—¡Gracias a Naia! —mugí rebosante de alegría, y acto seguido deseé saber más cosas de ese lejano país—: Cuéntame todo lo que sepas.
—En la India las personas les dan a las vacas la mejor comida…
Eso sonaba de maravilla.
—Adoran a las vacas…
Eso sonaba increíble.
—Incluso las veneran.
Eso sonaba demasiado increíble, razón por la cual repliqué:
—Te lo estás inventando.
—Non, signorina. Y è aún mejor.
—¿Aún mejor?
—Adoran a las vacas, a las hembras, allí los toros non tienen valore…
—Ahora sí que estoy segura de que te lo estás inventando —afirmé.
—¡Lo juro por la mía madre! ¡Por il mío padre! ¡Io lo juro incluso por il mío rabo!
Si lo juraba por eso (a esas alturas ya tenía calado a Giacomo), debía decirlo en serio. Por increíble que sonara: no sólo podían salvarse de las personas, sino que además existía un paraíso para las vacas. Mugí nuevamente de alegría, con más fuerza que antes. Después pregunté:
—¿Cómo puedo ir a la India?
—Allora, è un viaje molto largo… —respondió, vacilante, el gato.
—¿Y?
Me daba absolutamente igual lo que tuviera que hacer para llegar a ese paraíso. Caminaría un día entero, dos y, si no había más remedio, incluso tres, tres días.
—Signorina, las vacas non están hechas para un viaje tan largo.
—Tampoco estamos hechas para que nos coman las personas.
—Eh… Sinceramente…, sí.
Ésa no era una idea con la que pudiera conformarme. Ni tampoco una suerte a la que quisiera resignarme dócilmente.
—El viaje non è sólo largo para las vacas —me insistió el gato—, sino también peligroso. Hay moltos peligros, molto más grandes que Old Dog… È possibile que non sobrevivas a ellos.
¿Había peligros aún mayores que Old Dog? Eso era algo difícil de imaginar. A decir verdad, imposible. Pero si era cierto tal vez no fuese tan buena idea marcharse.
Estaba hecha un tremendo lío, y poco después me sentí más confundida aún, ya que de pronto entró en el establo Champion. Vino hacia mí con aire decidido y dijo agitado:
—Sé que tengo que mantenerme apartado de ti, pero no puedo evitarlo, he de hablar contigo. Lo siento, siento mucho lo que pasó…
Oyendo sus palabras y viendo su cara de desesperación se podía incluso creerlo.
—Lolle, te prometo que lo de Susi no volverá a pasar. Acabo de decírselo… Te quiero sólo a ti, y me gustaría envejecer contigo. Tuyos son mi corazón, mi alma, mi vigor.
Entre nuestras patas, Giacomo comentó desde abajo:
—Con tantas zalamerías me dan ganas de vomitar.
Por mi parte me había quedado sin habla. Por un lado, ésas eran exactamente las palabras que quería oír de Champion —dejando aparte lo del vigor—; por otro, no sabía si sería capaz de quitarme de la cabeza la imagen de él con Susi. Y además estaba el hecho, que no era precisamente una tontería, de que en la finca en la que estábamos ni siquiera tendríamos la oportunidad de envejecer juntos como Zumbi y Pumbi, las dos moscas efímeras.
Sin embargo, ¿no era mejor una vida corta con Champion que una muerte probablemente segura fuera? Sobre todo teniendo en cuenta que ni siquiera se sabía cuándo nos mataría el ganadero para comernos. Quizá pudiésemos vivir los dos una vida larga en la finca, y durante ese tiempo yo pudiera ser feliz con Champion y tener terneros con él. De manera que balbucí:
—No suena mal…
Pero antes de que Champion pudiera responderme, el ganadero bramó en el establo:
—¡Al campo, fuera, bichos! —Y añadió—: Dios mío, cuánto me alegro de que mañana se venda la finca y os hagan filetes a todos.