente por su parte que dijese la verdad, puesto que cabía la posibilidad de que después de oír eso Hilde abriera la boca de rabia. Pero ésta apartó el morro y el gato de la borda y dejó caer a Giacomo al suelo de la cubierta. En lugar de seguir arremetiendo contra él y dirigirle reproches, me dijo a mí:
—¿Tú sabías que no íbamos a la India?
—Bueno, sí… —balbucí.
—¿Y cuándo nos lo habrías dicho, gran líder? ¿O es que te habrías pasado todo el tiempo diciendo en la Nueva York esa: mirad lo bonita que es la India?
La respuesta sincera era que había sido demasiado cobarde para confesarlo. Y que no habría podido con la inseguridad y el nerviosismo del resto, ya que estaba demasiado ocupada con lo mío.
—No quería preocuparos… —respondí en voz queda.
—¿Qué somos? ¿Terneritos menores de edad? —contestó ofendida Hilde, y acercó tanto su morro al mío que reculé asustada.
El resto no decía nada, no se puso de su parte. Pero por desgracia tampoco de la mía.
Hilde apartó el morro y comenzó a ir arriba y abajo en cubierta. Todos la mirábamos, nadie se atrevía a decir ni mu. Era la primera vez en el viaje que todos esperaban a ver qué diría Hilde y no a escuchar la solución que ofrecería yo: estaba más que claro que no tenía ninguna. Así y todo traté de recuperar el control de la situación y de la vacada y manifesté, con toda la valentía de que fui capaz:
—Lo conseguiremos.
Hilde paró en seco y me lanzó una mirada penetrante. Larga. Los demás aguardaban su reacción; yo no sabía qué hacer, me sentía muy insegura, nunca había visto así a mi amiga…, eso si aún era mi amiga. Al cabo de un rato dijo muy tranquila:
—Tienes razón, lo conseguiremos.
Respiré aliviada, no seguiríamos discutiendo.
—Pero —añadió— no contigo de líder.
—¿Cómo? —balbucí.
—Estás demasiado centrada en ti misma, con el niño y todo lo demás.
Eso no lo podía negar, aunque quisiera. Aunque fuese injusto que se la viera a una así por estar embarazada.
Hilde aseveró como si tal cosa:
—Me haré cargo de la vacada.
A eso no sólo quise oponerme, sino que lo hice:
—A mí no me parece…
Cierto, no fue una oposición muy convincente.
Hilde se dirigió al resto:
—Y a vosotros, ¿qué os parece?
La vacada entera se nos quedó mirando a ambas. Nadie sabía muy bien de qué lado ponerse. Nadie salvo una:
—Yo creo que Hilde debería ser nuestra líder —afirmó en voz muy queda Rabanito.
Me entraron ganas de gritarle que sólo lo decía porque sentía algo por ella, pero leí en sus ojos la súplica: por favor, no lo digas. De modo que guardé silencio.
La siguiente que abrió la boca fue Susi:
—No os soporto a ninguna de las dos, pero las dos sois más fuertes que yo. Y Hilde es más fuerte que Lolle.
La arrogancia de la pobre Susi se desmoronaba más y más cada día que pasaba; la mía lo hacía cada segundo. Miré sin querer a Champion, con la esperanza de que se pusiera de mi parte, pero cuando abrió la boca fue para soltar:
—Algo en mí me dice que quien debería liderar este grupo soy yo…
—Pues no le hagas caso —lo interrumpió Hilde con vehemencia.
Y ello le creó tal inseguridad que, en efecto, dejó de hacer caso a ese «algo» en él. No hizo falta decir nada más, la cosa estaba clara: había perdido mi sitio a la cabeza de la vacada. Y, lo que era peor aún, a Hilde como amiga.