Era increíble, los árboles no se hallaban ni a cinco vacas de distancia. Sin embargo, desde nuestra dehesa siempre daba la impresión de que estaban muy lejos. Y ahora ahí los teníamos, tras un trayecto tan corto.
—Entonces, ¿dónde está la India? —le pregunté al gato, espantada.
—Molto, molto lejos —repuso.
—Pero… Pero… Detrás de los árboles sólo está la leche infinita de la perdición —objeté.
—Signorina, eres como las personas.
—¿Como las personas?
Ésa era una comparación nada agradable.
—Ellas tampoco conocen il mondo. Porque sólo ven lo que ven y non tutto lo que hay. Lo maravilloso que puede ser il mondo, lo mágico.
¿De verdad éramos tan ignorantes como las personas, que ni siquiera sabían que las vacas sabíamos hablar?
—Créeme —sonrió el gato—, en il nostro viaje il tuo horizonte se ampliará molto, molto. —Se puso a cantar con su mala voz—: Detrás del horizonte, il camino continúa, juntos somos más fortes…
—Oyendo cómo canta es más que comprensible que los perros les tengan tanta tirria a los gatos —se quejó Hilde.
—La gente sólo sabe criticar —espetó Giacomo, y echó a andar ofendido hacia los árboles. Cuando se dio cuenta de que nadie lo seguía, se volvió y preguntó—: ¡Vamos, signorinas! ¿A qué están esperando?
—Yo ahí no entro. —A Rabanito le temblaba el cuerpo entero—. Ahí vive la vaca loca.
—Es sólo el personaje de un cuento de ancianos. —Probé para tranquilizarla—. Igual que la llamativa criatura con el cabello rojo y la nariz roja que echa vacas al fuego y después las mete entre dos rebanadas de pan.
—Ah. —Giacomo sonrió—. Tú te refieres a Ronaldo McDonaldo.
Rabanito se volvió hacia mí:
—Si crees en la leche infinita de la perdición, ¿por qué no crees en la vaca loca?
—Posiblemente porque es imposible que haya una vaca que esté aún más loca que Lolle —pinchó Susi.
Sin hacerle el menor caso, le respondí a mi amiga:
—La leche se menciona en nuestros cantos sagrados, no en un cuento absurdo. Ésa es la diferencia.
Durante un instante me paré a pensar en lo que significaría, como insinuaba Giacomo, que la leche infinita no existiera. En ese caso los cantos sagrados no serían más que cuentos absurdos. Y eso sería…, ¿qué sería eso? ¿Espeluznante? ¿Tranquilizador? ¿Emocionante?
—Créeme, Rabanito —continué diciéndole—, la vaca loca no existe. Y si vemos que detrás de los árboles el mundo acaba, no daremos un paso más y nos volveremos. ¿Qué te parece?
—No lo sé —contestó ella.
—La verdad es que suena muy sensato —opinó Hilde, sólo convencida a medias. Aunque era la más escéptica de todas, estaba claro que también ella se sentía incómoda.
—Entonces —pregunté al resto—, ¿vamos o nos quedamos aquí tontamente?
—Nos quedamos aquí tontamente —respondió Rabanito.
—A mí me parece genial que nos quedemos aquí tontamente —convino Susi.
—Podría hacerlo todo el día —añadió Rabanito.
—Cuando se sabe hacer algo bien, hay que hacerlo —aseveró Susi.
—Mucho tiempo y muchas veces —puntualizó mi amiga.
Miré a Hilde, que volvió la cabeza, insegura, y se pronunció:
—Yo estoy en contra de que nos quedemos aquí tontamente.
Al menos una tenía agallas.
—Pero no me importaría que nos quedáramos aquí inteligentemente —precisó.
—Mamma mia, menudo grupo —dijo Giacomo riendo.
No podíamos quedarnos allí. El ganadero nos encontraría, sin lugar a dudas. Así que una de nosotras debía ir de avanzadilla. Y nuevamente estaba claro quién iba a ser. Respiré hondo y me puse en marcha sin volverme.
Cuando entré en el bosque, me dio miedo mi propio valor. Bajo los árboles hacía más fresco. Estaba oscuro. Ése no era el entorno natural para una vaca. De haber tenido que atravesarlo de noche me habría muerto de miedo.
—Si dejamos que Lolle vaya sola, seguiremos aquí más tontamente aún —dijo Hilde.
Miré atrás y vi que echaba a andar. Y en el caso de Rabanito, e incluso de Susi, el orgullo acabó venciendo al miedo. Menos mal, porque sola habría acabado dando media vuelta, habría regresado al campo y habría intentado pasar el resto de mi vida escondida entre las mazorcas.
Nos adentramos en el denso bosque las cuatro, una detrás de otra, intimidadas por los altos árboles, muy pegados entre sí, por la tierra húmeda, cubierta de musgo, a la que nuestras pezuñas no estaban acostumbradas, y el ruido que hacían las hojas cuando el frío viento soplaba entre ellas.
Giacomo, en cambio, iba de un lado a otro tan campante, la pata mala parecía mejorar por momentos. De vez en cuando veíamos ardillas que trepaban a los árboles, pero por lo demás la calma era absoluta, lo cual nos relajó un pequeñísimo tanto.
Finalmente llegamos a un arroyo serpenteante de aguas cristalinas. Nos vino a pedir de boca. Yo no había bebido nada desde el día anterior y tenía la garganta seca de la tensión.
Rabanito observó, asustada:
—En ese arroyo vivía el oso Praxx, el temible guardián del bosque. Y ése no es el personaje de un cuento, como la vaca loca, de él hablan los cantos sagrados.
Hilde contestó:
—Aunque los cantos sagrados sean veraces, cosa que no creo, el oso ya no está aquí. Según los cantos, abandonó el bosque.
—Pero la vaca loca sí —insistió Rabanito.
—Mira a tu alrededor: ¿ves alguna vaca loca? —inquirí, un tanto irritada por la sed que tenía, y bebí del agua clara. Sabía mucho mejor que todo lo que había bebido en mi vida en la finca. Fresca. Refrescante. ¿Sería el sabor de la libertad?
Las demás me imitaron, incluida Rabanito, cuya sed era algo mayor que su miedo, y todas bebieron con avidez y profusión, como si quisieran apurar el arroyo.
Con las energías renovadas pregunté:
—¿No es lo mejor que habéis bebido nunca?
Giacomo se rió.
—Signorina, io credo que aún non conoce el Sexe on the Beach.
—No —respondí, en honor a la verdad.
—¡Pero yo sí! —Oímos decir de pronto a una voz ronca de mujer vieja—. Yo lo probé una vez.
Nos dimos la vuelta, asustadas: no se veía a nadie. Era como si nos hubiese hablado el viento. Las patas empezaron a temblarme y oí que a Rabanito, que estaba a mi lado, le castañeteaban los dientes.
—Aquí arriba —graznó la voz entre risas.
Alzamos la vista y en un roble, al lado mismo del arroyo, acurrucada en una rama extremadamente robusta, vimos una vaca vieja.
—¡Mierda! ¡La vaca está sentada en el árbol! —dijo Susi, y fue lo primero que pensé yo también.
—Oh, no, es la vaca loca —musitó Rabanito, y fue lo segundo que pensé yo.
—Madre mía, cómo huele —susurró Hilde, y fue lo tercero que pensé.
Cierto, la vaca apestaba incluso desde lejos, tenía la piel arrugada y las ubres eran unos colgajos: debía de ser viejísima. Seguro que ya tenía veinte veranos.
Se bajó ágilmente de la rama y preguntó:
—¿Qué hacéis aquí, en mi bosque?
—Vamos camino de la India —repuse yo tímidamente. Estar delante de la vaca loca me infundía auténtico pánico.
—¿Unas vacas que quieren ver mundo? —inquirió ella, asombrada, y después rompió a reír. Una risa escandalosa. Desagradable. Demencial. El tercer ruido más pavoroso que había oído en mi vida…, después de la escopeta del ganadero y la voz de Old Dog.
La vieja dejó de reír bruscamente y dijo:
—Hay una canción sobre una vaca que se fue a ver mundo. ¿Queréis oírla?
Nadie se atrevió a contestar.
—La canción trata de una vaca de un circo…
¿Un circo? Y eso ¿qué se suponía que era?
—Y la suerte que corrió debería serviros de advertencia.
Nos asustamos. Sonaba de lo más inquietante. Tal y como lo dijo, sonaba más inquietante incluso que la mismísima vaca loca.
—La canción se llama Cop-vaca bana —informó la vieja. Y después gritó a los árboles—: ¡Eh, músicos!
De las copas salieron ardillas, gorriones y picos. La vieja nos aclaró risueña:
—Les he enseñado a hacer música aquí, en el bosque. —A continuación pidió a los animales—: Necesito ritmos latinoamericanos.
Los gorriones empezaron a silbar de inmediato, los pájaros carpinteros a golpear alegremente el tronco de los árboles con el pico, y las ardillas a entrechocar nueces con brío. La vaca vieja se puso a cantar y, sorprendentemente, su voz sonaba muy bien:
Se llamaba Lola, |
era una vaca del espectáculo, |
con plumas amarillas en el pelo |
y unas ubres capaces de poner a cualquiera en celo. |
Bailaba merengue |
y también chachachá… |
Mientras cantaba, la vieja bailaba de tal modo que pensé que a su edad otras se habrían dislocado la cadera hace tiempo.
Quería ser una estrella |
y en Bruno se fijó ella. |
Era un pedazo de toro, |
y por ella perdía el decoro. |
Eran jóvenes y se querían, |
¿qué más falta les hacía? |
En Cop-vaca, Copvaca bana, |
la vida era una gincana, |
en Cop-vaca, Copvaca bana. |
La música y el amor |
eran el gran motor. |
En Cop-vaca… |
perdió ella el corazón… |
Ahora la vaca bailaba con frenesí al compás de los «ritmos latinoamericanos» que gorjeaban los gorriones, marcaban las ardillas con las nueces y martilleaban los picos en los árboles.
—Hasta ahora no suena a advertencia para nada —opinó Susi.
—A mí me encanta. —Rabanito aplaudió, balanceándose torpemente. Con cada compás su miedo se iba desvaneciendo poco a poco.
—Io querría cantare con ella —afirmó Giacomo.
Todas le lanzamos una mirada de aviso que decía: ah, no, ni se te ocurra.
Él la captó en el acto, y farfulló:
—O quizá sea mejore que non.
—Buena idea —aprobó Hilde, y el resto asentimos.
Entretanto la vieja giró elegantemente sobre sí misma —un movimiento con el que yo sin duda alguna habría acabado sentada de culo— y siguió cantando:
Se llamaba Nico, |
tenía un par de huevos |
y dos cuernos, blanco marfil. |
Poco a poco se fue poniendo a mil, |
cuando la vio bailar, |
los ojos le empezaron a brillar. |
Se acercó a ella despacito |
y la cautivó pasito a pasito. |
—Creo que aquí es donde la historia empieza a tomar mal cariz —aventuró Hilde.
—¿Con una música tan alegre? —Rabanito se negaba a creerlo.
—Bueno, Lola está con Bruno. Y si ahora aparece Nico…
—Habláis como si la tal Lola existiera de verdad —apuntó Susi.
Una sensación, pensé yo, que era normal tener: la actuación era tan vehemente que me tenía completamente embelesada.
Nico se propasó, |
y a Bruno le molestó, |
las pezuñas salieron disparadas, |
fue una auténtica salvajada. |
Y el pobre Bruno murió. |
En Cop-vaca, Copvaca bana, |
la vida era dura como una gincana, |
en Cop-vaca, Copvaca bana. |
La música y el amor |
fue algo demoledor. |
En Cop-vaca… |
perdió ella a su toro, a su amor… |
—Eso sí es triste —se lamentó Rabanito.
—Sí —convino Susi—. Y tampoco me gustaría que me colgaran las ubres como a esa vieja.
—Eres tan sensible. —Hilde sonrió, irónica.
—Es mi punto fuerte.
—Pues no me gustaría saber cuál es el débil.
Los gorriones y los picos alzaron el vuelo de los árboles y dieron vueltas trinando alegremente alrededor de la vaca vieja. Las ardillas, por su parte, saltaron al suelo y dieron los mismos pasos de baile frenéticos que la anciana dama mientras entrechocaban las nueces.
Se llamaba Lola, |
era una vaca del espectáculo. |
Pero eso hace mucho que pasó, |
y su circo desapareció. |
Se fue al bosque a vivir |
y muy vieja se empezó a sentir. |
Perdió a su Bruno, perdió su corazón, |
y perdió también la razón. |
—Naia mía… —dijo Rabanito.
—Así que ella es Lola. —Lo sentí por la vieja—. Y su Bruno murió.
—Es increíble que por ésa se pegaran así los toros —opinó Susi, de nuevo poco compasiva.
En Cop-vaca, Copvaca bana, |
Lola perdió esa gincana, |
en Cop-vaca, Copvaca bana. |
La música y el amor |
resultó ser algo devastador. |
En Cop-vaca… |
No te enamores… |
Lola repitió unas cuantas veces «no te enamores», pero su voz era más baja con cada nota. Gorriones, picos y ardillas dejaron de hacer música y de bailar. Todos salieron volando, o saltando, alegremente, y se adentraron en el bosque. Por muy triste que estuviera Lola, a sus vecinos del bosque les deparaba una gran alegría con su música.
—Bueno, ahora sí que está claro —constató Susi—: es la vaca loca.
—Pero ya no me da miedo —afirmó Rabanito, compadeciéndose profundamente.
—Pues a mí sí —se quejó Susi—. Seguro que puede lanzar esos colgajos que tiene por ubres muy lejos, y eso es un peligro.
Yo no dije nada, me acerqué a Lola y la consolé lamiéndole el morro. Y no me importó que oliera tan mal.
Aunque con la canción me quedó más claro si cabía que el mundo era un lugar peligroso para nosotras, las vacas, también averigüé algo estupendo: Lola había visto mundo, lo que significaba que más allá de los árboles no estaba la leche infinita de la perdición.
—Es muy amable por tu parte que hayas querido advertirnos —le dije a Lola, que se debatía visiblemente con sus sentimientos—. Pero no tiene por qué pasarnos lo mismo que a ti.
—No, podría ser aún peor —se entrometió Giacomo.
Lola preguntó al gato, entristecida:
—¿De verdad crees que a alguien le puede pasar algo peor?
Él la miró a los vacunos ojos, que dejaban ver su corazón destrozado, y después sacudió la cabeza con suavidad:
—Perdóname.
—Lola —le pregunté—, ¿podrías decirnos cómo se sale del bosque?
—Entonces, ¿estás segura de que quieres ir a la India? —Fue su respuesta.
Asentí.
—¿Cómo te llamas? —quiso saber.
—Me llamo Lolle, Lola.
No pudimos evitar echarnos a reír las dos. La anciana dama frotó delicadamente su morro con el mío, un gesto que yo repetí.
A continuación nos guió por el bosque, que ya no nos inspiraba ningún temor, pues era un lugar lleno de música y baile. Con cada paso que daba me sentía más nerviosa: ¿qué habría al otro lado?
Cuando llegamos a los últimos árboles, vimos vastos campos. No la leche infinita de la perdición.
Así que los cantos sagrados mentían.
Lo que significaba que ya no había por qué creer en ellos.
Ahora sabía qué se sentía cuando no se creía en los sabios ancianos. Era inquietante, tranquilizador y emocionante al mismo tiempo. Y es que de ese modo nuestra antigua vida había terminado definitivamente. ¡Y empezaba una nueva!