Estaba trastornado de tanta ansiedad. En cuanto pisamos la acera, agarré a Louis por los hombros y le obligué a volverse hacia mí.
—No seguiremos adelante con esto —dije—. Regresaré para decir a Merrick que nos negamos a hacerlo.
—No, David, llevaremos a cabo nuestro plan —respondió Louis sin alzar la voz—. ¡No podrás impedirlo!
Por primera vez desde que fijé los ojos en él, me di cuenta de que estaba firmemente decidido y furioso, aunque su furia no iba dirigida sólo a mí.
—Lo haremos —repitió, apretando los dientes; tenía el rostro crispado debido a la cólera que trataba de sofocar—. Merrick no sufrirá ningún daño, tal como prometimos. Pero debo seguir adelante con esto.
—Pero, Louis, ¿no comprendes lo que ella siente? —pregunté—. ¡Se está enamorando de ti! Nunca volverá a ser la misma después de esto. No puedo consentir que esto ocurra. No puedo dejar que la situación empeore.
—Te equivocas, no está enamorada de mí —afirmó Louis con tono categórico—. Cree lo que creen todos los mortales. Cree que poseemos una gran belleza, que somos exóticos, que tenemos una sensibilidad exquisita. Estoy cansado de verlo. No tengo más que llevar a una de mis víctimas a su presencia para curarla de sus sueños románticos. Pero eso no ocurrirá, te lo prometo. Escucha, David, esta hora de espera será la más larga de la noche. Estoy sediento. Deseo ir en busca de una presa. Apártate de mi camino, David. Como es natural, me negué.
—¿Y tus emociones, Louis? —pregunté echando a caminar a su lado, decidido a no dejarlo solo—. ¿Estás seguro de que no te sientes atraído por ella?
—¿Y qué si lo estoy, David? —respondió, sin aminorar el paso—. No me la describiste fielmente, David. Me dijiste que era fuerte, astuta, inteligente. Pero no le hiciste justicia —insistió, mirándome de soslayo—. No me hablaste de su sencillez ni de su dulzura. No me dijiste que fuera intrínsecamente bondadosa.
—¿Es así como la ves?
—Ella es así, amigo mío —contestó Louis sin mirarme—. Una escuela singular, esa Talamasca, de la que ambos habéis salido. Ella posee un alma paciente y un corazón rebosante de sabiduría.
—Quiero suspender esto ahora mismo —insistí—. No me fío ni de ti ni de ella. Escúchame, Louis.
—David, ¿me crees capaz de lastimarla? —me preguntó con brusquedad, sin detenerse—. ¿Acaso busco a mis víctimas entre quienes destacan por su naturaleza amable, entre seres humanos que considero bondadosos y extraordinariamente fuertes? Ella jamás correrá ningún peligro conmigo, David, ¿no lo comprendes? Sólo una vez en mi desdichada vida convertí a una inocente en un vampiro, y de eso hace más de un siglo. Merrick está tan segura conmigo como con cualquiera. ¡Hazme jurar que la protegeré hasta el día de su muerte y probablemente lo haré! Después de que hayamos hecho esto desapareceré de su vida, te lo prometo. —Louis siguió caminando y hablando al mismo tiempo —: Hallaré el medio de darle las gracias, de satisfacerla, de dejarla en paz. Lo haremos juntos, David, tú y yo. No me agobies más. No podemos echarnos atrás. Hemos ido demasiado lejos.
Yo le creí. Le creí a pies juntillas.
—¿Qué quieres que haga? —pregunté apesadumbrado—. Ni yo mismo sé qué hacer al respecto. Temo por ella.
—No tienes que hacer nada —repuso Louis con un tono aún más sosegado—. Deja que todo siga su curso tal como planeamos.
Seguimos avanzando juntos a través del destartalado barrio.
Un rato después aparecieron las luces rojas de neón de un bar, parpadeando bajo las escuálidas ramas de un árbol vetusto y moribundo. Había unas palabras pintadas a mano sobre toda la fachada de madera, y la luz en el interior era tan mortecina que apenas pudimos ver nada a través del sucio cristal de la puerta.
Louis entró y yo le seguí, asombrado al contemplar la enorme cantidad de varones anglosajones que charlaban y bebían apostados frente al largo mostrador de caoba, y la multitud de mesitas cochambrosas. Había algunas mujeres vestidas con vaqueros, jóvenes y viejas, al igual que sus acompañantes masculinos. Unas luces chillonas situadas junto al techo emitían un intenso resplandor rojo. Vi por todas partes brazos desnudos, camisas de tirantes inmundas, rostros taimados y cínicos bajo un velo de sonrisas y dientes que destacaban en la penumbra. Louis se encaminó hacia la esquina de la sala y se sentó en una silla de madera junto a un individuo corpulento, sin afeitar y con greñas, que estaba sentado solo con aire taciturno frente a una botella de cerveza. Yo le seguí, asqueado por el hedor a sudor y el aire viciado por el humo del tabaco.
El volumen de las voces era insoportable y el ruido de la música resultaba desagradable, en su letra, su ritmo y el tono hostil del canto.
Me senté frente a aquel pobre y degenerado mortal, que posó sus ojos vidriosos sobre Louis y luego sobre mí, como si se dispusiera a divertirse un poco a nuestra costa.
—¿Qué desean, caballeros? —preguntó con voz grave. Observé el espasmódico movimiento de su fornido pecho debajo de la raída camisa que llevaba. Se llevó la botella marrón a sus labios y bebió un trago de la dorada cerveza.
—Vamos, caballeros, confiésenlo —dijo con la voz pastosa del borracho—. Cuando unos hombres como ustedes vienen a esta zona de la ciudad, es porque andan buscando algo. ¿De qué se trata? ¿Acaso he dicho que se han equivocado de lugar? ¡Ni mucho menos, caballeros! Quizá lo diga otra persona. Alguien podría decirles que han cometido un grave error. Pero no seré yo quien diga tal cosa, caballeros. Yo lo comprendo todo. Soy todo oídos, caballeros. ¿Qué es lo que quieren, mujeres o un billete de avión? —Nos miró sonriendo—. Tengo todo tipo de mercancías, caballeros. Hagamos como que estamos en Navidad. Díganme lo que desean.
El hombre rió ufano y bebió un trago de la grasienta botella marrón. Tenía los labios rosados y la barbilla cubierta por una barba hirsuta.
Louis lo miró sin responder. Observé fascinado cómo la cara de Louis iba perdiendo poco a poco toda expresión, todo vestigio de sentimiento. Parecía el rostro de un hombre muerto, mientras contemplaba a su víctima, mientras seleccionaba a su víctima, mientras dejaba que la víctima perdiera su desdichada y desesperada humanidad, mientras la idea del asesinato pasaba de lo posible a lo probable y se convertía por fin en un hecho irreversible.
—Quiero matarte —dijo Louis suavemente. Se inclinó hacia delante y contempló de cerca los ojos del individuo, de color gris pálido e inyectados en sangre.
—¿Matarme? —dijo el hombre arqueando una ceja—. ¿Se cree capaz de hacerlo?
—Desde luego —respondió Louis con tono quedo—. Así de fácil.
Y tras estas palabras clavó los colmillos en el cuello recio e hirsuto del individuo. Vi cómo los ojos del hombre se animaban durante unos instantes al tiempo que miraba sobre el hombro de Louis; luego la mirada quedó fija y poco a poco fue perdiendo toda expresividad.
El hombre apoyó su voluminoso y pesado cuerpo contra Louis; su mano derecha de dedos rechonchos se agitó convulsivamente unos segundos antes de caer, flácida, junto a la botella de cerveza.
Louis se inclinó entonces hacia atrás y ayudó al hombre a apoyar la cabeza y los hombros sobre la mesa. A continuación acarició afectuosamente su pelambrera espesa y canosa.
Una vez en la calle, Louis respiró hondo para llenar sus pulmones con el aire fresco de la noche. Tenía la cara manchada con la sangre de su víctima, teñida con el color vivo de un humano. Esbozó una sonrisa triste, amarga, y alzó los ojos para contemplar las estrellas. —Agatha —dijo suavemente, como si musitara una oración.
—¿Agatha? —pregunté. Temía por él.
—La madre de Claudia —respondió, mirándome—. Claudia dijo su nombre en una ocasión durante las primeras noches, tal como suponía Merrick. Recitó los nombres de su padre y de su madre, como le habían enseñado a decirlo a los extraños. Su madre se llamaba Agatha.
—Entiendo —contestó—. A Merrick le complacerá saberlo. Según el estilo de los viejos conjuros, cuando invocas a un espíritu, lo normal es incluir el nombre de la madre.
—Lástima que ese hombre sólo bebiera cerveza —comentó Louis cuando echamos a andar de regreso a casa de Merrick—. Me habría sentado bien tomar algo que me calentara un poco la sangre, pero quizá sea mejor así. Es preferible que esté bien despejado para no perder detalle. Creo que Merrick conseguirá hacer lo que deseo que haga.