Capítulo 35

Entretanto mis compañeros vacunos no conseguían dormir, y charlaban unos con otros y todos a la vez. Y en un momento dado empezaron a hablar de cosas muy personales. Yo los oía desde la borda.

—Yo todavía soy virgen —confesó Rabanito en mitad de la conversación.

Hilde se rió.

—No te preocupes, pequeña, yo también lo soy.

Esas confesiones no me sorprendieron, aunque en el caso de Hilde no estaba del todo segura, ya que se le daba muy bien ocultar sus sentimientos y sus secretos bajo su dura piel.

Susi suspiró.

—A mí me gustaría serlo.

Eso, en cambio, sí me sorprendió. A fin de cuentas a ella le gustaba, y mucho, echarse al cuello de los toros.

Hilde pasó por alto el suspiro y repuso con voz firme:

—En cualquier caso, no me gustaría morirme siéndolo.

—Eh… —Champion carraspeó y esbozó una sonrisa de lo más encantadora—, en ese sentido yo podría ayudarte con mucho gusto.

—Si no hay más remedio, me lo pensaré. —Hilde le sonrió.

—¿En serio? —preguntó Rabanito.

Estaba tan sorprendida como yo.

—¿¿¿En serio??? —repitió Champion, aún más sorprendido que nosotras.

—La verdad es que no —repuso Hilde.

—Pero «la verdad es que no» tampoco quiere decir que no, ¿no? —quiso cerciorarse Champion, sonriendo optimista.

—Quiere decir que eres un caso perdido —aseguró Hilde.

Champion suspiró entristecido y confirmó en voz baja:

—Soy un caso perdido, sí. No me acuerdo de nada y ya no valgo para nada. Me gustaría recuperar la memoria.

Volvió a darme pena, aunque aún me dolía que no pareciera ilusionado con nuestro ternero.

Susi lanzó un nuevo suspiro.

—Pues a mí me gustaría perder la memoria en parte, sobre todo cuando pienso que una vez lo hice hasta con Tío Pedo.

—Vaya, muchas gracias —se lamentó Hilde—. Ahora ya no podré quitarme esa imagen de la cabeza.

Susi parecía muy abatida.

—Es que había momentos en que lo que pensaba de mí misma tendría que haber sido algo mejor.

Champion se acercó a ella y le preguntó con tiento:

—¿Nosotros lo hemos hecho…?

—Ajá. —Fue la escueta respuesta—. Por lo menos veinte veces.

—¿¿¿VEINTE VECES??? —grité yo. Pensaba que sólo había sido una vez, como mucho dos, pero por lo visto Champion me había engañado a menudo y durante mucho tiempo. Tal vez pudiera haberle perdonado un desliz, pero eso…, eso era un engaño sistemático y continuo.

Champion me miró de reojo, vio que estaba que trinaba y dijo cabizbajo al resto:

—Ahora empiezo a entender por qué Lolle está tan enfadada conmigo.

—¡ENFADADA NO ES LA PALABRA!

Tras un ligero titubeo, propuso:

—¿Qué os parece si cambiamos de tema?

—¡MUY BUENA IDEA! —aprobé.

Todos guardaron silencio un instante, y después Hilde dijo:

—Si en la India no hay vacas con manchas marrones, seguiré adelante por mi cuenta hasta que las encuentre.

Parecía decidida y me asustó: estaba dispuesta a renunciar a todos nosotros para hacer realidad el sueño de su vida. Con independencia de la probabilidad que hubiera de encontrar vacas con manchas marrones en el mundo.

—Pues en la India o donde sea, yo no volveré a dejar que un toro se me acerque —aseveró Susi en voz baja.

A Rabanito le extrañó.

—Creía que querías tener muchos y romperles el corazón.

—Pero para eso tendría que dejar que se me acercaran —razonó ella en un tono que revelaba que ya no tenía fuerzas para eso.

Era una vaca a la que los toros habían utilizado, y probablemente no fuera capaz de volver a abrir su corazón a nadie en mucho tiempo. Eso si era capaz de hacerlo alguna vez. Rabanito le dio un empujoncito cariñoso y bromeó:

—¿Qué te parecería probar con una vaca, para variar?

Lo preguntó de tal forma, naturalmente sin decirlo en serio, que Susi no pudo reprimir una sonrisilla y olvidó el rechazo que sentía por las vacas a las que les gustan las vacas:

—Peor que con un toro no puede ser.

Champion exclamó asombrado:

—¿¡Dos vacas montándoselo?! —Su cerebro apenas conseguía procesar esa información, al menos no sin que la lengua le colgara lascivamente de la boca—. Creo que la idea me pone…

—¡NO LO DIGAS! —espetaron todas las vacas a la vez.

Y Champion se metió deprisa la lengua en la boca.

—Deberíamos dormir —apuntó Hilde.

Nadie se opuso, después de ese día a bordo del barco y de las sensaciones vividas, todos estábamos agotados. De modo que por vez primera obedecimos una orden de Hilde. Nos tumbamos —yo seguí un tanto apartada del resto— y cada cual se sumió en sus pensamientos. Incluido Champion. Mientras nuestros ojos se cerraban, lo oí murmurar:

—Dos vacas montán…

Y todas exclamamos a coro:

—¡CIERRA EL PICO, CHAMPION!