6

Después del viaje a Riverton, me sentí como la imbécil que había roto con Lucas por una tontería.

Ésos tipos de la construcción habían estado bebiendo y, además, ellos eran cuatro y Lucas solo uno. Tal vez había tenido que demostrarles que sabía lo que se hacía para que no lo molieran a palos. Si no le había quedado más remedio, ¿qué derecho tenía yo a juzgarlo?

—¡Ni hablar! —dijo Raquel, cuando me confié a ella al día siguiente, paseando por las inmediaciones del internado. Las hojas habían acabado de cambiar de color, por lo que los montes distantes ya no eran verdes, sino rojizos y dorados—. Si un tío se pone violento, te las piras. Y punto. Ya puedes dar gracias de haber descubierto cómo es en realidad antes de ser tú el blanco de su ira.

Su vehemencia me dejó atónita.

—Parece como si supieras muy bien de lo que estás hablando.

—¿Es que nunca has visto un telefilme? —Raquel no me miró a los ojos y siguió jugueteando con la pulsera trenzada de cuero que llevaba en la muñeca—. Todo el mundo lo sabe: los hombres que pegan no son buenos.

—Ya sé que se pasó tres pueblos, pero Lucas jamás me haría daño.

Raquel se encogió de hombros y se arrebujó aun más en su chaqueta, como si le hubiera entrado frío, aunque fuera se estaba bien. Hasta ese momento, no me había preguntado hasta qué punto su discreto comportamiento y su aspecto masculino no responderían a un deseo de desviar una atención que no deseaba.

—Nadie piensa que va a ocurrir algo malo hasta que ocurre. Además, no paraba de decirte que la gente de aquí daba asco y que no debías intimar ni con tu compañera de cuarto ni con nadie, ¿no es así?

—Bueno… Sí, pero…

—Pero nada. Lucas ha estado intentando aislarte de todo el mundo para poder tener más poder sobre ti. —Raquel sacudió la cabeza—. Estás mejor sin él.

Yo sabía que se equivocaba respecto a Lucas, pero también era consciente de que no había pasado tanto tiempo a su lado para conocerlo a fondo.

¿Por qué había empezado Lucas a criticar a mis padres? La única vez que nos había visto a todos juntos había sido en el cine y ellos se habían mostrado cordiales y afectuosos. Lucas había dicho que se guiaba por mi patético intento de fuga del primer día de clase, pero no sabía si creerle. Si tenía algún problema con mis padres, era obvio que se lo había inventado él por alguna extraña y paranoica razón con la que yo no quería tener nada que ver.

Posibles explicaciones acudieron a mi mente sin ser invitadas. Tal vez había tenido una novia antes de mí, por Europa, una chica elegante y sofisticada que había viajado alrededor del mundo, cuyos padres habían sido unos pedantes y se habían comportado injustamente con él. Quizá le habían cerrado la puerta en las narices, o incluso le habían prohibido volver a ver a su hija nunca más, y por eso ahora estaba escarmentado y no confiaba en nadie.

La historia que había acabado de inventarme no me ayudó en lo más mínimo. Primero: me hizo sentir mal por Lucas, como si comprendiera por qué se había comportado de ese modo tan extraño cuando él no era así en realidad. Y segundo: me hizo sentir insegura al compararme con una teórica novia europea y sofisticada… ¿Y qué hay más patético que sentirse amenazada por una persona que ni siquiera existe?

Creo que hasta ese momento, hasta separarnos y tener razones de peso para mantenerme alejada de él, no comprendí lo importante que Lucas era para mí. La clase de Química, la única a la que íbamos juntos, era una hora de tortura diaria. Era como si lo sintiera cerca de mí igual que se siente el calor que desprende el fuego de un hogar en una habitación fría. Sin embargo, no me dirigí a él en ningún momento, y él hizo otro tanto, respetando el silencio que yo había impuesto y que mantenía. Me resultaba imposible imaginar que él estuviera sufriendo más que yo. La lógica dictaba que lo mejor para mí era alejarme de él, pero la lógica me importaba bien poco. Lo echaba de menos a todas horas y daba la impresión de que, cuanto más me decía que lo dejara en paz, más deseaba estar con él.

¿Se sentiría él igual? No tenía ni idea; lo único que sabía era que se equivocaba respecto a mis padres.

—¿Cómo estás, Bianca? —me preguntó mi madre con ternura, mientras aclarábamos los platos de la cena del domingo.

No había dormido bien, apenas había probado bocado y lo único que me apetecía era esconder la cabeza debajo de una manta los siguientes dos años más o menos. Sin embargo, por primera vez en mi vida no tenía ganas de compartir mis preocupaciones con ellos. Eran sus profesores y no sería justo para él que les contara lo que Lucas opinaba de ellos. Además, hablar del hecho de que Lucas y yo al parecer habíamos acabado incluso antes de empezar solo habría conseguido ahondar en la herida.

—Estoy bien.

Mis padres intercambiaron una mirada. Sabían que estaba mintiendo, pero no me presionaron.

—¿Sabes qué? No hace falta que te vuelvas ya a tu habitación —dijo mi padre, dirigiéndose hacia el equipo de música.

—¿De verdad?

Por lo general, según las normas de la cena de los domingos, debía regresar a mi dormitorio para ponerme a estudiar poco después de acabar de cenar.

—La noche está despejada y se me ha ocurrido que tal vez te gustaría echar una ojeada por el telescopio. Además, estaba a punto de poner Frank Sinatra y sé lo que te gusta la voz.

Fly Me to the Moon —le pedí, y al cabo de escasos segundos Frank cantaba para nosotros.

Les enseñé la galaxia de Andrómeda. Les pedí que primero buscaran Pegaso en el firmamento y que luego se dirigieran hacia el noreste hasta que toparan con el suave y difuso resplandor de un billón de estrellas lejanas. Después de eso, pasé un buen rato paseándome por el cosmos y saludando a las estrellas conocidas como a mis viejas amigas.

Al día siguiente, vi a Lucas en el pasillo de camino a la clase de Historia en el mismo momento en que él me vio a mí. La luz tamizada por los cristales de la vidriera lo bañaba con los colores del otoño, y pensé que nunca había estado tan guapo.

Sin embargo, cuando nuestras miradas se encontraron, el momento perdió toda su belleza. Lucas parecía resentido, y tan desorientado y desamparado como yo desde la pelea del restaurante, que por un angustioso momento me sentí responsable de su desdicha. Sin embargo, en sus ojos también adiviné el sentimiento de culpabilidad, aunque enseguida apretó la mandíbula y dio media vuelta, con los hombros ligeramente vencidos. Segundos después, había desaparecido entre la marea de uniformes, una persona invisible más de Medianoche.

Tal vez estuviera repitiéndose una vez más que lo mejor era mantenerse alejado de la gente. Recordé cómo se había comportado estando juntos, mucho más relajado y feliz, más libre, y la idea de que yo hubiera podido obligarle a apartarse de los demás se me hizo insoportable.

—Lucas está de un bajón que no veas —me informó Vic ese mismo día, cuando nos topamos en la escalera un poco después. Por una vez en su vida, Vic iba vestido de manera formal, al menos de los tobillos para arriba porque las deportivas rojas de bota que llevaba en los pies definitivamente no formaban parte del uniforme—. Vale, de todos modos el tío siempre ha tenido sus rollos raros, pero es que está raro que te cagas. Superraro. Megarraro. Rarito extremo.

Vic hizo una cruz con los brazos para dibujar la «x» de extremo.

—¿Te ha enviado para que defiendas su caso? —dije, con intención de parecer desenfadada, aunque creo que no me salió muy bien; tenía la voz tan carrasposa que cualquiera habría adivinado que había estado llorando, incluso alguien tan despistado como Vic.

—No me ha envidado él, no le pega. —Vic se encogió de hombros—. Es que me preguntaba de qué va este drama.

—No hay ningún drama.

—Ya lo creo que sí, un dramón, y ya veo que tú no vas a soltar prenda; pero, eh, no pasa nada, porque no es asunto mío.

Menudo chasco. Me habría enfadado si Lucas hubiera enviado a Vic para discutir el asunto en su nombre, pero aun fue peor comprender que Lucas iba a darse por vencido sin luchar.

—Vale.

Vic me dio un codazo amistoso.

—Tú y yo seguimos siendo amigos, ¿no? Que sepáis que en este divorcio tenéis la custodia compartida. Amplios derechos de visitas.

—¿Divorcio? —Me eché a reír a mi pesar. Solo a Vic se le ocurriría llamar divorcio al resultado de una primera cita que había salido mal—. Seguimos siendo amigos.

En realidad antes tampoco habíamos sido exactamente amigos, así que lo de «seguir siéndolo» era un poco exagerado, pero habría resultado de muy mal gusto sacar aquello a relucir. Además, Vic me gustaba.

—Excelente. Los bichos raros tienen que mantenerse unidos en estos sitios.

—¿Me estás llamando bicho raro?

—Es el mayor honor que puedo concederte. —Extendió los brazos mientras caminábamos por los pasillos, abarcándolo todo en ese gesto: los altos techos, las oscuras volutas de madera que enmarcaban vestíbulos y puertas, y la luz tamizada que se filtraba a través de los viejos ventanales y que dibujaba largas e irregulares sombras en el suelo—. Éste lugar es la capital de lo raro. Lo que es raro aquí es normal en cualquier otro sitio. Bueno, al menos esa es mi opinión.

Suspiré.

—¿Sabes? Creo que tienes más razón que un santo.

Vic tenía toda la razón del mundo al decir que me convenía tener todos los amigos que pudiera en un lugar como la Academia Medianoche. No es que ese sitio me hubiera gustado nunca, pero el poco tiempo que había pasado con Lucas me había hecho comprender lo que se siente cuando no se está completamente sola, y ahora que lo había perdido, el relieve de mi desamparo resaltaba con mayor nitidez. Saber lo distinto que podría haber sido solo conseguía que fuera aun más duro soportar la hostilidad y la intimidación que se respiraba en ese lugar.

El cambio de estación tampoco resultaba de mucha ayuda. El estilo gótico del edificio había quedado ligeramente suavizado por la exuberante hiedra y las lomas cubiertas de césped. Los ventanales estrechos y la luz de tintes extraños no habían conseguido enmascarar por completo el fulgor del sol de finales de verano. Sin embargo, ahora anochecía cada vez más pronto, lo que hacía que Medianoche pareciera más aislada que nunca. A medida que bajaban las temperaturas, un frío perpetuo se deslizaba en las aulas y los dormitorios y a veces parecía que los flecos de la escarcha en los cristales estuvieran intentando abrirse camino a través del vidrio. Incluso las bellas hojas otoñales susurraban estremecidas por el rumor solitario del viento. Ya habían empezado a caer y dejaban las primeras ramas desnudas como garras descarnadas que escarbaban en un cielo encapotado.

Me pregunté si los fundadores de la academia habrían instaurado el Baile de otoño para levantar el ánimo de los estudiantes en un momento del año tan lánguido.

—No creo —opinó Balthazar.

Compartíamos mesa en la biblioteca. Me había invitado a estudiar con él un par de días después del fatídico viaje a Riverton. En mi antiguo colegio no había estudiado con nadie, porque «estudiar» normalmente se convertía en «hablar y gandulear», y luego los trabajos se hacían interminables. Prefería llevarme los deberes y hacerlos yo sola. Resultó que Balthazar era de la misma opinión y habíamos pasado un montón de tiempo juntos en las últimas dos semanas, trabajando el uno al lado del otro sin apenas intercambiar una palabra durante horas. De hecho, no hablábamos hasta que empezábamos a recoger los libros.

—Sospecho que los fundadores de la academia adoraban el otoño. Creo que saca a relucir la verdadera naturaleza de Medianoche.

—Por eso necesitarían animarse.

Balthazar sonrió y se colgó la cartera de cuero al hombro.

—No es la peor academia sobre la faz de la tierra, Bianca. —Balthazar solo quería provocarme, aunque su preocupación por mí era genuina—. Me gustaría que te lo pasaras mejor aquí.

—Ya somos dos —dije, echando un vistazo al rincón donde unos minutos antes había visto que Lucas estaba leyendo.

Seguía allí. Su cabello reflejaba la luz de la lamparilla, pero él ni siquiera se dignó a volver la vista hacia nosotros.

—Podría gustarte si de verdad le dieras una oportunidad. —Balthazar sujetó la puerta de la biblioteca para que yo pasara—. Deberías explorar un poco más y poner un poco más de tu parte para conocer gente.

Me lo quedé mirando.

—¿Como Courtney?

—Corrijo: poner un poco más de tu parte para conocer a la gente adecuada.

Cuando Balthazar dijo «adecuada» no se refería a los más ricos o a los más populares, se refería a los que realmente valía la pena conocer. Hasta el momento, el único de los alumnos típicamente de allí que pudiera valer la pena conocer era el propio Balthazar, así que pensé que tampoco lo estaba haciendo tan mal.

—No creo que Medianoche sea adecuada para nadie —le confesé—. Al menos seguro que para mí no. Sé que cumple con su cometido, pero te aseguro que cuando acaben las clases seré la persona más feliz del mundo.

—Yo también, pero no por la misma razón. —Balthazar caminaba a mi lado con paso lento, midiendo su larga zancada con cuidado para que yo no me quedara atrás. A veces me sorprendía lo grande que era, alto y fornido, de constitución fuerte, y sentía un extraño y pequeño hormigueo en el estómago—. Gracias a Medianoche, tengo la sensación de que puedo llegar a comprender el mundo, a manejarme en él sin problemas. Las materias nuevas que estudio, todo lo que aprendo… Es como si estuviera impaciente por salir ahí fuera para probarlo por mi cuenta.

Su entusiasmo no bastaba para conseguir reconciliarme con la academia, pero me hizo sonreír por primera vez en lo que ya me parecían siglos.

—Bueno, al menos uno de los dos es feliz.

—Espero que ambos lo seamos dentro de poco —contestó Balthazar, en voz baja.

Tenía sus ojos negros clavados en mí y volví a sentir el cálido hormigueo.

Habíamos llegado al pasadizo abovedado que conducía al ala de los dormitorios de las chicas, y Balthazar se detuvo justo en la frontera. Era fácil imaginárselo en el siglo XIX, con sus finos modales. Una sonrisa asomó a mis labios al pensar en él haciendo una reverencia.

Balthazar parecía a punto de decir algo, pero en ese momento apareció Patrice, quien por lo visto ya había acabado de estudiar.

—Ah, Bianca, estás aquí. —Entrelazó su brazo con el mío con toda naturalidad, como si fuéramos amigas íntimas—. Tienes que explicarme los deberes que nos han puesto en Tecnología moderna, no entiendo nada.

—Esto… De acuerdo. —Volví la vista atrás mientras me arrastraban por el pasillo y le dije adiós con la mano a Balthazar, quien parecía más divertido que molesto—. Estábamos hablando —le susurré a Patrice.

—Ya me he dado cuenta —respondió del mismo modo—. Así se quedará con las ganas de seguir hablando contigo y, cuantas más ganas tenga, antes irá a buscarte.

—¿De verdad?

—Te lo digo por experiencia. Además, no es broma, necesito que me ayudes con los deberes.

No era la primera vez que tenía que auxiliar a Patrice en esa asignatura en concreto, ni la última que me preguntaba por qué me molestaba en decir que sí a todo.

—Ningún problema —contesté en un suspiro.

Patrice rio tontamente y por un momento casi me pareció una cría.

—Si te interesa mi opinión, Balthazar es el hombre más atractivo de la escuela. No es que sea mi tipo precisamente, pero ¿has visto qué espalda? ¿Y esos ojos oscuros? Te lo has montado bien.

—Solo somos amigos —protesté, mientras regresábamos a nuestro cuarto.

—Solo amigos, ya —dijo Patrice, con ojillos traviesos—. Me pregunto si Courtney estaría de acuerdo.

Levanté las manos para intentar cortar esa conversación antes de que se volviera más incómoda de lo que ya era.

—No le digas nada a Courtney de esto, ¿vale? No quiero problemas.

Patrice enarcó una ceja.

—¿Que no le hable de qué? Creía que me habías dicho que no había nada que contar.

—Si quieres que te ayude con los deberes, será mejor que dejes el tema. Ya.

Ligeramente ofendida, Patrice se encogió de hombros.

—Como quieras. Yo en tu lugar estaría encantada de atraer la atención de un tipo como Balthazar, pero, de acuerdo, hablemos de los deberes en su lugar.

Para ser sincera, me halagaba gustarle a Balthazar. No tenía demasiado claro que él quisiera ser otra cosa más que amigos, pero estaba convencida de que a veces tonteaba conmigo. Después del desastre con Lucas, sentaba muy bien que alguien coqueteara conmigo como si de verdad fuera guapa y fascinante en vez de la chica tímida y patosa del rincón.

Balthazar era amable, inteligente y tenía un sentido del humor muy fino. Le caía bien a todo el mundo, seguramente porque todo el mundo parecía caerle bien a él. Incluso Raquel, quien detestaba a prácticamente todos los alumnos «legítimos», lo saludaba por los pasillos y él siempre respondía. No era ni un pedante ni se comportaba de manera fría y distante. Además de ser irresistible.

En definitiva: era todo lo que una chica podía pedir. Pero no era Lucas.

En mi antiguo colegio, los profesores siempre decoraban las aulas cuando llegaba Halloween. Se colocaban calabazas de plástico naranja en las ventanas para llenarlas de caramelos y barritas de chocolate, y las brujas de papel volaban por todas las paredes. El año pasado, la directora había colgado luces de colores en el marco de la puerta de su despacho, en la que también había un cartel que decía en letras verdes de caligrafía irregular: ¡Uh! Siempre me había parecido una horterada y jamás se me habría pasado por la cabeza que algún día lo echaría de menos.

No se colgaban adornos en Medianoche.

—Igual creen que las gárgolas ya dan bastante miedo —sugirió Raquel mientras comíamos en su dormitorio.

Recordé la que había al otro lado de la ventana de mi habitación y traté de imaginarla envuelta en lucecitas de colores.

—Sí, ya sé a qué te refieres. Cuando la escuela ya es una mazmorra espantosa, húmeda y oscura de por sí, sobran los adornos de Halloween.

—Qué lástima que no podamos montar una casa encantada. Para los niños pequeños de Riverton, digo. Podríamos adornarla para que diera mucho miedo y disfrazarnos de demonios un fin de semana. Algunos de estos capullos ni siquiera tendrían que esforzarse demasiado. Podríamos recaudar dinero para la escuela.

—No creo que la Academia Medianoche ande escasa de fondos.

—Vale, tienes razón —admitió—, pero tal vez podríamos recaudar dinero para la beneficencia. Como un teléfono de ayuda, o un teléfono de la esperanza o algo así. Supongo que a la gente de aquí le importa un pimiento la beneficencia, pero tal vez lo harían para ponerlo en sus solicitudes de ingreso universitarias. Todavía no he oído mencionarla universidad a ninguna de ellas, seguramente porque esas estúpidas brujas tendrán parientes en Harvard o en Yale, o en una de ésas, pero de todos modos tendrán que rellenar la solicitud, así que tal vez aprueben la idea, ¿no?

Veía pasar las imágenes a toda velocidad en mi cabeza: telarañas en las escaleras, las risas demoníacas de los alumnos rebotando contra las paredes del vestíbulo principal e inocentes niños pequeños mirándolo todo con ojos desorbitados por el terror mientras Courtney o Vidette agitaban unas uñas largas y negras sobre sus cabezas.

—Aunque ya es un poco tarde, solo quedan dos semanas para Halloween. Tal vez el año que viene.

—Si el año que viene vuelvo a estar aquí, por favor, pégame un tiro —rezongó Raquel, dejándose caer en su cama—. Mis padres dicen que voy a tener que aguantarme, que para eso me saqué una beca, para venir aquí, y que si no ya sé lo que me toca: volver a mi antiguo instituto público con sus detectores de metales y olvidarme de obtener una titulación. Pero es que tengo este sitio atragantado.

Me rugieron las tripas. La ensalada de atún y las galletas saladas que Raquel y yo habíamos compartido apenas habían conseguido matar el hambre. Tendría que comer algo más en mi habitación, pero no quería que Raquel se enterara.

—Seguro que la cosa mejora.

—¿Lo crees de verdad?

—No.

Nos miramos sin decir nada y de pronto estallamos en carcajadas.

A medida que las risas fueron apagándose, empecé a oír unos gritos, aunque alejados, al otro lado del vestíbulo principal. Raquel se alojaba junto al pasadizo abovedado central que comunicaba los dormitorios de las chicas con la zona de aulas, de donde me parecía que procedían los gritos.

—Eh, ¿oyes eso?

—Sí. —Raquel se enderezó para prestar atención, apoyándose en los codos—. Creo que es una pelea.

—¿Una pelea?

—Confía en una persona que antes iba al peor instituto público de Boston. Reconozco una pelea cuando la oigo.

—Vamos.

Cogí la bolsa de los libros y me dirigí a la puerta, pero Raquel me agarró por la manga del jersey.

—¿Qué haces? ¿No querrás meterte en medio de una pelea? —dijo, mirándome con los ojos abiertos como platos—. No te busques problemas.

Tenía razón, pero no la escuché. Si había una pelea, tenía que asegurarme, por completo, de que Lucas no estaba implicado.

—Quédate si quieres, yo voy.

Raquel me dejó ir.

Me dirigí a la carrera hacia el lugar del que procedían los gritos y ahora incluso chillidos.

—¡Acaba con él! —oí rugir a Courtney, como si estuviera disfrutando.

—¡Tíos, eh, tíos! —resonó la voz de Vic en el pasillo—. ¡Dejadlo ya!

Doblé la esquina con el corazón en un puño justo a tiempo de ver a Erich dándole un puñetazo en la cara a Lucas.

Lucas cayó de espaldas y quedó despatarrado en el suelo delante de todo el colegio. Los alumnos prototípicos de Medianoche se echaron a reír y Courtney incluso aplaudió. Lucas tenía los labios manchados de sangre, que contrastaba fuertemente sobre su piel clara. Cuando me vio entre la gente, cerró los ojos con fuerza. Quizá la vergüenza dolía más que el puñetazo.

—No vuelvas a insultarme —le avisó Erich, levantando las manos y mirándolas como si estuviera satisfecho de lo que acababan de hacer. Tenía los nudillos manchados con la sangre de Lucas—. O la próxima vez te callaré la boca para siempre.

Lucas se enderezó sin apartar la mirada de Erich y un extraño silencio se instaló entre los presentes. Como si de repente todo fuera mucho más serio de lo que parecía, como si la pelea no hubiera hecho más que empezar. Sin embargo, no fue miedo lo que sentí, sino expectación. Impaciencia. Deseo de venganza.

—La próxima vez te aseguro que acabará de otra manera.

—Sí, no lo dudo —contestó Erich, con desenfado—, la próxima vez te dolerá de veras.

Erich se marchó a grandes zancadas, siendo considerado como un héroe por Courtney y quienes lo siguieron. Los demás se apresuraron a desperdigarse antes de que apareciera algún profesor. Solo nos quedamos Vic y yo.

Vic se arrodilló junto a Lucas.

—Por cierto, menuda pinta, das pena.

—Gracias por la delicadeza.

Lucas respiró hondo y soltó un gruñido. Vic le sirvió de apoyo y le ofreció un pañuelo de papel acolchado para que se limpiara la sangre que le goteaba de la nariz.

Yo no sabía qué decir, solo podía pensar en el aspecto lastimoso que tenía Lucas. Estaba claro que Erich había podido con él.

Desde el incidente en la pizzería, consideraba a Lucas un tipo más duro de lo que había creído en un principio, alguien que se metía en peleas a la primera de cambio porque sí, sin motivo alguno. Y ahora acababa de meterse en otra. ¿Acaso no demostraba eso que yo tenía razón? ¿O el hecho de que se hubiera llevado la peor parte demostraba que, después de todo, Lucas no era el tipo duro que había imaginado?

—¿Estás bien? —le pregunté al fin.

—Sí, no pasa nada. —Lucas ni siquiera me miro—. En realidad solo se necesitan un par de muelas, las demás son de recambio.

—¿Te ha saltado un diente? —preguntó Vic, palideciendo por momentos.

—Me baila uno, pero creo que aguantará. —Lucas esperó unos segundos antes de dirigirse a mí—. Te dije que esto ocurriría tarde o temprano.

Me había dicho que algún día sería un marginado en Medianoche y estaba claro que ese día había llegado, pero ¿por qué intentaba dar a entender que había sido él quien me había dejado por mi propio bien? Era yo la que había roto nuestra relación.

—Lo importante es que estés bien —dije.

Volví a dejarlo, esta vez despatarrado en el suelo. Tal vez así comprendería cuál de los dos estaba dejando a quién.

Me embargó una profunda tristeza y una sensación de desamparo que me sacudió los hombros y me hizo un nudo en la garganta. Me mordí el labio con tanta fuerza que me hice sangre. Me habría reconfortado volver al dormitorio de Raquel, pero todavía no estaba preparada para enfrentarme a sus preguntas, así que me encaminé hacia la biblioteca para esconderme durante la siguiente media hora hasta la clase de Ciencias Políticas. Seguro que encontraría algo que leer, tal vez un libro de astronomía, incluso una revista de moda. Quizá me sentiría mejor si me ocultaba detrás de un libro durante un rato.

Al acercarme a la puerta, esta se abrió de par en par y por ella asomó Balthazar, quien echó un cómico vistazo al pasillo.

—¿Hay moros en la costa?

—¿Qué?

—Supongo que buscas refugio de la batalla campal entre Lucas y Erich.

—La batalla se ha acabado. —Suspiré—. Ha ganado Erich.

—Siento oír eso.

—¿De verdad? Creía que Lucas no le caía bien a casi nadie.

—No voy a negar que es un poco liante —dijo Balthazar—, pero Erich no se queda atrás y él ya tiene aquí quien le apoye. Supongo que siento debilidad por el más débil.

Me apoyé contra la pared. Estaba agotada, como si ya fuera medianoche en vez de media tarde.

—A veces se respira tanta tensión en este lugar que me sorprende que el edificio no se haga añicos como el cristal.

—Pues relájate. No estudies durante un rato —me propuso Balthazar, zalamero.

—No vengo a estudiar. Creo que solo iba a pasar el rato.

—A pasar el rato… ¿en la biblioteca? Vale. ¿Sabes qué? —Se inclinó ligeramente hacia mí—. Tienes que salir más.

No tenía ganas de reír, pero hice un esfuerzo por sonreír.

—Me subestimas.

—Entonces permíteme proponerte algo. —Balthazar vaciló lo suficiente para darme tiempo a adivinar lo que estaba a punto de hacer. Me cogió la mano—. Ven conmigo al Baile de otoño.

A pesar de las insinuaciones y las bromas de Patrice, jamás se me había pasado por la cabeza que Balthazar pudiera pedirme que fuera al baile con él. Era el chico más guapo de la escuela y podría haber invitado a quien le diera la gana. Aunque nos llevábamos bien y éramos amigos, y a pesar de no ser inmune a su irresistible encanto, jamás lo habría imaginado.

Ni que me lo pidiera, ni que mi primer impulso fuera decirle que no.

Si bien habría sido una grandísima estupidez. La única razón que se me ocurría para rechazar la invitación de Balthazar era la esperanza de que me lo pidiera otra persona y esa otra persona no iba a pedírmelo porque yo la había echado de mi lado para siempre.

Balthazar me miró con infinita ternura y, al ver esos ojos castaños tan esperanzados, solo pude contestar:

—Será un placer.

—Genial. —Cuando sonreía de esa manera, se le marcaba más el hoyuelo de la barbilla—. Nos lo pasaremos bien.

—Gracias por pedírmelo.

Sacudio la cabeza y me miró como si no creyera lo que acababa de oír.

—El afortunado soy yo, créeme.

Le sonreí porque esa era una de las cosas más bonitas que nadie me había dicho jamás. Una mentira como un piano teniendo en cuenta que el chico más popular de la escuela iba a llevar al gran baile a la friqui de la clase —no hacía falta decir quién era el afortunado de los dos—, pero muy bonito al fin y al cabo.

Sin embargo, no había sentimiento en esa sonrisa. Me desprecié por mirar el apuesto rostro de Balthazar deseando que fuera el de Lucas, pero no pude evitarlo.