Cuando me desperté a la mañana siguiente, hacía un día precioso. Me quedé tendida en la cama sumergida en una inconsciente laguna de satisfacción. Me dolía todo, pero por buenos motivos. Tenía un par de pequeños moratones…, nada que se viera. Y las marcas de colmillos, que siempre resultaban terriblemente delatadoras, no estaban en el cuello, como solía ser en el pasado. Ningún observador casual podría adivinar que anoche había disfrutado de la compañía de un vampiro y, además, no tenía cita con el ginecólogo, la única persona que podría tener un motivo para observar la zona en cuestión.
Era imprescindible darse una nueva ducha, de modo que salí de la cama y caminé vacilante hasta el baño. Lo habíamos dejado hecho un lío, con toallas tiradas por todas partes y la cortina de la ducha medio arrancada (¿cuándo había sucedido eso?), pero no me importó recogerlo. Volví a colgar la cortina con una sonrisa en la cara y una canción en el corazón.
Mientras el agua me aporreaba la espalda, reflexioné y pensé que yo debía de ser una persona muy simple. Necesitaba muy poco para ser feliz. Una larga noche con un chico muerto había bastado. Pero no era sólo aquel sexo tan dinámico lo que me había proporcionado tanto placer (aunque había habido momentos que recordaría hasta el día de mi muerte), sino también la compañía. La intimidad, de hecho.
Ya sé que soy estereotípica. Había pasado la noche con un hombre que me había dicho que era bonita, un hombre que había disfrutado de mí y que me había proporcionado un placer muy intenso. Me había acariciado, me había abrazado y había reído conmigo. No corríamos el peligro de que nuestro placer acabara con un bebé, pues los vampiros no pueden tener hijos. Yo no le había sido infiel a nadie (aunque tengo que admitir que había sentido cierto remordimiento al pensar en Bill) y Eric tampoco. No habíamos hecho nada malo.
Mientras me cepillaba los dientes y me maquillaba un poco, me vi obligada a reconocer que seguramente el reverendo Fullenwilder no estaría de acuerdo con mi punto de vista.
De todos modos, no pensaba contárselo. Sería un asunto que quedaría entre Dios y yo. Me imaginaba que era Dios quien me había creado con la tara de la telepatía, y que por ello podría hacer un poco la vista gorda con lo del sexo.
También lamentaba cosas, claro está. Me encantaría casarme y tener hijos. Sería la esposa más fiel del mundo. Sería una buena madre. Pero no podía casarme con un chico normal y corriente porque siempre sabría cuándo me mentiría, cuándo estaría enfadado conmigo y sabría exactamente todo lo que pensaba de mí. Incluso el simple hecho de salir con un chico normal era más de lo que era capaz de gestionar. Los vampiros no pueden casarse, todavía no, al menos legalmente; tampoco es que algún vampiro me lo hubiera pedido, me recordé, empujando con fuerza una toalla para que cupiese en la cesta de la ropa sucia. Tal vez pudiera soportar una relación larga con un hombre lobo o con un cambiante, pues sus pensamientos nunca estaban del todo claros para mí. Pero ¿dónde encontrar al hombre lobo dispuesto a ello?
Mejor disfrutar del momento, y la verdad es que me había acostumbrado a hacerlo. Tenía conmigo a un atractivo vampiro que había perdido temporalmente su memoria y, junto con ella, gran parte de su personalidad: un vampiro que necesitaba tanto consuelo como yo.
De hecho, mientras me ponía los pendientes pensé que Eric tenía más de un motivo para estar encantado conmigo. Notaba que tras varios días sin recuerdos de sus posesiones o sus subordinados, días carentes de personalidad, desde anoche disponía de algo suyo: yo. Su amante.
Aunque estaba situada delante de un espejo, no veía en realidad mi reflejo. Lo que veía, y muy claramente, es que —en aquel momento— yo era lo único que Eric podía considerar como suyo.
Mejor no fallarle.
Estaba pasando rápidamente de la "felicidad relajada" a la "resolución culpable y pesimista", así que fue un alivio que sonara el teléfono. El mío tenía identificador de llamadas, por lo que me di cuenta de que era Sam y desde el bar, no desde su tráiler.
—¿Sookie?
—Hola, Sam.
—Siento lo de Jason. ¿Tienes noticias?
—No. Cuando me he despertado he llamado a la oficina del sheriff y he hablado con la telefonista. Me ha dicho que Alcee Beck me llamará en cuanto sepan algo. Lo mismo que las veinte últimas veces que he llamado.
—¿Quieres que busque a alguien para que te cubra el turno?
—No. Prefiero estar ocupada que quedarme en casa esperando. Si tienen algo que decirme, ya saben dónde encontrarme.
—¿Estás segura?
—Sí. Gracias por ofrecérmelo, de todos modos.
—Ya sabes, si puedo hacer algo por ayudarte, no tienes más que pedírmelo.
—Pues hay algo que sí puedes hacer, ahora que lo dices.
—Cuéntame.
—¿Recuerdas a la cambiante que acompañaba a Jason en Nochevieja?
Sam se quedó pensando.
—Sí —dijo algo dudoso—. ¿Una de las chicas Norris? Viven en Hotshot.
—Eso es lo que me dijo Hoyt.
—Ten cuidado con la gente de allí, Sookie. Es un viejo poblado. Un poblado endogámico.
No estaba muy segura de lo que Sam estaba intentando decirme.
—¿Podrías hablar un poco más claro? La verdad es que hoy no estoy para desvelar indirectas sutiles.
—En este momento no puedo.
—¿No estás solo?
—No. Está por aquí el chico que trae los aperitivos. Simplemente te advierto que vayas con cuidado. Son distintos, muy distintos, de verdad.
—Entendido —dije en voz baja, sin comprender todavía qué trataba de decirme—. Iré con cuidado. Nos vemos a las cuatro y media —me despedí, y colgué, algo insatisfecha y bastante perpleja.
Disponía de mucho tiempo para ir a Hotshot y estar de vuelta a la hora de entrar a trabajar. Me puse unos vaqueros, unas zapatillas deportivas, una camiseta de manga larga de color rojo y mi viejo abrigo azul. Busqué la dirección de Crystal Norris en el listín telefónico y saqué mi mapa de la cámara de comercio para encontrar cómo llegar hasta allí. Había vivido toda la vida en el condado de Renard y lo conocía bien, salvo la zona de Hotshot; era una especie de agujero negro para mí.
Cogí la carretera en dirección norte y cuando llegué al cruce, giré a la derecha. Pasé por delante de la fábrica maderera, que era la principal industria de Bon Temps, por delante de un tapicero y por delante de la compañía del agua. Dejé atrás un par de licorerías y en un cruce de carreteras vi un supermercado en el que aún colgaba, del verano pasado, un cartel que anunciaba "CERVEZA FRÍA Y CEBOS". Giré de nuevo a la derecha, para seguir entonces dirección sur.
Cuanto más me adentraba en la zona rural, peor era el estado de la carretera. Las máquinas segadoras y de mantenimiento no habían pasado por allí desde finales de verano. Aquello significaba que o bien los habitantes de la comunidad de Hotshot no tenían ninguna influencia en el gobierno del condado, o bien no querían recibir visitantes. De vez en cuando, la carretera parecía sumergirse entre los brazos del río. En época de lluvias, aquellas zonas debían de quedar inundadas. No me sorprendería que de vez en cuando la gente se tropezara con algún que otro caimán.
Llegué finalmente a otro cruce. El cruce de la tienda de cebos parecía un centro comercial en comparación. Había unas cuantas casas dispersas por la zona, tal vez ocho o nueve. Eran casas pequeñas, ninguna de ellas de ladrillo. La mayoría tenía varios coches aparcados en la parte delantera. Algunas de ellas tenían un columpio oxidado o un aro de baloncesto, y en un par de jardines vi una antena parabólica. Curiosamente, todas las casas parecían apartadas del cruce; la zona en torno a la intersección de carreteras estaba despoblada. Era como si alguien hubiera atado una cuerda a una estaca clavada en medio del cruce y hubiera trazado una circunferencia a partir de allí. En su interior no había nada. Fuera de ella, se situaban las casas.
Según mi experiencia, en una población así encuentras el mismo tipo de gente que encuentras en cualquier parte. Los había pobres, orgullosos y buenos. Los había pobres, malos e inútiles. Pero todos se conocían muy bien entre ellos y no había acto de uno o de otro que pasase desapercibido.
Era un día gélido, y no había nadie en el exterior que me indicara si se trataba de una comunidad negra o una comunidad blanca. Era poco probable que fuese mixta. Me pregunté si estaba en el cruce correcto de carreteras, pero mis dudas quedaron disipadas en cuanto vi, delante de una de las casas y clavada en un poste, una falsa señal de tráfico de color verde, de las que pueden comprarse en las tiendas de decoración. Ponía "HOTSHOT".
Estaba en el lugar correcto. Ahora se trataba de localizar la casa de Crystal Norris.
No sin cierta dificultad, vi un número en un buzón oxidado, y luego vi otro. Siguiendo un proceso de eliminación, me imaginé que la siguiente casa sería la de Crystal Norris. La casa de los Norris era algo distinta a las demás; tenía un pequeño porche con un viejo sillón y un par de sillas de jardín, y dos coches aparcados delante, un Ford Fiesta y un Buick antiguo.
Cuando aparqué y salí, me di cuenta de una extraña característica de Hotshot.
No había perros.
Cualquier otro pueblecito como aquél habría tenido al menos una docena de chuchos dando vueltas por allí y me pregunté si podía salir del coche sin correr peligro. No se oía ni un solo ladrido que rompiera el silencio invernal.
Crucé el jardín de tierra con la sensación de que a cada paso que daba me observaban mil ojos. Abrí la maltrecha puerta mosquitera para poder llamar a la robusta puerta de madera.
En la puerta había tres paneles de cristal. Por el más bajo vi que me miraban unos ojos oscuros.
Se abrió la puerta justo cuando tanto rato de espera empezaba a ponerme nerviosa.
La chica que acompañaba a Jason en Nochevieja tenía ese día un aspecto menos festivo. Iba vestida con unos vaqueros negros y una camiseta de color beis, unas botas compradas en Payless y su pelo corto, negro y rizado parecía un poco sucio. Era delgada, seria y no aparentaba los veintiún años que yo recordaba haber leído en su carné de identidad.
—¿Crystal Norris?
—¿Sí? —Su voz no es que sonara especialmente antipática, pero sí preocupada.
—Soy la hermana de Jason Stackhouse, Sookie.
—¿Ah, sí? Pasa. —Se retiró y entré en un diminuto salón. Estaba lleno de muebles pensados para un espacio mucho mayor: dos sillones con asiento reclinable y un sofá de tres plazas de piel sintética de color marrón con grandes botones separando el vinilo, de modo que formaba pequeños montículos. Era el típico sofá en el que en verano te quedabas pegado y en invierno te resbalabas y caías de él. Seguro que los huecos de los botones estaban llenos de migas.
El suelo estaba cubierto con una moqueta moteada en tonos granates, amarillos y marrones y había juguetes por todas partes. Encima del televisor había un cuadro de la Santa Cena y toda la casa olía de un modo agradable a judías pintas con arroz y maíz.
En el umbral de la puerta de la cocina había un niño que daba sus primeros pasos y estaba experimentando con construcciones Duplo. Me imaginé que era un niño, pero era difícil adivinarlo con toda seguridad. Iba vestido con un peto y un jersey de cuello alto de color verde que daba pocas pistas y el fino y despeinado cabello del pequeño no estaba ni cortado corto, ni adornado con ningún lazo.
—¿Es tu hijo? —pregunté, intentando que mi voz sonara amable y dispuesta a entrar en conversación.
—No, es de mi hermana —respondió Crystal. Me indicó uno de los sillones con asiento reclinable.
—Crystal, el motivo por el que estoy aquí… ¿Sabes que Jason ha desaparecido?
Estaba sentada en el borde del sillón y tenía la mirada clavada en sus finas manos. Cuando le formulé la pregunta, me miró fijamente a los ojos. Era evidente que ya lo sabía.
—¿Desde cuándo? —preguntó. Su voz tenía un agradable sonido ronco; era una chica que se hacía escuchar, sobre todo por los hombres.
—Desde la noche del 1 de enero. Se fue de mi casa y a la mañana siguiente no se presentó en el trabajo. En el pequeño embarcadero que hay detrás de su casa había una mancha de sangre. Su camioneta estaba aparcada delante, en el jardín. La puerta del coche estaba abierta.
—No sé nada al respecto —dijo al instante.
Mentía.
—¿Quién te dijo que yo tenía algo que ver con todo esto? —preguntó, empezando a mostrarse arrogante—. Tengo mis derechos. No tengo por qué hablar contigo.
Por supuesto, la enmienda 29 de la Constitución: los cambiantes no tienen que hablar con Sookie Stackhouse.
—Sí que tienes que hacerlo. —De pronto, abandoné mi tono amable. Me había tocado la tecla que no debía—. Yo no soy como tú. No tengo ni una hermana ni un sobrino. —E hice un gesto en dirección al pequeño, imaginando que tenía un cincuenta por ciento de probabilidades de acertar—. No tengo madre, ni padre, ni nada; nada, excepto a mi hermano. —Respiré hondo—. Quiero saber dónde está Jason. Y si sabes alguna cosa, mejor que me lo digas.
—Y si no, ¿qué me vas a hacer? —Su fino rostro se torció en una mueca. Sin embargo, quería conocer en serio lo que yo podía llegar a hacerle; conseguí leer eso.
—Sí, ¿qué? —preguntó una voz más tranquila.
Miré hacia la puerta y vi a un hombre que probablemente había pasado los cuarenta. Llevaba una barba bien recortada salpicada de gris y el pelo muy corto. Era un hombre menudo, de un metro setenta, no más, de complexión ligera y brazos musculosos.
—Todo lo que esté en mi mano —dije. Lo miré directamente a los ojos. Eran de un verde dorado extraño. No parecía hostil, la verdad. Parecía más bien sentir curiosidad.
—¿Qué has venido a hacer aquí? —preguntó, siguiendo con su tono de voz neutral.
—¿Quién es usted? —Tenía que saber quién era aquel tipo. No pensaba perder el tiempo repitiendo mi historia a alguien por mero divertimento. Pero dado su aire de autoridad, y el hecho de que no optase por la beligerancia directa, pensé que era un hombre con quien merecía la pena hablar.
—Soy Calvin Norris, el tío de Crystal. —Su modelo cerebral revelaba que también era algún tipo de cambiante. Dada la ausencia de perros en el poblado, imaginé que eran licántropos.
—Soy Sookie Stackhouse, señor Norris. —La expresión de interés creciente que mostraba su rostro no era ninguna imaginación mía—. Su sobrina asistió a la fiesta de Nochevieja del Merlotte's en compañía de mi hermano Jason. Mi hermano desapareció la noche siguiente. Quería saber si Crystal sabía alguna cosa que me ayudara a localizarlo.
Calvin Norris se inclinó para acariciar la cabecita del niño y, a continuación, se acercó al sofá donde estaba Crystal sentada y mirándolo con el ceño fruncido. Se sentó a su lado, apoyó los codos sobre sus rodillas y dejó las manos colgando entre ellas, relajadas. Inclinó la cabeza y miró a la enfadada Crystal.
—Es razonable, Crystal. La chica quiere saber dónde está su hermano. Si sabes algo al respecto, díselo.
A lo que Crystal le espetó:
—¿Y por qué tendría que contárselo? Ha llegado y ha empezado a amenazarme.
—Porque ayudar a la gente que tiene problemas es una mera cuestión de educación. Hasta ahora, no habías ido a ofrecerle tu ayuda voluntariamente, ¿verdad?
—No creí que hubiera desaparecido. Pensaba que… —Y se interrumpió cuando notó que había hablado más de la cuenta.
El cuerpo de Calvin se tensó. No esperaba que Crystal supiese algo sobre la desaparición de Jason. Sólo había querido ser educado conmigo. Leía eso, pero poco más. No lograba descifrar su relación. Él tenía poder sobre la chica. Eso se adivinaba enseguida, pero ¿de qué tipo? Era algo más que la autoridad de un tío; era más bien como si él gobernara sobre ella. Tal vez fuera vestido con ropa vieja de trabajo y botas de seguridad, tal vez tuviera el aspecto de cualquier obrero de la zona, pero Calvin Norris era mucho más.
"El jefe la manada", pensé. ¿Y quién integraría una manada en un lugar tan remoto como aquél? ¿Sólo Crystal? Entonces recordé la velada advertencia de Sam sobre la naturaleza excepcional de Hotshot y tuve una revelación. Todos los habitantes de Hotshot tenían dos naturalezas.
¿Sería posible? No estaba del todo segura de que Calvin Norris fuera un hombre lobo…, pero estaba segura de que no se transformaba precisamente en un conejito. Tuve que combatir un impulso casi irresistible de inclinarme y posarle la mano en el antebrazo, tocar piel contra piel para leerle la mente con la mayor claridad posible.
De una cosa estaba totalmente segura: no me gustaría estar por las cercanías de Hotshot durante las tres noches de luna llena.
—Eres la camarera del Merlotte's —dijo, mirándome a los ojos con la misma intensidad que había mirado a los de Crystal.
—Soy una de las camareras del Merlotte's.
—Eres amiga de Sam.
—Sí —dije con cautela—. Lo soy. Y también soy amiga de Alcide Herveaux. Y conozco al coronel Flood.
Eran nombres que significaban alguna cosa para Calvin Norris. No me sorprendió que Norris conociera los nombres de algunos de los hombres lobo más destacados de Shreveport y que conociera a Sam, naturalmente. Mi jefe había tardado un tiempo en conectar con la comunidad local de gente con dos naturalezas, pero, desde entonces, intentaba mantener cierto contacto con ellos.
Crystal había seguido escuchando con sus ojos oscuros abiertos de par en par, y su humor no había mejorado en absoluto. Por la puerta trasera de la casa apareció entonces una chica vestida con un peto que levantó en brazos al pequeño y lo separó de sus construcciones. Aunque su cara era más redonda y menos llamativa, y su figura más robusta, era evidente que se trataba de la hermana menor de Crystal. Y, al parecer, estaba embarazada de nuevo.
—¿Necesitas alguna cosa, tío Calvin? —preguntó, mirándome por encima de la cabeza de su hijo.
—No, Dawn. Encárgate de Matthew. —Desapareció con el niño por la puerta trasera de la casa. Había acertado con el sexo del pequeño.
—Crystal —dijo Calvin Norris, con una voz a la vez tranquila y aterradora—. Cuéntanos ahora lo que hiciste.
Crystal creía haber salido ilesa del asunto y la orden de confesar su fechoría la sorprendió.
Pero tenía que obedecer. Inquieta, acabó haciéndolo.
—En Nochevieja salí con Jason —dijo—. Lo conocí en el Wal-Mart de Bon Temps, cuando fui a comprarme un bolso.
Suspiré. Jason encontraba compañeras de cama en cualquier sitio. Al final acabaría contrayendo alguna enfermedad desagradable (si es que no la había contraído ya) o viéndose inmerso en una demanda de paternidad, y yo no podía hacer nada al respecto excepto observar lo que ocurría.
—Me preguntó si quería pasar la Nochevieja con él. Me dio la impresión de que la chica con quien había quedado le había dado plantón, porque no es precisamente el tipo de chico que se queda sin nadie con quien salir en una fecha tan destacada como ésa.
Me encogí de hombros. Por lo que yo sabía, Jason era capaz de haber quedado y dado plantón a cinco mujeres distintas para la fiesta de Nochevieja. Y tampoco era infrecuente que las mujeres se exasperaran hasta tal punto debido a su constante persecución de cualquier cosa que tuviera vagina que acabaran rompiendo sus planes con él.
—Es un chico muy guapo y me gusta poder salir de vez en cuando de Hotshot, de modo que le dije que sí. Me preguntó si podía venir a recogerme, pero sabía que a mis vecinos no les gustaría y por eso le pedí que quedáramos en la gasolinera Fina y, desde allí, fuéramos en su camioneta. Y eso fue lo que hicimos. Me lo pasé muy bien con él, fuimos a su casa, pasamos una buena noche. —Me lanzó una mirada—. ¿Quieres saber cómo es en la cama?
Hubo un movimiento indefinido y vi sangre en la comisura de su boca. La mano de Calvin volvió a colgar entre sus piernas antes incluso de que me diera cuenta de que se había movido.
—Sé educada. No le muestres tu peor cara a esta chica —dijo, y lo hizo en un tono tan serio que decidí también yo ser de lo más educada, por si acaso.
—De acuerdo. Supongo que esto no ha estado bien —admitió en un tono de voz más suave y disciplinado—. Quería verlo la noche siguiente, y él también quería volver a verme. De modo que salí de aquí furtivamente y me fui a su casa. Él tenia que salir para ir a ver a su hermana… ¿A ti? ¿Eres la única hermana que tiene?
Asentí.
—Y me dijo que lo esperara allí, que regresaría enseguida. Yo quería acompañarlo, y me dijo que podría haberlo hecho si su hermana no tuviera compañía, que estaba con vampiros y que no quería verme mezclada con ellos.
Creo que Jason sabía cuál sería mi opinión sobre Crystal y que no le apetecía oírla. Por eso la dejó esperando en su casa.
—¿Regresó a casa? —preguntó Calvin, despertándola de su ensueño.
—Sí —respondió, y me puse tensa.
—¿Qué sucedió entonces? —preguntó Calvin, cuando ella dejó de hablar.
—No estoy del todo segura —dijo—. Yo estaba en su casa, esperándolo, y oí llegar su camioneta. Y pensé: "Estupendo, ya está aquí, podemos empezar de nuevo la fiesta". Pero no lo oí subir por los peldaños que dan acceso a la puerta, por lo que me pregunté qué sucedería. Naturalmente, todas las luces de fuera estaban encendidas, pero no me acerqué a la ventana porque sabía que era él. —Naturalmente, una mujer lobo conocería de sobra sus pasos, tal vez identificaría su olor—. Tengo muy buen oído, y lo escuché rodeando la casa, de modo que pensé que entraría por la puerta trasera por alguna razón, tal vez porque llevaba las botas sucias o algo por el estilo.
Respiré hondo. Llegaría al momento crucial enseguida. Lo sabía.
—Y entonces, en la parte trasera de la casa, y también más lejos, a varios metros del porche, oí mucho ruido, y alguien gritando, y después nada.
No habría notado tantas cosas de no haber sido una cambiante. Sabía que le encontraría un lado bueno si insistía en buscarlo.
—¿Saliste a mirar? —le preguntó Calvin a Crystal. Le acarició con la mano sus rizos negros, como si lo estuviera haciendo con su perro favorito.
—No, señor, no salí a mirar.
—¿Oliste alguna cosa?
—No me acerqué lo suficiente —admitió resentida—. Soplaba viento en contra. Capté un poco de Jason, y sangre. Tal vez un par de cosas más.
—¿Cómo qué?
Crystal bajó la vista.
—Un cambiante, quizá. Hay algunos de nosotros que pueden transformarse sin que sea necesariamente luna llena, pero yo no. De haber podido, habría captado mejor el olor —me dijo, casi disculpándose.
—¿Un vampiro? —preguntó Calvin.
—Nunca he olido a vampiro —respondió simplemente—. No lo sé.
—¿Una bruja? —pregunté yo.
—¿Huelen distinto a la gente normal y corriente? —preguntó dubitativa.
Me encogí de hombros. No lo sabía.
—¿Qué hiciste después? —le preguntó Calvin.
—Sabía que algo se había llevado a Jason al bosque. Y… lo perdí. No soy valiente. —Se encogió de hombros—. Después regresé a casa. No podía hacer otra cosa.
Intenté no llorar, pero no pude evitar que las lágrimas empezaran a rodar por mis mejillas. Por vez primera me veía obligada a admitir que no estaba segura de volver a ver a mi hermano con vida. Pero, de todos modos, si la intención del atacante era matar a Jason, ¿por qué no había abandonado su cuerpo en el jardín trasero? Tal y como Crystal había dicho, la noche de Año Nuevo no había habido luna llena. Había cosas que no podían esperar a la luna llena…
Lo malo de conocer todas las criaturas que existen en el mundo además de nosotros es que me imaginaba que había cosas capaces de acabar con Jason de un solo bocado. O con unos cuantos mordiscos.
No podía permitirme pensar aquello. Aun sin parar de llorar, hice un esfuerzo e intenté sonreír.
—Muchas gracias —dije educadamente—. Les agradezco mucho que me hayan dedicado este tiempo. Sé que tienen cosas que hacer.
Crystal me miró recelosa, pero su tío Calvin alargó el brazo y me dio unos golpecitos de consuelo en la mano, una acción que dejó sorprendido a todo el mundo, incluso a sí mismo.
Me acompañó hasta el coche. El cielo volvía a encapotarse, hacía más frío y el viento empezaba a agitar las ramas desnudas de los arbustos plantados en el jardín. Reconocí la retama y la espirea, incluso un magnolio. A su alrededor había plantados narcisos e iris: las mismas flores que había en el jardín de mi abuela, los mismos arbustos que crecían en los jardines del sur desde hacía muchas generaciones. En aquel momento todo parecía triste y sórdido. En primavera, en cambio, el entorno cobraría un aspecto encantador y pintoresco; la decadencia de la pobreza enriquecida por la Madre Naturaleza.
Dos o tres casas más abajo, un hombre salió de un cobertizo, nos vio pasar y se quedó mirándonos casi sin creerse lo que veía. Después de un buen rato, entró en su casa. Estaba demasiado alejado como para poder discernir bien sus facciones, excepto su cabello claro y grueso, pero demostró mucha elegancia. A la gente de aquel lugar no les gustaban en absoluto los desconocidos, incluso parecían tenerles alergia.
—Mi casa es aquella de allá arriba —dijo Calvin, señalando una casa mucho más distinguida, pequeña pero cuadrada, recién pintada de blanco. En la casa de Calvin Norris todo se veía en buen estado. El camino de acceso y la zona de aparcamiento estaban claramente definidos; el cobertizo de las herramientas, pintado de blanco también y sin rastro de óxido, se erigía limpiamente sobre una parcela de suelo de hormigón.
Moví afirmativamente la cabeza.
—Se ve muy bonita —dije, sin que me temblara la voz.
—Quiero hacerte una propuesta —dijo Calvin Norris.
Intenté parecer interesada. Me volví hacia él.
—Ahora eres una mujer sin protección —dijo—. Tu hermano se ha ido. Espero que regrese, pero no tienes a nadie en quien apoyarte mientras no está.
Su discurso se equivocaba en muchos sentidos, pero en aquel momento no me encontraba con ánimos de llevarle la contraria a un cambiante. Me había hecho un gran favor consiguiendo que Crystal hablara. Así que me quedé quieta, soportando el frío viento e intentando mostrarme educadamente receptiva.
—Si necesitas un lugar donde esconderte, si necesitas que alguien te cubra la espalda o te defienda, yo soy tu hombre —dijo. Me clavó en los ojos su mirada verde y dorada.
Os diré por qué no lo rechacé con una sonrisa burlona: porque no me lo decía con aires de superioridad. Según sus costumbres, estaba mostrándose de lo más cortés ofreciéndome un lugar donde protegerme. Naturalmente, esperaba "ser mi hombre" en todos los sentidos, además del de la protección. Pero no se mostraba lascivo, ni ofensivamente explícito. Calvin Norris estaba ofreciéndose a correr peligro por mí. Hablaba en serio. No podía enojarme por ello.
—Gracias —dije—. Recordaré sus palabras.
—He oído hablar de ti —dijo—. Los cambiantes y los hombres lobo hablamos entre nosotros. He oído decir que eres distinta.
—Lo soy. —Tal vez los hombres normales y corrientes encontraran atractivo mi aspecto exterior, pero mi interior les repelía. Si algún día, debido a la atención que me habían prestado Eric, Bill, o incluso Alcide, empezaba a volverme vanidosa, me bastaría con escuchar los pensamientos de algunos clientes del bar para que se me deshinchase el ego. Abracé con fuerza mi viejo abrigo azul. Como prácticamente todos los seres con dos naturalezas, Calvin tenía un organismo que no sentía el frío con la misma intensidad que un metabolismo completamente humano—. Pero mi diferencia no estriba en tener dos naturalezas, aunque aprecio su…, su amabilidad. —Aquello era lo más cerca que podía estar de preguntarle a qué venía tanto interés.
—Lo sé. —Asintió reconociendo mi delicadeza—. De hecho, esto te hace más… La cuestión es que aquí en Hotshot somos una comunidad muy endogámica. Ya has oído a Crystal. Sólo puede transformarse cuando es luna llena y, francamente, ni siquiera entonces tiene plenos poderes. —Señaló su rostro—. Mis ojos no son humanos. Necesitamos sangre nueva, nuevos genes. Tú no tienes dos naturalezas, pero tampoco eres una mujer normal y corriente. Las mujeres normales y corrientes no duran mucho tiempo aquí.
Era una forma siniestra y ambigua de decirlo. Pero intenté mostrarme comprensiva. En realidad lo comprendía, y entendía su preocupación. Calvin Norris era evidentemente el líder de aquel poblado excepcional y su futuro era responsabilidad suya.
Miró con el ceño fruncido en dirección a la casa donde habíamos visto antes a aquel hombre. Pero se volvió hacia mí para acabar de contarme lo que quería.
—Creo que la gente de aquí te gustaría y que serías una buena criadora. Lo adivino por tu aspecto.
Era un cumplido de lo más insólito. No se me ocurría como agradecerlo de la manera adecuada.
—Me siento adulada de que piense así y aprecio su ofrecimiento. Recordaré lo que me ha dicho. —Hice una pausa para pensar qué decir—. La policía acabará descubriendo que Crystal estuvo con Jason, si no lo ha descubierto ya. También vendrán por aquí.
—No encontrarán nada —dijo Calvin Norris. Sus ojos verde dorado se cruzaron con los míos—. Ya han estado por aquí otras veces, y volverán a irse. Nunca descubren nada. Espero que encuentres a tu hermano. Si necesitas ayuda, házmelo saber. Trabajo en Norcross. Soy un hombre serio.
—Gracias —dije, y subí al coche con una sensación de alivio. Me despedí de Calvin con un movimiento de cabeza mientras retrocedía con el coche por el camino de acceso a la casa de Crystal. De modo que trabajaba en Norcross, la fábrica maderera. Norcross era una empresa que generaba beneficios y donde había muchas promociones internas. Estaba claro que me habían hecho ofertas peores.
Mientras me dirigía al trabajo, me pregunté si Crystal habría intentado quedarse embarazada durante sus noches con Jason. A Calvin no parecía importarle en absoluto enterarse de que su sobrina se había acostado con un desconocido. Alcide me había explicado que los licántropos tenían que cruzarse con licántropos para tener hijos con sus mismas características, de modo que, al parecer, los habitantes de aquella comunidad estaban tratando de diversificarse. A lo mejor los licántropos inferiores intentaban perder su especialidad, es decir, tener hijos con humanos normales y corrientes. Siempre sería mejor eso que tener una generación de licántropos cuyos poderes fueran tan débiles que apenas pudieran actuar eficazmente en su segunda naturaleza, y tampoco se sintieran satisfechos como humanos normales.
Llegar al Merlotte's fue como pasar de un siglo a otro. Me pregunté cuánto tiempo llevaría la gente de Hotshot encerrada en aquel cruce de carreteras, qué importancia debió de tener originalmente aquel lugar para ellos. Aun sin poder evitar sentir cierta curiosidad, fue un verdadero alivio olvidarme de tantos interrogantes y regresar al mundo que conocía.
Aquella tarde, el pequeño mundo del Merlotte's estaba muy tranquilo. Me cambié, me puse mi delantal negro, me arreglé el pelo y me lavé las manos. Sam estaba detrás de la barra con los brazos cruzados sobre el pecho, con la mirada perdida. Holly estaba sirviendo una jarra de cerveza en una mesa donde estaba sentado un desconocido.
—¿Qué tal por Hotshot? —me preguntó Sam, ya que estábamos solos en el bar.
—Qué lugar tan extraño.
Me dio unos golpecitos en el hombro.
—¿Descubriste algo útil?
—Sí, la verdad. Pero no estoy muy segura de qué puede significar. —Vi que Sam necesitaba un corte de pelo; su cabello rojizo y dorado formaba una especie de arco alrededor de su cara que le daba el aspecto de un ángel renacentista.
—¿Conociste a Calvin Norris?
—Sí. Consiguió que Crystal hablara conmigo y me hizo una oferta de lo más estrambótico.
—¿En qué consistía?
—Te lo contaré en otro momento. —Por nada del mundo se me ocurría cómo explicárselo. Me miré las manos, que tenía ocupadas aclarando una jarra de cerveza, y noté que me subían los colores.
—Por lo que sé, Calvin es un buen tipo —dijo Sam—. Trabaja en Norcross y es jefe de línea. Un buen seguro médico, pensión de jubilación, todo. Hay otros tipos en Hotshot que son propietarios de una herrería. Tengo entendido que trabajan bien. Lo que no sé es qué sucede en Hotshot cuando cae la noche, y me parece que nadie lo sabe. ¿Conociste al sheriff Dowdy, John Dowdy? Era el sheriff antes de que yo me trasladara a vivir aquí.
—Sí, lo recuerdo. Encarceló a Jason en una ocasión por vandalismo. La abuela tuvo que ir a sacarlo de la cárcel. El sheriff Dowdy le leyó la cartilla a Jason y lo asustó por una buena temporada.
—Una noche, Sid Matt me contó una historia. Al parecer, una primavera, John Dowdy fue a Hotshot para arrestar al hermano mayor de Calvin, Carlton.
—¿Por qué motivo? —Sid Matt Lancaster era un viejo y conocido abogado.
—Violación de menores. La chica quería, incluso tenía experiencia, pero era menor de edad. Tenía un padrastro que decidió que Carlton le había faltado al respeto.
No había postura políticamente correcta capaz de cubrir todas las circunstancias.
—¿Y qué pasó?
—Nadie lo sabe. Aquella misma noche, el coche patrulla de John Dowdy fue encontrado a medio camino entre la ciudad y Hotshot. Estaba vacío. Ni sangre, ni huellas. No se le ha vuelto a ver desde entonces. Nadie en Hotshot recordaba haberlo visto aquel día, dijeron.
—Como a Jason —dije débilmente—. Se lo ha tragado la tierra.
—Pero Jason estaba en su casa y, según lo que dices, Crystal no está implicada.
Seguí el hilo de aquella extraña historia.
—Tienes razón. ¿Acabó alguien descubriendo qué sucedió con el sheriff Dowdy?
—No. Y nadie volvió a ver tampoco a Garitón Norris.
Y ahora venía la parte interesante.
—¿Y cuál es la moraleja de esta historia?
—Que la gente de Hotshot se toma la justicia por su mano.
—Por lo que es mejor tenerlos de tu lado. —Extraje mis propias conclusiones.
—Sí —dijo Sam—. Es evidente que necesitas tenerlos de tu lado. ¿No recuerdas el caso? Fue hace unos quince años.
—Por aquel entonces tenía mis propios problemas —le expliqué. Me había quedado huérfana con nueve años de edad y estaba descubriendo mis poderes telepáticos.
La gente empezó a entrar en el bar al salir del trabajo, de camino a casa. Sam y yo no tuvimos oportunidad de volver a hablar durante el resto de la tarde, lo cual a mí me vino bien. Sentía mucho cariño por Sam, que a menudo había protagonizado algunas de mis fantasías más privadas, pero en aquel momento tenía tantas cosas por las que preocuparme que ya no me cabía ninguna más.
Aquella noche descubrí que había quien pensaba que la desaparición de Jason mejoraba la sociedad de Bon Temps. Entre ellos estaban Andy Bellefleur y su hermana, Portia, que vinieron a cenar al Merlotte's porque su abuela Caroline ofrecía una cena en casa y no les apetecía asistir a la misma. Andy era detective de la policía y Portia era abogada, y ni el uno ni la otra se contaban en mi lista de personajes favoritos. Para empezar (y quizá en eso hubiera algo de envidia por lo que yo no podría tener nunca), cuando Bill descubrió que eran sus descendientes, tramó un sofisticado plan para donar anónimamente dinero a los Bellefleur, y ellos estuvieron encantadísimos de recibir aquel misterioso legado. Pero no soportaban a Bill, y yo sentía una rabia constante al verlos pasear con sus nuevos coches y su ropa cara, al ver que renovaban el tejado de la mansión, y no dejaban de hablar mal de Bill…, y también de mí, por ser su novia.
Andy siempre se había mostrado amable conmigo antes de que empezara a salir con Bill. Al menos siempre había sido educado y me dejaba propinas decentes. Siempre había sido invisible para Portia, que tenía su propia ración de penas personales. Le había salido un pretendiente, y me preguntaba maliciosamente si no sería consecuencia del repentino y vertiginoso aumento de la fortuna de la familia Bellefleur. A veces, me preguntaba también si Andy y Portia serían felices en proporción directa a mis miserias. Aquella tarde de invierno estaban de muy buen humor y atacaron sus hamburguesas con muchas ganas.
—Siento lo de tu hermano, Sookie —dijo Andy, cuando volví a llenarle la taza de té.
Le miré con un rostro inexpresivo. "Mentiroso", pensé. Pasado un segundo, los ojos de Andy se trasladaron de mi persona al salero, que al parecer se había vuelto tremendamente fascinante.
—¿Has visto a Bill últimamente? —preguntó Portia, secándose a golpecitos la boca con una servilleta. Estaba intentando romper el incómodo silencio que se había producido con una pregunta de cortesía, pero lo único que consiguió fue ponerme más rabiosa si cabe.
—No —respondí—. ¿Queréis alguna cosa más?
—No, gracias, esto es todo —contestó ella rápidamente. Di media vuelta y me alejé de su mesa. Y entonces, una sonrisa se formó en mi boca. En el mismo momento en que yo me dije "Bruja", Portia pensó "Vaya bruja".
"Tiene un buen culo", se interpuso Andy. Caramba con la telepatía. ¡Maldita sea! No se la desearía ni a mi peor enemigo. Envidiaba a la gente que sólo escuchaba a través de los oídos.
Llegaron entonces Kevin y Kenya, que siempre se cuidaban de no beber alcohol. La suya era una pareja que había dado a la gente de Bon Temps muchos motivos de regocijo. Kevin, de raza blanca, era alto y delgado, un corredor de maratón; incluso el equipamiento que llevaba colgado del cinturón de su uniforme parecía demasiado peso para él. Su pareja, Kenya, era cinco centímetros más alta qué él, pesaba varios kilos más y era unos quince tonos más oscura. Los hombres que frecuentaban el bar llevaban un par de años apostando si acabarían siendo amantes…, aunque, naturalmente, los tipos del bar no lo expresaban de una forma tan correcta.
Sin quererlo, sabía que Kenya (con sus esposas y su porra) representaba el sueño de muchos clientes. Sabía también que los hombres que más despiadadamente se burlaban y ridiculizaban a Kevin eran precisamente los que tenían fantasías más lujuriosas. Mientras llevaba las hamburguesas a la mesa de Kevin y Kenya, adiviné que Kenya estaba preguntándose si debería sugerirle a Bud Dearborn que pidiera los perros rastreadores a un condado vecino para colaborar en la búsqueda de Jason, mientras que Kevin estaba preocupado por el corazón de su madre, que últimamente había estado dando más guerra de la habitual.
—Sookie —dijo Kevin, cuando les llevé la botella de ketchup—, quería comentarte que hoy se han pasado por la comisaría de policía unas personas que querían colgar unos carteles sobre un vampiro.
—Sí, he visto uno de esos carteles en el supermercado —dije.
—Soy consciente de que el hecho de que hayas salido con un vampiro no te convierte en una experta —dijo con cautela Kevin, que siempre se esforzaba en mostrarse amable conmigo—, pero me preguntaba si habías visto a ese vampiro. Antes de que desapareciese, claro está.
Kenya me miraba también, sus ojos oscuros me examinaban con gran interés. Kenya estaba pensando que yo siempre parecía estar metida en todos los barullos que sucedían en Bon Temps, aunque yo no fuera mala (gracias, Kenya). Confiaba, por mi bien, en que Jason siguiera con vida. Kevin estaba pensando que yo siempre había sido amable con él y con Kenya; y estaba pensando que no me pondría jamás un dedo encima. Suspiré, y confié en que no se dieran cuenta de ello. Esperaban una respuesta. Dudé, preguntándome cuál sería la mejor. La verdad siempre es más fácil de recordar.
—Claro que lo he visto. Eric es el propietario del bar de vampiros de Shreveport —dije—. Me lo encontraba siempre que iba allí con Bill.
—¿Lo has visto recientemente?
—Puedo jurarte que no fui yo quien lo secuestró de Fangtasia —le solté, con bastante sarcasmo en mi tono de voz.
Kenya me lanzó una mirada avinagrada, y no la culpé por ello.
—Nadie te ha dicho que lo hicieras —me dijo, en un tono que en realidad significaba "No me des más problemas de los que ya tengo". Yo me encogí de hombros y me marché.
Tenía mucho que hacer, pues había aún gente cenando (y otros bebiendo en lugar de cenar) y también empezaban a entrar muchos clientes habituales después de haber cenado en casa. Holly también estaba ocupada, y cuando uno de los hombres que trabajaban para la compañía telefónica derramó su cerveza en el suelo, tuvo que ir a buscar la fregona y el cubo. Así que, cuando se abrió la puerta, empezaba a acumulársele el trabajo. La vi sirviéndole su pedido a Sid Matt Lancaster, dando la espalda a la puerta. Por eso no vio quién entraba, pero yo sí. El joven que Sam había contratado para despejar las mesas en horas punta estaba ocupado limpiando dos mesas juntas donde había estado sentado un grupo grande de trabajadores locales y yo estaba limpiando la mesa de los Bellefleur. Andy estaba charlando con Sam mientras esperaba a Portia, que había ido al servicio. Yo acababa de guardar en el bolsillo la propina que me habían dejado, que era el quince por ciento de su cuenta. Las propinas de los Bellefleur habían mejorado —ligeramente— con su fortuna. Levanté la vista cuando la puerta se mantuvo abierta el tiempo suficiente como para que entrara una gélida ráfaga de aire.
La mujer que entró era tan alta, tan delgada y tan ancha de hombros que tuve que mirarle el pecho para asegurarme de que no me había confundido de sexo. Llevaba su grueso pelo castaño muy corto e iba sin maquillaje. La acompañaba un hombre, pero no lo vi hasta que ella se hizo a un lado. Tampoco él se quedaba manco en lo que a la altura se refiere y su ceñida camiseta revelaba los brazos más musculosos que había visto en mi vida. Horas de gimnasio; no, años de gimnasio. Tenía el cabello ondulado, de color avellana, que le llegaba hasta los hombros y su barba y su bigote eran bastante más rojizos. Ninguno de los dos llevaba abrigo, a pesar del clima invernal. Los recién llegados se dirigieron hacia mí.
—¿Dónde está el propietario? —preguntó la mujer.
—Es Sam. Está detrás de la barra —dije, bajando la vista lo más pronto que pude y poniéndome de nuevo a limpiar la mesa. El hombre me había mirado con curiosidad; eso era normal. Cuando pasaron por mi lado, me di cuenta de que llevaba unos carteles bajo el brazo y una grapadora. Llevaba también un rollo de cinta adhesiva, que colgaba de su muñeca izquierda.
Miré a Holly. Se había quedado paralizada, sujetando inmóvil, a medio camino del mantelito de Sid Matt Lancaster, la taza de café que le iba a servir. El viejo abogado levantó la vista y siguió su mirada hasta la pareja que se abría camino entre las mesas del bar. El Merlotte's, un lugar tranquilo y pacífico hasta el momento, se llenó de repente de tensión. Holly sirvió la taza sin quemar al señor Lancaster, dio media vuelta y desapareció a toda velocidad por las puertas basculantes que daban a la cocina.
No necesité nada más para confirmar la identidad de la mujer.
La pareja se acercó a Sam e inició una conversación en voz baja con él, que escuchó Andy simplemente porque estaba allí mismo. Pasé por su lado de camino hacia la ventanilla donde dejaba los platos sucios y oí que la mujer decía (con una voz profunda de contralto) "… hemos colgado estos carteles por la ciudad, por si acaso alguien lo ve".
Era Hallow, la bruja cuya búsqueda de Eric tanto malestar había causado. Ella, o un miembro de su aquelarre, era probablemente quien había asesinado a Adabelle Yancy. Y tal vez la mujer que se había llevado a mi hermano Jason. La cabeza empezó a palpitarme con fuerza, como si en su interior tuviera un pequeño demonio intentando romperla a martillazos.
No me extrañaba que Holly se hubiera puesto en aquel estado y no quisiera que Hallow la viera. Había estado presente en la reunión que Hallow había celebrado en Shreveport y su aquelarre había rechazado su invitación.
—Naturalmente —dijo Sam—. Cuelga uno en esta pared. —Le indicó un espacio en blanco junto a la puerta que conducía a los baños y a su despacho.
Holly asomó la cabeza por la puerta de la cocina, vio a Hallow y volvió a esconderse. La mirada de ésta se dirigió hacia la puerta, pero no a tiempo de ver a Holly.
Pensé en saltar sobre Hallow, machacarla hasta que me dijera todo lo que quería saber sobre mi hermano. Era lo que mi cabeza me empujaba a hacer: iniciar la acción, cualquier acción. Pero tuve un destello de sentido común que, por suerte para mí, tomó el control de la situación. Hallow era grande e iba acompañada por un compinche que me aplastaría a la primera. Además, Kevin y Kenya me obligarían a parar antes de que consiguiera hacerla hablar.
Resultaba terriblemente frustrante tenerla justo delante de mí y no poder averiguar lo que esa mujer sabía. Bajé todos mis escudos de protección e intenté escuchar con todas mis fuerzas.
Pero cuando entré en su cabeza, Hallow sospechó algo de inmediato.
Se quedó un poco perpleja y miró a su alrededor. Aquel gesto fue suficiente advertencia para mí. Retrocedí a mis propios pensamientos con toda la rapidez que me fue posible. Continué mi camino hacia detrás de la barra, pasando a medio metro de la bruja mientras ella intentaba averiguar quién había entrado en su cerebro.
Era algo que no me había sucedido nunca. Nadie, nadie, había sospechado jamás que estuviera escuchándole. Me agaché detrás de la barra para coger el paquete de sal, me enderecé y con cuidado rellené el salero que había cogido de la mesa de Kevin y Kenya. Me concentré con todas mis fuerzas en llevar a cabo esa tarea tan mínima y, cuando hube terminado, el cartel ya estaba colgado. Hallow estaba entreteniéndose, prolongando su conversación con Sam para descubrir quién había entrado en su cabeza, y el señor Musculitos me miró de reojo —aunque sólo como los hombres miran a las mujeres— cuando regresé con el salero a la mesa. Holly seguía sin reaparecer.
—Sookie —me llamó Sam.
Oh, por el amor de Dios, tenía que responder. Era mi jefe.
Me acerqué al grupo de tres, muerta de miedo en mi corazón y con una sonrisa en la cara.
—Hola —dije a modo de saludo, lanzando una sonrisa neutral a la alta bruja y a su fornido compinche. Levanté la ceja como para preguntarle a Sam qué quería.
—Te presento a Marnie y Mark Stonebrook —dijo.
Moví la cabeza para saludarlos. "Hallow, en realidad", pensé. "Hallow" era mucho más espiritual que "Marnie".
—Están buscando a este tipo —dijo Sam, señalando el cartel—. ¿Lo conoces?
Naturalmente, Sam sabía que conocía a Eric. Me alegré de tener años de experiencia en esconder mis sentimientos y pensamientos a los demás. Miré con atención el cartel de forma deliberada.
—Claro que lo he visto —dije—. Cuando fui a aquel bar de Shreveport. Cómo olvidarlo, ¿verdad? —Le regalé a Hallow (Marnie) una sonrisa. Como si Marnie y Sookie fueran dos adolescentes compartiendo el típico momento íntimo de chicas.
—Un chico guapo —concedió con voz ronca—. Ha desaparecido y ofrecemos una recompensa a quienquiera que pueda proporcionarnos información.
—Ya lo veo por lo que dice el cartel —dije, permitiendo que mi voz dejara entrever un poco de rabia—. ¿Existe algún motivo en concreto por el que pensáis que puede estar por aquí? No me imagino lo que podría estar haciendo un vampiro de Shreveport en Bon Temps. —Le lancé una mirada inquisitiva. ¿Verdad que no estaba fuera de tono mi pregunta?
—Buena pregunta, Sookie —dijo Sam—. No es que me importe colgar el cartel, ¿pero cómo es que estáis buscando a este tipo por aquí? ¿Por qué iba a venir? En Bon Temps nunca pasa nada.
—En esta ciudad reside un vampiro, ¿verdad? —dijo de repente Mark Stonebrook. Su voz era casi pareja a la de su hermana. Estaba tan fuerte que casi esperabas oír la voz de un bajo, e incluso una voz de contralto tan profunda como la de Marnie sonaba extraña saliendo de su garganta. De hecho, por el aspecto de Mark Stonebrook, cabría esperar que saliera un gruñido para comunicar.
—Sí, Bill Compton vive aquí —dijo Sam—. Pero está fuera de la ciudad.
—He oído decir que se ha ido a Perú —dije.
—Oh, sí, he oído hablar de Bill Compton. ¿Dónde vive? —preguntó Hallow, tratando de disimular su excitación.
—Vive al otro lado del cementerio, muy cerca de mi casa —dije, pues no me quedaba otra alternativa. Si hubiesen preguntado a cualquier otro y obtenido una respuesta distinta a la que yo les diera, adivinarían que yo escondía algo (o en este caso, alguien)—. Por Hummingbird Road. —Les indiqué el camino, con escasa claridad, y confié en que se perdieran y llegaran a Hotshot.
—Tal vez nos pasemos por casa de Compton, por si acaso Eric fue a visitarlo —dijo Hallow. Lanzó una mirada a su hermano Mark, ambos asintieron y salieron del bar. Les daba lo mismo que aquello tuviera o no sentido.
—Están enviando brujos a visitar a todos los vampiros —dijo Sam en voz baja. Naturalmente. Los Stonebrook estaban visitando la residencia de todos los vampiros que tuvieran algo que ver con Eric, los vampiros de la Zona Cinco. Sospechaban que uno de esos vampiros podía estar escondiendo a Eric. Hallow estaba segura de que su hechizo había funcionado, pero lo que tal vez no sabía era cómo había funcionado exactamente.
Dejé que la sonrisa se borrara de mi cara y me apoyé con los codos en la barra, esforzándome en pensar.
—Me parece que esto es un gran problema, ¿verdad? —dijo Sam muy serio.
—Sí, es un gran problema.
—¿Necesitas irte? No hay mucho trabajo. Ahora que ya se han marchado, Holly saldrá de la cocina y si necesitas irte a casa, ya me ocuparé yo de atender las mesas… —Sam no estaba seguro de dónde estaba Eric, pero lo sospechaba, y también se había dado cuenta de la repentina desaparición de Holly en la cocina.
Sam se había ganado mi lealtad y mi respeto al menos cien veces.
—Les daré cinco minutos para que salgan del aparcamiento.
—¿Crees que podrían tener alguna cosa que ver con la desaparición de Jason?
—No lo sé, Sam. —Marqué automáticamente el número de la oficina del sheriff y obtuve la misma respuesta que me habían dado a lo largo de todo el día: "No tenemos noticias. Te llamaremos en cuanto sepamos algo". Pero después de decir esto, la telefonista me explicó que al día siguiente iban a inspeccionar el estanque, que la policía había conseguido la ayuda de dos buzos especializados en tareas de rescate. No sabía cómo sentirme después de recibir aquella información. Básicamente, creo que me sentí aliviada porque veía que se habían tomado en serio la desaparición de Jason.
Cuando colgué el teléfono, le comenté la noticia a Sam. Pasado un momento, dije:
—Me parece demasiado creer que hayan desaparecido dos hombres en Bon Temps en tan poco tiempo. Los Stonebrook piensan que Eric anda por aquí. Creo que tiene que haber alguna conexión.
—Esos Stonebrook eran licántropos —murmuró Sam.
—Y brujos. Ándate con cuidado, Sam. Ella es una asesina. Los hombres lobo de Shreveport andan tras ella, y también los vampiros. No te metas en problemas.
—¿Por qué andan todos tan aterrorizados? ¿Por qué la manada de Shreveport tendría que tener problemas con ella?
—Porque bebe sangre de vampiro —dije, lo más cerca de su oído que pude sin verme obligada a besarlo. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que Kevin estaba siguiendo con mucho interés nuestra conversación.
—¿Qué quiere de Eric?
—Su negocio. Todos sus negocios. Y a él.
Sam abrió los ojos de par en par.
—De modo que es un asunto de negocios, y también personal.
—Eso es.
—¿Sabes dónde está Eric? —Hasta aquel momento había evitado preguntármelo directamente.
Le sonreí.
—¿Por qué tendría que saberlo? Pero tengo que confesártelo, me preocupa tener a esos dos merodeando cerca de mi casa. Tengo la sensación de que entrarán en casa de Bill. Tal vez se imaginan que Eric se esconde con Bill, o en su casa. Estoy segura de que tiene un buen refugio para que Eric pueda dormir y una cantidad importante de sangre almacenada. —Eso era, básicamente, todo lo que necesitaba un vampiro, sangre y un lugar oscuro.
—¿Vas a ir, pues, a vigilar la propiedad de Bill? Me parece que no es muy buena idea, Sookie. Deja que los del seguro de la casa se encarguen de solventar los daños que puedan provocar con su inspección. Creo que me comentó que tenía la casa asegurada con State Farm. Bill no querría que sufrieras ningún daño defendiendo sus plantas y sus ladrillos.
—No pienso hacer nada que pueda resultar tan peligroso —dije, y lo decía en serio. No pensaba hacerlo—. Pero creo que iré a mi casa. Por si acaso. Cuando vea que se marchan de casa de Bill, me acercaré a inspeccionar.
—¿Necesitas que vaya contigo?
—No, me limitaré a realizar una evaluación de los daños, eso es todo. ¿Tendrás suficiente si se queda Holly sola? —Había salido de la cocina en el instante en que se fueron los Stonebrook.
—Por supuesto.
—Muy bien, pues me voy. Y muchas gracias. —No tuve tantos remordimientos de conciencia cuando me di cuenta de que el bar no estaba ni la mitad de lleno que hacía una hora. Hay noches así, en las que la gente desaparece de repente.
Había notado una sensación de escozor en la espalda, y a lo mejor la habían sentido también todos los clientes. Era la sensación de que por allí rondaba algo que no debería estar: esa sensación de Halloween, como yo la llamo, cuando te da la impresión de que algo malo te espera al doblar la esquina, de que algo te vigila a través de las ventanas.
Para cuando hube cogido el bolso, abierto el coche y emprendido el camino hacia mi casa, me moría de inquietud. Tenía la impresión de que todo se iría al infierno en un abrir y cerrar de ojos. Jason había desaparecido, la bruja estaba aquí en lugar de en Shreveport y además, ahora, a menos de un kilómetro de donde se encontraba Eric.
Cuando me desvié de la carretera local para coger el largo y sinuoso camino de acceso a mi casa, y pisé el freno para evitar el ciervo que cruzaba procedente de los bosques del lado sur para dirigirse hacia los del lado norte —alejándose de casa de Bill, por cierto—, estaba agobiada. Aparqué junto a la puerta trasera, bajé del coche y subí corriendo los peldaños.
A mitad de camino me vi sorprendida por un par de brazos que parecían vigas de acero. Levantada por los aires, me encontré montada sobre la cintura de Eric sin apenas darme cuenta.
—Eric —dije—, no deberías estar fuera…
Mis palabras se vieron interrumpidas por una boca que se cernió sobre la mía.
Durante un minuto, seguir con aquel programa me pareció una alternativa viable. De repente había olvidado todo lo malo y no me importaba hacerlo allí mismo en mi porche trasero, por frío que estuviera. Pero la cordura pudo finalmente con mi sobrecargado estado emocional y me aparté ligeramente. Eric iba vestido con los pantalones vaqueros y la sudadera de los Luisiana Tech Bulldogs que Jason le había comprado en Wal-Mart. Sujetaba mi trasero con sus enormes manos y yo rodeaba su cuerpo con mis piernas, como si ambos estuviéramos acostumbradísimos a hacer eso.
—Escucha, Eric —dije, cuando su boca empezó a descender por mi cuello.
—Calla —susurró.
—No, tienes que dejarme hablar. Tenemos que escondernos.
Eso le llamó la atención.
—¿De quién? —me dijo al oído, y me estremecí. El estremecimiento no tenía nada que ver con la temperatura ambiente.
—De la bruja mala, de la que anda buscándote —intenté explicarle—. Ha venido al bar con su hermano y han colgado ese cartel.
—¿Y? —No parecía muy preocupado.
—Han preguntado dónde vivían otros vampiros del lugar y, naturalmente, hemos tenido que decirles dónde vivía Bill. Nos pidieron instrucciones sobre cómo llegar a casa de Bill, y supongo que están allí buscándote.
—¿Y?
—¡Qué la casa de Bill está justo al otro lado del cementerio! ¿Y si vienen por aquí?
—¿Me aconsejas que me esconda? ¿Qué me meta de nuevo en ese agujero oscuro de debajo de la casa? —No parecía estar muy seguro, pero me di cuenta de que le había picado el orgullo.
—Eso es. ¡Sólo un ratito! Eres mi responsabilidad; tengo que mantenerte a salvo. —Pero tuve la terrible sensación de que no había expresado correctamente mis sentimientos. Aquel desconocido provisional, por poco que parecieran importarle las cosas de los vampiros, por poco que pareciera recordar su poder y sus posesiones, tenía todavía esa vena de orgullo y curiosidad que Eric siempre había demostrado en los momentos más extraños. Había dado en el clavo. Me pregunté si tal vez podría convencerlo para que al menos entrara en mi casa, en lugar de quedarse en el porche, a la vista de todo el mundo.
Pero era demasiado tarde. A Eric nunca se le podía decir nada.