Capítulo 13

Las consecuencias de una batalla son la melancolía y la repugnancia. Me imagino que a lo que pasó podríamos llamarlo batalla… O ¿tal vez mejor, refriega entre seres sobrenaturales? Había que asistir a los heridos, limpiar la sangre, enterrar los cuerpos. O, en este caso, eliminarlos… Pam decidió incendiar el almacén y dejar en el interior los cadáveres de los integrantes del aquelarre de Hallow.

No habían muerto todos. Hallow, por supuesto, seguía con vida. Había sobrevivido otra bruja, aunque estaba malherida y había perdido mucha sangre. De los hombres lobo, el coronel Flood estaba herido de gravedad; Mark Stonebrook había matado a Portugal. El resto estaban más o menos bien. Del contingente de vampiros sólo había muerto Chow. Los demás tenían heridas, algunas de ellas espectaculares, pero los vampiros se curaban pronto.

Me sorprendió que los brujos no nos hubiesen plantado más cara.

—Seguramente serían buenos brujos, pero no eran buenos luchadores —dijo Pam—. Fueron escogidos por sus habilidades mágicas y por sus ganas de seguir a Hallow, no por su destrezas en el campo de batalla. Hallow nunca debería haber intentado hacerse con Shreveport con esa pandilla.

—¿Por qué Shreveport? —le pregunté a Pam.

—Eso tengo que descubrirlo —dijo Pam, sonriendo.

Me estremecí. No quería ni pensar en los métodos que podría utilizar.

—¿Cómo piensas evitar que te eche un maleficio mientras la interrogas?

—Ya se me ocurrirá alguna cosa —respondió Pam. Seguía sonriendo.

—Lo siento por Chow —dije, algo dubitativa.

—El puesto de camarero en Fangtasia parece gafado —admitió Pam—. No sé si conseguiré encontrar a alguien que quiera sustituir a Chow. Tanto él como Sombra Larga han fallecido cuando llevaban menos de un año en el puesto.

—¿Qué piensas hacer para quitarle el maleficio a Eric?

Después de haber perdido a su colega, Pam parecía tener ganas de hablar conmigo, aun siendo yo una simple humana.

—Obligaremos a Hallow; tarde o temprano lo deshará. Y nos contará por qué lo hizo.

—¿Será suficiente con que Hallow se limite a decirnos cómo se deshace el maleficio? ¿O tendrá que realizarlo personalmente?

—No lo sé. Tendremos que preguntárselo a esos wiccanos amigos tuyos. Los que salvaste tendrían que estarnos lo bastante agradecidos como para ayudarnos si lo necesitamos —dijo Pam, vertiendo gasolina en el suelo de la sala. Había inspeccionado previamente el edificio para recoger las cosas que pudiera necesitar y también toda la parafernalia mágica para que los policías que fueran a investigar el incendio no reconocieran los restos.

Miré el reloj. Confiaba en que Holly hubiera llegado ya sana y salva a su casa. Le comunicaría enseguida que su hijo estaba a salvo.

Aparté la mirada de la cura que la más joven de las brujas locales estaba realizando en la pierna izquierda del coronel Flood. Tenía un corte muy profundo en el cuádriceps. Era una herida grave. Él intentaba restarle importancia y, después de que Alcide fuera a buscarle la ropa, el coronel empezó a caminar cojeando y con una sonrisa en la cara. Pero cuando la sangre traspasó el vendaje, el jefe de la manada tuvo que permitir que sus lobos lo llevaran a un médico que conocía sus dos naturalezas y que no emitiría un informe, pues no había manera de explicar aquella grave herida de ningún modo. Antes de irse, el coronel Flood, aun con el sudor provocado por el dolor de la herida impregnado en su frente, estrechó ceremoniosamente la mano a la líder de las brujas locales y a Pam.

Le pregunté a Eric si se sentía distinto, pero era evidente que seguía ignorando su pasado. Estaba inquieto y casi aterrorizado. La muerte de Mark Stonebrook no había producido ningún cambio, por lo que Hallow tendría que seguir viva unas cuantas horas más, unas horas terribles cortesía de Pam. Me obligué a aceptar la idea. No quería pensar mucho en ello. De hecho, no quería pensar en ello en absoluto.

En cuanto a mí, estaba totalmente confusa. ¿Tenía que regresar a casa y llevarme conmigo a Eric? (¿Seguía estando Eric bajo mi responsabilidad?). ¿Tenía que buscar un lugar aquí en la ciudad donde pasar lo que quedaba de noche? Todo el mundo, excepto Bill y yo, vivía en Shreveport, y Bill, acogiéndose a la sugerencia de Pam, tenía pensado utilizar la cama (o lo que quiera que fuera) que Chow había dejado vacía.

Pasé un rato dando vueltas por allí, indecisa, intentando tomar una decisión. Nadie parecía necesitarme para nada concreto, y tampoco nadie me daba conversación. De modo que cuando Pam se reunió con los demás vampiros para darles instrucciones respecto al transporte de Hallow, decidí irme del edificio. La noche seguía siendo silenciosa, pero cuando salí a la calle unos cuantos perros se pusieron a ladrar. El olor a magia había menguado. La noche era igual de oscura, y más fría incluso, y yo me sentía con la moral baja. No tenía ni idea de qué le diría a un posible policía que me parara en aquel momento para interrogarme; estaba cubierta de sangre, llevaba la ropa hecha un asco y no tenía ninguna explicación que dar. En aquel momento, la verdad es que todo me daba igual.

Llevaría casi una manzana andando cuando Eric me atrapó. Estaba muy ansioso, casi espantado.

—No estabas. Estuve buscándote y no estabas —dijo con voz acusadora—. ¿Adonde vas? ¿Por qué no me dijiste que te ibas?

—Por favor —dije, y levanté la mano para suplicarle que permaneciera en silencio—. Por favor. —Estaba cansada de hacerme la fuerte y tenía que luchar con una depresión que empezaba a cernirse sobre mí, aunque no sabía exactamente a qué era debida; al fin y al cabo, no había resultado herida. Tendría que estar contenta, ¿no? Se habían cumplido los objetivos de la noche. Hallow había sido vencida y capturada; aunque Eric no había vuelto a ser el que era, pronto lo sería, porque Pam estaba segura de que conseguiría que Hallow devolviera al vampiro su forma de pensar, de una forma dolorosa y definitiva.

Sin duda alguna, Pam descubriría también por qué Hallow había iniciado aquella empresa arriesgada. Y Fangtasia conseguiría un nuevo barman, algún tío bueno con colmillos que atrajera el dinero de los turistas. Pam y Eric abrirían el club de striptease que llevaban tiempo planteándose, o la tintorería abierta las veinticuatro horas, o la empresa de guardaespaldas.

Mi hermano seguiría desaparecido.

—Déjame ir a casa contigo. No los conozco —dijo Eric, su voz era un murmullo suplicante. Cuando Eric decía algo tan contrario a su personalidad normal, me dolía el corazón. ¿No sería aquella la verdadera naturaleza de Eric? ¿No sería la seguridad en sí mismo algo que él se había creado con el paso de los años, como una segunda piel?

—Claro que sí, ven —dije, tan desesperada como Eric, pero con mi propio estilo. Sólo quería que no hablase, y que fuese fuerte.

Me conformaba con que no hablase.

Al menos, me prestó su fuerza física. Me cogió en brazos y me llevó hacia el coche. Me sorprendió descubrir mis mejillas bañadas de lágrimas.

—Estás toda ensangrentada —me dijo al oído.

—Sí, pero no te emociones —le avisé—. Esto no va conmigo. Lo único que quiero es ducharme. —Estaba a punto de darme el hipo y de ponerme a llorar en serio.

—Tendrás que tirar este abrigo —dijo, con cierta satisfacción.

—Lo mandaré a limpiar. —Estaba demasiado cansada para responder a comentarios despectivos sobre mi abrigo.

Alejarse del peso y del olor a magia era casi tan bueno como una gran taza de café o un buen balón de oxígeno. Acercándome a Bon Temps ya no me sentía tan destrozada y cuando llegué a la puerta de casa, estaba ya completamente tranquila. Eric entró detrás de mí y se dirigió hacia la derecha para rodear la mesa de la cocina, mientras yo fui a la izquierda para encender la luz.

Y cuando la encendí, me encontré con Debbie Pelt sonriéndome.

Estaba sentada junto a la mesa de mi cocina y tenía una pistola.

Sin decir palabra, me disparó.

Pero no había calculado la presencia de Eric, que era rapidísimo, mucho más rápido que cualquier humano. Recibió la bala que iba destinada a mí, y la recibió en pleno pecho. Se derrumbó delante de mí.

No había tenido tiempo de registrar la casa, lo que fue una suerte. Detrás del calentador tenía el rifle que había cogido de casa de Jason. Lo cargué —uno de los sonidos más amedrentadores del mundo— y disparé a Debbie Pelt mientras seguía mirando, sorprendida, a Eric, que estaba arrodillado en el suelo y escupiendo sangre. Cargué una nueva bala, pero no tuve necesidad de dispararla. Los dedos de Debbie se relajaron y su arma cayó al suelo.

Me dejé caer yo también, porque me resultaba imposible mantenerme en pie.

Eric estaba completamente tendido en el suelo, retorciéndose sobre un charco de sangre.

Poco quedaba del pecho y el cuello de Debbie.

Parecía que en mi cocina se hubiese estado realizando la matanza del cerdo.

Extendí el brazo para alcanzar el teléfono que tenía al final del mostrador. Pero dejé caer la mano en el instante en que me pregunté a quién podía llamar.

¿A los representantes de la ley? Ja.

¿A Sam? ¿Y complicarlo aún más en mis problemas? No estaría bien.

¿A Pam? ¿Y que se enterara de que el vampiro que estaba bajo mi responsabilidad había estado a punto de ser asesinado? Ni pensarlo.

¿A Alcide? Claro, le encantaría ver lo que había hecho con su novia, por mucho que hubiese abjurado de ella.

¿A Arlene? Tenía que ganarse la vida y dos niños que sacar adelante. Lo que menos necesitaba era verse implicada en actividades ilegales.

¿A Tara? Demasiado escrupulosa.

Y ahí es cuando habría llamado a mi hermano, de haber sabido dónde estaba. Cuando se trata de limpiar la sangre de la cocina, no hay nada como la familia.

Tendría que hacerlo sola.

Eric era lo primero. Me arrastré hacia su lado y me situé junto a él, apoyada en el codo.

—Eric —dije en voz alta. Abrió sus ojos azules. Brillaban de dolor.

La sangre salía a borbotones del orificio que tenía en el pecho. No me apetecía pensar en el aspecto que tendría el orificio de salida. ¿Sería de calibre veintidós? ¿Y si la bala seguía dentro? Miré la pared de detrás de donde había estado Eric, y no vi ni sangre ni ningún orificio creado por el impacto de una bala, De hecho, me di cuenta, si la bala lo hubiese atravesado, habría impactado en mí. Me miré, me quité el abrigo. No, no había manchas de sangre reciente.

Miré a Eric, empezaba a recuperarse.

—Bebida —dijo, y casi le acerco mi muñeca a sus labios. Pero me lo pensé mejor. En la nevera tenía aún algunas botellas de True-Blood. Las saqué y las calenté en el microondas.

Me arrodillé para dársela.

—¿Por qué no de ti? —me preguntó dolorido.

—Lo siento —dije a modo de disculpa—. Sé que te lo has ganado, cariño. Pero necesito toda mi energía. Tengo mucho trabajo aún por hacer.

Eric engulló la bebida en pocos tragos. Le había desabrochado la chaqueta y la camisa de franela, y mientras le miraba el pecho para ver cómo iba la hemorragia, vi algo asombroso. La bala que le había impactado se movía hacia fuera, saliendo de la herida. En cuestión de tres minutos, o quizá menos, el orificio quedó cerrado. La sangre estaba aún secándose en el vello de su pecho, pero la herida de bala había desaparecido.

—¿Puedo beber otra? —dijo Eric.

—Por supuesto. ¿Cómo te encuentras? —Estaba aturdida.

Me regaló una sonrisa torcida.

—Débil.

Le traje más sangre y la bebió más lentamente esta vez. Con una mueca de dolor, consiguió incorporarse hasta quedarse sentado. Miró lo que había pasado al otro lado de la mesa.

Y entonces me miró a mí.

—¡Lo sé, lo sé, lo que he hecho es terrible! —dije—. ¡Lo siento mucho! —Notaba las lágrimas rodándome por las mejillas. Me sentía fatal. Acababa de hacer algo terrible. No había logrado cumplir mi misión. Tenía una limpieza intensiva por delante. Y mi aspecto era penoso.

Eric observó sorprendido mi reacción.

—Podrías haber muerto por la bala, y sabía que yo no moriría. Te he evitado la bala de la forma más expeditiva posible, y después me has defendido de forma muy eficaz.

Era una forma algo sesgada de verlo, pero, curiosamente, me sentía algo mejor.

—He matado a otra persona —dije. Ya eran dos en una misma noche; aunque, en mi opinión, el hombre de las mejillas hundidas se había matado solo abalanzándose sobre el cuchillo.

Pero lo que era evidente, era que el rifle lo había disparado yo sólita.

Me estremecí y aparté la vista del amasijo de sangre y carne que en su día había sido Debbie Pelt.

—No, no ha sido así —dijo Eric secamente—. Has matado a una cambiante que era una bruja traidora y asesina, a una cambiante que había intentado matarte dos veces. —Así que la mano que le había estrujado el cuello y la había apartado de mí cuando la batalla era la mano de Eric—. Tendría que haber rematado mi trabajo antes, cuando pude hacerlo —dijo, a modo de confirmación—. Nos habría ahorrado un mal rato.

Tenía la sensación de que el reverendo Fullenwilder no estaría muy de acuerdo con eso. Murmuré algo en ese sentido.

—Nunca fui cristiano —dijo Eric. No me sorprendió—. Pero me cuesta imaginarme un sistema de creencias que te ordene sentarte y esperar tranquilamente a ser masacrado.

Pestañeé, preguntándome si no era precisamente eso lo que predicaba el cristianismo. Pero no soy teóloga, ni estudiosa de la Biblia, y tendría que dejar en manos de Dios el juicio de mi acción.

Empezaba a sentirme mejor y, de hecho, me sentía agradecida por seguir con vida.

—Gracias, Eric —dije, y le di un beso en la mejilla—. Ahora, lávate en el baño mientras yo empiezo a arreglar todo esto.

Pero no fue eso lo que hizo. Se puso a ayudarme con gran empeño. Y como podía encargarse de las cosas más desagradables sin que le diese náuseas, me sentí encantada de dejarlo en sus manos.

No pienso explicar lo terrible que fue aquello, ni todos los detalles. Pero conseguimos reunir todos los restos de Debbie y meterlos en una bolsa, y, mientras yo limpiaba, Eric se la llevó al bosque, la enterró y luego me juró que escondió perfectamente bien la sepultura. Tuve que quitar las cortinas, llevarlas al lavadero y meterlas en la lavadora. Metí también el abrigo, aunque con pocas esperanzas de que quedara en buen estado para poder volver a ponérmelo. Me puse unos guantes de goma y fregué con lejía la silla, la mesa y el suelo, así como las puertas de los armarios. Luego lo aclaré no sé cuántas veces.

Había gotas de sangre por todas partes.

Me di cuenta de que prestar atención a aquellos detalles estaba ayudándome a no pensar en el suceso más importante, y que cuanto más tiempo pasara evitando enfrentarme a él directamente —cuanto más calaran en mi conciencia las prácticas palabras de Eric—, mejor me iría. No podía deshacer lo hecho. No había forma de enmendar mis actos. No había dispuesto de muchas alternativas y tendría que vivir con la decisión que había tomado. Mi abuela siempre me decía que una mujer podía hacer cualquier cosa que se propusiese. Si le hubiese dicho a mi abuela que ella era una mujer liberada, lo habría negado con todas sus fuerzas, pero fue la mujer más fuerte que he conocido en mi vida, y si ella creía que yo podía con esta espeluznante tarea, simplemente porque no me quedaba otro remedio que hacerlo, lo haría.

Cuando hube acabado, la cocina olía a productos de limpieza y estaba impecable para los ojos de cualquier espectador normal y corriente. Estaba segura de que un detective experto en crímenes habría encontrado pistas, pero no tenía la más mínima intención de permitir la entrada en mi cocina a un detective experto en crímenes.

Debbie había entrado por la puerta principal. Jamás se me habría ocurrido ir a verificarla antes de entrar por la puerta de atrás. Un punto menos para mi carrera de guardaespaldas. Instalé una silla contra la puerta para que quedase bloqueada durante lo que quedaba de noche.

Eric, de regreso de su entierro, parecía estar excitado, de modo que le pedí que fuera a ver si encontraba el coche de Debbie. Tenía un Mazda Miata y lo había escondido en una pista forestal al otro lado de la carretera local, justo delante del cruce que conducía a mi casa. Eric había sido prevenido y se había quedado las llaves, y se ofreció como voluntario para alejar el coche de allí. Tendría que haberlo seguido, para traerlo luego de nuevo a casa, pero insistió en que podía apañárselas solo, y yo estaba demasiado agotada como para insistir. Mientras él no estaba, me metí en la ducha. Me alegraba de estar sola y me pasé un buen rato enjabonándome una y otra vez. Cuando me sentí lo suficientemente limpia, salí de la ducha, me puse un camisón de color rosa y me metí en la cama. Casi amanecía y confiaba en que Eric regresase pronto. Había abierto el vestidor y la trampilla del agujero, y le había puesto una almohada más para que estuviese cómodo.

Lo oí entrar justo cuando empezaba a quedarme dormida. Me dio un beso en la mejilla.

—Todo hecho —dijo. Y yo murmuré:

—Gracias, pequeño.

—Para servirla —dijo con voz cariñosa—. Buenas noches, amante.

Pensé entonces que yo debía de ser mortal para las exnovias. Había hecho polvo al gran amor de Bill (que encima era su creadora); ahora había matado al amor de ida y vuelta de Alcide. Conocía a cientos de hombres, y nunca había tenido problemas con sus ex. Pero todo parecía ser distinto con aquellos que más me interesaban. Me pregunté si Eric tendría alguna antigua novia por ahí. Probablemente más de un centenar. Muy bien, pues más les valía mantenerse alejadas de mí.

Después de aquello, me sentí engullida por el agujero negro del agotamiento.