Capítulo 19

Al cabo de un rato llegamos a algo que Giacomo llamó área de descanso. Había un montón de basura por todas partes, que el gato llamó plásticos, envases y condones mientras se secaba las lágrimas de los ojos con las patas.

Nos detuvimos, miramos con más atención y Hilde observó:

—Creo que no hay un lugar más asqueroso.

—Signorina, questo è perque nunca ha estado en il cuarto de baño del estadio de futbolo.

Giacomo procuró sonreír, a todas luces intentaba apartar el recuerdo de su ama.

Nosotras, las vacas, cogimos aire y pastamos un poco en el campo que lindaba con el aparcamiento. Hilde y Susi mascaban la hierba sin ganas, Rabanito se llenó la panza feliz y contenta, pero yo apenas pude tragar un haz. Me paré a pensar si no debía decirles a las demás la verdad, que habíamos empezado un viaje que duraría mucho más de lo que creíamos. Sin embargo, llegué a la conclusión de que a veces era mejor que la líder mintiera a la vacada para no poner en peligro la meta. Resultaba feo y alevoso, pero necesario. El liderazgo era una mierda mucho mayor de lo que yo pensaba.

Rabanito dejó de mascar hierba, se dio cuenta de lo abatidos que estábamos todos e intentó animarnos. Le dijo a Hilde:

—Estoy segura de que en la India conoceremos a vacas con manchas marrones.

Los ojos de Hilde se iluminaron al oírlo, pero guardó silencio. No quería alimentar sus esperanzas, por si en el mundo no había ninguna vaca con manchas marrones y el sueño de su vida se frustraba definitivamente.

A Susi, Rabanito le dijo:

—Y a ti te deseo que allí conozcas a muchos toros.

—Pero para ti no quieres ninguno, ¿no? —ladró Susi, que estaba demasiado exhausta para aceptar gentilezas. O sencillamente tenía un carácter demasiado brusco para hacerlo.

Rabanito tardaba un poco en responder.

—¿Qué? —insistió Susi—. ¿Es que no quieres un toro?

Rabanito se apoyaba ya en una pata, ya en otra, de pronto luchaba consigo misma, y finalmente contestó:

—He de confesaros algo.

Todas dejamos de pastar, atónitas.

—Ayer por la noche no os desvelé cuál era mi sueño…

—Bah, eso no importa, de veras —la cortó Susi con desfachatez.

A Rabanito le afectó el comentario, pero a diferencia del día anterior, esta vez se mantuvo en sus trece y siguió hablando:

—Quiero contaros cuál es mi sueño, pero…

Dudó. Yo me interesé:

—¿Pero?

—No os lo puedo contar.

—Eso tampoco importa —aseguró Susi.

—Sin embargo puedo hacer otra cosa —afirmó mi amiga.

—¿Cerrar el pico? —preguntó Susi, esperanzada.

—Eso es algo que por desgracia tú no sabes hacer —intervino Hilde.

Susi torció el gesto.

—Puedo cantar lo que me preocupa.

—Las vacas sois veramente molto musicales. —El gato se rió.

Y Rabanito se puso a cantar:

I wanna be loved by Kuh,

just Kuh, nobody else but Kuh[3].

Mientras cantaba hacía unos movimientos muy coquetos. O todo lo coquetos que puede hacer una vaca dada su naturaleza:

I wanna be loved by Kuh, alone[4].

Puh, puh, bi duh.

—¡Madre mía! —Susi fue la primera en entender de qué iba la canción, y se separó de Rabanito—. ¡Te gustan las vacas!

—Questa sí que è una vera sorpresa —opinó Giacomo.

A mí también me sorprendió, me quedé atónita: ¿a mi Rabanito, a la que conocía desde la infancia, no le iban los toros sino las vacas?

Mientras los demás seguíamos estupefactos, ella bailaba dando delicados pasitos con las patas delanteras y continuaba cantando melodiosamente:

I wanna be loved by Kuh,

just Kuh, nobody else but Kuh.

I wanna be loved by Kuh, alone.

Paah didel-dideli-dideli-dam, puh, puh, bi duh!

Después del «puh, puh, bi duh», Rabanito incluso nos lanzó un coqueto beso con su gran morro negro. A continuación nos miró expectante: había desvelado su mayor secreto y estaba electrizada. Pero también temía un tanto nuestra reacción.

En un primer momento ni reaccionamos, no dijimos nada.

Cuanto más se prolongaba el silencio, tanto más nerviosa se ponía Rabanito. Estuvo rumiando hasta que no pudo más:

—¡Vamos, decid algo!

Hilde contestó, desconcertada:

—Paah didel-dideli-dideli-dam.

Y yo completé, no menos confusa:

—A mí me gustaría añadir un puh, puh, bi duh.

De repente Rabanito no pudo evitar reírse.

—No tengáis miedo, vosotras no me gustáis.

—¿Y se puede saber por qué no? —replicó Hilde, fingiendo indignación.

Tras la sorpresa inicial, yo también sonreí. La risa de Rabanito había relajado un tanto la tensión que flotaba en el aire. Y Hilde fue quien mejor supo entender la confidencia: al ser una marginada, no le suponía ningún problema que otro fuese distinto.

Muy al contrario que Susi, que bufó:

—Ahora sí que lo tengo claro: voy de viaje con un puñado de locos.

Acto seguido se alejó unos pasos de nosotros, quería distanciarse de Rabanito. Por lo visto, Susi era una de las muchas vacas que estaba en contra del amor entre vacas. Quien siendo hembra deseaba a una vaca lo tenía casi tan difícil en una vacada como los toros a los que les gustaban los toros o los toros a los que les gustaban las gallinas.

Por mi parte, me enfadé conmigo misma: lo cierto es que debería haber llevado los gustos de Rabanito con la misma naturalidad que Hilde, pues no tenía nada en contra del amor entre vacas. Nunca había creído lo que solían decir los ancianos: «Vaca con vaca, caca».

Con todo, la confesión de mi amiga me había dejado sumamente perpleja, o mejor dicho: dolida. Me dolía que no me hubiera confesado sus anhelos hasta ahora, en plena huida, junto a un aparcamiento. Y eso que nos conocíamos desde que éramos terneras. ¿Cuánto habría esperado para soltarlo si nos hubiésemos quedado en la finca? ¿Habría llegado a contármelo? ¿Por qué Rabanito no había confiado en mí?

Volví a notar la misma sensación en la pelvis.

Rabanito se acercó a mí.

—Éste es el momento en el que tú, que eres mi amiga, deberías desearme que encuentre una vaca a la que amar.

—Pues claro que te lo deseo —repuse, más por obligación que por otra cosa.

—Vaya, ya veo que lo dices de corazón —constató ella, y se rió un tanto insegura—. ¿Tienes algo en contra del amor entre vacas?

—No, no… —le aseguré, e intenté excusarme, no quería decirle que estaba dolida—, es sólo que tengo una extraña sensación en el bajo vientre.

—¿Que tienes una sensación en el bajo vientre?

Era impresionante: hacía un instante hablábamos de su gran secreto, de algo que para ella era sumamente importante, pero cuando se preocupaba por otro se olvidaba de sí misma y se volcaba por completo en la otra persona.

De repente me avergonzó mi comportamiento y, sobre todo, no tener tanta grandeza vacuna como ella. Y como estaba muy avergonzada, repuse, en un tono mucho más irritado del que pretendía:

—Eso es lo que quería decir con «tengo una sensación en el bajo vientre».

—En serio, ¿de verdad tienes una sensación? —insistió ella.

—¡En serio!

De repente Rabanito esbozó una sonrisa amplia, segura.

—¿Qué? —espeté yo, pues quería saber a qué venía esa sonrisa.

La sonrisa se hizo aún más ancha. Más segura.

—¿Qué?

—¡Estás embarazada!

—¡¿QUEEÉ?!