Quinn se responsabilizó de la limpieza con la autoridad y la seguridad de quien ya ha supervisado antes ese tipo de cosas. Pese a que la conmoción me había dejado apagada y embotada, me di cuenta de que daba indicaciones claras y concisas para la eliminación del material relacionado con las pruebas. Los miembros de la manada desmantelaron la jaula en secciones y desmontaron la zona de la prueba de agilidad con rápida eficiencia. Una cuadrilla de limpieza se encargó de eliminar la sangre y otros desechos.
El edificio quedó enseguida vacío, salvo por la gente. Patrick Fuman había recuperado su forma humana y la doctora Ludwig se ocupaba de sus múltiples heridas. Me alegré de cada una de ellas. Pero la manada había aceptado la elección de Fuman. Si ellos no protestaban por aquella brutalidad innecesaria, tampoco podía hacerlo yo.
María Estrella Cooper, una joven mujer lobo a quien conocía someramente, estaba consolando a Alcide.
María Estrella lo abrazaba y le acariciaba la espalda, mostrándole su apoyo como muestra de cercanía. No hizo falta que Alcide me dijera que, para esta ocasión, prefería el apoyo de uno de los suyos al mío. Había ido a abrazarlo, pero cuando me acerqué a él y nuestras miradas se cruzaron, me di cuenta de ello. Dolía, y dolía mucho; pero hoy no era día para pensar en mí y mis sentimientos.
Claudine lloraba en brazos de su hermano.
—Es tan sensible… —le susurré a Claude, sintiéndome algo abochornada por no estar yo también llorando. Quien me preocupaba era Alcide; a Jackson Herveaux yo apenas lo había conocido.
—Superó la segunda guerra de los elfos en Iowa luchando con los mejores de ellos —dijo Claude, moviendo de un lado a otro la cabeza—. He visto cómo un trasgo decapitado le sacaba la lengua y ella se echaba a reír. Pero cuanto más se acerca a la luz, más sensible se vuelve.
Aquello me dejó muda. No me apetecía pedir explicaciones de más reglas misteriosas sobrenaturales. Ya había tenido más que suficiente en lo que iba de día.
Ahora que todo estaba despejado (incluyendo el cuerpo de Jackson, que la doctora Ludwig se había llevado a alguna parte para transformarlo de nuevo en humano, para que la historia en torno a su muerte resultara más creíble), los miembros de la manada se reunieron delante de Patrick Furnan, que aún no se había vestido. A juzgar por su cuerpo, la victoria lo había hecho sentirse más hombre. Qué asco.
Estaba de pie sobre una manta; era una manta de cuadros roja, de esas que a veces te llevas para cubrirte cuando vas a ver un encuentro de fútbol americano. Noté un temblor nervioso en los labios, pero recuperé por completo la sensatez cuando vi que la esposa del nuevo líder de la manada se acercaba a él con una joven, una chica de pelo castaño que no tendría ni veinte años. La chica iba tan desnuda como el líder de la manada, pero su aspecto era mucho más agradable que el de él.
¿Qué demonios…?
De pronto recordé la última parte de la ceremonia y me di cuenta de que Patrick Fuman iba a beneficiarse de aquella chica delante de todos nosotros. No estaba dispuesta a presenciarlo. Intenté dar media vuelta para largarme de allí. Pero Claude me habló entre dientes.
—No puedes irte. —Me tapó la boca y me cogió para arrastrarme hacia la parte posterior del público. Claudine vino con nosotros y se situó delante de mí para que no pudiera ver. Emití un grito de rabia que la mano de Claude reprimió.
—Calla —dijo Claude, en un tono de voz tremendamente sincero—. Acabarás metiéndonos en problemas. Si con esto te sientes mejor, te diré que se trata de una tradición. Que la chica se ha prestado voluntariamente a ello. Después de esto, Patrick volverá a ser un marido fiel. Pero ha tenido ya su carnada con su esposa y tiene que realizar el gesto ceremonial de engendrar otra. Te guste o no te guste, tiene que hacerlo.
Cerré los ojos y me sentí agradecida cuando Claudine se volvió hacia mí y me tapó los oídos con sus manos mojadas por las lágrimas. Una vez que el asunto concluyó, el público gritó alborozado. Los gemelos se relajaron y me dejaron libre. No vi qué había sido de la chica. Fuman permanecía desnudo, y mientras se mantuviera en el estado tranquilo en que ahora estaba, mejor para mí.
Para confirmar su estatus, el nuevo líder de la manada empezó a recibir el juramento de sus lobos. Después de un instante de observación, supuse que estaban desfilando en orden de edad, primero los más mayores y luego los jóvenes. Cada hombre lobo lamía el dorso de la mano de Patrick Furnan y exponía su cuello para cerrar el ritual. Cuando le tocó el turno a Alcide, me di cuenta de pronto de que el desastre podía ser aún mayor.
Contuve la respiración.
Y el profundo silencio reinante me dio a entender que no era la única que lo hacía.
Después de un largo momento de duda, Furnan se inclinó y posó los dientes en el cuello de Alcide; abrí la boca dispuesta a protestar, pero Claudine me la tapó con la mano. Los dientes de Furnan se alejaron finalmente de la piel de Alcide, dejándolo indemne.
Pero el nuevo líder de la manada acababa de emitir una señal clara.
Cuando el último hombre lobo hubo finalizado el ritual, me di cuenta de que tantas emociones me habían dejado agotada. ¿Se había acabado ya? Sí, la manada empezaba a dispersarse, algunos miembros dando abrazos de felicitación a Furnan y otros abandonando el local en silencio.
Los esquivé y fui derecha hacia la puerta. La próxima vez que alguien me dijera que tenía que presenciar un rito sobrenatural, le diría que tenía que lavarme la cabeza.
Ya al aire libre, caminé lentamente y arrastrando los pies. Tenía que pensar en las cosas que había dejado de lado, como en lo que había visto en la mente de Alcide después de que acabara aquella debacle. Alcide pensaba que yo le había fallado. Me había dicho que fuera y había ido; tendría que haberme imaginado que su insistencia para que yo estuviera presente tenía alguna razón de ser.
Ahora sabía que sospechaba de antemano que Furnan tenía en mente alguna trampa poco limpia. Alcide había preparado con antelación a Christine, la aliada de su padre. Ella se había asegurado de que yo utilizara mi telepatía con Patrick Furnan. Y, claro está, yo había descubierto que el oponente de Jackson hacía trampas. Aquella revelación debería haber sido suficiente para garantizar la victoria de Jackson.
Pero la voluntad de la manada se había puesto en contra de Jackson y la competición había proseguido con un juego más fuerte si cabe. Yo no tenía nada que ver con aquella decisión. Aunque en aquel momento Alcide, lleno de dolor y de rabia, me echara la culpa de todo.
Intenté enfadarme, pero la tristeza me superaba.
Claude y Claudine me dijeron adiós, subieron al Cadillac de Claudine y salieron pitando del aparcamiento como si no pudieran esperar un segundo más para volver a Monroe. Yo pensaba lo mismo, pero mi capacidad de aguante era muy inferior a la de las hadas. Cuando entré en mi Malibu prestado, tuve que pasar entre cinco y diez minutos sentada para poder tranquilizarme antes de iniciar el camino de vuelta a casa.
Me descubrí acordándome de Quinn. Un alivio después de tanto pensar en carne desgarrada, sangre y muerte. Cuando había tratado de leer su mente, había visto un hombre que sabía lo que se hacía. Y aun así, seguía sin tener ni idea de qué era Quinn.
El camino de vuelta a casa fue sombrío.
Podría haber telefoneado al Merlotte's aquella noche para no ir. Pero me tragué toda la movida de tomar nota de los pedidos y servirlos en las mesas, de rellenar jarras de cerveza, de secar todo lo que se derramaba y de asegurarme de que el cocinero interino (un vampiro llamado Anthony Bolívar que ya había trabajado como suplente para nosotros en otras ocasiones) recordaba que el chico que limpiaba las mesas era manjar prohibido. A pesar de todo, trabajé sin chispa y sin alegría.
Me percaté de que Sam se encontraba mejor. Evidentemente seguía en reposo y vigilaba la actividad desde su observatorio en un rincón. Es posible que Sam estuviera un poco picado, pues Charles era cada vez más popular entre la clientela. Resultaba evidente que el vampiro era encantador. Aquella noche lucía un parche rojo con lentejuelas y su habitual camisa romántica debajo de un chaleco negro también lleno de brillos… Tremendamente llamativo, pero divertido.
—Se te ve deprimida, bella dama —dijo cuando me acerqué a recoger un Tom Collins y un ron con Coca-Cola.
—Ha sido un día muy largo —dije, esforzándome en sonreír. Tenía tantas cosas que digerir emocionalmente que ni siquiera le di importancia a que Bill volviera a aparecer en compañía de Selah Pumphrey. Ni siquiera me molestó que se sentaran en mi sección del bar. Pero cuando Bill me cogió la mano en cuanto me volví después de tomar nota de su pedido, se la rechacé, como si hubiera intentado prenderme fuego.
—Sólo quiero saber qué te sucede —dijo, y por un segundo recordé lo bien que me había sentido aquella noche en el hospital, cuando se había acostado a mi lado. Empecé a abrir la boca para hablar, pero justo en ese momento capté la expresión de indignación de Selah y cerré mi contador emocional.
—Enseguida vuelvo con la sangre —dije muy animada, con una sonrisa de oreja a oreja.
«Al infierno con él», pensé honradamente. «Él y esa yegua que anda montándose».
Después de aquello, el resto de la noche fue puro trabajo. Sonreí y trabajé, trabajé y sonreí. Permanecí alejada de Sam porque no me apetecía mantener otra larga conversación con más cambiantes. Temía —ya que no tenía motivo alguno para estar enfadada con Sam— que si me preguntaba qué me sucedía, acabaría contándoselo; y no me apetecía hablar más del tema. ¿No os habéis sentido nunca actuando como unos autómatas y tristes a más no poder? Pues así me sentía yo.
Pero tuve que acudir a Sam cuando Catfish me preguntó si aquella noche podía pagar con un talón. Eran las instrucciones de Sam: sólo él podía aceptar el pago con talones. Y tuve que acercarme mucho a Sam porque en el bar había un jaleo tremendo.
No le di importancia, pero cuando me incliné para explicarle el problema de liquidez de Catfish, los ojos de Sam se abrieron de par en par.
—Dios mío, Sookie, ¿dónde has estado?
Me eché hacia atrás, muda de asombro. Sam había quedado sorprendido y aterrorizado por un olor que yo ni siquiera era consciente de llevar encima. Estaba cansada de que los seres sobrenaturales me impregnaran de esas cosas.
—¿Dónde te has visto con un tigre? —preguntó.
—Con un tigre… —repetí aturdida.
Ahora ya sabía en qué se transformaba Quinn, mi nuevo conocido, las noches de luna llena.
—Dímelo —me exigió Sam.
—No —le espeté—. No pienso decírtelo. ¿Qué hago con Catfish?
—Por esta vez dile que te extienda el talón. Pero explícale también que, si tengo algún problema, nunca jamás le aceptaré otro.
No me creí su última frase. Acepté el talón de Catfish y su gratitud empapada de alcohol, y deposité ambas cosas allí donde correspondía.
Para empeorar mi mal humor, cuando me agaché para recoger una servilleta que algún patán había tirado al suelo, me enganché mi cadena de plata en un extremo de la barra.
La cadena se rompió, la cogí y me la guardé en el bolsillo. Maldita sea. Había sido un día asqueroso y ahora lo seguía una noche asquerosa.
Saludé a Selah cuando ella y Bill se fueron. Bill me había dejado una buena propina y la guardé en mi otro bolsillo con tantas ganas que a punto estuve de romperlo. Durante la noche, había oído un par de veces el teléfono del bar y cuando llevaba unos vasos sucios hacia el mostrador de la cocina, Charles me dijo:
—Hay alguien que llama y cuelga. Es bastante pesado.
—Ya se cansarán —respondí para tranquilizarlo.
Cerca de una hora después, mientras le servía una CocaCola a Sam, el chico que limpiaba las mesas se acercó a decirme que en la entrada de empleados había alguien que preguntaba por mí.
—Y ¿qué hacías tú fuera? —le preguntó secamente Sam.
El chico no sabía qué decir.
—Fumar, señor Merlotte —respondió—. Estaba fuera descansando un poco porque el vampiro dijo que me dejaría seco si lo encendía dentro, y entonces apareció ese hombre como si saliese de la nada.
—¿Qué aspecto tiene? —pregunté.
—Oh, es un hombre mayor, con pelo negro —contestó el chico, y se encogió de hombros. Estaba poco dotado para las descripciones.
—Está bien —dije. Me apetecía descansar un poco. Me imaginaba quién era el visitante y, de haber entrado en el bar habría causado un buen alboroto. Sam encontró una excusa para seguirme, diciendo que necesitaba realizar una parada técnica. Cogió su bastón y avanzó renqueando detrás de mí por el pasillo. En su despacho tenía un baño minúsculo sólo para él y allí se dirigió mientras yo pasaba por delante de los lavabos y me dirigía a la puerta trasera. La abrí con cautela y asomé la nariz. Y no pude evitar sonreír. El hombre que me esperaba tenía una de las caras más famosas del mundo excepto, claro está, para los adolescentes que limpian mesas.
—Bubba… —dije, encantada de ver al vampiro. Si le llamabas por su antiguo nombre se sentía confuso e inquieto. Bubba era anteriormente conocido como… Está bien, lo diré de otra manera. ¿Nunca os habéis preguntado si fueron reales todos esos avistamientos que se produjeron después de su muerte? Pues ésa es la explicación.
La conversión no había sido un éxito completo debido a que su organismo estaba atiborrado de drogas; pero, dejando aparte su predilección por la sangre de gato, Bubba se las apañaba muy bien. La comunidad de vampiros cuidaba de él. Bubba era el chico de los recados de Eric. Siempre llevaba su brillante pelo negro perfectamente peinado y cortado, sus largas patillas acicaladas. Aquella noche iba vestido con una chaqueta de cuero negra, vaqueros azules y una camiseta de cuadros negros y plateados.
—Tienes muy buen aspecto, Bubba —dije empleando un tono de admiración.
—También usted, señorita Sookie. —Y me lanzó una sonrisa radiante.
—¿Querías decirme alguna cosa?
—Sí, señorita. El señor Eric me envía para decirle que él no es lo que parece.
Pestañeé.
—¿Quién, Bubba? —pregunté, tratando de mantener mi tono educado.
—Es un asesino a sueldo.
Me quedé mirando a Bubba fijamente, no porque pensara que mirándolo fuera a llegar a alguna parte, sino porque trataba de descifrar el mensaje. Tenía que ser un error. Los ojos de Bubba empezaron entonces a mirar hacia uno y otro lado y su rostro perdió la sonrisa. Tendría que haberme quedado mirando la pared, pues creo que me habría proporcionado la misma información y Bubba no se habría puesto tan nervioso.
—Gracias, Bubba —dije, dándole unas palmaditas en el hombro—. Lo has hecho muy bien.
—¿Puedo irme ya? ¿Puedo volver a Shreveport?
—Por supuesto —dije. Llamaría a Eric. ¿Por qué no habría utilizado el teléfono para un mensaje tan urgente e importante como éste parecía ser?
—He encontrado una entrada secreta al refugio de animales —me confió con orgullo Bubba.
Tragué saliva.
—Oh, estupendo —dije, tratando de no sentir náuseas.
—Hasta luego, cocodrilo —dijo desde el otro lado del aparcamiento. Justo cuando pensabas que Bubba era el peor vampiro del mundo, hacía algo asombroso como moverse casi a la velocidad de la luz.
—Hasta la próxima, amigo.
—¿Era quien pienso que era? —preguntó una voz justo detrás de mí.
Di un salto. Me volví rápidamente y vi que Charles había abandonado su puesto en la barra.
—Me has asustado —dije, como si él no lo hubiera adivinado.
—Lo siento.
—Sí, era él.
—Eso me parecía. Nunca lo he oído cantar en persona. Tiene que ser asombroso. —Charles miraba el aparcamiento como si estuviera pensando en otra cosa. Tuve toda la impresión de que ni siquiera escuchaba lo que estaba diciendo.
Abrí la boca para formular una pregunta, pero antes de que las palabras llegaran a mis labios, reflexioné sobre lo que el pirata inglés acababa de pronunciar y mis palabras se congelaron en mi garganta. Después de un largo momento de duda, me di cuenta de que tenía que hablar o Charles pensaría que algo iba mal.
—Bueno, creo que es mejor que vuelva al trabajo —dije, con aquella sonrisa radiante que reluce en mi cara cuando estoy nerviosa. Y, caray, en aquel momento estaba terriblemente nerviosa. La revelación que acababa de tener hacía que todo cobrara de repente sentido en mi cabeza. Se me puso la carne de gallina. Mi reflejo ancestral de «huir o pelear» se decantó firmemente por huir. Charles estaba entre la puerta y yo. Empecé a caminar por el pasillo en dirección al bar.
La puerta que daba del bar al pasillo solía estar abierta, ya que la clientela tenía que utilizarla para acceder a los lavabos. Pero ahora estaba cerrada. Antes, cuando había salido para hablar con Bubba estaba abierta.
Mal asunto.
—Sookie —dijo Charles a mis espaldas—. Lo siento de verdad.
—Fuiste tú quién disparó contra Sam, ¿verdad? —Busqué el pomo que abría aquella puerta. A buen seguro no se le ocurriría matarme delante de tanta gente. Entonces recordé la noche en que Eric y Bill, estando en mi casa, despacharon sin problemas una habitación llena de hombres. Recordé que no habían necesitado más de tres o cuatro minutos. Recordé el aspecto con el que quedaron todos aquellos hombres después.
—Sí. Fue un golpe de suerte que sorprendieras a la cocinera y confesara. Pero no confesó haber disparado contra Sam, ¿verdad?
—No, no lo confesó —dije aturdida—. Confesó haber disparado contra todos los demás, pero no contra Sam. Además, la bala no coincidía.
Por fin encontré el pomo. Si lo giraba, sobreviviría. O no. ¿Hasta qué punto valoraba Charles su vida?
—Querías trabajar aquí —dije.
—Pensé que había buenas probabilidades de que yo me volviera útil si Sam estaba fuera de juego.
—¿Cómo sabías que iría a pedir ayuda a Eric?
—No lo sabía. Pero intuía que alguien iría a decirle que en el bar tenían problemas. Y como esto significaba ayudarte, lo haría. Era lógico que me enviara a mí.
—¿Por qué haces todo esto?
—Eric tiene una deuda conmigo.
Estaba acercándose, aunque no muy deprisa. A lo mejor no le apetecía hacer lo que tenía que hacer. A lo mejor esperaba un momento más ventajoso para acabar conmigo en silencio.
—Parece ser que Eric ha descubierto que no soy del nido de Jackson, como yo le había dicho.
—Sí. Te equivocaste al elegir precisamente ése.
—¿Por qué? Me parecía ideal. En Jackson son muchos, uno no tenía por qué haberlos visto a todos. Nadie podría recordar a todos los hombres que han pasado por esa mansión.
—Pero todos habrían oído cantar a Bubba —dije en voz baja—. Lo hizo para ellos una noche. Y eso jamás se olvida. No sé cómo lo habrá descubierto Eric, pero yo lo he sabido en cuanto has dicho que nunca…
Se abalanzó sobre mí.
En una décima de segundo me vi en el suelo y con la mano en el bolsillo; él había abierto la boca para morderme. Apoyaba el peso del cuerpo sobre sus brazos, intentando galantemente no acostarse encima de mí. Tenía los colmillos completamente extendidos y brillaban bajo la luz.
—Tengo que hacerlo —dijo—. Lo he jurado. Lo siento.
—Pues yo no —dije. Le introduje la cadena de plata en la boca apretándosela con la mano para que no pudiera abrirla.
Gritó y me golpeó; noté que una costilla se movía de su sitio y vi que al vampiro le salía humo por la boca. Con dificultad, conseguí alejarme de él y grité también. En aquel momento se abrió la puerta y un aluvión de clientes inundó de repente el pequeño pasillo. Sam salió disparado como una bala de cañón por la puerta de su despacho, moviéndose estupendamente bien para tener una pierna rota y, sorprendentemente, con una estaca en la mano. El vampiro, que continuaba gritando, estaba aplastado por tantos hombres fornidos vestidos con pantalones vaqueros que ni siquiera podía verlo. Charles intentaba morder todo lo que estaba a su alcance, pero su boca quemada le dolía de tal manera que sus esfuerzos eran en vano.
Al parecer, Catfish Hunter estaba en el fondo de la montaña de hombres, en contacto directo con el vampiro.
—¡Pásame esa estaca, chico! —le gritó a Sam. Este se la pasó a Hoyt Fortenberry, que a su vez se la pasó a Dago Guglielmi, que acabó depositándola en la mano peluda de Catfish.
—¿Esperamos a que llegue la policía de los vampiros o nos encargamos nosotros mismos del asunto? —preguntó Catfish—. ¿Qué opinas, Sookie?
Después de un horrible segundo de tentación, abrí la boca y dije:
—Llamad a la policía. —La policía de Shreveport tenía una patrulla de policías vampiros y disponía además de un vehículo de transporte idóneo y de celdas especiales para vampiros.
—Acaba con esto —dijo Charles desde debajo de la montaña de hombres—. He fracasado en mi misión y no tolero la cárcel.
—De acuerdo pues —dijo Catfish, y le clavó la estaca.
Cuando todo hubo acabado y el cuerpo se hubo desintegrado, los hombres regresaron al bar y se instalaron de nuevo en las mesas que ocupaban antes de oír la pelea que estaba teniendo lugar en el pasillo. Resultaba de lo más extraño. No había muchas risas, ni tampoco muchas sonrisas, y nadie de los que habían seguido en el bar mientras los demás me ayudaban preguntó qué había sucedido.
Naturalmente, resultaba tentador pensar que aquello era un eco de los terribles viejos tiempos, en los que se linchaba a los negros aunque sólo se oyera el rumor de que le habían guiñado el ojo a una mujer blanca.
Pero el símil no tenía sentido. Charles era de una raza distinta, es cierto. Pero era culpable por haber intentado matarme. De haber pasado treinta segundos más sin que los hombres de Bon Temps hubieran intervenido, era mujer muerta por mucha táctica disuasoria que hubiera empleado.
Tuvimos suerte en muchos sentidos. Aquella noche no había en el bar ningún policía. Justo cinco minutos después de que todo el mundo volviera a su mesa, apareció Dennis Pettibone, el investigador especializado en incendios provocados, para rendirle una visita a Arlene. (De hecho, cuando apareció, el chico que limpia las mesas aún estaba fregando el pasillo). Sam acababa de vendarme las costillas con una venda elástica y cuando salí de su despacho me acerqué a Dennis para preguntarle si quería tomar algo.
Tuvimos suerte de que no hubiera gente de fuera. Ni universitarios de Ruston, ni camioneros de Shreveport, ni parientes que estuvieran tomando una cerveza en compañía de algún primo o tío.
Tuvimos suerte de que no hubiese muchas mujeres. No sé por qué, pero me imaginaba que una mujer quedaría más impresionada con la ejecución de Charles. De hecho, yo misma, cuando dejaba de dar gracias a mi estrella de la suerte por seguir viva, me sentía bastante impresionada.
Y Eric, que apareció en el bar una media hora después, tuvo suerte de que a Sam no le quedaran más estacas a mano. Con lo nervioso que estaba todo el mundo, cualquier temerario podría haber atacado a Eric, aunque en este caso no habría salido relativamente ileso, como los que la tomaron contra Charles.
Y Eric también tuvo suerte de que las primeras palabras que salieran de su boca fueran: «Sookie, ¿estás bien?». Ansioso como estaba, me agarró por la cintura y yo grité.
—Estás herida —dijo, y enseguida se dio cuenta de que cinco o seis hombres se habían levantado ya.
—Sólo un poco magullada —dije, haciendo un enorme esfuerzo para poner buena cara—. No pasa nada. Es mi amigo Eric —anuncié en voz alta—. Había intentado ponerse en contacto conmigo y ahora entiendo el porqué de tanta urgencia. —Miré a los ojos a todos y cada uno de los hombres que se habían puesto en pie y, uno a uno, fueron sentándose de nuevo.
—Vayamos a sentarnos —dije en voz baja.
—¿Dónde está? Pienso clavarle yo mismo la estaca a ese cabrón, pase lo que pase. Lluvia Ardiente lo envió para que acabara conmigo. —Eric estaba furioso.
—Ya está todo solucionado —mascullé entre dientes—. ¿Quieres calmarte?
Con el permiso de Sam, fuimos a su despacho, el único lugar del edificio que ofrecía tanto sillas como privacidad. El volvió a colocarse detrás de la barra para atenderla. Se instaló en un taburete alto y dejó descansar la pierna en uno más bajo.
—Bill miró su base de datos —dijo con orgullo Eric—. Ese desgraciado me había dicho que venía de Misisipi y yo lo tomé como uno de los niños bonitos que ya no quería Russell. Incluso llamé a Russell para preguntarle si Twining era un buen trabajador. Russell me dijo que tenía tantos vampiros nuevos en la mansión que sólo recordaba a Twining muy por encima. Pero, como bien pude comprobar en el Josephine’s, Russell no es un jefe tan meticuloso como yo.
Conseguí esbozar una sonrisa. Lo que acababa de decir era cierto.
—De modo que como aún tenía dudas, le pedí a Bill que investigara y fue entonces cuando, siguiendo la pista de Twining, descubrimos que le había jurado fidelidad a Lluvia Ardiente.
—¿Fue este tal Lluvia Ardiente quien lo convirtió en vampiro?
—No, no —dijo con impaciencia Eric—. Lluvia Ardiente convirtió en vampiro al que engendró al pirata. Y cuando aquél fue asesinado durante la guerra entre los franceses y los indios, Charles prestó juramento de fidelidad a Lluvia Ardiente. Cuando Sombra Larga murió, Lluvia Ardiente envió a Charles para cobrarse la deuda que creía que yo tenía con él.
—Y ¿por qué matarme a mí cancelaría esa deuda?
—Porque había oído rumores y sabía que eras importante para mí, y pensó que tu muerte me heriría del mismo modo que la de Sombra Larga le había herido a él.
—Ah. —No se me ocurría otra cosa que decir. Nada de nada. Finalmente le pregunté—: ¿De modo que en su día Lluvia Ardiente y Sombra Larga estuvieron liados?
—Sí —dijo Eric—. Pero no era una relación sexual, era de…, de cariño. Esa era la parte importante de su vínculo.
—De modo que Lluvia Ardiente decidió que la multa que le pagaste por la muerte de Sombra Larga no daba por zanjado el asunto, y envió a Charles para que te hiciera algo que te resultara igual de doloroso.
—Sí.
—Y Charles llegó a Shreveport, puso las antenas, descubrió lo mío y decidió que mi muerte sería lo más adecuado.
—Al parecer.
—Oyó hablar de los ataques, sabía que Sam es un cambiante y disparó contra Sam para tener un buen motivo para desplazarse a Bon Temps.
—Sí.
—Me parece de lo más complicado. Y ¿por qué Charles no se limitó a atacarme directamente cualquier noche?
—Porque quería que pareciese un accidente. No quería que la culpabilidad pudiera estar relacionada con un vampiro, porque no sólo no quería que lo pillaran, sino que además no quería que Lluvia Ardiente pudiera verse involucrado.
Cerré los ojos.
—Fue él quien prendió fuego a mi casa —dije—. No ese pobre Marriot. Seguro que Charles lo mató incluso antes de que el bar cerrara aquella noche y lo llevó a mi casa para echarle la culpa. Al fin y al cabo, aquel tipo era un desconocido en Bon Temps. Nadie le echaría de menos. ¡Dios mío! ¡Charles me pidió prestadas las llaves del coche! ¡Seguro que cargó a aquel hombre en el maletero! No muerto, sino hipnotizado. Charles fue quien le puso aquella tarjeta en el bolsillo. El pobre tipo era tan miembro de la Hermandad del Sol como puedo serlo yo.
—A Charles debió de resultarle frustrante comprobar que estabas rodeada de amigos —dijo Eric con cierta frialdad, ya que un par de aquellos «amigos» acababan de pasar por delante de la puerta, aprovechando la excusa de ir al baño para echar un vistazo a lo que sucedía en el despacho.
—Sí, así debió de ser. —Sonreí.
—Te veo mejor de lo que me esperaba —dijo Eric algo dubitativo—. Menos traumatizada, como se dice ahora.
—Soy una mujer afortunada, Eric —dije—. Hoy he visto más cosas malas de las que puedes imaginarte. Y lo único que pienso es que he conseguido escapar. Por cierto, la manada de Shreveport tiene un nuevo líder, un cabrón mentiroso y tramposo.
—Entiendo entonces que Jackson Herveaux perdió su apuesta por ese puesto.
—Perdió más que eso.
Eric abrió los ojos de par en par.
—De modo que la competición ha sido hoy. Ya me habían dicho que Quinn estaba en la ciudad. Normalmente, las transgresiones son mínimas cuando él está presente.
—No fue él quien lo decidió —dije—. Hubo una votación contra Jackson; tendría que haber sido a su favor… pero no fue así.
—Y tú ¿qué hacías allí? ¿Intentó ese condenado Alcide utilizarte para algo?
—Que seas tú quien hable de utilizarme…
—Sí, pero yo soy directo —dijo Eric, mirándome con unos ojos azules llenos de inocencia.
No pude evitar echarme a reír. La verdad es que pensaba que pasarían días, quizá semanas, sin que volviera a reír, pero allí estaba yo, riendo.
—Es verdad —admití.
—¿Tengo que entender con todo esto que Charles Twining ya no está? —preguntó Eric con cierta sobriedad.
—Correcto.
—Bien, bien. Veo que la gente de por aquí es inesperadamente emprendedora. ¿Qué daños has sufrido?
—Una costilla rota.
—Una costilla rota no es mucho cuando un vampiro lucha por su vida.
—Correcto también.
—Cuando Bubba regresó y me enteré de que no te había transmitido bien el mensaje, vine corriendo caballerosamente en tu rescate. Había intentado llamarte al bar para decirte que fueras con cuidado, pero siempre se puso Charles al teléfono.
—Muy galante por tu parte, extremadamente galante —admití—. Aunque ha resultado innecesario.
—En este caso…, me vuelvo a mi bar y vigilaré a mis clientes desde mi despacho. Vamos a ampliar la línea de productos de Fangtasia.
—¿Sí?
—Sí. ¿Qué te parecería un calendario de desnudos? Pam piensa que deberíamos titularlo «Los tíos buenos de Fangtasia».
—¿Piensas aparecer en él?
—Oh, sí claro, naturalmente. Voy a ser «Mister enero».
—Entonces resérvame tres. Le regalaré uno a Arlene y otro a Tara. Y el mío lo colgaré en casa.
—Si me prometes tenerlo abierto por mi fotografía, te daré uno gratis —dijo Eric.
—Trato hecho.
Se levantó.
—Una cosa más antes de que me vaya.
Me levanté también, aunque mucho más despacio.
—Tal vez necesite contratarte a primeros de marzo.
—Consultaré mi agenda. ¿De qué va esta vez?
—Va a haber una pequeña cumbre. Una reunión de los reyes y las reinas de algunos de los estados del sur. Aún no se ha decidido dónde se celebrará, pero en cuanto esté decidido, me pregunto si podrías tomarte unos días libres para acompañarme a mí y a mi gente.
—En estos momentos me resulta imposible pensar con tanta antelación, Eric —dije.
Hice una mueca de dolor al empezar a andar.
—Espera un momento —dijo él de repente, y se plantó delante de mí.
Levanté la vista, me sentía agotada.
Se inclinó y me besó en la boca, un beso suave como el aleteo de una mariposa.
—Me contaste que yo te había dicho que eras lo mejor que me había ocurrido en la vida —dijo—. ¿Te pasa a ti lo mismo conmigo?
—Vas a quedarte con las ganas de saberlo —contesté, y volví a mi trabajo.