Capítulo 21

Miré a la rana inconsciente: no estaba ligeramente azul o verde azulada, sino de un azul vivo. De manera que no había ninguna duda. Con todo, no quería reconocerlo y balbucí:

—Puede que sea cosa de la rana, ¿por qué no cogemos otra?

Eché un vistazo rápidamente a mi alrededor, pero ya no se veía ni oía ninguna rana por ninguna parte.

Hilde observó:

—Se largaron todas cuando se enteraron de lo que le hiciste a ésta.

—È comprensibile —dijo el gato sonriendo.

Yo volví a mirar a la rana azul, que seguía inconsciente en el suelo, y poco a poco la idea se fue asentando en mi cerebro: Naia mía, ¡voy a ser madre!

No me invadió la dicha de la maternidad, sino tan sólo una profunda tristeza: mi ternero crecería sin padre. ¡Qué destino más aciago para el pequeño! Y también para mí. No era ése mi sueño: ser madre y tener que criar sola a su ternero. Lo que yo quería era una vida como la de Zumbi y Pumbi, las moscas efímeras.

Rabanito vio lo hecha polvo que estaba y frotó con suavidad su morro contra el mío.

—Ser madre será estupendo, ya lo verás.

—Sí, estupendo —ironizó Hilde—, te pondrás más y más gorda. Retendrás agua en las patas y tendrás unos dolores horrorosos en el parto. Y cuando el niño haya nacido, no volverás a pegar ojo, porque tendrás que estar dándole leche todo el tiempo, y si tienes mala suerte…, encima será toro.

Ahora ya no estaba sólo triste, sino también espantada. Hilde no veía ninguna alegría en ser madre. Y Susi menos aún:

—Y si tienes muy, muy mala suerte, será como su padre.

Lo dijo con un odio increíble en la voz, dolida porque el toro con el que tenía algo había preñado a otra. Mientras sus ojos lanzaban chispas, yo también monté en cólera: ¿cómo pudo dejarme embarazada Champion cuando al mismo tiempo tenía una relación con Susi? ¿Cómo podía hacerme eso? ¿Hacérselo al ternero? Me habría gustado atravesarlo con los cuernos sin pensarlo de pura rabia. Pero mientras imaginaba que lo hacía, sentí remordimientos de conciencia. Posiblemente Champion ya hubiera muerto…

¡Qué vaca tan mezquina! Por muy mala que pudiera ser mi suerte, era mejor que la de Champion.

Cómo echaba de menos su risa, su voz grave cuando decía: «Lolle, vamos a hacernos mimos».

Oí su voz alta y clara. Como si estuviese cerca: «Lolle, vamos a hacernos mimos».

No fui la única que oyó su voz.

—¿Habéis oído eso? —inquirió Hilde—. Algo ha dicho: «Lolle, vamos a hacernos mimos».

¿Lo habría pensado en voz alta?

No, no podía ser.

—Lolle, vamos a hacernos mimos.

Ahí estaba, de nuevo.

Pregunté al resto:

—¿Lo habéis vuelto a oír?

Me miraron con ojos bovinos, todas salvo Giacomo, que me miró con ojos gatunos. Tardaron un instante, que a mí me pareció una eternidad, en asentir.

Vacilante, di unos pasos hacia donde venía la voz. Cuanto más alto la oía, más veloces eran mis pasos y tanto más deprisa me latía el corazón. Al final eché a correr. Como nunca antes había corrido en mi vida, más deprisa incluso que la noche anterior, cuando salí huyendo del ganadero y su escopeta.

Los demás me siguieron, la más veloz, Susi, que no tardó en darme alcance. Paramos de golpe en el campo, tras los arbustos. A través de las hojas podíamos ver el aparcamiento. Y allí estaba… ¡Champion!