Nunca había tenido que pagar la entrada en Fangtasia. Las pocas veces que había accedido al local por la entrada para el público lo había hecho acompañada por un vampiro. Pero ahora iba sola y notaba que llamaba mucho la atención. Estaba agotada después de una noche especialmente larga. Había estado en el hospital hasta las seis de la mañana y al llegar a casa había maldormido unas pocas horas.
Pam era la encargada de cobrar la entrada y de acompañar a los clientes a sus mesas. Llevaba el vestido negro, largo y transparente que solía lucir cuando le tocaba estar en la puerta. Pam nunca estaba feliz cuando se vestía como una vampira de ficción. Ella era real y se sentía orgullosa de ello. Su gusto personal se inclinaba más hacia prendas holgadas en tonos pasteles y mocasines. Al verme se sorprendió, en la medida en que los vampiros pueden sorprenderse.
—Sookie —dijo—, ¿tienes una cita con Eric? —Me cogió el dinero sin pestañear.
Y yo que me sentía feliz de verla… Patético, ¿no? No tengo muchos amigos, y valoro los pocos con los que cuento, aunque sospecho que sueñen con pillarme en un callejón oscuro y hacer cosas sangrientas conmigo.
—No, pero tengo que hablar con él. Negocios —añadí apresuradamente. No quería que nadie pensara que estaba cortejando la atención romántica del jefazo de los no muertos de Shreveport, un puesto al que los vampiros otorgaban el cargo de «sheriff». Me despojé de mi nuevo abrigo de color arándano y lo doblé con cuidado sobre mi brazo. Por los altavoces sonaba la música de WDED, la emisora de radio de los vampiros, con base en Baton Rouge. La suave voz de la DJ de primera hora de la noche, Connie la Cadáver, decía: «Y aquí tenemos una canción para todos los rastreros que estaban por ahí aullando a principios de esta semana… Bad Moon Rising, un viejo éxito de Creedence Clearwater Revival». Connie la Cadáver mostraba de aquella manera su reconocimiento a los cambiantes.
—Espera en la barra mientras le digo que estás aquí —dijo Pam—. Te gustará el nuevo camarero.
Los camareros de barra duraban poco en Fangtasia. Eric y Pam siempre intentaban contratarlos vistosos —un camarero de barra exótico llamaba la atención a los visitantes humanos que venían incluso en autobuses para darse un paseo por el lado oscuro de la noche— y siempre lo conseguían. Pero daba la casualidad de que el puesto tenía un desgaste muy rápido.
En cuanto me instalé en uno de los taburetes, el nuevo camarero me sonrió mostrándome su blanca dentadura. Era despampanante. Tenía el pelo rizado, de color castaño y le llegaba a la altura de los hombros. Llevaba bigote y perilla, y un parche negro cubriéndole el ojo izquierdo. Su cara era estrecha, sus facciones en consonancia y su rostro se veía muy lleno. Era más o menos de mi altura, un metro setenta y cinco, e iba vestido con una camisa de cuello abierto, un pantalón negro y unas botas altas, negras también. Lo único que le faltaba era un pañuelo en la cabeza y un trabuco.
—¿Cómo no llevas un loro posado en el hombro? —le pregunté.
—Ah, querida mía, no es usted la primera que me lo sugiere. —Tenía una espléndida voz de barítono—. Pero tengo entendido que las normas del departamento de salud impiden tener un ave no enjaulada en un establecimiento donde se sirvan bebidas. —Me hizo una reverencia hasta donde le permitía el estrecho espacio que quedaba detrás de la barra—. ¿Me permite que le sirva una copa y me concede el honor de darme a conocer su nombre?
No tuve más remedio que sonreír.
—Por supuesto, caballero. Me llamo Sookie Stackhouse. —Había captado mi singularidad. Los vampiros casi siempre la captan. Los no muertos suelen fijarse en mí; los humanos, no. Resulta casi irónico que mi capacidad para leer la mente de los demás no funcione precisamente con las criaturas que creen que ello me distingue del resto de la raza humana… mientras los humanos me consideran más bien una loca antes que reconocerme ninguna habilidad excepcional.
La mujer que estaba sentada en el taburete contiguo al mío (tarjetas de crédito al límite, hijo con trastorno por déficit de atención) se volvió ligeramente para escuchar nuestra conversación. Estaba celosa, pues llevaba la última media hora intentando conseguir que el camarero le hiciera un poco de caso. Me miró de reojo con la intención de averiguar por qué el vampiro había decidido entablar conversación conmigo. Y no se quedó en absoluto impresionada con lo que vio.
—Encantada de conocerla, bella doncella —dijo el nuevo vampiro, y le sonreí. Al menos me encontraba bella… en el sentido de que era rubia y con ojos azules. Me examinó detenidamente; aunque, naturalmente, cuando una trabaja en un bar, está más que acostumbrada a eso. AI menos no me miró de forma ofensiva; y, creedme, las camareras conocemos muy bien la diferencia entre que nos evalúen y que nos echen un polvo con la mirada.
—Apuesto lo que quieras a que de doncella no tiene nada —dijo la mujer sentada a mi lado.
Estaba en lo cierto, pero aquello no venía a cuento.
—Hay que ser educado con los demás —le dijo el vampiro, con una versión alterada de su sonrisa. No sólo había extendido levemente los colmillos, sino que me di cuenta además de que tenía los dientes torcidos (aunque blanquísimos). Los estándares norteamericanos de dientes alineados son muy modernos.
—A mí nadie me dice cómo tengo que comportarme —dijo la mujer, presentando batalla. Se mostraba arisca porque la noche no estaba saliéndole tal y como había imaginado. Había supuesto que le resultaría fácil atraer a un vampiro, que cualquiera de ellos se consideraría afortunado por tenerla. Había planeado permitir que uno le mordiera el cuello, si con ello solucionaba sus problemas con las tarjetas de crédito.
Se sobrevaloraba a ella e infravaloraba a los vampiros.
—Disculpe, señora, pero mientras esté usted en Fangtasia, seré yo quien le diga cómo tiene que comportarse —dijo el camarero.
La mujer bajó los humos después de que el vampiro le clavase su abrasante mirada, y me pregunté si con ello le habría dado ya la dosis de glamour que la mujer iba buscando.
—Me llamo —dijo, volviendo su atención hacia mí— Charles Twining.
—Encantada de conocerle —dije.
—¿Y la copa?
—Sí, por favor. Un ginger ale. —Tenía que conducir de vuelta a Bon Temps después de hablar con Eric.
El vampiro levantó las cejas, pero me sirvió la bebida y la colocó sobre una servilleta delante de mí. Le pagué y dejé una buena propina en el bote. En la servilletita blanca estaba dibujado un par de colmillos, y del derecho caía una gota roja: servilletas personalizadas para el bar de vampiros. La palabra «Fangtasia» aparecía escrita en rojo en la esquina opuesta de la servilleta, duplicando el rótulo del exterior. Una monada. En una vitrina había camisetas a la venta, junto con copas decoradas con el mismo logo. Debajo, rezaba la leyenda: «Fangtasia: El bar con mordisco». La experiencia en marketing de Eric había avanzado a pasos agigantados en el transcurso de los últimos meses.
Mientras esperaba que Eric me atendiera, observé el trabajo de Charles Twining. Era educado con todo el mundo, servía las bebidas con rapidez y nunca se ponía nervioso. Su técnica me gustaba mucho más que la de Chow, el anterior camarero, que siempre hacía que los clientes se sintiesen como si estuvieran recibiendo un favor al servirles las copas. Sombra Larga, el que estuvo antes que Chow, se distraía demasiado con la clientela femenina. Y eso provocaba muchos conflictos en el bar.
Perdida en mis pensamientos, no me di cuenta de que tenía a Charles Twining justo delante de mí hasta que me dijo:
—Señorita Stackhouse, ¿me permite que le diga que esta noche está usted encantadora?
—Gracias, señor Twining —contesté, imitando su estilo. La mirada del ojo visible de Charles Twining me daba a entender que era un granuja de primera categoría y que no debía confiar en él ni un pelo, como mucho la distancia a la que pudiera empujarle, que no creo que llegara a medio metro. (Los efectos de mi última infusión de sangre de vampiro se habían agotado y volvía a ser un ser humano normal y corriente. No soy una yonqui, claro está; la había tomado en una situación de emergencia que me exigía disponer de toda la fuerza posible).
Y no sólo había vuelto a quedarme con la energía normal de una veinteañera sana, sino que además mi aspecto volvía a ser normal… y corriente; se había acabado la mejoría que te otorga la sangre de vampiro. No me había arreglado mucho para la ocasión, pues no quería que Eric pensara que lo hacía para él, pero tampoco había querido mostrar un aspecto desaliñado. De modo que llevaba un pantalón vaquero de talle bajo y un jersey blanco y esponjoso de manga larga y escote barco. Me llegaba justo a la cintura, y se me veía un poco la barriga al caminar. Al menos, no estaba blanca como la nieve, gracias a los rayos UVA que tenían en el videoclub.
—Por favor, querida, llámame Charles —dijo el camarero, llevándose la mano al corazón.
A pesar de mi cautela, me eché a reír. La teatralidad del gesto no quedó en absoluto disminuida por el hecho de que el corazón de Charles no latiera.
—De acuerdo —dije—. Si tú me llamas Sookie.
Puso los ojos en blanco, como si no pudiese soportar la emoción, y volvió a reír. Pam me dio unos golpecitos en el hombro.
—Si puedes separarte de tu nuevo amigo, Eric ya está libre.
Saludé a Charles con un ademán de cabeza y salté del taburete para seguir a Pam. Para mi sorpresa, no me guió hacia el despacho de Eric, sino que me condujo hacia uno de los reservados. Evidentemente, Eric estaba aquella noche trabajando en la sala del bar. Todos los vampiros de la zona de Shreveport habían accedido a aparecer por Fangtasia un determinado número de horas a la semana para seguir atrayendo a los turistas; un bar de vampiros sin vampiros era un establecimiento con pérdidas seguras. Eric daba ejemplo a sus subordinados y también se dejaba ver por el bar regularmente.
Normalmente, el sheriff de la Zona Cinco se sentaba en el centro de la sala, pero esta noche estaba en un reservado. Me observó mientras yo me acercaba. Me di cuenta de que se estaba fijando en mis vaqueros, que eran ceñidos, y mi vientre, que era plano, y mi jersey blanco y esponjoso, que estaba lleno de volumen natural. Debería haberme puesto ropa más anticuada. (Creedme, tengo el armario lleno de ropa de ese tipo). No tendría que haber traído el abrigo de color arándano que Eric me había regalado. Debería haber hecho cualquier cosa, excepto estar atractiva para Eric… y tenía que admitir que ése había sido mi objetivo. Me había cogido por sorpresa.
Eric salió del reservado y se puso en pie. Era alto, rondaría el metro noventa. Le caía por la espalda una mata de pelo rubio y sus ojos azules destacaban en aquella cara tan blanca. Eric tenía facciones duras, los pómulos altos y la mandíbula cuadrada. Parecía un vikingo ingobernable, uno de ésos capaces de saquear una aldea en un abrir y cerrar de ojos; y eso era exactamente lo que había sido.
Los vampiros no se dan la mano para saludarse excepto en circunstancias extraordinarias, de modo que no esperé ningún saludo por parte de Eric. Pero se inclinó para darme un beso en la mejilla, y lo hizo lentamente, como si quisiera que yo me diera cuenta de que intentaba seducirme.
No era consciente de que ya había besado prácticamente cada centímetro de Sookie Stackhouse. Habíamos estado todo lo cerca que pueden estar un hombre y una mujer.
Pero Eric no podía recordar nada de todo aquello. Y así prefería yo que siguiesen las cosas. Bueno, no es que lo quisiera exactamente; pero sabía que era mejor que Eric no recordara nuestro pequeño romance.
—Me gusta cómo te has pintado las uñas —dijo Eric, sonriendo. Tenía un ligero acento. El inglés no era su segundo idioma, naturalmente; sería quizá el veinticinco de la lista.
Intenté no devolverle la sonrisa, pero me gustó su cumplido. Eric había sabido discernir lo único que tenía de nuevo y diferente en mí. No me había dejado las uñas largas hasta hacía muy poco y las llevaba pintadas de un maravilloso rojo subido…, arándano, en realidad, a juego con el abrigo.
—Gracias —murmuré—. ¿Qué tal estás?
—Bien, como siempre. —Levantó una de sus rubias cejas. La salud de los vampiros nunca cambiaba. Me indicó con la mano el lado vacío del reservado y tomé asiento.
—¿Algún problema para coger de nuevo las riendas? —le pregunté, para clarificar mi anterior pregunta.
Unas semanas antes, una bruja le había provocado a Eric un estado de amnesia y había tardado varios días en recuperar su sentido de la identidad. Durante aquel tiempo, Pam lo había instalado en mi casa para esconderlo de la bruja que le había echado el maleficio. Y la lujuria había seguido su curso. Muchas veces.
—Es como montar en bicicleta —dijo Eric, y me obligué a concentrarme. (Aunque me pregunté cuándo se habrían inventado las bicicletas y si Eric habría tenido algo que ver con ello.)—. Recibí una llamada del creador de Sombra Larga, un indio norteamericano llamado Lluvia Ardiente. Seguro que recuerdas a Sombra Larga.
—Hace un momento estaba pensando en él —dije.
Sombra Larga había sido el primer camarero de Fangtasia. Había estafado a Eric, que me había coaccionado para que interrogase a las camareras y a los demás empleados humanos hasta descubrir al culpable. Dos segundos antes de que Sombra Larga me cortara el cuello, Eric había ejecutado al camarero con la tradicional estaca de madera. Matar a otro vampiro es un asunto muy serio, comprendí entonces, y Eric tuvo que pagar una fuerte multa… A quién, nunca lo supe, aunque ahora estaba segura de que el dinero había ido a parar a Lluvia Ardiente. Si Eric hubiera matado a Sombra Larga sin justificación, habría sufrido otros castigos. Y casi prefería seguir sin saber en qué consistían.
—¿Qué quería Lluvia Ardiente? —pregunté.
—Hacerme saber que aunque le había pagado el precio establecido por el juez, no se consideraba satisfecho.
—¿Quería más dinero?
—No creo. Al parecer, con la recompensa económica no tenía suficiente. —Eric se encogió de hombros—. Por lo que a mí se refiere, el asunto está zanjado. —Eric bebió un trago de sangre sintética, se recostó en su asiento y me miró con sus inescrutables ojos azules—. Y mi breve episodio de amnesia terminó. La crisis acabó, las brujas están muertas y se ha restaurado el orden en mi pequeño pedacito de Luisiana. Y ¿a ti cómo te van las cosas?
—Bueno, la verdad es que he venido por un tema de negocios —dije, y puse cara seria.
—¿Qué puedo hacer por ti, Sookie, querida? —preguntó.
—Sam quiere que te pida una cosa —dije.
—Y te envía a ti a pedírmelo. ¿Es muy listo o muy estúpido? —se preguntó Eric en voz alta.
—Ninguna de las dos cosas —dije, intentando no sonar arrogante—. Tiene la pierna herida. De hecho, fue anoche. Recibió un disparo.
—Y ¿cómo fue eso? —Eric empezó a prestar más atención.
Se lo expliqué. Me estremecí levemente mientras le contaba que Sam y yo estábamos solos y lo silenciosa que era la noche.
—Arlene acababa de salir al aparcamiento. Se marchó a casa sin enterarse de nada. La nueva cocinera, Sweetie, también acababa de marcharse. Alguien disparó desde los árboles que hay al norte del aparcamiento. —Volví a estremecerme, esta vez con miedo.
—Y ¿tú estabas muy cerca?
—Oh —dije, y me tembló la voz—. Estaba muy cerca. Acababa de girarme…, y allí estaba él… Había sangre por todas partes.
Eric mantenía una expresión fría como el mármol.
—¿Qué hiciste?
—Sam llevaba el teléfono móvil en el bolsillo, gracias a Dios, y mientras trataba de contener con una mano el boquete que tenía en la pierna, llamé a urgencias con la otra.
—¿Cómo está él?
—Bueno. —Respiré hondo e intenté tranquilizarme—. Está bastante bien, teniendo en cuenta lo que ha sido. —Había conseguido expresarme con calma—. Pero, naturalmente, estará de baja por un tiempo y…, y últimamente han pasado tantas cosas raras en el bar… Nuestro camarero suplente sólo puede venir un par de noches. Terry tiene sus problemas.
—Y ¿qué es lo que me pide Sam?
—Sam quiere que le prestes un camarero hasta que tenga la pierna curada.
—Y ¿por qué me lo pide a mí en lugar de solicitárselo al jefe de la manada de Shreveport? —Los cambiantes, a diferencia de los hombres lobo, suelen estar poco organizados. Eric tenía razón: habría sido mucho más lógico que Sam se lo hubiese pedido al coronel Flood.
Bajé la vista hacia mi vaso de ginger ale.
—Alguien se dedica últimamente a disparar contra los cambiantes y los hombres lobo de Bon Temps —dije, hablando en voz muy baja. Sabía que Eric me oiría a pesar de la música y las conversaciones del bar.
Justo en aquel momento apareció dando tumbos un hombre, un joven militar de la base aérea de Barksdale, que forma parte de la zona de Shreveport. (Lo encasillé al instante por su corte de pelo, su forma física y los tipos que lo acompañaban, que eran más o menos como sus clones). Estuvo balanceándose un largo rato, mirándonos primero a mí y luego a Eric.
—Eh, tú —me dijo el joven, dándome golpecitos en el hombro con el dedo. Levanté la vista para mirarlo, resignada a lo inevitable. Hay gente a la que parece gustarle jugar con fuego, sobre todo cuando bebe. Aquel joven, con su corte de pelo y su cuerpo robusto, estaba lejos de casa y decidido a demostrar su valía.
Nada hay que me guste menos que se dirijan a mí con un «Eh, tú» y que me den golpecitos con el dedo. Pero intenté responderle con una expresión agradable. El chico tenía la cara y los ojos redondos, boca pequeña y cejas oscuras y tupidas. Iba vestido con una camiseta ceñida y pantalones de algodón recién planchados. Y estaba preparado para entrar en pelea.
—Me parece que no te conozco —le dije educadamente, tratando de apaciguar la situación.
—No tendrías que andar sentándote con un vampiro —dijo—. Las chicas humanas no deberían ir con tipos muertos.
¿Cuántas veces había oído aquello? Cuando salía con Bill Compton me había hartado de oír aquel tipo de porquerías.
—Mejor que vuelvas con tus amigos, Dave. Estoy segura de que no querrás que tu mamá reciba una llamada telefónica informándole de que has perdido la vida en el transcurso de una pelea en un bar de Luisiana. Especialmente si se trata de un bar de vampiros, ¿no?
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó, muy lentamente.
—¿Tiene acaso alguna importancia?
Por el rabillo del ojo, vi que Eric movía la cabeza. No solía ser muy comprensivo con los intrusos.
De pronto, Dave empezó a tranquilizarse.
—¿Cómo sabes quién soy? —preguntó, ya más calmado.
—Tengo visión de rayos X —dije solemnemente—. Puedo leer el carné de conducir que llevas en el bolsillo del pantalón.
Se puso a sonreír.
—Y ¿puedes ver también otras cosas que llevo en el interior del pantalón?
Le devolví la sonrisa.
—Eres un hombre afortunado, Dave —contesté con cierta ambigüedad—. Estoy aquí para hablar de negocios con este tipo, de modo que si nos disculpas…
—De acuerdo. Lo siento, yo…
—Ningún problema —le aseguré. Volvió con sus amigos, caminando como un chulo. Apostaría cualquier cosa a que les daría una versión bastante embellecida de nuestra conversación.
Aunque los clientes del bar habían fingido no ver el incidente, que tanto potencial tenía para iniciar una jugosa escena violenta, todos se precipitaron a ocuparse en algo cuando Eric barrió con la mirada las mesas más cercanas.
—Estabas empezando a contarme algo cuando fuimos interrumpidos de forma grosera —dijo. Sin que yo lo hubiera pedido, se acercó una camarera, depositó un refresco en la mesa delante de mí y retiró el otro vaso. Quien acompañaba a Eric siempre recibía un trato exquisito.
—Sí. Sam no es el único cambiante a quien han disparado en Bon Temps en estos últimos tiempos. Hace unos días, Calvin Norris recibió un tiro en el pecho. Es un hombre pantera. Y antes de eso, asesinaron a Heather Kinman. Tenía sólo diecinueve años, y era una mujer zorro.
—Sigo sin ver por qué esto es tan interesante —dijo Eric.
—La mataron, Eric.
Mantuvo su mirada inquisitiva.
Apreté los dientes para no explicarle lo buena chica que era Heather Kinman: acababa de graduarse en el instituto y había conseguido su primer trabajo en la tienda de material de oficina de Bon Temps. Estaba tomando un batido en el Sonic cuando recibió el disparo. El laboratorio estaría analizando en ese momento la bala que dispararon a Sam con la que había matado a Heather, y ambas con la que le habían extraído a Calvin del pecho. Me imaginaba que el tipo de proyectil coincidiría.
—Intento explicarte por qué Sam no quiere que le ayude otro cambiante u otro hombre lobo —le dije apretando los dientes—. Piensa que estaría poniendo a esa persona en peligro. Y no hay ningún humano de por aquí capaz de desempeñar bien ese puesto. Por eso me pidió que viniera a verte.
—Cuando estuve en tu casa, Sookie…
Refunfuñé.
—Oh, Eric, déjalo correr.
A Eric le fastidiaba un montón no ser capaz de recordar lo que había sucedido mientras estaba bajo aquel maleficio.
—Algún día lo recordaré —dijo, casi malhumorado.
Cuando lo recordara todo, no sólo recordaría el sexo.
Recordaría también a la mujer que me estaba esperando en la cocina de mi casa armada con una pistola. Recordaría que él me había salvado la vida recibiendo una bala que iba dirigida a mí. Recordaría que yo había disparado a la mujer. Recordaría que él se había encargado del cuerpo.
Se daría cuenta de que tenía poder eterno sobre mí.
Tal vez recordaría también que se había humillado hasta el punto de ofrecerse a abandonarlo todo para venirse a vivir conmigo.
Disfrutaría recordando el sexo. Disfrutaría recordando el poder. Pero no sabía por qué, no creía que Eric disfrutara recordando esa última parte.
—Sí —dije en voz baja, mirándome las manos—. Espero que algún día lo recuerdes. —En la emisora sonaba una antigua canción de Bob Seger, Night Moves. Vi a Pam bailando espontáneamente al son de la música, moviendo su cuerpo con aquella fortaleza y agilidad tan poco naturales, doblándose y retorciéndose de una manera que los cuerpos humanos jamás podrían conseguir.
Me gustaría verla bailar al son de la música en vivo de los vampiros. Hay que oír tocar en directo a una banda de vampiros. Es algo que jamás se olvida. Suelen actuar en Nueva Orleans y San Francisco, a veces en Savannah o Miami. Cuando salía con Bill, me llevó una vez a escuchar a un grupo que tocaba en Fangtasia una única noche, de camino hacia Nueva Orleans. El cantante de la banda de vampiros —los Renfield's Masters, se llamaban— había llorado lágrimas de sangre cantando una balada.
—Sam ha sido muy inteligente enviándote aquí —dijo Eric después de una larga pausa. Yo no tenía nada que decir respecto a su comentario—. Prescindiré de alguien. —Noté que mis hombros se relajaban de puro alivio. Centré la mirada en mis manos y respiré hondo. Cuando levanté la vista, Eric estaba echando un vistazo a la sala, reflexionando sobre todos los vampiros presentes.
Los conocía prácticamente a todos de pasada. Thalia tenía una melena rizada que le cubría la espalda y un perfil que muy bien podría definirse como clásico. Tenía un acento muy marcado —griego, me parecía— y un carácter irreflexivo. Indira era una vampira india muy menuda, con inocentes ojos de corderito, a quien nadie se tomaría en serio hasta que la situación se desmadrara. Maxwell Lee era un banquero afroamericano especialista en inversiones. Aunque fuerte como cualquier vampiro, Maxwell solía disfrutar más con la actividad intelectual que como gorila.
—Y ¿si te mando a Charles? —Eric lo dijo como sin darle importancia, pero lo conocía lo bastante bien como para saber que se la daba.
—O a Pam —dije—. O a cualquiera capaz de controlarse. —Observé a Thalia aplastando una taza metálica con los dedos para impresionar a un tipo que intentaba hacer avances con ella. El tipo se puso blanco y regresó enseguida a su mesa. Hay vampiros a quienes les gusta la compañía humana, pero Thalia no era precisamente uno de ellos.
—Charles es el vampiro menos temperamental que he visto en mi vida, aunque confieso que aún no lo conozco bien. Lleva trabajando aquí sólo dos semanas.
—Veo que lo tienes muy ocupado.
—Puedo prescindir de él. —Eric me lanzó una mirada engreída que dejaba muy claro que de él dependía lo ocupado que quisiera mantener a su empleado.
—Hummm… de acuerdo. —A los clientes del Merlotte's les gustaría el pirata y los beneficios de Sam subirían en consecuencia.
—Éstos serán los términos del acuerdo —dijo Eric, mirándome fijamente—. Sam le suministrará a Charles la sangre que a él le apetezca y un lugar seguro donde instalarse. Tal vez quieras alojarlo en tu casa, como hiciste conmigo.
—O tal vez no —contesté indignada—. No dirijo ningún hostal para vampiros viajeros. —Empezó a sonar Strangers in the Night, de Frank Sinatra.
—Oh, claro, lo había olvidado. Pero fuiste pagada muy generosamente por ello.
Acababa de tocar un tema delicado. Efectivamente, Eric había desembolsado una cantidad impresionante. Me estremecí.
—Aquello fue idea de mi hermano —dije. Vi el brillo en la mirada de Eric y me sonrojé. Acababa de confirmarle la sospecha que albergaba—. Pero tenía toda la razón —proseguí con mucha convicción—. ¿Por qué instalar un vampiro en mi casa sin recibir un pago a cambio? Al fin y al cabo, necesitaba el dinero.
—¿Han desaparecido ya los cincuenta mil? —preguntó Eric, hablando muy despacio—. ¿Te pidió Jason una parte del dinero?
—Eso no es de tu incumbencia —contesté, con una voz tan seca e indignada como pretendía que sonara. Le había entregado a Jason sólo una quinta parte. Tampoco es que él me la hubiera pedido, aunque tenía que admitir que era evidente que Jason esperaba que le diese algo. Como yo necesitaba el dinero mucho más que él, me había quedado con más de lo que me había planteado en un principio.
Yo no tenía seguro médico. Jason, naturalmente, estaba cubierto por el seguro médico del condado. Y había empezado a pensar: «¿Y si me quedo inválida? ¿Y si me rompo un brazo o tienen que operarme de apendicitis?». No sólo no podría trabajar, sino que además tendría que pagar las facturas del hospital. Y cualquier estancia clínica, con los tiempos que corren, resulta carísima. El último año había tenido que pagar unas cuantas facturas al médico y me había llevado muchísimo tiempo y penurias poder hacerlo.
Me alegraba profundamente de haber sido tan previsora. En la vida normal, no soy de las que piensan muy a largo plazo, pues estoy acostumbrada a vivir el día a día. Pero lo que le había sucedido a Sam me había abierto los ojos. Había estado pensando en lo mucho que necesitaba un coche nuevo…, o mejor dicho, un nuevo coche de segunda mano. Había estado pensando en lo deslucidas que estaban las cortinas de la sala de estar, en lo que me gustaría encargar unas nuevas en JC Penney. Se me había pasado incluso por la cabeza que sería estupendo poder comprarme un vestido que no estuviese rebajado. Pero cuando Sam se había roto la pierna todas estas frivolidades habían quedado olvidadas.
Mientras Connie la Cadáver presentaba el nuevo tema que iba a sonar, One of These Nights, Eric examinó mi rostro.
—Ojalá pudiera leer tu mente igual que tú lees la de los demás —dijo—. Ojalá pudiera saber qué te pasa por la cabeza. Ojalá supiera por qué me importa lo que pasa por esa cabeza.
Le regalé una media sonrisa.
—Estoy de acuerdo con los términos del trato: sangre gratis y alojamiento, aunque el alojamiento no tiene por qué ser necesariamente en mi casa. ¿Y el sueldo?
Eric sonrió.
—Me lo cobraré en especie. Me gusta que Sam me deba un favor.
Llamé a Sam por el teléfono móvil que me había prestado. Se lo expliqué.
Sam se mostró resignado.
—Tengo un lugar en el bar donde podría dormir el vampiro. De acuerdo. Alojamiento con pensión completa y un favor. ¿Cuándo podrá venir?
Le transmití la pregunta a Eric.
—Ya mismo. —Eric llamó con señas a una camarera que llevaba el vestido negro largo y escotado que lucían todas las empleadas humanas del local. (Os contaré un detalle sobre los vampiros: no les gusta servir mesas. Y además lo hacen fatal. Tampoco veréis nunca a uno recogiéndolas. Los vampiros suelen contratar humanos para que trabajen en sus locales y se encarguen de los trabajos más sucios). Eric le dijo que fuera a buscar a Charles. Ella respondió con una especie de saludo militar:
—Sí, amo.
La verdad es que casi me dan náuseas.
Charles saltó teatralmente por encima de la barra y se acercó al reservado de Eric entre los aplausos de la clientela.
Me saludó con una reverencia y se volvió hacia Eric con un aire de solicitud que en otro podría parecer servil, pero que en él tenía un aspecto impersonal.
—Esta mujer te dirá lo que tienes que hacer. Mientras ella te necesite, considérala tu ama. —Fui incapaz de descifrar la expresión de Charles Twining cuando escuchó la orden de Eric. La mayoría de los vampiros no accedería jamás a someterse a las órdenes de un humano, por mucho que dijera su superior.
—¡No, Eric! —Estaba sorprendida—. Si Charles tiene que responder ante alguien, ése debería ser Sam.
—Sam te envió. Y yo confío en ti la dirección de Sam. —Eric adoptó una expresión impenetrable. Sabía por experiencia que en cuanto Eric adoptaba ese gesto, no había manera de llevarle la contraria.
No tenía ni idea de dónde acabaría todo aquello, pero estaba segura de que no traería nada bueno.
—Voy a buscar el abrigo y estaré listo en cuanto desees marchar —dijo Charles Twining, haciendo una reverencia tan cortesana y elegante que me hizo sentir como una idiota. Le devolví el saludo emitiendo un extraño ruidito, y mientras Charles seguía inclinado, me hizo un guiño con el ojo que no llevaba parche. Sonreí sin quererlo y me sentí mucho mejor.
En aquel momento, habló Connie la Cadáver por megafonía:
—Hola, oyentes nocturnos. Continuando con los diez mejores, aquí tenéis, cabezas muertas, uno de nuestros temas favoritos. —Connie sintonizó Here Comes the Night y Eric dijo:
—¿Bailas?
Dirigí mi mirada hacia la pequeña pista de baile. Estaba vacía. Pero Eric le había proporcionado a Sam un camarero y un gorila, tal y como él había pedido. Me tocaba ser amable.
—Gracias —dije educadamente, y abandoné el reservado. Eric me ofreció la mano, se la tomé, y posó la otra en mi cintura.
A pesar de la diferencia de altura, el resultado fue bastante bueno. Fingí ignorar que el bar entero nos miraba y nos deslizamos por la pista como si supiéramos muy bien lo que estábamos haciendo. Concentré la mirada en el cuello de Eric para no levantar la vista y mirarlo a los ojos.
Cuando el baile hubo acabado, me dijo:
—La sensación de abrazarte me resulta muy familiar, Sookie.
Con un esfuerzo tremendo, continué con la mirada fija en la nuez de Eric. Sentí un impulso tremendo de decirle: «Me dijiste que me amabas y que te quedarías para siempre conmigo».
—Ya te gustaría a ti —dije en cambio. Le solté la mano lo más rápidamente que pude y me deshice de su abrazo—. Por cierto, ¿te has tropezado alguna vez con un vampiro de aspecto antipático llamado Mickey?
Eric volvió a cogerme la mano y me la apretó. Dije: «¡Ay!» y me la soltó.
—Estuvo aquí la semana pasada. ¿Dónde has visto a Mickey? —preguntó.
—En el Merlotte's. —Me quedé asombrada al ver el efecto que mi pregunta de última hora había causado en Eric—. ¿Qué pasa?
—¿Qué hacía allí?
—Beber Red Stuff y estar sentado en compañía de mi amiga Tara. Ya la conoces. La viste en el Club de los Muertos, en Jackson.
—Cuando la vi estaba bajo la protección de Franklin Mott.
—Estaban saliendo. No entiendo por qué la deja ir con un tipo como Mickey. Esperaba que ese tipo fuera tal vez su guardaespaldas, o algo por el estilo. —Recogí el abrigo del reservado—. Si no es así, ¿quién es? —le pregunté.
—Mantente alejada de él. No le hables, no le hagas enfadar y no intentes ayudar a tu amiga Tara. Cuando estuvo aquí, Mickey habló básicamente con Charles. Charles me dijo que es un delincuente, que es capaz de…, de hacer auténticas barbaridades. No andes por ahí con Tara.
Abrí las manos, como pidiéndole más explicaciones a Eric.
—Mickey haría cosas que ninguno de nosotros haría —dijo Eric.
Me quedé mirando a Eric, sorprendida y tremendamente preocupada.
—No puedo limitarme a ignorar la situación de Tara. Tengo pocas amigas y no puedo permitirme perder ésta.
—Si se relaciona con Mickey, es que está poniendo toda la carne en el asador —dijo Eric, con brutal simplicidad. Me cogió el abrigo y lo sujetó mientras yo me lo ponía. Me acarició los hombros después de que me lo abrochara—. Te queda bien —añadió. No era necesario intentar leer sus pensamientos para adivinar que no quería decir nada más sobre Mickey.
—¿Recibiste mi nota de agradecimiento?
—Naturalmente. Muy… correcta.
Asentí, esperando con ello indicar que se había acabado hablar de ese tema. Pero, claro está, no fue así.
—Sigo preguntándome por qué tu viejo abrigo tenía manchas de sangre —murmuró Eric, y nuestras miradas se cruzaron. Maldije una vez más mi descuido. En su día, cuando vino a darme las gracias por haberlo acogido en mi casa, había estado dando vueltas por allí y había encontrado el abrigo—. ¿Qué hicimos, Sookie? Y ¿a quién?
—Era sangre de pollo. Maté un pollo para cocinarlo —mentí. Había visto a mi abuela hacerlo cuando yo era pequeña, más de una vez, pero yo nunca lo había hecho.
—Sookie, Sookie. Mi detector de mentiras está captando un «Falso» —dijo Eric, moviendo la cabeza como queriendo regañarme.
Me quedé tan sorprendida que me eché a reír. Era un buen momento para marcharme. Vi que Charles Twining ya estaba en la puerta, cubierto con una moderna chaqueta acolchada.
—Adiós, Eric, y gracias por el camarero —dije, como si me hubiera prestado un par de pilas pequeñas o una taza de arroz. Se inclinó y me rozó la mejilla con sus fríos labios.
—Conduce con cuidado —dijo—. Y mantente alejada de Mickey. Tengo que averiguar qué hace en mi territorio. Llámame si tienes algún problema con Charles. —(Si las pilas son defectuosas o si encuentras que el arroz está lleno de gusanos). Detrás de Eric, seguía aquella mujer aún sentada en la barra, la que subrayó que yo no era doncella. Evidentemente, estaría preguntándose qué había hecho yo para llamar la atención de un vampiro tan antiguo y atractivo como Eric.
A menudo, también me lo preguntaba yo.