Capítulo 18

Con cada paso que daba, Susi se volvía más taciturna y más lenta. Hilde refunfuñaba porque por su culpa no íbamos lo bastante deprisa. La única que avanzaba como unas castañuelas en nuestra peregrinación era Rabanito. Los cochies ya no le daban nada de miedo, y le preguntaba a Giacomo por todas las cosas nuevas y fascinantes con las que nos topábamos. Él le explicó qué eran los molinos de viento (malos para los pájaros), los parabrisas (malos para los insectos) y las centrales nucleares (malas para todos). Le explicó lo que son los roqueros (debajo de los pelos está la persona) y las motos (cosas que no se deberían usar sin manos. Y no, una vaca tampoco debería ir en ellas). Luego el gato vio otro letrero amarillo y anunció:

—Sólo quedan cinco kilómetros para Cuxhave.

—Dime, ¿dónde aprendiste a descifrar los signos de las personas?

—Con la mía ama —respondió Giacomo apesadumbrado—. Sempre leía libros en voz alta, y mientras io me tumbaba en su hombro y miraba las letras…

—¿Qué es un ama? —lo interrumpí, agradeciendo que algo me distrajera del hecho de que la India parecía inalcanzable.

—La persona a la que pertenecía.

De manera que, al igual que nosotras, el gato también había estado en posesión de una persona. Si a todos los animales les sucedía lo mismo y ello constituía el orden natural del mundo, la naturaleza era algo de lo más antinatural.

—Y ¿tu ama también comía vacas? —pregunté.

—No, ella non comía carne.

—Entonces, ¿sólo comía hierba?

—No, con la hierba hacía algo distinto.

—¿Qué?

—Se la fumaba.

La respuesta me sorprendió.

—Y la mía ama adoraba las setas psicodélicas. Las compartía con me, y luego nos pasábamos tutta la noche riéndonos y veíamos unos colores bellísimos…

Me recordó a las setas que crecían al otro lado de nuestros pastos.

—Perdí a la mía ama, y fue sólo, sólo mea culpa.

El gato empezó a sollozar, y noté que sus lágrimas me caían en la piel. Me pareció poco delicado preguntarle qué había hecho exactamente para perder a su ama, de manera que seguí andando en silencio. Ni siquiera dije nada cuando se sonó ruidosa y húmedamente en mí, y lo dejé hacer sin más. El único de nosotros que parecía feliz y contento era Rabanito.

—¿Te encuentras bien? —inquirí, y deseé poder sentirme así yo también.

—Estamos juntos, seguimos vivos y el sol brilla… ¿Qué más se puede pedir?

—Seguridad…, amor…, felicidad… —respondí con añoranza.

—¿Sabes lo que solía decir la abuelita Hamm-Hamm?

Susi suspiró y dijo:

—¿No me llames siempre Hamm-Hamm?

Aún tenía fuerzas para soltar comentarios cínicos.

—¡Pues es un nombre bien bonito! —exclamó, vehemente, Rabanito.

—Suena igual que abuelita Ton-tón —contestó Susi.

—Métete conmigo lo que quieras, pero con mi abuela no —espetó furiosa Rabanito, los ojos lanzando chispas.

Susi se asustó. Para Rabanito, su abuela era la persona más importante del mundo. Cuando murió, Rabanito estuvo días llorando amargamente. Pero una mañana volvió a sonreír: la abuelita Hamm-Hamm se le había aparecido en sueños y le había dicho que no malgastara la vida llorando, sino que la disfrutara al máximo. A partir de ese momento, Rabanito recuperó la alegría, y siempre tenía la sensación de que una parte de la abuelita Hamm-Hamm seguía con ella. Eso le daba a mi amiga una fuerza interior que yo envidiaba a menudo. Y nunca la había envidiado tanto como en ese preciso instante.

—¿Qué decía la abuelita Hamm-Hamm? —quise saber.

—Seguridad, felicidad y amor… Todo ello está en ti.

Miré en mi interior: aparte de la extraña sensación en la zona pélvica, por desgracia no encontré demasiado… Y ciertamente nada de felicidad.

—Lolle, tienes que aprender a disfrutar el momento. De lo contrario, pasa.

—Questo è lo que sempre decía la mía ama —gimoteó entristecido el gato—. Y después se comía las setas.

Disfrutar el momento, a pesar de los pesares, ¿sería ésa la clave para vivir una vida feliz?

Por intentarlo no perdía nada, aunque aún teníamos mucho camino por delante y eso me agobiaba enormemente: a ver, el sol brillaba, eso era realmente bonito. Soplaba una brisa agradable, también eso estaba muy bien. Los cochies olían fatal, y eso no se podía disfrutar, pero sí pasar por alto. Por desgracia había algo que, en cambio, no podía pasar por alto, para ser sincera, ni siquiera quería pasar por alto: nuestra vacada había muerto, y Champion también. Un momento no era sólo un momento aislado. El dolor del pasado podía empañarlo. Al igual que la preocupación por el futuro.

Rabanito era capaz de obviar ambas cosas, pasado y futuro. Tal vez otras vacas poseyeran ese envidiable don, pero a mí no me había sido concedido. Tal vez debiera haberme criado la abuelita Hamm-Hamm en lugar de una vaca cuyo toro siempre la estaba engañando.

Sólo podía superar el pasado dando forma al futuro. Lo que significaba que tenía que llevar a nuestro grupo a la India, aunque tardáramos tres lunas llenas. No debía dejarme avasallar por eso. Y es que sólo dándole forma al futuro podría disfrutar el momento.

Así o dándome también a las setas.