Me levanté con resolución, y me disponía a ir con los demás para subirme con ellos al barco que iría a la India cuando oí una voz a mis espaldas:
—A vosotras, las vacas, os gusta mucho cantar.
Me estremecí, el frío viento no era nada en comparación con la frialdad de esa voz. Naturalmente sabía de quién era, y había confiado con toda mi alma en no tener que volver a oírla. Miré a un lado, y en un gran montón de cajas estaba Old Dog. Sonreía.
—Deberíais hacer un muuusical —se burló, y soltó una sonora carcajada.
Al parecer había hecho una broma que yo no entendía.
—Antes, en la finca, me encantaba oíros mugir. —Dejó de reírse—. Vuestras canciones eran preciosas. —En su voz había una pizca apenas perceptible de sentimentalismo, una emoción que jamás habría creído que pudiese sentir—. Envidiaba vuestra voz. Eso fue antes de que volviera de entre los muertos.
¿De verdad había vuelto de entre los muertos? Así que no era un rumor que habían puesto en circulación los animales de la granja. ¿O acaso era lo que pensaba Old Dog porque estaba loco? Y ¿qué sería mejor? Lo uno era más inquietante que lo otro.
Lanzó un suave suspiro.
—Entonces aún creía en la felicidad.
¿Es que ya no creía en ella? Lo cierto es que no era de extrañar, si se paraba uno a pensarlo, ya que su gran amor, la perra de aguas Tinka, había muerto absurdamente. Por un breve instante —a pesar del miedo que sentía— me dio pena. Old Dog se percató de cómo lo miraba, y por lo visto no podía soportar esa mirada. Masculló:
—Ya te dije lo que pasaría si nos volvíamos a ver.
Y según lo decía se bajó de un salto del gran montón de cajas y aterrizó en el duro suelo gris con la agilidad y la elegancia de un gato.
Atemorizada, balbucí:
—No era mi intención.
—Eso me da completamente igual —replicó, y se me acercó despacio. Para matarme, sin duda.
Gimoteé:
—No es justo.
—¿Tengo yo pinta de ser justo? —inquirió el perro.
—Sinceramente, no —contesté en voz queda.
Y mientras lo decía retrocedí, pero detrás sólo tenía el gran arroyo de agua salada. Y daba la impresión de ser mucho más profundo que el arroyo de nuestra dehesa; tenía miedo de ahogarme. Por otra parte, ésa posiblemente fuera una muerte más dulce que ser despedazada por Old Dog.
Siguió avanzando hacia mí. Despacio. Con fruición.
Yo retrocedí más y me planteé saltar al agua. Puede que de ese modo lograra salvarme y salvar a mi ternero. Cualquier cosa me parecía mejor que lo que sucedería de un momento a otro.
Entonces el perro se detuvo justo delante de mí, bajo la grúa, y dijo entre dientes:
—Tal vez no lo parezca, pero soy muy justo.
—¿Ah, sí? —pregunté sorprendida, y paré, ni siquiera a media vaca de distancia del agua. Concebí esperanzas, aun cuando temiera que Old Dog sólo quería jugar un poco conmigo.
—Tengo corazón. —Sonrió—. Aunque ya no lo tenga.
—¿No tienes corazón? —solté espantada.
—Detalles, detalles… Pero la cuestión es que te perdono la vida… Y se la perdono a tu ternero.
¿Sabía que estaba embarazada?
—Sí, lo sé.
¿Y además era capaz de leer el pensamiento? ¿O simplemente era un grandísimo adivino?
—Estuve siguiendo un poco al ganadero y me enteré de que estabas preñada —contó.
—Lo que significa que lo de volver a vernos es cosa tuya, ¿no? —quise saber.
—Otro detalle sin importancia. Lo único importante es que os voy a dejar en paz a tu ternero y a ti.
—¿En serio? —pregunté esperanzada.
—En serio —asintió el perro. Sonaba sincero, y me entraron ganas de echarme a llorar de alivio. Pero entonces añadió—: Por ahora.
—¿Por ahora?
—Por ahora.
—No…, no volveré a verte, te lo prometo por lo más sagrado… —parloteé.
—Me volverás a ver —me interrumpió Old Dog.
—¿Por qué…? —inquirí.
—Porque tu futuro hijo todavía no tiene un corazón propio. Pero lo acabará teniendo.
Y sólo se podía matar algo que tuviera un corazón propio, se me pasó por la cabeza.
Old Dog dio media vuelta, sonriendo con frialdad, y se fue. Mientras se alejaba volvió la cabeza y me dijo entre risas:
—Nos volveremos a ver cuando el corazón del pequeño lata en tu vientre.