13

—¿Adónde vamos? —preguntó Lucas mientras me seguía hacia lo alto de la escalera trasera.

—A la torre norte. La que queda detrás y por encima de los dormitorios de los chicos. Solo la utilizan para guardar cosas. Allí no nos molestará nadie.

—¿Y no podríamos ir a otro sitio?

Se me cayó el alma a los pies. Tal vez no confiaba lo suficiente en mí como para atreverse a quedarse a solas conmigo.

—Creo que es el único lugar donde podríamos tener un poco de intimidad. Si prefieres… No sé, si quieres esperar a que salga el sol o algo así…

—No, no pasa nada.

Lucas parecía receloso, como si sí pasara algo, pero continuó siguiéndome. Me dije que no podía pedir más.

Los alumnos no solían prodigarse por la escalera trasera, sobre todo porque estaba cerca de los alojamientos del profesorado. Por descontado, los profesores también eran vampiros, en su mayoría vampiros muy poderosos. Puede que los alumnos como Vic y Raquel no conocieran la existencia de esa diferencia entre los otros alumnos y los profesores, pero era evidente que la sentían. En mi antiguo colegio, la gente se burlaba de los maestros a todas horas, pero todo el mundo en Medianoche, desde humanos a vampiros, se dirigían a ellos con respeto. Algunos, como mis padres, vivían en la otra torre, pero la mayoría se alojaba allí. Supuse que Lucas y yo seriamos los primeros que pasábamos junto a los aposentos del profesorado en todo el año.

El eco de nuestras pisadas rebotaba contra las paredes de piedra, pero nadie pareció oírnos. Al menos, eso esperaba. Aquélla conversación sería lo último que querría que alguien escuchara.

—¿Cómo conoces este sitio? ¿Subes aquí de vez en cuando?

Lucas seguía mostrándose intranquilo.

—¿Recuerdas que te dije que había hecho un poco de exploración antes de que empezara el curso? Éste es uno de los sitios que encontré. No había vuelto desde entonces, pero estoy segura de que nadie más sabe de su existencia.

Abrí la puerta con sumo cuidado al llegar a lo alto de la escalera. Una lluvia de telarañas y polvo me habían dado la bienvenida el pasado otoño. Las arañas debían de haberse mudado, porque nada nos impidió el paso. La estancia se dividía en habitaciones que se distribuían como en el apartamento de mis padres, pero en vez de estar amuebladas de manera acogedora, estaban repletas de cajas y más cajas apiladas, de las que asomaban las esquinas amarillentas de los papeles que contenían. Eran los archivos de Medianoche, los historiales de todos los alumnos que habían pasado por la escuela desde su fundación, a finales del siglo XVIII.

—Aquí arriba hace frío. —Lucas estiró las mangas del jersey para cubrirse las manos—. ¿Estás segura de que no hay otro sitio mejor?

—Tenemos que hablar y debemos estar a solas.

—El cenador…

—Está cubierto de hielo, don Friolero. Además, nos podrían ver fuera y nos harían volver a entrar y… Y no podríamos acabar de hablar. —Me volví hacia la ventana para poder ver las estrellas, capaces de reconfortarme incluso en esos momentos—. Se nos da muy bien evitar el tema.

—Sí, tienes razón. —Lucas claudicó y se sentó con pesadez en un arcón que tenía cerca—. ¿Por dónde empezamos?

—No sé. —Me abracé para entrar en calor y vi abajo la gárgola del antepecho, la gemela de la que se veía por la ventana de mi habitación—. ¿Sigues teniéndome miedo?

—No, no te tengo miedo. En absoluto. —Lucas sacudió la cabeza lentamente, incrédulo—. Tendría que… Mierda, no sé cómo tendría que sentirme. No hago más que repetirme que debería mantenerme alejado y olvidarme de ti, porque todo ha cambiado. Pero no puedo.

—¿Qué?

Me había quedado tan muda de asombro que incluso olvidé mis esperanzas.

—Cuando vi por primera vez lo que eras, allí arriba, en el tejado… —dijo, con voz ronca—. Bianca, fue como si todo en lo que había creído hasta el momento fuera mentira.

—Supongo que no es fácil aceptar que los vampiros existen de verdad.

—En realidad, no fue eso lo que me molestó.

Entonces lo comprendí: por mucho que le hubiera perturbado lo que había descubierto acerca de los vampiros, mis mentiras habían sido mucho peores para él.

—¿Se lo has contado a tu madre? ¿Se lo has dicho a alguien?

Lucas se echó a reír.

—¿Cómo se lo voy a decir a nadie? —Lo miré extrañada—. ¿Se te ocurre un modo mejor de acabar en una unidad de psiquiatría para adolescentes?

—No —tuve que admitir—, lo más probable es que te llevaran directamente al loquero.

—Además, me pediste que no lo hiciera —añadió Lucas, con aspereza.

Lucas había leído esa larga carta llena de revelaciones y había descubierto que le había mentido, que yo era algo que seguramente consideraría un monstruo, y aun así había sido capaz de atender mi súplica de que lo mantuviera en secreto y había hecho lo que le había pedido.

—Gracias.

—No iba a volver. No iba a volver a verte nunca más. Estaba muy dolido y pensé que el único modo de superarlo era obligándome a olvidarte. —Se frotó los ojos con el dorso de la mano, como si le agotara aunque solo fuera recordar el dilema al que había tenido que enfrentarse—. Intenté olvidarte con todas mis fuerzas, Bianca, y no pude. Luego me convencí de que mi deber era volver a Medianoche.

—¿Deber? —pregunté, confusa.

Lucas se encogió de hombros, como si no supiera qué decir.

—¿Para averiguar la verdad? ¿Para intentar entenderlo? No lo sé. —Su expresión cambio al levantar la vista hacia mí y mirarme, como lo hacía antes, con esa mirada que conseguía que me flaquearan las piernas, como cuando dijo que el hombre del cuadro de Klimt solo tenía una cosa preciada en el mundo—. Sin embargo, en cuanto te vi, supe que seguía necesitándote, que todavía confiaba en ti, aunque seas un vampiro o un casi vampiro o lo que quiera que seas. —Lucas seguía pronunciando la palabra «vampiro» como si no pudiera creerlo—. No importa; debería, pero no es así. Es inútil negar lo que siento por ti.

No pude soportarlo más. Me acerqué a Lucas y caí de rodillas delante de él. Él me sujetó la cara entre sus manos y todo su cuerpo se estremeció.

—¿Todavía quieres estar conmigo? ¿Aunque te mintiera?

Lucas cerró los ojos con fuerza.

—Nunca te lo he tenido en cuenta.

—Entonces… entonces comprendes por qué tenía que mantenerlo en secreto. —Todos los miedos y el terror que albergaba en mi interior se desvanecieron y deseé poder rodear a Lucas con mis brazos y fundirme en él—. Lo entiendes de verdad. Jamás hubiera imaginado que pudieras hacerlo.

—No puedo creer que no me importe —susurro—. No puedo creer hasta qué punto te necesito.

Lucas rozó sus labios contra los míos, solo una vez. Tal vez él no tuviera intención de ir más lejos, pero yo sí. Lo rodeé con mis brazos y lo besé. Todo lo demás dejó de tener importancia; solo pensaba en Lucas y en lo cerca que lo tenía, en el aroma a cedro de su piel, en el modo en que respirábamos juntos cuando nos besábamos, como si fuéramos dos partes de una misma persona. Estremecida por la emoción, noté que me hormigueaban las puntas de los dedos, el abdomen, todo el cuerpo.

—Debería salir corriendo de aquí. —Su cálido aliento vatio contra mi oído. Sus dedos se deslizaron hasta la cinturilla de mi falda, que utilizó para arramblarme contra él—. ¿Qué me has hecho?

Decidí apartarme cuando me apretó contra su pecho. Llegados a ese punto, solía retirarme por miedo de lo que mi deseo por Lucas pudiera llevarme a hacer. Lo lógico habría sido que fuera él quien tuviera miedo, pero no era así. Confiaba lo suficiente en mí para besarme, para dejarse caer al suelo y acabar ambos arrodillados el uno frente al otro, para cerrar los ojos cuando le pasé las manos por el pelo.

—A partir de aquí me resulta muy difícil mantener el control —le susurré, avisándole.

—Averigüemos hasta dónde llega ese control.

Se estiró el cuello del jersey y expuso su garganta ante mí. Estaba poniéndome a prueba para demostrarme que podía contenerme. Le puse la mano sobre la piel desnuda y presioné los labios aún más abiertos sobre él. Lucas soltó un gemido gutural que tuvo un extraño efecto en todo mi cuerpo, como si me hubiera levantado demasiado deprisa y me hubiera mareado. Sus manos fueron acercándose lentamente hacia el borde del jersey de mí uniforme, atentas a mi reacción. Lo besé apasionadamente. Lucas me subió el jersey por la espalda y levanté los brazos para ayudarle a quitármelo. Solo llevaba una fina camiseta interior y el sujetador, negro azulado, que se transparentaba bajo la camiseta blanca sin mangas.

Lucas me miraba con intensidad y su respiración se volvía cada vez más rápida y superficial. Se quitó el jersey y lo extendió en el suelo, como una manta. Luego me tendió encima, para que quedara tumbada sobre el jersey, debajo de él. La respiración de Lucas seguía desbocada, pero luchaba por mantener el control.

—Aquí no, ni esta noche… Pero tal vez podríamos traer algo o encontrar otro lugar donde estar solos una noche…

Lo silencié con un beso, lo bastante efusivo y apasionado para hacerle entender que accedía. Lucas me devolvió el beso y me abrazó con fuerza… Aunque no con tanta como para no poder darme la vuelta y colocarme encima de él, de modo que ahora era Lucas quien tenía la espalda contra el suelo y quedaba tendido debajo de mí. Lo sentía todo multiplicado por cien: sus piernas alrededor de las mías, el cuadrado helado de su hebilla contra mi abdomen, sus dedos jugueteando con el tirante de mi sujetador, haciéndolo resbalar por mi hombro.

Por un instante, solo un instante, me pregunté cómo sería si Lucas y yo hubiéramos subido allí con mantas, almohadas, música y protección y hubiéramos tenido toda la noche para estar juntos.

—Ojalá pudiéramos —dije jadeante—, ojalá pudiéramos estar seguros de que puedo parar.

—Tal vez… Tal vez no hace falta.

—¿Qué?

A Lucas le brillaban los ojos y notaba su cálida y acelerada respiración contra mi mejilla.

—Me mordiste una vez y te detuviste a tiempo. No hizo falta que me mataras ni que me transformaras, solo que me mordieras. Si solo es eso… Entonces tal vez… Oh, Dios. Hazlo.

Lucas quería lo mismo que yo. El deseo ardía en mi interior y no tenía que detenerme. Empujé a Lucas contra el suelo y le mordí con fuerza.

—Bianca…

Lucas se revolvió solo un segundo cuando el éxtasis nos alcanzó a ambos: mi pulso se fundió con el suyo al tiempo que su sangre fluía en mi interior, más poderosa que el más apasionado de los besos, entrelazándonos. Conocía el sabor de su sangre, pero esta vez era incluso más irresistible. La tragué, saboreando el calor, la vida y la sal en mi lengua. Lucas se estremeció debajo de mí y comprendí que el mordisco tenía el mismo efecto en ambos.

Lucas empezó a boquear y me obligué a detenerme. Me separé de él poco a poco. Estaba mareado y débil, pero no había perdido el conocimiento. Me cogió la cara con ambas manos y volví a la realidad de golpe: tenía los labios manchados de sangre y los colmillos todavía no se habían retraído. ¿Cómo podía mirarme siendo vampiro sin sentir repulsión?

Sin embargo, a pesar de la sangre, me besó.

—Solo es esto, te lo prometo —le susurré, cuando nuestros labios se separaron—. ¿Te parece bien? ¿Podrás soportarlo?

—Quiero estar contigo, Bianca —contesto—. Seas lo que seas. Pase lo que pase.