Old Dog desapareció en la oscura noche, y yo lo seguí con la mirada incluso cuando hacía ya tiempo que no se lo veía. Sin embargo, su horrible risa aún resonaba en mis oídos. Pero ya no temblaba, en cambio noté que me invadía una oleada de determinación: ese perro loco del infierno no se llevaría a mi ternero. ¡Tenía que librarme de él!
Pero para ello debíamos subir lo antes posible a ese barco que iba a la India. Una vez a bordo, o eso creía yo, Old Dog ya no nos cogería: seguro que ni siquiera un perro muerto viviente podría cruzar a nado ese inquietante mar.
Corrí de vuelta con el resto, sin apenas notar el viento y la llovizna que había empezado a caer. Cuando entré en el establo, seguían todos despiertos. Escuchaban a Champion, que decía con desagrado:
—Este periodo de la mujer no suena lo que se dice bien. ¿Lo tienen también los hombres?
Hilde le respondió:
—Cuando tenías memoria ya eras idiota, pero ahora que la has perdido tienes todo lo necesario para convertirte en el dios de los idiotas.
Susi me vio llegar y añadió:
—Y, mira por dónde, ahí está su diosa.
—¡Cierra el pico! —solté.
—¿Cómo dices? —preguntó ella, ofendida.
—¿Qué es lo que no has entendido? ¿Lo de cerrar o lo del pico?
—Desde luego no tenéis lo que se dice buenos modales —sermoneó Champion.
—¡Cierra el pico, Champion!
Hilde se me acercó y censuró en voz baja mi comportamiento:
—Como líder eres cada vez más desagradable.
Tenía razón, desde luego, pero en ese momento me costaba mucho ser amable con Susi y con Champion. Por un instante me pregunté si debía contarles lo del perro, pero deseché la idea. Seguro que les entraría miedo de que también fuera tras ellas. Y en lo que llevábamos de viaje ya había aprendido que, por regla general, el miedo era un consejero pésimo, aunque también puñeteramente vocinglero.
Rabanito le dijo a Hilde:
—No seas tan dura con Lolle, al fin y al cabo está en…
—¡Cierra el pico, Rabanito! —la corté. Lo último que quería era que Champion averiguara lo de mi embarazo precisamente en ese momento. Una conversación al respecto me superaría por completo.
A Rabanito le sorprendió mi rudeza:
—La verdad es que no eres nada agradable, Lolle.
—¿Qué le pasa a Lolle? —Se interesó Champion—. Está en… ¿Qué?
Antes de que Rabanito lo soltara todo, dije la primera palabra que se me ocurrió que empezaba por en. Por desgracia fue:
—Enloqueciendo.
—Reconocerlo es el primer paso hacia la recuperación —apuntó Susi risueña.
—¿Estás enloqueciendo? —inquirió asombrado Champion, y a continuación aseveró—: Claro, eso explica tu comportamiento…
—Eh… —Corregí deprisa—. Quería decir engordando.
Tampoco es que fuera mucho mejor.
—¿Engordando? —repitió Champion.
—Sí… —balbucí.
Me miró con más atención.
—Bueno, un poco sí, la verdad…
Ciertamente era el dios de los idiotas.
—Quería decir engrodando. —Me corregí deprisa de nuevo.
—¿Engrodando? ¿Y qué significa?
Eso me habría gustado saber a mí.
—Yo te diré lo que le pasa de verdad a la enredosa de Lolle…
Susi iba a desvelarlo todo.
—¡De eso nada! —espeté yo—. No lo harás.
—¿O qué? —preguntó ella, provocando.
—O te mato —repliqué con sequedad.
—A juzgar por cómo está Lolle —musitó Champion—, seguro que tiene el periodo.
—Y después a ti —le comuniqué a él.
Susi soltó una indirecta:
—Desearía de todo corazón que de verdad tuvieras el periodo.
—Y cuando haya acabado con Champion, te volveré a matar a ti.
—Es imposible matar a alguien dos veces —terció Champion.
Mi respuesta a esa objeción fue tan sólo:
—Y después te tocará a ti de nuevo.
—Eso lo comprendo —afirmó Hilde—, pero así y todo deberías acostumbrarte a utilizar otro tono, siendo como eres la líder.
Tal y como lo dijo, dio la impresión de que le gustaría liderar a ella la vacada. Pero tenía razón: llevaría a todo el mundo a la India más deprisa, alejándonos de paso de Old Dog, si no me mostraba tan arisca con los demás. De manera que respiré hondo y me dirigí al gato, algo menos nerviosa:
—¿Cómo vamos a subir al barco exactamente?
En lugar de responder directamente, nos hizo salir del establo y avanzar bajo la llovizna hasta unas cajas enormes llamadas contenedores. Unos eran azules, otros rojos, la mayoría grises. A cierta distancia, en el gran arroyo de agua de mar, se encontraba ese vehículo llamado barco. Era una especie de cochie enorme, que claramente flotaba en el agua. Había que admitir que las personas eran ingeniosas. Podían viajar hasta allí donde en realidad no se les había perdido nada.
Giacomo nos explicó que cargarían los contenedores en el barco, por lo tanto debíamos escondernos en uno de ellos y estar muy, muy callados para que las personas no nos descubrieran.
Hilde observó las enormes cajas con escepticismo y preguntó:
—¿No nos asfixiaremos ahí dentro? Porque no hay respiraderos.
—Cuando il barco esté en alta mare y non tengáis molto aire, io haré molto ruido y las personas os sacarán.
—¿No se enfadarán cuando nos descubran? —Me preocupé.
—Claro, pero non darán la volta por vosotras. U os dejan quedaros en il barco hasta llegar a la India…
—¿O?
—U os echarán al mare.
Lo miramos horrorizados.
—Era una broma —dijo deprisa el gato sonriendo.
Pero tal como lo había dicho, y a juzgar por lo exageradamente que se reía, esa posibilidad no me pareció tan descabellada.
Giacomo señaló con la pata dos contenedores azules. Estaban abiertos y completamente llenos de extrañas cosas amarillas idénticas, que tenían un aspecto grotesco, se parecían un poco a las esponjas con las que el ganadero nos limpiaba a veces la piel. Sólo que esas esponjas tenían piernas. Y brazos. Y ojos de loco.
El gato aclaró:
—Questos son muñecos de Bob Esponja.
Un muñeco me parecía algo similar a un espantapájaros. Y a juzgar por el aspecto de esas esponjas amarillas, cabía suponer que con ellas se podían espantar otros animales que no fueran pájaros.
—Se los regalan las personas a los suos hijos para que jueguen —siguió contando el gato.
Lo que les hacen a sus hijos…
Rabanito examinó más de cerca una de las numerosas esponjas.
—Tiene la mirada un poco extraviada.
El gato rió.
—Como si hubiera confundido los M&M’s con LSD.
Hilde, que entretanto seguía observando los contenedores, declaró:
—Todos no cabemos en una caja, estando como están tan llenas con los muñecos esponja. Tenemos que dividirnos.
Era cierto, y se me presentaba un cometido difícil: lo que más me habría gustado habría sido ir con Hilde y Rabanito en una de las enormes cajas, pero entonces Champion y Susi irían juntos en otra, y eso no lo podía permitir. De manera que, tanto si quería como si no, debía ir con uno de los dos. Y la verdad es que no quería.
Susi y yo seguro que discutiríamos y atraeríamos la atención de las personas demasiado pronto, de forma que esa solución era demasiado peligrosa. Por lo tanto sólo había una opción: que Champion y yo fuésemos juntos en una caja.