Me desperté lentamente. Acurrucada bajo las sábanas, estirando un brazo o una pierna de vez en cuando, fui recordando poco a poco los sucesos surrealistas de la noche anterior.
Eric no estaba en la cama a mi lado, por lo que supuse que estaba a salvo y escondido en el refugio. Crucé el vestíbulo. Tal y como le había prometido, arreglé el vestidor para que recuperara su aspecto normal. El reloj me anunció que era mediodía y brillaba el sol, aunque el ambiente era frío. Jason me había regalado por Navidad un termómetro que registraba la temperatura exterior y la mostraba en el interior con un lector digital. Y me lo había instalado. De este modo, sabía dos cosas: era mediodía y la temperatura exterior era de un grado bajo cero.
Entré en la cocina. El recipiente con el que le había lavado los pies a Eric seguía en el suelo. Cuando fui a dejarlo en el fregadero vi que había acabado la botella de la sangre sintética. Tendría que ir a buscar más para tenerla en casa cuando se despertara, ya que a nadie le apetece tener en casa a un vampiro hambriento y sería de buena educación tener alguna más para ofrecerle a Pam y a quienquiera que viniese con ella desde Shreveport. Me explicarían cómo estaban las cosas… o no. Se llevarían a Eric. Solucionarían los problemas que pudiera tener la comunidad de vampiros de Shreveport y me dejarían en paz. O no.
El día de Año Nuevo, el Merlotte's estaba cerrado hasta las cuatro de la tarde. El día de Año Nuevo y el día siguiente les tocaba trabajar a Charlsie, Danielle y la chica nueva, pues el resto habíamos trabajado en Nochevieja. De modo que tenía dos días enteros libres… y al menos uno de ellos iba a pasármelo encerrada en casa en compañía de un vampiro deficiente mental. La vida no mejoraba.
Me tomé dos tazas de café, puse los pantalones de Eric en la lavadora, estuve un rato leyendo una novela romántica y estudié mi nuevo calendario con "La palabra del día", regalo de Navidad de Arlene. Mi primera palabra para el Año Nuevo era "desangrar". Seguramente no era un buen presagio.
Poco después de las cuatro apareció Jason en el camino de acceso a mi casa, conduciendo a toda velocidad su camioneta negra decorada en los laterales con llamas rosas y turquesas. Yo me había duchado y vestido, pero aún tenía el pelo mojado. Me lo había rociado con un líquido especial para dar brillo y estaba cepillándolo lentamente, sentada frente a la chimenea. Había encendido la tele y estaba viendo un partido de fútbol americano por ver alguna cosa, pero tenía el sonido bajado. Y mientras disfrutaba de la cálida sensación del fuego, reflexioné sobre la apurada situación en que se encontraba Eric.
En el último par de años habíamos utilizado muy poco la chimenea, pues comprar una carga de madera resultaba caro, pero Jason había talado muchos árboles que habían caído el año pasado como consecuencia de una tormenta de nieve. Tenía, pues, una buena reserva y estaba disfrutando de verdad del fuego.
Mi hermano subió corriendo la escalera de la entrada principal y llamó ligeramente a la puerta antes de entrar. Igual que yo, se había criado en esta casa. Habíamos ido a vivir con la abuela cuando murieron nuestros padres, y nuestra antigua casa había estado alquilada a otra gente hasta que Jason, con veinte años de edad, dijo que ya estaba preparado para vivir solo. Ahora Jason tenía veintiocho y era el jefe de una cuadrilla de hombres que trabajaban en la carretera local. Había sido un ascenso rápido para un joven del pueblo sin muchos estudios y yo había creído que con aquello tendría suficiente hasta que, un par de meses atrás, empezó a mostrarse inquieto.
—Estupendo —dijo al ver el fuego. Se plantó delante para calentarse las manos, bloqueándome sin querer el calor—. ¿A qué hora llegaste anoche a casa? —preguntó, hablando por encima del hombro.
—Supongo que me acostaría a eso de las tres.
—¿Qué opinas de la chica que estaba conmigo?
—Opino que es mejor que no vuelvas a quedar con ella.
No era lo que esperaba oír. Se volvió hasta que nuestras miradas se encontraron.
—¿Qué averiguaste de ella? —me preguntó en voz baja. Mi hermano sabe que tengo poderes telepáticos, pero nunca lo comenta conmigo, ni con nadie. Sabe que soy distinta y lo he visto pelearse a veces con algún tipo que me ha acusado de no ser normal. Todo el mundo lo sabe. Simplemente deciden no creerlo, o creer que no puedo leer precisamente sus pensamientos, y sí los de los demás. Bien sabe Dios que siempre intento comportarme y hablar como si no estuviera recibiendo un aluvión no deseado de ideas, emociones, rencores y acusaciones, pero a veces se nota.
—No es como tú —dije, mirando el fuego.
—Bueno, al menos no es un vampiro.
—No, no es un vampiro.
—¿Y entonces? —Me lanzó una mirada beligerante.
—Jason, cuando los vampiros salieron del armario, cuando descubrimos que existían de verdad después de tantas décadas pensando que no eran más que una leyenda de terror, ¿nunca te preguntaste si no sería posible que también otros cuentos fantásticos fueran reales?
Mi hermano reflexionó un momento. Sabía (porque podía "oírle") que Jason quería negar por completo esa idea y decirme que estaba loca, pero no podía.
—Y tú lo sabes —dijo. No era exactamente una pregunta.
Me aseguré de que me miraba a los ojos, y asentí categóricamente.
—Vaya, mierda —comentó, disgustado—. Esa chica me gustaba de verdad y era una verdadera tigresa.
—¿De verdad? —le pregunté, asombrada de que se hubiese transformado delante de él sin ser luna llena—. ¿Y estás bien? —Al instante me reprendí por mi propia estupidez. Claro que no se había transformado.
Se quedó mirándome boquiabierto un segundo antes de explotar en carcajadas.
—¡Sookie, eres una mujer extraña! Ponías cara de creer de verdad que ella podía… —Se quedó paralizado. Noté que la idea perforaba un agujero en la burbuja protectora que la gente suele inflar alrededor de su cerebro, esa burbuja que repele imágenes e ideas que no cuadran con las expectativas cotidianas. Jason se dejó caer en el sillón abatible de la abuela—. Preferiría no saberlo —dijo con un hilo de voz.
—Es posible que no sea exactamente lo que le sucede a ella…, lo de volverse tigresa, pero ten por seguro que algo le pasa.
El rostro de Jason tardó un minuto en recuperar su expresión habitual, pero lo consiguió. Un comportamiento típico de Jason: no podía hacer nada al respecto, de modo que lo aparcaba en un rincón de su cabeza.
—Oye, ¿viste a la chica que iba anoche con Hoyt? Cuando salieron del bar, Hoyt se salió de la carretera cerca de Arcadia y tuvieron que caminar cinco kilómetros hasta encontrar un teléfono, porque el suyo se había quedado sin batería.
—¡Qué me dices! —exclamé, con un tono de lo más chismoso—. Y ella con aquellos tacones. —Jason había recuperado el equilibrio. Estuvo un rato contándome los últimos chismorreos de la ciudad, aceptó el refresco que le ofrecí y me preguntó si necesitaba alguna cosa de la ciudad—. Pues sí. —Mientras él había estado hablando, yo en realidad estaba pensando. Anoche había oído ya, en el cerebro de la gente y en momentos de descuido, la mayoría de cosas que me contaba.
—¿Y eso? —preguntó, haciéndose el asustado—. ¿Qué hay que hacer?
—Necesito diez botellas de sangre sintética y ropa para un hombre de talla grande —dije, y volví a sorprenderlo. Pobre Jason, se merecía una hermana sexy y tonta que le diese sobrinos y sobrinas que le llamasen tío Jase y se subieran a sus piernas. Pero, en cambio, me tenía a mí.
—¿Y cómo de grande es ese hombre, y dónde está?
—Medirá un metro noventa o noventa y cinco, y está durmiendo —dije—. Supongo que una treinta y cuatro de cintura, tiene las piernas largas y es ancho de hombros. —Me recordé verificar la talla en la etiqueta de los vaqueros de Eric, que estaban aún en la secadora del porche trasero.
—¿Qué tipo de ropa?
—Ropa de trabajo.
—¿Es para alguien que yo conozca?
—Para mí —dijo una voz mucho más profunda.
Jason se volvió de repente, como si estuviese esperando un ataque, lo que viene a demostrar que su intuición no es tan mala, a fin de cuentas. Pero Eric parecía tan inofensivo como un vampiro de su tamaño pueda llegar a parecer. Y muy considerado, se había puesto el albornoz de terciopelo marrón que le había dejado en el segundo dormitorio. Lo guardaba allí para Bill y sentí una punzada al vérselo puesto a otro. Pero tenía que ser práctica; Eric no podía andar paseándose por ahí con su calzoncillo ajustado rojo…, al menos, estando Jason en casa.
Jason miró asombrado a Eric y me lanzó una mirada de perplejidad.
—¿Es tu nuevo novio, Sookie? No has perdido el tiempo. —No sabía si hablarme con admiración o indignación. Jason aún no se había percatado de que Eric estaba muerto. Me resulta asombroso que la gente tarde minutos en darse cuenta—. ¿Y tengo que comprarle ropa?
—Sí. Anoche se rasgó la camisa y sus vaqueros todavía están sucios.
—¿No vas a presentarme?
Respiré hondo. Habría sido mucho mejor que Jason no hubiese visto a Eric.
—Mejor que no —dije.
Ambos se lo tomaron mal. Jason se sentía herido y el vampiro ofendido.
—Eric —dijo, y le tendió la mano a Jason.
—Jason Stackhouse, el hermano de esta señorita tan mal educada —dijo Jason.
Se estrecharon la mano y me entraron ganas de apretujarles el cuello a los dos.
—Me imagino que debe de haber un motivo por el que no podéis salir los dos a comprarle más ropa —dijo Jason.
—Existe un buen motivo —dije—. Y debe de haber otras veinte buenas razones por las que deberías olvidar que has visto a este chico.
—¿Corres peligro? —me preguntó Jason de forma directa.
—Todavía no —le respondí.
—Si haces alguna cosa por lo que mi hermana pueda salir malparada, te meterás en problemas —le dijo Jason a Eric el vampiro.
—No esperaría menos —dijo Eric—. Y ya que veo que no tienes pelos en la lengua conmigo, tampoco yo los tendré contigo. Pienso que deberías mantenerla y llevártela a vivir contigo, para que estuviese mejor protegida.
Jason volvió a quedarse boquiabierto y yo tuve que hacer un esfuerzo para no echarme a reír. Aquello era incluso mejor de lo que me había imaginado.
—¿Diez botellas de sangre y una muda? —me preguntó Jason, y por el cambio en el tono de voz comprendí que por fin había captado el estado de Eric.
—Eso es. En la licorería tendrán sangre. La ropa puedes comprarla en Wal-Mart. —Eric solía llevar vaqueros y camisetas; de todos modos, tampoco podía permitirme comprarle otra cosa—. Ah, y también necesita zapatos.
Jason se colocó al lado de Eric y puso el pie en paralelo con el del vampiro. Silbó asombrado, y Eric dio un respingo.
—Unos pies muy grandes —comentó Jason, y me lanzó una mirada—. ¿Es cierto ese viejo dicho?
Le sonreí. Estaba intentando relajar el ambiente.
—No me creerás, pero no lo sé.
—Es difícil tragárselo… y no pretendo seguir con el chiste. Bueno, me marcho —dijo Jason, saludando a Eric con un ademán de cabeza. En pocos segundos, oí su camioneta acelerando por las curvas del camino de acceso, avanzando entre el oscuro bosque. Ya era noche cerrada.
—Siento haber aparecido mientras él estaba aquí —dijo Eric para iniciar la conversación—. Me parece que no querías que me viera. —Se acercó al fuego y pareció disfrutar de su calor tanto como yo.
—No es que me sienta incómoda por tenerte aquí —me disculpé—. Es que tengo la sensación de que estás metido en un gran problema y no quiero involucrar también a mi hermano.
—¿Es tu único hermano?
—Sí, y mis padres fallecieron, también mi abuela. Es todo lo que tengo, exceptuando una prima que lleva años metida en las drogas. Me imagino que está perdida.
—No te pongas triste —dijo, como si no pudiera evitarlo.
—Estoy bien. —Mi voz sonó llena de energía e informal.
—Tú has bebido mi sangre —dijo.
Me quedé absolutamente inmóvil.
—No podría haberte dicho cómo te sientes si no hubieras bebido mi sangre —dijo—. ¿Somos…, hemos sido… amantes?
Era una bonita forma de decirlo. Eric solía ser muy anglosajón en lo que al sexo se refiere.
—No —respondí enseguida, y le decía la verdad, aunque sólo por un margen muy estrecho. A Dios gracias, nos habían interrumpido a tiempo. No estoy casada. Tengo momentos de debilidad. Él es atractivo. ¿Qué puedo decir?
Pero me miraba con intensidad y noté que se me subían los colores.
—Este albornoz no es de tu hermano.
Ya estamos. Me quedé mirando el fuego como si fuera a responder por mí.
—¿De quién es, entonces?
—De Bill —dije. Ésa fue fácil.
—¿Es tu amante?
Moví afirmativamente la cabeza.
—Lo era —respondí con sinceridad.
—¿Es amigo mío?
Me pensé la respuesta.
—Bueno, no exactamente. Vive en el área donde tú ejerces de sheriff. En la Zona Cinco. —Seguí cepillándome el pelo y descubrí que estaba seco. Crepitaba de electricidad y seguía la inercia del cepillo. Sonreí ante el efecto al verme reflejada en el espejo que había sobre la chimenea. Veía también la imagen de Eric. No tengo ni idea de a qué viene ese cuento de que los vampiros no se reflejan en los espejos. La verdad es que a Eric se le veía muy bien…, como era tan alto y no se había abrochado del todo el albornoz… Cerré los ojos.
—¿Necesitas algo? —preguntó con ansiedad Eric.
Más autocontrol.
—Estoy bien —contesté, intentando no apretar los dientes—. Tus amigos llegarán pronto. Tienes los vaqueros en la secadora y espero que Jason regrese en cualquier momento con la ropa.
—¿Mis amigos?
—Bueno, los vampiros que trabajan para ti. Supongo que Pam cuenta como amiga. Y en cuanto a Chow, no sé qué decirte.
—¿Dónde trabajo, Sookie? ¿Quién es Pam?
Aquella conversación se me empezaba a hacer cuesta arriba. Intenté explicarle a Eric cuál era su puesto, que era propietario de Fangtasia, sus otros intereses en el mundo de los negocios, pero la verdad es que no lo conocía lo bastante bien como para informarle completamente de todo.
—No sabes muchos detalles sobre lo que hago —observó con precisión.
—Sólo voy a Fangtasia cuando Bill me lleva, y me lleva cuando tú me pides que haga alguna cosa para ti. —Me di un golpe en la frente con el cepillo. ¡Estúpida, estúpida!
—¿Y por qué iba a obligarte a hacer nada? ¿Me prestas el cepillo? —preguntó Eric. Lo miré de reojo. Se le veía melancólico y pensativo.
—Por supuesto —dije, decidiendo ignorar su primera pregunta. Le pasé el cepillo. Empezó a usarlo sobre su pelo, haciendo que sus pectorales se contrajeran por el movimiento. "Ay, pobre de mí. ¿Y si me vuelvo a la ducha y abro el grifo del agua fría?". Entré en el dormitorio, cogí una goma elástica y me recogí el pelo en la cola de caballo más alta y tensa que pude conseguir. Utilicé mi segundo cepillo favorito para que me quedase bien lisa y volví la cabeza hacia un lado y el otro para comprobar que me había quedado bien centrada.
—Estás tensa —dijo Eric desde el umbral de la puerta, y ahogué un grito—. ¡Lo siento, lo siento! —añadió enseguida.
Lo miré, recelosa, pero se le veía arrepentido de verdad. El Eric de siempre se habría reído. Pero juro que echaba de menos al Eric de verdad. Al menos con él sabías a qué atenerte.
Oí que llamaban a la puerta.
—Quédate aquí —dije. Se le veía preocupado, y se sentó en la silla que tenía en un rincón de la habitación, como un niño bueno. Me alegré de haber recogido la ropa la noche anterior, así mi dormitorio no parecía tan personal. Crucé la sala de estar en dirección a la puerta, esperando no llevarme otra sorpresa.
—¿Quién es? —pregunté, acercando el oído a la puerta.
—Ya estamos aquí —dijo Pam.
Empecé a girar el pomo, me detuve, entonces recordé que de todos modos no podrían pasar, y abrí la puerta.
Pam tiene el pelo claro y liso y es blanca como un pétalo de magnolia. Aparte de eso, parece una joven ama de casa convencional que trabaja a media jornada en una guardería.
Aunque no creo que nadie quisiera de verdad dejar a Pam al cuidado de sus niños, nunca le he visto hacer nada extraordinariamente cruel o malvado. Pero Pam está terminantemente convencida de que los vampiros son mejores que los humanos, es muy directa y no tiene pelos en la lengua. Estoy segura de que si se viera obligada a actuar de alguna forma horrorosa para su propio bienestar, lo haría sin por ello perder el sueño. Parece una número dos excelente, y no se le ve excesivamente ambiciosa. Si aspira a tener su propio territorio, lo disimula muy bien.
Chow es harina de otro costal. No me apetece conocer a Chow más de lo que ya lo conozco. No confío en él, y nunca me he sentido cómoda en su compañía. Chow es asiático, un vampiro menudo pero robusto, con el pelo negro y bastante largo. No medirá más de un metro setenta, pero lleva hasta el último centímetro de su piel a la vista (excepto la cara) cubierto de intrincados tatuajes que son una auténtica obra de arte. Pam dice que son tatuajes yakuza. Chow trabaja algunas noches como camarero en Fangtasia, y las otras simplemente se sienta allí para que los clientes lo miren. (Éste es en realidad el objetivo de los bares de vampiros, que los humanos normales y corrientes tengan la sensación de que están haciendo algo peligroso al compartir la misma estancia con los no muertos en carne y hueso. Es un negocio muy lucrativo, según me ha contado Bill).
Pam iba vestida con un esponjoso jersey beis y unos pantalones de punto de color tostado, y Chow llevaba su habitual chaleco con pantalones holgados. Casi nunca llevaba camisa, para que los clientes de Fangtasia pudieran disfrutar del arte que llevaba tatuado en el cuerpo.
Llamé a Eric y entró lentamente en la sala de estar. Se le veía desconfiado.
—Eric —dijo Pam al verle. Su voz delató una sensación de alivio—. ¿Te encuentras bien? —Miraba ansiosa a Eric. No hizo una reverencia, pero sí inclinó mucho la cabeza.
—Amo —dijo Chow, e hizo una reverencia.
Intenté no interpretar equivocadamente lo que estaba viendo y oyendo, pero supuse que los distintos tipos de saludo representaban la relación existente entre los tres.
Eric estaba desconcertado.
—Os conozco —dijo, intentando que sonara más como una afirmación que como una pregunta.
Los otros dos vampiros intercambiaron una mirada.
—Trabajamos para ti —dijo Pam—. Te debemos lealtad.
Me dispuse a abandonar la estancia, segura de que querían hablar sobre temas secretos de vampiros. Y si algo no quería saber, era precisamente más secretos.
—No te vayas, por favor —me pidió Eric. Habló con voz asustada. Me quedé paralizada y miré detrás de mí. Pam y Chow me miraban por encima del hombro de Eric y tenían expresiones muy dispares. Pam parecía estar casi divirtiéndose. Chow tenía una mirada que expresaba desaprobación.
Intenté no mirar a Eric a los ojos, para irme con la conciencia tranquila, pero no funcionó. No quería quedarse a solas con sus dos compinches. Bien, maldita sea. Volví al lado de Eric, fulminando con la mirada a Pam.
Llamaron otra vez a la puerta y Pam y Chow reaccionaron de forma dramática. En un instante estaban listos para el ataque, y esa reacción en ellos da mucho, mucho miedo. Les aparecen los colmillos, sus manos adoptan forma de garra y su cuerpo se pone en un estado de alerta total. Es como si el aire crepitara a su alrededor.
—¿Quién es? —dije desde detrás de la puerta. Tenía que hacerme instalar una mirilla.
—Tu hermano —dijo bruscamente Jason. No sabía la suerte que había tenido al no haber entrado sin llamar.
Algo había puesto a Jason de un humor de perros y me pregunté si vendría acompañado de alguien. A punto estuve de abrir la puerta. Pero dudé. Al final, sintiéndome como una traidora, me volví hacia Pam. Le indiqué en silencio el camino hacia la puerta trasera, haciendo un inequívoco gesto de abrir y cerrar que de ningún modo podía confundir. Tracé un círculo en el aire con el dedo —"Da la vuelta a la casa, Pam"— y señalé en dirección a la puerta principal.
Pam asintió y atravesó el vestíbulo en dirección a la parte posterior de la casa. Ni siquiera le oí los pies pisando el suelo. Asombroso.
Eric se alejó de la puerta. Chow se puso delante de él. Aprobé su gesto. Era exactamente lo que tenía que hacer un subordinado.
En menos de un minuto, oí a Jason gritar quizá a quince centímetros de distancia de donde yo estaba. Di un salto para apartarme de la puerta, sorprendida.
Dijo Pam:
—¡Abre!
Abrí la puerta y me encontré a Jason acorralado por Pam. Lo levantaba del suelo sin ningún esfuerzo, pese a que él pataleaba con todas sus fuerzas.
—Estás solo —dije, con una sensación de alivio dominando mis demás emociones.
—¡Por supuesto, maldita sea! ¿Por qué la has enviado para que me cogiera? ¡Suéltame ya!
—Es mi hermano, Pam —dije—. Déjalo en el suelo, por favor.
Pam dejó a Jason en el suelo y él se volvió en redondo para encararse a ella.
—¡Escúchame, mujer! ¡No vayas por la vida acercándote tan sigilosamente a la gente! ¡Tienes suerte de que no te diera un buen golpe!
Pam parecía estar pasándoselo en grande de nuevo, e incluso Jason se quedó sin saber qué hacer. Tuvo el detalle elegante de sonreír.
—Aunque me imagino que me habría costado —admitió, recogiendo las bolsas que había soltado. Pam le ayudó—. Es una suerte que me vendieran la sangre en botellas de plástico —dijo—. De lo contrario, esta encantadora dama habría pasado hambre.
Sonrió a Pam cautivadoramente. A Jason le encantan las mujeres. Con Pam, Jason estaba en desventaja, pero tenía la intuición necesaria para saberlo.
—Gracias. Y ahora tienes que irte —le solté de forma seca. Le cogí las bolsas de plástico. Él y Pam seguían mirándose. Ella estaba echándole mal de ojo.
—Pam —dije enseguida—. Pam, es mi hermano.
—Lo sé —dijo muy tranquila—. ¿Tienes alguna cosa que contarnos, Jason?
Había olvidado que cuando Jason había llamado a la puerta parecía muy impaciente.
—Sí —respondió, incapaz de apartar sus ojos de la vampira. Cuando se volvió hacia mí, vio a Chow y se quedó perplejo. Era lo bastante sensato como para tenerle miedo—. ¿Sookie? —dijo—. ¿Estás bien? —Avanzó un paso hacia el interior de la casa y me di cuenta de que la adrenalina que le quedaba después del susto que le había dado Pam empezaba de nuevo a bombear en su organismo.
—Sí. Todo va bien. Son sólo amigos de Eric que han venido a ver cómo está.
—Pues entonces será mejor que vayan a quitar todos esos carteles de "Se busca" que hay por ahí.
La frase llamó la atención de todo el mundo. Jason estaba encantado.
—Hay carteles en Wal-Mart y en Grabbit Kwik, y también en Bottle Barn, y por toda la ciudad —dijo—. Ponen "¿HA VISTO A ESTE VAMPIRO?" y explican que ha sido secuestrado y que sus amigos están ansiosos por tener noticias de él. La recompensa que dan por una pista confirmada es de cincuenta mil dólares.
No lo procesé demasiado bien. Estaba pensando a qué venía aquello cuando Pam lo captó.
—Esperan que alguien lo vea para atraparlo —le dijo a Chow—. Les funcionará.
—Deberíamos ocuparnos de él —añadió él, haciendo un ademán en dirección a Jason.
—No se te ocurra ponerle la mano encima a mi hermano —le avisé. Me interpuse entre Jason y Chow. Ansiaba disponer de una estaca o un martillo, o lo que fuese para impedir que aquel vampiro tocase a Jason.
Pam y Chow me miraron con su inquebrantable atención. A mí no me resultó adulador, como le había resultado a Jason. Para mí era mortífero. Jason abrió la boca dispuesto a hablar —notaba la rabia apoderándose de él, el impulso de enfrentarse a los vampiros—, pero le agarré la muñeca con fuerza, refunfuñó y dije:
—No digas nada. —Y, milagrosamente, me hizo caso. Parecía intuir que los acontecimientos avanzaban a enorme velocidad y hacia una dirección complicada—. Tendrás que matarme también a mí —dije.
Chow se encogió de hombros.
—Menuda amenaza.
Pam no decía nada. Si tenía que elegir entre los intereses de los vampiros y ser mi amiga… Me imaginé que tendríamos que cancelar lo de quedarse a dormir en mi casa para que le hiciese un recogido con trenza francesa.
—¿De qué va todo esto? —preguntó Eric. Su voz sonaba mucho más fuerte—. Explícamelo… Pam.
Pasó un minuto en el que la situación estuvo pendiente de un hilo. Pam se volvió entonces hacia Eric y debió de sentirse bastante aliviada por no tener que matarme allí mismo.
—Sookie y este hombre, su hermano, te han visto —le explicó—. Son humanos. Necesitan el dinero. Te delatarán a las brujas.
—¿Qué brujas? —dijimos al unísono Jason y yo.
—Gracias, Eric, por meternos en toda esta mierda —murmuró Jason inmerecidamente—. Y ¿puedes soltarme ya la muñeca, Sook? Eres más fuerte de lo que pareces.
Era más fuerte de lo que me correspondía porque había bebido sangre de vampiro recientemente…, la de Eric. Los efectos durarían en torno a tres semanas, quizá más. Lo sabía por otras experiencias.
Por desgracia, había necesitado aquella fuerza adicional en un momento bajo de mi vida. El vampiro que estaba envuelto ahora en el albornoz de mi antiguo novio había donado esa sangre cuando yo estaba gravemente herida.
—Jason —dije en voz baja, como si los vampiros no pudieran oírme—, contrólate, por favor. —Era lo más aproximado que podía decirle a Jason para que entendiera que por una vez en su vida tenía que ser inteligente. Se sentía demasiado orgulloso de tontear con el peligro.
Muy despacio y con cautela, como si en la estancia hubiera un león enjaulado, Jason y yo nos sentamos en el viejo sofá que había a un lado de la chimenea. Aquello sirvió para enfriar la situación un par de grados. Después de un momento de duda, Eric se sentó en el suelo y se acomodó entre mis piernas. Pam se instaló en la punta del sillón abatible, en el lugar más próximo a la chimenea, y Chow decidió seguir de pie cerca de Jason (en lo que calculé era la distancia necesaria para poder lanzarse al ataque). La atmósfera se destensó un poco; aunque ni mucho menos fuera relajada, ya suponía una mejora significativa con respecto a lo que se había vivido momentos antes.
—Tu hermano tiene que quedarse a oír esto —dijo Pam—. Da lo mismo que no quieras que se entere. Tiene que saber por qué no debe intentar obtener ese dinero.
Jason y yo movimos afirmativamente la cabeza. No estaba en posición de echarlos de casa. Espera un momento, ¡sí que podía! Podía decirles a todos que la invitación para venir a verme estaba rescindida; abrirían la puerta y se largarían por arte de magia. Sin darme cuenta, estaba sonriendo. Rescindir una invitación resultaba extremadamente satisfactorio. Lo había hecho en una ocasión; había echado de patitas a la calle a Bill y Eric, y me había gustado tanto hacerlo que había prohibido la entrada a cualquier vampiro conocido. Noté, sin embargo, que mi sonrisa se esfumaba a medida que reflexionaba más sobre el tema.
Si cedía a mi impulso, tendría que quedarme encerrada en casa todas las noches del resto de mi vida, porque volverían al anochecer, y a la noche siguiente, y a la otra, hasta que acabaran conmigo porque estaba escondiendo a su jefe. Miré a Chow echando chispas por los ojos. Estaba segura de que toda la culpa era de él.
—Hace unas cuantas noches, estando en Fangtasia —explicó Pam—, nos enteramos de que acababa de llegar a Shreveport un grupo de brujas. Nos lo dijo una humana, a quien le gusta Chow. No sabía por qué nos interesó tanto esa información.
No parecía una amenaza tan grande. Jason se encogió de hombros.
—¿Y qué? —dijo—. Vosotros sois todos vampiros. ¿Qué mal puede haceros un puñado de chicas vestidas de negro?
—Los brujos y las brujas de verdad pueden hacerles muchas cosas a los vampiros —dijo Pam, con notable moderación—. Esas "chicas vestidas de negro" en que estás pensando no son más que fantoches. Los brujos de verdad pueden ser mujeres u hombres de cualquier edad. Son formidables, tremendamente poderosos. Controlan fuerzas mágicas y nuestra existencia está basada en la magia. Al parecer, a este grupo le sobra… —Hizo una pausa, tratando de encontrar la palabra adecuada.
—¿Energía? —sugirió Jason.
—Sí, le sobra energía —admitió Pam—. Aún no hemos descubierto qué es lo que las hace tan fuertes.
—¿Y cuál es su objetivo en Shreveport? —pregunté.
—Buena pregunta —dijo Chow—. Muy buena pregunta.
Le miré con el ceño fruncido. No necesitaba para nada su aprobación.
—Querían…, quieren hacerse con el negocio de Eric —dijo Pam—. Los brujos quieren dinero, como todo el mundo, y pretenden hacerse con el negocio u obligar a Eric a que les pague para que le dejen tranquilo.
—Dinero a cambio de protección. —Un concepto familiar para cualquier espectador televisivo—. ¿Y cómo pueden obligarte a dárselo? Vosotros sois muy poderosos.
—No tienes ni idea de los problemas que puede llegar a dar un negocio cuando los brujos quieren una parte del pastel. Cuando nos reunimos con ellos por vez primera, sus líderes, un equipo formado por un hermano y una hermana, nos lo explicaron con detalle. Hallow nos dijo muy claramente que podía maldecir nuestro trabajo, estropear nuestras bebidas alcohólicas y hacer tropezar a los clientes en la pista de baile para que nos demandaran, eso sin mencionar los problemas de fontanería. —Pam levantó los brazos, asqueada—. Las noches se convertirían en una verdadera pesadilla, a lo mejor hasta el punto de que Fangtasia perdiera todo su valor.
Jason y yo nos miramos con cautela. Naturalmente, los vampiros dominaban el negocio de los bares, pues es el negocio nocturno más lucrativo, y estaban de moda. Estaban metidos en tintorerías abiertas toda la noche, en restaurantes abiertos toda la noche, en cines abiertos toda la noche…, pero el negocio de los bares era el más rentable. Si Fangtasia cerraba, la economía de Eric sufriría un grave golpe.
—Así que quieren dinero a cambio de protección —dijo Jason. Había visto la trilogía de El Padrino quizá cincuenta veces. Pensé en preguntarle si quería dormir con los peces[1], pero Chow parecía inquieto y me abstuve de hacer el comentario. Estábamos los dos a un pelo de una muerte desagradable y sabía que no había cabida para el humor, sobre todo para un humor que casi no lo era.
—¿Y cómo fue que Eric acabó corriendo por la carretera en plena noche, sin camisa y descalzo? —pregunté, pensando que había llegado la hora de pasar a cuestiones prácticas.
Mucho intercambio de miradas entre los dos subordinados. Bajé la vista hacia Eric, que seguía sentado apoyado contra mis piernas. Parecía tan interesado en la respuesta como nosotros. Su mano rodeaba con firmeza mi tobillo. Me sentía como su salvavidas.
Chow decidió coger el relevo en la narración.
—Les dijimos que teníamos que hablar entre nosotros sobre su amenaza. Pero anoche, cuando fuimos a trabajar, una de las brujas menores nos esperaba en Fangtasia con una propuesta alternativa. —Se le notaba algo incómodo—. Durante la reunión inicial, la jefa del aquelarre, Hallow, dio muestras de desear a Eric. Una pareja de este tipo se ve con muy malos ojos entre brujos, lo que es comprensible, pues nosotros estamos muertos y la brujería es supuestamente una cosa muy…, muy orgánica. —Chow escupió la palabra como si fuera algo pegado a la suela de su zapato—. Naturalmente, la mayoría de los brujos nunca harían lo que aquel grupo de brujos pretendía hacer. Esta es gente atraída por el poder, más que por la religión que hay detrás de él.
Interesante, pero lo que me apetecía era escuchar el resto de la historia. Y lo mismo pensaba Jason, que hizo un gesto con su mano, como diciéndole "continúa". Estremeciéndose, como si acabara de despertarse de sus ensoñaciones, Chow prosiguió la narración.
—La bruja jefe, esa tal Hallow, le dijo a Eric, a través de un subordinado, que si salía con ella siete noches sólo le exigiría una quinta parte del negocio, no la mitad.
—Debes de tener buena reputación —le dijo mi hermano a Eric, dejando entrever un reconocimiento sincero. Eric no consiguió esconder su expresión de satisfacción. Se alegraba de oír que estaba hecho un Romeo. Cuando al instante siguiente levantó la vista para mirarme, lo hizo de un modo ligeramente distinto, y tuve una sensación de horrible inevitabilidad, como cuando ves que tu coche empieza a rodar cuesta abajo (aunque tú jures que has dejado puesto el freno de mano) y sabes que no hay manera de subirte a él y echar el freno, por mucho que lo intentes. El coche acabará chocando contra algo.
—Aunque algunos pensamos que haría bien aceptando, nuestro amo se negó —dijo Chow, lanzando a "nuestro amo" una mirada poco cariñosa—. Y nuestro amo estimó conveniente rechazar la propuesta de un modo tan insultante que Hallow lo maldijo.
Eric parecía avergonzado.
—¿Por qué demonios rechazaste un trato así? —preguntó Jason, perplejo de verdad.
—No me acuerdo —dijo Eric, acercándose un poquito más a mis piernas. Y ese poquito más era lo máximo que podía acercarse. Se le veía relajado, pero sabía que no lo estaba. Notaba la tensión en su cuerpo—. No sabía mi nombre hasta que esta mujer, Sookie, me lo dijo.
—¿Y qué hacías en el campo?
—Tampoco lo sé.
—Desapareció de donde estaba —dijo Pam—. Estábamos sentados en el despacho con la joven bruja, y Chow y yo discutíamos con Eric sobre su negativa. Y de pronto desapareció.
—¿Te suena de algo, Eric? —le pregunté. Me sorprendí alargando la mano para acariciarle el pelo, como haría con un perrito acurrucado contra mí.
El vampiro estaba confuso. Aunque el inglés de Eric era excelente, de vez en cuando el idioma le desconcertaba.
—¿Recuerdas algo al respecto? —insistí—. ¿Tienes algún recuerdo?
—Nací en el momento en que corría por la carretera, en la oscuridad y con aquel frío —dijo—. Hasta que me encontraste, tengo un vacío.
Explicado así, sonaba aterrador.
—Esto no nos da ninguna pista —dije—. No puede ser que sucediera de repente, sin previo aviso.
Pam no parecía ofendida, pero Chow intentó hacer el esfuerzo.
—Vosotros dos hicisteis algo, ¿verdad? La liasteis. ¿Qué hicisteis? —Eric me había cogido las dos piernas, de manera que yo estaba clavada en mi sitio sin poder moverme. Reprimí un gritito de pánico. Se le veía tan inseguro.
—Chow perdió los nervios con la bruja —dijo Pam, después de una prolongada pausa.
Cerré los ojos. Incluso Jason pareció comprender el alcance de lo que Pam estaba diciendo, pues se le pusieron los ojos como platos. Eric volvió la cara para frotar la mejilla contra mi muslo. Me pregunté qué pensaría de todo aquello.
—¿Y en el momento en que la atacó desapareció Eric? —pregunté.
Pam movió afirmativamente la cabeza.
—De modo que lo saboteó con un hechizo.
—Al parecer sí —dijo Chow—. Aunque jamás había oído hablar de algo parecido, y no debo ser considerado el responsable de todo esto. —Su mirada me impidió hacer cualquier comentario.
Me volví hacia Jason y puse los ojos en blanco. Solucionar la metedura de pata de Chow no era de mi incumbencia. Estaba segura de que si la reina de Luisiana, la superior de Eric, se enterara de lo sucedido, le diría unas cuantas cosas a Chow.
Se produjo un pequeño silencio, durante el cual Jason se levantó para echar más leña al fuego.
—¿Habéis estado en el Merlotte's, verdad? —les preguntó a los vampiros—. Donde trabaja Sookie.
Eric se encogió de hombros; no se acordaba. Pam dijo:
—Yo sí, pero Eric no. —Me miró para confirmarlo, y después de pensarlo un poco, asentí.
—De modo que nadie va a asociar automáticamente a Eric con Sookie. —Jason soltó la observación como sin darle importancia, pero se le veía muy satisfecho consigo mismo y casi engreído.
—No —dijo Pam—. Tal vez no.
Definitivamente, tenía que empezar a preocuparme, aunque no veía exactamente de qué.
—Por lo tanto, por lo que a Bon Temps se refiere, estás limpio —continuó Jason—. Dudo que alguien más le viera anoche, excepto Sookie, y que me zurzan si adivino por qué acabó en esa carretera en particular.
Mi hermano acababa de hacer una segunda observación excelente. La verdad es que esta noche funcionaba con todas las pilas a tope.
—En cambio, hay mucha gente de aquí que va en coche hasta Shreveport para ir a ese bar, Fangtasia. Yo mismo he estado en él —dijo Jason. Aquello era una novedad para mí y lo miré de reojo. El se encogió de hombros y sólo dio la impresión de sentirse un poco incómodo—. ¿Qué pasará si alguien intenta reclamar la recompensa, si llama al número que aparece en el cartel?
Chow decidió volver a contribuir a la conversación.
—Naturalmente, el "amigo íntimo" irá directamente a hablar con el informante. Si la persona que responde es capaz de convencer al "amigo íntimo" de que vio a Eric después de esa maldita bruja que lo hechizó, los brujos empezarán a buscar en una zona concreta. Y seguro que lo encontrarán. Intentarán entonces contactar con los brujos locales para ponerlos también a trabajar en el tema.
—En Bon Temps no hay brujos —dijo Jason, sorprendido de que Chow lo hubiese sugerido. Ya estaba otra vez mi hermano, dando por sentadas cosas de las que en realidad no sabía nada.
—Oh, seguro que hay —dije—. ¿Por qué no? ¿Recuerdas lo que te hablé? —Aunque cuando le advertí de que en el mundo había cosas que era mejor no ver, estaba pensando en hombres lobo y cambiantes.
Mi hermano empezaba a sobrecargarse de información.
—¿Por qué no? —repitió débilmente—. ¿Y quiénes serían?
—Mujeres, hombres —dijo Pam, frotando una mano contra la otra, como si estuviésemos hablando de algo contagioso—. Son como cualquiera que tenga una vida secreta… En su mayoría, bastante agradables, prácticamente inofensivos. —Aunque no se la veía muy optimista diciendo aquello—. Lo que sucede es que los malos suelen contaminar a los buenos.
—De todos modos —dijo Chow, mirando pensativo a Pam—, éste es un lugar tan apartado que es probable que haya muy pocos brujos por aquí. No todos están asociados en aquelarres, y conseguir que un brujo desvinculado coopere le resultará muy difícil a Hallow y sus seguidores.
—¿Y por qué los brujos de Shreveport no hacen un conjuro para encontrar a Eric? —pregunté.
—No han podido encontrar ningún objeto suyo que les ayude a formular el conjuro —dijo Pam, como si supiera muy bien de qué estaba hablando—. No pueden acceder al lugar donde duerme de día para obtener un pelo o ropa que lleve su aroma. Y no hay nadie que lleve en su cuerpo la sangre de Eric.
Ay, ay. Eric y yo nos miramos brevemente. Estaba yo; y confiaba ciegamente en que sólo Eric lo supiera.
—Además —dijo Chow, cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro—, en mi opinión, creo que estos objetos no funcionarían para formular un conjuro contra nosotros, pues estamos muertos.
La mirada de Pam se cruzó de nuevo con la de Chow. Estaban intercambiando ideas de nuevo y eso no me gustaba. Eric, la causa de todo aquel intercambio de mensajes, miraba a sus dos compañeros vampiros. Incluso a mí me pareció que no tenía ni idea de qué sucedía.
Pam se volvió hacia mí.
—Eric debería quedarse aquí. Trasladarlo sería exponerlo a más peligro. Sin él de por medio y sabiendo que está seguro podremos tomar las medidas pertinentes contra los brujos.
—Nadie va a ir a los colchones[2] —me murmuró Jason al oído, siguiendo con la terminología de El Padrino.
Ahora que Pam lo había dicho en voz alta, veía claramente por qué tenía que haberme preocupado cuando Jason empezó a destacar lo improbable que era que alguien llegara a asociar a Eric conmigo. Nadie creería que un vampiro con el poder y la importancia de Eric estuviera instalado en casa de una camarera humana.
Mi amnésico invitado parecía desconcertado. Me incliné hacia delante, cedí brevemente a mi impulso de acariciarle el pelo y luego posé mis manos sobre sus oídos. Él me lo permitió, poniendo incluso sus manos sobre las mías. Iba a simular que no podía oír lo que yo estaba a punto de decir.
—Escuchad, Chow, Pam. Es la peor idea de todos los tiempos. Y os diré por qué. —No conseguía que las palabras me salieran con la rapidez suficiente, con la rotundidad suficiente—. ¿Cómo se supone que puedo protegerlo? ¡Ya sabéis cómo acabará esto! Me darán una paliza. O tal vez incluso me maten.
Pam y Chow me miraron con la misma expresión de perplejidad, como si quisieran decirme: "¿Y ahora a qué viene eso?".
—Si mi hermana hace esto —dijo Jason, ignorándome por completo—, merece que se le pague por ello.
Se produjo lo que se dice un silencio cargado de tensión. Me quedé mirándolo boquiabierta.
Pam y Chow asintieron simultáneamente.
—Como mínimo lo que recibiría un informante que llamara al número de teléfono que aparece en el cartel —dijo Jason, moviendo sus ojos azules de una cara pálida a la otra—. Cincuenta mil.
—¡Jason! —Por fin me salió la voz, y presioné incluso con más fuerza las manos sobre los oídos de Eric. Me sentía terriblemente incómoda y humillada, sin saber exactamente por qué. Para empezar, mi hermano estaba ocupándose de mis cosas como si fueran suyas.
—Diez —dijo Chow.
—Cuarenta y cinco —contraatacó Jason.
—Veinte.
—Treinta y cinco.
—Trato hecho.
—Sookie, te traeré mi escopeta —dijo Jason.