Capítulo 12

—¿Quién eres? —preguntó una vocecilla.

Como con una mano me tapaba la boca y con la otra sujetaba un cuchillo pegado a mi garganta, no le pude responder. La mujer pareció entenderlo al momento, pues me dijo:

—Vamos dentro —y me empujó hacia el edificio.

No podía ser. De haber sido una de las brujas que estaban dentro del edificio, una de esas que bebía sangre de vampiro, no se me habría escapado detectarla. Pero no era más que una vieja bruja, una que no había visto a Sam acabar con tantas peleas de bar como yo había visto. Con ambas manos, la agarré por la muñeca con la que sujetaba la navaja y se la retorcí con todas mis fuerzas mientras la golpeaba con la parte inferior de mi cuerpo. Cayó sobre el sucio y frío suelo, y yo aterricé encima de ella. Le forcé la mano contra el suelo hasta que soltó el cuchillo. Estaba llorando, carente de toda voluntad.

—Eres mala vigilante —le dije a Holly, sin alzar la voz.

—¿Sookie? —Los ojos de Holly me miraban a través de los agujeros de un pasamontañas de lana. Se había vestido para la ocasión, pero seguía luciendo su característico lápiz de labios de color rosa.

—¿Qué demonios haces aquí?

—Me dijeron que secuestrarían a mi hijo si no les ayudaba.

Sentí nauseas.

—¿Cuánto tiempo llevas ayudándolos? ¿Desde antes de que yo fuera a tu apartamento a pedirte ayuda? ¿Cuánto tiempo? —La sacudí con todas mis fuerzas.

—Cuando vino al bar con su hermano detectó allí la presencia de otra bruja. Y después de hablar contigo, sabía que no erais ni tú ni Sam. Hallow es capaz de todo. Lo sabe todo. Aquella misma noche, ella y Mark se presentaron en mi apartamento. Habían estado en alguna pelea, pues venían hechos unos zorros. Y estaban muy enfadados. Mark me sujetó mientras Hallow me pegaba. Disfrutó con ello. Entonces vio la fotografía de mi hijo, la cogió y dijo que podía lanzarle un maleficio a distancia, aunque estuviera en Shreveport…, que podía obligarlo a echar a correr por una calle llena de tráfico o a cargar la pistola de su padre… —Holly estaba llorando. No tenía ninguna culpa. Sólo imaginarme la escena me ponía mala, y eso que ni siquiera era hijo mío—. Me vi obligada a decirle que la ayudaría —gimoteó Holly.

—¿Hay más gente en tu situación ahí dentro?

Eso hacía más comprensibles algunos de los pensamientos que había escuchado.

—¿Y Jason? ¿Está allí? —Aunque había examinado los tres cerebros masculinos del edificio, tenía que preguntárselo.

—¿Jason es wiccano? ¿De verdad? —Se había quitado el pasamontañas y se estaba arreglando el pelo.

—No, no. Me refiero a si lo tiene como rehén.

—Yo no lo he visto. ¿Por qué demonios querría Hallow secuestrar a Jason?

Había estado engañándome todo este tiempo. Cualquier día un cazador encontraría los restos de mi hermano; siempre son los cazadores, o alguien paseando al perro, ¿no es así? Me sentía como si el suelo hubiese desaparecido bajo mis pies, literalmente, pero me obligué a regresar al aquí y ahora, a alejarme de emociones que no podía permitirme hasta estar en un lugar más seguro.

—Tienes que salir de aquí —le dije con la voz más baja que pude conseguir—. Tienes que salir de esta zona ahora mismo.

—¡Se llevará a mi hijo!

—Te garantizo que no.

Holly pareció interpretar alguna cosa en la escasa visión que tenía de mi cara.

—Espero que los mates a todos —dijo, con toda la pasión que puede llevar acumulada un susurro—. Sólo merece la pena salvar a Parton, Chelsea y Jane. Han sido chantajeados igual que yo. Habitualmente no son más que wiccanos que lo único que quieren es vivir tranquilos. No queremos que nadie sufra ningún daño.

—¿Qué aspecto tienen?

—Parton es un chico de unos veinticinco años, cabello castaño, bajito, con una marca de nacimiento en la mejilla. Chelsea tendrá unos diecisiete, lleva el pelo teñido de rojo. Jane…, Jane no es más que una anciana. Ya sabes, cabello blanco, pantalones de pinzas, una blusa de flores. Gafas. —Mi abuela habría regañado a Holly por poner a todas las ancianas en el mismo saco, pero ya no estaba en este mundo y yo no tenía tiempo para llevarle la contraria.

—¿Por qué Hallow no ha puesto como centinela a alguno de sus mejores sicarios? —pregunté, por simple curiosidad.

—Para esta noche han montado un hechizo importante. Me cuesta creer que el hechizo para alejar a la gente de aquí no haya funcionado contigo. Tienes que ser muy resistente. —Y entonces Holly me dijo, casi riéndose—: Además, ninguno quería salir a pasar frío.

—Vamos, lárgate de aquí —dije de forma casi inaudible, y la ayudé a incorporarse—. Olvídate de dónde dejaras aparcado el coche. Vete de aquí en dirección norte. —Por si acaso no sabía hacia dónde quedaba el norte, se lo señalé.

Holly se marchó corriendo, sin que sus zapatillas Nike hicieran apenas ruido sobre el pavimento. Fue como si su cabello teñido de negro absorbiera toda la luz de la farola al pasar por debajo de ella. El olor que rodeaba la casa, el olor a magia, se intensificó. Me pregunté qué hacer a continuación. Tenía que asegurarme de algún modo de que los tres wiccanos que había en el interior del edificio, los que se habían visto obligados a servir a las órdenes de Hallow, no sufrirían ningún daño. No se me ocurría cómo hacerlo. ¿Podría salvar aunque fuera a uno de ellos?

Durante los sesenta segundos siguientes tuve una concatenación de ideas e impulsos abortivos. Pero todos conducían a un callejón sin salida.

Si irrumpía en el edificio y gritaba "¡Parton, Chelsea, Jane…, salid!", el grupo de brujos se pondría en alerta y se protegería contra un ataque inminente. Alguno de mis amigos —o de mis aliados— moriría.

Si me quedaba por allí e intentaba explicar a los vampiros que en el interior del edificio había tres personas inocentes, lo más probable es que me ignoraran. O, si sentían un arranque de piedad, salvarían a todos los brujos y seleccionarían luego a los inocentes, lo que daría a los brujos tiempo para contraatacar. Los brujos no necesitaban armas físicas.

Ya era demasiado tarde cuando me di cuenta de que tenía que haber conservado la compañía de Holly y utilizarla para entrar en el edificio. Aunque poner en peligro a una madre asustada tampoco era una buena alternativa.

Noté entonces la presión de algo grande y caliente en el costado. Unos ojos y unos dientes brillando bajo la luz nocturna de la ciudad. A punto estaba de ponerme a gritar cuando reconocí al lobo como Alcide. Era muy grande. El pelo plateado que tenía alrededor de los ojos hacía más oscuro si cabe el resto de su pelaje.

Le pasé el brazo por encima del lomo.

—Allí dentro hay tres personas que no deben morir —le dije—. No sé qué hacer.

Como Alcide era en ese momento un lobo, tampoco sabía qué hacer. Me miró a la cara. Gimoteó, sólo un poquito. Se suponía que a aquellas alturas ya tendría que haber regresado a donde estaban aparcados los coches, pero yo seguía allí, en zona de peligro. Noté movimiento a mi alrededor. Alcide desapareció para situarse en la posición que tenía asignada, junto a la puerta trasera del edificio.

—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo furioso Bill, aunque sonara extraño en forma de susurro—. Pam te dijo que te marcharas en cuanto hubieses contado la gente que había en el interior.

—Ahí dentro hay tres personas que son inocentes —le susurré—. Son gente de aquí. Los han obligado.

Bill dijo algo para sus adentros, algo que no era muy gracioso.

Le transmití las descripciones que Holly me había dado.

Notaba la tensión en el cuerpo de Bill y entonces apareció Debbie. ¿En qué estaría pensando para agruparse con el vampiro y la humana que más le odiaban?

—Te he dicho que te quedaras allí —le dijo Bill con voz amenazadora.

—Alcide me ha rechazado —me explicó, como si yo no hubiera estado presente cuando sucedió.

—¿Qué esperabas? —Me exasperaba que hubiese aparecido y que, encima, se hiciese la dolida. ¿Acaso no había oído hablar de la responsabilidad?

—Tengo que hacer alguna cosa para recuperar su confianza.

Pues si quería ganarse un poco de respeto, se había equivocado de lugar.

—Entonces ayúdame a salvar a los tres inocentes que hay ahí dentro. —Volví a explicar mi problema—. ¿Por qué no te has transformado en tu animal?

—Porque no puedo —dijo amargamente—. Ha abjurado de mí. Ya no puedo volver a transformarme junto a la manada de Alcide. Y si lo hiciera, tendrían licencia para matarme.

—De todos modos, ¿en qué te transformabas?

—En lince.

De lo más adecuado.

—Vamos —dije. Empecé a avanzar hacia el edificio. Odiaba a aquella mujer, pero si podía servirme de algo, tenía que aliarme con ella.

—Espera, tengo que volver a la puerta trasera con los hombres lobo —dijo Bill—. Eric ya está allí.

—¡Pues ve!

Intuí que había alguien más detrás de mí y me arriesgué a mirar de refilón. Era Pam. Me sonrió enseñándome los colmillos, lo que resultó un poco turbador.

Tal vez si los brujos del interior no hubieran estado realizando algún ritual, y no hubieran confiado tanto en su poco dedicada centinela y en su propia magia, no habríamos conseguido llegar a la puerta sin que detectaran nuestra presencia. Pero la fortuna nos favoreció durante esos pocos minutos. Pam, Debbie y yo llegamos a la puerta principal del edificio y allí nos encontramos con el joven hombre lobo, Sid. Lo reconocí incluso con su cuerpo de lobo. Bubba iba con él.

De repente se me ocurrió una idea. Me alejé unos metros de allí con Bubba.

—¿Puedes ir corriendo hasta donde están los wiccanos, los que están de nuestro lado? ¿Sabes dónde están? —le susurré.

Bubba movió afirmativamente la cabeza.

—Diles que dentro hay tres wiccanos y que están allí porque les han obligado. Pregúntales si pueden preparar algún hechizo que nos ayude a diferenciarlos de los demás.

—Se lo diré, señorita Sookie. Son muy cariñosos conmigo.

—Eres un buen compañero. Rápido, y sin hacer ruido.

Asintió de nuevo y desapareció en la oscuridad.

El olor que rodeaba el edificio estaba intensificándose hasta tal punto que empezaba a costarme respirar. Impregnaba el ambiente de tal manera, que me acordé de que tenía que ir a comprar velas aromáticas en alguna tienda.

—¿Dónde has enviado a Bubba? —preguntó Pam.

—Con los wiccanos. Hay tres de ellos ahí dentro y tienen que hacerlos destacar de alguna manera para que no los matemos.

—Pero tiene que regresar enseguida. ¡Tiene que ser él quien entre!

—Pero… —Estaba desconcertada ante la reacción de Pam—. Él tampoco puede entrar sin una invitación, igual que tú.

—Bubba tiene el cerebro dañado, degradado. No es del todo un verdadero vampiro. Puede entrar sin necesidad de una invitación expresa.

—¿Por qué no me lo dijiste? —Pam se limitó a levantar las cejas. Pensándolo bien, era cierto que recordaba que Bubba había entrado en lugares sin previa invitación. Nunca conseguía atar cabos a tiempo.

—Pues en este caso seré yo quien entre primero por la puerta —dije, con un tono más desenfadado de lo que en realidad sentía—. ¿Y luego os invito a pasar?

—Eso es. Con tu invitación será suficiente. El edificio no les pertenece.

—¿Lo hacemos ya?

Pam bufó de forma casi inaudible. Sonreía bajo el resplandor de la farola, animada de pronto.

—¿Esperas recibir una invitación formal?

Que el Señor me salve del sarcasmo de los vampiros.

—¿Crees que Bubba tendrá tiempo suficiente para llegar hasta donde están los wiccanos?

—Seguro. Vamos a darles una buena paliza a esos brujos —dijo contenta. Adiviné que el destino de los wiccanos ocupaba un lugar muy poco destacado en su lista de prioridades. Todo el mundo parecía pensar lo mismo menos yo. Incluso el joven hombre lobo enseñaba los colmillos.

—Yo doy una patada y tú entras —dijo Pam. Me dio un pellizquito en la mejilla, casi sorprendiéndome.

"Me gustaría tanto no estar aquí", pensé.

Me incorporé, me coloqué detrás de Pam y observé con pavor reverencial cómo preparaba la pierna y atizaba una patada en la puerta con la fuerza de cuatro o cinco mulas. La cerradura quedó hecha añicos, la puerta se abrió y los tablones de madera claveteados encima crujieron. Entré corriendo y grité "¡Pasad!" a los vampiros que tenía detrás de mí y a los vampiros que estaban en la puerta trasera. Por un extraño instante, estuve sola en la morada de los brujos y todos se volvieron asombrados a mirarme.

La estancia estaba llena de velas y de gente sentada sobre cojines en el suelo; durante el rato que habíamos esperado fuera, todos los ocupantes del edificio se habían trasladado a aquella sala y estaban sentados con las piernas cruzadas formando un círculo, todos con una vela encendida delante, un recipiente y un cuchillo.

De los tres que tenía que intentar salvar, la "anciana" era la más reconocible. En el círculo sólo había una mujer con cabello blanco. Iba maquillada con lápiz de labios de color rosa, un poco corrido, y tenía una mancha de sangre seca en la mejilla. Rodeada por el caos, la agarré por el brazo y la empujé hacia una esquina. En la sala sólo había tres hombres. El hermano de Hallow, Mark, que estaba siendo atacado por un par de lobos. El segundo hombre era de mediana edad, tenía las mejillas hundidas y el pelo sospechosamente negro, y no sólo estaba murmurando algún tipo de maleficio, sino que además estaba sacando una navaja automática de la chaqueta que había en el suelo, a su derecha. Estaba demasiado lejos de mí para hacer alguna cosa al respecto; tenía que confiar en que los demás supieran protegerse. Entonces divisé al tercer hombre, con una marca de nacimiento en la mejilla… Tenía que ser Parton. Se tapaba la cabeza con las manos. Me imaginaba cómo se sentiría.

Lo agarré por el brazo y tiré de él para levantarlo. Él me respondió con un intento de puñetazo, naturalmente. Pero yo no pensaba recibir, nadie iba a pegarme, de modo que pasé el puño entre sus vacilantes brazos y le di justo en la nariz. Gritó, añadiendo una capa más de sonido a la tremenda cacofonía de la estancia, y lo conduje hacia el mismo rincón donde había dejado previamente a Jane. Entonces vi que la anciana y el joven estaban brillando. Estupendo, los wiccanos habían conseguido emitir su hechizo y funcionaba, aunque con un poco de retraso. Ahora me faltaba encontrar a la tercera, una joven de pelo rojo teñido.

Pero mi racha de suerte se había acabado. La joven brillaba también, pero estaba muerta. Uno de los zorros le había destrozado la garganta: uno de los nuestros o uno de los suyos, daba lo mismo.

Avancé entre aquella melé hasta la esquina y agarré por el brazo a los dos wiccanos supervivientes. Debbie Pelt llegó entonces corriendo.

—Salid de aquí —les dije—. Encontrad a los demás wiccanos que están ahí fuera o marchaos a casa. Andando, en taxi, como sea.

—Ese barrio de ahí fuera es muy peligroso —dijo temblorosa Jane.

Me quedé mirándola.

—¿Acaso no lo es estar aquí dentro? —Lo último que vi de ellos fue que Debbie estaba dándoles indicaciones para salir de allí. Había salido hasta la puerta para acompañarlos. A punto estaba de largarme de allí después de ellos, ya que supuestamente no debía quedarme, cuando uno de los hombres lobo del bando de los brujos me agarró por la pierna. No consiguió morderme, pero sí rasgarme la pernera del pantalón, y eso fue suficiente para detenerme. Perdí el equilibrio y casi caigo al suelo, pero conseguí sujetarme a tiempo a la jamba de la puerta para mantenerme en pie. En aquel momento, la segunda oleada de hombres lobos y vampiros irrumpió por la puerta trasera y el lobo salió corriendo para enfrentarse a ellos.

La sala estaba llena de cuerpos volando por los aires, sangre salpicando por todos lados y gritos.

Los brujos luchaban con todas sus fuerzas y los que tenían capacidad para transformarse ya lo habían hecho. Hallow se había convertido en un amasijo de gruñidos y dientes. Su hermano estaba intentando ejercer algún tipo de magia, lo que le exigía mantenerse en forma humana, y trataba de alejarse de los hombres lobo y los vampiros para completar el hechizo.

Junto con el hombre de mejillas hundidas, entonaba una especie de cántico, que no dejó de canturrear mientras lanzaba un puñetazo contra el estómago de Eric.

La estancia empezó a llenarse de una neblina espesa. Los brujos, que luchaban con sus cuchillos o sus dientes de lobo, pillaron la idea y los que pudieron se sumaron a los cánticos de Mark con sus palabras. La neblina era cada vez más espesa, hasta que llegó un momento en que resultó imposible distinguir amigo de enemigo.

Me arrastré hacia la puerta para escapar de aquella nube sofocante. Costaba mucho respirar. Era como tratar de inhalar y exhalar bolas de algodón. Extendí la mano, pero en el trozo de pared que alcancé a tocar no había ninguna puerta. ¡Pero si estaba allí! Sentí una oleada de pánico en el estómago cuando me di cuenta de que palpaba por todos lados frenéticamente y no encontraba la salida.

No sólo no encontraba la puerta, sino que tampoco encontraba ya la pared. Tropecé con el cuerpo de un lobo. No veía ninguna herida, de modo que lo agarré y tiré de él, intentando rescatarlo de aquella espesa humareda.

El lobo empezó a contorsionarse y a transformase en mis manos, lo cual resultó bastante desconcertante. Fue incluso peor cuando vi que se transformaba en una desnuda Hallow. No conocía a nadie capaz de mutar a aquella velocidad. Aterrorizada, la solté de inmediato y volví a adentrarme en la nube. Había intentado ejercer de buena samaritana con la víctima que no correspondía. Una mujer a la que no conocía, una de las brujas, me cogió por detrás con una fuerza sobrehumana. Intentó agarrarme por el cuello con una mano mientras me sujetaba por el brazo con la otra, pero no lo consiguió y aproveché para morderla con todas mis fuerzas. Tal vez fuera una bruja, y tal vez fuera una mujer lobo, y tal vez se hubiera bebido un litro de sangre de vampiro, pero no era una buena guerrera. Gritó y me soltó.

Estaba completamente desorientada. ¿Dónde estaba la salida? Tosía y me lloraban los ojos. Sólo estaba segura de mi sentido de la gravedad. La vista, el oído y el tacto estaban afectados por espesas nubes blancas, cada vez más densas. Los vampiros tenían cierta ventaja en esa situación: no necesitaban respirar. Pero el resto de nosotros, sí. En comparación con la atmósfera cargada de la antigua panadería, el aire contaminado de la ciudad era una pura delicia.

Respirando con dificultad y llorando, extendí los brazos por delante de mí e intenté encontrar una pared o una puerta, un punto de referencia para orientarme. La habitación, que de entrada no me había parecido muy grande, me resultaba ahora gigantesca. Tenía la sensación de estar avanzando a trompicones por metros y metros de vacío, algo que era imposible a menos que los brujos hubiesen cambiado las dimensiones de la sala, y mi prosaica mente se negaba a aceptar aquella posibilidad. A mi alrededor oía gritos y sonidos amortiguados por la nube, pero no por ello menos aterradores. Delante de mi abrigo apareció de repente un montón de sangre. Noté que me salpicaba la cara. Emití un sonido angustiado que no pude transformar en palabras. Sabía que la sangre no era mía, y sabía que no estaba herida, pero me costaba creerlo.

Entonces algo cayó sobre mí, y mientras caía hacia el suelo vi de refilón su cara. Era la de Mark Stonebrook, y estaba muriendo. El humo lo envolvió al instante.

Y ¿si me agachaba yo también? Era posible que el aire fuera más respirable cerca del suelo. Pero allí estaba el cuerpo de Mark, y también otras cosas. Y eso que Mark era quien tenía que deshacer el hechizo de Eric. Ahora necesitaríamos a Hallow. Pero las cosas no siempre salen como uno espera. Me tropecé con Gerald, que se abría paso persiguiendo algo que no conseguí ver.

Me dije que era una chica valiente y con muchos recursos, pero me sonó a hueco. Seguí adelante, tratando de no tropezar con los restos que había en el suelo. Por todos lados encontraba parafernalia de los brujos, recipientes, cuchillos y pedazos de huesos y plantas que no conseguía identificar. Inesperadamente se abrió ante mí una zona despejada y vi a mis pies un recipiente volcado y un cuchillo. Cogí el cuchillo justo antes de que la nube lo cubriera. Estaba segura de que aquel cuchillo era para ser utilizado en algún ritual, pero yo no era bruja y lo necesitaba para defenderme. Me sentí mejor con el cuchillo en la mano, un cuchillo bellísimo y muy afilado.

Me pregunté qué estarían haciendo los wiccanos. ¿Serían los responsables de aquella nube?

Nuestros brujos, resultó, estaban disfrutando de una visión en directo de la pelea gracias a una de sus hermanas, una vidente. (Posteriormente me enteré de que aun estando físicamente con ellos, podía ver lo que sucedía mirando la superficie del agua en el interior de un recipiente). Podía resolver más cosas utilizando su método que nosotros, aunque no sé si en esa agua sólo vería una nube de humo blanco.

Fuera como fuera, nuestros brujos provocaron la lluvia… en el interior del edificio. La lluvia empezó a recortar lentamente la capa de nubes y, aunque me sentía mojada y tenía mucho frío, descubrí que estaba cerca de una puerta interior, la que conducía a la segunda habitación, la más grande. Poco a poco fui dándome cuenta de que podía ver; la habitación había empezado a llenarse de luz y podía discernir las formas. Una de ellas avanzaba hacia mí sobre unas piernas que no parecían muy humanas y me encontré delante de la cara de Debbie Pelt, gruñéndome. ¿Qué hacía aquí? Había salido para acompañar a los wiccanos y estaba de vuelta.

No sé si no pudo evitarlo, o si se había visto arrastrada por la locura de la batalla, pero la realidad era que Debbie se había transformado parcialmente. Le estaba saliendo pelo en la cara y sus dientes habían empezado a alargarse y afilarse. Se lanzó sobre mi garganta, pero no consiguió alcanzarme por la convulsión causada por la transformación. Intenté retroceder, pero tropecé con algo que había en el suelo y tardé un par de preciosos segundos en recuperar la estabilidad. Embistió de nuevo, con intenciones inconfundibles, y recordé entonces que yo llevaba un cuchillo en la mano. Se lo clavé y ella se quedó dudando, gruñendo.

Debbie había decidido aprovechar la confusión reinante para saldar cuentas conmigo. Yo no era lo bastante fuerte como para pelearme con un cambiante. Tendría que utilizar el cuchillo, aunque algo en mi interior se encogía de miedo ante la idea.

Entonces, entre lo que quedaba de neblina, apareció una mano grande manchada de sangre, y aquella mano grande agarró a Debbie Pelt por el cuello y se lo estrujó. Y siguió estrujándolo. Y antes de que me diera tiempo a recorrer con la vista el brazo, prolongación de aquella mano, y de llegar a la cara de su propietario, saltó sobre mí un lobo y me derribó.

Y me olisqueó la cara.

Luego, el lobo que tenía encima de mí fue golpeado y derribado también al suelo, donde empezó a gruñir y a pelearse con otro lobo. Yo no podía hacer nada, pues los dos se movían a tal velocidad que no estaba segura de ser capaz de ayudar a quien pretendía.

La neblina empezaba a dispersarse con rapidez y, aun habiendo zonas cubiertas por niebla espesa, ya veía la totalidad de la sala. Aunque había rezado desesperadamente para que llegara aquel momento, casi lo lamenté cuando por fin se produjo. El suelo estaba cubierto de toda la parafernalia de los brujos y de cuerpos, tanto muertos como heridos, y las paredes estaban salpicadas de sangre. Portugal, el atractivo joven lobo de la base aérea, estaba tendido en el suelo delante de mí. Muerto. Culpepper, agazapada a su lado, lamentaba su pérdida. Aquello había sido una guerra, algo que yo odiaba.

Hallow seguía en pie y en su forma completamente humana, desnuda y cubierta de sangre. En el momento en que yo miré, estaba estampando un lobo contra la pared. Era imponente y horrible. Pam, despeinada y sucia, se arrastraba detrás de ella. Jamás había visto un vampiro en tan mal estado, me costaba reconocerla. Pam se abalanzó sobre Hallow, agarrándola por las caderas y derribándola. Un placaje estupendo, y si Pam hubiese agarrado a Hallow un poco más arriba, todo se habría acabado. Pero Hallow, con la humedad de la lluvia y la sangre que cubría su cuerpo, estaba resbaladiza y tenía los brazos libres. Se revolvió, agarró a Pam por el pelo con las dos manos y tiró. De allí saltaron mechones de pelo, junto con un buen pedazo de cuero cabelludo.

Pam chilló como una tetera gigante al alcanzar el punto de ebullición. Nunca en mi vida había oído un sonido tan potente saliendo de una garganta —si bien no humana, una garganta, al fin y al cabo—. Pam era miembro de la escuela vengativa, de modo que sujetó a Hallow contra el suelo, agarrándola por los antebrazos y presionando con fuerza, presionándola hasta que ésta quedó inmovilizada. Debido a la fortaleza de la bruja, aquélla fue una lucha terrible, y a Pam le perjudicaba además la sangre que le caía por la cara. Pero Hallow era humana, y Pam no. Así que ésta iba ganando… hasta que uno de los dos brujos, el hombre de las mejillas hundidas, llegó a rastras a donde se encontraban las dos mujeres y mordió a Pam en el cuello. Pam tenía las dos manos ocupadas y no pudo impedírselo. Pero el hombre no sólo mordió, sino que bebió su sangre, y a medida que iba bebiendo, su fuerza fue aumentando, como si se le cargaran las pilas. Nadie parecía estar viéndolo excepto yo. Me arrastré por encima del cuerpo exánime de un lobo y de uno de los vampiros para aporrear al hombre de las mejillas hundidas, que se limitó a ignorarme.

Tendría que utilizar el cuchillo. Nunca había hecho una cosa así; cuando me había defendido de alguien, siempre había sido en una situación a vida o muerte, y la vida o la muerte había sido la mía. Esto era distinto. Dudé, pero tenía que hacer algo, y rápidamente. Pam estaba debilitándose ante mis ojos y no podría seguir sujetando a Hallow mucho más tiempo. Cogí el puñal de hoja negra por su mango negro, lo acerqué a la garganta del hombre, y se lo clavé un poco.

—Suéltala —dije. Siguió ignorándome.

Se lo clavé con más fuerza, y apareció un hilillo de sangre que empezó a descender cuello abajo. Entonces soltó a Pam. Pero antes de que pudiera alegrarme de que la había soltado, se volvió y se abalanzó contra mí con ojos de loco y la boca abierta, dispuesto a morderme. Sentí el deseo en su cerebro, ese "quiero, quiero, quiero". Volví a acercarle el cuchillo al cuello, y justo cuando estaba armándome de valor para clavárselo, se abalanzó sobre mí y empujó la hoja contra su propio cuello.

Se quedó con los ojos en blanco casi al instante.

Se había matado solo. No creo que llegara a darse cuenta de que el cuchillo estaba ahí.

Presencié esa muerte desde muy cerca, fue una muerte delante de mis narices, y yo había sido el instrumento de ella, aun inconscientemente.

Cuando conseguí levantar la vista, Pam estaba sentada sobre el pecho de Hallow, inmovilizándole los brazos con sus rodillas, y estaba sonriendo. Aquello resultaba tan extraño que miré a mi alrededor para descubrir el motivo, y vi que la batalla parecía haber tocado a su fin. No tenía ni idea de cuánto había durado aquella lucha invisible bajo la espesa niebla, pero los resultados se veían ahora con claridad.

Los vampiros no matan limpio, matan formando un caos. Podría decirse que tampoco los lobos son famosos por sus modales en la mesa. Los brujos al parecer no derramaban tanta sangre, pero el resultado final era realmente horrible, como una película nefasta, de esas que sientes vergüenza de haber pagado por verla.

Al parecer, habíamos ganado.

En aquel momento, la verdad es que apenas me importaba. Estaba agotada, mental y físicamente, y eso significaba que todos los pensamientos de los humanos, y algunos pensamientos de los hombres lobo, daban vueltas en mi cerebro como la ropa dentro de una secadora. No podía hacer nada para impedirlo, de modo que dejé que los cabos sueltos siguieran girando en mi cabeza mientras, con las últimas fuerzas que me quedaban, me quitaba de encima el cadáver. Me quedé tendida en el suelo boca arriba, mirando el techo. Aun sin pensar nada, tenía la cabeza llena de pensamientos de los demás. Prácticamente todo el mundo estaba pensando lo mismo que yo: que estaban agotados, que había sangre por todas partes, que parecía increíble haber vivido una lucha como aquélla y haberla sobrevivido. El chico con el cabello de punta había recuperado su forma humana y estaba pensando ahora en que lo había disfrutado mucho más de lo que se imaginaba. De hecho, su cuerpo desnudo era una prueba visible de lo mucho que lo había disfrutado, e intentaba disimularlo. Lo que quería, en el fondo, era seguir a aquella preciosa y joven wiccana y encontrar un rincón tranquilo. Hallow estaba odiando a Pam, odiándome a mí, odiando a Eric, odiando a todo el mundo. Trataba de murmurar un maleficio para ponernos a todos enfermos, pero Pam le dio un codazo en el cuello y la calló de golpe.

Debbie Pelt se había levantado del suelo y observaba la escena desde la puerta. Se la veía sorprendentemente impecable y llena de energía, como si nunca hubiese tenido pelo en la cara y ni siquiera supiese cómo matar a alguien. Se abrió camino entre los cuerpos tirados en el suelo, algunos vivos, otros no, hasta que encontró a Alcide, que seguía transformado en lobo. Se agachó para mirarle las heridas y él le gruñó, una clara señal de advertencia. A lo mejor porque no creía que fuese a atacarla, o a lo mejor porque se había convencido de que no lo haría, le posó la mano en la espalda y él la mordió con la fuerza suficiente como para hacerle sangre. Debbie gritó y retrocedió. Durante unos segundos, permaneció allí agachada, con la mano ensangrentada y llorando. Nuestras miradas se cruzaron y sus ojos brillaron de odio. Nunca me perdonaría. Me culparía el resto de su vida por haberle descubierto a Alcide su naturaleza oscura. Había estado dos años jugando con él, atrayéndole, escondiéndole elementos de su naturaleza que él jamás aceptaría, pero deseando igualmente que estuviera con ella. Y ahora todo se había acabado.

¿Era culpa mía?

Pero yo no pensaba como pensaba Debbie. Yo pensaba como un ser humano racional y, naturalmente, Debbie Pelt no lo era. Deseaba que aquella mano que le había agarrado por el cuello durante la lucha entre la neblina la hubiera estrujado hasta acabar con ella. La observé abrir la puerta y adentrarse en la noche, y en aquel momento supe que Debbie Pelt estaría persiguiéndome durante el resto de su vida. Y ¿si se le infectaba el mordisco que le había dado Alcide y se envenenaba?

En un acto reflejo, me regañé por aquel pensamiento malvado; Dios no quiere que deseemos el mal a nadie. Sólo esperaba que Dios escuchara también a Debbie, igual que esperas que el coche patrulla que te ha detenido para ponerte una multa vaya a detener también al tipo que llevabas detrás y que estaba intentando adelantarte en una zona de línea continua.

Se acercó entonces a mí la mujer lobo pelirroja, Amanda. La habían mordido por todas partes y tenía un chichón en la frente, pero se le veía radiante.

—Ahora que estoy de buen humor, quiero pedirte disculpas por haberte insultado —dijo directamente—. Has superado la pelea. Aunque te gusten los vampiros, nunca más me pondré contra ti. A lo mejor algún día acabas viendo la luz. —Asentí y ella se fue a ver sus compañeros de manada.

Pam había atado a Hallow y, junto con Eric y Gerald, estaba arrodillada al lado de alguien, al otro lado de la estancia. Me pregunté qué debía pasar. Alcide estaba recuperando su forma humana y cuando consiguió orientarse, se acercó a mí. Estaba demasiado agotada para preocuparme por su desnudez, pero pensé vagamente que tenía que intentar recordar aquella visión, pues quería recordarla para posteriores momentos de placer.

Tenía algunos arañazos y sangre en el cuerpo, y una herida bastante profunda, pero en general su aspecto era bueno.

—Tienes sangre en la cara —dijo.

—No es mía.

—Gracias a Dios —dijo, y se sentó en el suelo a mi lado—. ¿Estás malherida?

—No estoy herida, de verdad —dije—. Me han zarandeado por todos lados, y casi ahogado, y me han golpeado, pero no me han dado ninguna paliza. —Caramba, al final, mi propósito de Año Nuevo iba a cumplirse.

—Siento no haber encontrado aquí a Jason —dijo.

—Eric preguntó a Pam y Gerald si lo tenían retenido los vampiros y le dijeron que no —dije—. Pensaba que los vampiros podían tener sus motivos para retenerlo. Pero no han sido ellos.

—Chow ha muerto.

—¿Cómo? —pregunté, intentando mostrarme tranquila, como si apenas me importara. Nunca había sido una entusiasta del camarero, pero de no haber estado tan agotada me habría dolido de verdad.

—Una de las brujas de Hallow tenía un cuchillo de madera.

—Nunca he visto un cuchillo de ésos —dije pasado un momento, y eso fue todo lo que se me ocurrió decir respecto a la muerte de Chow.

—Tampoco yo.

Pasado un buen rato, dije:

—Siento lo de Debbie. —Lo que en realidad quería decir era que sentía que ella le hubiese hecho tanto daño, que hubiese demostrado ser una persona tan terrible y que él se hubiera visto obligado a dar un paso drástico para alejarla de su vida.

—¿Qué Debbie? —preguntó, y se puso en pie y echó a andar por aquel suelo manchado de sangre y cubierto de cuerpos y restos de seres sobrenaturales.