Capítulo 3

Hendieron nuevamente el aire, y esta vez a Dirk le fue mejor en la carrera, pues perdió por menos distancia. Pero ese logro no le reanimó demasiado. Casi todo el fatigoso viaje lo hicieron en silencio, alejados; Gwen, a unos metros delante de él. Volaban dándole las espaldas a la muda y quebrada Rueda de Fuego, y Gwen parecía la silueta de una bruja vagamente perfilada contra el cielo, siempre inalcanzable. La melancolía de los bosques moribundos de Worlorn se le había inyectado a Dirk en la sangre, y ahora veía a Gwen con ojos enturbiados, una muñeca vestida con un traje tan borroso como la desesperación, el pelo negro lustroso bajo la luz rojiza. Los pensamientos se sucedían en su cerebro en un caos multicolor mientras él surcaba el viento, y uno le acariciaba más que los otros. Ella no era su Jenny, nunca lo había sido.

Dos veces durante el vuelo Dirk vio, o creyó ver, el destello del jade-y-plata, torturándole como le había torturado en el bosque. En cada oportunidad desvió la mirada y observó los nubarrones largos y delgados que bogaban por el cielo estéril y desierto.

Ni el aeromóvil gris ni la máquina de guerra verde oliva estaban en la azotea cuando llegaron a Larteyn. Sólo quedaba la lágrima amarilla de Ruark. Aterrizaron cerca. Esta vez el descenso de Dirk fue otra caída torpe, pero nada divertida. Simplemente estúpida. Dejaron los aeropatines y las botas de vuelo en la azotea, después de quitárselas. Cerca de los ascensores intercambiaron un par de palabras, pero Dirk olvidó las suyas tan pronto como las dijo. Luego Gwen se despidió.

Arkin Ruark esperaba pacientemente en sus aposentos de la base de la torre. Entre las paredes y esculturas color pastel y las macetas con plantas kimdissi Dirk encontró un diván y se tendió en él, ansioso de descansar y ahuyentar todo pensamiento. Pero Ruark se le acercó riendo y sacudiendo la cabeza, haciendo bailotear la melena pálida y rubia, y le ofreció una copa alta y verde. Dirk la tomó y se incorporó. La copa era de cristal fino y delgado; el único adorno era una costra de escarcha que se disolvía rápidamente. Bebió, el vino era muy verde y frío. Un sabor a incienso y cinamomo le acarició la garganta.

—Parece muy cansado, Dirk —dijo el kimdissi después de servirse un trago y desplomarse en una hamaca a la sombra de una planta negra y encorvada. Las hojas puntiagudas como lanzas entrecortaban con sombras la cara rechoncha y sonriente. Ruark bebió, sorbiendo cuidadosamente el líquido, y durante un momento Dirk le despreció.

—Un largo día —comentó vagamente.

—Verdad —convino Ruark—. Un día kavalar, ¿eh? Siempre largo. La dulce Gwen y Jaantony, y por último Garse… Bastante para que cualquier día sea eterno. ¿Qué me dice?

Dirk no dijo nada.

—Pero ahora, usted lo ha visto —insistió Ruark con una sonrisa—. Eso es lo que yo quería: que usted lo viera. Antes de decirle nada. Pero me había jurado hablarle, sí; me lo había jurado a mí mismo. Gwen me lo ha contado todo. Hablamos como amigos, ¿sabe? A ella y a Jaan les conozco desde Avalon. Pero aquí hemos intimado más. A ella siempre le cuesta decirlo, pero conmigo habla de ello o ha hablado, y yo puedo decírselo a usted. No traiciono la confianza de nadie. Creo que usted es el más indicado para saberlo.

El vino le arañó el pecho con dedos helados, y Dirk sintió que la fatiga se disipaba. Era como si se hubiera adormilado, como si Ruark hubiera hablado largo rato y él no hubiera oído nada.

—¿De qué me está hablando? —dijo—. ¿Qué es lo que debería saber?

—Por qué le necesita Gwen —dijo Ruark—. Por qué ella le envió… eso. La lágrima roja. Usted sabe. Yo sé. Gwen me lo ha contado.

De pronto Dirk aguzó los oídos, interesado y perplejo.

—Ella se lo contó a usted —empezó, y luego se detuvo; Gwen le había pedido que esperara, y la promesa que él había hecho tanto tiempo atrás… Pero era comprensible. Tal vez tenía que escuchar, tal vez a ella le había costado demasiado decírselo. Ruark lo debía saber. En el bosque Gwen había dicho que era amigo de ella, el único con quien podía hablar—. ¿Qué es lo que le ha contado?

—Tiene que ayudarla, Dirk t’Larien, de algún modo. No sé cómo, pero…

—¿…ayudarla a qué?

—A ser libre. A escapar.

Dirk depositó la copa sobre la mesita y se rascó la cabeza.

—¿De quién?

—De ellos. De los kavalares.

—¿Se refiere a Jaan? —exclamó Dirk frunciendo el ceño—. Los he conocido esta mañana, a él y a Janacek. Gwen está enamorada de Jaan. No comprendo.

Ruark rio, bebió un sorbo, rio otra vez. Vestía un conjunto de tres piezas con cuadros pardos y verdes alternados, como un traje de payaso. Y mientras barbotaba todos aquellos disparates, Dirk terminó por preguntarse si el ecólogo no era realmente un bufón.

—¿Enamorada, le dijo? ¿Usted está seguro? ¿De veras? —preguntó Ruark.

Dirk dudó. Trataba de recordar lo que Gwen le había dicho cuando conversaban a orillas del lago verde y sereno.

—No estoy seguro… Pero comentó algo por el estilo. Ella es… ¿Cómo se dice?

¿Betheyn? —sugirió Ruark.

—Sí —asintió Dirk—. Betheyn, esposa.

Ruark rio entre dientes.

—No. Craso error. Durante el viaje desde el espaciopuerto les escuché. Gwen le informó mal. Bueno, no exactamente, pero usted no comprendió. Betheyn no significa esposa. No hay peor mentira que una verdad a medias, ¿recuerda? ¿Qué cree usted que es teyn?

Recordaba la palabra. Teyn. La había oído hasta el cansancio en Worlorn.

—¿Amigo? —aventuró, sin conocer el significado.

—Betheyn está más cerca de esposa que teyn de amigo —dijo Ruark—. Conozca mejor los mundos exteriores, Dirk. No. Betheyn alude, en kavalar antiguo, a una mujer vinculada a un hombre, una esposa ligada por jade-y-plata. Ahora bien, en el jade-y-plata puede haber mucho afecto, mucho amor, sí. Pero, ¿sabe usted que la palabra que se usa para ese sentimiento, la palabra terrestre normal, no tiene equivalente en kavalar antiguo? Interesante, ¿no? ¿Cómo pueden amar si no tienen una palabra para expresarlo, amigo t’Larien?

Dirk no respondió. Ruark se encogió de hombros, bebió y continuó.

—Bien, no tiene importancia. Pero piénselo. He hablado de jade-y-plata, y es cierto que con frecuencia existe el amor en ese vínculo; amor de la betheyn a su altoseñor, a veces del altoseñor a la betheyn. O cierta atracción, si no amor. Pero no siempre. No necesariamente, ¿entiende?

Dirk meneó la cabeza.

—Los vínculos kavalares se rigen por el hábito y la obligación —dijo Ruark, inclinándose hacia adelante teatralmente—, y el amor es apenas un accidente. Gente violenta, se lo advertí. He leído historia, leyendas… Gwen conoció a Jaan en Avalon, sabe usted, y ella no leyó. No lo suficiente. Él era Jaan Vikary de Alto Kavalaan, ¿y qué era eso?, ¿algún planeta? Gwen nunca se enteró. De veras. De modo que la atracción que les unía, llámela amor, si lo prefiere, creció, y durmieron juntos, y él le ofreció el jade-y-plata forjado con su emblema. De pronto ella fue la betheyn de Jaan Vikary, la esposa betheyn. Es su cónyuge, sí. Su amante, y más. Su propiedad y su esclava, también. Y un presente. Es el presente que él tributó a la congregación de Jadehierro, pues con ella compró sus altonombres. Si él lo ordena, ella tiene que ser madre, quiéralo o no. Si Jaan muere en un duelo con un hombre de otro clan que no sea Jadehierro, un Braith o un Acerorrojo por ejemplo, Gwen pasa a manos de ese hombre como un botín, una propiedad… Y se convierte en su betheyn o bien, en caso de que el vencedor ya use jade-y-plata, en una simple eyn-kethy. Si Jaan muere de muerte natural o en un duelo con otro Jadehierro, Gwen pasa a manos de Garse. La voluntad de ella no cuenta para nada. ¿A quién le importa si ella le detesta? No a los kavalares. ¿Y cuando muera Garse? Bueno, cuando llegue ese momento, será una eyn-kethy, una nodriza del clan, degradada para siempre, a disposición de cualquiera de los kethi. Kethi significa aproximadamente 'hermanos de clan’, los hombres de la familia. La congregación de Jadehierro es una vasta familia integrada por miles y miles, y cualquiera puede poseer a una eyn-kethy. ¿Cómo llamó a Jaan? ¿Esposo? No. Carcelero. Tanto él como Garse son eso, carceleros. Carceleros que la aman, tal vez, si a usted le parece que semejante concepción puede conciliarse con nuestra idea de amor. Jaantony honra a nuestra Gwen, y le corresponde, pues ahora es alto-Jadehierro y ella es su betheyn, y en caso de que ella muera o le abandone, él será un fre-Jadehierro, un viejo ridículo y solitario, sin voz en el consejo. Pero él la esclaviza, no la ama. Y han pasado años desde Avalon, y Gwen tiene más años y experiencia y ahora sabe cómo son las cosas —pronunció estas últimas palabras con una furia entrecortada, apretando los labios.

Dirk titubeó.

—¿Entonces no la ama?

—Un altoseñor ama a su betheyn como usted ama lo que le pertenece. El jade-y-plata es un vínculo estrecho que nunca debe quebrarse, pero es un vínculo de posesión y obligación. No de amor. En todo caso, el amor de los kavalares se vuelca hacia el hermano elegido, el gemelo que es escudo y amigo y amante y compañero de armas, eternamente leal, el que trae el placer y recibe los golpes y ahuyenta el dolor, el vínculo de por vida.

Teyn —dijo Dirk, algo aturdido, tratando de ordenar las ideas.

¡Teyn! —convino Ruark—. Los kavalares, violentos como son, han escrito grandes poemas. Y en general celebran al teyn, el lazo de hierro-y-piedraviva. Nunca al de jade-y-plata.

Todo encajaba a la perfección.

—Usted dice que ella y Jaan no se aman, que Gwen es sólo una esclava —empezó Dirk—. Pero ella no se marcha…

—¿Marcharse? ¡Qué disparate! —la cara de Ruark se sonrojó—. La obligarían a volver. Un altoseñor debe conservar y proteger a su betheyn. Y matar a quien intentara robársela.

—Y me envió la joya…

—Gwen habla conmigo, y yo conozco el asunto. ¿Qué otra esperanza le queda? ¿Los kavalares? Jaantony ha matado dos veces en duelo. Ningún kavalar se atrevería a tocarla, y en todo caso, ¿de qué le serviría? ¿Yo? ¿Yo puedo ser una esperanza? —se recorrió el cuerpo con las manos afeminadas, desechándose con desprecio—. Usted t’Larien, usted es la esperanza de Gwen. Usted es su dueño. Usted, que la amó…

—Y todavía la amo… —se oyó decir Dirk con una voz que le sonaba remota.

—Bien, ¿sabe? Me parece que Gwen, aunque nunca se atrevería a decirlo… bueno, me da la impresión de que siente todavía lo mismo que antes. Lo que jamás llegó a sentir por Jaantony Riv Lobo alto-Jadehierro Vikary.

La bebida, aquel extraño vino verde, había afectado a Dirk más de lo que imaginara. Sólo una copa, apenas una de esas largas copas, y la habitación parecía girar a su alrededor y Dirk t’Larien se irguió con esfuerzo y oyó cosas imposibles, y empezó a maravillarse. Lo que decía Ruark no tenía sentido, pensó. Aunque en verdad tenía demasiado sentido. Realmente lo explicaba todo, y con absoluta claridad. Y también era absolutamente claro lo que Dirk tenía que hacer. ¿O no? La habitación oscilaba, se oscurecía e iluminaba en un parpadeo continuo, y Dirk en un momento estaba muy seguro y al siguiente no. ¿Qué tenía que hacer?

Algo, algo por Gwen. Tenía que descubrir la verdad del asunto, y después…

Se llevó la mano a la frente. Bajo los rizos de pelo castaño y entrecano tenía la cara perlada de sudor. Ruark se levantó de golpe, con una expresión de alarma.

—Oh, el vino le ha sentado mal —dijo el kimdissi—. ¡Si seré tonto! Es culpa mía. Vino de Kimdiss y estómago de Avalon, eso es. La comida le ayudará, ¿sabe? Comida —se escabulló rozando la planta al pasar, de manera que cuando salió, las lanzas negras se agitaron y bailotearon a sus espaldas.

Dirk permaneció sentado, muy tieso. A lo lejos oyó el retintín de fuentes y tazones, pero no les prestó atención. Sin dejar de sudar, arrugaba la frente para pensar, y pensar le resultaba extrañamente difícil. La lógica parecía escapársele, y las cosas más nítidas se desvanecían en cuanto las aferraba. Tiritó mientras sueños yertos despertaban a una nueva vida, mientras los bosques de estranguladores se marchitaban en su mente y la Rueda ardía inclemente sobre los recién florecidos bosques del mediodía de Worlorn. El podía lograr que se produjera, forzarlo, despertarlo, poner fin al prolongado atardecer y tener a Jenny, su Ginebra, para siempre a su lado. Sí. ¡Sí!

Cuando Ruark regresó con tenedores y cuencos de queso suave y tubérculos rojos y carne caliente, Dirk ya había recobrado la serenidad. Tomó los cuencos y comió en una especie de trance mientras su anfitrión seguía parloteando. Mañana, se prometió. Les vería durante el desayuno y les hablaría. Aprendería las verdades que pudiera. Luego podría actuar. Mañana.

—…no pretendo insultarte —estaba diciendo Vikary—. No eres nada tonto, Lorimaar, pero creo que en esto actúas tontamente.

Dirk se detuvo en el umbral, y la pesada puerta de madera que acababa de abrir espontáneamente osciló delante de él. Todos se volvieron para contemplarle, cuatro pares de ojos, Vikary en último término. Pero no antes de haber completado la frase. La noche anterior, cuando se despedían, Gwen le había dicho que subiera a desayunar (sólo él, pues Ruark y los kavalares preferían verse lo menos posible), y ésta era la hora apropiada: poco después del alba. Pero Dirk se topó con una escena imprevista.

Había cuatro personas en el cavernoso salón. Gwen, con el cabello desgreñado y los ojos somnolientos, estaba sentada en el borde del diván de cuero y madera que había frente al hogar y a las gárgolas que lo custodiaban. Garse estaba de pie detrás de ella, los brazos cruzados y el ceño fruncido, en tanto que Vikary y un visitante estaban frente a frente junto a la repisa. Los tres hombres iban vestidos formalmente y armados. Janacek calzaba botas altas y vestía un blusón gris de cuello alto con la pechera adornada por una doble fila de botones de hierro negro. La manga derecha del blusón estaba cortada para exhibir el pesado brazalete de hierro con el fulgor pálido de las piedravivas. Vikary también vestía de gris, pero sin los botones; el frente de la camisa era una V cuyo vértice casi tocaba el cinturón, y sobre el vello del pecho pendía un medallón de jade sujeto a una cadena de hierro.

El visitante fue el primero en interpelar a Dirk. Estaba de espaldas a la puerta, pero se volvió en cuanto los demás alzaron la vista, y frunció el entrecejo. A Vikary y Janacek les llevaba una cabeza, de modo que la diferencia de altura con Dirk era notoria, pese a la distancia de varios metros que les separaba. La tez era castaño oscura y contrastaba con el traje blanco que usaba bajo los pliegues de una capa corta y violeta. La melena gris, veteada de blanco, le cubría los anchos hombros, y los ojos, piedras de obsidiana incrustadas en un rostro pardo y entrecruzado de arrugas, no eran amigables. Tampoco la voz. Le echó una rápida mirada a Dirk y luego dijo, con toda naturalidad:

—Fuera de aquí.

—¿Qué? —era la réplica más estúpida que pudo ocurrírsele, pensó Dirk en el momento de pronunciarla. Pero fue lo único que le vino a la mente.

—He dicho fuera de aquí —repitió el gigante de blanco. Como Vikary, tenía los antebrazos desnudos para lucir los brazaletes; el jade-y-plata en el izquierdo y el hierro-y-fuego en el derecho. Pero los diseños e incrustaciones de los brazaletes del desconocido eran muy diferentes. Lo único exactamente igual era el arma que llevaba en la cadera.

Vikary se cruzó de brazos, imitando a Janacek.

—Esta es mi casa, Lorimaar alto-Braith. No tienes derecho a tratar con rudeza a mis invitados.

—Y sobre todo cuando nadie te ha invitado a ti, Braith —añadió Janacek con una sonrisa tenue e insidiosa.

Vikary miró a su teyn por encima del hombro y sacudió enérgicamente la cabeza.

No. Pero, ¿a qué no? se preguntó Dirk.

—Vengo a ti en altopleito, Jaantony alto-Jadehierro, dispuesto a una conversación muy seria —gruñó el kavalar de traje blanco—. ¿Tenemos que hablar delante de un forastero? —le echó otra ojeada a Dirk, sin dejar de fruncir el ceño, altivo pero herido—. Un Cuasi-hombre, por lo que parece…

Vikary respondió con voz serena pero firme:

—Nuestra conversación ha concluido, amigo. Ya te he dado mi respuesta. Mi betheyn cuenta con mi protección, y el kimdissi, y también este hombre —señaló a Dirk con un ademán, luego volvió a cruzarse de brazos—. Si te llevas a cualquiera de ellos, prepárate para llevarme también a mí.

—Además no es un Cuasi-hombre —terció el sonriente Janacek—. Es Dirk t’Larien, korariel de Jadehierro, te guste o no —Janacek se volvió ligeramente hacia Dirk y señaló al forastero de blanco—. Te presento a Lorimaar Rein Zorro-Invernal alto-Braith Arkellor, t’Larien.

—Un vecino nuestro —dijo Gwen desde el diván, hablando por primera vez—. También vive en Larteyn.

—Lejos de vosotros, Jadehierro —dijo el otro kavalar, nada feliz con la respuesta; profundas arrugas le surcaban el rostro, sus ojos negros se detuvieron en cada uno de ellos con un fulgor glacial antes de volverse hacia Vikary.

—Eres más joven que yo, Jaantony Jadehierro, y tu teyn es aún más joven, por lo que no es mi voluntad enfrentarme a ti y a los tuyos en duelo. Pero el honor tiene sus exigencias, como ambos sabemos, y es mejor no forzar las cosas. Los jóvenes altoseñores tienen por costumbre rozar peligrosamente el límite, me temo. Y sobre todo los altoseñores de Jadehierro, y…

—…sobre todo yo, entre los altoseñores de Jadehierro —dijo Vikary, completando la frase.

Arkellor meneó la cabeza.

—Cuando yo era apenas un niño de pecho en el clan de Braith, bastaba una interrupción como esta para provocar un duelo. Sin duda los tiempos han cambiado. Los hombres de Alto Kavalaan se vuelven blandos, a mi juicio.

—¿Crees que soy blando? —preguntó Vikary sin alterarse.

—Sí y no, alto-Jadehierro. Eres extraño. Tienes cierta reciedumbre que nadie puede negar, y te aplaudo. Pero Avalon te ha contaminado un poco, acercándote a los débiles y los necios. No me gusta tu perra-betheyn, y no me gustan tus 'amigos’. Ojalá yo fuera más joven. Vendría a ti furibundo para enseñarte de nuevo la vieja sabiduría del clan, las cosas que olvidas tan fácilmente.

—¿Nos estás retando a duelo? —preguntó Janacek—. Tus palabras son fuertes.

Vikary separó los brazos y trazó un ademán conciliatorio.

—No, Garse. Lorimaar alto-Braith no nos está retando a duelo, ¿verdad, amigo altoseñor? ¿O me estaré equivocando?

La respuesta de Arkellor tardó en llegar.

—No —dijo—. No, Jaantony alto-Jadehierro, no es un insulto.

—Ni lo tomo como tal —dijo Vikary con una sonrisa.

El altoseñor Braith no sonrió.

—Buena suerte —dijo a regañadientes, y caminó hacia la puerta a grandes trancos, deteniéndose sólo mientras Dirk se apresuraba a cederle el paso; luego salió y subió a las escaleras de la azotea, la puerta se cerró a sus espaldas.

Dirk avanzó hacia los demás, pero la escena ya se disolvía. Janacek, sacudiendo la cabeza como con resignación, giró sobre los talones y se metió en otro cuarto. Gwen se levantó, pálida y estremecida, y Vikary se dirigió a Dirk.

—Lamento que haya presenciado esto —dijo el kavalar—. Pero tal vez le aclare ciertas cosas. Así y todo, no dejo de lamentarlo. No me gustaría que se forme de Alto Kavalaan la misma opinión que los kimdissi.

—No he entendido nada —dijo Dirk—. ¿De qué estaba hablando?

—Ah, de muchas cosas. Le explicaré —Vikary le apoyó el brazo en el hombro y le guió hacia el comedor, seguido por Gwen—. Pero le anuncio que hay algo más que debo lamentar: el desayuno que le hemos prometido aún no está preparado —sonrió.

Entraron en el comedor y se sentaron. Gwen seguía preocupada y en silencio.

—Puedo esperar… ¿Cómo me llamó Garse? Kora-algo… ¿Qué quiere decir? —preguntó Dirk.

Vikary pareció titubear.

—La palabra es korariel. Es un vocablo del kavalar antiguo. Sus significados han variado con los siglos. Hoy, y en este lugar, cuando lo empleamos Garse o yo, significa protegido. Protegido por nosotros, por Jadehierro.

—Eso es lo que te gustaría que significara, Jaan —dijo Gwen con voz crispada y furiosa—. ¡Dile qué significa en realidad!

Dirk esperó. Vikary se cruzó de brazos y estudió a ambos con la mirada.

—De acuerdo, Gwen, si es tu deseo —se volvió a Dirk—. El significado más propio, el más antiguo, es propiedad bajo protección. Sólo espero que usted no lo tome como una ofensa. No es esa la intención. Korariel es un término que designa a las personas que no forman parte de un clan pero sin embargo gozan de protección y respeto.

Dirk recordó lo que Ruark le había contado la noche anterior, las palabras brumosamente percibidas a través de los efectos del vino verde. Una sensación de furia empezó a sofocarle, y luchó por reprimirla.

—No estoy acostumbrado a ser propiedad de nadie —dijo con acritud—, por mucho que me respeten. ¿Y de quién se supone que me protegen?

—De Lorimaar y su teyn Saanel —dijo Vikary al tiempo que se inclinaba sobre la mesa para aferrar vigorosamente el brazo de Dirk—. Garse quizá se apresuró a emplear esa palabra, t’Larien. Pero a él sin duda le pareció adecuada en ese momento. Una vieja palabra para un viejo concepto. Un error que reconozco. Un error por cuanto usted es humano, una persona, y no es propiedad de nadie. Y sin embargo era la palabra indicada frente a Lorimaar alto-Braith, que apenas entiende algo al margen de esos conceptos. Si a usted le molesta tanto como sé que le molesta a Gwen, en ese caso lamento muchísimo que mi teyn la haya empleado.

—Bueno —dijo Dirk, tratando de ser razonable—. Le agradezco a usted las disculpas, pero eso no es suficiente. Todavía no sé lo que ocurre. ¿Quién era Lorimaar? ¿Qué quería? ¿Y por qué tienen que protegerme de él?

Vikary suspiró y soltó el brazo de Dirk.

—No son preguntas fáciles de responder. Tendría que contarle la historia de mi pueblo, lo poco que sé y lo mucho que he conjeturado —se volvió hacia Gwen—. Podemos comer mientras charlamos, si nadie se opone. ¿Traes la comida?

Gwen asintió y se fue. Al cabo de unos minutos regresó con una amplia bandeja rebosante de pan negro, tres variedades de quesos y huevos duros de cáscara lustrosa y azul. Y cerveza, naturalmente. Vikary se inclinó hacia adelante, acodándose en la mesa. Habló mientras los demás comían.

—Alto Kavalaan ha sido un mundo violento —dijo—. Con la sola excepción de Colonia Olvidada, es el más antiguo de los mundos exteriores, y sus largas historias son historias de batallas. Lamentablemente, esas historias son en gran parte invención y leyenda, plagadas de mentiras etnocéntricas. Y sin embargo se creyó en ellas hasta el momento en que regresaron las naves estelares, después del interregno.

»En los clanes de la Congregación de Jadehierro, por ejemplo, se enseñaba a los niños que el universo sólo tiene treinta estrellas, y que Alto Kavalaan es el centro. La humanidad se originó allí, cuando Kay Herrero y su teyn Roldan Jade-Lobo nacieron de la cópula de un volcán y una tormenta. Humeantes, salieron de los labios del volcán a un mundo infestado de monstruos y demonios, y durante muchos años vagabundearon de un lado al otro, y protagonizaron diversas aventuras. Finalmente se toparon con una profunda caverna al pie de una montaña, y en su interior encontraron una docena de mujeres, las primeras mujeres del mundo. Las mujeres se negaban a salir por miedo a los demonios. De modo que Kay y Roldan se quedaron, las tomaron por la fuerza y las hicieron eyn-kethy. La caverna fue el clan de los dos teyn, las mujeres les dieron muchos hijos varones y así se inició la civilización kavalar.

»La evolución no fue nada fácil, de acuerdo con las historias. Los niños nacidos de las eyn-kethy eran de la simiente de Kay y Roldan, fogosos, irritables y autoritarios. Hubo muchas disputas. Uno de los hijos, el maligno y artero Juan Negro-Carbón, solía matar a sus kethi, sus hermanos de clan, a los que envidiaba por ser mejores cazadores. Luego, con la esperanza de asimilar parte de la fuerza y la habilidad de los hermanos, devoraba los cadáveres. Roldan le sorprendió en medio de uno de esos festines y persiguió al hijo por los montes, azotándole con un enorme mangual. Juan no regresó a Jadehierro, pero se instaló por cuenta propia en una mina de carbón y tomó como teyn a un demonio. Ese fue el origen de los altoseñores caníbales de las Moradas del Carbón Profundo.

»Otros clanes se fundaron de modo similar, aunque las historias de Jadehierro simpatizan mucho más con los otros rebeldes que con Juan Negro-Carbón. Roldan y Kay eran jefes severos, difíciles de conformar. Shan el Espadachín, por ejemplo, era un joven bondadoso y fuerte que se marchó con su teyn y su betheyn tras de un violento enfrentamiento con Kay, que no respetaba su jade-y-plata. Shan fue el fundador de la Confraternidad de Shanagato. Jadehierro siempre les ha reconocido una ascendencia totalmente humana, y lo mismo ocurrió con casi todos los grandes clanes. Los que se extinguieron, como el de las Moradas del Carbón Profundo, fueron menos afortunados en las leyendas.

»Esas leyendas son muy extensas, y muchas ayudan a comprender ciertas costumbres. Está la historia del kethi desobediente, por ejemplo. El primer Jadehierro supo que el único hogar adecuado para el hombre eran las profundidades rocosas, una grieta en la piedra, una caverna o una mina. Pero quienes llegaron más tarde no compartieron esa opinión; las llanuras, abiertas e invitantes, seducían a esos ingenuos. Así que se marcharon, con eyn-kethy e hijos, y levantaron altas ciudades. Fue una insensatez. Del cielo llovieron llamas destructoras que derritieron y calcinaron las torres que habían erigido, quemando a los hombres de las ciudades y obligando a los sobrevivientes a refugiarse bajo tierra, donde el fuego no podía alcanzarles. Y cuando las eyn-kethy les dieron hijos, éstos eran demonios y no hombres. A veces salían del vientre materno soltando dentelladas.

Vikary se interrumpió y bebió un sorbo de cerveza. Dirk, que casi había terminado de desayunar, empujó unos restos de queso en el plato y frunció el ceño.

—Todo esto es fascinante —dijo—, pero temo no entender por qué me lo cuenta.

Vikary bebió otra vez y mordisqueó un poco de queso.

—Tenga paciencia —dijo.

—Dirk —dijo Gwen con sequedad—, las historias de los cuatro clanes-coaliciones que han sobrevivido difieren en muchos puntos, pero hay dos grandes acontecimientos en los que concuerdan. Son el basamento del mito kavalar. Todos tienen una versión de esa última historia…, el incendio de las ciudades; se le llama el Tiempo del Fuego y los Demonios. Una historia más tardía, la Plaga Dolorosa, también es repetida casi textualmente en cada clan.

—Es cierto —dijo Vikary—. Esas historias son los únicos relatos de los tiempos antiguos con que conté para mi trabajo. Cuando yo nací, ningún kavalar en su sano juicio creía en ellas.

Gwen carraspeó cortésmente. Vikary la miró de reojo y sonrió.

—Sí, Gwen me corrige —dijo—. Pocos kavalares en su sano juicio creían en ellas —prosiguió—. Pero quienes dudaban no tenían otra creencia, ninguna otra verdad que pudieran profesar. A la mayoría no le importaba demasiado. Cuando se reiniciaron los viajes estelares y los lobunos y toberianos, y más tarde los kimdissi, vinieron a Alto Kavalaan, nos encontraron ávidos de aprender las artes perdidas de la tecnología, y eso fue lo que nos enseñaron a cambio de nuestras gemas y metales pesados. Pronto tuvimos naves estelares, pero carecíamos de historia —sonrió—. Las verdades de que disponemos hoy las descubrí yo cuando estudiaba en Avalon. Era poco, pero suficiente. En los grandes bancos de memoria de la Academia encontré datos acerca de la primera colonización de Alto Kavalaan.

»Fue casi a fines de la Doble Guerra. Un grupo de colonos partió de Tara en busca de un mundo más allá del Velo del Tentador, donde esperaban estar a salvo de los hranganos y las razas esclavas de los hranganos. Las computadoras indicaban que, en efecto, estuvieron a salvo por un tiempo. Descubrieron un planeta inhóspito y extraño, pero rico. Y pronto fundaron una próspera colonia que se dedicaba a la minería. Hay testimonios de intercambio comercial entre Tara y la colonia durante veinte años; después, ese planeta desapareció bruscamente de la historia humana. En Tara apenas lo advirtieron. Eran los años más cruentos de la guerra.

—Y usted piensa que el planeta era Alto Kavalaan, ¿no es cierto? —preguntó Dirk.

—Es un hecho —replicó Vikary—. Las coordenadas se corresponden, y también otros datos fascinantes. Por ejemplo, la colonia se llamaba Cavanaugh. Y más interesante, tal vez: quien comandaba la primera expedición era una tal Kay Smith, capitana de una nave estelar. Una mujer.

Gwen sonrió.

—También hice otro descubrimiento —continuó Vikary—, aunque por pura casualidad. Usted recordará que la mayor parte de los mundos exteriores no participó en la Doble Guerra. Las civilizaciones del Confín son hijas del colapso, o de un período más tardío aún. Ningún kavalar había visto jamás un hrangano, y mucho menos a un integrante de las diversas razas esclavas. Yo tampoco, hasta que fui a Avalon y me interesé en los aspectos más amplios de la historia humana. Luego, en un relato del conflicto en las ruindas, vi ilustraciones de los varios esclavos semiconscientes que los hranganos usaban como fuerza de choque en mundos que no juzgaban dignos de intervención directa. Usted, siendo hombre de las ruindas, sin duda conoce estas razas extrañas, Dirk. Los nocturnos hruun, guerreros muy fuertes y salvajes aptos para luchar en atmósferas de gravedad pesada y dotados de visibilidad infrarroja. Los dactiloides alados, llamados así por un casual parecido con un animal de la prehistoria humana. Y lo peor, los githyanki, los sorbealmas, con sus terribles poderes psi.

—He visto un par de hruuns en mis viajes —asintió Dirk—. Las otras razas están casi totalmente extinguidas, ¿verdad?

—Tal vez —dijo Vikary—. Me detuve mucho tiempo en las ilustraciones que había descubierto; las contemplé una y otra vez, había en ellas algo profundamente perturbador. Finalmente, descubrí la verdad: los hruun, los dactiloides, los githyanki…, todos, guardaban una vaga semejanza con las gárgolas que custodian la entrada de todo clan kavalar. ¡Eran los demonios de nuestros ciclos míticos, Dirk!

Vikary se levantó y sin interrumpirse se echó a caminar de un lado a otro de la habitación. La voz era regular y contenida, y sólo el acto de caminar evidenciaba la vehemencia del historiador.

—Cuando Gwen y yo regresamos a Jadehierro expuse mi teoría, basada en las viejas leyendas, el ciclo del Cantar de los Demonios del gran poeta aventurero Jamis-León Taal y los datos encontrados en la Academia. La someto al juicio de usted. La colonia Cavanaugh se yergue en el planeta, con ciudades en las llanuras y excavaciones mineras. Los hranganos vuelan las ciudades con un bombardeo nuclear. Los sobrevivientes sólo pueden subsistir en profundos refugios y en las minas del desierto. Para adueñarse del planeta, los hranganos también desembarcan contingentes de esclavos. Luego parten y no regresan hasta un siglo más tarde. Las minas se transforman en los primeros clanes; luego se construyeron otros, cavados en la roca viva. Desaparecidas las ciudades, los mineros vuelven a un nivel tecnológico más primitivo, y pronto fundan una cultura rígida, marcada por las necesidades de la supervivencia. Una generación tras de otra guerrea contra las razas esclavas y también entre ellos mismos. Simultáneamente, bajo las ruinas radiactivas de las ciudades se inician mutaciones humanas…

Ahora fue Dirk quien se levantó.

—Jaan —dijo.

Vikary dejó de caminar, se volvió, arrugó el entrecejo.

—Ya he tenido demasiada paciencia —dijo Dirk—. Entiendo que todo esto es de suma importancia para usted. Es su trabajo. Pero quiero algunas respuestas, y las quiero ahora —levantó la mano para enumerar las preguntas con los dedos—. ¿Quién es Lorimaar? ¿Qué quería? ¿Por qué tiene que protegerme de él?

Gwen también se levantó.

—Dirk —dijo—, Jaan sólo quiere darte la información necesaria para que comprendas. No seas tan…

—¡No! No, t’Larien está en lo cierto —Vikary la silenció con un ademán—. Cuando hablo de todo esto me entusiasmo demasiado —se volvió hacia Dirk—. Le daré una respuesta directa, pues. Lorimaar es un kavalar muy tradicionalista, hasta tal punto que resulta anacrónico incluso en Alto Kavalaan. Es una criatura de otra época. ¿Se acuerda de ayer por la mañana, cuando le di a usted el broche, y cuando Garse y yo demostramos preocupación por la seguridad de ustedes al oscurecer?

Dirk asintió. Alzó la mano y se tocó el pequeño broche cuidadosamente sujeto al cuello.

—Sí.

—Lorimaar alto-Braith y otros como él eran la causa de nuestra preocupación, t’Larien. Las razones no son fáciles de explicar.

—Permíteme —dijo Gwen—. Escucha Dirk; los altoseñores kavalares, la gente de los clanes, siempre se respetaron recíprocamente a través de los siglos… Sí, luchaban y guerreaban, y más de veinte clanes y coaliciones fueron arrasadas totalmente, hasta el punto de que sólo han sobrevivido los cuatro grandes clanes de los tiempos modernos. No obstante, se reconocían unos a otros como humanos, y se sometían a las reglas de la altaguerra y el código de honor kavalar. Pero verás… Hubo otra gente, la que vivía bajo las ciudades arrasadas; granjeros. Son sólo conjeturas, mías y de Jaan, pero lo cierto es que esa gente existió; supervivientes al margen de las minas, que se transformaron en clanes; supervivientes a los que los altoseñores no reconocían como humanos. Jaan omitió ciertos detalles en toda esta historia, como ves… Oh, no te pongas así. Ya sé que era larga, pero era importante. ¿Recuerdas lo de las razas esclavas que se correspondían con los tres demonios del mito kavalar? Bien, el único problema es que sólo existen tres razas esclavas de los hranganos, pero hay cuatro clases de demonios. Los peores, los más malignos, eran los Cuasi-hombres.

Dirk frunció el ceño.

—Cuasi-hombre. Lorimaar me llamó Cuasi-hombre. Pensé que era más o menos lo mismo que no-hombre.

—No —dijo Gwen—. No-hombre es un vocablo común. Cuasi-hombre sólo se usa en Alto Kavalaan. La leyenda dice que eran hipócritas, taimados y mentirosos. Pueden adoptar cualquier forma, pero con más frecuencia la de los hombres, y tratan de infiltrarse en los clanes. Una vez adentro, disfrazados de humanos, pueden atacar y matar en secreto.

»Los otros supervivientes, los granjeros y las familias montañesas, los mutantes y los infortunados, los otros humanos de Cavanaugh, esos eran los Cuasi-hombres, la raza marginada. No se les permitía rendirse, ni se les aplicaban las normas de la altaguerra. Los kavalares los exterminaron pues no les consideraban seres humanos sino bestias extrañas. Siglos después, los que quedaban eran cazados por deporte. Los hombres de los clanes siempre cazaban en pareja; teyn-y-teyn, para que al regresar cada cual pudiera dar cuenta de la valentía del compañero.

Dirk estaba azorado.

—¿Esas costumbres han subsistido?

Gwen se encogió de hombros.

—Muy poco. Los kavalares modernos admiten los pecados de su historia. Aun antes de la llegada de las naves estelares, las congregaciones de Jadehierro y Acerorrojo, las coaliciones más progresistas, habían prohibido la captura de Cuasi-hombres. Los cazadores tenían una costumbre; cuando por algún motivo no querían matar a un Cuasi-hombre de inmediato pero deseaban que más tarde el prisionero fuera presa personal, lo nombraban korariel, y nadie más podía tocarlo bajo pena de duelo. Los kethi de Jadehierro y Acerorrojo salían y capturaban a todos los Cuasi-hombres que podían, recluyéndolos en aldeas y tratando de arrancarlos del salvajismo para devolverles la civilización que habían perdido. A los que apresaban los llamaban korariel. Esto ocasionó una breve altaguerra entre Jadehierro y Shanagato. Jadehierro ganó y korariel adquirió un nuevo significado: propiedad bajo protección.

—¿Y Lorimaar? —preguntó Dirk—. ¿Cómo se relaciona con todo esto?

Ella sonrió con perfidia, y por un momento le trajo a Dirk el recuerdo de Janacek.

—En toda cultura siempre quedan unos fanáticos, creyentes sinceros y tradicionalistas. Braith es la coalición más conservadora, y Jaan calcula que una décima parte sigue creyendo en los Cuasi-hombres. La mayoría son cazadores, gente que quiere creer, y casi todos de Braith. Lorimaar y su teyn, y un puñado de kethi, vinieron aquí a cazar. La salvajina es más variada que en Alto Kavalaan, y nadie impone leyes restrictivas. En realidad, no hay leyes. Los pactos del Festival caducaron hace tiempo. Lorimaar puede matar a cuanta criatura se le antoje.

—Humanos incluidos —aclaró Dirk.

—Siempre y cuando encuentren alguno —dijo Gwen—. Larteyn tiene veinte habitantes, creo… Veintiuno, contigo. Nosotros, un poeta llamado Kirark Acerorrojo Cavis, que vive en una vieja torre, y un par de legítimos cazadores de Shanagato. El resto, son de Braith; a la caza de Cuasi-hombres… Y de otras víctimas, cuando no encuentran Cuasi-hombres. Casi todos pertenecen a la generación anterior a la de Jaan, y son muy sanguinarios. Salvo por las historias que han oído en sus clanes, y tal vez por alguna que otra cacería humana al margen de la ley en las colinas de Lameraan, lo único que conocen de las antiguas cacerías son las leyendas. Y todos estallan de tradición y frustración —sonrió.

—¿Pero todo sigue así? ¿Nadie hace nada?

Jaan Vikary se cruzó de brazos.

—Tengo que confesarle algo, t’Larien —dijo gravemente—. Ayer, Garse y yo le mentimos cuando usted nos preguntó a qué habíamos venido. En verdad, quien mintió fui yo. Garse al menos le dijo parte de la verdad: tenemos que proteger a Gwen. Ella pertenece a otro mundo, no es kavalar, y los Braith se complacerían en matarla como a un Cuasi-hombre si no la amparara Jadehierro. Lo mismo ocurre con Arkin Ruark, que no sabe nada de esto, ni siquiera que tiene nuestra protección. Pero la tiene. También él es korariel de Jadehierro.

»Sin embargo, no es ése el único motivo que nos trajo aquí. Era vital que yo abandonara Alto Kavalaan cuando lo hice. Cuando asumí mis altonombres y publiqué mis teorías me convertí en un personaje muy poderoso y célebre en el consejo de altoseñores, y también muy odiado. Mi tesis de que Kay Herrero era una mujer fue para muchos algo así como un insulto personal a sus convicciones religiosas. Por esa sola causa me retaron seis veces. En el último duelo Garse mató a un hombre, y yo herí al teyn tan gravemente que nunca volverá a caminar. No quise prolongar esa situación, en Worlorn no parecía haber enemigos. Fue por sugerencia mía que el consejo de Jadehierro envió a Gwen a su misión ecológica.

»Pero al mismo tiempo me enteré de las actividades de Lorimaar. Ya había logrado su primer trofeo. La noticia había llegado a los Braith y de ellos pasó a nosotros. Garse y yo discutimos el asunto y decidimos detener a Lorimaar. La situación es extremadamente explosiva. Si los kimdissi se enteraran de que los kavalares han vuelto a cazar Cuasi-hombres, no tardarían en difundir la noticia por todos los mundos exteriores. Como usted sabrá, eso no afectaría demasiado las relaciones entre Kimdiss y Alto Kavalaan. No tememos a los kimdissi como tales, que profesan una religión y una filosofía tan no-violentas como las de los emereli. Otros mundos del Confín son más peligrosos. Los lobunos suelen viajar de un lado al otro; los toberianos podrían anular los tratados comerciales si supieran que los kavalares les cazan a los turistas rezagados. No sería improbable que Avalon mismo se pusiera contra nosotros, si la noticia se propagase más allá del Velo, y entonces seríamos expulsados de la Academia. No se puede correr estos riesgos. Lorimaar y sus secuaces no les dan importancia, y los consejeros de los clanes no pueden hacer nada. Aquí carecen de autoridad, y sólo los Jadehierro tienen una mínima preocupación por lo que sucede a años-luz de distancia en un mundo que agoniza. De modo que Garse y yo estamos solos contra los cazadores de Braith.

»Hasta ahora no ha habido enfrentamientos directos. Viajamos tanto como podemos, visitando las ciudades en busca de los que se quedaron en Worlorn. A los que encontramos les nombramos korariel. Sólo hemos encontrado unos pocos… Un niño salvaje perdido durante el Festival, unos pocos lobunos que permanecían en la ciudad de Haapala, un cazador de cuernohierros de Tara. A cada uno le di un objeto en prenda de mi estima —sonrió—…un pequeño broche de hierro negro con forma de banshi. Es una señal para todo cazador que se acerque demasiado. Tocar a cualquiera de los que usan el broche, a uno de mis korariel, equivaldría a retarme a duelo. Lorimaar puede gruñir y protestar, pero no está dispuesto a desafiarnos: moriría.

—Ya veo —dijo Dirk, al tiempo que se llevaba la mano al cuello para quitarse el pequeño broche de hierro y arrojarlo sobre la mesa entre los restos del desayuno—. Bueno, es precioso pero se lo devuelvo. No soy propiedad de nadie. Hace tiempo que sé cuidarme solo, y puedo seguir haciéndolo.

Vikary frunció el ceño.

—Gwen —dijo—, ¿no puedes convencerle de que sería más seguro que…

—No —dijo ella con aspereza—. Aprecio tu actitud, Jaan. Lo sabes. Pero entiendo los sentimientos de Dirk. A mí tampoco me gusta que me protejan, y me niego a que me consideren una propiedad —el tono era tajante, decisivo.

Vikary les miró consternado.

—Muy bien —dijo, y recogió el broche de Dirk—. Debo decirle algo, t’Larien. Si hasta ahora hemos tenido más suerte que los Braith para encontrar gente, es simplemente porque nosotros registramos las ciudades mientras que ellos merodean por parajes selváticos, lamentablemente esclavizados por viejas costumbres. Rara vez encuentran a nadie en las selvas. Hasta ahora no tenían idea de lo que hacíamos Garse y yo. Pero esta mañana Lorimaar alto-Braith ha venido a quejarse ante mí porque el día anterior se había topado con una presa mientras iba de caza con su teyn y algo le impidió perseguirla.

»La presa que buscaba era un hombre que volaba a solas en un aeropatín, sobre las montañas —exhibió el broche con forma de banshi—. Sin esto, Lorimaar le habría obligado a usted a bajar o le habría derribado, para luego darle caza y matarle —se guardó el broche en el bolsillo, clavó en Dirk una significativa mirada y se marchó.