Los barbudos nos asignaron un rincón del barco para quedarnos. Mientras el resto se tumbaba para calentarse la piel al sol, y antes de que pudiera plantearme la cuestión de qué íbamos a comer en ese sitio, ya que en el suelo pelado del barco no había nada que pastar, Giacomo me saltó al lomo desde un contenedor y dijo riendo:
—Qué os dije io: ¡seguís vivas!
En lugar de alegrarme pregunté en el acto:
—¿Por qué no dicen las personas que el barco va a la India?
El gato se deslizó hacia mi cabeza y respondió:
—Te vas a reír.
—No estoy tan segura.
—Que sí, que sí. Es que ha habido un piccolo cambio, molto divertido. Il barco non va a la India. È sólo que se llama India.
Increíble: cruzábamos el mar infinito… ¿¿¿Rumbo a un destino completamente distinto???
—Non te ríes —constató el gato.
—Muy agudo —repuse con acritud.
—¿Y se io te conto un chiste?
—¿Y si yo te arreo una?
—Pero es que me sé un chiste molto buono —insistió él, y bajó al suelo—. Questa è una liebre que va al óptico y pregunta: «¿Tienes zanahorias?». E il óptico responde: «Sí», y la liebre dice: «Me has fastidiado il chiste».
Lo miré fijamente.
—Y tú ahora me miras como diciendo: ¿te arreo?
—Muy agudo, nuevamente.
—Y non te ríes aún.
—Eso podría cambiar si te tiras al agua.
—Si tú quieres —respondió el gato con la más encantadora de sus sonrisas—. Un cómico buono hace cualquiera cosa por una risa.
—Pues sé un buen cómico, anda —le pedí. Su encanto no iba a hacer que se me pasara el cabreo.
Juguetón, Giacomo se subió al muro del que más adelante supe que se llamaba borda. Naturalmente, no tenía la menor intención de saltar, pero siguió intentando aplacar mi ira bailoteando en la borda y retándome:
—Si de verdad quieres, salto.
—Quiero.
Y el gato suspiró, dejó de hacer tonterías, se bajó de la borda y dijo:
—Io lo siento.
—¿Está muy lejos esa Muueva York? —inquirí, sin aceptar sus disculpas.
—Nueva York —me corrigió.
—¡Responde a mi pregunta!
El gato vaciló un tanto y luego se echó a reír:
—Non, non… Claro que non… Está práticamente al lado.
Si no hubiese titubeado, tal vez hasta lo hubiera creído.
Giacomo se dio cuenta de que yo dudaba y me lanzó una mirada candorosa:
—¿Pueden mentir questos ojos?
—Los ojos tal vez no, pero la boca sin duda.
—Non te preoccupare, Lolle —me tranquilizó Giacomo, y se subió a un contenedor a tomar el sol—. Haz como io, disfruta del sole… Y ya verás cómo vuelves a reírte.
Supe que el gato no me daría una respuesta en condiciones, así que no valía la pena seguir insistiendo. Quizá incluso tuviera razón y acabara riéndome del percance. Quizá. Pero muy probablemente no.
Sea como fuere una cosa estaba clara: otra vez tendría que ocultarles a los demás que en este viaje algo no estaba saliendo según lo previsto. Y el primero con el que tuve que hacerlo fue Champion, que se acercó a mí y dijo:
—He estado pensando…
—Eso sí que es una sorpresa —contesté un tanto desabrida. Pero ¿tan raro era que me mostrase insolente después de que él reaccionara como lo hizo al saber lo de mi embarazo?
—Cuando seamos padres, reconoceré al ternero.
Probablemente fuera lo mínimo, pero Champion lo anunciaba como si fuese algo del otro mundo. Y, típico de los hombres, como si esperara que lo felicitase por ello.
Como no dije nada, al cabo de un rato preguntó:
—¿Has oído lo que he dicho?
—Estoy preñada, no sorda.
Guardamos silencio un rato más, hasta que él afirmó:
—Me he dado cuenta de que me miras mal.
Lo miré peor aún.
—¿Qué más quieres que diga? —preguntó, nervioso.
Se me ocurrieron muchas cosas, podría decir cosas como: te quiero, seremos una familia feliz. Traeremos más terneros al mundo y más adelante incluso seremos abuelos. Unos abuelos mucho mejores que los tuyos, Lolle, que te pusieron el mote de Lárgate.
Pero Champion no dijo nada por el estilo, de manera que respondí entristecida:
—Ya lo has dicho todo.