Me imagino que Pam estuvo ocupada con Hallow hasta que el amanecer se vislumbró en el horizonte. Yo dormí tan profundamente, necesitada como estaba de curación tanto física como mental, que no me desperté hasta las cuatro de la tarde. Era un día gris e invernal, de esos que te lleva a encender la radio para enterarte de si se avecina una tormenta de nieve. Comprobé si en el porche trasero tenía leña suficiente para tres o cuatro días.
Eric se despertaría temprano.
Me vestí y desayuné a paso de tortuga, intentando comprender mi estado mental.
Me encontraba bien físicamente. Algún que otro moratón, un poco de dolor muscular…, nada de importancia. Era la segunda semana de enero y seguía cumpliéndose mi propósito de Año Nuevo.
Por otro lado —y siempre existe el otro lado—, mentalmente, o quizá emocionalmente, no me sentía muy estable. Por práctico que seas, por fuerte que sea tu estómago, es imposible hacer algo como lo que yo había hecho sin sufrir las consecuencias.
Así tenía que ser.
Cuando caí en que Eric se levantaría pronto, pensé en hacer algunos arrumacos antes de ir a trabajar. Y en el placer de estar con alguien que me consideraba tan importante.
No se me ocurrió que el maleficio se habría roto.
Eric se levantó a las cinco y media. Cuando oí movimiento en la habitación de invitados, di unos golpecitos a la puerta y la abrí. Se volvió de repente, con los colmillos a la vista y las manos curvadas como garras, a la defensiva.
A punto estuve de decir "Hola, cariño", pero la precaución me dejó muda.
—Sookie —dijo él lentamente—. ¿Estoy en tu casa?
Me alegré de haberme vestido.
—Sí —respondí, organizando rápidamente mis pensamientos—. Has estado aquí para estar seguro. ¿Sabes lo que ha pasado?
—Estuve en una reunión con una gente nueva —dijo, con voz dudosa—. ¿No? —Observó sorprendido su ropa comprada en Wal-Mart—. ¿Cuándo he comprado esto?
—Tuve que comprártelo —dije.
—¿Y también me vestiste? —preguntó, recorriendo con las manos su torso, y más abajo. Me ofreció una de las típicas sonrisas de Eric.
No lo recordaba. Nada.
—No —respondí. Tuve por un momento la imagen de Eric duchándose conmigo. La mesa de la cocina. La cama.
—¿Dónde está Pam? —preguntó.
—Tendrías que llamarla —dije—. ¿Recuerdas algo de lo de ayer?
—Ayer tuve una reunión con los brujos —dijo, como si aquello fuera indiscutible.
Negué con la cabeza.
—Eso fue hace ya unos días —le expliqué, incapaz de calcular el número—. ¿No recuerdas lo de anoche, después de que regresáramos de Shreveport? —seguí presionándolo, viendo de repente un rayo de luz en todo aquello.
—¿Hicimos el amor? —preguntó esperanzado—. ¿Sucumbiste finalmente a mí, Sookie? Es sólo cuestión de tiempo, es evidente. —Me sonrió.
"No, anoche estuvimos limpiando y enterrando un cuerpo", pensé.
Yo era la única que lo sabía. Y ni siquiera sabía dónde estaban enterrados los restos de Debbie, ni lo que había sido de su coche.
Me senté en el borde de mi vieja camita. Eric me miró con atención.
—¿Va algo mal, Sookie? ¿Qué ha pasado mientras yo estaba…? ¿Por qué no recuerdo nada de lo sucedido?
El silencio es oro.
Bien está lo que bien acaba.
Ojos que no ven, corazón que no siente. (Ojalá fuera eso cierto).
—Seguro que Pam llegará en cualquier momento —dije—. Creo que dejaré que sea ella quien te lo explique todo.
—¿Y Chow?
—No, Chow no vendrá. Murió anoche. Fangtasia tiene mala suerte con los camareros.
—¿Quién lo mató? Me tomaré mi venganza.
—Ya lo has hecho.
—Te pasa algo más —dijo Eric. Siempre había sido muy astuto.
—Sí, me pasan muchas cosas. —Me habría encantado abrazarlo allí mismo, pero no serviría más que para complicar las cosas—. Y creo que va a nevar.
—¿Nevar? ¿Aquí? —Eric estaba feliz como un niño—. ¡Me encanta la nieve!
¿Por qué no me sorprendía?
—A lo mejor nos nieva estando juntos —dijo en tono sugerente, arqueando sus rubias cejas.
Me eché a reír. No pude evitarlo. Era muchísimo mejor que llorar, algo que había hecho con frecuencia últimamente.
—Como si el tiempo te hubiera impedido alguna vez hacer lo que desearas —dije, y me levanté—. Vamos, te calentaré un poco de sangre.
Aquellas noches de intimidad me habían ablandado bastante y tenía que vigilar mi comportamiento. A punto estuve de acariciarlo cuando pasé por su lado, y en otra ocasión casi le doy un beso y tuve que fingir que se me había caído algo en el suelo.
Cuando media hora después llamó Pam a la puerta, yo estaba preparada para irme a trabajar y Eric nervioso.
En cuanto Pam se sentó delante de él, Eric empezó a bombardearla a preguntas. Les dije que yo tenía que irme, y creo que ni siquiera se dieron cuenta de que salía de la casa por la puerta de la cocina.
Después de la cena, que estuvo concurrida, aquella noche no hubo mucha gente en el Merlotte's. Unos cuantos copos de nieve sirvieron para convencer a muchos parroquianos habituales de que era buena idea volver a casa sobrio. De todos modos, el número de clientes era suficiente para mantenernos a Arlene y a mí moderadamente ocupadas. Mientras cargaba la bandeja con varias jarras de cerveza, Sam se me acercó para enterarse de lo sucedido la noche anterior.
—Te lo contaré después —le prometí, pensando que tendría que pulir con cuidado mi historia.
—¿Alguna pista sobre Jason?
—Nada —dije, sintiéndome más triste que nunca. La telefonista de la policía a punto había estado de morderme cuando le pregunté si tenía noticias.
Kevin y Kenya se pasaron por el bar al acabar su turno. Cuando les llevé sus bebidas a la mesa (un bourbon con cola y un gin-tonic), dijo Kenya:
—Hemos estado buscando a tu hermano, Sookie. Lo siento.
—Ya sé que estáis haciendo todo lo que podéis —dije—. Y no sabes cómo aprecio que organizaseis esa batida. Ojalá… —Y no se me ocurrió qué más decir. Gracias a mi tara, sabía algo sobre cada uno de ellos que el otro no sabía. Estaban mutuamente enamorados. Pero Kevin sabía que su madre le metería la cabeza en el horno antes que verlo casado con una mujer de color, y Kenya sabía que sus hermanos estamparían a Kevin contra una pared antes que verlo desfilar por el pasillo de la iglesia con ella.
Y yo lo sabía, pese a que ninguno de los dos lo sabía; no me gustaba nada enterarme de aquellos asuntos personales, aquellos asuntos tan íntimos, que no podía evitar conocer.
Peor que saberlo, incluso, era la tentación de interferir. Me dije muy seriamente que ya tenía bastantes problemas como para andar dando guerra a los demás. Por suerte, el resto de la noche estuve lo bastante ocupada como para olvidarme de aquella tentación. Aunque no podía revelar aquel tipo de secretos, recordé que a ambos agentes les debía mucho. Si me enteraba de algo que pudiera dárselo a conocer, lo haría.
Cuando el bar cerró, ayudé a Sam a poner las sillas sobre las mesas para que Terry Bellefleur pudiera limpiar y arreglar los lavabos a primera hora de la mañana. Arlene y Tack se habían marchado ya, cantando a coro Let It Snow. La nieve estaba cuajando, aunque no creía que aguantara hasta la mañana.
Pensé en las criaturas que habitan en el bosque, intentando refugiarse para mantenerse calientes y secas. Sabía que Debbie Pelt yacía en un agujero en algún rincón de la espesura, fría para siempre.
Me pregunté cuánto tiempo seguiría pensando en ella así, y confié en recordar siempre con claridad lo mala persona, lo vengativa y asesina que llegó a ser.
Llevaba un par de minutos mirando por la ventana cuando Sam apareció detrás de mí.
—¿En qué piensas? —preguntó. Me agarró por la muñeca y noté la fuerza de sus dedos.
Suspiré, no por primera vez.
—Estaba preguntándome por Jason —dije. Se acercaba bastante a la verdad.
Me dio unos golpecitos en la espalda para consolarme.
—Cuéntame lo de anoche —dijo, y por un segundo pensé que estaba preguntándome por Debbie. Entonces, naturalmente, me di cuenta de que se refería a la batalla con los brujos, así que me dispuse a contárselo.
—Así que Pam ha venido a tu casa esta noche. —Sam parecía satisfecho con eso—. Debe de haber machacado a Hallow hasta obligarla a deshacer el hechizo. ¿Eric ha vuelto a ser él?
—Por lo que yo sé, sí.
—¿Y qué ha comentado de su experiencia?
—No recuerda absolutamente nada —dije—. No tiene ni idea.
Sam apartó la vista y me dijo:
—Y ¿cómo lo llevas tú?
—Creo que es lo mejor —le dije—. Definitivamente. —Pero cuando regresara a casa volvería a encontrarme con un hogar vacío. La idea acechaba en el linde de mi conciencia, pero no quería afrontarla directamente.
—Es una pena que no hayas trabajado en el turno de tarde —dijo, siguiendo extrañamente el hilo de mi pensamiento—. Ha venido Calvin Norris.
—¿Y?
—Creo que ha venido con la esperanza de verte.
Lancé a Sam una mirada escéptica.
—Ya.
—Creo que va en serio, Sookie.
—Sam —dije, sintiéndome tremendamente herida—. Estoy sola, y a veces no es divertido, pero no tengo por qué aceptar a un hombre lobo por el simple hecho de me haga proposiciones.
Sam se quedó algo desconcertado.
—No tendrías por qué hacerlo. Los habitantes de Hotshot no son hombres lobo.
—Dijo que lo eran.
—No, no son hombres lobo. Lo que sucede es que son demasiado orgullosos para autodenominarse cambiantes, pero eso es lo que son. Son hombres pantera.
—¿Qué? —Juro que empecé a ver lucecitas flotando en el aire.
—¿Sookie? ¿Qué sucede?
—¿Panteras? ¿No sabías que la huella que encontraron en el embarcadero de casa de Jason era una huella de pantera?
—No, nadie me dijo nada sobre una huella. ¿Estás segura?
Le miré exasperada.
—Claro que sí. Estoy segura. Y Jason desapareció la noche que Crystal Norris le esperaba en su casa. Debes de ser el único camarero del mundo que no se entera de todos los chismorreos de su ciudad.
—¿Crystal? ¿Es la chica de Hotshot que estuvo con él en Nochevieja? ¿Aquella chica flacucha de pelo negro que estaba el día de la batida?
Moví afirmativamente la cabeza.
—¿Aquélla a la que tanto quiere Felton?
—¿Quién?
—Felton, ya sabes, el que también vino el día de la batida. La chica ha sido siempre su gran amor.
—¿Y cómo lo sabes? —Puesto que yo, que soy aquí la vidente, no me había enterado, me había picado.
—Me lo contó una noche que había bebido demasiado. Estos tipos de Hotshot no vienen mucho por aquí, pero cuando lo hacen, beben de verdad.
—Y ¿por qué vendría también a la batida?
—Pienso que es mejor que vayamos directamente a formularles unas cuantas preguntas.
—¿A estas horas?
—¿Tienes algo mejor que hacer?
Tenía razón, y era evidente que quería saber si tenían secuestrado a mi hermano o podían explicarme qué le había pasado. En cierto sentido, sin embargo, me daba miedo descubrirlo.
—Esa chaqueta es demasiado ligera para el tiempo que hace, Sookie —dijo Sam, mientras recogíamos.
—Tengo el abrigo lavando —dije. De hecho, no había tenido tiempo de ponerlo en la secadora, ni siquiera de mirar si las manchas de sangre habían desaparecido. Y estaba lleno de agujeros.
—Hmm… —Fue todo lo que dijo Sam, antes de prestarme un jersey de color verde para que me lo pusiera debajo de la chaqueta. Fuimos en la camioneta de Sam porque estaba nevando con fuerza y, como todos los hombres, Sam estaba convencido de que sabía conducir en la nieve, aunque prácticamente nunca lo hubiera hecho.
El viaje hasta Hotshot me pareció más largo al ser de noche, y con la nieve cayendo sin cesar.
—Gracias por llevarme, pero empiezo a pensar que estamos locos —dije, cuando íbamos ya por medio camino.
—¿Llevas puesto el cinturón? —preguntó Sam.
—Por supuesto.
—Bien —dijo, y seguimos adelante.
Llegamos por fin al pequeño poblado. No había farolas, claro está, pero un par de residentes debía de haber pagado para que instalasen luces de seguridad en los postes de la electricidad. En algunas ventanas se veía luz.
—¿Dónde piensas que deberíamos ir?
—A casa de Calvin. Es el que manda aquí —dijo Sam, muy seguro.
Recordé lo orgulloso que se había mostrado Calvin de su casa y sentía curiosidad por ver el interior. Tenía las luces encendidas y su camioneta aparcada delante. Salir del calor del coche para adentrarnos en la gélida noche fue como atravesar una cortina mojada que daba acceso a la puerta principal de la casa. Llamé y la puerta se abrió al cabo de un buen rato. Calvin puso cara de satisfacción hasta que vio que me acompañaba Sam.
—Pasad —dijo, no muy acogedoramente. Nos sacudimos educadamente los pies antes de entrar.
La casa era sencilla y limpia, decorada con muebles y fotografías, cosas baratas pero dispuestas con buen gusto. En ninguna de las fotografías aparecía gente, lo cual me resultó interesante. Paisajes. Animales salvajes.
—Una noche muy mala para andar conduciendo por ahí —observó Calvin.
Sabía que, por muchas ganas que tuviera de agarrarle por la camisa y zarandearle, tenía que andarme con cuidado. Aquel hombre era el gobernante allí. Y el tamaño que pudiera tener su reino carecía de importancia.
—Calvin —dije, tratando de mantener la calma—, ¿sabías que la policía encontró una huella de pantera en el embarcadero, junto a la huella de la bota de Jason?
—No —dijo al cabo de un buen rato. Veía la rabia crecer en su mirada—. Por aquí no nos llegan los chismorreos. Me preguntaba por qué los hombres de la batida iban armados, pero ya sabéis que ponemos a la gente nerviosa y nadie nos dirigió apenas la palabra. Una huella de pantera. Vaya.
—Hasta esta noche no me he enterado de que ésta es precisamente vuestra otra identidad.
Me miró fijamente.
—¿Piensas que alguno de nosotros secuestró a tu hermano?
Me quedé en silencio, sin apartar mi mirada de sus ojos. Sam seguía a mi lado.
—¿Piensas que Crystal se enfadó con tu hermano y le ocasionó algún daño?
—No —respondí. Sus ojos dorados eran cada vez más grandes y más redondos.
—¿Me tienes miedo? —preguntó de repente.
—No —respondí—. Claro que no.
—Felton —dijo.
Asentí.
—Vayamos a verle —propuso.
Rodeada de nuevo de oscuridad y nieve, con los copos pinchándome las mejillas, me alegré de que mi chaqueta tuviese capucha. Sam llevaba guantes y me cogió la mano cuando tropecé con alguna herramienta o juguete que había quedado tirado en el suelo del jardín de la casa contigua a la de Felton. Y mientras nosotros avanzábamos por el suelo de cemento del porche de casa de Felton, vimos que Calvin estaba llamando ya a la puerta.
—¿Quién es? —preguntó Felton.
—Abre —dijo Calvin.
Reconociendo su voz, Felton abrió de inmediato la puerta. La casa no parecía tan limpia como la de Calvin y el mobiliario no estaba puesto con gracia, sino más bien dispuesto de cualquier manera y apoyado todo en la pared más cercana. Sus movimientos no eran de ser humano, tendencia que esta noche parecía más pronunciada que el día de la batida. Felton, pensé, estaba más próximo a revertir a su naturaleza animal. La endogamia había hecho huella en él.
—¿Dónde está ese hombre? —preguntó Calvin sin más preámbulos.
Felton abrió los ojos de par en par y se tensó, como si estuviera pensando en salir corriendo. No dijo nada.
—¿Dónde está? —volvió a preguntar Calvin. Su mano se transformó en una garra y cruzó con ella la cara de Felton—. ¿Está vivo?
Me llevé la mano a la boca para sofocar un grito. Felton cayó de rodillas, con la cara atravesada por dos rasguños paralelos sanguinolentos.
—En el cobertizo de atrás —dijo.
Salí por la puerta principal a tanta velocidad que Sam apenas pudo seguirme. Al llegar a la esquina de la casa, tropecé y caí, cuan larga soy, sobre un montón de leña. Aunque sabía que después me dolería, me incorporé y me encontré sujetada por Calvin Norris que, igual que había hecho en el bosque, me levantó del suelo sin que me diera ni cuenta. Saltó por encima de la leña con gran elegancia y nos encontramos enfrente de la puerta del cobertizo, una de esas estructuras prefabricadas que tienen en Sears o Penney's. Cuando el camión del cemento viene a instalar la base, tienes que pedir ayuda a tus vecinos para montarla.
La puerta estaba cerrada con candado, pero este tipo de cobertizo no está pensado para evitar a determinados intrusos, y Calvin era un tipo muy fuerte. Rompió el candado, empujó la puerta y encendió la luz. Me resultó sorprendente que hubiera electricidad, pues no es lo habitual en estos casos.
Al principio no estuve muy segura de estar viendo a mi hermano, pues aquella criatura no se parecía en absoluto a Jason. Era rubio, eso sí, pero estaba tan sucio y olía tan mal que me estremecí. Y estaba azul de frío, pues sólo iba vestido con unos pantalones. Estaba tendido en el suelo de cemento sobre una sola manta.
Me arrodillé a su lado, acogiéndole lo mejor que pude entre mis brazos, y abrió los ojos.
—¿Sookie? —dijo, y percibí incredulidad en su voz—. ¿Sookie? ¿Estoy salvado?
—Sí —le respondí, aun no estando ni mucho menos segura de ello. Recordé lo que le había sucedido al sheriff que fue encontrado allí y acabó mal—. Vamos a llevarte a casa.
Le habían mordido.
Le habían mordido mucho.
—Oh, no —dije en voz baja, comprendiendo la importancia de los mordiscos.
—No lo he matado —dijo Felton desde fuera, a la defensiva.
—Le has mordido —dije, y mi voz sonó como si fuera la de otra persona—. Querías que fuera como tú.
—Así Crystal no lo preferiría a él. Ella sabe que tenemos que cruzarnos con gente de fuera, pero le gusto más yo —dijo Felton.
—De modo que lo secuestraste, lo encerraste aquí y te dedicaste a morderlo.
Jason estaba tan débil que no podía tenerse en pie.
—Llevadlo a la camioneta, por favor —dije secamente, incapaz de mirar a los ojos a nadie. Notaba la rabia creciendo en mi interior como una gran ola negra y era consciente de que tenía que reprimirla hasta que saliéramos de allí. Sabía que podía controlarme y conseguirlo. Sabía que podía.
Jason gritó cuando Calvin y Sam lo levantaron. Cogieron también la manta y lo envolvieron en ella. Salí detrás de ellos, camino de casa de Calvin y de la camioneta.
Había recuperado a mi hermano. Existían probabilidades de que se transformara en pantera de vez en cuando, pero lo había recuperado. No sabía si las reglas eran iguales para todos los cambiantes, pero Alcide me había contado que los hombres lobo que no lo eran de nacimiento, sino porque habían sido mordidos —hombres lobo creados, no hombres lobo genéticos— se transformaban en esas criaturas medio hombre, medio bestia, que salían en las películas de terror. Me obligué a dejar de pensar en aquello, y a disfrutar de la alegría de haber recuperado a mi hermano con vida.
Calvin ayudó a mi hermano a sentarse en la camioneta y Sam se instaló en el asiento del conductor. Cuando yo subiera, Jason quedaría sentado entre nosotros dos. Pero Calvin tenía aún algo más que decirme.
—Felton será castigado —dijo—. Ahora mismo.
El castigo de Felton no había estado hasta aquel momento en mi lista de cosas prioritarias en qué pensar, pero asentí, porque lo que quería era salir de allí de una vez.
—Si nos ocupamos de Felton, ¿iréis a informar a la policía? —preguntó. Se le veía rígido, como si intentara no darle importancia a la pregunta. Era un momento peligroso. Sabía lo que le sucedía a la gente que llamaba la atención hacia la comunidad de Hotshot.
—No —dije—. No ha sido más que Felton. —Aunque, naturalmente, Crystal debía de haber sabido algo. Me había dicho que aquella noche, en casa de Jason, había olido a animal. ¿Cómo era posible que no hubiera adivinado que era olor a pantera, cuando ella era una cambiante? Y seguramente siempre había sabido que la pantera en cuestión era Felton. Su olor tenía que resultarle familiar. Pero no era momento de tocar el tema; en cuanto tuviera tiempo para reflexionar sobre lo sucedido, Calvin se daría cuenta igual que me había dado cuenta yo—. Y es posible que mi hermano sea a partir de ahora uno más de vosotros. Os necesitará —añadí, en el tono de voz más tranquilo que conseguí emitir. Aunque no me salió muy logrado.
—Vendré a buscar a Jason la próxima noche de luna llena.
Volví a asentir.
—Gracias —le dije, porque sabía que nunca habría encontrado a Jason si él nos hubiera puesto obstáculos—. Ahora tengo que llevarme a mi hermano a casa. —Sabía que Calvin quería que lo tocara, quería que conectase con él de algún modo, pero yo no podía hacerlo.
—Claro —dijo, después de una larga pausa. El cambiante dio un paso atrás para dejarme subir al vehículo. Parecía haberse dado cuenta de que yo no necesitaba su ayuda en aquel momento.
Creía haber obtenido modelos cerebrales inusuales de los habitantes de Hotshot porque eran endogámicos. Jamás se me había ocurrido pensar que pudieran ser otra cosa distinta a hombres lobo. Lo había asumido. Recuerdo lo que mi entrenador de voleibol del instituto siempre decía sobre la palabra "asumir". Naturalmente, también nos decía que teníamos que darlo todo en la pista para que allí estuviera cuando volviéramos a ella, algo que aún no he logrado comprender.
Pero en cuanto a los supuestos asumidos, tenía razón.
Sam había puesto ya en marcha la calefacción del vehículo, aunque no al máximo. Estaba segura de que si la ponía demasiado fuerte, Jason empezaría a encontrarse mal. Y resultó, además, que en el momento en que Jason empezó a entrar en calor, su olor se hizo más evidente. Casi le pido disculpas a Sam por ello, pero era importante evitarle a Jason más humillaciones.
—Aparte de los mordiscos y del frío, ¿te encuentras bien? —le pregunté, cuando creí que Jason había dejado de temblar y podía empezar a hablar.
—Sí —respondió—. Sí. Cada noche, cada maldita noche, entraba en el cobertizo y se transformaba delante de mí. Y cada noche yo pensaba: "Me matará y me devorará". Y me mordía cada noche. Y luego, volvía a transformarse en humano y se largaba. Sabía que era difícil para él, después de haber olido la sangre…, pero nunca pasó de los mordiscos.
—Esta noche le matarán —dije—. A cambio de que no los delatemos a la policía.
—Me parece un buen trato —dijo Jason, y lo decía en serio.