Durante el camino de vuelta a casa pensé en los acontecimientos que había vivido aquel día en Shreveport. Le había pedido a Alcide que llamara a la policía de Bon Temps por su teléfono móvil y había obtenido otra vez una respuesta negativa. No, seguían sin tener noticias de Jason y no había llamado nadie diciendo que lo hubiera visto. De modo que, de camino a casa, no me detuve en la comisaría, pero tenía que pasar por el supermercado para comprar pan y margarina, y por la licorería para comprar sangre sintética.
Lo primero que vi cuando abrí la puerta de Super Save-A-Bunch fue un pequeño expositor con sangre embotellada, lo que me ahorró la parada en la licorería. Lo segundo que vi fue el cartel con la fotografía de carné de Eric. Me imaginé que era la fotografía que le habían obligado a presentar cuando abrió Fangtasia, pues era una imagen muy poco amenazadora. En ella parecía una persona perfectamente normal, incluso agradable; nadie en el mundo se imaginaría que había dado algún que otro mordisco. La fotografía llevaba el siguiente encabezamiento: "¿HAS VISTO A ESTE VAMPIRO?".
Leí el texto con atención. Todo lo que había dicho Jason era cierto. Cincuenta mil dólares es mucho dinero. Esa Hallow tenía que estar como una regadera para pagar esa cantidad por Eric si lo único que quería era que le echara un polvo. Resultaba difícil creer que le mereciera la pena pagar una recompensa tan elevada por controlar Fangtasia (y acostarse con Eric). Cada vez dudaba más de que ésa fuera la historia completa y cada vez estaba más segura de que si seguía sacando el cuello por los demás, acabarían mordiéndomelo.
Hoyt Fortenberry, el gran amigo de Jason, estaba cargando pizzas en su carrito en el pasillo de los alimentos congelados.
—Hola, Sookie, ¿dónde crees que se ha metido el viejo Jason? —me preguntó en cuanto me vio. Hoyt, un chico grande, robusto y que no era una gran lumbrera, parecía sinceramente preocupado.
—Ojalá lo supiera —dije, acercándome para poder hablar con él sin que todos los presentes en el establecimiento se enteraran de nuestra conversación—. Estoy muy preocupada.
—¿No crees que simplemente estará con alguna chica que haya conocido? Esa que salió con él en Nochevieja era muy mona.
—¿Cómo se llamaba?
—Crystal. Crystal Norris.
—¿De dónde es?
—De Hotshot, o de por esa zona. —Movió la cabeza en dirección al sur.
Hotshot era más pequeño incluso que Bon Temps. Estaba a unos quince kilómetros de nuestro pueblo y tenía reputación de ser una comunidad un tanto extraña. Los niños de Hotshot que iban al colegio en Bon Temps formaban un grupillo cerrado y eran un poco… distintos. No me sorprendía en absoluto que Crystal viviese allí.
—Seguro —añadió Hoyt, insistiendo en su idea—. Crystal debió de pedirle que se quedara en su casa. —Pero su cerebro dejaba claro que no creía en lo que estaba diciendo, que simplemente trataba de tranquilizarme, a mí y también a sí mismo. Ambos sabíamos que Jason tendría que haber telefoneado ya, por muy bien que lo pudiera estar pasando con una mujer.
Decidí llamar a Crystal cuando tuviera diez minutos libres, lo que no sería en ningún momento de aquella noche. Le pedí a Hoyt que llamara a la oficina del sheriff para dar el nombre de Crystal, y me confirmó que lo haría, aun cuando la idea no le entusiasmaba demasiado. Estoy segura de que de haberse tratado de cualquier otro, Hoyt se habría negado. Pero Jason siempre había sido su fuente de entretenimiento y diversión, pues Jason era mucho más listo e imaginativo que el lento y pesado Hoyt: si Jason no reaparecía, la vida de Hoyt pasaría a ser monótona y aburrida.
Nos despedimos en el aparcamiento de Super Save-A-Bunch, y me sentí aliviada al ver que Hoyt no me preguntaba por las botellas de True-Blood que había comprado. Tampoco lo hizo la cajera, aunque cogió las botellas con cara de asco. Mientras pagaba, me pregunté cuánto llevaría ya gastado siendo la anfitriona de Eric. La sangre y la ropa constituían un buen pico.
Acababa de oscurecer cuando llegué a casa. Aparqué el coche y descargué las bolsas de la compra. Abrí la puerta trasera de la casa y entré, llamando a Eric mientras encendía la luz de la cocina. Al no obtener respuesta, guardé la compra y dejé una botella de True-Blood fuera de la nevera, para que la tuviese a mano cuando le entrara el hambre. Saqué la escopeta del maletero, la cargué y la dejé junto al calentador. Pasado un momento volví a llamar a la oficina del sheriff. Sin noticias de Jason, me dijo la telefonista.
Abatida, me dejé caer un buen rato junto a la pared de la cocina. Pero quedarme allí sentada y deprimida, sin hacer nada, no era un buen plan. Pensé en instalarme en la sala de estar y poner una película en el vídeo, para que Eric estuviera entretenido. Había visto ya todas mis cintas de Buffy y no tenía en casa ninguna de Ángel. Me pregunté si le gustaría Lo que el viento se llevó. (Por lo que me habían contado, Eric había estado por allí cuando la filmaron. Aunque, por otro lado, tenía amnesia. No se acordaría de nada).
Pero cuando llegué al pasillo, oí un pequeño movimiento. Abrí con cuidado la puerta de mi antigua habitación, pues no quería hacer ruido por si acaso mi huésped seguía durmiendo. Pero allí estaba. Eric estaba poniéndose los pantalones, de espaldas a mí. No se había preocupado de ponerse ropa interior, ni siquiera aquel diminuto calzoncillo rojo. Me quedé sin respiración. Se me escapó un sonido de sorpresa y me obligué a cerrar los ojos. Apreté con fuerza los puños.
Si hubiera un concurso internacional de traseros, Eric lo ganaría de calle. Conseguiría el mayor de los trofeos. Jamás había pensado que a una mujer pudiera costarle tanto mantener las manos apartadas de un hombre, pero allí estaba yo, clavándome las uñas en la palma de la mano, mirando el interior de mis párpados como si pudiera ver a través de ellos si me esforzaba lo suficiente.
Resultaba en cierto sentido degradante, eso de desear a alguien tan…, tan vorazmente —otra buena palabra del calendario— por el simple hecho de que fuera físicamente bello. Tampoco se me había ocurrido que fuera algo que pudieran sentir las mujeres.
—¿Te encuentras bien, Sookie? —preguntó Eric. Regresé con vacilación a la cordura después de aquella oleada de lujuria. Estaba delante de mí, con las manos posadas en mis hombros. Levanté la vista hasta toparme con sus ojos azules, que me observaban fijamente con una mirada que tan sólo mostraba preocupación. Yo estaba justo al nivel de sus duros pezones. Eran del tamaño de la goma de borrar que va en los lápices. Me mordí el interior del labio. En ningún caso acortaría aquellos escasos centímetros que nos separaban.
—Discúlpame —murmuré suavemente. Me daba miedo hablar fuerte, incluso moverme. De hacerlo, estaba segura de que acabaría lanzándome sobre él—. No esperaba tropezarme contigo. Debería haber llamado.
—Ya me habías visto antes.
Pero no tu trasero… y desnudo.
—Sí, pero entrar sin llamar no es de buena educación.
—No me importa. Se te ve preocupada.
"¿Tú crees?".
—La verdad es que he tenido un día muy malo —dije, apretando los dientes—. Mi hermano ha desaparecido y los brujos cambiantes de Shreveport han asesinado a…, a la vicepresidenta de la manada de hombres lobo de esa ciudad. Su mano estaba tirada en un parterre. Bueno, más bien la mano de no sé exactamente quién. Belinda está en el hospital. Ginger ha muerto. Creo que voy a darme una ducha. —Di media vuelta y me dirigí a mi habitación. Entré en el baño, me desnudé y dejé mis prendas en la cesta de la ropa sucia. Me mordí el labio hasta lograr sonreír por mi arrebato de locura y me metí bajo el chorro de agua caliente.
Ya sé que las duchas frías son más tradicionales, pero la calidez y la relajación que proporciona el agua caliente me vinieron muy bien. Me mojé bien el pelo y palpé en busca del jabón.
—Ya lo cojo yo —dijo Eric, retirando la cortina para entrar en la ducha conmigo.
Reprimí lo que a punto estuvo de ser un grito. Se había quitado el pantalón. Y estaba además en el mismo estado de ánimo que yo. Era fácil de adivinar, con Eric. Tenía además los colmillos un poco salidos. Me sentía incómoda, horrorizada y absolutamente lista para saltar sobre él. Me quedé inmóvil, paralizada por ráfagas contrarias de emociones. Eric cogió el jabón y lo frotó entre sus manos hasta obtener espuma, lo dejó en la jabonera y empezó a lavarme los brazos, levantando primero el uno y luego el otro para frotar las axilas, deslizarse por los costados, sin rozar en ningún momento mis pechos, que temblaban como cachorritos que ansian unas caricias.
—¿Hemos hecho alguna vez el amor? —preguntó.
Negué con la cabeza, incapaz de hablar.
—Entonces, he sido un idiota —dijo, moviendo la mano en círculos sobre mi barriga—. Vuélvete, amante.
Me volví para darle la espalda, y empezó a enjabonármela. Sus dedos eran muy fuertes y muy hábiles, y cuando Eric hubo acabado creo que yo debía de tener el par de omóplatos más relajados y limpios de toda Luisiana.
Pero eran lo único relajado de mi cuerpo. Mi libido daba saltos sin parar. ¿De verdad iba a hacerlo? Me parecía cada vez más probable que sí, pensé con nerviosismo. Si el hombre que tenía en mi ducha hubiera sido el Eric de verdad, habría tenido la fuerza suficiente para rechazarlo. Le habría ordenado salir de allí al instante. El verdadero Eric venía acompañado por un paquete completo de poder y política, algo que yo apenas comprendía y que no despertaba en absoluto mi interés. Pero este Eric era distinto —sin la personalidad que me gustaba, en un sentido perverso—, era un Eric hermoso que me deseaba, que estaba hambriento de mí, en un mundo que muy a menudo me hacía saber que podría seguir perfectamente bien adelante sin mi persona. Mi cabeza estaba a punto de desconectar y mi cuerpo a punto de asumir el mando. Notaba una parte de Eric presionando mi espalda, y eso que no lo tenía tan cerca. ¡Ay de mí! ¡Aaahhh! Mmmm.
A continuación me enjabonó el pelo.
—¿Tiemblas porque me tienes miedo? —preguntó.
Reflexioné la respuesta. Sí y no. Pero no pensaba mantener una larga discusión acerca de los pros y los contras. El debate interno ya había sido bastante duro. Oh, sí, lo sé, no habría un momento mejor para mantener una larga charla con Eric sobre los aspectos morales de liarse con alguien a quien no quieres. Y tal vez nunca se presentaría otro momento mejor para sentar las normas básicas sobre tratar de ser físicamente amable conmigo. No es que pensara que Eric pudiera hacerme daño, pero su virilidad (así es como lo llaman en mis novelas románticas; y en este caso además podrían aplicársele adjetivos populares como "desarrollada" o "palpitante") resultaba una perspectiva intimidante para una mujer relativamente inexperta como yo. Me sentía como un coche que hasta ahora había sido usado por un único conductor…, un coche cuyo potencial comprador estaba decidido a participar en las 500 Millas de Daytona.
Oh, al infierno con tanto darle vueltas.
Cogí el jabón de la jabonera y lo froté entre mis dedos hasta sacar espuma. Al acercarme mucho a él, doblé al Sr. Feliz contra el estómago de Eric, al que abracé poniendo la mano en aquel culo tan absolutamente maravilloso. No podía mirarlo a la cara, pero me hizo saber que estaba encantado de que yo respondiera. Separó las piernas gustosamente y lo lavé concienzudamente, meticulosamente. Empezó a emitir sonidos, a balancearse hacia delante. Pasé a su pecho. Cerré los labios entorno a su pezón derecho y lo chupé. Le gustó mucho. Con las manos, me presionó la nuca.
—Muerde un poco —susurró, y utilicé los dientes.
Sus manos empezaron a moverse sin cesar sobre cualquier espacio libre de mi piel que pudieran encontrar, acariciándome y excitándome. Cuando se retiró, lo hizo porque había decidido corresponderme y se inclinó. Mientras su boca se movía sobre mi pecho, su mano se deslizó entre mis piernas. Suspiré con fuerza y lo acompañé con mis propios movimientos. Tenía los dedos largos.
Lo siguiente que recuerdo es que la ducha estaba apagada, él me secaba con una esponjosa toalla blanca y yo le frotaba con otra. Entonces nos besamos durante un rato, un rato largo e interminable.
—La cama —dijo, con voz casi entrecortada, y moví afirmativamente la cabeza. Me cogió en brazos y nos hicimos un lío, yo intentando bajar la colcha y él con la idea fija de echarme sobre la cama y continuar. Al final me salí con la mía porque hacía demasiado frío para quedarnos en la cama sin taparnos. Una vez instalados, me volví hacia él y continuamos dónde lo habíamos dejado, pero con un ritmo más frenético. Sus dedos y su boca estaban tremendamente ocupados aprendiéndose mi topografía y su cuerpo se presionó con fuerza contra mi muslo.
Estaba tan encendida que me sorprendió que mis dedos no desprendieran de verdad fuego. Lo abracé y lo acaricié.
De pronto, Eric se colocó encima de mí, dispuesto a penetrarme. Yo estaba muy excitada y lista. Pasé la mano entre los dos para guiarlo hacia el lugar adecuado, con su dureza rozando mi punto de máximo placer.
—Amante mía —dijo con voz ronca, y empujó.
Aun estando segura de estar preparada y deseándolo con todas mis fuerzas, grité al recibir el impacto.
Pasado un momento, me dijo:
—No cierres los ojos. Mírame, amante. —Pronunció la palabra "amante" como una caricia, como si estuviera llamándome de una manera que ningún hombre me había llamado antes ni volvería a llamarme después. Tenía los colmillos completamente extendidos y me estiré para poder pasar la lengua por ellos. Esperaba que me mordiera el cuello, como Bill casi siempre hacía.
—Mírame —me dijo al oído, y se retiró. Intenté que volviera a mí, pero entonces empezó a descender por mi cuerpo besándome, realizando paradas estratégicas y cuando llegó abajo, yo ya estaba al borde del éxtasis. Su boca era muy hábil y sus dedos pasaron a ocupar el lugar de su pene. De repente, levantó la vista para contemplar mi cuerpo y asegurarse de que estaba mirándolo —lo estaba—. Volvió la cara hacia el interior de mi muslo, lo acarició con la nariz, moviendo los dedos a un ritmo regular, cada vez más rápido, y entonces me mordió.
Debí de emitir algún sonido. Estoy segura de ello, y al segundo siguiente me encontré flotando en la oleada de placer más grande que había sentido en mi vida. Y en el momento en que la luminosa oleada menguó, Eric me besó de nuevo en la boca, percibí mis propios fluidos y volvió a penetrarme. Volvió a suceder y él se corrió justo después que yo, mientras yo aún disfrutaba de las últimas secuelas. Gritó algo en un idioma que no había oído jamás, cerró los ojos y se derrumbó encima de mí. Transcurridos un par de minutos, levantó la cabeza para mirarme. Me habría gustado que hubiera fingido que respiraba, como Bill siempre hacía cuando nos acostábamos. (Nunca se lo había pedido, simplemente lo hacía, y resultaba reconfortante). Alejé de mí aquel pensamiento. Sólo había mantenido relaciones sexuales con Bill, y supongo que era natural pensar eso, pero la verdad es que dolía pensar en mi anterior estatus de mujer que sólo había estado con un hombre, con uno que encima se había ido ya para siempre.
Recordé de nuevo el momento cumbre, que había estado muy bien. Le acaricié la cabeza a Eric, retirándole el pelo detrás de la oreja. Me miraba fijamente a los ojos y me di cuenta de que estaba esperando que yo dijera alguna cosa.
—Me gustaría —dije— poder guardar los orgasmos en un tarro para cuando los necesitara, porque pienso que he tenido unos cuantos de sobra.
Eric abrió los ojos de par en par y de pronto explotó en una carcajada. Eso estaba bien, reía como el Eric de verdad. Después de oír aquella risa, me sentí a gusto con aquel hombre atractivo pero desconocido. Se colocó boca arriba y con increíble facilidad me colocó montada a horcajadas sobre él.
—De haber sabido que eras tan bella sin ropa, habría intentado hacer esto antes —dijo.
—Intentaste hacerlo antes, unas veinte veces como mínimo —dije, sonriéndole.
—Entonces es que tengo buen gusto. —Estuvo dudando un buen rato, mientras la expresión de satisfacción abandonaba poco a poco sus facciones—. Cuéntame cosas sobre nosotros. ¿Cuánto tiempo hace que te conozco?
La luz del baño le iluminaba el lado derecho de la cara. Su cabello se extendía sobre mi almohada, brillante y dorado.
—Tengo frío —dije, y me dejó acostarme a su lado, tapándonos con el edredón. Me apoyé sobre un codo y él se puso de costado, quedando así frente a frente—. Déjame que piense. Te conocí el año pasado en Fangtasia, el bar de vampiros que tienes en Shreveport. Y por cierto, el bar ha sido atacado hoy. Anoche. Lo siento, debería haberte contado esto primero, pero he estado muy preocupada por mi hermano.
—Cuéntame primero cosas sobre nosotros y después explícame lo de hoy. Estoy tremendamente interesado.
Otra pequeña sorpresa: para el verdadero Eric, él ocupaba siempre el primer lugar, sus relaciones…, no sé, quizá ocuparían la décima posición. Decididamente, aquello era muy extraño. Empecé a decirle:
—Eres el sheriff de la Zona Cinco y Bill, mi antiguo novio, es tu subordinado. Se ha ido, está fuera del país. Creo que ya te conté cosas sobre Bill.
—¿Tu antiguo novio infiel? ¿Cuya creadora fue la vampira Lorena?
—Ése —dije brevemente—. Cuando te conocí en Fangtasia.
El relato me llevó más tiempo de lo que imaginaba y cuando hube terminado, las manos de Eric volvían a estar ocupadas. Se cernió sobre uno de mis pechos con los colmillos extendidos, extrayendo de mí un poco de sangre y un grito sofocado, y chupó con fuerza. Era una sensación extraña, pues chupaba tanto mi sangre como el pezón. Dolorosa y muy excitante: tenía la sensación de que estaba extrayendo mis fluidos de mucho más abajo. Grité y me retorcí de excitación, y de pronto me levantó la pierna para poder penetrarme.
Esta vez no me tomó por sorpresa y fue más lento. Eric quería que le mirase a los ojos, era evidente que eso le ponía a tono.
Cuando terminó, estaba agotada, aun habiendo disfrutado intensamente. Había oído hablar mucho de hombres que no se preocupaban por el placer de la mujer, o de hombres que tal vez suponían que si ellos se quedaban satisfechos, su pareja también. Pero ninguno de los hombres con quienes había estado era así. No sabía si era porque eran vampiros, porque había tenido suerte, o por ambas cosas.
Eric me había hecho muchos cumplidos y me di cuenta de que yo no le había dicho nada que apuntara mi admiración hacia él. No me parecía justo. Estaba abrazándome y yo tenía la cabeza apoyada en su hombro. Le murmuré, junto al cuello:
—Eres bellísimo.
—¿Qué? —Era evidente que le había pillado por sorpresa.
—Me has dicho que mi cuerpo te parecía bonito. —No era el adjetivo que había utilizado, naturalmente, pero me incomodaba repetir sus palabras—. Sólo quería que supieses que pienso lo mismo de ti.
Noté su pecho moverse al reír, sólo un poco.
—¿Qué parte te gusta más? —preguntó, en un tono de voz jocoso.
—Oh, tu culo —respondí al instante.
—¿Mi… culo?
—Eso es.
—Pensaba que sería otra parte.
—Bueno, la verdad es que esa otra parte es… adecuada —le dije, enterrando mi cara en su pecho. Al momento me di cuenta de que había elegido la palabra errónea.
—¿"Adecuada"? —Me cogió la mano y la colocó sobre la parte en cuestión. Inmediatamente empezó a excitarse. Movió mi mano, y yo de forma obediente la rodeé con mis dedos—. ¿Consideras esto simplemente "adecuado"?
—¿Tal vez debería haber dicho que es de un tamaño generoso pero elegante?
—Generoso pero elegante. Me gusta —dijo.
Se había puesto de nuevo a tono pero, sinceramente, yo no sabía si podría aguantar otra vez. Estaba agotada hasta el punto de preguntarme si al día siguiente no caminaría como un pato.
Recostándome en la cama, le indiqué que una alternativa me dejaría satisfecha, y él pareció encantado de imitarme. Después de otra liberación sublime, tenía la sensación de que todos los músculos de mi cuerpo se habían convertido en gelatina. Ya no hablé más de la preocupación que sentía por mi hermano, de las cosas terribles que habían sucedido en Shreveport, de nada desagradable. Nos susurramos mutuamente sinceros cumplidos y ya no recuerdo nada más. No sé qué hizo Eric el resto de la noche, porque me quedé dormida.
Al día siguiente me esperaban muchas preocupaciones; pero, gracias a Eric, pasé unas horas preciosas sin que nada me importase.