16

Me senté aturdida en el último escalón de la escalera, atenta a los preparativos que estaban llevándose a cabo a mi alrededor.

La expedición de la señora Bethany estaba compuesta por cinco vampiros: mis padres, Balthazar, el profesor Iwerebon y ella. Todos llevaban impermeables pesados y puñales sujetos a las pantorrillas y los antebrazos.

—Deberíamos llevar pistola para enfrentarnos a este tipo de situaciones —apuntó Balthazar.

—Solo hemos tenido que enfrentarnos a «este tipo de situaciones» en dos ocasiones en más de doscientos años —contestó la señora Bethany, más glacial que nunca—. Nuestras aptitudes suelen ser más que suficientes para tratar con los humanos. ¿O acaso no cree estar preparado para lo que se le encomienda, señor Moore?

«Lucas es un cazador de vampiros. Lucas vino aquí para matar gente como mis padres. Me dijo que no me fiara de ellos. Supongo que creyó que me habían raptado siendo un bebé. Intentó abrir una brecha entre nosotros. Creí que solo estaba siendo grosero, pero tal vez estaba decidido a matarlos».

—Sé arreglármelas yo solo —dijo Balthazar—, pero es posible que Lucas también vaya armado. Es un cruz negra. Es imposible que viniera aquí a pecho descubierto. Es muy probable que haya encontrado un escondite para su arsenal dentro de la escuela y le aseguro que ahí estarán sus armas.

«Subimos la escalera de la torre norte juntos y estuvo rezongando todo el camino. Creí que era porque Lucas me tenía miedo, que temía a los vampiros, pero no se trataba de eso. Incluso una vez en el suelo, cuando estábamos besándonos, me pidió que volviéramos a vernos a solas, pero en otro lugar».

—En la habitación que hay en lo alto de la torre norte —dije de repente con una voz extraña que apenas reconocí como mía—. Está allí.

La señora Bethany se puso muy tensa.

—¿Usted lo sabía?

—No, es una corazonada.

—Comprobémoslo. —Balthazar me tendió la mano para ayudarme a ponerme en pie—. Vamos.

Parecía que todo estaba igual que la última vez que Lucas y yo estuvimos allí arriba juntos. La señora Bethany cerró los ojos un momento, consternada.

—La habitación de archivo. Si ha estado aquí arriba, habrá leído casi toda nuestra historia. Los lugares donde se ocultan muchos de los nuestros… Y ahora la Cruz Negra los conoce.

—Muchos de estos archivos llevan décadas desfasados —intentó razonar mi padre—. Los años más recientes están en el ordenador.

—Creo que también ha tenido acceso a esos —dije, recordando el día que había encontrado a Lucas saliendo a hurtadillas del despacho que la señora Bethany tenía en la cochera.

La señora Bethany se volvió en redondo hacia mí, a punto de perder los estribos.

—Vio que Lucas Ross incumplía las normas y jamás avisó a nadie de dirección. Dejó que un miembro de la Cruz Negra campara a sus anchas por Medianoche durante meses, señorita Olivier. No crea que voy a olvidarlo.

Por lo general, yo solía encogerme cuando me hablaba de ese modo; sin embargo, esa vez repliqué.

—¡Fue usted quien lo admitió aquí en primer lugar!

Después de eso, todo el mundo guardó silencio unos segundos. Solo lo había dicho para defenderme, pero comprendí que la señora Bethany había metido la pata, pero hasta el fondo, y su intento por endiñarle la culpa a otro le había salido mal.

En vez de estrangularme, la señora Bethany me dio la espalda, muy estirada, para inspeccionarla estancia.

—Abran las cajas, miren en los armarios y en las vigas. Quiero saber qué guardaba aquí arriba el señor Ross.

El recuerdo de los momentos que Lucas y yo habíamos pasado juntos me abrumaba, pero intenté concentrarme en un día en concreto: el día que subimos a esa habitación. Lucas se había sentado inmediatamente sobre el enorme arcón que había colocado contra una pared. En aquel instante pensé que estaría cansado, pero tal vez lo había hecho por un motivo bien distinto: para que yo no lo abriera.

Balthazar miró hacia donde apuntaban mis ojos. No dijo nada, pero enarcó una ceja a modo inquisitivo. Asentí con la cabeza y se dirigió hacia el arcón para abrir la tapa. No pude ver lo que había dentro, pero mi madre dio un grito ahogado y el profesor Iwerebon maldijo entre dientes.

—¿Qué es? —pregunté.

La señora Bethany se acercó y echó un vistazo al interior del arcón. Mantuvo una expresión de absoluta frialdad al agacharse y sacar una calavera.

Ahogué un grito y me sentí como una estúpida.

—Eso tiene que ser muy antiguo. Vaya, mirad qué pinta tiene.

—Nuestros cuerpos se descomponen muy deprisa al morir, señorita Olivier. —La señora Bethany no paraba de darle vueltas al cráneo, lo que me recordó sus clases sobre Hamlet—. Para ser exactos, se deterioran hasta alcanzar el estado de descomposición que tendrían si hubieran muerto siendo humanos. A pesar de que los huesos están limpios, conservan restos de piel… Lo que nos sugiere que este cráneo pertenecía a un vampiro que murió hace décadas, tal vez incluso un siglo.

—Erich —dijo Balthazar de pronto—. Una vez comentó que había muerto en la Primera Guerra Mundial. Lucas y Erich siempre se estaban buscando. Si Lucas lo atrajo hasta aquí y Erich no tenía ni idea de que estaba tratando con un cazador de la Cruz Negra, el resultado es fácil de imaginar.

—Sobre todo si Lucas contaba con uno de éstos. —Mi padre había abierto otra caja, de la que había sacado un cuchillo enorme; no, un machete—. Con esto podría despachar a cualquiera de nosotros en un abrir y cerrar de ojos.

Balthazar dejó escapar un prolongado silbido mientras examinaba la hoja.

—Ésos dos solían pelearse, pero Erich siempre pudo con Lucas. O bien Lucas perdía a posta, o sabía que si demostraba lo que era capaz de hacer lo hubiéramos descubierto.

—Creía que Erich se había escapado —protesté.

Tenía que ser así; Lucas y Erich se habían peleado, pero Lucas no podía haberlo matado.

—Es lo que creímos todos, pero nos equivocamos. —La señora Bethany devolvió el cráneo de Erich al arcón sin ceremonias—. Sigamos buscando.

Los demás obedecieron. Temblorosa, me acerqué al arcón para mirar dentro. Había un montón de huesos, un uniforme polvoriento de Medianoche y, en un rincón, un redondel de color marrón. Con un sobresalto comprendí que se trataba de la pulsera de cuero que Raquel había perdido. Era imposible que Lucas se la hubiera robado. No, se la había quitado Erich y la llevaba cuando murió.

«Cuando lo mató Lucas».

—Bianca, cariño. —Mi madre se acercó. Se había puesto unos tejanos y unas botas. Por lo general, se negaba a vestirse con lo que seguía calificando como ropa de hombre, pero había hecho una excepción para ir tras Lucas—. Deberías ir a nuestra habitación. No es necesario que sigas aquí.

—¿Qué me vaya al piso a hacer qué? ¿A leer un libro? ¿A escuchar música? Creo que no.

La señora Bethany me fulminó con la mirada por encima del hombro de Iwerebon.

—Daremos con su rastro a pesar de la lluvia. No le contará jamás a nadie de esta escuela nada acerca de esta noche.

Cerré la tapa del arcón lentamente.

—Yo también voy.

—Bianca. —Mi madre negó con la cabeza—. No tienes por qué hacerlo.

—Sí, sí tengo que hacerlo.

—No. —Balthazar se acercó a mí—. Esto es totalmente nuevo para ti… y la Cruz Negra… Son muy buenos. Mortales. Puede que Lucas sea joven, pero es bastante obvio que sabe perfectamente lo que se hace.

—Lo que Balthazar no dice por educación es que puede ser peligroso. —Mi padre parecía furioso. Tenía la nariz roja e hinchada, probablemente rota. Incluso las heridas de los vampiros tardan un tiempo en curar—. Lucas Ross podría hacerte daño, incluso podría matarte.

Me estremecí, pero no di mi brazo a torcer.

—Podría mataros a cualquiera de vosotros y aun así iréis tras él.

—Nosotros nos ocuparemos del asunto —insistió Balthazar—. Lo peor de todo esto es lo que te hizo, Bianca. Tus padres no dejarán que Lucas se salga con la suya, y yo tampoco.

La señora Bethany enarcó una ceja. Era obvio que para ella mi corazón roto no era «lo peor de todo», por eso esperaba que arremetiera contra mí, como siempre.

—Que venga —dijo, en cambio.

Mi madre se la quedó mirando, incrédula.

—¡Solo es una niña!

—Fue lo bastante mayor para morder a un humano, lo bastante mayor para darle poderes, y eso la hace lo bastante mayor para afrontar las consecuencias. —Me miró fijamente—. ¿Necesitará un arma, señorita Olivier?

—No.

¿Cómo iba a clavarle un cuchillo a Lucas?

La señora Bethany malinterpretó mi negativa. Tal vez con toda la intención.

—Supongo que podría completar su transformación esta noche.

—¿Ésta noche? —dijeron mis padres al unísono.

—Los niños crecen tarde o temprano.

«Quiere que vuelva a morder a Lucas, pero esta vez quiere que lo mate. Le prenderán fuego al cuerpo antes de que pueda volver a levantarse en forma de vampiro y habré perdido a Lucas para siempre».

La señora Bethany se dirigió hacia la puerta y la abrió de un empujón. Balthazar me puso un chubasquero sobre los hombros y yo intenté meter los brazos por las mangas, demasiado largas.

—Vamos.

Iniciamos nuestro descenso por la escalera hacia la oscuridad.

Mis padres me explicaron que eran vampiros en cuanto fui lo bastante mayor para saber guardar secretos, por lo que el hecho de no ser humana era algo tan normal y corriente para mí como que el cabello de mi madre tuviera un tono acaramelado o que a mi padre le gustara llevar el ritmo chascando los dedos al compás del jazz de los cincuenta. Bebían sangre sentados a la mesa en vez de ingerir alimentos, y les gustaba perderse en sus recuerdos acerca de los buques de vela, la rueca y, en el caso de mi padre, acerca de la vez que vio a William Shakespeare actuando en una de sus obras. No eran más que anécdotas, divertidas y enternecedoras, pero nunca escalofriantes. Nunca las había considerado como algo antinatural.

En cuanto iniciamos la persecución, comprendí lo poco que los conocía en realidad.

Avanzaban mucho más rápido que yo, más que la mayoría de los humanos. Lucas y yo creíamos estar desarrollando nuestros poderes cuando corríamos por los terrenos del internado semanas atrás, pero comparados con ellos éramos unas tortugas. Mis padres, Balthazar, todos avanzaban con paso seguro a pesar del fango, y podían ver en la oscuridad. Yo tenía que confiar en los haces de luz de las linternas y en sus voces para guiarme.

—¡Aquí! —El acento nigeriano del profesor Iwerebon era aún más cerrado cuando algo lo preocupaba—. El chico ha pasado por aquí.

«¿Cómo pueden saberlo?». Vi que Iwerebon apoyaba la mano sobre las ramas de un arbusto. Al tocarlo, sentí el vello de las suaves yemas de las hojas nuevas en mis manos heladas. Una de las ramas estaba partida. Lucas la había roto al pasar corriendo por el lado.

«Corre para ponerse a salvo. Debe de estar muerto de miedo».

«Dijo que me quería».

El estallido de un nuevo relámpago centelleó en el cielo y todo quedó iluminado por unos instantes como si fuera de día. Vi la silueta de la señora Bethany recortada contra el oscuro bosque y reconocí el paisaje: estábamos muy cerca del río. Era la primera vez desde hacía un buen rato que sabía dónde estábamos, porque las nubes cargadas de lluvia ocultaban las estrellas.

—No es uno de los caminos habituales que toman los alumnos —dijo la señora Bethany—. La Cruz Negra debe de haberlo entrenado lo bastante bien para que tuviera preparado un plan de fuga, y eso significa que ha tenido que marcar la ruta con antelación.

Un trueno estalló sobre nosotros y ahogó la respuesta del profesor Iwerebon. Con cansancio, saqué los pies del fango en el que se habían hundido. Balthazar me cogió por el codo para servirme de apoyo hasta que encontrara tierra firme.

«¿Cómo es posible que durante todo este tiempo en que creía que Lucas estaba protegiéndome, en realidad estuviera poniéndome en peligro?».

Noté la presión de los dedos de Balthazar en mi brazo.

—Por aquí, vamos.

Cuando un nuevo relámpago surcó el cielo, vi lo que Balthazar había encontrado: pisadas profundas en el barro que se dirigían hacia el río. Lucas había tenido que sacar los pies del fango como yo. A pesar de los nuevos poderes que compartíamos, Lucas no era ni tan rápido ni tan sobrenaturalmente etéreo como los vampiros que tenía a mi alrededor. Solo era un chico que corría hasta el límite de sus fuerzas, abriéndose camino a través de una tormenta, consciente de que se jugaba la vida si lo atrapaban.

Llovía con demasiada fuerza para que ese tipo de pisadas aguantaran mucho antes de que el agua las borrara. Ya estábamos muy cerca.

«Me mintió desde el principio. Desde el primer día. Mientras yo estaba angustiada por todos los secretos que no podía compartir con él, Lucas se burlaba de mí cada vez que nos besábamos».

—¡Rápido! —nos urgió la señora Bethany. A pesar de la larga falda, se movía más rápido que ninguno. Yo me quedaba rezagada, sin aliento y helada de frío, aunque lo bastante cerca de ellos para oír la lluvia rebotando contra sus chubasqueros—. Habrá cruzado el río. Eso nos hará perder tiempo.

El río.

Desde que tenía uso de razón, mis padres habían bromeado sobre el pánico que le tenían al agua en movimiento. Cuando íbamos de excursión, siempre intentaban seguir una ruta que no atravesara ningún río. Si había que hacerlo, lo hacían, pero solían demorarse bastante hasta que por fin se decidían: mi padre frenaba en cuanto aparecía un puente a la vista, mi madre se mordía las uñas angustiada y yo no podía parar de reír durante la media hora que necesitaban para encontrar el valor y decidirse a cruzarlo. Ambos describían su viaje en barco al Nuevo Mundo como la peor experiencia que jamás habían vivido.

«Los vampiros tienen problemas para cruzar el agua en movimiento».

Algunos alumnos humanos se habían preguntado por qué los profesores a los que les tocaba vigilarnos salían en dirección a Riverton antes que nosotros, aunque yo sabía que era porque querían cruzar el puente a su ritmo, sin testigos de lo que representaba para ellos esa experiencia. En ese momento, comprendí que Lucas también lo sabía y que contaba con ello para ponerse a salvo.

Seguimos adelante, hasta que todos se detuvieron unos pasos más allá. No hizo falta que ningún relámpago me mostrara el camino. Jadeando, les di alcance y pasé al lado del profesor Iwerebon, de Balthazar, de mis padres y, finalmente, de la señora Bethany, quien se había detenido a escasos pasos del puente.

—Espere aquí —ordenó—, continuaremos enseguida.

Frunció los labios, tal vez infundiéndose ánimos para superar su única debilidad.

—Escapará.

Pasé junto a ella.

—¡Señorita Olivier! ¡Deténgase inmediatamente!

Mis pies tocaron el puente. Era más sencillo caminar sobre unos viejos tablones de madera empapados de agua que por el fango.

—¡Bianca! —me llamó mi padre—. Bianca, espéranos. No puedes hacerlo sola.

—Sí, puedo.

Eché a correr. La lluvia me golpeaba la cara y me dolía el costado por culpa del flato. El chubasquero cargado de agua era como un peso muerto sobre los hombros. Lo único que quería era dejarme caer sobre el puente y llorar. Mi cuerpo estaba al límite de la extenuación.

Y sin embargo seguí corriendo. Corrí aunque las piernas me pesaban como el plomo y tenía un nudo en la garganta por las lágrimas reprimidas, mientras mis padres, mis profesores y mi amigo no dejaban de gritarme que volviera. Seguí corriendo, y a cada paso ganaba velocidad.

Desde que había llegado a Medianoche… No, en realidad durante toda mi vida había dejado que los demás solucionaran mis problemas. Nadie podía encargarse de aquello por mí. Tenía que enfrentarme yo sola.

No sabía si iba detrás de Lucas o si huía con él. Lo único que sabía era que debía correr.

Después de cruzar el puente, no tuve demasiados problemas para seguir el rastro de Lucas sin ayuda de nadie. Estaba muy oscuro y no poseía la visión o el oído extrasensoriales de los verdaderos vampiros. Sin embargo, era obvio que Lucas se dirigía a Riverton, y en ese lugar había muy pocos caminos que le llevaran al sitio al que se dirigía. Lucas sabía que no tenía tiempo que perder y que, por tanto, tenía que alejarse de allí lo antes posible.

Después de que se fuera a casa a pasar las vacaciones de Navidad, yo había acompañado a Raquel hasta la estación de autobuses. Aunque ella ansiaba abandonar Medianoche cuanto antes, su familia no iba a estar en casa hasta un poco más tarde, así que estuvimos esperando uno de los últimos autobuses, el que salía hacia Boston a las 8:08. Ya casi eran las ocho y estaba segura de que Lucas iba a intentar subir a ese autobús. El siguiente no pasaría hasta al cabo de un par de horas y eso era demasiado margen. La señora Bethany y los demás caerían antes sobre él. El autobús a Boston era la única oportunidad real que Lucas tendría de escapar.

El centro de la ciudad estaba casi desierto. No había coches en las calles y los pocos negocios que se habían molestado en seguir abiertos parecían vacíos. A nadie le apetecía salir en una noche como aquélla. Con el pelo empapado pegado a la cabeza, lo consideré lo más normal del mundo. Miré en un par de tiendas abiertas, incluido el establecimiento donde encontramos el broche. Lucas no estaba.

«No. Sabe que es el primer lugar donde mirarían».

En ese momento, comprendí que tenía una ventaja sobre la señora Bethany y mi padres, algo que ni siquiera siglos de experiencia y poderes sobrenaturales podían darles: conocía a Lucas y eso significaba que sabía lo que iba a hacer.

Era probable que ellos también imaginaran que Lucas no intentaría esconderse en un lugar público. Incluso puede que hicieran la inferencia que yo hice: que se ocultaría tan cerca de la estación de autobuses como le fuera posible para no exponerse demasiado en el pueblo antes de poder subir al autobús y salir de allí. Sin embargo, la estación de autobuses estaba en el mismo centro de la ciudad, rodeada por un puñado de tiendas y, por lo que ellos sabían, él podría estar en cualquiera de ellas.

Lucas había ido conmigo a ver una película antigua y me había comprado el broche en la tienda de ropa vieja. Y antes de salir corriendo me había dicho que me quería.

Lo que significaba que tal vez, solo tal vez, escogería para ocultarse el mismo lugar que hubiera escogido yo.

Me dirigí de nuevo hacia la tienda de antigüedades del extremo más alejado de la plaza, sorteando los charcos de agua. Cualquier duda que hubiera podido albergar acerca de mi corazonada se desvaneció en cuanto llegué a la puerta trasera de la tienda y vi que la habían dejado entornada.

La abrí poco a poco. Las bisagras no chirriaron y avancé con cuidado sobre los tablones de madera. Con las luces apagadas, la oscuridad era prácticamente completa. Apenas conseguía distinguir la silueta de los objetos extraños que me rodeaban. Al principio no podía creer lo que estaba viendo: una coraza, un zorro disecado, un bate de criquet, hasta que comprendí que la amalgama de objetos tenía una razón de ser: formaban parte del almacén de la tienda de antigüedades, cosas que compraba muy poca gente. Todo era un poco surrealista, como si viviera una pesadilla estando completamente despierta.

Al principio intenté no hacer ruido, pero a medida que avanzaba comprendí que eso podía ser peligroso. Puede que Lucas estuviera dispuesto a atacar a los demás que iban tras él, pero estaba convencida de que a mí no me haría nada.

—¿Lucas? —Nadie contesto—. Lucas, sé que estás aquí. —Silencio, aunque sabía que alguien me observaba—. Estoy sola, pero ellos están cerca. Si tienes algo que decirme, será mejor que me lo digas ahora.

—Bianca.

Lucas dijo mi nombre en un suspiro, como si estuviera demasiado cansado para seguir reteniéndolo. Intenté escudriñar la oscuridad, pero no lo vi. Lo único que sabía era que su voz procedía de algún lugar por delante de mí.

—¿Es cierto lo que dicen de ti?

—Depende de lo que digan.

Oí unas pisadas que se acercaban poco a poco en mi dirección. Me apoyé con una mano temblorosa sobre el objeto que tenía más cerca para que me sirviera de sostén, una silla tapizada de terciopelo gastado.

—Dicen que eres miembro de una organización llamada la Cruz Negra. Cazadores de vampiros. Que has estado mintiéndome a mí… Y a todos.

—Es cierto. —Nunca me había parecido tan cansado—. ¿De verdad estás sola? No te culpo si me has mentido.

—Solo te he mentido una vez y no voy a empezar a hacerlo de nuevo ahora.

—¿Una vez? Se me ocurren bastantes veces en las que se te pasó por alto comentarme que eras un vampiro.

—¡Tú tampoco me dijiste que eras un cazador de vampiros!

Lo habría abofeteado. Mi rabia no pareció conmoverlo en lo más mínimo.

—Supongo que tienes razón. Supongo que al fin y al cabo es lo mismo.

—¡Te conté toda la verdad en ese correo electrónico! ¡No me guardé nada!

—Porque te pillé. Así no cuenta y lo sabes.

¿Por qué continuaba insistiendo en que habíamos hecho lo mismo?

—Yo no elegí ser lo que soy. Tú… Vosotros planeáis dar caza a mi familia, a mis amigos…

—Yo tampoco lo elegí, Bianca —dijo con voz ronca, como si se ahogara. Mi rabia se transformó en otra emoción, en una que no podía nombrar. Lucas se acercó un poco más. Al escudriñar en la oscuridad, entreví su silueta a unos pasos de mí—. Ni quién soy ni lo que soy, ni siquiera el venir a Medianoche.

—Pero elegiste estar conmigo.

Aunque él había intentado convencerme de que no me convenía, ¿no? En ese momento comprendí por qué.

—Sí, lo hice, y sé que te he hecho daño. Lo siento. Eres la última persona en el mundo a la que querría hacer sufrir.

Parecía completamente sincero. Deseé poder creerle como nunca antes había deseado nada en el mundo. Sin embargo, después de todo lo que había ocurrido esa noche, se había acabado lo de creerlo todo sin más.

—¿Puedes decirme por qué?

—Sería muy largo de explicar y no tenemos tanto tiempo.

El autobús de las 8:08 h a Boston. Consulté la hora; las manecillas fosforescentes me indicaron que apenas nos quedaban cinco minutos.

Me acerqué a Lucas con las manos extendidas, abriéndome camino a tientas. Mis dedos acariciaron unas plumas de avestruz, polvorientas después de tantos años, y algo suave y frío, tal vez el armazón de una cama de latón. Lucas se volvió hacia la izquierda, intentando evitarme, y se ocultó detrás de un panel, aunque descubrí que podía ver a través de él. Al acercarme vi que se trataba de una vidriera.

Estábamos en la pieza principal de la tienda de antigüedades, menos abarrotada y en penumbra. Las farolas de la calle proyectaban su luz verdusca y desvaída sobre nosotros. Lucas se quedó detrás de la vidriera. ¿Me tenía miedo? ¿Le daba vergüenza mirarme a la cara? En vez de rodear el panel, me coloqué delante de él, así nos veríamos a través de los vidrios tintados. La cara de Lucas estaba dividida en cuatro cuadrados de color, y en sus ojos oscuros había una mirada atormentada.

Los dos permanecimos en silencio hasta que Lucas sonrió con tristeza.

—Eh.

—Eh.

Yo también sonreí, y estuve a punto de echarme a llorar.

—Por favor, no llores.

—No, no lo haré. —Se me escapó un sollozo, pero tragué saliva y me mordí la lengua. Como siempre, el sabor de la sangre me dio fuerzas—. ¿He de temer algo?

Lucas sacudió la cabeza. En su rostro se reflejaba el color de las piedras preciosas a través del cristal: topacio, zafiro y amatista.

—No de mí. De mí nunca.

—Díselo a Erich.

—Lo habéis encontrado. —Lucas no parecía ni remotamente arrepentido—. Erich estaba acosando a Raquel. ¿Recuerdas? Cuando la oí hablar de la pulsera que había perdido, supe que se le acababa el tiempo. Robar las posesiones de su víctima es una señal típica de que el vampiro asediador se está preparando para atacarla. Erich quería matarla y, si hubiera encontrado la ocasión, lo habría hecho. Creo que en el fondo tú también los sabes.

Me intranquilizó tener que darle la razón. Si no hubiera probado la sangre de Erich y hubiera sentido toda aquella maldad yo misma, tal vez no le habría creído. Sin embargo, había visto la sed de mal en la mente de Erich y sospechaba que Lucas decía la verdad, al menos acerca de ese tema.

—Todavía me cuesta hacerme a la idea.

—Ya lo sé. Sé que debe de ser duro para ti.

—Dime lo que he de saber.

Lucas guardó silencio y temí que no fuera a responderme. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de darme por vencida, empezó a hablar.

—Al principio te mentí por la misma razón por la que tú me mentiste a mí. Cruz Negra es un secreto que he guardado con celo toda mi vida, algo con lo que me comprometió mi madre al nacer. —Lucas hablaba con voz distante, absorto en sus recuerdos—. Me enseñaron a pelear, me inculcaron disciplina y me enviaron a cumplir mi misión en cuanto fui lo bastante mayor para sujetar una estaca.

Recordé que Lucas me había contado en el pasado que su madre era una mujer muy severa, y que él a veces tenía la sensación de que no tomaba sus propias decisiones. Por fin comprendí lo que realmente había querido decirme. Solo tenía cinco años y se había llevado un arma al fugarse de casa.

—Al principio creí que eras una de las alumnas humanas de la escuela. Cuando me dijiste lo de tus padres, pensé que habrían asesinado a los verdaderos y que te habrían adoptado. Supuse que no sabías qué eran en realidad. —Nuestras miradas se encontraron a través de la vidriera. Su sonrisa era descorazonadora—. Me dije que debía mantenerme alejado de ti por tu propio bien, pero no pude. Era como si formaras parte de mí casi desde el instante en que te vi. La Cruz Negra me habría dicho que te apartara a un lado, pero estaba harto de apartar a la gente de mí. Por una vez en mi vida quería estar con alguien sin preocuparme de cómo podría afectar eso a la Cruz Negra, por una vez quería vivir como una persona normal. Después de la primera conversación que tuvimos… ¿Te puedes creer que pensé que eras una chica muy guapa y normal?

Era lo más gracioso y lo más triste que había oído en mi vida.

—Para que vuelvas a fiarte.

—No me importa… lo que eres. Ya te lo dije, y lo dije en serio. —Se volvió hacia el escaparate, y la preocupación se perfiló en su silueta—. Tengo que decirte muchas cosas, pero el autobús está a punto de salir… Mierda, tal vez podría coger el siguiente…

—¡No! —Apreté una de las manos contra la vidriera. Aunque seguía sin saber cómo iba a poder volver a confiar en Lucas, sabía que jamás podría hacerle daño y mucho menos quedarme de brazos cruzados mientras la señora Bethany y mis padres tenían intención de matarlo—. Lucas, los demás están muy cerca. No esperes. Vete, rápido.

Lucas debería haber salido corriendo de allí en ese preciso momento. Sin embargo, se me quedó mirando a través de la vidriera y poco a poco abrió la mano al otro lado de modo que ambas quedaron encaradas contra el mismo vidrio, dedo con dedo, palma con palma. Nos acercamos al cristal y nuestros rostros quedaron a apenas unos centímetros de distancia. A pesar de la vidriera que nos separaba, fue tan íntimo como otras veces en que nos habíamos besado.

—Ven conmigo —dijo en voz baja.

—¿Qué? —parpadeé, incapaz de comprender lo que me pedía—. ¿Quieres decir que… huya contigo? ¿De verdad? ¿Como me dijiste que hiciera el primer día?

—Para poder hablar contigo sobre todo lo que ha sucedido y… Para que podamos despedirnos como es debido en vez de… —Lucas tragó saliva y comprendí que estaba tan angustiado y asustado como yo—. Tengo suficiente dinero para comprar dos billetes que nos sacarían de la ciudad. Luego puedo conseguir más dinero para enviarte a casa si es lo que quieres. Podemos irnos ahora mismo. Cruza la calle y sube al autobús. Saldremos juntos de aquí.

—¿Vas a entregarme a la Cruz Negra?

—¿Qué? ¡No! —Lucas no parecía habérselo planteado si quiera—. En lo que a cualquier humano concierne, eres humana. Cuidaré de ti si vienes conmigo.

—Dime una cosa antes de que te conteste —le pedí, muy lentamente.

Lucas pareció receloso.

—De acuerdo, pregunta.

—Dijiste que me querías. ¿Lo dijiste en serio?

Si me había mentido sobre todo lo demás, incluso sobre su nombre, creía poder soportarlo, siempre que supiera aquello.

Soltó el aire que había estado conteniendo en algo que no fue ni una risa ni un sollozo.

—Dios, sí, Bianca, te quiero con toda mi alma. Aunque no vuelva a verte nunca más, aunque salgamos de aquí y caigamos en una emboscada que me hubieras preparado con tus padres, siempre te querré.

En medio de todas las mentiras, al menos había algo que era cierto.

—Yo también te quiero —dije—. Tenemos que darnos prisa.