13

El 17 de abril Calvin salió del hospital. Su mejoría era evidente, y la historia con su princesa continuó. Discutían cada dos por tres, pero si algo había quedado claro el día del accidente era que ya no podían vivir sin verse.

En aquel tiempo, la relación de amistad entre Rodrigo y Ana se retomó con más fuerza que la primera vez. Iban juntos al cine, al teatro, a ver musicales que a Ana le encantaban, y siempre que sus horarios se lo permitían, Rodrigo se alternaba con Nekane para acompañar a Ana a las clases de preparación al parto. Si bien era algo a lo que nunca antes había asistido, de pronto le gustó.

Ana, por su parte, lo acompañaba a comprar ropa; incluso Carolina y Álex, los hermanos de él, se apuntaron más de una vez. Les gustaba salir con ellos dos. Ana y Rodrigo juntos eran divertidos y estar a su lado les encantaba.

Una tarde, Ana los sorprendió enseñándoles unas entradas para el teatro. Álex, al ver el logotipo de las entradas, gritó enloquecido. Iban a ir a ver el musical de Grease que se representaba en la Gran Vía madrileña. Rodrigo se emocionó ante aquel detalle por parte de ella y rió a carcajadas al ver a su hermano tan excitado con su entrada en la mano. Álex adoraba aquella película, y Ana, que lo sabía, habló con una amiga que trabajaba en la compañía y que le consiguió las entradas. Aquella tarde, Álex, viendo el espectáculo de Grease, fue el muchacho más feliz del mundo. Aplaudía y bailaba las canciones de la película que tantas veces había visto, y Ana bailaba y aplaudía con él. Rodrigo disfrutó de la felicidad que sentían sus hermanos junto a Ana y supo que la amistad con aquella mujer siempre sería muy especial.

Por aquel entonces, la marca Intimissimi de ropa íntima femenina le hizo un encargo a Ana. Querían hacer un calendario para 2013 sexy y provocador con sus prendas. Durante días, Ana y Nekane maduraron la idea, hasta que una tarde dieron con la clave.

—Lo tengo —anunció Nekane riendo—. ¿Qué te parece bomberos y lencería sexy? Podríamos unir en el calendario la sensualidad con el morbo y recrear sueños o deseos que se pueden tener por ambas partes. Cada mes ¡un sueño pecaminoso! Por un lado, a las mujeres nos pone la sensualidad de los bomberos, y a los bomberos, como buenos machotes, les pone la lencería sexy.

Tras hundir un pepinillo en el bote de Nocilla y morderlo, Ana asintió.

—¡Ostras, Neka! ¡Eso podría ser la bomba! Lo llamaríamos «Fuego y sensualidad».

—¡Guau!, sí.

—Creo que has tenido una idea genial —la felicitó Ana, sentándose en el sofá—. Según me dijo Gerard, pretenden regalar el calendario a toda clienta que compre sus prendas. Y ya sabes que Intimissimi vende una barbaridad.

—¡Oh, Dios! ¿Te imaginas a todas las clientas, yo la primera, saliendo con unas bragas en la bolsa y el calendario bajo el brazo?

Ambas rieron, y Ana añadió:

—Seamos realistas. A las mujeres nos vuelven locas los bomberos, y más cuando ya los tenemos idealizados como los tenemos y…

—Vamos a ver, gorda… —la interrumpió Nekane—. Los tenemos idealizados porque a muchas mujeres los uniformes nos vuelven locas. Pero lo mejor de todo es que nosotras conocemos de primera mano a esos supermachos que nos pueden poner en contacto con otros supermachos. Y, ¡joder!…, lo que se me acaba de ocurrir.

—Gusarapo, echémonos a temblar —dijo Ana riéndose y tocándose la tripa.

—¿Qué te parece si hacemos un casting para encontrar a los bomberos más sexis de España? Podemos mandar un mail a las distintas dotaciones contándoles el proyecto y quizá se apunten algunos.

—Ya Neka, pero a cambio habría que darles algo. —Y de pronto, sonriendo, añadió—: ¡Ya lo tengo! Voy a llamar a Gerard y le voy a contar lo que se nos ha ocurrido. Si accede a lo que le pediré, hablamos con Calvin y Rodrigo para que nos den los mails de todos los parques.

Media hora después, Ana colgó el teléfono y, con una sonrisa y el pulgar en alto, dijo:

—¡Genial! El proyecto a Gerard le ha parecido loco y sexy. A cambio, durante el año que el calendario esté en vigor, la firma ingresará a los parques de los bomberos que participen el cinco por ciento de las ventas de ropa. ¿Qué te parece?

—La bomba, niña…, la bomba —soltó Nekane riendo.

Aquella noche, cuando Ana llamó a Rodrigo para comentárselo, él se carcajeó. Hacer calendarios de bomberos ya era un tema bastante trillado, pero cuando le comentó que la firma donaría un cinco por ciento de sus ventas a los parques de bomberos que participaran, la cosa cambió. Los bomberos necesitaban equipaciones nuevas, y ésa podría ser la manera de conseguirlas.

Dos días después, el correo de Ana estaba colapsado con peticiones. Muchos bomberos querían participar.

A finales de abril fue el cumpleaños de Nekane, y Calvin la sorprendió enviando a dos mariachis con sombreros y guitarras a la puerta de su casa para cantarle Las mañanitas. Ana, al ver aquellos hombres en la puerta de su casa cantando aquella dulce canción, cogida de la mano de su amiga, lloró y lloró. Sus hormonas la tenían completamente descontrolada y apenas podía contenerse.

Tras un día de trabajo en el que la navarra había recibido doscientas llamadas telefónicas, por la noche acudió a su fiesta en un pub cercano a su casa. Más de treinta personas, entre las que estaban un aún desmadejado Calvin, Popov y su chica, Rodrigo y Ana, y otros amigos, aplaudían mientras ella soplaba las velas.

Después de los regalos, el divertido grupo decidió cantar en el karaoke, y todos se partieron de risa al escuchar a Popov, el medio ruso, cantarle a Esmeralda Ay pena, penita, pena.

—¿Vas a cantar tú? —preguntó Ana, sentada al lado de Rodrigo.

Él la miró y dio un trago a su cerveza esbozando una sonrisa.

—¡Ni loco!

Aquella palabra y en especial su gesto hicieron reír a Ana a carcajadas. Ella tenía muy claro que Rodrigo no haría cosas así en su vida. Era demasiado serio y reservado como para salir a la palestra. De pronto, Nekane se sentó junto a su amiga y, con el librito de las canciones en la mano, le preguntó:

—¿Cuál cantamos?

Ana, divertida por la ligereza del momento, observó el listado de canciones y señaló una. Emocionada, Nekane aplaudió, se levantó y, antes de alejarse, gritó:

—¡Vamos, levanta el pandero, que somos las siguientes!

Sorprendido por aquella faceta que no conocía, Rodrigo la miró.

—¿Vas a cantar?

—Sí.

—¿En serio? —dijo Rodrigo entre risas, ayudándola a levantarse.

—Ya te digo. Y nada menos que una canción de la grandísima Tina Turner.

Rodrigo soltó una gran carcajada.

—Pero ¿no te da vergüenza hacerlo delante de toda esta gente?

Ana miró a su alrededor y, al verlos a todos felices, divertidos y desinhibidos, se encogió de hombros y murmuró antes de marcharse:

—Tranquilo, está todo controlado. Neka y yo somos unas profesionales del micrófono. ¡No hay karaoke que se nos resista!

Él asintió animadamente y la dejó pasar. Y cuando Popov terminó su canción y todos le aplaudieron, Nekane y Ana subieron al escenario. Entre pitos, aplausos y griterío, la música comenzó, y ellas empezaron a cantar. Sorprendidos, Calvin y Rodrigo se miraron mientras ellas cantaban agarradas a sus micrófonos. Ciertamente, no lo hacían tan mal.

You’re simply the best,

better than all the rest

better than anyone,

anyone I’ve ever met!

Sintiéndose muy interesado, Rodrigo no quitó el ojo del escenario mientras Ana, con su barriga, cantaba y bailaba con una sonrisa de oreja a oreja, divertida y entusiasmada. Cuando terminó la canción, las dos jóvenes, cogidas de la mano, saludaron y, entre risas, regresaron a sus lugares.

—Princesa, como dice la canción, ¡eres la mejor! —dijo Calvin, abrazándola.

Cuando Ana se sentó junto a Rodrigo, estaba acalorada. Rápidamente, él le ofreció el vaso de zumo.

—Cantas muy bien. Tienes una voz preciosa.

—Gracias… ¡Cantar siempre me ha gustado!

La observó mientras reía y hablaba con los amigos de Nekane. Aquella pequeña morenita, tan diferente de las mujeres con las que él solía salir, cada día le sorprendía con algo nuevo, y aquella noche había sido con su increíble voz.

Sobre las dos de la madrugada, al regresar Ana del baño por decimoquinta vez, observó cómo Rodrigo miraba con atención hacia la pista donde la gente bailaba. Curiosa, se paró para ver a quién miraba, y no se sorprendió al comprobar que observaba con detenimiento a Lydia, la siempre guapa del grupo. La rabia le hizo soltar un borderío, pero de pronto, al verse reflejada en el espejo que había enfrente, suspiró. Era lógico que no sólo Rodrigo, sino el resto de los hombres no se fijaran en ella. ¿Quién iba a fijarse en una embarazada?

Querer competir con la guapa y sexy Lydia, que iba ataviada con un vestido azulón de lycra y botas de caña alta, era misión imposible, y consciente de que la batalla la tenía perdida, decidió ser consecuente con su situación y admitir de una vez por todas que Rodrigo era algo imposible.

Dibujando una sonrisa en su cara, continuó su camino y se acercó hasta él.

—¿No bailas más? —le preguntó, sonriente, al verla llegar.

Ana cogió su zumo de piña y se lo bebió de golpe.

—No puedo más. Estoy agotada. —Y al ver que Rodrigo volvía a mirar a Lydia, dijo, acercándose a él—: ¿Quieres que te la presente?

—¿A quién?

—Venga, va, ¡no disimules! A la chica que estás mirando. La de azul.

Rodrigo sonrió; le divertía comprobar que Ana se fijaba en todo.

—¿La conoces?

—Sí. Es muy maja.

—Y muy guapa —añadió Rodrigo.

—Sí —suspiró, resignada—. Y si mal no recuerdo, soltera.

Él asintió, pero le guiñó un ojo y dijo, dejándola descolocada:

—¿Sabes?, prefiero seguir aquí contigo. Alguien tiene que vigilarte para que no te comas todas las patatas fritas y los ganchitos.

—¡Anda ya! —se mofó, dándole un golpe en el hombro.

—Además, hoy tienes un día tonto y si has llorado con Las mañanitas

—¡Ay!, no me lo recuerdes que aún me emocionaré y, como diría mi Encarna, volveré a chorar —gimió, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Nunca he visto llorar tanto a una mujer —afirmó Rodrigo, sonriendo.

—¡Son mis hormonas! —se defendió ella—. No soy tan llorona.

—Vale, vale… No quiero dudarlo, ¡te creo!

Feliz como una tonta porque él hubiera preferido quedarse con ella fue a decir algo cuando oyó:

—Ana, pero cuánto tiempo sin verte. ¿Qué tal?

Al volverse, se quedó de piedra. La impresionante Lydia con su vestido de lycra estaba allí mostrando la mejor de sus sonrisas. ¡Maldita su suerte! Tras tener una conversación de besugos entre las dos, Ana decidió acabar con aquel numerito y, mirando al bombero, dijo:

—Rodrigo, te presento a Lydia. Lydia, Rodrigo.

Cuando aquellos dos se saludaron y comenzaron a hablar, Ana miró por encima del hombro a Rodrigo, dispuesta a quitarse de en medio.

—Disculpadme, pero creo que Esmeralda me llama. —Y dicho esto, desapareció.

Sin mirar atrás caminó hacia el otro lado del local y, apoyándose en la barra, llamó al camarero y le pidió una agua sin gas. En ese momento, Nekane llegó hasta ella.

—¿Estás bien?

—Sí…, maravillosamente bien —contestó, como si quisiera ganar el Goya a la mejor actriz. Una vez ya había sido demasiado humillante; dos, era de idiota profunda—. ¡Dios, Neka!, mataría por un buen Bacardí con Coca-Cola. Estoy de zumitos hasta el mismísimo. Por cierto, me ha dicho Gisela que el guaperas, por no decir buenorro de Mario, estará en septiembre en Alemania, ¿coincidiremos?

Nekane miró con sorpresa a su amiga y, sonriendo, añadió:

—Punto uno: si Mario va a Alemania, seguro que te buscará; ¡siempre lo hace! Punto dos: en septiembre ya no estarás embarazada, por lo que te podrás desquitar de tu abstinencia sexual. Y punto tres: de Bacardí ahora, nada de nada, o te juro que te crujo.

—Lo sé, tonta…, lo sé. Pero te juro que el día que pueda me voy a beber todo lo que no he bebido durante el embarazo.

En ese momento, Nekane vio a Rodrigo hablar animadamente con el bombonazo de Lydia.

—¿Has visto con quién está Rodrigo? —le preguntó.

Ana asintió, y sin cambiar la sonrisa, miró hacia donde estaba el bombero.

—Sí, con Lydia. Los acabo de presentar.

—¿Tú los has presentado? —dijo Nekane con asombro.

—Sí. Conozco a Rodrigo, y ella es de su estilo.

—Pero si ésa tiene más morro que potorro.

—Pues sí, pero también es guapa, estilizada, rubia y, lo más importante, tiene unas grandes tetorras. Y eso, a nuestro amigo Rodrigo, ¡le pone!

La frialdad que Ana mostraba ante aquella situación llamó la atención de Nekane, que pensó en ahondar en el tema para saber si realmente a su amiga ya no le importaba lo que el otro hiciera.

—Oye…, estoy que me muero de sueño. ¿Me odiarías si me marcho ya a casa?

—Pero si ahora vamos a cantar de nuevo en el karaoke. ¿Cómo te vas a ir?

—Neka…, estoy muerta. Créeme.

La navarra se fijó en las ojeras de Ana y asintió.

—Le diré a Rodrigo que te acompañe.

Agarrándola con rapidez, Ana la detuvo y, con una sonrisa que la descolocó aún más, murmuró:

—Ni se te ocurra cortarle el rollo. ¡No ves que está con Lydia! Por lo tanto, cierra esa boca que tienes llena de dientes y no le digas nada, ¿entendido?

Popov, del brazo de su chica, se acercó hasta ellas.

—¿Qué os pasa? —les preguntó.

—Aquí la preñá, que se quiere marchar —contestó Nekane, molesta porque su amiga se marchara tan pronto de la fiesta.

—Normal —asintió Esmeralda, descolocando a la navarra—. Tiene carita de cansada.

Ana asintió con ojos de perro pachón. Aquéllos eran su oportunidad de huir de allí.

—Venga…, nosotros la llevaremos a casita —se ofreció Popov. Y como vio que Nekane iba a protestar, añadió—: Mira, navarra, te quiero mucho, pero esos amigos tuyos tan…, tan roqueros ¡pueden con mis nervios!

Dos minutos después, tras despedirse únicamente de Nekane, los tres se marcharon del pub. Ana, con una sonrisa prefabricada en el rostro y dolor en el corazón por dejar a Rodrigo allí, se subió en el coche de Popov y, cuando llegó a su casa, tras saludar a Miau y a Pío, se durmió. No quería pensar.