Capítulo 24

Champion no sabía quién era yo.

¡Por Naia! ¡No sabía quién era yo!

—Soy yo, Lolle —le aseguré.

—Lo siento, pero el nombre no me dice nada —replicó Champion—. ¿Nos conocemos?

Al oír eso no pude evitar soltar una risa de lo más histérica. Yo era la vaca con la que había estado un año, es decir, una tercera parte de nuestra vida, y a la que había dejado preñada, así que habría sido todo un detalle que hubiera tenido una ligera idea de quién era yo.

—Eh, tortolitos —llamó Hilde—, deberíamos largarnos antes de que el ganadero vuelva en sí.

—¿Qué ganadero? —preguntó Champion mientras se levantaba.

—Mmm… Vamos a ver —respondió Hilde—, puede que sea el ganadero que nos quiere matar… Sí, creo que podría ser ése.

—¿Que alguien nos quiere matar? —exclamó, asustado, Champion.

Hilde me miró, extrañada de que Champion estuviera tan sorprendido.

Pregunté con cautela:

—¿De verdad no te acuerdas de nada?

—No —balbució.

Y Hilde constató, estupefacta:

—Ha perdido la memoria.

Era increíble, pero desde luego no había otra explicación para el comportamiento de Champion.

—Puede que Rabanito tenga alguna receta de la abuelita Hamm-Hamm para remediarlo. —Confié desesperada.

—Si es así, seguro que tiene algo que ver con orinarle encima —respondió Hilde.

—¿Queréis orinaros encima de mí? —Champion cada vez estaba más perplejo—. ¿Qué clase de vacas sois vosotras?

Me habría gustado mugirle bien alto que yo era de la clase de vacas que llevaba en su vientre un ternero suyo, pero Hilde nos metió prisa:

—¡Salid de una vez de ese cochie!

Saltamos del vehículo volcado. Delante esperaba Susi, los ojos rebosantes de rabia, que saludó a Champion con amargura:

—Hola.

—Hola —contestó él inseguro.

Y Susi le dio en la pata con la pezuña delantera con toda su mala leche.

—¡Ay! —gritó él—. ¿A qué viene esto?

—¿Y encima preguntas? —rezongó Susi, y le dio otra vez, en esta ocasión en un lugar más doloroso aún.

—Directamente en il oboe di amore —observó compasivo Giacomo, que ya estaba nuevamente con nosotras—. Y ahora es la guitar de la esterilidad.

Hilde le soltó al gato:

—Por cierto, lo de largarte sin más ha sido muy valiente.

Giacomo miró al suelo, le habría gustado que se lo tragara.

—Cuando la cosa se pone seria, sempre dejo a tutto il mondo en la estacada. Como a la mía ama.

En cualquier otro momento le habría preguntado cómo y dónde exactamente dejó en la estacada a su ama, pero no podía concentrarme en nada más que no fuera Champion. Mientras las pupilas le daban vueltas incontroladamente, le preguntó a Susi con voz de pito:

—¿Por qué me das…?

—Increíble —comentó, maravillada, Rabanito—, trina como un mirlo.

Y Susi gruñó:

—Pues ahora va a hacerlo como un mirlo muerto.

Rabanito se dispuso a corregirla:

—Un mirlo muerto no puede trinar…

—Me importa una mierda lo que pueda o no pueda hacer un estúpido mirlo muerto.

Intenté explicarle a Susi:

—Champion se golpeó la cabeza en el cochie y…

—¿Champion[5]? —me interrumpió él soltando un gallo mientras trataba de enfocar—. ¿Me llamo así?

—Sí —replicó Giacomo—, pero a veces il hábito non hace al monje.

—¿Qué monje? —Champion no entendía absolutamente nada.

—¿Podríais cerrar todos el pico? —espetó Susi—. Así no me puedo concentrar en darle.

Quería atizarle otra patada a Champion, pero en el último momento me interpuse.

—¡Susi, no se acuerda de nada!

Durante un breve instante, la aludida se quedó atónita.

—No sabe quiénes somos —añadí entristecida.

Susi estaba completamente perpleja, y tardó unos segundos en reaccionar. Después masculló:

—Yo en su lugar diría lo mismo.

—Io fingí amnesia una vez —contó Giacomo—, cuando la mía novia me pilló… Con las suas tres hermanas.

Abatida, Rabanito ladeó la cabeza, y yo intuí la razón. No tenía que ver con Champion, en ese momento se acordaba de su adorada abuelita Hamm-Hamm, que en sus últimos meses de vida perdió mucho y también padeció amnesia. Debido a ello apenas hablaba ya con Rabanito y sí, en cambio, pero siempre muy agitada, con el manzano que crecía en nuestra dehesa.

Detrás de nosotras el ganadero empezó a gemir. Lo miramos: estaba a punto de volver en sí. Hilde se acercó a él con parsimonia y le arreó con la pezuña, y el hombre perdió de nuevo el conocimiento.

Champion se quedó pasmado.

—Pues sí que estáis rabiosas.

—Y podemos estarlo todavía más —lo amenazó Susi, y él se quedó más pasmado.

Rara vez lo había visto tan inseguro. A decir verdad, una única vez, y además el motivo era diferente. Fue un cálido día de primavera en que me confesó su amor en el campo ofreciéndome con el morro un diente de león.

—Alora tenemos que hacer de una vez il desaparecimiento —apremió Giacomo—. A las personas non les gusta que los animales las ataquen. Cuando pasa, los persiguen. Y ahora os perseguirán a vosotras, vacas.

Eso no sonaba bien, no sonaba nada bien. Por ello pregunté:

—¿Qué hacemos?

—Tú non tengas miedo —dijo sonriendo—. Io tengo una idea estupendísima.

—¿Por qué será que no me tranquiliza? —masculló Hilde.

—Perque la mía idea tendrá uno intríngulis, io supongo —respondió el gato—. ¿Queréis saber cuál è il intríngulis?

Sacudimos todas la cabeza.

—Io os lo cuento de tutas formas. —Giacomo sonrió—: Vamos a tener que cruzar la ciudad.