—¿Puedes levantarte?
—Todavía no. —Lucas se llevó las manos a los ojos y luego dejó caer los brazos, inermes, al suelo—. Necesito un segundo más.
—He intentado no beber demasiada sangre. —Lo último que deseaba era tener que ir a pedirle ayuda de nuevo a la señora Bethany—. Me diste permiso, ¿verdad?
—Sí, no estoy seguro de que estuviera en mis cabales, pero eso es problema mío, no tuyo. —La tensión que hasta ese momento había sentido en mi interior desapareció por completo y pude volver a respirar tranquila. Mientras Lucas pensara de aquella manera, todo iría bien—. ¿Te dijeron tus padres o la señora Bethany que lo hicieras?
—¿Morderte?
—Eso ya sé que no. Me refiero a que me hablaras de la escuela.
—Todo lo contrario. Me pidieron que te mintiera, por eso lo hice. —Todo aquello seguía haciéndome sentir avergonzada—. Lo siento, Lucas. Pensé que seguirle la corriente a la señora Bethany y corroborar la historia que se inventó para rellenar las horas que habías olvidado sería lo mejor para ambos.
—Es raro. Recuerdo que acabas de morderme… pero está como borroso. Como a veces cuando no eres capaz de recordar a la perfección un sueño cinco minutos después de despertarte. Si no hubieras estado aquí conmigo y no me hubieras mantenido despierto, lo más probable es que hubiera vuelto a olvidarlo. Aunque lo lógico sería pensar que ser mordido por un vampiro es una de esas cosas que se te quedan grabadas en la memoria… No sé, porque se salen de lo normal, supongo.
—La amnesia forma parte del mordisco, pero no sé por qué. Tal vez nadie lo sepa. No es que existan demasiadas explicaciones científicas sobre los vampiros precisamente.
Lucas hizo una profunda inspiración y a continuación, poco a poco, se apuntaló sobre los codos hasta conseguir quedarse sentado. Lo cogí por el hombro con la mano libre, pero él sacudió la cabeza.
—Estoy bien, creo.
—Ahora ya sabes por qué hay veces que cuando nos besamos tengo que, bueno, tengo que reprimirme.
—Ahora lo entiendo. —Lucas sonrió como si algo le divirtiera—. En parte es un alivio. Estaba empezando a creer que debía cambiar de enjuague bucal o algo así.
Se me escapó una risita y lo besé en la mejilla.
—No te preocupes, no te he convertido en vampiro.
—Lo sé. Bueno, el corazón todavía me late, así que no soy un vampiro. —Lucas sacó el pañuelo del bolsillo y se lo llevó al cuello. Mientras se enjugaba la herida, hizo un gesto de dolor—. Todavía no puedo creer que nacieras siendo vampiro. Nunca había oído hablar de algo así.
—¿Cómo ibas a oír hablar de algo así si no sabías que los vampiros existían de verdad?
—Tienes razón.
—No volveré a morderte, a no ser que me lo pidas.
—Te creo. —Lucas se echó a reír, aunque de una manera extraña, como si le hubiera hecho gracia algo que yo ignoraba—. Te creo del todo. Incluso ahora.
Lo abracé con fuerza. Significaba mucho que Lucas dijera aquello después de saber que le había mentido… En fin, no podía pedir más.
Le hice un vendaje a Lucas con sumo cuidado para que nadie reparara en la herida mientras llevara la camisa del uniforme. Bajamos la escalera y conseguimos librarnos del hecho de saltarnos el toque de queda. Me besó con total naturalidad a la entrada de los dormitorios de los chicos y se alejó como si esa noche no se hubiera diferenciado en nada de las demás.
—Estás rara —me dijo Raquel poco después, mientras nos cepillábamos los dientes en el lavabo—. Sé que la cosa estaba un poco tirante entre Lucas y tú. ¿Va todo bien?
—Todo va fenomenal. Tuvimos una especie de malentendido durante las vacaciones, pero ahora ya está todo arreglado. —Con lo de «estar rara» se refería a que yo estaba intentando cubrirme el ángulo para que Raquel no pudiera ver que la pasta de dientes que estaba escupiendo era rosa por culpa de la sangre de Lucas—. ¿Qué tal tú?
—¿Yo? Genial —contestó con verdadero entusiasmo, lo que me llevó a mirarla fijamente, muy sorprendida. Raquel se echó a reír—. Lo siento. Ahora que no está Erich, Medianoche casi me parece soportable.
—¿De verdad? Deberías escucharte. El año que viene serás la capitana de las animadoras de Medianoche.
—Primero: si vuelves a llamarme animadora, limpiaré el suelo contigo —dijo Raquel con el cepillo de dientes en la boca—. Y segundo: menudo rollo animar una escuela donde solo se practica equitación y esgrima. De verdad, es como estar anclados en la Edad Media.
—Yo diría que a principios del siglo XVIII. —Cerré el grifo del agua fría y la miré con una sonrisa de suficiencia—. Y no creas que no me he dado cuenta de que no has negado que fueras a volver el año que viene.
Eso me valió una toalla húmeda lanzada a la cabeza, pero conseguí esquivarla.
Ésa noche, mientras estaba en la cama y Patrice se escabullía por la ventana en busca de un tentempié, intenté evaluar cómo me sentía. Volvía a sentir esa proximidad casi mística con Lucas, pero esta vez era incluso mejor. Ahora él lo sabía y lo comprendía todo. Ya no tenía que seguir mintiendo, y eso en sí ya era un notable y confortante alivio. En realidad todo lo demás daba igual.
O eso creía yo, hasta la mañana siguiente.
Me levanté con los sentidos agudizados, igual que la otra vez. Mis padres me habían dicho que me acostumbraría a esas sensaciones, pero era evidente que iba para largo. Hundí la cabeza en la almohada en un vano intento por amortiguar los madrigales que Genevieve cantaba en la ducha, los pájaros graznando en el exterior y el ruido que estaba haciendo alguien en el piso de abajo que ya estaba sacándole punta a los lápices. La trama de la funda de la almohada me rozaba la piel y me mareaba el olor de laca de uñas de Patrice.
—¿Tienes que hacerte la pedicura todos los días?
Retiré la colcha.
Patrice me miró los pies descalzos, los cuales era evidente que no habían recibido demasiada atención desde hacía un tiempo.
—Algunos ponen más empeño en el cuidado personal que otros. Es una cuestión de preferencias personales. No pretendo considerarlo como un reflejo del carácter de nadie.
—Algunos tienen mejores cosas que hacer que pintarse las uñas —repliqué.
Patrice me ignoró y continuó aplicándose laca de color Burdeos en la uña del dedo pequeño.
Cuando por fin bajé, tuve la impresión de que empezaba a manejar mis sentidos agudizados. Sin embargo, lo que realmente me preocupaba era la incertidumbre de si volvería a ver a Lucas. A pesar de que me había pedido que lo mordiera, la herida tenía que doler. ¿Y si eso lo ahuyentaba?
No estaba esperándome cuando bajé. El trimestre anterior, cuando salíamos juntos, solía esperarme a la entrada de los dormitorios de las chicas, con la mochila al hombro, pero ese día, nada. No le di mayor importancia y me dije que habría vuelto a dormirse. A veces le pasaba, y después de la noche anterior, era evidente que necesitaba descansar.
A la hora de la comida, lo busqué por los alrededores del internado, pero no lo encontré por ninguna parte. Aun así, no les dije nada ni a mis padres ni a nadie más. La noche anterior Lucas me había asegurado que creía en mí y eso significaba que yo debía creer en él. Ni siquiera cuando fui a la clase de Química y vi que Lucas había hecho novillos dejé de repetirme que debía tener fe.
Tuve que esperar hasta después de clases, cuando Vic se acercó a mí en el pasillo e intentó comportarse con naturalidad, aunque le salió muy mal.
—Eh, hola. ¿Recuerdas esa vez que te colaste en nuestra habitación?
—Sí, antes de Navidad. —Lo miré de soslayo—. ¿Por qué?
—¿Crees que podrías volver a hacerlo? A Lucas le pasa algo raro y no quiere decir nada. Supongo que si alguien puede convencerlo para que vaya a ver al médico, ese alguien eres tú.
«¿El médico? Oh, no». Angustiada, cogí a Vic por el brazo.
—Llévame allí. Ahora.
—¡Vale, vale! —Empezó a guiarme hacia los dormitorios de los chicos, echando un vistazo furtivo alrededor por si nos seguían—. Cálmate. No es una apendicitis ni nada por el estilo. Solo es que está un poco raro. Más raro de lo normal, quiero decir.
Todo el mundo estaba en tensión desde la desaparición de Erich, así que esta vez no me resultó tan fácil colarme. Vic comprobaba los pasillos, esperaba a que estuvieran despejados y luego me hacía señas como un poseso. A continuación, yo cruzaba el pasillo a la carrera y me agachaba en una esquina, mientras Vic comprobaba el pasillo siguiente. Por fin llegamos y entré en su habitación.
Lucas estaba tumbado en la cama, con las manos sobre el estómago, como si estuviera enfermo. Se sorprendió al verme, pero enseguida pareció sentirse aliviado. A pesar de todo, se alegraba de que estuviera allí y eso me hizo tan feliz que no pude por menos que sonreír.
—Hola, ¿dolor de estómago? —le pregunté, arrodillándome junto a la cama.
—No creo que ese sea el problema. —Cerró los ojos mientras le apartaba unos mechones de la frente sudorosa—. Vic, ¿podrías dejarnos solos un momento?
—Claro. Cuelga la corbata del pomo si estáis ocupados. Me va el porno gratis, pero…
—¡Vic! —protestamos ambos al unísono.
Vic levantó las manos y salió marcha atrás, sonriendo.
—Vale, vale.
En cuanto la puerta se cerró, me volví hacia Lucas.
—¿Qué te pasa?
—Es desde esta mañana, es como si… Bianca, lo oigo todo. Todo lo que pasa en esta escuela. La gente cuando habla, cuando camina, incluso cuando escribe. Los bolis sobre el papel. Lo oigo todo muy alto. —Sus síntomas me resultaron tan conocidos que un escalofrío me recorrió el cuerpo. Lucas entrecerró los párpados, como si la luz le hiciera daño en los ojos—. Los olores también son muy penetrantes. Es como si todo estuviera… exagerado. Es insoportable.
—A mí también me pasó después de morderte.
Lucas sacudió la cabeza.
—No puede ser por el mordisco —insistió—. La otra vez no me sentí así. Me desperté en casa de la señora Bethany con un ligero dolor de cabeza, pero nada más.
—Más de una vez… —murmuré, recordando lo que me había dicho mi madre—. No puedes convertirte en vampiro hasta que te hayan mordido más de una vez.
Lucas se enderezó de repente y apoyó la espalda contra la cabecera de metal.
—Eh, eh, que no soy un vampiro, estoy vivo.
—No, no eres un vampiro, pero podría convertirte en uno. Es posible. Y tal vez… Tal vez, ya que es posible, tu cuerpo está empezando a cambiar.
Hizo una mueca.
—Me estás tomando el pelo, ¿verdad?
—¡No bromearía con una cosa así!
—Bueno, pues podemos, no sé, ¿dar marcha atrás? ¿Podemos arreglarlo para que no me convierta en un vampiro?
—¡No lo sé! No tengo ni idea de cómo funciona esto.
—¿Cómo no vas a saberlo? ¿No te han dado ningún tipo de charla sobre cómo se hacen los vampiros o algo así?
Ya volvía a estar insinuando que mis padres me habían ocultado información importante y aunque seguía encontrándolo irritante, tuve la desoladora idea de que podía ser cierto.
—Me han explicado cómo me convertiría en un vampiro. Me han preparado para mi propio cambio, no para el tuyo.
—Lo sé, lo sé. —Su mano en mi hombro me tranquilizó y me sentí avergonzada de que fuera él quien tuviera que consolarme estando tan asustado e indispuesto como estaba—. Es que me cuesta hacerme a la idea.
—Pues ya somos dos.
¿Por qué hasta ese momento no me había parado nunca a pensar sobre lo poco que sabía acerca de lo que significaba ser un vampiro? Antes ni siquiera me había planteado preguntar por la cuestión. Tal vez mis padres no me estuvieran ocultando la verdad de manera consciente, tal vez solo estaban esperando a que estuviera preparada. Y entonces caí en la cuenta de que esa podría ser la verdadera explicación de por qué habían insistido en que viniera a la Academia Medianoche. Quizá estaban preparándome para conocer toda la verdad.
Si era así, lo habían conseguido.
—Intentaré averiguar algo al respecto. Tiene que haber libros en la biblioteca. O podría preguntarle a alguien que no sospechara. A Patrice, tal vez. Sé que Balthazar me lo diría, pero él sabría enseguida que he vuelto a morderte. Puede que no se lo dijera a mis padres, pero acabaría haciéndolo si creyera que es necesario por nuestro bien.
—No te arriesgues —dijo Lucas—. Ya lo averiguaremos de alguna manera.
Descubrir la verdad acabó siendo mucho más duro de lo que pensaba.
—¿Ves lo fácil que es? —Patrice estaba tan contenta de que le hubiera pedido que me iniciara en el arte de la pedicura que cualquiera diría que le estaba pagando clases particulares—. Mañana probaremos con un color que vaya mejor con tu tono de piel. Éste rojo coral no acaba de pegarte.
—Vaya, qué bien. Es decir, que eso estaría muy bien. —No había contado con que tendría que repintarme las uñas de los pies el resto del curso, pero si podía aprender algo útil, valdría la pena—. Supongo que en los viejos tiempos, no sé, antes de que existiera el quitaesmalte y esas cosas, tenía que ser difícil mantenerse.
—Bueno, no había pintauñas que quitarse, pero arreglarse era todo un reto. Los polvos de talco ayudaban mucho. —Patrice suspiró y una leve sonrisa afloró a sus labios—. Agua de Florida. Saquitos perfumados también, y perfume en pañuelitos que podías meter en el escote del vestido.
—¿Y eso atraía a los chicos? —Al ver que asentía, me aventuré un poco más—. Así podías, bueno, ¿morderlos?
—A veces. —En ese momento, el rostro de Patrice adoptó una expresión que casi nunca había visto en ella: la rabia—. Los hombres que conocí no eran caballeros precisamente, ¿sabes? Eran postores. Compradores. Los bailes a los que acudía antes de la guerra civil eran bailes para mestizos… No sabes de qué te estoy hablando, ¿verdad?
Negué con la cabeza.
—A las chicas como yo, con sangre negra y blanca en las venas, aunque de piel lo bastante clara como para complacer a los amos de las plantaciones, nos enviaban a vivir a Nueva Orleans, donde se nos educaba como a jovencitas respetables. A veces llegabas a olvidar que eras una esclava. —Patrice miró fijamente sus uñas de los pies a medio pintar, tres de las cuales todavía estaban húmedas y brillaban—. Luego, al crecer y llegar a cierta edad, podías acudir a los bailes para mestizos donde los hombres blancos te examinaban y te compraban a tu amo, como una especie de concubina.
—Patrice, eso es horrible.
Nunca había oído hablar de algo tan espantoso.
—Me transformé la noche anterior a mi primer baile —dijo con toda naturalidad, sacudiendo la cabeza—. Se puede decir que me pasé toda la temporada social bebiendo de un hombre a otro. Mientras ellos creían que estaban utilizándome, era yo quien los utilizaba a ellos. Luego, huí.
Era la primera vez que Patrice compartía algo conmigo… Al menos, algo real. Me habría gustado que hubiera seguido contándome cosas sobre su pasado, pero tuve que cambiar de tema por el bien de Lucas.
—¿Alguna vez llegaste a beber la sangre de alguien en más de una ocasión?
—¿Hum? —Patrice pareció regresar de muy lejos—. Ah, sí, la de Beauregard. Un tipo gordo y muy pagado de sí mismo. Podía perder un litro sin enterarse, lo que me venía muy bien.
—¿Y qué le pasó a ese tal Beauregard?
—La última noche de la temporada social, se cayó del caballo y se rompió el cuello. Tal vez se debió a lo débil que estaba después de perder tanta sangre, pero lo más probable es que estuviera borracho. ¿Crees que el ciruela va bien con mi tono de piel?
—El ciruela te queda de muerte.
Y ahí acabó nuestra conversación. El puente que se había tendido entre nosotras se había recogido, y Patrice había vuelto a refugiarse en su mundo de sedas y perfumes, a salvo de tener que rememorar su duro pasado. Sabía que no podía seguir preguntándole sin levantar sospechas, así que la conversación en sí no me había servido de nada.
¿Y la biblioteca? Aún peor. Lo lógico habría sido pensar que en la biblioteca de una escuela de vampiros encontraría libros sobre vampiros, ¿no? Pues no. Los únicos ejemplares que tenían eran novelas de terror (clasificadas en la sección de humor) y estudios serios sobre el folclore como los que habíamos leído en la clase de la señora Bethany, más pintorescos que realistas. Estaba visto que ningún vampiro había escrito un libro sobre vampiros. Al tiempo que apoyaba la cabeza contra una hilera de tomos enciclopédicos, suspirando de frustración, me pregunté si algún día no debería hacer una incursión en el mercado editorial con algo por el estilo. Puede que aquello me sirviera a la hora de elegir carrera, pero no demasiado para solucionarla situación de Lucas.
Por fortuna, Lucas se sintió mejor en un par de días. Sus sentidos agudizados remitieron más lentamente que los míos, pero al final volvieron a la normalidad y dejaron de ser un problema. Sin embargo, hubo otros cambios, cambios más complicados de comprender, pero a los que estaba más habituada.
—Mira esto —dijo Lucas mientras paseábamos por el lindar de los prados a la semana siguiente.
Mientras miraba, dio un salto para alcanzar la rama más baja de un pino, se aferró a ella con fuerza y quedó colgando sin ningún esfuerzo. Luego, lentamente, fue levantando las piernas, afianzando las manos sobre la rama a medida que iba alzando el cuerpo por encima de ésta, se inclinó hacia delante al sobrepasarla con el tórax y finalmente estiró las piernas hacia arriba para hacer el pino. Los pies quedaron en vertical sobre su cabeza.
—No me digas que ahora eres gimnasta olímpico —bromeé, intranquila.
—Vaya, mi vida secreta ha salido a la luz.
—¿No eras tú el que salía en esa lata de espinacas?
—En serio, estoy en forma, pero ni en mis mejores sueños podría hacer algo parecido. Y bajar debería ser un suplicio, pero… —Lucas volvió a enroscarse, se soltó y aterrizó con dureza—. Ningún problema.
—Yo también puedo hacerlo —confesé—, pero solo después de alimentarme. Mis padres hacen cosas por el estilo a cualquier hora.
—Entonces estás diciéndome que son poderes de vampiro. —Vi que a Lucas no le gustó nada cómo sonaba eso—. Que ahora soy más fuerte que un humano, tal vez incluso más fuerte que tú, aunque no sea un vampiro.
—Yo tampoco acabo de entenderlo, pero… igual sí.
Con la llegada de febrero, fuimos descubriendo más cosas acerca de los cambios que sufría Lucas. Salíamos a correr por el campo y no tenía que esperarlo. Corríamos más rápido que cualquier humano, a veces durante horas. Acabábamos agotados, pero lo hacíamos sin problemas. Por la noche, nos escabullíamos a los jardines o al tejado y ponía a prueba el alcance del oído de Lucas. Podía distinguir el ulular de una lechuza o el quiebre de una ramita a casi un kilómetro de distancia. No poseía un oído tan fino como el mío, y ninguno de los dos teníamos los sentidos tan desarrollados como después de que le mordiera, pero seguía estando por encima del umbral humano.
No volvimos a visitar la estancia de lo alto de la torre norte. Aunque deseaba estar con Lucas más que nunca y sabía que a él le ocurría lo mismo, éramos precavidos. Tal como estaban las cosas, ya teníamos suficientes problemas tratando de controlar mi sed de sangre. Además, en el caso de que algo hubiera cambiado en la naturaleza de Lucas, también podrían surgir otros peligros si empezábamos a besarnos y nos dejábamos llevar demasiado lejos. Por tanto, no era difícil imaginar las ganas que tenía de obtener respuestas.
Una noche decidí que debíamos intentar la prueba definitiva.
Quedé con Lucas en el cenador y me presenté con un termo en la mano.
—¿Qué es eso? —preguntó, sin sospechar nada.
—Sangre.
—Ah. —Puso una cara rara—. Si tienes hambre, pues… Ya sabes, como si yo no estuviera.
Lucas evitó mi mirada mientras intercambiaba nervioso el peso de un pie al otro. Por lo visto todavía lo incomodaba la idea de que yo bebiera sangre, lo que no presagiaba nada bueno para el experimento que tenía en mente.
—No es para mí, es para ti.
—Ni hablar —contestó, horrorizado.
—Lucas, afrontémoslo: cuando te mordí la segunda vez, algo cambio en tu naturaleza y tal vez haya sido para siempre. Debemos averiguar si te he convertido en medio vampiro o si vas a acabar siéndolo como yo.
Palideció y se arrebujó en su largo abrigo.
—¿De verdad crees que eso fue lo que ocurrió? Porque… Bianca, la idea de convertirme en un vampiro es superior a mis fuerzas.
Su rechazo categórico a la idea de ser como yo me dolió; ya había empezado a imaginar que compartiría con él una larga vida a través de los siglos, vampiros jóvenes, bellos y enamorados para la eternidad, pero intenté concentrarme en el experimento. Llevaba unos guantes grises sin dedos, por lo que no me resultó difícil desenroscar la tapa del termo.
—Tenemos que averiguar cómo reaccionas ante la sangre, ya sabes que no queda otro remedio. Bebe un trago y acabemos con esto de una vez.
—Esto no será, bueno, no sé, de una persona, ¿verdad?
—¡No! Es de vaca. Recién ordeñada.
Daba la impresión de que Lucas hubiera preferido que lo abandonaran desnudo a la intemperie en medio de la noche helada, pero respiró hondo, aceptó el vaso y procuró no hacer demasiadas muecas mientras le servía un dedo de sangre. Apenas había para un trago, pero sería suficiente para averiguar lo que queríamos. Lucas se llevó el vaso a la boca con una mueca de repugnancia, lo inclinó lentamente, bebió…
… y lo escupió en el suelo de inmediato.
—¡Uf! ¡Por amor de Dios, qué asco!
—Ahí tenemos la respuesta. —Muy seria, volví a enroscar la tapa del termo. La había calentado y la había probado yo misma, así que sabía que estaba deliciosa. Si a Lucas no le gustaba, entonces todavía no oía la llamada de la sangre—. No eres como yo, eres otra cosa.
—¿Y cómo se supone que vamos a averiguarlo? —Lucas estaba ocupado limpiándose la boca con el dorso de la mano, intentando quitarse cualquier resto de sangre—. No hay trabajos a los que acudir en busca de información y ninguno de los dos se ha topado antes con algo por el estilo. Y antes de que lo preguntes, no, en la Wikipedia no dicen nada de esto. Estaba desesperado y lo busqué. Nada. No hay… nada.
Deseé que Lucas dejara de hablar como si supiera algo sobre los vampiros, era un poco irritante. Sin embargo, el pobre acababa de probar algo repugnante para él, así que decidí perdonarlo por esta vez.
—Tengo una propuesta. No te gustará, pero creo que sí lo piensas, verás que es lo mejor que podemos hacer.
—Muy bien, explícame esa propuesta que no va a gustarme.
—Preguntémosles a mis padres.
—Pues tenías razón en que no iba a gustarme. —Lucas se pasó las manos por el pelo, como si quisiera arrancárselo llevado por la desesperación—. ¿Quieres decírselo así, sin más? ¿Quieres contarles a los vampiros lo que me pasa?
—Deja de pensar en ellos como los «vampiros» y piensa en ellos como mis padres. —Sabía que Lucas necesitaría un tiempo para hacerse a la idea, pero eso no significaba que no fuera a presionarlo. Con el tiempo había aprendido a aceptarme tal como era y, tarde o temprano, le sucedería lo mismo con mis padres—. Te escucharán y, si pueden ayudarte, lo harán. —Lucas sacudió la cabeza—. Si tienen que enfadarse con alguien, será conmigo. Soy yo la que volvió a morderte y empezó todo esto.
—Entonces no deberíamos meterte en problemas.
—Si necesitas ayuda, todo lo demás no importa. —Lo miré directamente a los ojos—. Piénsalo, Lucas. Cuando lo sepan, podremos hablar del tema abiertamente y obtener respuestas tanto para tus preguntas como para las mías. Si estás destinado a convertirte en un vampiro…
Se estremeció.
—Eso no lo sabemos.
—He dicho «si». Tendrás que saberlo todo de nosotros, ¿no crees? Incluso la historia y los poderes que yo todavía desconozco. Podríamos aprenderlo juntos. —Y tal vez acabara convenciéndole lo que oyera y decidiera unirse a mí como vampiro para siempre jamás. Por pedir que no fuera, ¿no?—. Cuando seas uno de los nuestros, vampiro o humano, da lo mismo, podrán hablar contigo con claridad y tú podrás preguntarles lo que quieras. Tal vez así consiga convencer a mis padres de que soy lo bastante mayor para saber toda la verdad. No volveremos a sentirnos desvalidos o confusos. Averiguaremos lo que queremos saber, lo sabremos todo. ¿No lo ves?
Lucas se quedó helado y tuve la sensación de que por primera vez comprendía lo que estaba intentando decirle: que fuera lo que fuese lo que le había ocurrido, eso en cierto modo le permitía pasar a formar parte de Medianoche. A pesar de lo poco que le gustaba la escuela, me dio la impresión de que quería saber más, tanto que nos sorprendió a ambos. Después de todo, tal vez Lucas necesitaba encajar en algún sitio.
O tal vez estaba empezando a plantearse lo de convertirse en un vampiro y quedarse conmigo para siempre.
—No me pidas que haga eso —dijo Lucas con un hilo de voz—. No me des esa opción.
—¿Tienes miedo de que te guste lo que oigas? —lo reté.
Lucas no contestó. Al final, lentamente, asintió.
—Vayamos a hablar con ellos.
Suponía que mis padres se enfadarían conmigo, pero lo que no había imaginado era hasta qué punto. Primero mi madre me leyó la cartilla por haberme saltado a la torera todas sus advertencias, y luego mi padre quiso saber en qué estaba pensando Lucas al llevar a una jovencita a lo alto de la torre norte a solas.
—¡Casi tengo diecisiete años! —grité, ya harta—. No haces más que decirme que tome decisiones maduras y cuando tomo una, ¡me gritas!
—¡Decisiones maduras! —Mi padre estaba tan fuera de sí que temía ver sus colmillos asomando en cualquier momento—. Revelas todos nuestros secretos porque «te gusta un chico» y ¡encima pretendes hablar de decisiones maduras! Estás pisando terreno peligroso, jovencita.
—Adrián, tranquilo. —Mi madre puso ambas manos en sus hombros. Creí que iba a defenderme, hasta que dijo—. Si Bianca quiere pasarse los próximos siglos pareciendo demasiado joven para obtener un trabajo, comprarse un coche o hacer cualquier otra cosa que le permita manejar su vida, entonces no podemos hacer nada al respecto.
—¡Eso no es lo que quiero! —No quería ni imaginar tener que estar enseñando el carnet a la entrada de las discotecas para toda la eternidad—. No lo he matado, así que no me he convertido, ¿vale?
—Te has acercado mucho y lo sabes —replicó mi padre.
—¡Pues en realidad no lo sé! ¡Nunca me habéis explicado qué ocurriría si mordía a un humano sin matarlo! ¡Nunca me habéis explicado qué sabrían u olvidarían los humanos al día siguiente! Hay un montón de cosas que nunca me habéis explicado ¡y ahora por fin descubro la ignorancia en la que me habéis mantenido todos estos años!
—¡Pues perdona por no haber sabido manejar la situación! Nacen muy pocos bebés vampiro cada siglo, no hay mucha gente a la que pueda recurrirse en busca de consejo, ¿sabes? —Mi madre parecía tan alterada como para arrancarse los pelos—. Pero tienes razón, Bianca, en eso estoy de acuerdo contigo. Es evidente que nos hemos equivocado en algo, ¡si no ahora estarías comportándote con sensatez en vez de hacerlo de esta manera!
—La culpa es mía… —intentó defenderme Lucas desde el sofá, donde mis padres le habían dejado bastante claro que se quedara sentadito.
—Tú, chitón. —La mirada encendida de mi padre podría haber fundido el metal—. Después ya hablaré contigo largo y tendido.
Y por si creía que las cosas no podían ir peor, mi madre anuncio:
—Tenemos que decírselo a la señora Bethany.
—¿Qué? —No daba crédito a lo que oía. Lucas abrió los ojos de par en par—. ¡No, mamá!
—Tu madre tiene razón. —Mi padre se dirigió a la puerta con paso airado—. Le has contado el secreto de Medianoche a un humano. Tenemos que explicárselo a la señora Bethany. Es lo primero en lo que tendrías que haber pensado.
—Nuestros secretos nos protegen, Bianca —añadió mi madre con más tranquilidad cuando la puerta se cerró de un portazo detrás de él—. Algún día lo comprenderás.
Sin embargo, en esos momentos tenía la impresión de que nunca entendería nada. Me senté derrotada junto a Lucas en el sofá, al menos así estaríamos juntos cuando cayera la bomba. Los minutos pasaron y los tres seguíamos guardando un lúgubre silencio, sin movernos, hasta que empezaron a resonar unos pasos en la escalera de piedra. El repiqueteo me hizo estremecer. La señora Bethany estaba cerca.
Irrumpió en la habitación como si fuera la dueña del lugar y los demás unos simples intrusos. Mi padre, detrás de ella, podría haber sido su sombra. La siguió una fragancia a lavanda que se adueñó sutilmente del lugar. Clavó sus ojos oscuros en Lucas, quien aguantó su mirada estoicamente, sin decir nada.
—¿A esto es a lo que llama autocontrol, señorita Olivier? —Su larga falda barrio el suelo al acercarse. Ésa noche llevaba un prendedor de plata en el cuello de la blusa, tan brillante que lanzaba destellos de luz. A pesar de que se había pintado las uñas de un color morado muy intenso, no conseguía ocultar los profundos surcos que las recorrían—. Supuse que tarde o temprano ocurriría. Y ya veo que no ha perdido el tiempo.
—Bianca no tiene la culpa —dijo Lucas—. La culpa es mía.
—Muy cortés por su parte, señor Ross, pero creo que es bastante evidente quién es la parte activa en este caso. —Lo agarró por el cuello del jersey y le dio un tirón, un gesto extrañamente íntimo tratándose de profesora y alumno. Lucas se puso tenso y temí que le mordiera si la señora Bethany se atrevía a tocarle el cuello—. Ha recibido dos mordeduras de vampiro. ¿Sabe lo que eso significa?
—¿Cómo va a saberlo? —pregunté—. Ni siquiera sabía que los vampiros existían de verdad hasta hace un par de meses.
La señora Bethany suspiró.
—Recuérdeme que volvamos a repasar en clase el concepto de «pregunta retórica». Como le estaba diciendo, señor Ross, ahora está marcado como uno de los nuestros.
—Marcado —repitió Lucas—. ¿Se refiere a que soy como Bianca?
—El cambio apenas es perceptible al principio. —La señora Bethany empezó a caminar lentamente alrededor de Lucas, estudiándolo de pies a cabeza—. Ahora lo percibo, aunque solo porque me han hecho fijarme en usted. Sin embargo, con el tiempo el cambio será más pronunciado y los vampiros de su alrededor lo notarán hasta que les sea imposible ignorarlo. Se ha rendido a un vampiro, ¡y en más de una ocasión! Eso ha estado a punto de convertirlo en uno de nosotros.
—¿Significa eso que acabaré convirtiéndome en un vampiro me guste o no? —preguntó Lucas.
Me removí inquieta, incapaz de ocultar las esperanzas que empezaba a albergar. Mi madre me lanzó una mirada que me frenó de golpe.
La señora Bethany negó con la cabeza.
—No necesariamente. Puede que disfrute de una larga vida y muera por otras causas, si eso es algo que considera digno de celebración. Sin embargo, pronto descubrirá que se siente irremediablemente atraído hacia la señorita Olivier, cuya falta de disciplina ha quedado de sobras demostrada. —Mi padre avanzó un paso, como si fuera a defenderme, pero mi madre puso una mano en su hombro para detenerlo—. Les resultará tentador a otros vampiros, aunque la prohibición de cazar la presa de otro debería protegerlo… al menos por un tiempo. Al final, señor Ross, descubrirá que la perspectiva le seduce tanto como a ella. Lo deseará con más fuerza de lo que pueda imaginar. Es un deseo que ningún humano podrá comprender jamás. Y cuando llegue el momento, es probable que decida unirse a nosotros.
Sí Lucas tenía que perder los estribos, imaginé que ese sería el momento; sin embargo, no pareció inmutarse.
—¿Eso significa que soy una especie de… punto intermedio? ¿Como Bianca?
—No exactamente como ella, pero algo bastante parecido. —Los labios fruncidos de la señora Bethany se relajaron un ápice y comprendí que casi estaba sonriendo—. Es usted muy despierto, señor Ross.
—Me gustaría saber más —contestó él, aprovechando el halago de la señora Bethany—. Me gustaría entender estos… sentidos. Habilidades. Poderes.
—Y también limitaciones. Arraigan en los humanos con mayor lentitud que nuestros poderes, pero llegarán. No debe olvidarlo. —La señora Bethany lo meditó unos instantes y luego asintió con la cabeza—. No era esto lo que esperaba cuando abrí la escuela a los alumnos humanos, pero debería de haberlo previsto. Le enviaré información que tal vez pueda ayudarle. Cartas antiguas, estudios y cosas similares acerca de aquellos que han compartido su situación y que han escogido seguir nuestro camino. No lo olvide, señor Ross: nuestro secreto es ahora el suyo. Cuanto más aprenda, más unido a nosotros estará. De ahora en adelante, si traiciona la verdad de Medianoche, se traicionará a sí mismo. A partir de ahora, lo vigilaré muy de cerca.
—La creo. No voy a decirle una palabra sobre vampiros a nadie. —Me miró de soslayo—. Bueno, al menos a nadie que todavía no lo sepa.
Le apreté la mano, contenta y aliviada. Me daba igual lo que mis padres nos dijeran o lo que fuera a durar mi castigo. Lo único que importaba era que por fin la verdad había salido a la luz y que a Lucas no iba a pasarle nada. Además, ahora… tal vez podría ser mío para siempre.
Hasta un poco después no caí en la cuenta de que la señora Bethany no le había explicado a Lucas qué ocurriría si decidía no convertirse en vampiro. No le había dado opción. Me pregunté si sería porque era imposible que Lucas eligiera otra cosa… o porque no iba a permitírsele elegir.