Cuando me levanté a la mañana siguiente ya habían inspeccionado el estanque de casa de Jason. Alcee Beck llamó a mi puerta a las diez y, como su forma de hacerlo dejó claro que se trataba de un representante de la ley, me puse mis vaqueros y una sudadera antes de ir a abrir.
—No está en el estanque —dijo Beck sin más preámbulos.
Me apoyé en el umbral de la puerta.
—Oh, gracias a Dios. —Cerré los ojos un momento—. Pase, por favor. —Alcee Beck cruzó el umbral como un vampiro, mirando a su alrededor sin decir nada y con cierta cautela.
—¿Le apetece un poco de café? —le pregunté cortésmente cuando se instaló en el viejo sofá.
—No, gracias —dijo secamente, tan incómodo conmigo como yo con él. Vi que la camisa de Eric estaba colgada del pomo de la puerta de mi habitación, aunque no era visible desde el lugar donde el detective Beck estaba sentado. Hay muchas mujeres que utilizan camisas de hombre, me dije, para no mostrarme paranoica por su presencia. Aunque intenté no leerle la mente al detective, adiviné que se sentía inquieto por encontrarse a solas en casa de una mujer blanca y que estaba deseando que Andy Bellefleur llegara.
—Discúlpeme un momento —dije, antes de caer en la tentación y preguntarle por qué Andy tenía que venir. Aquello lo dejaría conmocionado. Cogí la camisa cuando entré en mi habitación, la doblé y la guardé en un cajón antes de cepillarme los dientes y lavarme la cara. Cuando regresé a la sala de estar, Andy había llegado ya. Le acompañaba el jefe de Jason, Catfish Hennessey. Noté que la sangre abandonaba mi cabeza y me dejé caer en el sillón que había junto al sofá.
—¿Qué sucede? —pregunté. No podía decir nada más.
—La sangre del embarcadero es probablemente de un felino, y hay otra huella, además de la marca de la bota de Jason —dijo Andy—. Lo mantenemos en secreto porque no queremos que esos bosques se llenen de idiotas. —Me sentía balanceada por un viento invisible. Me habría echado a reír de no haber tenido el "don" de la telepatía. Cuando dijo "felino" no estaba pensando precisamente en un gatito doméstico, sino en una pantera.
Aquí, cuando hablamos de panteras nos referimos a los pumas, a los leones de montaña. Ya sé que por aquí no hay montañas, pero los pumas viven también en tierras bajas. Sin embargo, por lo que tengo entendido, el único lugar de este país donde pueden encontrarse pumas en estado salvaje es Florida, y hay tan pocos que están casi en peligro de extinción. No tenemos pruebas consistentes que demuestren la existencia de pumas en Luisiana en los últimos cincuenta años, década más o menos.
Pero, naturalmente, lo que sí hay siempre son habladurías. Y nuestros bosques y ríos podían generar un sinfín de caimanes, nutrias, comadrejas, mapaches e incluso algún que otro oso pardo o gato montés. También coyotes. Pero no había fotografías, excrementos o huellas que demostraran la presencia de pumas… hasta ahora.
La mirada de Andy Bellefleur ardía de deseo, aunque no por mí. Cualquier hombre viril aficionado a la caza, o incluso cualquier chico amante de la fotografía en plena naturaleza, daría cualquier cosa por ver un puma salvaje de verdad. A pesar de que estos grandes depredadores evitaban a los humanos por encima de todo, los humanos nunca les devolverían ese favor.
—¿En qué están pensando? —pregunté, aunque sabía perfectamente bien qué estaban especulando. Pero para mantenerlos a raya, tenía que fingir que no lo sabía; de este modo se sentirían mejor e incluso se les escaparía alguna cosa. Catfish estaba simplemente reflexionando que lo más probable era que Jason estuviera muerto. Los dos representantes de la ley me miraban fijamente, pero Catfish, que me conocía mejor que ellos, estaba sentado en el borde del viejo asiento reclinable de la abuela, apretando tanto sus manazas rojas que los nudillos se le estaban volviendo blancos.
—A lo mejor Jason vio la pantera al llegar aquella noche a casa —dijo con cautela Andy—. Y corrió a buscar su rifle para perseguirla.
—Están en peligro de extinción —dije—. ¿Crees que Jason no sabe que las panteras están en peligro de extinción? —Naturalmente, consideraban a Jason tan impulsivo y descerebrado que pensaban que le habría dado lo mismo.
—¿Está segura de que eso estaría en los primeros lugares de su lista de prioridades? —preguntó Alcee Beck, intentando mostrarse amable.
—De modo que creen que Jason disparó a la pantera —dije, aun costándome que aquellas palabras salieran de mi boca.
—Es una posibilidad.
—¿Y entonces qué? —Me crucé de brazos.
Los tres hombres intercambiaron una mirada.
—Tal vez Jason siguió a la pantera y se adentró en el bosque —dijo Andy—. Tal vez la pantera no estaba tan malherida y le atacó.
—¿Creen que mi hermano seguiría a un animal peligroso y herido por el bosque, solo y de noche? —Por supuesto que lo creían. Lo leía en sus cabezas, alto y claro. Lo consideraban un comportamiento absolutamente típico de Jason Stackhouse. Lo que no sabían era que, por temerario y salvaje que fuera mi hermano, la persona favorita de Jason en este mundo no era otra que Jason Stackhouse, y que jamás pondría en peligro a esa persona de un modo tan evidente.
Andy Bellefleur tenía ciertos recelos respecto a esta teoría, pero Alcee Beck no. Creía haber descrito a la perfección el comportamiento de Jason aquella noche. Lo que no sabían los agentes de la ley, y lo que yo no podía contarles, era que si Jason hubiera visto a una pantera en su casa aquella noche, era muy probable que la pantera fuera en realidad un ser humano transformado. ¿Acaso no había dicho Claudine que en el grupo de los brujos había cambiantes muy poderosos? Una pantera sería un animal valioso para tener de tu lado en el momento de plantear un ataque.
—Jay Stans, de Clarice, me llamó esta mañana —dijo Andy. Volvió su cara redonda hacia mí y se quedó mirándome con sus ojos castaños—. Me ha contado lo de esa chica que encontraste anoche tirada en la cuneta.
Asentí, sin comprender la conexión y demasiado preocupada por las especulaciones sobre la pantera como para imaginar lo que estaba por venir.
—¿Tiene la chica alguna relación con Jason?
—¿Qué? —Me quedé perpleja—. ¿Qué quieres decir?
—Encontraste a esta chica, María Estrella Cooper, tirada en la cuneta. Han investigado y no han encontrado ningún rastro de un accidente.
Me encogí de hombros.
—Les señalé que no estaba segura de si podría localizar el lugar y no me dijeron que les acompañara a ver nada, después de que me ofreciera a hacerlo. No me sorprende que no encontraran rastros sin conocer el lugar exacto. Intenté ubicarlo, pero era de noche y estaba bastante asustada. También es posible que alguien abandonara el cuerpo de la chica donde yo la encontré. —Si veo Discovery Channel es para sacarle provecho.
—Mire, lo que estamos pensando —dijo Alcee Beck— es que la chica era una de las muchas rechazadas por Jason y que quizá él la tuviera escondida en algún lugar secreto. Y que usted la soltó cuando Jason desapareció.
—¿Qué? —Era como si estuvieran hablándome en urdu o en algún idioma que no alcanzaba a comprender.
—Teniendo en cuenta que Jason fue arrestado el año pasado como sospechoso de aquellos asesinatos, nos preguntábamos si no habría quizá fuego detrás de tanto humo.
—Ya descubrieron quién fue el autor de esos crímenes. Está en la cárcel, a menos que haya sucedido alguna cosa que yo no sepa. Y confesó. —Catfish me miró con inquietud. La conversación estaba poniendo nervioso al jefe de mi hermano. Era evidente que mi hermano era un poco peculiar en lo que al sexo se refiere (aunque a ninguna de las mujeres que habían compartido con él sus peculiaridades parecía importarles), pero ¿pensar que podía tener una esclava sexual y que yo me había ocupado del tema después de su desaparición? ¡Venga ya!
—Confesó, y sigue en prisión —dijo Andy—. Pero ¿y si Jason fue su cómplice?
—A ver, espera un momento —dije. Empezaba a superar el punto de ebullición—. Las dos cosas no pueden ser. Si mi hermano está muerto en el bosque después de andar persiguiendo una pantera mítica herida, ¿cómo puede haber tenido mientras como rehén a esa tal María Estrella Cooper? ¿Estáis pensando que yo estoy implicada en las supuestas actividades esclavistas de mi hermano? ¿Pensáis que la golpeé con mi coche? ¿Y que luego la cargué en él y la llevé a urgencias?
Nos miramos todos fijamente durante un largo momento. Los hombres expulsaban oleadas de tensión y confusión.
Entonces Catfish se dejó caer en el sillón.
—No —vociferó—. Me habéis pedido que viniese para revelarle a Sookie la mala noticia de que hemos descubierto una pantera. ¡Nadie me había mencionado nada sobre una mujer atropellada por un coche! Sookie es una buena chica. —Catfish me señaló—. ¡Y que nadie me venga con que es "distinta"! No es sólo que Jason Stackhouse nunca haya tenido que hacer nada más que guiñarle el ojo a una chica para hacerla suya, sino que además es incapaz de tomar a nadie como rehén para hacerle cosas raras. Y encima os oigo decir que Sookie liberó a esta no se qué Cooper al ver que Jason no volvía a casa y que luego intentó atropellarla. ¿Sabéis que os digo? ¡Qué os vayáis directamente al infierno!
¿Sabéis que os digo? ¡Qué Dios bendiga a Catfish!
Alcee y Andy se fueron poco después, y Catfish y yo mantuvimos una conversación inconexa consistente principalmente en arengas de Catfish contra los representantes de la ley. Cuando la conversación vino a menos, miró su reloj.
—Vamos, Sookie. Tú y yo tenemos que encontrar a Jason.
—¿Cómo? —Estaba dispuesta a hacerlo, pero perpleja.
—Montaremos una batida y, además, sé que querrás participar en ella.
Lo miré boquiabierta mientras Catfish seguía arremetiendo contra las acusaciones de Alcee y Andy. Intenté con todas mis fuerzas pensar en alguna manera de cancelar la batida. No me gustaba nada imaginar a un montón de hombres y mujeres con ropa de montaña rastreando a través de la maleza, ahora desnuda y parda, que tan difícil hacía circular por el bosque. Pero no había forma de detenerlos y yo tenía todos los motivos del mundo para sumarme a ellos.
Existía la remota posibilidad de que Jason estuviese en algún lugar del bosque. Catfish me dijo que había reunido a todos los hombres que le había sido posible y que Kevin Pryor había accedido a ser el coordinador de la búsqueda, aun estando fuera de servicio. Maxine Fortenberry y sus feligresas traerían café y pastas de la panadería de Bon Temps. Me puse a llorar, pues todo aquello era abrumador, y Catfish se puso más colorado si cabe. Las mujeres lloronas ocupaban un lugar relevante en la larga lista de cosas que incomodaban a Catfish.
Alivié la situación diciéndole que tenía que ir a prepararme. Arreglé la cama, me lavé la cara y me recogí el pelo en una cola de caballo. Encontré un par de orejeras que utilizaba tal vez una vez al año, me puse mi viejo abrigo y guardé en el bolsillo mis guantes para trabajar en el jardín, junto con un paquete de Kleenex, por si acaso volvía a darme la llorera.
La batida se había convertido en la actividad popular del día en Bon Temps. No sólo porque a la gente de nuestra pequeña ciudad le guste ayudar, sino porque además habían empezado a correr rumores sobre la misteriosa huella de un animal salvaje. Por lo que yo sabía, la palabra "pantera" no se había extendido todavía; de haberlo hecho, la multitud congregada habría sido aún mayor. Los hombres iban armados en su mayoría…, aunque, la verdad es que los hombres por aquí siempre suelen ir armados. La caza es una forma de vida, la Asociación Nacional del Rifle proporciona los adhesivos oficiales para llevar en el coche y la temporada del venado es prácticamente una época de vacaciones sagrada. Hay momentos especiales para cazar el venado con arco y flecha, con rifle de carga frontal o con rifle normal. (Supongo que también habrá otra en la que no pueda cazarse). En casa de Jason se había reunido una cincuentena de personas, un grupo numeroso para tratarse de un día laborable en una comunidad tan pequeña como la nuestra.
Sam estaba también allí y me alegré tanto de verle que casi me echo a llorar otra vez. Sam era el mejor jefe que había tenido en mi vida, además de un amigo, y siempre había estado a mi lado en los momentos difíciles. Su cabello rojizo y dorado estaba cubierto por un gorro de punto de color naranja fluorescente y llevaba unos guantes del mismo color. La chaqueta marrón contrastaba por su seriedad y, como todos los demás hombres, calzaba botas de trabajo. No es bueno andar por el bosque, ni siquiera en invierno, con los tobillos desprotegidos. Las serpientes son lentas y escurridizas, pero si las pisas se vengan siempre.
En cierto modo, la presencia de toda aquella gente me hizo sentir la desaparición de Jason como algo más aterrador. Si toda esa gente creía que podía estar en el bosque, muerto o malherido, era muy posible que, efectivamente, estuviera allí. Por muchas cosas sensatas que me repitiera para mis adentros, el miedo empezaba a apoderarse de mí. Pasé unos minutos mentalmente alejada de la escena, imaginándome por enésima vez todas las cosas que podían haberle pasado a Jason.
Cuando volví a ver y a escuchar, Sam estaba a mi lado. Se había quitado un guante, su mano había buscado la mía y la había cogido con fuerza. Era una sensación cálida y sólida, y me alegré de estar junto a él. Sam, pese a ser un cambiante, sabía cómo canalizar sus pensamientos hacia mí, aunque él no podía "escuchar" los míos. "¿Realmente crees que está allí?", me preguntó.
Negué con la cabeza. Nuestras miradas se encontraron y no se separaron.
"¿Crees que sigue con vida?"
Eso era mucho mas complicado. Finalmente, me limité a encogerme de hombros. Seguía dándome la mano, y yo seguía alegrándome de ello.
Arlene y Tack salieron del coche salieron del coche de ella y se acercaron a nosotros. Arlene tenía el pelo más rojo que nunca y un poco más enmarañado de lo que lo llevaba habitualmente, y el cocinero necesitaba un afeitado, lo que daba a entender que aún no había trasladado todos sus bártulos a casa de Arlene.
—¿Habéis visto a Tara? —preguntó Arlene.
—No.
—Mirad. —Señaló de la forma mas disimulada posible, y vi a Tara vestida con pantalones vaqueros y unas botas de agua hasta la rodilla. No tenía nada que ver con la propietaria de una tienda de moda siempre impecablemente acicalada, aun llevando un adorable gorro blanco y marrón de piel falsa, que daba ganas de acariciar. El abrigo iba en consonancia con el gorro. Y también los guantes. Pero de cintura para abajo, Tara iba preparada para adentrarse en el bosque. El amigo de Jason, Dago, observaba a Tara con la mirada asombrada de un recién enamorado. Habían venido también Holly y Danielle, y teniendo en cuenta que el novio de Danielle no la había acompañado, el equipo de rescate estaba empezando a tomar un aspecto inesperadamente social.
Maxine Fortenberry y dos mujeres más de su congregación habían bajado la puerta del maletero de la vieja camioneta del marido de Maxine y habían instalado varios termos con café, junto con tazas desechables, cucharillas de plástico y azucarillos. En cajas, habían dispuesto también seis docenas de pastelillos calientes. Habían preparado, además un cubo de basura de plástico con una bolsa negra para tirar los restos. Aquellas damas sabían como celebrar una fiesta.
Me costaba creer que todo aquello se hubiese organizado en el espacio de unas horas. Tuve que separar mi mano de la de Sam para buscar un pañuelo de papel y secarme la cara. Esperaba que Arlene hubiera venido, pero la presencia Holly y Danielle era asombrosa, la de Tara más sorprendente aún. No es el tipo de mujer que una se imagina inspeccionando bosques. Kevin Pryor no sentía mucho cariño por Jason, pero allí estaba, con un mapa, un blog de notas y un lápiz, organizándolo todo.
Miré de reojo a Holly y me sonrió con tristeza, ese tipo de sonrisa que se cruza en los funerales.
Justo en aquel momento, Kevin cogió la tapa del cubo de basura de plástico y golpeó con ella el maletero de la camioneta para llamar la atención de los congregados. Conseguido su objetivo, empezó a dar instrucciones para la búsqueda. No me había dado cuenta de que Kevin pudiera llegar a ser tan autoritario; prácticamente siempre quedaba eclipsado por su pegajosa madre, Jeenen, o por su voluminosa compañera, Kenya. Imposible que Kenya se adentrara en el bosque para localizar a Jason, reflexioné, pero justo entonces la vi y tuve que tragarme mis pensamientos. Ataviada para la ocasión, estaba apoyada en la camioneta de los Fortenberry, mostrando una completa inexpresividad en su oscuro rostro. Su postura sugería que actuaba como protectora de Kevin, que sólo daría un paso al frente o diría algo si él se encontraba en una situación apurada. Kenya sabía proyectar su amenaza silenciosa, era evidente. Le echaría un cubo de agua a Jason si estuviera quemándose, pero estaba claro que sus sentimientos hacia mi hermano no eran abrumadoramente positivos. Estaba allí porque Kevin se había prestado voluntario. Cuando éste empezó a dividir la gente en equipos, sus oscuros ojos se apartaron de él para examinar las caras de todo el mundo, incluyendo la mía. Me saludó con un leve movimiento de cabeza y yo le correspondí.
—Cada grupo de cinco llevará un hombre armado con un rifle —dijo Kevin—, pero no puede ser cualquiera. Tiene que ser alguien con experiencia de caza en el bosque. —Con esa directiva, el nivel de excitación alcanzó el punto de ebullición. Después de aquello, sin embargo, dejé de escuchar las instrucciones de Kevin. Para empezar, seguía cansada del día anterior, que había sido una jornada excepcionalmente completa. Y por otro lado, el miedo por lo que pudiera haberle sucedido a mi hermano seguía omnipresente y consumiéndome. Después de una larga noche, me había despertado temprano y ahora, allí estaba, aguantando el frío delante de la casa de mi infancia, a la espera de participar en una especie de búsqueda del pato salvaje o en algo que, como mínimo, esperaba que se quedara en eso. Estaba demasiado aturdida como para pensar en nada más. En el claro empezó a soplar un viento gélido y las lágrimas que me rodaban por las mejillas se tornaron insoportablemente frías.
Sam me rodeó con el brazo, aun siendo nuestros abrigos algo incómodos para ese gesto. Pese a ello, creí sentir la calidez de su cuerpo traspasando el grueso tejido.
—Ya sabes que no lo encontraremos aquí —me susurró al oído.
—Estoy casi segura de que no —le dije.
—Si está por ahí, lo oleré enseguida —dijo Sam.
El siempre tan práctico.
Le miré. No tuve que levantar mucho la vista, pues Sam no es un hombre muy alto. Estaba muy serio. Sam se lo pasaba mejor con su personalidad de cambiante que la mayoría de los seres de dos naturalezas, pero adiviné que lo que más deseaba en aquel momento era apaciguar mis temores. Cuando se transformaba en perro, tenía el agudo sentido del olfato de esos animales y cuando estaba en forma humana, su sentido del olfato era superior al de un hombre normal. Sam sería capaz de oler un cadáver reciente.
—¿Vendrás al bosque? —le pregunté.
—Por supuesto. Haré todo lo posible. Si está allí, creo que lo sabré enseguida.
Kevin me había contado que el sheriff había intentado contratar los servicios de los perros rastreadores entrenados por la policía de Shreveport, pero que resultó que estaban reservados para aquel día. Me pregunté si era cierto o si la policía no había querido poner en peligro a sus perros haciéndolos correr por un bosque donde supuestamente había una pantera. Lo comprendía, la verdad. Y justo delante de mí, tenía una oferta mucho mejor.
—Sam —dije, con los ojos llenos de lágrimas. Intenté darle las gracias, pero no me salían las palabras. Era afortunada por tener un amigo como él y lo sabía muy bien.
—Venga, Sookie —dijo—. No llores. Descubriremos lo que le ha pasado a Jason y encontraremos la manera de que Eric vuelva a ser el que era. —Me secó las lágrimas de las mejillas con el dedo pulgar.
Nadie estaba lo bastante cerca como para oírnos, pero no pude evitar mirar a mi alrededor para asegurarme.
—Entonces —dijo Sam en tono sombrío— podremos sacarlo de tu casa y devolverlo a Shreveport, allí es donde pertenece.
Decidí que lo mejor era no responder.
—¿Cuál era tu palabra del día? —me preguntó, echándose atrás.
Le ofrecí una sonrisa aguada. Sam siempre me preguntaba por lo que proponía mi calendario de la Palabra del Día.
—Esta mañana no lo he mirado. La de ayer era "fárrago" —dije.
Levantó las cejas, interrogándome con la expresión.
—Un lío, una confusión —dije.
—Sookie, encontraremos la manera de salir de ésta.
Cuando los buscadores nos dividimos en grupos, descubrí que Sam no era la única criatura con dos naturalezas que estaba en el jardín de Jason aquel día. Me quedé asombrada al observar la presencia de un contingente de Hotshot. Calvin Norris, su sobrina Crystal y un segundo hombre, que me resultaba vagamente familiar, se mantenían en un grupo aparte. Después de un momento de rebuscar en mi memoria, me di cuenta de que el segundo hombre era el que había visto saliendo del cobertizo que había detrás de la casa cercana a la de Crystal. El desencadenante del recuerdo fue su cabello claro y grueso y lo supe seguro cuando vi la elegancia de sus movimientos. Kevin le asignó al trío al reverendo Jimmy Fullenwilder como su hombre armado. La combinación de los tres licántropos con el reverendo me habría hecho reír en otras circunstancias.
Y como les faltaba un quinto componente, me sumé a ellos.
Los tres licántropos de Hotshot me saludaron con una sobria inclinación de cabeza; Calvin dejó sus ojos verdes y dorados fijos en mí.
—Este de aquí es Felton Norris —dijo a modo de presentación.
Incliné la cabeza en dirección a Felton, y Jimmy Fullenwilder, un hombre canoso de unos sesenta años de edad, me estrechó la mano.
—Obviamente conozco a la señorita Sookie, pero no estoy seguro en cuanto al resto de ustedes. Soy Jimmy Fullenwilder, pastor de la iglesia baptista —dijo, sonriendo a su alrededor. Calvin absorbió la información con una sonrisa educada, Crystal sonrió burlonamente y Felton Norris (¿se habrían quedado sin más apellidos en Hotshot?) adoptó una actitud más fría. Felton era un ser extraño, incluso para ser un hombre lobo criado en un grupo endogámico. Sus ojos eran notablemente oscuros y sus cejas tupidas y marrones contrastaban con fuerza con su pelo claro. La forma de su cara era ancha a la altura de los ojos y se estrechaba, tal vez con demasiada brusquedad, cerca de su boca de labios finos. Pese a ser un hombre fornido, se movía con elegancia y ligereza, y cuando empezamos a adentrarnos en el bosque me di cuenta de que todos los residentes de Hotshot tenían eso en común. En comparación con los Norris, Jimmy Fullenwilder y yo parecíamos torpes elefantes.
Al menos, el reverendo llevaba su 30-30 aparentando saber usarlo debidamente.
Siguiendo las instrucciones recibidas, nos colocamos en una fila y estiramos los brazos a la altura del hombro, tocándonos las puntas de los dedos. Crystal estaba a mi derecha y Calvin a mi izquierda. Los demás grupos hicieron lo mismo. Iniciamos la batida en la forma de abanico determinada por la curvatura del estanque.
—Recordad quién va en vuestro grupo —gritó Kevin—. ¡No se trata de perder a nadie! ¡Adelante!
Empezamos a inspeccionar el terreno, avanzando a ritmo regular. Jimmy Fullenwilder iba un par de pasos por delante, pues era quien portaba el arma. Al instante se hizo aparente que entre los compañeros de Hotshot, el reverendo y yo había una gran disparidad en cuanto al conocimiento del bosque. Crystal parecía deslizarse por la maleza, sin tener que vadearla ni apartar las ramas, aunque la veía avanzar. Jimmy Fullenwilder, ávido cazador y hombre experto en vida al aire libre, se sentía como en casa, y adiviné que obtenía mucha más información sobre lo que lo envolvía que yo, pero aun así era incapaz de moverse como Calvin y Felton. Ellos se desplazaban por el bosque como fantasmas, sin apenas hacer ruido.
En una ocasión, cuando tropecé con un arbusto especialmente tupido de zarzas, me vi levantada antes incluso de que me diera tiempo a reaccionar. Calvin Norris me depositó con delicadeza en el suelo y recuperó al instante su posición. No creo que nadie más se diera cuenta de lo sucedido. Jimmy Fullenwilder, el único que se habría quedado sorprendido, iba un poco más adelantado.
Nuestro equipo no encontró nada: ni un retal de tela, ni un pedazo de carne, ni una huella de bota ni de pantera, ni ningún olor, ni rastro, ni gota de sangre. Los componentes de uno de los otros equipos gritaron al encontrar el cadáver medio roído de una comadreja, pero no había forma inmediata de determinar qué había causado su muerte.
La marcha se endureció. Mi hermano había cazado en aquellos bosques, permitido a algunos de sus amigos cazar allí, pero excepto eso no había interferido en la naturaleza que crecía y se desarrollaba en las ocho hectáreas que rodeaban la casa. Eso significaba que no había limpiado el terreno de ramas caídas ni arrancado las malas hierbas, lo que aumentaba la dificultad de nuestro avance.
Mi equipo fue el que encontró el mirador para avistar venados que él y Hoyt habían construido unos cinco años atrás.
Aunque el mirador se alzaba en un claro natural que se abría de norte a sur, el bosque que lo rodeaba era tan denso que quedamos temporalmente fuera de la vista de los demás equipos, algo que no habría imaginado posible en invierno, con las ramas desnudas. De vez en cuando, una voz humana se abría paso entre los pinos, los arbustos y las ramas de los robles y los eucaliptos, pero la sensación de aislamiento era abrumadora.
Felton Norris ascendió por la escalera del mirador de un modo tan inhumano que tuve que distraer al reverendo Fullenwilder preguntándole si le importaría rezar en la iglesia por el retorno de mi hermano. Naturalmente, me dijo que ya lo había hecho y, más aún, me notificó que le gustaría verme en la iglesia el domingo para sumar mi voz a las oraciones. Aunque debido a mi trabajo iba poco a la iglesia, y cuando lo hacía asistía a la iglesia metodista (un detalle que Jimmy Fullenwilder conocía perfectamente), me vi obligada a decir que sí. Justo en aquel momento, Felton nos informó desde arriba que el mirador estaba vacío.
—Baja con cuidado, esta escalera no parece muy estable —le gritó Calvin, y me di cuenta de que con esas palabras Calvin estaba avisando a Felton de que intentase parecer más humano al bajar. Mientras el cambiante descendía lenta y humildemente, crucé mi mirada con la de Calvin, que reía entre dientes.
Aburrida por tener que esperar a los pies del mirador, Crystal se había adelantado a nuestro hombre armado, el reverendo Fullenwilder, algo que Kevin nos había recomendado no hacer. Y justo cuando estaba yo pensando "No la veo por ningún lado", escuché su grito.
En el espacio de un par de segundos, Calvin y Felton abandonaron el claro en dirección hacia el lugar donde había sonado la voz de Crystal, y el reverendo Jimmy y yo nos quedamos atrás. Confié en que la agitación del momento nublara su percepción de los movimientos de Calvin y Felton. Por delante de nosotros se oía un sonido indescriptible, un coro de gritos y movimientos frenéticos procedentes de la maleza. Entonces, un grito ronco y otro chillido agudo llegaron hasta nosotros amortiguados por la fría espesura del bosque.
Oímos gritos procedentes de todas direcciones, a medida que respondían los demás grupos, dirigiéndose al lugar de donde provenía el alboroto.
Tropecé con unos rastrojos y caí, cuan larga era. Aunque me incorporé enseguida y eché a correr de nuevo, Jimmy Fullenwilder me había adelantado y, mientras me adentraba en una zona de pinos bajos, escuché el disparo de un rifle.
"Oh, Dios mío", pensé. "Oh, Dios mío".
El pequeño claro estaba lleno de sangre y tumulto. Un animal enorme se revolcaba sobre un lecho de hojas muertas, esparciendo gotas de sangre a todo su alrededor. Pero no era una pantera. Por segunda vez en mi vida me encontraba frente a un feroz jabalí, un animal que crece hasta alcanzar un tamaño gigantesco.
En el tiempo que me llevó darme cuenta de lo que tenía delante, el jabalí cayó definitivamente y murió. El ambiente apestaba a carne de cerdo y a sangre. Los alaridos en la maleza sirvieron para indicarnos que no estaba solo cuando Crystal tropezó con él.
Pero no toda la sangre era del jabalí.
Crystal Norris estaba farfullando cosas ininteligibles sentada con la espalda apoyada a un viejo roble, cubriendo con las manos su muslo corneado. Tenía los vaqueros empapados con su propia sangre y su tío y su pariente —bueno, la verdad es que desconocía la relación entre Felton y Crystal, pero estaba segura de que existía un parentesco— estaban inclinados sobre ella. Jimmy Fullenwilder seguía apuntando con el rifle a la bestia, con una expresión en su rostro que sólo podía calificarse de traumatizada.
—¿Cómo se encuentra? —pregunté a los dos hombres, y sólo Calvin levantó la vista. Sus ojos se habían vuelto muy peculiares, más amarillos y más redondos. Lanzó una mirada inconfundible al enorme cadáver, una mirada de puro deseo. Tenía sangre en las comisuras de la boca. Un pedazo de pelo en el dorso de su mano, de color canela. Tenía que ser un lobo de aspecto curioso. Señalé en silencio aquella prueba de su doble naturaleza y se estremeció al agradecérmelo con un movimiento de cabeza. Saqué un pañuelo del bolsillo de mi abrigo, escupí en él y le froté la cara antes de que la fascinación de Jimmy Fullenwilder por su presa desapareciera y se fijara en sus extraños compañeros. Una vez Calvin tuvo la boca limpia, anudé el pañuelo en torno a su mano para esconder el pelo.
Felton parecía normal, hasta que observé los extremos de sus brazos. Ya no había manos…, aunque tampoco eran del todo pezuñas de lobo. Eran algo muy extraño, algo grande, plano y con garras.
No podía leer los pensamientos de aquellos hombres pero percibía sus deseos, y en su mayoría tenían que ver con carne cruda de cerdo, y en grandes cantidades. Felton, de hecho, se balanceó hacia un lado y otro un par de veces acuciado por la potencia de su anhelo. Su silenciosa lucha era difícil de soportar, incluso siendo una mera espectadora. Percibí el cambio cuando los dos hombres empezaron a obligar a su cerebro a actuar siguiendo patrones humanos. Calvin consiguió hablar.
—Está perdiendo mucha sangre, pero si conseguimos llevarla al hospital se pondrá bien. —Le Costaba hablar. Felton, que no había levantado todavía la vista, empezó con torpeza a hacer jirones su camisa de franela. Con las manos deformadas, le costaba hacerlo, por lo que decidí ayudarlo. Cuando conseguimos cubrir la herida de Crystal, que estaba pálida y no hablaba, con aquel vendaje improvisado, los dos hombres la levantaron del suelo para transportarla por el bosque a toda velocidad. A Dios gracias, las manos de Felton quedaban ocultas de la vista del público.
Todo esto ocurrió tan deprisa que el resto de rastreadores que se habían dirigido al claro comenzaban a asumir lo ocurrido y a reaccionar ante ello.
—He matado a un jabalí —estaba explicando Jimmy Fullenwilder a Kevin y Kenya, que habían irrumpido desde la zona este—. No puedo creerlo. Todo fue muy rápido, el resto de los animales y sus crías se dispersaron al vernos, los dos hombres se abalanzaron sobre él, y cuando se retiraron, le disparé en la garganta. —No sabía muy bien si se había convertido en un héroe o si iba a enfrentarse a un grave problema con el Departamento de Fauna Salvaje. Y de haberlo sabido todo, tendría más miedo del que podía llegar a imaginarse. Felton y Calvin habían estado a punto de transformarse por completo en hombres lobo, tanto por la amenaza que se cernía sobre Crystal como por el despertar de sus propios instintos, y el hecho de que se hubieran alejado del jabalí en lugar de transformarse por completo demostraba claramente que eran muy fuertes. Aunque, por otro lado, el hecho de que hubiesen iniciado, su transformación, el no haber podido detenerla del todo, argumentaba más bien lo contrario. La línea que separaba las dos naturalezas de algunos de los habitantes de Hotshot era completamente borrosa.
El jabalí tenía marcas de mordiscos. La ansiedad me superaba de tal modo que me impidió mantener la guardia y mi cabeza se llenó con las muestras de excitación de los integrantes de los diversos equipos de búsqueda: repulsa, miedo y pánico ante la visión de la sangre, la toma de conciencia de que una de las buscadoras había resultado gravemente herida, la envidia de los demás cazadores ante el golpe de suerte de Jimmy Fullenwilder… Aquello era demasiado y quería irme de allí lo antes posible.
—Vayámonos. Éste será el fin de nuestras labores de búsqueda, al menos por hoy —me dijo Sam al oído. Salimos del bosque juntos, caminando muy despacio. Le expliqué a Maxine lo sucedido, y después de darle las gracias por su maravillosa contribución y de aceptar una caja de pastelitos, cogí el coche y me encaminé hacia mi casa. Sam me seguía. Cuando llegamos, empezaba a sentirme un poco mejor.
Me pareció extraño tener que abrir con llave la puerta de atrás sabiendo que había alguien en casa. ¿Sería consciente Eric de los pasos que se oían por encima de su cabeza, o estaría tan muerto como un muerto normal y corriente? Pero el pensamiento salió de mi cabeza con la misma rapidez que había entrado, pues estaba demasiado sobrecargada como para planteármelo.
Sam se puso a preparar café. En mi cocina se sentía como en casa, pues había venido a visitarnos un par de veces cuando aún vivía la abuela y después, en varias ocasiones más.
Colgué los abrigos y dije:
—Ha sido un desastre.
Sam estaba de acuerdo conmigo.
—No sólo no encontramos a Jason, que era en realidad lo que me esperaba, sino que, además, casi descubren a los hombres de Hotshot y Crystal ha resultado herida. Francamente, no sé qué hacían allí. —Sé que no estaba bien por mi parte decir aquello, pero estaba en compañía de Sam, que conocía bastante bien mi lado malo como para hacerse ilusiones.
—Hablé con ellos antes de que tú llegases. Calvin quería demostrar que estaba dispuesto a cortejarte, al estilo de Hotshot, naturalmente —dijo Sam, hablando en voz baja y sin alterarse—. Felton es su mejor rastreador, por eso le hizo venir. Por otro lado, Crystal sólo quería encontrar a Jason.
Al instante me sentí avergonzada.
—Lo siento —dije, sujetándome la cabeza entre las manos y dejándome caer en una silla—. Lo siento.
Sam se arrodilló delante de mí y apoyó las manos en mis rodillas.
—Tienes derecho a estar malhumorada —dijo.
Me incliné sobre él y le besé la cabeza.
—No sé qué haría sin ti —dije, sin pensarlo.
Él levantó la vista y se produjo entonces un momento prolongado y extraño en el que la luz de la estancia pareció bailar y parpadear.
—Pues tendrías que llamar a Arlene —dijo con una sonrisa—. Vendría aquí con los niños e intentaría echarle un poco de alcohol a tu café, y te contaría detalles sobre el pene torcido de Tack, te haría reír y te sentirías mejor.
Le di las gracias mentalmente por haber pasado por alto aquel momento.
—Ya sabes que esto de Tack despierta mi curiosidad, pero tal vez caiga dentro de la categoría de "exceso de información" —dije.
—Eso creía yo, pero no me impidió escucharlo cuando ella se lo contaba a Charlsie Tooten.
Preparé una taza de café a cada uno y dejé el azucarero medio vacío y una cucharilla al alcance de la mano de Sam, por si quería servirse. Miré el mostrador de la cocina para ver cuánto azúcar quedaba en el tarro y fue entonces cuando me di cuenta de que la luz del contestador parpadeaba. Sólo tuve que levantarme, dar un paso y pulsar la tecla. El mensaje había sido grabado a las cinco y un minuto de la mañana. Oh, había dejado el teléfono en silencio al meterme en la cama, agotada como estaba. Normalmente, mis mensajes eran de lo más vulgares —Arlene preguntándome si me había enterado de cualquier chismorreo, Tara para pasar el rato cuando se aburría en la tienda—, pero aquél era excepcional.
Era la voz de Pam que decía claramente: "Esta noche atacaremos a la bruja y su aquelarre. Los hombres lobo han convencido a los wiccanos para que se unan a nosotros. Tienes que traer a Eric. Puede luchar aun sin saber quién es. De todos modos, si no podemos romper el maleficio, no nos servirá de nada". Esa Pam, siempre tan práctica. Ya que no éramos capaces de devolver a Eric sus dotes de liderazgo, estaba dispuesta a utilizarlo como carne de cañón. Después de una pequeña pausa, continuaba: "Los hombres lobo de Shreveport se han aliado con los vampiros en la batalla. Haremos historia, mi telepática amiga".
El sonido del teléfono al colgar. El clic que anuncia el siguiente mensaje, sólo dos minutos después del primero.
"Pensándolo bien", decía Pam, como si no hubiese colgado, "creo que tu habilidad excepcional podrá ayudarnos en la batalla y nos gustaría explorar la posibilidad. ¿Es ésa la palabra que se utiliza en el mundo de los negocios? ¿Explorar? De modo que vente por aquí en cuanto anochezca". Volvió a colgar.
Clic.
"Aquí" quiere decir el 714 de Parchman Avenue", decía Pam. Colgó de nuevo.
—¿Cómo voy a hacer eso con Jason aún desaparecido? —me pregunté, cuando tuve claro que Pam ya no había llamado más.
—Ahora acuéstate un rato —dijo Sam—. Vamos. —Tiró de mí para levantarme y me acompañó a la habitación—. Vas a quitarte esos pantalones y esas botas, estirarte en la cama y echar una buena siesta. Cuando te levantes, te sentirás mejor. Déjame el número de Pam para poder localizarte. Le diré a la policía que llame al bar si tienen noticias y te llamaré si Bud Dearborn se pone en contacto.
—¿Así que crees que debo hacerlo? —Estaba perpleja.
—No. Daría cualquier cosa para que no lo hicieras. Pero creo que no tienes elección. No es mi batalla, a mí no me han invitado. —Sam me estampó un beso en la frente y regresó al Merlotte's.
Su actitud resultaba interesante, después de la insistencia de los vampiros (tanto de Bill como de Eric) de que yo era una posesión que tenía que ser protegida. Me sentí fuerte y confiada durante unos treinta segundos, hasta que recordé mi propósito de Año Nuevo: "Que no me peguen ninguna paliza". Si iba a Shreveport con Eric, estaba segura de que vería cosas que no quería ver, me enteraría de cosas que no quería saber y, además, me zurrarían en el culo.
Por otro lado, mi hermano Jason había cerrado un trato con los vampiros y yo tenía que cumplirlo. A veces tenía la impresión de que mi vida estaba encallada entre la espada y la pared. Aunque, la verdad, hay muchísima gente que tiene una vida aún más complicada.
Pensé en Eric, un vampiro poderoso cuya mente había sido desprovista de su identidad. Pensé en la carnicería que había visto en la tienda de vestidos de novia, en el encaje blanco y los bordados salpicados con sangre y restos humanos. Pensé en la pobre María Estrella, que seguía en el hospital de Shreveport. Aquellos brujos eran malvados y era imprescindible detener el avance del mal; el mal tenía que ser vencido. Ése es el sueño americano.
Me resultaba un poco extraño pensar que estaba en el bando de los vampiros y los hombres lobo, y que ése era el lado bueno. La idea me hizo reír, interiormente. Sí, los buenos nos proclamaríamos vencedores.