Sorprendentemente, conseguí dormir. Me desperté con Eric en la cama, a mi lado. Estaba olisqueándome.
—Sookie, ¿qué es esto? —preguntó en voz muy baja. Sabía, por supuesto, que me había despertado—. Hueles a bosque, y hueles a cambiante. Y a algo aún más salvaje.
Me imaginé que el cambiante que había detectado con el olor era Sam.
—Y a hombre lobo —añadí, pues no quería que se perdiera nada.
—No, a hombre lobo no —dijo.
Me quedé sorprendida. Calvin me había levantado de las zarzas y tenía que tener aún su olor en mi cuerpo.
—Más de un tipo de cambiante —dijo Eric en la casi completa oscuridad de mi habitación—. ¿Qué has estado haciendo, amante?
No es que estuviera enfadado, pero tampoco se le veía feliz. Vampiros. Podían escribir un libro sobre el arte de ser posesivo.
—He estado con los equipos de rescate de mi hermano, en una batida por el bosque, detrás de su casa —dije.
Eric se quedó inmóvil durante un minuto. Me abrazó entonces y me atrajo hacia él.
—Lo siento —dijo—. Sé que estás preocupada.
—¿Puedo preguntarte algo? —dije, dispuesta a comprobar una teoría.
—Por supuesto.
—Mira dentro de ti, Eric. ¿Lo sientes de verdad? ¿Estás preocupado por Jason? —Porque al auténtico Eric, con su mentalidad normal, no le habría importado en absoluto.
—Claro que sí —dijo. Pero después, pasado un largo momento, añadió—: La verdad es que no. —Parecía sorprendido—. Sé que debería estarlo. Que debería estar preocupado por tu hermano porque me encanta el sexo contigo, y tienes que pensar bien de mí para desear también tener sexo conmigo.
Eso me pasaba por pedir sinceridad. Aquello era lo más cercano al Eric real que había visto en todos esos días.
—Pero me escucharás, ¿verdad? Si necesito hablar… ¿Por ese mismo motivo?
—Claro que sí, amante.
—Porque te gusta el sexo conmigo.
—Por eso, naturalmente. Pero también porque he descubierto que en realidad… —Hizo una pausa, como si estuviera a punto de decir algo escandaloso—. He descubierto que siento algo por ti.
—Oh —dije, tan asombrada como el propio Eric, hundiendo la cabeza en su pecho. Tenía el torso desnudo, como me imaginaba que estaba el resto de su cuerpo. Noté su vello rubio y rizado acariciándome la mejilla.
—Eric —confesé, después de una larga pausa—. Odio tener que decirte esto, pero yo también siento algo por ti. —Me quedaban muchísimas cosas que decirle a Eric, pero ya teníamos que estar en el coche de camino a Shreveport. Aun así decidí aprovechar el momento para saborear aquel pequeño pedacito de felicidad.
—No es amor, exactamente —dijo él. Tenía los dedos ocupados tratando de encontrar la mejor manera de quitarme la ropa.
—No, pero se le acerca —sugerí para ayudarlo—. No tenemos mucho tiempo, Eric —dije, bajando la mano, tocándole, obligándole a reprimir un grito—. Hagámoslo bien.
—Bésame —dijo, y no hablaba precisamente de su boca—. Ponte así —susurró—, yo también quiero besarte.
No tardamos mucho en estar abrazándonos, saciados y felices.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó—. Adivino que algo te da miedo.
—Tenemos que ir a Shreveport —dije—. Ya es más tarde de la hora que Pam me dijo por teléfono. Esta noche nos enfrentaremos a Hallow y sus brujos.
—Entonces debes quedarte aquí —dijo de inmediato.
—No —dije, acariciándole la mejilla—. No, pequeño. Tengo que ir contigo. —No le mencioné que Pam quería utilizarme en la batalla. No le conté que él iba a ser utilizado como una máquina de combate. No le expliqué que estaba segura de que alguien iba a morir esta noche; tal vez más de uno, ya fuera humano, cambiante o vampiro. Era probablemente la última vez que utilizaría una palabra cariñosa para dirigirme a Eric. Era quizá la última vez que Eric se despertaría en mi casa. Era posible que uno de los dos no sobreviviera a esta noche y, de hacerlo, no había manera de saber cómo íbamos a cambiar.
El trayecto hasta Shreveport transcurrió en silencio. Nos habíamos lavado y vestido sin hablar mucho. Siete veces, como mínimo, pensé en dar media vuelta y regresar a Bon Temps, con o sin Eric.
Pero no lo hice.
Entre las habilidades de Eric no se incluía la interpretación de mapas, de modo que tuve que parar un momento para mirar mi plano de Shreveport y averiguar cómo llegar al 714 de Parchman, un detalle que no había previsto al salir de casa. (No sé por qué, esperaba que Eric recordara la ciudad y me guiara, pero no era así).
—Tu palabra del día era "aniquilar" —me comentó alegremente.
—Oh, gracias por mirarlo. —Seguramente no lo dije sonando muy agradecida—. Te veo muy animado con todo esto.
—Sookie, no hay nada como una buena pelea —dijo a la defensiva.
—Eso depende de quién gane, diría yo.
Con eso se estuvo callado unos minutos, lo que a mí no me importó en absoluto. Me estaba resultando complicado encontrar el camino por aquellas calles oscuras y con tantas cosas rondándome por la cabeza. Pero finalmente llegamos a la calle y a la casa indicadas. Siempre me había imaginado a Pam y Chow viviendo en una mansión, pero los vampiros tenían una casa grande estilo rancho en un barrio de clase media-alta. Por lo que se veía, era una calle con jardines cuidados, ideal para pasear tranquilamente en bicicleta.
La luz del camino de acceso al 714 estaba encendida y el aparcamiento para tres coches de la parte posterior de la casa estaba lleno. Subí la cuesta hasta el espacio cubierto de cemento que se había habilitado para cuando en el aparcamiento no cupieran más vehículos. Reconocí la camioneta de Alcide y el coche que había visto en casa del coronel Flood.
Antes de salir, Eric se inclinó para besarme. Nos miramos; sus ojos grandes y azules, su blanco de los ojos tan níveo que costaba apartar la mirada, su cabello dorado perfectamente peinado. Se lo había recogido con una de mis gomas elásticas, una de color azul. Iba vestido con pantalones vaqueros y una camisa de franela nueva.
—Podríamos regresar —dijo. Bajo la luz cenital del coche, las facciones de su rostro parecían duras como una piedra—. Podríamos regresar a tu casa. Puedo quedarme contigo para siempre. Podríamos conocer nuestros cuerpos en todos los sentidos, noche tras noche. Podría amarte. —De repente, se sentía orgulloso de sí mismo—. Podría trabajar. No tendrías que ser pobre. Te ayudaría.
—Eso suena a boda —dije, intentando aligerar el ambiente. Pero me temblaba la voz.
—Sí —dijo.
Pero entonces nunca volvería a ser él. Sería una falsa versión de Eric, un Eric al que se le había estafado su verdadera vida. Mientras nuestra relación durara, él seguiría siendo el mismo; pero yo no.
"Basta ya de pensamientos negativos, Sookie", me dije. Habría que ser tonta de remate para renunciar a vivir para siempre jamás con aquella criatura tan atractiva. Nos lo pasábamos muy bien juntos, disfrutaba del sentido del humor de Eric y de su compañía, y eso sin mencionar sus artes amatorias. Ahora que había perdido la memoria, era divertido y poco complicado.
Pero ésa era la única pega. Tendríamos una relación falsa, porque aquél era un Eric falso. Y ahí se cerraba el círculo.
Salí del coche suspirando.
—Soy tonta de remate —dije cuando él rodeó el coche para dirigirse conmigo hacia la casa.
Eric no dijo nada. Me imagino que estaba de acuerdo conmigo.
—Hola —dije, empujando la puerta después de que mi llamada no obtuviera respuesta. La puerta del garaje daba a un lavadero, y de allí se pasaba a la cocina.
Como cabría esperar en una casa de vampiros, la cocina estaba completamente limpia, pues no se utilizaba. Era pequeña para una casa de aquellas dimensiones. Me imagino que el agente de la propiedad inmobiliaria pensó que era su día de suerte —su noche de suerte— cuando se la enseñó a los vampiros, pues una familia normal y corriente habría tenido problemas con una cocina del tamaño de una cama de matrimonio. La casa era de planta abierta, de modo que desde la barra de desayuno se veía el salón "familiar" —en este caso, la estancia principal de una familia curiosa—. Había tres puertas, que seguramente conducirían a la sala de estar, el comedor y la zona de dormitorios.
Y en aquel momento, el salón familiar estaba abarrotado de gente. Tuve enseguida la impresión, por los pies y brazos que veía, de que en las otras estancias había también más gente.
Estaban los vampiros: Pam, Chow, Gerald y dos más, al menos, a los que reconocí de haberlos visto en Fangtasia. Los seres de dos naturalezas estaban representados por el coronel Flood, la pelirroja Amanda (mi gran admiradora), el adolescente de pelo de punta (Sid), Alcide, Culpepper y (para mi desgracia) Debbie Pelt. Debbie iba vestida a la última —o eso creía ella—, algo que me pareció un poco fuera de lugar para una reunión de aquel calibre. Tal vez pretendiera recordarme que tenía un puesto de trabajo estupendo en una agencia de publicidad.
Estupendo. La presencia de Debbie acababa de rematar una noche perfecta.
Por proceso de eliminación, el grupo de gente que no reconocí tenía que ser el integrado por los brujos locales. Supuse que aquella mujer tan digna sentada en el sillón tenía que ser su líder. No tenía ni idea de cuál podía ser su título. ¿Gran maestra del aquelarre? ¿Ama? Tendría unos sesenta años y su cabello era gris acerado. Afroamericana, con la piel de color café, tenía unos ojos castaños que le otorgaban una mirada infinitamente sabia, aunque también escéptica. Iba acompañada por un joven de piel clara y con gafas, que iba vestido con unos pantalones de sport ceñidos, camisa de rayas y relucientes mocasines. Debía de ocupar algún puesto directivo en Office Depot o Super One Foods y, aquella fría noche de enero, sus hijos se lo imaginarían jugando alguna partida a los bolos o asistiendo a alguna reunión de su iglesia. En vez de eso, él y la joven que tenía a su lado estaban a punto de embarcarse en una batalla a muerte.
Las dos sillas vacías que quedaban estaban, naturalmente, reservadas para Eric y para mí.
—Os esperábamos antes —dijo resueltamente Pam.
—Hola, me alegro de veros, gracias por venir a pesar de haberos avisado con tan poca antelación —murmuré. Durante un prolongado momento, todos los reunidos se quedaron mirando a Eric, esperando que se pusiese al mando de la situación, como había hecho durante años. Y Eric se quedó mirándolos sin entender nada. La pausa empezaba a resultar incómoda.
—Bien, tracemos un plan —dijo Pam. Los seres sobrenaturales allí reunidos se volvieron hacia ella. Pam había asumido el liderazgo y estaba dispuesta a desempeñarlo.
—Gracias a los rastreadores de los hombres lobo, conocemos la localización exacta del edificio que Hallow utiliza como cuartel general —me explicó Pam. Parecía ignorar a Eric, pero intuí que era porque no sabía qué postura adoptar respecto a él. Sid me sonrió; recordé que él y Emilio habían seguido el rastro de los asesinos desde la tienda de vestidos de boda hasta la casa. Entonces me di cuenta de que estaba mostrándome sus afilados dientes. Qué miedo.
Comprendía la presencia de los vampiros, de los brujos y de los hombres lobo, pero ¿qué hacía Debbie Pelt en esta reunión? Era una cambiante, no una mujer lobo. Los hombres lobo siempre se habían mostrado muy esnobs respecto a los cambiantes y ahora tenían entre ellos a una que, además, estaba fuera de su territorio. La odiaba y no confiaba en ella en absoluto. Seguro que había insistido para poder estar presente y eso me hacía fiarme aún menos, si es que eso era posible.
Si tan decidida estaba a sumarse a la lucha, les aconsejaría que la pusieran en primera línea. De este modo no tendrían que preocuparse por lo que pudiera estar haciendo a sus espaldas.
Mi abuela se habría sentido avergonzada de mi espíritu vengativo porque, al igual que a Alcide, le habría resultado prácticamente imposible creer que Debbie había intentado matarme.
—Nos infiltraremos poco a poco en el barrio —dijo Pam. Me pregunté si habría estado leyendo algún manual de comandos—. Los brujos han difundido mucha magia en la zona y gracias a ello las calles están poco concurridas. Tenemos ya apostados algunos hombres lobo. De este modo, nuestra presencia no se hará tan evidente. Sookie irá primero.
Los seres sobrenaturales se volvieron hacia mí. La situación resultaba desconcertante: era como estar en plena noche en medio de un círculo formado por camionetas que encendieran la luz a la vez iluminando el centro.
—¿Por qué? —preguntó Alcide, sentado en el suelo con sus grandes manos posadas sobre las rodillas. Debbie, que se había sentado a su lado, me sonrió, consciente de que Alcide no la veía.
—Porque Sookie es humana —explicó Pam—. Y posee unas dotes más naturales que las del resto. No la detectarán.
Eric me había cogido la mano. Me la agarraba con tanta fuerza que creí oír mis huesos estrujándose. Antes de estar hechizado, habría cortado de raíz el plan de Pam, o tal vez lo hubiera aplaudido con entusiasmo. Ahora, se sentía demasiado intimidado como para hacer comentarios, algo que claramente deseaba hacer.
—¿Qué se supone que tengo que hacer cuando llegué allí? —Me sentí orgullosa de mí misma por ser capaz de hablar con tranquilidad y en sentido práctico. Pero preferiría estar tomando nota de las peticiones de una mesa llena de borrachos que en primera línea de batalla.
—Leer la mente de los brujos que haya en el interior del edificio mientras nosotros nos posicionamos. Si detectan nuestra aproximación, perderemos el factor sorpresa y tendremos más posibilidades de sufrir bajas. —Cuando se excitaba, Pam tenía un ligero acento, aunque nunca había conseguido averiguar de dónde. Tal vez era simplemente el inglés que se hablaba hace trescientos años. O lo que fuera—. ¿Podrás contarlos? ¿Es posible?
Me lo pensé un momento.
—Sí. Puedo hacerlo.
—Eso sería de gran ayuda.
—¿Qué hacemos cuando lleguemos al edificio? —preguntó Sid. Estaba nervioso, sonriendo, mostrando sus afilados dientes.
Pam lo miró sorprendida.
—Los matamos a todos —dijo.
La sonrisa de Sid se desvaneció. Y no fue la única.
Pam se dio cuenta de que había dicho algo desagradable.
—¿Qué otra cosa podríamos hacer? —preguntó, sorprendida de verdad.
Era una pregunta complicada.
—Ellos harán todo lo posible por matarnos —destacó Chow—. Han hecho un único intento de negociación y le costó la memoria a Eric y la vida a Clancy. Esta mañana han dejado la ropa de Clancy en Fangtasia. —La gente apartó la vista de Eric, se sentían incómodos. Él estaba apesadumbrado. Me soltó un poco la mano derecha. Recuperé la circulación en esa mano. Fue un alivio.
—Sookie tiene que ir acompañada de alguien —dijo Alcide. Miraba furioso a Pam—. No puede acercarse sola a esa casa.
—Yo iré con ella —dijo una voz familiar desde un rincón de la sala. Me incliné hacia delante, observando las caras.
—¡Bubba! —exclamé, encantada de ver al vampiro. Eric se quedó mirando maravillado aquella famosa cara. Llevaba su brillante cabello negro peinado hacia atrás, en un tupé, y su labio inferior resaltaba aquella sonrisa marca de la casa. Su actual cuidador debía de haberlo vestido para la ocasión, pues en lugar de un mono rematado con lentejuelas, o de vaqueros y una camiseta, Bubba iba vestido de camuflaje.
—Encantado de verla, señorita Sookie —dijo Bubba—. Vengo vestido del ejército.
—Ya lo veo. Estás muy guapo, Bubba.
—Gracias, señora.
Pam reflexionó.
—Podría ser una buena idea —dijo—. Su, eh…, lo que transmite su mente, sus características cerebrales, ¿comprendéis lo que os digo?, son tan, eh…, atípicas, que no descubrirán que hay un vampiro cerca. —Pam estaba siendo muy diplomática.
Bubba era un vampiro terrible. Aunque sigiloso y obediente, no podía razonar muy claramente y le gustaba más la sangre de gato que la humana.
—¿Dónde está Bill, señorita Sookie? —preguntó, como si yo pudiera predecirlo. Bubba siempre había sentido un gran cariño por Bill.
—Está en Perú, Bubba. En América del Sur.
—No, no es así —dijo una voz fría, y mi corazón dio un vuelco—. He regresado. —Mi antiguo amor apareció por una puerta.
Era la noche de las sorpresas. Esperaba que algunas de ellas fuesen agradables.
Ver a Bill de forma tan inesperada fue una conmoción mayor de lo que me imaginaba. Nunca había tenido un ex novio; bueno, en realidad, mi vida había estado carente de novios por completo, por lo que no tenía mucha experiencia en lo que a gestionar mis emociones en su presencia se refería, sobre todo con Eric cogiéndome de la mano con tanta fuerza como si yo fuera Mary Poppins y él uno de los niños a mi cargo.
Bill tenía muy buen aspecto. Iba vestido con unos pantalones de sport y una camisa de vestir de Calvin Klein que yo le había elegido, de cuadros en tonos marrón y dorado. Me di cuenta enseguida.
—Estupendo, esta noche te necesitamos —dijo Pam. Ella siempre tan práctica—. Ya me contarás qué tal esas ruinas de las que todo el mundo habla. ¿Conoces a todo el mundo?
Bill echó un vistazo a su alrededor.
—Coronel Flood —dijo, saludándolo con un movimiento de cabeza—. Alcide. —El saludo hacia Alcide fue menos cordial—. A estos nuevos aliados no los conozco —dijo, señalando a los brujos. Bill esperó a que terminaran las presentaciones para preguntar—: ¿Y qué hace Debbie Pelt aquí?
Intenté no gritar al oír mis propios pensamientos expresados en voz alta. ¡Era exactamente la misma pregunta que yo me hacía! ¿Y cómo era que Bill conocía a Debbie? Intenté recordar si sus caminos se habían cruzado en Jackson, si se habían conocido; y no recordaba un encuentro así aunque, naturalmente, Bill sabía lo que Debbie había hecho.
—Es la mujer de Alcide —dijo Pam, con cautela y algo perpleja.
Levanté las cejas, mirando a Alcide, que se puso colorado.
—Está aquí de visita y decidió acompañarlo —continuó Pam—. ¿Desapruebas su presencia?
—Estuvo presente mientras me torturaban en el recinto del rey del Misisipi —dijo Bill—. Disfrutó con mi dolor.
Alcide se puso en pie, jamás lo había visto tan horrorizado.
—¿Es eso cierto, Debbie?
Debbie Pelt trató de no acobardarse, pero todas las miradas estaban fijas en ella, miradas poco amistosas.
—Dio la casualidad de que estaba visitando a un amigo hombre lobo que vivía allí, uno de los vigilantes —dijo. Pero su voz no sonaba con la tranquilidad que requerían sus palabras—. Evidentemente, nada podía hacer para liberarte, me habrían hecho pedazos. No puedo creer que recuerdes con mucha claridad que estaba yo allí. Estabas prácticamente inconsciente. —Sus palabras escondían cierto desprecio.
—Te sumaste a la tortura —dijo Bill, con un tono de voz aún impersonal y, por ello, de lo más convincente—. Lo que más te gustaron fueron las tenazas.
—Y ¿no dijiste a nadie que Bill estaba allí? —le preguntó Alcide a Debbie, de un modo, por el contrario, completamente personal, lleno de dolor, rabia y sentimiento de traición—. ¿Sabías que alguien de otro reino estaba siendo torturado en casa de Russell y no hiciste nada?
—Es un vampiro, por el amor de Dios —dijo Debbie—. Cuando posteriormente descubrí que tú te habías llevado a Sookie a buscarlo, para librar a tu padre del acoso de los vampiros, me sentí fatal. Pero en aquel momento no era más que un asunto de vampiros. ¿Por qué tenía yo que interferir?
—Y ¿por qué iba a sumarse una persona decente a un acto de tortura? —La voz de Alcide sonó muy tensa.
Se produjo un prolongado silencio.
—Y, además, Debbie intentó matar a Sookie —dijo Bill. Su voz sonaba aún serena.
—¡Yo no sabía que estabas en el maletero del coche cuando la empuje allí dentro! ¡No sabía que estaba encerrándola con un vampiro hambriento! —dijo Debbie.
No puedo hablar por los demás, pero a mí no me convenció lo más mínimo.
Alcide bajó la cabeza para mirarse las manos, como si en ellas tuviera un oráculo. La levantó a continuación para mirar a Debbie. Era un hombre incapaz de eludir por más tiempo el dolor de la verdad. Me dio muchísima lástima.
—Abjuro de ti —dijo Alcide. El coronel Flood frunció el entrecejo y el joven Sid, Amanda y Culpepper se quedaron tan atónitos como impresionados, como si fuera aquélla una ceremonia que jamás habían imaginado poder llegar a presenciar—. No quiero verte nunca más. No cazaré contigo nunca más. No compartiré mi carne contigo nunca más.
Era, evidentemente, un ritual de extremada importancia entre los seres de dos naturalezas. Debbie se quedó mirando a Alcide, sobrecogida por su discurso. Los brujos murmuraron entre ellos y el resto de la estancia guardó silencio. Incluso Bubba permaneció con los ojos abiertos de par en par, y en su cabeza muchas cosas empezaron a cuadrar.
—No —dijo Debbie con un hilo de voz, agitando la mano delante de ella, como si con ello pudiera borrar lo sucedido—. ¡No, Alcide!
Pero pese a que él la miraba, había dejado de verla para siempre.
Aun odiando a Debbie, me dolía verla así. Como la mayoría de los presentes, aparté la vista de ella en cuanto pude, intentando mirar a cualquier parte excepto a la cambiante. Enfrentarse al aquelarre de Hallow parecía un juego de niños en comparación con ser testigo de aquel episodio.
Pam estaba de acuerdo conmigo.
—De acuerdo entonces —dijo enseguida—. Bubba abrirá el camino con Sookie. Ella se esforzará todo lo que pueda en… lo que sea que haga ella, y nos enviará una señal. —Pam se quedó reflexionando un instante—. Recapitulemos, Sookie: necesitamos conocer el número de personas que hay en la casa, si todos ellos son brujos y cualquier otro detalle que puedas detectar. Envíanos a Bubba con la información que descubras y permanece en guardia por si la situación cambia mientras nos movilizamos. En cuanto estemos en posición, puedes retirarte hacia los coches, donde estarás más segura.
Ningún problema. Entre una multitud de brujos, vampiros y hombres lobo, yo no era quien para entrar en combate.
—Me parece bien, siempre y cuando no tenga que implicarme más —dije. Noté un tirón en la mano que me obligó a volver la vista hacia Eric. La perspectiva de la batalla parecía satisfacerle, pero su rostro y su postura seguían transmitiendo inseguridad—. Pero ¿qué será de Eric?
—¿A qué te refieres?
—Si matáis a todo el mundo, ¿quién deshará su maleficio? —Me volví ligeramente para dirigirme a los expertos, el contingente de wiccanos—. Si el aquelarre de Hallow muere al completo, ¿mueren con ellos sus maleficios? ¿O seguirá Eric sin memoria?
—El maleficio tiene que ser deshecho —dijo la bruja de más edad, la serena mujer afroamericana—. Lo mejor es que lo deshaga quien lo creó. También puede deshacerlo otro, pero requeriría más tiempo y más esfuerzo, al desconocer cómo se lanzó el conjuro.
Estaba tratando por todos los medios de no mirar a Alcide, pues seguía temblando debido a la violencia de las emociones que le habían llevado a repudiar a Debbie. Aun sin saber que aquella acción era posible, mi primera reacción fue sentirme un poco amargada porque no lo hubiese hecho hacía cuestión de un mes, justo después de que yo le contara que Debbie había intentado matarme. Pero era posible que Alcide se hubiese dicho que yo me confundía, que no había sido a Debbie a quien había intuido cerca de mí antes de verme empujada al maletero del Lincoln.
Por lo que yo sabía, era la primera vez que Debbie admitía haberlo hecho. Y había argumentado que no sabía que Bill estaba en el interior del maletero, inconsciente. Fuera como fuese, arrojar a una persona en el interior del maletero de un coche y cerrarlo con llave no era precisamente una broma, ¿verdad?
Tal vez Debbie también se había mentido a sí misma.
Tenía que seguir prestando atención a lo que acontecía en estos momentos. Ya tendría tiempo de sobra para pensar en la capacidad del ego humano de engañarse a sí mismo, si conseguía sobrevivir a la noche.
Pam estaba diciendo:
—¿Piensas entonces que debemos salvar a Hallow? ¿Para que deshaga el maleficio de Eric? —La idea no parecía hacerla muy feliz. Me olvidé de mis dolorosos sentimientos y me obligué a escuchar. No tenía tiempo de andarme por las ramas.
—No —dijo al instante la bruja—. Que lo haga su hermano, Mark. Dejar a Hallow con vida es demasiado peligroso. Tiene que morir lo antes posible.
—¿Qué haréis vosotros? —preguntó Pam—. ¿Cómo pensáis colaborar en el ataque?
—Nos quedaremos fuera, pero a dos manzanas de distancia —dijo el hombre—. Lanzaremos maleficios para debilitar a los brujos y sembrar la indecisión. Y nos guardaremos algunos trucos bajo la manga. —Él y la mujer joven que lo acompañaba, que llevaba una cantidad impresionante de sombra negra en los ojos, parecían encantados ante la posibilidad de poder exhibir sus trucos.
Pam asintió, como si practicar maleficios fuera ayuda suficiente. Yo pensé que habría sido mejor esperar fuera con un lanzallamas.
Durante todo aquel tiempo, Debbie Pelt se había quedado allí paralizada. Emprendió entonces el camino hacia la puerta de atrás. Bubba salió corriendo para agarrarla del brazo. Ella le lanzó un sonido parecido a un siseo, pero él no se amedrantó, cosa que yo habría hecho.
Ninguno de los hombres lobo reaccionó ante aquello. Era como si se hubiese vuelto invisible para ellos.
—Déjame marchar. Aquí no me quieren —le dijo a Bubba, mientras la rabia y la tristeza se peleaban por controlar su rostro.
Bubba se encogió de hombros y se limitó a retenerla, esperando la opinión de Pam.
—Si te dejamos marchar, podrías ir a visitar a los brujos para avisarles de nuestra llegada —dijo Pam—. Al parecer, es lo que cabría esperar de tu carácter.
Debbie tuvo el descaro de mostrarse ultrajada. Alcide tenía la misma expresión que si estuviera mirando la previsión del tiempo en la tele.
—Bill, encárgate de ella —sugirió Chow—. Si se vuelve contra nosotros, mátala.
—Una idea maravillosa —dijo Bill, sonriendo y mostrando sus colmillos.
Después de unos momentos dedicados a la discusión del medio de transporte y de unas cuantas consultas más dirigidas a los brujos, que se enfrentaban a un tipo de batalla completamente distinta de la del resto, Pam dijo:
—De acuerdo, vámonos. —Pam, que parecía más que nunca Alicia en el País de las Maravillas, con su jersey de color rosa claro y pantalones fucsia, se levantó y verificó su carmín en el espejo que había colgado en una pared. Observó su reflejo con una sonrisa, un gesto que he visto mil veces hacer a las mujeres.
—Sookie, amiga mía —dijo, volviéndose para sonreírme—. Ésta será una gran noche.
—¿De verdad?
—Sí. —Pam me pasó el brazo por los hombros—. ¡Defenderemos lo que es nuestro! ¡Lucharemos por la restauración de nuestro líder! —Sonrió a Eric—. Mañana, sheriff, volverás a sentarte en tu despacho en Fangtasia. Podrás dormir en tu casa, en tu dormitorio. Nos hemos encargado de mantener tu casa limpia y arreglada.
Observé la reacción de Eric. Nunca había oído a Pam dirigirse a Eric por su título. Aunque el vampiro jefe de una sección recibía el título de "sheriff", y a aquellas alturas debería haberme acostumbrado a ello, no pude evitar imaginarme a Eric vestido de cowboy con una estrella en el pecho o, mi imagen favorita, con mallas negras como el malvado sheriff de Nottingham. Encontré interesante, además, que no viviera en esta casa con Pam y con Chow.
Eric lanzó una mirada tan seria a Pam, que le borró incluso la sonrisa.
—Si muero esta noche —dijo—, pagad a esta mujer el dinero que se le prometió. —Me agarró por el hombro. Estaba rodeada de vampiros.
—Lo juro —dijo Pam—. Se lo haré saber también a Chow y a Gerald.
—¿Sabes dónde está su hermano? —preguntó Eric.
Sorprendida, di un paso atrás para alejarme de Pam.
Ella también se quedó sorprendida.
—No, sheriff —respondió.
—Se me había pasado por la cabeza la posibilidad de que lo hubierais tomado como rehén para aseguraros de que ella no me traicionara.
A mí no se me había ocurrido, aunque debería haberlo pensado. Evidentemente, tenía mucho que aprender en lo que a ser retorcida se refiere.
—Ojalá se me hubiera ocurrido —dijo Pam, haciéndose eco de mis pensamientos—. No me habría importado pasar un tiempo con Jason como rehén. —Aunque me costara entenderlo, el atractivo de Jason era universal—. Pero no lo he secuestrado —dijo Pam—. Si salimos de ésta, Sookie, me encargaré personalmente de buscarlo. ¿Crees que podrían haberlo secuestrado los brujos de Hallow?
—Es una posibilidad —dije—. Claudine mencionó que no había visto rehenes, pero también dijo que no había mirado en todas las habitaciones. De todos modos, y a menos que Hallow supiera que Eric estaba conmigo, no entiendo por qué deberían haber secuestrado a Jason. De haberlo hecho, creo que lo habrían utilizado para hacerme hablar, igual que vosotros lo habríais utilizado para comprar mi silencio. Pero no me han abordado en ningún momento. No se puede hacer chantaje a una persona si ésta no sabe con qué pueden chantajearle.
—En cualquier caso, recordaré a todos los que vayan a entrar en el edificio que lo busquen —dijo Pam.
—¿Cómo está Belinda? —pregunté—. ¿Lo habéis arreglado para pagar las facturas del hospital?
Se me quedó mirando sin entender nada.
—La camarera que resultó herida en Fangtasia —le recordé, con cierta sequedad—. ¿Lo recuerdas? La amiga de Ginger, la que murió.
—Naturalmente —dijo Chow, que estaba a nuestro lado, apoyado en la pared—. Está recuperándose. Le enviamos flores y bombones —le dijo a Pam. Entonces, se dirigió a mí—. Además, tenemos una póliza de seguros como grupo —lo dijo orgulloso como un padre primerizo.
Pam se quedó satisfecha con la información proporcionada por Chow.
—Bien —dijo—. ¿Estamos listos para empezar?
Me encogí de hombros.
—Supongo que sí. No tiene ningún sentido seguir esperando.
Bill se plantó delante de mí mientras Chow y Pam decidían qué vehículo coger. Gerald había salido para asegurarse de que todo el mundo estaba enterado del plan de batalla.
—¿Qué tal en Perú? —le pregunté a Bill. Era completamente consciente de la presencia de Eric, una gigantesca sombra rubia pegada a mi lado.
—Tomé muchas notas para mi libro —respondió Bill—. Aunque América del Sur, en general, no ha sido siempre agradable con los vampiros, Perú no es tan hostil como los demás países, y pude reunirme con varios vampiros de los que no había oído hablar hasta el momento. —Bill había pasado meses trabajando en un directorio de vampiros por encargo de la reina de Luisiana, que consideraba que una lista así le resultaría muy útil. La opinión de la reina no era compartida por toda la comunidad de vampiros, algunos de los cuales ponían serias objeciones a la idea de salir del armario, incluso de revelar su existencia entre los de su misma especie. Me imaginaba que el secretismo, cuando habías vivido aferrado a él durante siglos, era algo casi imposible de abandonar.
Había vampiros que seguían viviendo en cementerios, que salían cada noche de caza y se negaban a aceptar que hubieran cambiado las cosas; era como las historias sobre los soldados japoneses que vivieron escondidos en las islas del Pacífico hasta mucho después de que hubiera terminado la Segunda Guerra Mundial.
—¿Viste aquellas ruinas de las que tanto hablabas?
—¿Machu Picchu? Sí, subí allí solo. Fue una experiencia fantástica.
Intenté imaginarme a Bill subiendo a una montaña de noche, contemplando las ruinas de una antigua civilización bajo la luz de la luna. Yo no podía siquiera concebir cómo sería algo así. Nunca había salido del país. De hecho, apenas había salido del estado.
—¿Es Bill, tu antiguo hombre? —La voz de Eric sonaba un poco… tensa.
—Ah, sí…, bueno, sí. —Lo de "antiguo" era correcto, pero lo de "hombre" sonaba un poco desfasado.
Eric posó ambas manos sobre mis hombros y se acercó más a mí. No tenía la menor duda de que estaba mirando a Bill por encima de mi cabeza. Sólo faltaba que Eric me colgara un cartel en el que pusiera "Es MÍA". Arlene me había contado que le encantaban ese tipo de momentos, aquéllos en los que su ex veía claramente que otro la valoraba aunque él no lo hiciera. Todo lo que yo puedo decir al respecto es que para mí el placer es algo completamente distinto. Odiaba aquella situación, era incómoda y ridícula.
—Así que es cierto que no te acuerdas de mí —le dijo Bill a Eric, como si lo hubiese dudado hasta aquel momento. Mis sospechas quedaron confirmadas cuando me dijo, como si Eric no estuviese delante—: La verdad es que creía que era un sofisticado plan de Eric para instalarse tanto en tu casa como en tu cama.
Como yo también había tenido esa idea, y aunque la descarté rápidamente, no pude protestar; eso sí, se me subieron los colores.
—Tenemos que subir al coche —le dije a Eric, volviéndome lo suficiente como para ver su cara de refilón. Era un rostro duro e inexpresivo, lo que normalmente indicaba que se encontraba en un estado mental peligroso. Pero me acompañó cuando avancé hacia la puerta, y la casa fue vaciándose y sus ocupantes llenando la estrecha calle del barrio residencial. Me pregunté qué pensarían los vecinos. Sabían, naturalmente, que la casa estaba habitada por vampiros: nadie durante el día, el trabajo del jardín realizado por secuaces humanos, gente muy pálida entrando y saliendo por la noche. La repentina actividad tenía necesariamente que llamar la atención del vecindario.
Conduje en silencio, con Eric a mi lado, ocupando el asiento del acompañante. De vez en cuando alargaba la mano para acariciarme. No sabía con quién había ido Bill, pero me alegré de que no fuese conmigo. El nivel de testosterona habría sido demasiado elevado en el interior del coche y podría haberme asfixiado.
Bubba iba sentado detrás, canturreando. Parecía Love Me Tender.
—Este coche está hecho una mierda —dijo Eric, sin venir a cuento.
—Sí —estuve de acuerdo.
—¿Tienes miedo? —Sí.
—Si todo sale bien, ¿querrás seguir viéndome?
—Por supuesto —dije, para que se sintiese feliz. Estaba convencida de que nada volvería a ser igual después de la confrontación. Pero, despojado de la convicción que el verdadero Eric tenía de su destreza, su inteligencia y su crueldad, este Eric era bastante inestable. Aunque cuando llegara el momento de la batalla, estaría preparado para afrontarla, en aquel momento necesitaba un empujoncito.
Pam había planeado dónde debía aparcar cada uno con la intención de impedir que el grupo de Hallow se alarmara por la repentina aparición de un montón de coches. Todos llevábamos un mapa donde aparecía señalado el lugar donde nos correspondía aparcar. En mi caso resultó ser un E-Z Mart, en la confluencia de un par de calles anchas, en una zona en pendiente donde el barrio pasaba de ser residencial a comercial. Aparcamos en la esquina más apartada del E-Z Mart. Sin más comentarios, partimos hacia los puestos que teníamos asignados.
Casi la mitad de las casas de aquella tranquila calle tenía carteles de inmobiliarias colgados en el jardín y las que seguían en manos de particulares no estaban muy bien conservadas. Los coches estaban tan destartalados como el mío y las grandes zonas sin césped indicaban que los vecinos no lo abonaban ni lo regaban en verano. En todas las ventanas iluminadas se veía el parpadeo de la pantalla de un televisor.
Me alegré de que fuese invierno y la gente estuviera resguardada en el interior de sus casas. En un barrio como aquél, dos vampiros blancos y una mujer rubia despertarían comentarios, si no una agresión directa. Además, y a pesar del rigor de su vestimenta, uno de los vampiros era muy reconocible…, razón por la cual a Bubba siempre lo apartaban de la vista de todo el mundo.
Enseguida llegamos a la esquina donde Eric tenía que separarse de nosotros para reunirse con los demás vampiros. Yo habría continuado hacia mi puesto sin cruzar una palabra más; a aquellas alturas, la tensión me había puesto tan nerviosa que me daba la sensación de que si alguien me rozaba con un dedo me pondría a temblar. Pero Eric no se conformaba con una despedida silenciosa. Me abrazó y me besó con todas sus fuerzas y, créanme, tiene mucha.
Bubba emitió un sonido de desaprobación.
—No tendría que andar usted besando a otro, señorita Sookie —dijo—. Bill dijo que no pasaba nada, pero a mí no me gusta.
Eric me soltó finalmente.
—Lo siento mucho si te hemos ofendido —dijo fríamente. Me miró—. Nos vemos después, amante —añadió en voz muy baja.
Le acaricié la mejilla.
—Después —dije, y di media vuelta para echar a andar, con Bubba pegado a mis talones.
—No se habrá enfadado conmigo, ¿verdad, señorita Sookie? —me preguntó ansioso.
—No —le respondí. Me obligué a sonreírle, pues sabía que él me veía mucho más nítidamente que yo a él. Era una noche fría y, aunque llevaba mi abrigo, no me parecía una prenda tan caliente como de costumbre. Tenía las manos desnudas ateridas y apenas sentía la nariz. Sólo conseguía detectar una oleada de humo de madera procedente de una chimenea, el humo de la combustión de un automóvil, gasolina, aceite y los demás olores de un coche que se combinan entre sí para dar lugar al "Olor a Ciudad".
Pero había otro olor en el barrio, un aroma que indicaba que aquel barrio estaba contaminado por algo más que el azote urbano. Olisqueé, y el olor serpenteó en el aire con un vigor casi visible. Después de un momento de reflexión, me di cuenta de que debía de ser el olor de la magia, un olor que te encogía el estómago. Los olores mágicos huelen como yo me imagino que olería el bazar en un país exótico. Es el olor a lo extraño, a lo distinto. Cuando hay mucha magia, el olor puede resultar abrumador. ¿Por qué no se quejaban los habitantes del barrio a la policía? ¿Acaso no todo el mundo captaba ese olor?
—Bubba, ¿hueles a algo raro? —pregunté en voz muy baja. Un par de perros ladraron a nuestro paso, pero rápidamente se tranquilizaron en cuanto captaron el olor a vampiro. (Para ellos, me imagino, ese algo raro era Bubba). Los perros casi siempre se asustaban en presencia de vampiros, aunque su reacción ante hombres lobo y cambiantes era impredecible.
Me descubrí convencida de que lo que más deseaba en el mundo en aquel momento era regresar al coche y marcharme de allí. Tuve que esforzarme mucho para obligar a mis pies a caminar en la dirección adecuada.
—Sí, claro que sí —me susurró como respuesta—. Han estado echando maleficios. Magia para mantener alejada a la gente. —No sabía si los responsables eran los wiccanos o los brujos de Hallow, pero el resultado era eficaz.
En la noche reinaba un silencio casi sobrenatural. Mientras caminábamos por las calles, sólo vimos tres coches circulando. Bubba y yo no nos cruzamos con ningún peatón y la sensación de sospechoso aislamiento era cada vez mayor. El maleficio de alejamiento se intensificaba a medida que nos acercábamos al lugar de donde supuestamente debíamos mantenernos alejados.
La oscuridad entre las lagunas de luz que proyectaban las farolas parecía más oscura y la luz parecía no llegar tan lejos. Cuando Bubba me cogió la mano, no la retiré. A cada paso que daba, los pies me pesaban más.
Había olido aquello en Fangtasia en una ocasión. Tal vez el rastreador de los hombres lobo había tenido un trabajo más fácil de lo que me imaginaba.
—Ya hemos llegado, señorita Sookie —dijo Bubba, rompiendo el silencio y la oscuridad con un hilillo de voz. Estábamos en una esquina. Sabiendo que había un hechizo, y que podía seguir caminando, lo hice; pero de haber sido un residente del barrio, habría encontrado una ruta alternativa y no me lo habría pensado dos veces para seguirla. El impulso de evitar aquel lugar era tan fuerte que me pregunté si la gente que vivía en aquella manzana habría sido capaz de llegar a sus casas al salir del trabajo. A lo mejor estaban cenando fuera, en el cine, bebiendo copas…, cualquier cosa con tal de evitar regresar a casa. Todas las casas de la calle estaban sospechosamente oscuras y desocupadas.
Al otro lado de la calle, en el extremo de la manzana, estaba el epicentro de la magia.
El aquelarre de Hallow había encontrado un buen escondite: un edificio comercial en alquiler, un edificio grande donde había una combinación de floristería y panadería. Minnie's Flower and Cakes estaba completamente aislado, era el establecimiento más grande de un grupo de tres que, uno a uno, habían ido apagándose como las velas de un candelabro. Parecía que el edificio llevaba años vacío. Los cristales de los escaparates estaban empapelados con carteles de actos transcurridos mucho tiempo atrás y de candidatos políticos derrotados hacía ya muchos años. Las planchas de madera claveteadas sobre las puertas de cristal indicaban que los gamberros habían entrado allí más de una vez.
Pese al gélido frío invernal, entre las grietas del suelo del aparcamiento brotaban malas hierbas. A la derecha del aparcamiento había un contenedor de basura. Lo vi desde el otro lado de la calle, y fue prácticamente lo único que pude ver del exterior antes de cerrar los ojos para concentrarme en todos mis demás sentidos. Antes de eso, me permití un instante de arrepentimiento.
Si me lo hubieran preguntado, me habría costado un montón saber qué pasos me habían conducido a aquel peligroso lugar en un momento tan arriesgado. Estaba a punto de presenciar una batalla en la que ambos bandos eran bastante ambiguos. De haber tropezado en primer lugar con el grupillo de Hallow, seguramente habría estado convencida de que los hombres lobo y los vampiros merecían ser erradicados.
Hacía justo un año, no me comprendía nadie. Era simplemente Sookie la Loca, la que tenía un hermano indomable, una mujer que daba lástima a los demás y que todo el mundo evitaba, en mayor o menor grado. Y ahora me encontraba aquí, en una calle helada de Shreveport, de la mano de un vampiro de rostro legendario y cerebro confuso. ¿Podía calificarse aquello de mejora?
Y no estaba aquí para divertirme, ni para mejorar, sino como exploradora de un puñado de criaturas sobrenaturales, para recopilar información sobre un grupo de brujos homicidas, bebedores de sangre y transformistas.
Suspiré, de forma inaudible, confié. Al menos, hasta el momento, nadie me había dado una paliza.
Cerré los ojos, bajé mis escudos de protección y dejé viajar mi mente hasta el edificio del otro lado de la calle.
Cerebros, ocupados, ocupados, ocupados. Me sorprendió la cantidad de impresiones que empecé a recibir. Tal vez fuera debido a la ausencia de otros humanos en la vecindad, o a la abrumadora cantidad de magia reinante; pero algún factor había afinado mis sentidos hasta el punto de llegar incluso a causarme dolor. Sorprendida por el flujo de información, me di cuenta de que tenía que clasificarla y organizaría. Primero, conté cerebros. No literalmente ("un lóbulo temporal, dos lóbulos temporales…"), sino como conjuntos de pensamientos. Me salieron quince. Había cinco en la primera estancia, que tenía que ser la tienda en sí, naturalmente. Había uno en un espacio más reducido, que probablemente sería el baño, y el resto estaba en la tercera estancia, la de mayor tamaño, en la parte posterior. Me imaginé que sería la zona de trabajo.
Todo el mundo estaba despierto. Cuando un cerebro está dormido recibo el suave murmullo de un par de pensamientos, de los sueños, pero no es lo mismo que un cerebro despierto. Sería algo equivalente a la diferencia entre las sacudidas musculares de un perro dormido y un cachorrito en estado de alerta.
Para conseguir el máximo de información posible tenía que acercarme más. Nunca había intentado hurgar en un grupo para encontrar detalles tan específicos como la culpabilidad o la inocencia, y ni siquiera estaba segura de que fuera a ser posible. Pero si en el edificio había gente que no era tan malvada como los brujos, no quería que se vieran mezclados con lo que iba a pasar.
—Necesito estar más cerca —le susurré a Bubba—. Pero en un lugar protegido.
—Sí, de acuerdo —susurró él también—. ¿Seguirá con los ojos cerrados?
Asentí y me guió con mucho cuidado para cruzar la calle y colocarnos bajo la protección de la sombra del contenedor de basuras que estaba a unos cinco metros del edificio. Me alegré de que hiciera frío, pues gracias a ello el olor a basura se mantenía dentro de niveles aceptables. El aroma a pastelitos y flores quedaba por encima de la peste a comida pasada y pañales sucios que los peatones habían ido tirando al contenedor. Y los olores no se fusionaban muy bien con el olor de la magia.
Me acomodé, intenté bloquear mi sentido del olfato y empecé a escuchar. Aunque había mejorado, seguía siendo como intentar oír doce conversaciones telefónicas a la vez. Había además algunos licántropos, lo que dificultaba el tema. Sólo conseguía captar fragmentos.
"… espero que esto que noto no sea una infección vaginal…".
"Ni siquiera me escuchará, no cree que sea un trabajo que puede hacer un hombre".
"Si la convirtiera en un sapo, ¿quién vería la diferencia?".
"… ojalá se nos hubiera ocurrido comprar Coca-Cola Light…".
"Encontraré a ese maldito vampiro y lo mataré…".
"Madre de la Tierra, escucha mis súplicas".
"Estoy demasiado metido en…".
"Mejor que me compre una lima de uñas nueva".
No era concluyente, pero hasta el momento no encontré a nadie pensando "Estos brujos demoniacos me han secuestrado, ¿vendrá alguien en mi ayuda?" ni "¡Oigo vampiros aproximándose!", ni nada dramático de ese estilo. Parecía más bien un grupo de gente que se conocía mutuamente, o que como mínimo se sentían relajados entre ellos y que, por lo tanto, compartían los mismos objetivos. Ni siquiera el que estaba rezando parecía encontrarse en un estado de urgencia o necesidad. Confiaba en que Hallow no detectara que estaba espiándola.
—Bubba —dije, con un tono de voz sólo un poco más elevado que un pensamiento—, ve a decirle a Pam que ahí dentro hay quince personas y, que yo sepa, son todos brujos.
—Sí, señorita.
—¿Recuerdas cómo llegar hasta donde está Pam?
—Sí, señorita.
—De modo que puedes soltarme la mano, ¿te parece bien?
—Oh, sí, me parece bien.
—No hagas ruido y ve con cuidado —le susurré.
Y se fue. Me quedé acurrucada en aquella sombra que era más oscura aún que la noche, al lado de los olores y del frío metal del contenedor, escuchando a los brujos. Había tres cerebros masculinos y el resto eran femeninos. Hallow estaba allí, pues una de las mujeres estaba mirándola y pensando en ella…, temiéndola, en realidad, lo que me hizo sentir incómoda. Me pregunté dónde habrían aparcado sus coches…, a menos que hubieran llegado hasta aquí en escobas voladoras, ja, ja. Entonces me pregunté algo que ya debería haberme pasado por la cabeza.
Si tan prudentes y peligrosos eran, ¿dónde estaban sus centinelas?
Y en aquel momento, algo me agarró por detrás.