Capítulo 8

Champion hizo lo que le ordenaban y salió al trote: los toros de nuestra finca siempre obedecían al ganadero. Además mi amor no hizo el menor caso de lo que acababa de decir ese hombre tambaleante, al fin y al cabo estábamos acostumbrados a que dijera cosas raras. Sin embargo, yo había oído perfectamente sus palabras y me quedé completamente helada. Pregunté al gato en voz baja:

—¿Los filetes son algo parecido a la carne picada esa?

Giacomo me miró entristecido.

Eso también era una respuesta.

Vomité de nuevo.

Y Giacomo gimoteó:

—Mamma mia, questa vez me has dado.

Mientras el gato, pese a la pata herida, se metía en el pilón para lavarse, yo me enderecé, me acerqué y le pregunté:

—¿Tú podrías llevarme a la India?

Él titubeó.

—È peligroso.

—¿Más peligroso que esto? ¿Donde mañana me harán filetes? Sea lo que sea eso.

—Eso è…

—¡NO QUIERO SABERLO!

Giacomo se paró a pensar un instante y contestó:

—Io sono en deuda contigo, y è una deuda grande. Me salvaste la mía vita. Y los gatos indios dicen: «Si tú salvas la mía vita, la mía vita è tuya hasta que la deuda esté saldada».

—¿Los gatos indios? ¿Son los que viven en la India?

Giacomo suspiró.

—Te lo contaré tutto durante el viaje.

Un viaje. Así que me iría de viaje. Un viaje sin retorno.

Eché un vistazo al establo, y al ver los cubículos vacíos lo tuve claro: no debía salvarme sólo yo, sino también Hilde y Rabanito. No podía abandonar a su suerte a mis mejores amigas.

Bueno, a decir verdad, había que salvar a todas las vacas de una muerte tan horrible y llevarlas a la India. Incluso a Champion. Y a Tío Pedo. Y hasta a Susi, tanto si me hacía gracia como si no.

Aunque con lo de la salvación también se podía exagerar.