Con marzo llegaron las lluvias, aguaceros torrenciales que enturbiaban los cristales y convertían la tierra en lodo. Por primera vez no podíamos evadirnos en los prados; sin embargo, también por primera vez no nos hacía falta. Lucas y yo estábamos empapándonos de Medianoche. Empezábamos a formar parte de ella.
—Mira esto. —Una tarde, sentados en un apartado rincón de la biblioteca, Lucas me acercó uno de los pesados volúmenes de la señora Bethany, encuadernados en piel negra. Solo se oía la lluvia golpeando contra los cristales. El paso del tiempo había amarilleado las páginas del libro y la tinta se había difuminado, por lo que tuve que entrecerrar los ojos para adivinar las palabras. Fui leyendo mientras Lucas me lo explicaba—. Hablan todo el rato de «la Tribu». Un grupo ancestral de vampiros. ¿Hay alguien aquí de la Tribu?
—Nunca había oído hablar de esa Tribu. —Jamás habría imaginado lo compleja que era la tradición vampírica. Mis padres ni siquiera habían mencionado nada de aquello—. Aunque, ¿a qué te refieres cuando dices «ancestral»? Mi padre tiene cerca de mil años. Dudo que se pueda ser más ancestral.
—No si todo el mundo es inmortal. Debe de haber vampiros dos, tres, diez veces mayores que él. Antiguos romanos, antiguos egipcios, los que vinieran antes que ellos… ¿Dónde están? Aquí no creo.
Tenía razón. Probablemente Ranulf, que había muerto en el siglo VII, era el vampiro de mayor edad de Medianoche. Los vampiros también morían; es decir, que morían de verdad. Podía matarlos la abstinencia de sangre durante muchos meses o, incluso, una abstinencia más corta pero combinada con exponerse a la luz del sol. Mis padres me lo habían dejado muy claro cuando era niña y no quería acabarme el vaso de sangre de cabra. La peor pesadilla de todos era el fuego, que acababa con los vampiros incluso con mayor rapidez que con los humanos. Sin embargo, a pesar de esos peligros, muchos vampiros debían de haber sobrevivido incluso más tiempo que Ranulf.
—Mis padres dicen que hay gente que pierde el norte —murmuré—. Que pierden la noción del tiempo y ya no son capaces de seguir el ritmo de los cambios. La Academia Medianoche se construyó para que los vampiros no cayeran en esa trampa. ¿Crees que era ese el propósito de mis padres? Tal vez la Tribu acoge a los vampiros que perdieron el norte, a eremitas y reclusos sin relación con la Humanidad.
Me estremecí de solo pensarlo.
—Te estás agobiando, ¿verdad?
—Sí, un poquito.
Lucas me acaricio la mejilla con el pulgar.
—¿Quieres que hagamos un descanso?
Comprendí que, en cierto modo, así era.
—Debería estar estudiando Historia. Es difícil sacar excelentes cuando te ponen al lado gente que ha vivido en sus propias carnes la mitad de los acontecimientos que aparecen en el libro. Además, mi madre es más dura conmigo que nunca.
—Adelante. —Lucas ya había devuelto su atención al libro sobre la tradición vampírica—. No me moveré de aquí.
No levantó la cabeza del tomo en la hora siguiente, y cuando recogí mis cosas para bajar, tuve que irme sin él porque se quedó trabajando hasta que cerró la biblioteca. Ni nos habíamos planteado que pudiera llevárselo a su habitación. Vic podía ser un inconsciente, pero no era tonto, y sería una imprudencia dejar a la vista información fidedigna sobre vampiros.
De vez en cuando me asaltaban las dudas y me preguntaba si Lucas no tendría otras razones desconocidas para sumergirse en los libros de la señora Bethany, pero enseguida descartaba la idea. La mayoría de las veces lo animaba a seguir adelante, pensando que estaba cada vez más cerca de convertirse en un vampiro y de quedarse conmigo para siempre.
Por descontado, no todo el mundo estaba de acuerdo. Courtney había aflojado la presión después de que yo mordiera a Lucas por primera vez imaginando, tal vez, que por fin había ingresado «en el club». Sin embargo, no quería que él formara parte de ese club; es decir, que después de que corriera la voz por la escuela acerca del segundo mordisco, ella había entrado en modo «bruja supino».
—¿Te imaginas pasar cientos de años saliendo con ese tipo? —rezongó un día en clase de Tecnología moderna, dirigiéndose a Genevieve en voz alta, mientras el señor Yee estaba en el rincón explicándole algo, con paciencia de santo, al perpetuamente despistado Ranulf—. Es decir, por favor. Me basta y me sobra teniendo que aguantar un curso entero a Lucas Ross. Va listo si cree que de aquí a veinte años voy a irle detrás cuando esté intentando dar coba a la gente con la que estuvo metiéndose.
—Eh, Courtney, refréscame la memoria —dijo Balthazar con toda naturalidad, mientras intentaba programar el microondas, que era en lo que consistía la lección del día—. El otro día creí recordar que te había visto en la Indochina francesa, pero luego me di cuenta de que no podías ser porque tú te transformaste… ¿Cuánto hace? ¿Cincuenta años?
—Hum… —De súbito, Courtney parecía muy interesada en la punta de su coleta—. Más o menos.
—No, espera. No hace cincuenta. —Balthazar frunció el ceño, como si el microondas fuera para él una máquina ininteligible, aunque adiviné que ya había descubierto cómo funcionaba—. Fue en… No, en los setenta tampoco… En 1987, ¿no?
—¡No! —Courtney se había sonrojado. Genevieve la miró fijamente; no sabía nada y parecía horrorizada—. Fue en 1984.
—Ah, en 1984, tres años antes. Bastante después de que los franceses se fueran de Indochina. Me había equivocado. —Balthazar se encogió de hombros—. Discúlpame, Courtney. Las décadas pasan volando para los que llevamos ya un tiempo danzando por aquí.
Fingí que no estaba escuchándolos, pero se me escapó una risita cuando Balthazar le dio triunfalmente al botón de encendido y el microondas empezó a calentar un vaso de sangre. La edad significaba estatus, y todo aquel que no pasara de medio siglo era un novato, por lo que los aspavientos indignados de Courtney quedaron ridiculizados. Lucas y yo pertenecíamos a la escuela tanto como ella… Lo que me hacía sentir rara, pero era cierto. Puede que volviéramos al cabo de cuarenta años o de cuatrocientos; tal vez regresaríamos para entender los cambios que se habían producido en el mundo y volveríamos a visitar el lugar donde nos habíamos conocido. Todavía me acongojaba pensar en la eternidad que nos esperaba por delante. Seguía angustiándome ligeramente cada vez que pensaba en hasta qué punto tendría que adaptarme a un mundo que podía cambiar tanto como lo había hecho para mi padre desde la invasión normanda. La sensación que me invadía en esos momentos se acercaba mucho al pánico a las alturas: muy cerca de la caída.
Sin embargo, cuando pensaba en que tendría a Lucas a mi lado para enfrentarme a todos esos años, mis miedos desaparecían.
La peor tormenta de todas estalló a mediados de marzo, una noche de sábado tan ventosa que incluso los gruesos y antiguos cristales de las ventanas de la escuela traqueteaban en sus marcos. Los relámpagos iluminaban el cielo tan a menudo que a veces parecía de día durante un par de minutos. Dada la imposibilidad de salir afuera, todas las estancias comunes estaban abarrotadas. Por fortuna, varios amigos y yo encontramos el modo de distraernos.
—Vale, ¿cómo puedes tener tantos de Duke Ellington y ni uno de Dizzy Gillespie? —le preguntó Balthazar a mi padre.
Estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, rebuscando entre los discos para poner algo de música. Yo podría haber ido a buscar unos cuantos compactos y la minicadena a mi cuarto, pero eso habría significado dejar libre el sitio que ocupaba junto a Lucas en el sofá. Él me había pasado un brazo por encima de los hombros y yo no tenía ninguna intención de moverme.
—Antes tenía algunos de Dizzy —se justificó mi padre—, pero los perdí en el incendio del sesenta y cinco.
Patrice, sentada con remilgo en una silla, suspiró.
—Yo viví un terrible incendio en 1892. Es horrible.
—Pues cualquiera diría que te habría encantado aprovechar la oportunidad para renovar el vestuario —le tomó el pelo Lucas. Todos nos volvimos hacia él—. ¿Qué he dicho?
—El fuego es una de las pocas cosas que puede acabar con nosotros —le explicó mi madre, con los brazos cruzados delante del pecho—. Por eso es un tema delicado.
Mis padres seguían sin fiarse de Lucas, pero hacían lo que podían. Igual que la señora Bethany, habían comprendido que cuanto más supiera, menos probable sería que cometiera desafortunados errores por el estilo.
Vi que a Lucas se le enturbio el semblante y por un segundo me intrigó lo que estuviera pensando o sintiendo. Aunque en realidad estaba deleitándome con la idea de que mi madre había dicho «con nosotros», incluyéndolo a él, como si Lucas ya fuera uno de los nuestros.
—De hecho, el otro día hablábamos de ello —dijo Lucas, de repente—. ¿Qué otros modos hay? Me refiero a modos en que pueden morir los vampiros.
—Bueno, veamos. —Mi padre dio una palmada, como si tuviera que desempolvar sus recuerdos para traerlos a la memoria—. En realidad la lista es bastante corta.
—Estacas —dijo Lucas sin dudarlo—. Al menos eso es lo que sale en la tele.
—La caja tonta. —Era evidente que Patrice creía que la televisión era un invento demasiado moderno para que mereciera su atención, aunque al menos no le importaba hablarle a Lucas de lo que significaba ser un vampiro. Yo albergaba la esperanza de que se abriera un poco, igual que lo había hecho sobre su vida en Nueva Orleans, pero hasta el momento se había ceñido a los hechos—. Las estacas son mortíferas, pero solo de manera temporal. En cuanto te la sacan, te recuperas en un santiamén.
—Solo tienes que procurar tener un amigo que te desentierre y se ocupe de ello, claro —añadió Balthazar, poniendo un disco de Billie Holiday.
—O sea que, fundamentalmente, son el fuego y la decapitación —intervino mi madre, contándolos con los dedos.
—¿Y el agua bendita? —preguntó Lucas.
—En absoluto —contestó mi padre, sin preocuparse de ocultar su desdén por la sugerencia de Lucas—. Me han rociado con agua bendita varias veces y si hay alguna diferencia entre esa agua y la lluvia, que baje Dios y lo vea.
Lucas no parecía demasiado convencido, pero se limitó a asentir con la cabeza.
—Muy bien. Lo siento, sé que son preguntas tontas.
—Hay mucho que aprender —dijo Patrice.
Viniendo de ella, era un gesto muy generoso, así que le sonreí mientras apoyaba la cabeza en el hombro de Lucas. Cortinas de lluvia repicaban contra las ventanas, un constante susurro de fondo para la ronca voz de Billie.
Mi madre debió de fijarse en que me arrimaba a Lucas, porque le dio unos rápidos golpecitos en el hombro a mi padre.
—Muy bien, Adrián. Ya hemos pasado un ratito con ellos. Estoy segura de que estos chicos preferirían charlar sin tenernos delante.
—¿Chicos? Resérvate eso para la clase, ¡pero si casi somos de la misma edad! —Balthazar se echó a reír. Tenía razón, aunque se me hizo raro pensar en ello—. Deberíais quedaros.
—A mí no me importa —dijo Patrice, encogiéndose de hombros.
Lucas y yo intercambiamos una mirada. A nosotros sí nos importaba. En un mundo ideal, mis padres se habrían llevado a Balthazar y a Patrice con ellos para que nosotros pudiéramos hacérnoslo en el sofá, pero eso no iba a suceder.
Mi madre hizo un alarde de esa preocupante telepatía materna que tenía y suspiró comprensiva.
—Supongo que hay veces en que toda la intimidad que pueden proporcionarte tus padres no es suficiente, ¿eh?
—Sí, no es fácil salir con alguien en Medianoche —convino Lucas.
Balthazar fingió interesarse repentinamente en la carátula del disco de Billie Holliday.
Pensando en cómo le había dado calabazas a Balthazar, traté de encontrar el modo de relajar el ambiente para que se sintiera más cómodo, y entonces recordé una historia curiosa que podía contar.
—Eh, al menos nosotros no lo tenemos tan mal como lo tuvo tu retatara lo que sea, ¿no, Lucas?
Lucas me miró perplejo y palideció, como si hubiera dicho algo terrible. Seguramente no me había entendido.
—¿Se trata de una anécdota familiar? —preguntó mi madre—. Ésas son las mejores.
Todo el mundo me prestó atención.
—Hará unos ciento cincuenta años, uno de los antepasados de Lucas estudio en Medianoche, un bisabuelo o algo así. ¡Pero si tú lo cuentas mejor! —Le di un codazo a Lucas, pero estaba muy tenso, rígido como una tabla. Me había advertido que la historia era un secreto, pero lo habría dicho en broma, ¿no? Una historia de hacía más de ciento cincuenta años no podía ser un secreto. Tal vez Lucas pensaba que era un poco embarazosa, pero yo no creía que hubiera nada de lo que tuviera que avergonzarse—. Bueno, pues resulta que vino a estudiar aquí y se vatio en duelo con otro alumno, creo que por una chica, justo en el vestíbulo principal. Y así es como acabó rota esa vidriera, ¿lo sabíais? Ninguno de los dos murió, pero lo expulsaron y…
Mi voz fue convirtiéndose en un débil hilillo al ver que mis padres y Balthazar se habían quedado completamente inmóviles y habían clavado sus miradas en Lucas, quien estaba hundiéndome los dedos en el hombro.
La única persona de la habitación que parecía tan confundida como yo era Patrice.
—¿Ya habían admitido humanos antes?
—No —contestó Balthazar con aspereza—. Nunca.
—¿Uno de tus antepasados era vampiro? —No daba crédito a lo que estaba oyendo—. Lucas, ¿cómo es posible que no lo supieras?
—Me temo que no es eso. —Mi padre se puso en pie lentamente. No era un hombre muy alto, pero el modo en que se acercó al sofá resultó muy intimidatorio—. Mucho me temo que se trata de otra cosa.
—Hace ciento cincuenta años. —A mi madre le temblaba la voz—. Eso fue cuando… La vez que…
—Sí —contestó mi padre, sin apartar la mirada de Lucas.
Y lo apresó por el cuello.
Yo lancé un chillido. ¿Es que mi padre se había vuelto loco? De repente, Lucas introdujo sus brazos por dentro de los de mi padre para obligarle a soltarlo y acto seguido le propinó un puñetazo en la nariz. La sangre manó a borbotones y unas gotitas húmedas me salpicaron la cara.
—¡Parad! ¿Qué estáis haciendo? ¡Quietos! —grité.
A continuación, todo sucedió muy rápido. Balthazar me apartó a un lado, sin miramientos, y yo acabé trastabillando y cayendo al suelo. Él también le lanzó un puñetazo a Lucas, pero éste lo esquivó. Patrice me rodeó con sus brazos y empezó a gritar con fuerza, incapaz de moverse. Mi madre golpeó una de las sillas de madera del salón contra el suelo con tanta fuerza que ésta se partió. Al principio pensé que estaba intentando atraer su atención para aclarar qué demonios ocurría; sin embargo, arrancó una de las patas de la silla con una mano y, a modo de porra, golpeó a Lucas en los riñones.
Lucas gritó de dolor, pero se volvió de inmediato y le arrancó la pata de la mano a mi madre, cuya muñeca se resintió. Mi padre y Balthazar se abalanzaron sobre Lucas y lo abordaron a la vez, pero Lucas era igual de rápido que ellos y esquivó sus golpes. En ese momento, recordé la pelea de la pizzería. Aunque entonces las habilidades de Lucas me habían sorprendido, comprendí que en realidad no había sido nada. Lo que estaba viendo ahora era la verdadera demostración de sus aptitudes, lo bastante desarrolladas para rechazar a dos vampiros a la vez.
A pesar de poseer la fuerza suficiente para luchar con ellos, no quería pelearme con mis padres por Lucas, o con Lucas por mis padres, al menos hasta que supiera qué demonios había ocurrido.
—¿Qué estáis haciendo? —me desgañité—. ¡Parad de una vez, parad!
No se detuvieron. Mi padre le lanzó un puñetazo al estómago y cuando Lucas se encorvó, dio la impresión de que iba a caer hacia atrás, pero en realidad estaba fingiendo. En realidad se había agachado para coger la pata de la silla que mi madre había soltado. Mi padre y Balthazar retrocedieron al instante y comprendí que Lucas se había hecho con una estaca. Puede que no pudiera matar definitivamente a ninguno de los dos solo con eso, pero al menos podía dejarlos fuera de circulación por el momento.
Patrice empezó a chillarme en el oído cuando Lucas cargó contra el pecho de Balthazar con la estaca en alto. Balthazar dio un salto hacia atrás y consiguió esquivarlo por los pelos. Vi que el puñetazo de Lucas le había hecho un corte en el pómulo en forma de media luna. A continuación, y para mi más absoluta consternación y horror, Lucas se volvió hacia mi padre. Iba a intentar clavarle la estaca a mi padre.
—¡Lucas, no! —le supliqué—. Mamá, dile que… ¿Dónde está mamá?
Estaba tan absorta en la pelea que no la había visto salir.
—Ha bajado a buscar ayuda —contestó mi padre con un gruñido—. La señora Bethany no tardará y se ocupará de esto.
Lucas vaciló solo un segundo.
—Bianca, lo siento. Lo siento mucho.
—¿Lucas?
Nuestras miradas se encontraron.
—Te quiero.
Echó a correr hacia la puerta y bajó los escalones como una exhalación. Al principio, nos habíamos quedado tan desconcertados que no supimos reaccionar, pero mi padre y Balthazar enseguida salieron detrás de él. Me volví hacia Patrice, que seguía hecha un ovillo a mi lado, en el suelo.
—¿Tú entiendes algo?
—No.
Se pasó las manos por el suave cabello trenzado, como si pudiera ahuyentar el pánico arreglándose el pelo. No le importaba nada más.
Aunque me temblaban las piernas, me levanté para salir tras ellos y bajé la escalera tropezando en los escalones. Desde allí arriba oí los gritos de Balthazar, que resonaban en las paredes de piedra.
—¡Detenedle! ¡Detenedle!
A continuación se oyó un gran estruendo, el sonido quebradizo de las esquirlas de cristal rebotando contra suelos y paredes, y mi padre soltó un taco. El corazón me latía con tanta fuerza que creí que me moriría si no paraba de correr, aunque también lo haría si me detenía, porque Lucas estaba en peligro y yo debía estar con él.
Bajé los últimos peldaños de la escalera de caracol como pude, medio corriendo, medio tropezando, y me encontré con Balthazar, mi padre y unos cuantos alumnos más allí plantados, mirando fijamente la ventana del cristal transparente del vestíbulo principal. La ventana estaba hecha añicos y comprendí que Lucas había utilizado la pata de la silla para romperla y escapar por allí. Ni siquiera había tenido tiempo para atravesar la distancia que lo separaba de la puerta. Probablemente mis padres no habían salido tras él porque el vestíbulo estaba lleno de alumnos humanos alucinados y a punto de ponerse a hacer preguntas comprometidas.
Mi madre entró en el vestíbulo principal, cogiéndose la muñeca. Unos pasos más atrás venía la señora Bethany, en cuya mirada hervía una rabia mal disimulada.
—¿Qué demonios ocurre aquí? —Raquel bajó la escalera detrás de mí—. ¿Ha habido…? ¿Ha habido una pelea o algo así?
La señora Bethany se puso muy derecha.
—Esto no es asunto suyo. Todo el mundo a sus habitaciones.
Raquel me miró mientras regresaba a nuestro piso. Era obvio que quería que se lo explicara, pero ¿qué iba a decirle? Estaba muy acalorada, aunque mi cuerpo fue enfriándose con cada latido de mi corazón; me faltaba el aire. No hacía ni cinco minutos que estaba sentada junto a Lucas, riéndonos de los chistes de mis padres.
Mis padres y Balthazar no se movieron de su sitio cuando los demás regresaron a sus habitaciones, y yo también me quedé con ellos.
En cuanto nos quedáramos solos, iba a preguntarle a mi padre qué significaba todo aquello, pero se me adelantaron.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó la señora Bethany.
—Lucas es miembro de la Cruz Negra —contestó mi padre. La señora Bethany lo miró con ojos desorbitados, aunque no de espanto, sino de sorpresa; la primera vez que apreciaba una mínima vulnerabilidad en ella—. Acabamos de descubrirlo ahora mismo.
—La Cruz Negra. —Cerró las manos en un puño y miró fijamente la ventana rota. El viento azotaba la lluvia que entraba por el agujero bordeado de cristales afilados y volvió a oírse el estallido de un trueno—. ¿Qué pretenden?
—Tenemos que ir tras él de inmediato.
Mi padre parecía dispuesto a salir corriendo en cualquier momento.
—Siempre habrá cazadores —dijo mi madre en voz baja, poniéndole la mano buena en el brazo—. Nada ha cambiado.
La señora Bethany se volvió hacia ella, con la cabeza inclinada y los ojos entrecerrados.
—Su compasión no nos sirve de nada, Celia. Comprendo que desee ahorrarle sufrimientos a su hija, pero si su marido y usted hubieran puesto mayor cuidado, ahora no se encontraría en esta situación.
—Ése chico vino aquí con una misión y le hizo daño a nuestra hija para cumplirla. Le aseguro que averiguaré qué pretendía. —Mi padre escudriñó la oscuridad—. No puede avanzar tan rápido como nosotros en la tormenta. Deberíamos salir ahora mismo.
—Todavía hay tiempo para formar una expedición —insistió la señora Bethany—. El señor Ross pedirá ayuda en cuanto pueda, lo que significa que no es seguro que lo encontremos a solas. Señor y señora Olivier, ambos vendrán conmigo para alistar y armar a los demás.
—Yo también voy —dijo Balthazar, con determinación.
La señora Bethany lo miró de arriba abajo, evaluándolo.
—Muy bien, señor Moore. Por el momento le sugiero que se ocupe de la señorita Olivier. Explíquele la insensatez que ha cometido y procure que no vaya contándolo por ahí.
Mi madre me tendió una mano.
—Debería hablar con ella.
—Dada su inclinación a ignorar la realidad, será mejor que le deje esa tarea a una parte más neutral.
La señora Bethany señaló la escalera de caracol.
Todavía tenía la esperanza de que mi madre le dijera a la señora Bethany dónde podía meterse su prepotencia, pero mi padre la cogió por el brazo bueno y la empujó escalera arriba con él. La señora Bethany los siguió, levantando la larga falda con una mano. Me volví hacia Balthazar en cuanto estuvimos solos.
—¿Qué ha ocurrido?
—Chist, Bianca, cálmate.
Balthazar colocó sus manos en mis hombros, pero yo no estaba por la labor.
—¡Que me calme! Acabáis de atacar a mi novio y él se ha revuelto. ¡No entiendo nada de nada! Balthazar, por favor, dime… Dime… Por Dios, ¿qué…? ¡Si ni siquiera sé qué preguntar!
Había tantas preguntas agolpándose por salir, que era como si me atragantaran y me asfixiaran.
—Te han mentido. Nos han mentido a todos —contestó Balthazar, sin alterarse.
La pregunta que acudió a mis labios anuló todas las demás.
—¿Qué es la Cruz Negra?
—Cazadores de vampiros.
—¿Qué?
—La Cruz Negra es un grupo de cazadores de vampiros que lleva asediándonos desde la Edad Media. Nos siguen el rastro, nos separan de los nuestros y acaban con nosotros. —Balthazar me limpio las gotas de sangre de mi padre que me habían salpicado la cara, con tanta delicadeza como si fueran lágrimas—. Ya en una ocasión intentaron infiltrarse en la Academia Medianoche. De vez en cuando, un humano consigue entrar mediante zalamerías o sobornos y se le tolera para evitar llamar la atención. Uno de esos humanos resultó ser un miembro de la Cruz Negra.
—Hace ciento cincuenta años… —La historia que acababa de contar arriba, la que Lucas me había confiado cuando nos conocimos, cobró sentido de repente—. La pelea de la que hablaba… no fue un duelo, ¿verdad?
Balthazar negó con la cabeza.
—No, alguien descubrió que era miembro de la Cruz Negra y él consiguió escapar. Lo mismo que ha ocurrido esta noche.
La Cruz Negra. Cazadores de vampiros. Lucas nunca me había mencionado que hubiera encontrado algo por el estilo en los libros que la señora Bethany le había prestado, y en ese momento comprendí que me lo había ocultado. Lucas había acudido a Medianoche para cazar y matar criaturas como yo. Incluso me había embaucado para que volviera a morderle… y así proporcionarle la fuerza y el poder que necesitaba para defenderse. Me había utilizado para convertirse en un asesino más eficiente, había intentando matar a mis padres y me había mentido en todo, desde el principio.
«En un primer momento, antes de que Lucas supiera que yo era un vampiro, había intentado protegerme. Yo creí que se preocupaba por mí porque me sentía sola, pero no era por eso; él pensó que yo era una humana rodeada de vampiros, y por eso se preocupaba por mí. Pero desde que ha descubierto lo que soy, me ha estado utilizando para adentrarse en los entresijos de Medianoche, para asumir nuestros poderes, para llegar a donde deseaba. Me hizo sentir culpable por haberle mentido cuando él me estaba contando una mentira aún mayor».
Lo que parecía amor era traición.