Al principio la espera fue un infierno. Después que descubrieron la ausencia de los Jadehierro, lo llevaron a la pista aérea de la torre desierta, y lo obligaron a sentarse en un rincón de la azotea barrida por el viento. Por entonces ya lo dominaba el pánico. Sentía también un doloroso nudo en el estómago.
—Bretan —empezó, con la voz trémula de histeria.
Pero el kavalar lo interrumpió cruzándole la boca de una bofetada.
—Para ti no soy 'Bretan’, Cuasi-hombre —le dijo—. Cuando te dirijas a mí, llámame Bretan Braith.
Después de eso, Dirk prefirió callarse. La Rueda de Fuego cojeaba lentamente en el cielo de Worlorn, y Dirk la observaba arrastrarse con los nervios a punto de estallar. Todo lo que le había ocurrido parecía irreal, y los Braith y los sucesos de esa tarde parecían lo más irreal de todo. Se preguntó qué pasaría si de pronto se levantaba de un brinco y se arrojaba a la calle desde la azotea. Caería y caería, pensó, como en los sueños. Pero cuando se estrellara contra los oscuros adoquines de piedraviva no sentiría dolor, sino simplemente la sorpresa de un súbito despertar. Y se encontraría en su cama de Braque, empapado de transpiración y riéndose de esa pesadilla absurda.
Jugueteó con esa y otras ideas semejantes durante lo que parecieron horas, pero cuando finalmente alzó los ojos, el Gordo Satanás apenas había descendido. Empezó a tiritar; el frío, se dijo, el frío viento de Worlorn. Pero sabía que no era el frío. Y cuanto más se esforzaba por dominarse, más temblaba. Hasta que los kavalares lo miraron con extrañeza. Y la espera proseguía…
Al fin, los temblores se disiparon, tal como se habían disipado las ideas de suicidio y el pánico que las había precedido, y lo inundó una extraña calma. Se sorprendió pensando otra vez, pero pensando en cosas sin sentido: especulaba ociosamente, como si se tratara de una apuesta, acerca de si primero regresaría la raya gris o la antigualla militar, de cómo Jaan o Garse se las arreglarían en un duelo con el tuerto Bretan, de lo que pudiera haber ocurrido a los niños parásitos de la ciudad vinonegrina. Parecían detalles terriblemente importantes, aunque Dirk ignoraba porqué.
Después se puso a observar a sus captores. Ese fue el juego más interesante. Y para matar el tiempo, era tan eficaz como cualquier otro. Mientras los observaba, advirtió ciertos detalles:
Los dos kavalares apenas habían hablado desde que llegaron a la azotea. Chell, el alto, estaba sentado en el parapeto que circundaba la pista aérea, a sólo un metro de Dirk. Y cuando se puso a estudiarlo, advirtió que era realmente un hombre de edad. La semejanza con Lorimaar alto-Braith era muy engañosa. Aunque Chell caminaba y vestía como un hombre más joven, tenía por lo menos veinte años más que Lorimaar, calculó Dirk. Sentado, la edad se le notaba mucho más. El vientre le formaba una prominencia curva por encima del tenue brillo del cinturón de malla de acero, arrugas profundas le entrecortaban la cara curtida, y Dirk le vio venas azules y motas rosáceas en el dorso de las manos, que Chell mantenía apoyadas sobre las rodillas. Esa espera inútil y prolongada también lo había afectado a él, y no sólo se le notaba aburrido sino que las mejillas parecían hundírsele y los hombros robustos se le habían encorvado en un involuntario gesto de fatiga.
Se movió una vez, suspirando, y se estiró al tiempo que apartaba las manos de las rodillas para unirlas con fuerza. Y entonces Dirk le vio las axilas. El brazo derecho era hierro-y-piedraviva, un brazalete gemelo del que Bretan exhibía con tanto orgullo, y el izquierdo era plata. Pero faltaba el jade. Lo había lucido alguna vez, pero las piedras habían sido desgajadas, y ahora el brazalete de plata estaba constelado de orificios.
Mientras el viejo y fatigado Chell (de pronto a Dirk le costaba verlo como la figura marcial y amenazante que había sido hacía tan poco tiempo), permanecía sentado a la espera de que pasara algo, Bretan (o Bretan Braith, según exigía que le llamara), mataba el tiempo paseándose de un lado al otro. Le sobraban energías más que a nadie que Dirk hubiera conocido; ni siquiera Jenny había sido tan inquieta. Las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta blanca, recorría incesantemente la azotea. De vez en cuando echaba una mirada de impaciencia, como recriminando al cielo crepuscular porque no le traía a Jaantony alto-Jadehierro Vikary.
Los dos hombres eran extraños, reparó Dirk mientras los observaba. La diferencia de edad era notoria. Bretan Braith no era mayor que Garse Janacek, y tal vez era más joven que Gwen, Jaan y él mismo. ¿Por qué sé había hecho teyn de un kavalar que le llevaba tantos años? Además, no había recibido los altonombres, pues no había dado a Braith ninguna betheyn; el brazo izquierdo, cubierto por un vello fino y rojizo que destellaba cuando le daba la luz solar, no lucía el brazalete de jade-y-plata.
La cara, esa extraña media cara, era sin duda la más fea que Dirk había visto, pero a medida que el día se disipaba y el falso crepúsculo adquiría realidad, descubrió que se acostumbraba a ella. Cuando Bretan Braith caminaba en una dirección, parecía absolutamente normal: un joven esbelto y pletórico de energías que lo desbordaban y lo sometían a una tremenda crispación. Ese lado de la cara era terso y sereno; rizos cortos y negros le aureolaban la oreja y unos pocos bucles le cubrían el hombro. Pero no había sombra de barba. La ceja era un trazo apenas perceptible sobre un ojo verde y ancho. Bretan parecía casi inocente.
Luego, en cuanto llegaba al extremo de la azotea y desandaba los pasos recorridos, todo cambiaba. El lado izquierdo de la cara era inhumano, un paisaje de llanuras roturadas y ángulos abruptos. Las carnes estaban llenas de costurones, y el resto tenía el brillo resbaloso del esmalte. De este lado, Bretan era absolutamente lampiño y sin oreja, sólo una cavidad, y la nariz era un pequeño fragmento de plástico color carne. La boca era un tajo sin labios, y para peor, se movía. Por momentos, un tic grotesco le contraía la cara, curvándole la comisura izquierda de la boca y convulsionando las estribaciones de tejido cicatricial de la calva.
A la luz del día el ojo de piedraviva del Braith era oscuro como un trozo de obsidiana. Pero a medida que se acercaba la noche y el Ojo del Infierno se hundía en el horizonte, destellaba cada vez más. En la oscuridad, Bretan y no el gigantesco y fatigado sol de Worlorn, sería el Ojo del Infierno; la piedraviva irradiaría un continuo e inalterable fulgor rojo, y esa media cara deforme, negra parodia de un cráneo, sería el marco apropiado para un ojo semejante.
Todo parecía muy aterrador hasta que uno recordaba, como lo hacía Dirk, que todo era producto de la deliberación. Bretan Braith no estaba obligado a usar un ojo de piedraviva; lo había elegido por razones personales, y esas razones no eran difíciles de comprender.
Dirk evocó las primeras horas de la tarde y el diálogo junto al aeromóvil con cabeza de lobo. Bretan era artero y sagaz, de eso no había duda, pero Chell tal vez estaba en la primera etapa de la senilidad. Le había costado un penoso esfuerzo comprender las explicaciones del teyn, pese a que este había sido paciente y minucioso. De repente los dos Braith parecían mucho menos temibles, y Dirk se preguntó por qué lo habían asustado tanto. Eran casi divertidos. Dijera lo que dijera Jaan Vikary al regresar de la Ciudad del Estanque sin Estrellas, no podía ocurrir nada serio; esa gente no era realmente peligrosa.
Como para corroborar esa opinión, Chell se puso a murmurar, hablaba solo, al parecer sin darse cuenta. Dirk lo miró de reojo y trató de entenderle. El viejo reía un poco al hablar, y los ojos parecían ausentes. Los murmullos eran incomprensibles. A Dirk le llevó varios minutos comprender, pero al fin cayó en la cuenta de que Chell estaba hablando en kavalar antiguo. Esa lengua que había florecido en Alto Kavalaan durante los largos siglos del interregno, cuando los kavalares sobrevivientes no tenían contacto alguno con otros mundos humanos, ahora estaba asimilándose rápidamente al idioma normal, aunque enriqueciendo la lengua madre con palabras que no tenían equivalentes. Casi nadie hablaba ahora el kavalar antiguo, le había dicho Janacek, y sin embargo ahí estaba Chell, un anciano de la más tradicional de las coaliciones, farfullando palabras que sin duda había oído en la juventud.
Y Bretan, que había golpeado a Dirk por interpelarlo de manera incorrecta, de un modo solamente permitido a los kethi. Otra costumbre moribunda, había dicho Garse; hasta los altoseñores se volvían excesivamente tolerantes. Pero no Bretan Braith, un joven que carecía de altonombres pero se aferraba a tradiciones que hombres más viejos ya habían desechado por juzgarlas poco funcionales.
Dirk casi les tuvo lástima. Eran seres anómalos, marginales, más solitarios que él mismo; en cierto modo no pertenecían a ningún mundo pues Alto Kavalaan ya los había superado y no podía pertenecerles. No era de extrañar que hubieran venido a Worlorn; era el lugar que les correspondía pues tanto ellos como sus tradiciones estaban muriendo.
Bretan era especialmente digno de compasión, con ese afán por erigirse en una figura temible. Era joven, tal vez el último creyente auténtico, y tal vez viviera para ver una época en que nadie compartiría sus costumbres. ¿Por eso era teyn de Chell? ¿Porque sus pares lo rechazaban a él y a sus valores caducos? Tal vez, pensó Dirk. Y era una situación triste y opresiva.
En el oeste aún resplandecía un sol amarillo. El Cubo era un vago recuerdo rojo en el horizonte, y Dirk cavilaba serenamente, ya vencidos todos sus temores, cuando oyeron el zumbido de los aeromóviles.
Bretan Braith se detuvo y alzó la vista, sacando las manos de los bolsillos. Casi mecánicamente apoyó una en la funda de la pistola. Chell, parpadeando, se incorporó lentamente y de pronto pareció una década más joven. Dirk también se levantó.
Los coches descendieron. Dos de ellos, el gris y el verde oliva, juntos, volando en formación militar casi precisa.
—Acércate —gruñó Bretan, y Dirk obedeció. Chell también se les unió y los tres permanecieron de pie en la azotea, con Dirk en el medio como un prisionero. El viento era cortante. Alrededor, las piedravivas de Larteyn irradiaban un fulgor sangriento, y el ojo de Bretan, tan cerca de Dirk, resplandecía con un brillo salvaje en su nido de cicatrices. Las contracciones faciales de Bretan habían cesado; ahora tenía los músculos rígidos.
Jaan Vikary maniobró la raya gris y aterrizó grácilmente, luego se apeó por el costado y se acercó a grandes trancos. La fea y angulosa máquina militar, cuyo techo blindado impedía ver al piloto, aterrizó casi simultáneamente. Una gruesa portezuela metálica se abrió en el flanco, y Garse salió irguiendo la cabeza, y echó una ojeada como para ver qué ocurría. Luego se enderezó, cerró la portezuela con estrépito, se acercó y se detuvo a la derecha de Vikary.
Jaan saludó primero a Dirk, con un cabeceo y una vaga sonrisa. Luego se volvió hacia Chell.
—Chell Nim Vientofrío fre-Braith Daveson —dijo formalmente—. Honor a tu clan, honor a tu teyn.
—Y a los tuyos —repuso el anciano—. Me acompaña mi nuevo teyn, a quien no conoces —señaló a Bretan.
Jaan se volvió hacia el joven de las cicatrices y lo estudió rápidamente.
—Soy Jaan Vikary —dijo—. De la congregación de Jadehierro.
Bretan lanzó ese gruñido tan peculiar. Hubo un embarazoso silencio.
—Con más propiedad —intervino Janacek—, mi teyn es Jaantony Riv Lobo alto-Jadehierro Vikary. Y yo soy Garse Jadehierro Janacek.
—Honor a tu clan, honor a tu teyn —respondió entonces el joven Braith—. Soy Bretan Braith Lantry.
—Jamás lo hubiera advertido —dijo Janacek con una sonrisa apenas visible—. Hemos oído hablar de ti.
Jaan Vikary le lanzó una mirada de advertencia. Había algo raro en la cara de Jaan. Al principio Dirk pensó que la escasa luz le había engañado (la luz descendía rápidamente), pero luego notó que Vikary tenía la mandíbula ligeramente hinchada en un costado, lo cual deformaba su perfil.
—Traemos un altopleito —dijo Bretan Braith Lantry.
Vikary se volvió hacia Chell.
—¿En serio?
—En serio, Jaantony alto-Jadehierro.
—Lamento que haya disensiones entre nosotros —replicó Vikary—. ¿Cuál es el problema?
—Tenemos que hacerte una pregunta —dijo Bretan, apoyando una mano en el hombro de Dirk—. Dinos, Jaantony alto-Jadehierro, ¿es éste korariel de Jadehierro, o no?
Garse Janacek ya no disimuló una sonrisa irónica, y clavó los duros ojos azules en los de Dirk, con una mirada socarrona que parecía preguntarle: «Bueno, ¿qué nueva travesura has hecho?».
Jaan Vikary frunció el ceño.
—¿Porqué?
—¿Acaso tu verdad depende de nuestras razones, alto-señor? —preguntó hurañamente Bretan; la mejilla deforme se contrajo violentamente.
Vikary miró a Dirk. Era obvio que esta novedad no le complacía.
—No hay motivos para que postergues o nos niegues una respuesta, Jaantony alto-Jadehierro —dijo Chell Daveson—. La verdad es sí o la verdad es no; no hay más que decir —el viejo hablaba con toda serenidad; él al menos no tenía tensiones que ocultar, su código le dictaba cada palabra.
—En un tiempo era así, Chell fre-Braith —empezó Vikary—. En los viejos días de los clanes, la verdad era algo simple. Pero estas son nuevas épocas, pletóricas de novedades. Ahora somos un pueblo de muchos mundos, no sólo de uno, de modo que nuestras verdades son más complejas.
—No —dijo Chell—. Este Cuasi-hombre es korariel, o este Cuasi-hombre no es korariel. Eso no es complejo.
—Mi teyn Chell dice la verdad —añadió Bretan—. La pregunta que acabo de formularte es muy sencilla, altoseñor. Exijo una respuesta.
Vikary no cedió.
—Dirk t’Larien es un hombre del lejano mundo de Avalon, dentro del Velo del Tentador, un mundo humano donde yo estudié hace muchos años. En efecto, le nombré korariel para brindarle mi protección y la protección de Jadehierro contra quienes quieran hacerle daño. Pero le protejo como amigo, tal como protegería a un hermano de Jadehierro, tal como un teyn protege a un teyn. Él no es de mi propiedad. No me pertenece. ¿Comprendes, Chell fre-Braith?
Chell no comprendía. Frunció los labios y farfulló una frase en kavalar antiguo. Luego habló en voz alta. Demasiado alta. En realidad, casi a los gritos.
—¿Qué disparate es ése? Tu teyn es Garse Jadehierro, no este desconocido. ¿Cómo puedes protegerlo como teyn? ¿Es de Jadehierro? ¡Ni siquiera va armado! ¿Es hombre al menos? Caramba, en ese caso no podría ser korariel; si no es hombre y es korariel, entonces te pertenece. No entiendo qué significan tus palabras de Cuasi-hombre.
—Lo lamento, Chell fre-Braith —dijo Vikary—, pero la falla está en tus oídos y no en mis palabras. Procuro respetar tu honor, pero tú no facilitas las cosas.
—¡Te burlas de mí! —exclamó Chell, acusativamente.
—No.
—¡Sí!
Entonces intervino Bretan Braith. No empleó el modo colérico de Chell, pero sonaba muy hostil.
—Dirk t’Larien, según él dice llamarse y según lo llamas tú, nos ha ofendido. Por eso venimos a ti, Jaantony alto-Jadehierro. Echó mano de la propiedad de Braith sin consentimiento de Braith. Si no es korariel, bueno…
—Entiendo —dijo Vikary—. ¿Dirk?
—En principio, no hice más que entrar un instante en ese maldito aeromóvil. Estaba buscando un vehículo abandonado que funcionara. Gwen y yo encontramos ayer uno en esas condiciones en Kryne Lamiya, y pensé que tal vez podría encontrar otro aquí.
Vikary se encogió de hombros y se volvió a los Braith.
—Parece que la ofensa, si la hubo, no fue tan grave. Nadie ha robado nada.
—¡Tocó nuestro vehículo! —chilló Chell—. ¡Él es un Cuasi-hombre! ¡No tenía derecho! ¿Te parece poco? Pudo habérselo llevado. ¿Quieres que cierre los ojos como un Cuasi-hombre y agradezca que no me hayan ofendido más? —se volvió hacia Bretan, su teyn—. Los Jadehierro se burlan de nosotros, nos insultan. Tal vez no son hombres verdaderos sino Cuasi-hombres. El lenguaje que hablan es insólito.
—Soy teyn de Jaantony Riv Lobo alto-Jadehierro Vikary —replicó de inmediato Garse Janacek—, y respondo por él. No es un Cuasi-hombre.
Pronunció con rapidez estas palabras, una fórmula estereotipada. Y por el modo en que Janacek miró luego a Vikary, Dirk dedujo que esperaba que su teyn repitiera la misma fórmula. Jaan en cambio meneó la cabeza y dijo:
—Ah, Chell… Los Cuasi-hombres no existen.
Jaan arrastraba las palabras, como si un fardo le encorvara los hombros. El alto y anciano Braith torció la cara como si hubiera recibido un golpe. Nuevamente masculló un ronco murmullo en kavalar antiguo.
—Basta —dijo Bretan Braith—. Así no vamos a ninguna parte. ¿Nombraste korariel a este… hombre, Jaantony alto-Jadehierro?
—Sí.
—Yo me opuse —dijo Dirk con voz calma; se sentía obligado a hacer la aclaración, y el momento parecía oportuno.
Bretan le lanzó una mirada fulminante, su ojo verde parecía destellar tanto como el de piedraviva.
—Sólo se opuso a que le consideraran propiedad del clan —se apresuró a decir Vikary—. Mi amigo reafirmó su condición de humano, pero aún así esta bajo el escudo de mi protección.
Garse Janacek sonrió y meneó la cabeza.
—No, Jaan. Esta mañana no estabas en casa; fue la ocasión en que t’Larien me dijo terminantemente que no quiere nuestra protección.
—¡Garse! —estalló Vikary—. No es momento para las bromas.
—No es una broma —dijo Janacek.
—Es cierto —admitió Dirk—. Dije que me cuidaría solo.
—¡Dirk, usted no sabe lo que dice! —exclamó Vikary.
—Pues por variar un poco, creo que sí.
De pronto, mientras Dirk y los dos Jadehierro discutían y Chell permanecía rígido de furia, Bretan Braith Lantry lanzó un estentóreo gruñido.
—Silencio —exigió con voz ripiosa, y lo escucharon—. Eso no tiene importancia. Las consecuencias son las mismas. Tú dices que es humano, Jadehierro. En tal caso, no puede ser korariel ni contar con tu protección. No podrías protegerle aunque él lo deseara. Mis kethi verán de que no lo hagas —giró sobre los talones y encaró directamente a Dirk—. Te desafío, Dirk t’Larien.
Todos guardaron silencio. Larteyn resplandecía alrededor y soplaba un viento helado.
—No me propuse insultar —dijo Dirk, recordando palabras que los Jadehierro habían empleado en otras ocasiones—. ¿Puedo disculparme, o qué debo hacer? —alzó las palmas y se las ofreció a Bretan Braith, abiertas y desnudas.
La cara deforme se contrajo en un rictus.
—Para mí fue un insulto.
—Tiene que batirse con él —dijo Janacek.
Dirk bajó lentamente las palmas. Las dejó caer a los costados y cerró los puños en silencio. Jaan Vikary miraba el suelo con pesadumbre, pero Janacek no había perdido el buen humor.
—Dirk t’Larien ignora las costumbres duelísticas —explicó a los Braith—. Esas costumbres no existen en Avalon. ¿Puedo darle las instrucciones?
Bretan Braith asintió con ese torpe encogimiento de hombros que a Dirk le había llamado la atención en el estacionamiento. Chell ni siquiera parecía oír lo que decían; seguía murmurando y mirando a Vikary con ojos furibundos.
—Deben hacerse cuatro elecciones, t’Larien —le dijo Janacek a Dirk—. Como el desafiado es usted, le corresponde la primera. Elija las armas. Le recomiendo espadas.
—Espadas —dijo Dirk sin convicción.
—Me corresponde la elección de modo, y elijo el cuadrado de la muerte —rugió Bretan.
Janacek asintió.
—Le corresponde también la tercera elección, t’Larien. Como usted no tiene teyn, no hay dudas en cuanto al número; se batirán individualmente. Puede decir eso, o bien elegir el lugar.
—¿La Vieja Tierra? —preguntó Dirk, esperanzado.
Janacek hizo una mueca.
—No. Me temo que sólo este mundo. Toda otra elección es ilegal.
Dirk se encogió de hombros.
—Aquí, entonces.
—Yo elegiré el número —dijo Bretan; la oscuridad ya era completa, y sólo las dispersas estrellas de los mundos exteriores iluminaban el cielo negro—. Nos batiremos individualmente, como corresponde.
Los ojos del Braith centelleaban, y un extraño reflejo le humedecía las cicatrices.
—Todo arreglado, entonces —dijo Janacek—. Los dos deben convenir ahora en la elección de un arbitro, y luego…
Jaan Vikary irguió la cabeza. La cara, iluminada sólo por el resplandor pálido de las piedravivas, parecía borrosa y sombría, pero la mandíbula hinchada formaba una silueta extraña.
—Chell —dijo con voz calma, en un tono deliberadamente inexpresivo.
—Sí —replicó el anciano Braith.
—Creer en Cuasi-hombres es una necedad —le dijo Vikary—. Sólo los necios creen en ellos.
Dirk seguía de frente a Bretan Braith mientras Vikary hablaba; vio contraerse varias veces su máscara cicatricial.
Bretan se volvió con brusquedad y trató de gritar, pero la voz no le daba, ahogada en medio de convulsas y airadas exclamaciones. Chell habló en cambio como si estuviera en trance:
—Lo tomo como un insulto, Jaantony alto-Jadehierro, falso kavalar, Cuasi-hombre. Te desafío.
—Está dentro del código —repuso Vikary sin demasiado entusiasmo ante la histeria de Bretan—. Aunque tal vez, si Bretan Braith pasara por alto la insignificante trasgresión de un forastero ignorante, es posible que yo le pidiera perdón a Chell fre-Braith.
—No —dijo sombríamente Janacek—. No es honroso disculparse.
—No —repitió Bretan; la cara deforme ahora sí que parecía un cráneo: el ojo de piedraviva destellaba y la mejilla palpitaba de furia—. Ya he sido bastante tolerante contigo, falso kavalar. No estoy dispuesto a burlarme de la sabiduría de mi clan. Mi teyn tenía más razón que yo. En verdad, cometí un grave error al querer eludir un duelo contigo, embustero. Cuasi-hombre. Fue vergonzoso, pero ahora limpiaré mi honor. Te mataremos, Chell y yo. Os mataremos a los tres.
—Es posible —dijo Vikary—. Pronto lo sabremos.
—Y también a tu perra-betheyn —dijo Bretan, que no podía gritar pues la voz se le quebraba en el intento; hablaba como de costumbre, en un ronco susurro que ahora se le ahogaba en la garganta. Estaba fuera de sí—. Cuando hayamos terminado contigo, despertaremos a nuestros sabuesos y la perseguiremos a ella y al kimdissi por esos bosques que conocen tan bien.
—Me has desafiado —dijo Jaan Vikary dirigiéndose a Chell fre-Braith e ignorando los alardes de Bretan—. La primera de las cuatro elecciones me corresponde. Elegiré el número. Nos batiremos teyn-y-teyn.
—Yo elijo las armas —replicó Chell—. Elijo pistolas.
—Yo elijo el modo —dijo Vikary—. Elijo el cuadrado de la muerte.
—Por último, la elección del lugar —dijo Chell—. Que sea aquí mismo, entonces.
—El arbitro no tendrá que marcar más que un solo cuadrado —dijo Janacek, de los cinco hombres de la azotea, el único con ganas de sonreír—. Y todavía no ha sido elegido… ¿El mismo para ambos duelos?
—Bastará con un solo hombre —dijo Chell—. Sugiero a Lorimaar alto-Braith.
—No —dijo Janacek—. Ayer se nos presentó en altopleito. Kirak Acerorrojo Cavis.
—No —dijo Bretan—. Es un buen poeta, pero eso es todo lo que puedo decir de Kirak Acerorrojo.
—Hay dos hombres en Shanagato —dijo Janacek—. No recuerdo bien sus nombres.
—Preferiríamos un Braith —dijo Bretan, contrayendo la cara—. Un Braith sabrá comportarse, respetará el código con dignidad.
Janacek miró de soslayo a Vikary, que se encogió de hombros.
—Convenido —dijo, encarando nuevamente a Bretan—. Un Braith, pues. Pyr Braith Oryan.
—No Pyr Braith —dijo Bretan.
—No eres fácil de complacer —dijo Janacek con sequedad—. Es uno de tus kethi.
—He tenido fricciones con Pyr Braith —dijo Bretan.
—Sería mejor un altoseñor —dijo Chell—. Un hombre sabio y respetable. Rosef Lant Banshi alto-Braith Kelcek.
—Convenido —dijo Janacek, encogiéndose de hombros.
—Hablaré con él —dijo Chell, con el asentimiento de los otros dos.
—Mañana, entonces —dijo Janacek.
—No hay más que hacer —dijo Chell.
Y mientras Dirk los observaba con un sentimiento de desorientación, fuera de lugar, los cuatro kavalares se despidieron. Notó con asombro que cada cual, antes de marcharse, besaba ligeramente en los labios a sus dos enemigos.
Y Bretan Braith Lantry, tuerto y cubierto de cicatrices, besó a Dirk con su boca deforme.
Después que se fueron los Braith, los otros bajaron. Vikary abrió la puerta del departamento y encendió las luces. Luego, callada y metódicamente, apiló leños en el hogar, tomando trozos de madera negra y retorcida de un gabinete oculto en una pared. Dirk se sentó en un extremo del diván con aire preocupado. Garse Janacek se sentó en el extremo opuesto, sonriendo vagamente, atusándose los pelos rojizos de la barba con aire distraído. Nadie hablaba.
El fuego empezó a crepitar, y cuando las llamas anaranjadas lamieron los leños con lenguas azules, Dirk sintió el repentino calor en la cara y las manos. Un aroma de cinamomo impregnó la habitación. Vikary se levantó.
Salió y volvió con tres copas de licor negras como la obsidiana. Traía una botella bajo el brazo. Le alcanzó una copa a Dirk y otra a Garse, depositó la tercera en una mesa y descorchó la botella con los dientes. Era vino muy rojo y acre. Vikary llenó las tres copas hasta el borde, y Dirk olió el aroma punzante del vino. Le quemaba las fosas nasales, pero era extrañamente agradable.
—Muy bien —dijo Vikary antes que nadie hubiera saboreado el vino; dejó la botella y alzó su copa—. Ahora voy a pedirles algo muy difícil para ambos. Voy a pedirles que los dos olviden por un tiempo las limitaciones de sus respectivas culturas y se comporten como nunca lo hicieron antes, de un modo extraño para cada uno. Garse, te pido por el bien de todos nosotros, que seas amigo de Dirk t’Larien. No hay palabra en kavalar antiguo que exprese esa relación, lo sé. Es una palabra innecesaria en Alto Kavalaan, donde cada hombre tiene su clan y sus kethi y ante todo, su teyn. Pero estamos en Worlorn, y mañana nos batiremos a duelo. Tal vez no luchemos juntos, pero tenemos enemigos comunes. De modo que te pido como teyn que asumas el nombre y el vínculo de amigo con t’Larien.
—Me pides demasiado —repuso Janacek, sosteniendo el vino frente a la cara y observando cómo las llamas bailoteaban en el cristal negro—. Sabes que t’Larien nos ha espiado, y ahora acaba de provocar una disputa con Bretan Braith. Yo mismo estoy tentado de retarle a duelo por todo lo que ha hecho. Y tú, mi teyn, me pides en cambio que asuma el vínculo de amigo.
—Así es —dijo Vikary.
Janacek miró a Dirk, luego saboreó el vino.
—Eres mi teyn, Jaan —dijo al fin—. Tus deseos son los míos. ¿Qué obligaciones exige el vínculo de amigo?
—A un amigo debes tratarle como a un keth —dijo Vikary, y agregó volviéndose hacia Dirk—. Usted, t’Larien, nos ha acarreado un problema gravísimo, aunque no estoy seguro de que en verdad sea el responsable. También a usted le pido algo. Que por un tiempo sea hermano de clan de Garse Jadehierro Janacek.
Dirk no atinó a responder, pues Janacek se lo impidió.
—No puedes hacer eso. ¿Quién es este t’Larien? ¿Cómo puedes juzgarle digno de pertenecer a Jadehierro? Será desleal, Jaan. No respetará los vínculos, no defenderá el clan, no regresará con nosotros a la Congregación. Me opongo.
—Si t’Larien acepta, creo que respetará los vínculos durante un tiempo —dijo Vikary.
—¿Durante un tiempo? ¡Los kethi están unidos para siempre!
—Entonces esto será algo nuevo, una nueva especie de keth, un amigo por un tiempo.
—Es demasiado —dijo Janacek—. No puedo permitirlo.
—Garse —dijo Jaan Vikary—. Dirk t’Larien es ahora tu amigo. ¿O ya lo has olvidado? Haces mal en interponerte. Rompes el vínculo que acabas de aceptar. No actuarías así con un keth.
—A un keth no le ofrecerías ser keth —gruñó Janacek—. El vínculo existiría de antemano, así que nada de esto tiene sentido. Los vínculos del clan nada tienen que ver con t’Larien. El consejo te lo impugnaría, Jaan. Esto es totalmente irregular.
—El consejo de altoseñores está en Alto Kavalaan, y nosotros estamos en Worlorn —dijo Vikary—. Tú eres aquí la única voz de Jadehierro. ¿Lastimarás a tu amigo?
Janacek no respondió.
Vikary se volvió nuevamente hacia Dirk.
—¿Qué dice, t’Larien?
—No sé. Creo saber qué significa ser hermano de clan, y supongo que me honra tal designación, o como se diga. Pero hay obstáculos entre usted y yo, Jaan.
—Usted se refiere a Gwen —dijo Vikary—. Sin duda, ella es un obstáculo entre nosotros, Dirk. Pero le pido a usted que sea un hermano de clan de una índole nueva y peculiar. Sólo mientras esté en Worlorn, y sólo de Garse. No mío ni de ningún otro Jadehierro, ¿comprende?
—Sí, eso facilita las cosas —miró de soslayo a Janacek—. Pero también con Garse tengo problemas. Fue él quien trató de convertirme en una propiedad, y recién no se esforzó demasiado por atemperar los ánimos.
—No hice más que decir la verdad —dijo Janacek, pero Vikary lo contuvo con un gesto.
—Supongo que podría perdonarle todo eso —dijo Dirk—. Pero no lo de Gwen.
—Ese problema debemos resolverlo yo, usted y Gwen Delvano —dijo Vikary sin alterarse—. A Garse no le incumbe en absoluto, aunque él haya dicho lo contrario.
—Ella es mi cro-betheyn —protestó Garse—. Tengo derecho a intervenir, como también obligaciones…
—Me refiero a lo de anoche —siguió Dirk—. Estaba frente a la puerta y oí. Janacek golpeó a Gwen, y desde entonces ustedes dos la mantienen lejos de mí.
Vikary sonrió.
—¿La golpeó?
—Lo oí —afirmó Dirk.
—Usted oyó una discusión y un golpe, eso no lo pongo en duda —dijo Vikary, y agregó tocándose la mandíbula hinchada—: ¿De dónde cree que salió esto?
Dirk se quedó mirándole, y de pronto se sintió totalmente confundido.
—Yo… No sé… Los niños parásitos…
—Garse me golpeó a mí, no a Gwen —dijo Vikary.
—Y lo haría otra vez —añadió Janacek con aspereza.
—Pero entonces, ¿qué pasó? ¿Anoche? ¿Esta mañana? —preguntó Dirk.
Janacek se levantó, dio unos pasos y se plantó delante de Dirk.
—Amigo Dirk —dijo con un tono ligeramente irónico—, esta mañana le dije la verdad. Gwen salió a trabajar con Arkin Ruark. El kimdissi ayer estuvo llamándola todo el día. Estaba frenético. Me dijo que una columna de escarabajos acorazados había empezado a emigrar sin duda debido a la intensificación del frío. Se dice que el fenómeno es rarísimo, aun en Eshellin. En Worlorn, desde luego, un acontecimiento así es único e irreproducible, y Ruark pensó que había que estudiarlo de inmediato. ¿Comprende ahora, amigo t’Larien?
—Bueno, ella me habría avisado —dijo Dirk.
Janacek volvió a sentarse, la cara angulosa torcida en un gesto de desprecio.
—Mi amigo me llama mentiroso —dijo.
—Garse dice la verdad —intervino Vikary—. Gwen avisó que le dejaría a usted una nota o una cinta grabada. Tal vez en medio de los preparativos se olvidó. Suele suceder. El trabajo la absorbe muchísimo, Dirk. Es una buena ecóloga.
Dirk se volvió hacia Garse Janacek.
—Un momento —dijo—. Esta mañana usted afirmó que me impedía verla. Lo admitió.
—¿Es cierto, Garse? —preguntó Vikary, asombrado.
—Sí —admitió Janacek a regañadientes—. Mi amigo t’Larien subió e insistió hasta que logró entrar aquí valiéndose de un pretexto obviamente falso. Más aún, era evidente que quería creer que Gwen era cautiva de los crueles de Jadehierro. Me pareció que era el único argumento capaz de convencerle —sorbió cautelosamente el vino.
—No fue prudente de tu parte, Garse —dijo Vikary.
—Una mentira por otra —replicó Janacek con aire satisfecho.
—No te comportas como un buen amigo.
—Haré lo posible por mejorar.
—Me alegra oírlo. Ahora bien, t’Larien, ¿acepta ser keth de Garse?
—Pues, sí —dijo después de pensar un largo rato.
—Bebamos entonces —dijo Vikary.
Los tres hombres levantaron simultáneamente las copas (la de Janacek ya estaba medio vacía), y bebieron. El vino, picante y algo amargo, no era el mejor que Dirk había probado. Pero no estaba mal.
Janacek vació la copa y se levantó.
—Tenemos que hablar de los duelos.
—Sí —dijo Vikary—. Este ha sido un día nefasto. Ninguno de los dos demostró prudencia.
Janacek se reclinó sobre la repisa, bajo una de las gárgolas.
—El más imprudente fuiste tú, Jaan. Compréndeme, no temo batirme a duelo con Bretan Braith y Chell Brazos-Vacíos. Pero no era necesario. Tú provocaste deliberadamente la situación. El Braith tenía que retarte después de lo que dijiste. De lo contrario, hasta su propio teyn le habría escupido en la cara.
—Las cosas no salieron como esperaba —dijo Vikary—. Pensé que Bretan tal vez nos temía y desistiría de su duelo con t’Larien para no tener que enfrentarnos. Pero no lo hizo.
—No, desde luego que no. No me cabía la menor duda. Lo presionaste demasiado con tu intervención.
—Está dentro del código.
—Tal vez. Pero Bretan tenía razón; habría sido una gran vergüenza para él ignorar la trasgresión de t’Larien por temor a ti.
—No —dijo Vikary—. Ahí es donde se equivocan tú y todos los demás. Eludir un duelo no es vergonzoso. Si queremos alcanzar nuestro destino, debemos aprender esa lección. Aunque en cierto sentido tienes razón. Considerando quién y qué es, no podía responderme de otra manera. Cometí un error.
—Un error muy serio —dijo Janacek; una sonrisa le partió la barba roja—. Habría sido mejor que t’Larien se batiera. Me cercioré de que lucharan con espadas, ¿verdad? El Braith no le habría matado por una ofensa tan insignificante. Un hombre como Dirk, en fin, no habría sido ningún honor. Un solo tajo, diría yo. Un tajo le vendría bien a t’Larien; le daría una lección, le evitaría nuevos errores. Un pequeño tajo le infundiría más carácter a su rostro —se volvió hacia Dirk—. Ahora, por supuesto, Bretan Braith le matará.
Hizo este último comentario como al pasar, siempre sonriendo. Dirk trató de no atragantarse con el vino.
—¿Qué?
Janacek se encogió de hombros.
—A usted le desafiaron primero y tendrá que batirse antes, así es que descarte la esperanza de que Jaan y yo les matemos antes que Bretan se enfrente con usted. Él es tan célebre por su destreza como duelista como por la cara tan seductora que tiene. En verdad, es notable. Supongo que vino aquí a cazar Cuasi-hombres con Chell, pero en realidad no es muy buen cazador. Se siente más cómodo en el cuadrado de la muerte que en la selva, según lo que oí decir. Hasta sus propios kethi le encuentran difícil de tratar. Además de ser feo, tomó por teyn a Chell fre-Braith. Chell fue en su tiempo un altoseñor muy honorable y poderoso. Su betheyn y su primer teyn murieron. Hoy es un viejo chocho y supersticioso, con poco cerebro y mucha fortuna. Se rumorea que es por esa fortuna que Bretan Braith usa el hierro-y-fuego de Chell. Claro que nadie se lo dice a Bretan abiertamente; tiene fama de ser muy susceptible. Y ahora Jaan también lo ha irritado un poco, y tal vez está algo asustado. Con usted no tendrá piedad. Espero que usted logre herirlo un poco antes de morir. Así nos facilitaría las cosas en el duelo siguiente.
Dirk se acordaba de la confianza que había sentido en la azotea; había tenido la plena seguridad de que ninguno de los dos Braith era un peligro real. Los comprendía; les tenía compasión. Pero ahora empezaba a tener compasión de sí mismo.
—¿Es verdad? —le preguntó a Vikary.
—Garse bromea y exagera —dijo Vikary—, pero el peligro existe. Sin duda, Bretan tratará de matarle, si usted se lo permite. Pero no es inevitable. Las normas impuestas por esas armas y ese modo son muy simples; el arbitro trazará con tiza un cuadrado en la calle, de cinco metros por cinco, y usted y su adversario partirán de ángulos opuestos. A una palabra del arbitro cada uno avanzará hacia el centro espada en mano, y al encontrarse, pelearán. Para satisfacer los requerimientos del honor, cada cual debe recibir y asestar un golpe. Yo le aconsejaría que trate de herirlo en el pie o en la pierna, para dar a entender que no desea un verdadero duelo a muerte. Luego, después de recibir la primera estocada, si puede, trate de detenerla con la espada, puede caminar hacia el perímetro del cuadrado. No corra. Correr no es honorable y en ese caso el arbitro decretará que el duelo fue victoria de muerte para Bretan, y entonces los Braith le matarán. Debe caminar con calma. Una vez que cruce la línea del perímetro estará a salvo.
—Para estar a salvo tendrá que llegar a la línea —dijo Janacek—. Bretan le matará antes.
—Una vez que yo haya dado mi estocada y recibido la que me corresponde, ¿puedo arrojar el arma y marcharme? —preguntó Dirk.
—En ese caso Bretan le matará con una expresión de asombro en la cara, o lo que quede de ella —dijo Janacek.
—Yo no haría eso —advirtió Vikary.
—Las sugerencias de Jaan son descabelladas —dijo Janacek, retrocedió lentamente hacia el diván, tomó la copa y se sirvió más vino—. Conserve la espada y luche. Y tenga en cuenta que el hombre es ciego de un lado. ¡Sin duda que allí es vulnerable! Fíjese en cómo le cuesta ladear o inclinar la cabeza.
Dirk tenía la copa vacía. La tendió y Janacek se la llenó de vino.
—¿Y ustedes, cómo lucharán? —preguntó Dirk.
—Las normas son diferentes en nuestro caso —dijo Vikary—. Cada uno de los cuatro ocupará un ángulo del cuadrado de la muerte, con lásers de duelo u otro tipo de pistola. No podemos movernos, salvo para retroceder y ponernos a salvo fuera del cuadrado. Y eso no está permitido hasta que cada uno de los duelistas haya hecho un disparo. Después se puede elegir; los que se quedan adentro, si aún se mantienen en pie, pueden seguir disparando. Este modo puede ser inofensivo o mortal, según el ánimo de los participantes.
—Mañana será mortal —prometió Janacek, y bebió otra vez más.
—Preferiría lo contrario —dijo Vikary meneando la cabeza consternadamente—, pero temo que tengas razón. Los Braith están demasiado furiosos con nosotros para disparar al aire.
—Sin duda —dijo Janacek con un gesto burlón—. Se tomaron muy a pecho el insulto. Chell Brazos-Vacíos, por lo menos, no lo olvidará.
—¿No se puede disparar a herir? —sugirió Dirk—. ¿Desarmarlos?
Habló espontáneamente, pero le resultó extraño oírse a sí mismo. La situación era totalmente ajena a su experiencia, y sin embargo se sorprendió aceptándola, extrañamente satisfecho de la compañía de los dos kavalares, del vino y de esa charla acerca de muertes y mutilaciones. Tal vez ser uno de los kethi significaba algo; y por eso sería que estaba recobrando los ánimos. Se sentía calmo y a sus anchas.
Vikary parecía preocupado.
—¿Herirlos? También lo preferiría, pero no es posible. Los cazadores ahora nos temen. Ese temor hace que no toquen a los korariel de Jadehierro. Salvamos vidas. Ya no será posible, si mañana somos blandos con los Braith. Los otros quizá no se abstengan de cazar si piensan que a lo sumo se arriesgan a una herida sin importancia. No, lamentablemente creo que si podemos, tenemos que matar a Chell y a Bretan.
—Podemos —dijo confiadamente Janacek—. Además, amigo t’Larien, herir a un enemigo en duelo no es tan fácil ni aconsejable, como usted podrá pensar. En cuanto a desarmarlos… en fin, es virtualmente imposible. Luchamos con pistolas láser, amigo. No con armas de guerra. Esas pistolas hacen fuego en pulsaciones de medio segundo, y tardan quince segundos en recargarse, ¿comprende? El hombre que se apresura a disparar o se busca dificultades innecesarias, el hombre que dispara para desarmar al contrincante…, es hombre muerto. Se puede errar, aún a cinco metros, y el adversario podrá matarlo antes que el láser de usted esté listo para un segundo disparo.
—¿Entonces es imposible? —preguntó Dirk.
—Muchos duelistas sólo resultan heridos —le dijo Vikary—. En realidad, son muchos más los que mueren. Aunque en más de un caso no sea esa la intención. A veces sí. Cuando un hombre dispara al aire y su enemigo decide castigarlo, puede infligirle heridas horribles. Pero no sucede con frecuencia.
—Podríamos herir a Chell —dijo Janacek—. Es viejo y lento, no apuntará con rapidez. Pero con Bretan Braith las cosas cambian. Se cuenta que ya ha matado a seis adversarios…
—Yo me encargo de él —dijo Vikary—. Procura dejar a Chell fuera de combate, Garse. Con eso será suficiente.
—Quizá —dijo Janacek, y luego agregó dirigiéndose a Dirk—. Si usted pudiera herir a Bretan sólo un poco, t’Larien. En la mano o en el hombro… Apenas un tajo, pero que le duela y le quite velocidad… Eso cambiaría las cosas —sonrió.
A pesar suyo, Dirk advirtió que le devolvía la sonrisa.
—Puedo intentarlo —dijo—. Pero recuerden que sé muy poco de duelos, y menos aún de espadas, y mi primera preocupación será salvar el pellejo.
—No se ilusione con lo imposible —dijo Janacek, sin dejar de sonreír—. Trate de herir todo lo que pueda.
Se abrió la puerta. Dirk se volvió y Janacek guardó silencio. Gwen Delvano estaba de pie en el umbral, la cara y las ropas estriadas de polvo. Gwen los miró uno por uno con incertidumbre, luego entró lentamente en la habitación. Llevaba un sensor echado sobre el hombro. La seguía Arkin Ruark, con dos pesadas cajas de instrumentos bajo los brazos. Vestía pantalones, chaqueta y capuchón verdes de tela gruesa. Sudaba y jadeaba, y parecía menos bufonesco que de costumbre.
Gwen depositó el sensor en el suelo con suavidad, pero sin soltar la correa.
—¿Herir? —preguntó—, ¿De qué están hablando? ¿Quién va a herir a quién?
—Gwen… —empezó Dirk.
—No —interrumpió Janacek, endureciéndose—. Que salga el kimdissi.
Ruark miró alrededor, pálido y asombrado. Se quitó el capuchón y se secó la frente.
—Tonterías, Garsey —dijo—. ¿Qué es? ¿Un gran secreto kavalar? ¿Una guerra, un duelo, una cacería…? Algún acto de violencia, ¿verdad? No voy a ser yo quien se entrometa, claro que no. Conversen con toda la tranquilidad del mundo —retrocedió hacia la puerta.
—Ruark. Espere —dijo Jaan Vikary.
El kimdissi se detuvo. Vikary encaró a su teyn.
—Tenemos que decirle. Si nos derrotan…
—¡No nos derrotarán!
—Si nos derrotan, prometieron darles caza. Garse, el kimdissi está involucrado en esto; hay que decírselo.
—¿Sabes lo que ocurrirá? En Tóber, en Lobo, en Eshe-Uin, en todo el Confín…, él y los suyos nos difamarán, y todos los kavalares serán como los Braith. Así se conducen estos intrigantes, estos Cuasi-hombres —Janacek ahora hablaba con toda seriedad, sin hacer gala de su característico humor despiadado con el que había acosado a Dirk.
—La vida de él está en juego, y la de Gwen —insistió Vikary—. Hay que decírselo.
—¿Todo?
—Se acabaron las adivinanzas.
Ruark y Gwen hablaron al unísono.
—Jaan…, ¿qué…?
—¿Adivinanzas, vida, cacería…, de qué cuernos está hablando? ¡Dígame!
Jaan Vikary se volvió para decirle.