Capítulo 15

Jason fue capaz de mantenerse en pie el rato suficiente para darse una ducha, que dijo que era la mejor que se había dado en su vida. Cuando estuvo limpio y oliendo a perfume, le apliqué una pomada antibiótica. Acabé con el tubo entero. Los mordiscos parecían estar cicatrizando bien. No podía parar de pensar en cosas que podía hacerle para que se sintiese bien. Le había preparado chocolate caliente, y un plato de harina de avena caliente (lo que me pareció una elección curiosa, pero dijo que Felton lo había alimentado sólo a base de carne muy poco hecha), se había puesto el pantalón de pijama que le había comprado a Eric (demasiado grandes, pero como eran de cintura elástica no le quedaban mal) y una camiseta vieja que me quedaba grande y que me habían dado cuando hace un par de años participé en una media maratón benéfica. No paraba de tocar el tejido, como si estuviera feliz por verse vestido.

Lo que más deseaba era sentirse caliente y dormir. De modo que lo instalé en mi antigua habitación. Con una triste mirada al armario, que Eric había dejado mal colocado, le deseé buenas noches a mi hermano. Me pidió que dejara encendida la luz del recibidor y la puerta entornada. Le costó pedírmelo, de modo que no protesté y me limité a hacerlo.

Sam estaba sentado en la cocina, bebiendo una taza de té caliente. Me miró desde detrás del humo que desprendía y me sonrió.

—¿Qué tal está?

Me dejé caer en el lugar donde siempre suelo sentarme.

—Mejor de lo que pensaba —dije—. Teniendo en cuenta que se ha pasado todo este tiempo encerrado en el cobertizo, sin calefacción y siendo mordido a diario.

—Me pregunto cuánto tiempo pensaba Felton mantenerlo así.

—Hasta la luna llena, me imagino. Entonces, Felton habría visto si lo había conseguido o no.

—He mirado el calendario. Le quedan un par de semanas.

—Bien. Démosle tiempo a Jason de recuperar sus fuerzas antes de que tenga otra cosa a la que enfrentarse. —Apoyé la cabeza entre mis manos un buen rato—. Tengo que llamar a la policía.

—¿Para decirles que dejen de buscar?

—Eso es.

—¿Has pensado ya en qué vas a contarles? ¿Tiene alguna idea Jason?

—¿Qué los parientes de alguna chica lo secuestraron? —De hecho, eso era verdad en gran parte.

—La policía querrá saber dónde lo tuvieron secuestrado. Si ha conseguido escapar solo, querrán saber cómo lo ha hecho y obtener de él toda la información posible.

Me pregunté si me quedaban fuerzas para pensar. Me quedé mirando la mesa sin pensar nada: el cacharro para guardar las servilletas que mi abuela había comprado en una feria de artesanía, el azucarero, el salero y el pimentero que tenían la forma de un gallo y una gallina… Vi que debajo del salero había algo.

Era un talón por cincuenta mil dólares firmado por Eric Northman. Eric no sólo me había pagado, sino que además me había dado la propina más sustanciosa de toda mi vida profesional.

—Oh —dije—. Oh, caramba. —Permanecí un minuto más mirándolo, para asegurarme de que estaba leyéndolo bien. Se lo pasé a Sam.

—Caray. ¿Es esto el pago por tener en casa a Eric? —Sam me miró y yo asentí—. ¿Qué harás con el dinero?

—Ingresarlo en el banco, mañana a primera hora.

Sam sonrió.

—Te preguntaba a largo plazo.

—Relajarme. Tenerlo me servirá simplemente para relajarme. Saber que lo tengo… —Y se me llenaron los ojos de lágrimas. Una vez más. Maldita sea—. Así no tendré que andar siempre preocupada.

—Últimamente has vivido situaciones muy tensas, lo entiendo. —Moví afirmativamente la cabeza—. Podrías… —empezó a decir, pero no pudo terminar la frase.

—Gracias, pero no puedo hacerle eso a la gente —dije con firmeza—. La abuela siempre decía que era la forma más segura de terminar con una amistad.

—Podrías vender este terreno, comprarte una casa en la ciudad, tener vecinos —sugirió Sam, como si llevara meses con ganas de decirlo.

—¿Irme de esta casa? Esta casa lleva habitada por mi familia desde hace ciento cincuenta años. Eso no la convierte en algo sagrado ni nada por el estilo, claro está, y la casa se ha ampliado y ha sufrido reformas muchas veces. He pensado a veces en vivir en una casita moderna, con los suelos nivelados y baños arreglados, y una cocina moderna con muchos enchufes. Sin que el calentador del agua se vea, aislamiento sonoro… ¡Una plaza de aparcamiento!

Deslumbrada ante la imagen, tragué saliva.

—Me lo pensaré —dije, sintiéndome atrevida por el mero hecho de plantearme la idea—. Pero en estos momentos no puedo pensar apenas en nada. Sólo esperar a que llegue mañana ya será bastante duro.

Pensé en las horas que la policía había dedicado a la búsqueda de Jason. De pronto me sentía agotada. No podía ni intentar inventarme una historia que contarles.

—Tienes que acostarte —dijo Sam.

No pude sino asentir.

—Gracias, Sam. Muchas gracias. —Nos levantamos y le di un abrazo. Se convirtió en un abrazo más prolongado de lo que tenía pensado, pues me resultó inesperadamente relajante y confortable—. Buenas noches —dije—. Y conduce con cuidado, por favor. —Pensé por un momento en ofrecerle una de las camas de la planta de arriba, pero tenía siempre el piso cerrado y allá arriba debía de hacer un frío terrible; y tendría que subir y preparar la cama. Estaría más cómodo yendo a su casa, aun con la nieve.

—Lo haré —dijo, y me soltó—. Llámame por la mañana.

—Gracias de nuevo.

—Ya basta de gracias —dijo. Eric había clavado un par de clavos en la puerta principal para que cerrase hasta que yo comprara un nuevo pestillo. Cerré con llave la puerta trasera cuando se hubo marchado Sam, y a duras penas me cepillé los dientes y me puse el camisón antes de meterme en la cama.

Lo primero que hice a la mañana siguiente fue ir a ver cómo estaba mi hermano. Jason seguía profundamente dormido y a la luz del sol pude ver con claridad las consecuencias de su encarcelamiento. Llevaba barba de varios días. Incluso dormido, parecía mayor. Tenía moratones por todos lados, y eso que sólo le veía la cara y los brazos. Abrió los ojos cuando me senté en la cama. Sin moverse, recorrió la habitación con la mirada. Y se detuvo cuando se encontró con mi cara.

—No lo he soñado, ¿verdad? —dijo. Hablaba con voz ronca—. Tú y Sam vinisteis a rescatarme. Me soltaron. La pantera me soltó.

—Sí.

—Y ¿qué pasó mientras yo no estaba? —preguntó a continuación—. Espera, ¿puedo ir al baño y tomarme una taza de café antes de que me lo cuentes?

Me gustó que preguntara antes de ponerse a hablar él (hablar sin parar era uno de sus rasgos característicos) y me alegré de decirle que sí e incluso de ir a prepararle el café. Jason parecía encantado en la cama con su taza de café con azúcar, y se acomodó entre los almohadones mientras charlábamos.

Le conté lo de la llamada de Catfish, nuestro ir y venir con la policía, la búsqueda en el jardín y que me había llevado de su casa su rifle Benelli, que me exigió ver de inmediato.

—¡Lo has disparado! —dijo sorprendido, después de examinarlo.

Me quedé mirándolo.

—Me imagino que funcionó tal y como se supone debe funcionar una escopeta de caza —dijo—. Ya que te veo aquí sentada y con buen aspecto.

—Gracias, y no vuelvas a preguntármelo —dije.

Asintió.

—Ahora tenemos que pensar en la historia que le contaremos a la policía.

—Me imagino que no podemos contarles la verdad.

—Por supuesto, Jason, contémosles que el pueblo de Hotshot está lleno de hombres pantera y que como te acostaste con una de ellos, su amigo también quiso convertirte en hombre pantera, para que ella no te prefiriera a ti antes que a él. Y que por eso se transformó cada día en pantera y se dedicó a morderte.

Hubo una prolongada pausa.

—Ya me imagino la cara de Andy Bellefleur —dijo Jason, casi abatido—. Aún no ha superado que el año pasado me declararan inocente del asesinato de aquellas dos chicas. Le habría encantado que me hubiesen declarado neurótico perdido. Catfish habría tenido que despedirme y no creo que me gustara mucho quedarme ingresado en una clínica mental.

—Lo que es evidente es que tus oportunidades de salir con chicas se habrían visto limitadas.

—Crystal… ¡Dios, qué chica! Y mira que me lo advertiste. Pero estaba tan colado por ella. Y resulta que era una…, bueno, ya lo sabes.

—Por el amor de Dios, Jason, es una cambiante. No sigas refiriéndote a ello como si fuese el monstruo de la laguna Negra, o Freddy Krueger, o yo qué sé.

—Sook, sabes muchas cosas que los demás no sabemos, ¿verdad? Empiezo a darme cuenta.

—Sí, supongo.

—Aparte de los vampiros.

—Sí.

—Hay mucho más.

—Intenté decírtelo.

—Yo me creía todo lo que contabas, pero no lo acababa de captar. Hay gente que conozco —me refiero, además de Crystal— que no siempre es persona, ¿no es eso?

—Eso es.

—¿Cómo cuánta gente?

Conté los seres de dos naturalezas que había visto en el bar: Sam, Alcide, aquella pequeña mujer zorro que estaba tomando copas con Jason y Hoyt hacía un par de semanas…

—Al menos tres —respondí.

—Y ¿cómo sabes tú todo esto?

Me quedé mirándolo.

—Está bien —dijo, después de una larga pausa—. No quiero saberlo.

—Y ahora, tú —dije con delicadeza.

—¿Estás segura?

—No, y no lo estaremos hasta de aquí a un par de semanas —dije—. Calvin te ayudará si lo necesitas.

—¡No pienso permitir que esos me ayuden! —Los ojos de Jason echaban chispas y parecía volver a estar lleno de energía.

—No te queda otra alternativa —dije, intentando no ser brusca—. Y Calvin no sabía que estabas allí. Es un buen tipo. Pero aún no es momento de hablar de ello. Lo que tenemos que pensar ahora es qué le decimos a la policía.

Pasamos como mínimo una hora repasando nuestras historias. Intentando encontrar partes de verdad que nos ayudaran a urdir un plan.

Al final llamé a comisaría. La telefonista del turno de día estaba harta de oír mi voz, pero seguía intentando mostrarse amable.

—Sookie, tal y como te dije ayer, cariño, te llamaremos cuando averigüemos alguna cosa sobre Jason —dijo, intentando reprimir la exasperación que realmente existía detrás de aquel tono conciliador.

—Ya lo he encontrado —dije.

—¿Qué…, qué? —El grito fue alto y claro. Incluso Jason hizo una mueca de disgusto.

—Que ya lo he encontrado.

—Enviaré a alguien enseguida.

—Estupendo —dije, aun sin sentirlo.

Tuve la previsión de quitar los clavos de la puerta principal antes de que llegara la policía. No me apetecía que me preguntasen qué le había pasado a la puerta. Jason me había mirado con extrañeza cuando me vio con el martillo, pero no dijo una palabra.

—¿Dónde está tu coche? —preguntó de entrada Andy Bellefleur.

—En el Merlotte's.

—¿Por qué?

—¿Puedo contároslo una sola vez a ti y a Alcee cuando estéis juntos? —Alcee Beck estaba subiendo las escaleras de acceso a la casa. Él y Andy habían venido juntos y al ver a Jason acostado en el sofá, tapado, ambos se detuvieron en seco. Entonces me di cuenta de que nunca habían esperado volver a ver a Jason con vida.

—Me alegro de verte sano y salvo, tío —dijo Andy, y le estrechó la mano a Jason. Tomaron asiento, Andy en el sillón reclinable de la abuela y Alcee en el sillón que normalmente ocupo yo. Me instalé en el sofá, a los pies de Jason—. Nos alegramos de verte en el mundo de los vivos, Jason, pero tenemos que saber dónde has estado y qué te ha pasado.

—No tengo ni idea —dijo Jason.

Y siguió manteniéndolo durante horas.

No existía historia creíble que Jason pudiese contar y que justificase todo lo sucedido: su ausencia, su deplorable estado físico, las marcas de mordiscos, su repentina reaparición. Lo único que podía decir era que lo último que recordaba era haber oído un ruido curioso mientras estaba en casa pasándoselo bien con Crystal y haber recibido un golpe en la cabeza cuando había salido a investigar. No recordaba nada hasta que, no sabía cómo, se había sentido empujado desde el interior de un vehículo y había aparecido en mi jardín la noche anterior. Yo lo había encontrado cuando Sam me trajo a casa al salir del trabajo. Había vuelto a casa en el coche de Sam porque me daba miedo conducir con tanta nieve.

Naturalmente, habíamos hablado el tema con Sam previamente, y él se había mostrado de acuerdo, a regañadientes, en que era la mejor forma de salir del asunto. Sabía que a Sam no le gustaban las mentiras, como tampoco me gustaban a mí, pero teníamos que mantener cerrada aquella caja de los truenos.

La belleza de la historia radicaba en su sencillez. Mientras Jason fuera capaz de resistir la tentación de adornarla, seguiría a salvo. Sabía que le resultaría duro, pues a Jason le encantaba hablar, y le encantaba hablar exagerando. Pero mientras permanecí allí sentada, recordándole las consecuencias, mi hermano consiguió contenerse. Tuve que levantarme a prepararle otra taza de café —los policías no querían más— y cuando entré de nuevo en la sala de estar, me encontré a Jason diciendo que creía recordar una habitación oscura y fría. Lo miré fijamente y dijo entonces:

—Pero tengo la cabeza tan confusa que tal vez no sea más que un sueño.

Andy miró a Jason, y luego me miró a mí, cada vez más rabioso.

—No os entiendo —dijo, casi gruñendo—. Sookie, sé que estabas preocupada por él. Eso no me lo invento, ¿verdad?

—No, me alegro de tener a mi hermano de vuelta. —Le di unos golpecitos en el pie, que seguía debajo de la manta.

—Y tú, tú no querías estar dondequiera que estuvieras, ¿no? Has faltado al trabajo, hemos gastado miles de dólares del presupuesto local en tu búsqueda, has trastornado la vida de centenares de personas. ¡Y ahora estás aquí, mintiéndonos! —La voz de Andy se transformó casi en un grito al final de la frase—. ¡Y ahora, la misma noche en que tú apareces, ese vampiro desaparecido que sale en todos los carteles resulta que llama a la policía de Shreveport para decir que también ha recuperado la memoria! ¡Y en Shreveport tienen un incendio rarísimo donde se recuperan cuerpos de todo tipo! ¡Y pretendes decirme que no hay ninguna conexión!

Jason y yo nos miramos boquiabiertos. De hecho, no existía ninguna conexión entre el caso de Jason y el de Eric. No se nos había ocurrido lo extraño de la coincidencia.

—¿Qué vampiro? —preguntó Jason. Lo hizo tan bien, que casi le creí incluso yo.

—Larguémonos, Alcee —dijo Andy. Cerró el cuaderno. Se guardó el bolígrafo en el bolsillo de la camisa con tanta fuerza que me sorprendió que no se destrozara el bolsillo—. Este cabrón nunca nos contará la verdad.

—¿No crees que lo haría si pudiese? —dijo Jason—. ¿No crees que me encantaría ponerle las manos encima a quién me ha hecho esto? —Sonaba absolutamente sincero, al cien por cien, porque lo era. Los dos detectives vieron cómo su incredulidad se desmoronaba, sobre todo Alcee Beck. Pero aun así, se marcharon poco satisfechos. Me sentaba mal, pero no podía hacer nada al respecto.

A última hora, Arlene pasó a recogerme por casa para ir a buscar el coche en el Merlotte's. Se alegró de ver a Jason y le dio un fuerte abrazo.

—Tenías a tu hermana un poco preocupada, pillín —dijo—. No vuelvas a darle a Sookie nunca más un susto como éste.

—Haré lo posible —dijo Jason, con algo que se aproximaba bastante a su vieja sonrisa maliciosa—. Ha sido una buena hermana para mí.

—Eso sí que es una verdad como un templo —dije, algo amargada—. Cuando vuelva con el coche, creo que te llevaré a tu casa, hermano.

Jason pareció asustado. Nunca le había gustado estar solo en casa y después de pasar tantas horas de soledad en el frío de aquel cobertizo, tal vez le gustara aún menos.

—Me apuesto lo que quieras a que ahora que se han enterado de que has regresado, todas las chicas de Bon Temps están preparando comida para traerte a casa —dijo Arlene. La cara de Jason se iluminó de forma perceptible—. Sobre todo porque he estado explicando a todo el mundo que has vuelto hecho un pobrecito inválido.

—Gracias, Arlene —dijo Jason, que cada vez era más él.

De camino a la ciudad, se lo agradecí también.

—Muchas gracias por animarle. No tengo ni idea de todo lo que ha pasado, pero me parece que lo va a pasar mal hasta recuperarse del todo.

—Cariño, no es necesario que te preocupes por Jason. Es un superviviente por naturaleza. No sé por qué no se presentó a ese programa.

Nos estuvimos riendo todo el camino hasta la ciudad con la idea de rodar un episodio de Supervivientes en Bon Temps.

—¿Tú qué crees? Con esos bosques llenos de jabalíes y con esa huella de pantera, se lo pasarían bien con un Supervivientes: Bon Temps —dijo Arlene—. No te imaginas lo mucho que nos reiríamos de ellos Tack y yo.

Aquello me proporcionó una buena entrada para bromear sobre Tack, un tema que le encantaba a Arlene, y al final acabó animándome tanto como lo había hecho con Jason. Arlene era muy buena en eso. Mantuve una breve conversación con Sam en el almacén del Merlotte's y me explicó que Andy y Alcee ya habían ido a verle para comprobar si su relato coincidía con el mío.

Prácticamente me echó del almacén antes de que pudiera volver a darle las gracias.

Llevé a Jason a su casa, aunque dio claras muestras de que le apetecía quedarse conmigo una noche más. Cogí también el rifle Benelli y le dije que aquella tarde se dedicara a limpiarlo. Me prometió que lo haría, y cuando me miró, adiviné que quería preguntarme de nuevo por qué había tenido que utilizarlo. Pero no lo hizo. Aquellos últimos días le habían servido a Jason para aprender muchas cosas.

Volvía a trabajar en el turno de noche, de modo que tendría poco tiempo libre cuando llegara a casa antes de prepararme para ir al trabajo. Pero el día pintaba bien. De camino a casa no encontré hombres corriendo por la carretera y, en el transcurso de las dos horas siguientes, tampoco telefoneó nadie ni apareció nadie con una crisis inminente. Pude cambiar las sábanas de las dos camas, lavarlas, barrer la cocina y poner en su sitio el armario que disimulaba el escondite. Pero entonces llamaron a la puerta.

Sabía quién sería. Estaba ya oscuro y, por supuesto, era Eric.

Me miró con una cara no muy feliz.

—Estoy algo confuso —dijo sin más preámbulos.

—Y por lo tanto, tengo que dejar todo lo que tengo entre manos para ayudarte —dije, poniéndome al instante en plan de ataque.

Levantó una ceja.

—Seré educado y te preguntaré si puedo pasar. —No le había rescindido la invitación, pero él no quería irrumpir en mi casa sin permiso. Muy diplomático.

—Sí, pasa. —Me hice atrás.

—Hallow ha muerto, después de haber sido obligada a deshacer mi maleficio, evidentemente.

—Pam ha hecho un buen trabajo.

Eric asintió.

—Era Hallow o yo —dijo—. Prefiero haber sido yo.

—¿Por qué eligió Shreveport?

—Sus padres fueron encarcelados en Shreveport. También eran brujos, y además eran estafadores. Utilizaban la magia para convencer a sus víctimas de su sinceridad. En Shreveport se les terminó la racha de suerte. La comunidad sobrenatural se negó a hacer nada para sacarlos de la cárcel. Estando entre rejas, la mujer se vio implicada en una pelea con una sacerdotisa vudú y el hombre tuvo también una pelea con navajas, y todo eso.

—Buenos motivos para tenérsela jugada a los sobrenaturales de Shreveport.

—Dicen que he pasado varias noches aquí. —Eric había decidido de pronto cambiar de tema.

—Sí —le confirmé. Intenté mostrarme interesada en lo que tuviera que decir.

—Y durante ese tiempo…, ¿nunca…?

No quise fingir no entender lo que quería preguntarme.

—¿Te parece eso probable, Eric?

No se había sentado, y se acercó un poco más a mí, como si mirándome fijamente pudiera conocer la verdad. Le habría resultado fácil de dar un paso más, de estar incluso más cerca.

—No lo sé —dijo—. Y me siento un poco incómodo por ello.

Sonreí.

—¿Te gusta estar de nuevo trabajando?

—Sí. Pero Pam lo ha dirigido todo muy bien durante mi ausencia. He enviado flores al hospital. Para Belinda y para una mujer lobo llamada María Cometa, o algo por el estilo.

—María Estrella Cooper. A mí no me has enviado —observé con cierto sarcasmo.

—No, pero te dejé algo más importante debajo del salero —dijo, siguiendo mi tono—. Tendrás que pagar impuestos sobre esa cantidad. Por lo que te conozco, estoy seguro de que le darás una parte a tu hermano. He oído decir que ya ha aparecido.

—Así es —respondí brevemente. Sabía que estaba acercándome al punto de acabar estallando, y sabía también que tenía que marcharse pronto para evitarlo. Había aconsejado a Jason que mantuviera la boca cerrada, pero ahora me costaba mucho aplicarme a mí esa misma receta—. ¿Qué es lo que quieres decir?

—El dinero no durará mucho tiempo.

No creo que Eric fuese consciente de la enorme cantidad que eran cincuenta mil dólares para mis estándares.

—¿Qué quieres saber? Estoy segura de que quieres alguna cosa, pero no tengo ni idea de qué es.

—¿Existe algún motivo por el que pueda haber encontrado tejido cerebral en la manga de mi chaqueta?

Noté que me quedaba blanca. Y a continuación, me encontré sentada en el sofá con Eric a mi lado.

—Creo que hay ciertas cosas que no estás contándome, querida Sookie —dijo. Pero su voz era amable.

La tentación resultaba abrumadora.

Pero pensé en el poder que Eric tendría entonces sobre mí, más poder incluso del que tenía ahora; sabría que me había acostado con él, y sabría que había matado a una mujer y que él era el único testigo. Sabría que no sólo me debía la vida (probablemente), sino que yo también le debía la mía.

—Me gustabas más cuando no recordabas quién eras —dije, y con esa verdad en primer plano de mi mente, supe que tenía que mantener la calma.

—Unas palabras duras —dijo, y casi me creo que estuviera realmente dolido.

Por suerte para mí, alguien más llamó a la puerta. Era una llamada fuerte e insistente, y me sentí alarmada por un momento.

Era Amanda, la mujer lobo de Shreveport que me había insultado.

—Hoy vengo por un asunto oficial —dijo—, por lo que seré educada.

Un cambio de actitud que no estaba mal.

Saludó a Eric con un ademán de cabeza y dijo:

—Me alegro de ver que has recuperado la cabeza, vampiro —dijo en un tono de total indiferencia. Se notaba que los licántropos y los vampiros de Shreveport habían retomado su antiguo tipo de relación.

—Y yo también me alegro de verte, Amanda —dije.

—Por supuesto —dijo, aunque sin darle importancia—. Estamos haciendo interrogatorios por encargo de los cambiantes de Jackson.

Oh, no.

—¿Sí? Siéntate, por favor. Eric estaba a punto de marcharse.

—No, me encantaría quedarme para escuchar las preguntas de Amanda —dijo Eric, resplandeciente.

Amanda me miró levantando las cejas.

Poco podía hacer para alterar la situación.

—Oh, sí, quédate, por supuesto —dije—. Sentaos los dos, por favor. Lo siento, pero no tengo mucho tiempo pues de aquí a un rato tengo que irme a trabajar.

—En este caso, iré directa al grano —dijo Amanda—. Hace dos noches, la mujer de la que abjuró Alcide…, la cambiante de Jackson, aquella que llevaba ese peinado tan raro…

Moví afirmativamente la cabeza, para indicarle que la seguía. Eric no se enteraba de nada. Y seguiría sin enterarse.

—Debbie —recordó la mujer lobo—. Debbie Pelt.

Eric puso los ojos como platos. Sí que recordaba aquel nombre. Empezó a sonreír.

—¿Qué Alcide abjuró de ella? —preguntó.

—Tú estabas allí presente —le espetó Amanda—. Oh, claro, lo olvidaba. Eso fue mientras estabas bajo aquel maleficio.

Le encantó decir aquello.

—Pues resulta que Debbie no regresó a Jackson. Su familia está preocupada por ella, sobre todo desde que se han enterado de lo de Alcide, y temen que pueda haberle pasado alguna cosa.

—¿Por qué piensas que me habría dicho algo a mí?

Amanda hizo una mueca.

—Bien, la verdad es que creo que antes habría comido cristal que volver a hablar contigo. Pero estamos obligados a interrogar a todos los presentes.

De modo que no era más que una cuestión rutinaria. No es que me hubiesen identificado por alguna razón. Noté que me relajaba. Por desgracia, también podía notarlo Eric. Yo llevaba su sangre, podía adivinar cosas sobre mí. Eric se levantó y se fue a la cocina. Me pregunté qué estaría haciendo.

—No la he visto desde aquella noche —dije, lo que era verdad, pues no especifiqué desde qué hora—. No tengo ni idea de dónde puede estar. —Y eso era más cierto aún.

—Nadie ha reconocido haber visto a Debbie desde que abandonó la zona de la batalla —me explicó Amanda—. Se marchó de allí en su coche.

Eric regresó a la sala. Le miré de reojo, preocupada por lo que pudiera estar tramando.

—¿Han visto su coche? —preguntó Eric.

No sabía que precisamente era él quien lo había escondido.

—Ni rastro —dijo Amanda—. Estoy segura de que se ha largado a alguna parte para superar su rabia y su humillación. Que abjuren de ti es terrible. Hacía años que no oía mencionar esa palabra.

—¿Piensa otra cosa su familia? ¿Qué se ha ido a alguna parte para reflexionar sobre el tema?

—Temen que haya atentado contra su vida —dijo Amanda. Intercambiamos miradas, demostrando con ello que coincidíamos en la probabilidad de que Debbie se hubiese suicidado—. No creo que hiciera nada tan conveniente —dijo Amanda, que tuvo la sangre fría de expresar en voz alta lo que yo no me atreví a decir.

—¿Cómo lo está llevando Alcide? —pregunté con cierta ansiedad.

—No puede sumarse a la búsqueda —observó—, pues fue él quien abjuró de ella. Actúa como si no le importase, pero me he dado cuenta de que el coronel va llamándolo para tenerlo al corriente de lo que pasa. Que no es nada, hasta este momento. —Amanda se incorporó, y yo me levanté también para acompañarla a la puerta—. Parece que estamos en temporada de desapariciones —dijo—. Pero he oído por radio macuto que tu hermano ha regresado, y veo que Eric parece haber recuperado su estado normal. —Le lanzó una mirada para dejarle claro que su personalidad normal le gustaba muy poco—. Ahora es Debbie la que ha desaparecido, pero a lo mejor reaparece también. Siento haberte molestado.

—No pasa nada. Buena suerte —dije, un deseo que no tenía sentido, dadas las circunstancias. Cerré la puerta y deseé con desesperación poder salir también, subirme al coche e irme a trabajar.

Me volví. Eric se había levantado.

—¿Te vas? —pregunté, incapaz de evitar sonar sorprendida y aliviada a la vez.

—Sí, has dicho que tenías que ir a trabajar —dijo.

—Y así es.

—Te sugiero que te pongas la chaqueta, la que es demasiado ligera para el tiempo que hace —dijo—. Tu abrigo sigue en mal estado.

Lo había puesto a lavar en agua fría, pero supuse que no lo había mirado bien para asegurarme de que todas las manchas se hubieran ido. Eso era lo que había ido a hacer Eric, buscar mi abrigo. Lo había encontrado colgado en el porche trasero y lo había inspeccionado.

—De hecho —dijo Eric, dirigiéndose a la puerta—, lo he tirado. Tal vez lo he quemado.

Se marchó, cerrando con mucho cuidado la puerta a sus espaldas.

Sabía, con la misma seguridad que sabía cómo me llamaba, que mañana me enviaría otro abrigo, en el interior de una caja preciosa, con un gran lazo. Sería de la talla correcta, de buena marca y sería caliente.

Era de color rojo arándano, con forro y capucha de quita y pon y botones de carey.