PROMESA
Finch sacudió la cabeza.
—Vale, entonces, ¿estás con Parker o con Travis? Estoy confuso.
—Parker no me habla, así que eso está bastante en el aire ahora mismo —dije, balanceándome para reajustarme la mochila.
Soltó una bocanada de humo, y después se quitó un poco de tabaco de la lengua.
—Entonces, ¿estás con Travis?
—Somos amigos, Finch.
—Te das cuenta de que todo el mundo piensa que tenéis uno de esos pactos de amigos con derecho a roce y que os negáis a admitirlo, ¿verdad?
—Me da igual. Que la gente piense lo que quiera.
—¿Y eso desde cuándo es así? ¿Qué pasó con la nerviosa, misteriosa y reservada Abby que conozco y quiero?
—Murió por el estrés de tantos rumores y suposiciones.
—Qué mal. Voy a echar de menos señalarla y reírme de ella.
Le pegué un manotazo a Finch en el brazo, y se rio.
—Bueno, ya va siendo hora de que dejes de fingir —dijo él.
—¿A qué te refieres?
—Cariño, estás hablando con alguien que se ha pasado la mayor parte de su vida fingiendo. Se te ve venir a la legua.
—¿Qué intentas decir? ¿Que soy lesbiana y me niego a salir del armario?
—No, que ocultas algo. La chica recatada y sofisticada, con chaquetas de punto y que va a restaurantes elegantes con Parker Hayes…, esa no eres tú. O bien eras una estríper de pueblo o bien has estado en rehabilitación. Apuesto por la segunda opción.
Solté una gran carcajada.
—¡Eres un adivino terrible!
—Entonces, ¿qué secreto guardas?
—Si te lo dijera, ya no sería un secreto, ¿no?
El gesto de su rostro se afiló con una sonrisa maliciosa.
—Tú sabes el mío, ahora me toca a mí saber el tuyo.
—Siento traer malas noticias, pero tu orientación sexual no es exactamente un secreto, Finch.
—¡Joder! Y yo que pensaba que tenía un rollo ambiguo —dijo, dando otra calada al cigarrillo.
Antes de hablar, me encogí de la vergüenza.
—¿Tuviste una buena vida familiar en casa, Finch?
—Mi madre es genial…, mi padre y yo tuvimos que solucionar un montón de asuntos, pero ahora estamos bien.
—Pues yo tuve a Mick Abernathy de padre.
—¿Quién es ese?
Me reí.
—¿Ves? No tiene importancia si no sabes quién es.
—Bueno, ¿y quién es?
—Un desastre. El juego, la bebida, el mal carácter…, todo eso es hereditario en mi familia. America y yo vinimos aquí para que yo pudiera empezar de cero, sin el estigma de ser la hija de una vieja gloria famosa por sus borracheras.
—¿Una vieja gloria del juego de Wichita?
—Nací en Nevada. En aquella época, Mick convertía en oro todo lo que tocaba. Cuando cumplí trece años, su suerte cambió.
—Y te echó la culpa a ti.
—America renunció a mucho para venir aquí conmigo y que así yo pudiera escapar; pero llego aquí y me doy de bruces con Travis.
—Y cuando miras a Travis…
—Todo me resulta demasiado familiar.
Finch asintió mientras tiraba el cigarrillo al suelo.
—Joder, Abby, qué mierda.
Fruncí el ceño.
—Si le dices a alguien lo que acabo de contarte, llamaré a la mafia. Tengo algunos contactos, ¿sabes?
—Gilipolleces.
Me encogí de hombros.
—Puedes creer lo que quieras.
Finch me miró con recelo y sonrió.
—Eres oficialmente la persona más guay que conozco.
—Eso es triste, Finch. Deberías salir más —dije, deteniéndome en la entrada de la cafetería.
Él me levantó la barbilla.
—Todo saldrá bien. Creo firmemente en ese rollo de que todo pasa por una razón. Viniste aquí, America conoció a Shep, descubristeis el Círculo y algo que tienes puso el mundo de Travis Maddox patas arriba. Piénsalo —dijo, antes de plantarme un fugaz beso en los labios.
—¡Eh! —dijo Travis. Me cogió por la cintura, me levantó del suelo y volvió a dejarme en el suelo detrás de él—. ¡Pensaba que contigo no tendría que preocuparme de esa mierda, Finch! ¡Échame una mano! —dijo bromeando.
Finch se apoyó en Travis y me guiñó un ojo.
—Hasta luego, Cookie.
Cuando Travis se volvió a mirarme, su sonrisa se desvaneció.
—¿A qué viene ese ceño fruncido?
Sacudí la cabeza e intenté dejar que la adrenalina siguiera su curso.
—Es que no me gusta ese mote. Me trae muy malos recuerdos.
—¿Algún apodo cariñoso del joven ministro?
—No —gruñí.
Travis se dio un puñetazo en la palma de la mano.
—¿Quieres que vaya a patearle el culo a Finch? ¿Que le dé una lección? Puedo dejarlo hecho trizas.
No pude evitar sonreír.
—Si quisiera hacer trizas a Finch, simplemente le diría que Prada se ha declarado en quiebra, y él mismo acabaría el trabajito por mí.
Travis se rio y señaló la puerta.
—¡Vamos! Aquí me estoy consumiendo.
Nos sentamos juntos en la mesa y jugueteamos dándonos pellizcos y codazos suaves. Travis estaba de tan buen humor como la noche que perdí la apuesta. Todos los que se hallaban en la mesa se fijaron y, cuando inició una minipelea de comida conmigo, atrajo la atención de los que estaban sentados en las mesas de alrededor.
Puse los ojos en blanco.
—Me siento como un animal en el zoo.
Travis me observó durante un momento, se fijó en quienes nos miraban y entonces se levantó.
—I CAN’T!—gritó.
Lo miré llena de asombro, mientras toda la estancia se volvía hacia él. Travis sacudió la cabeza de arriba abajo un par de veces, siguiendo el ritmo de su cabeza.
Shepley cerró los ojos.
—Oh, no.
Travis sonrió.
—… get no… sa… tis… faction —siguió cantando—.I can’t get no… sa-tis-fac-tion, ‘Cuz I’ve tried… and I’ve tried… and I’ve tried… and I’ve tried…—Se subió encima de la mesa mientras todo el mundo lo miraba—.I CAN’T GET NO!
Señaló a los jugadores de fútbol que estaban al final de la mesa y sonrieron.
—I CAN’T GET NO!—gritaron al unísono, mientras el resto de la estancia daba palmas siguiendo el ritmo.
Travis cantaba usando su puño como micrófono.
—When I’m drivin’ in my car, and a man comes on the… ra-di-o… he’s tellin’ me more and more… about some useless in-for-ma-tion! ¡Supposed to fire my i-ma-gi-na-tion! I CAN’T GET NO! Uh no, no, no!
Pasó bailando junto a mí, cantando a su micrófono imaginario.
Toda la habitación cantaba en armonía: HEY, HEY, HEY!
—That’s what I’ll say!—remató Travis.
Cuando empezó a mover las caderas, desató unos cuantos silbidos y gritos de las chicas allí presentes. Volvió a pasar junto a mí para cantar el estribillo en el otro extremo de la habitación, con los jugadores de fútbol americano como sus coristas de apoyo.
—¡Yo puedo echarte una mano! —gritó una chica del fondo.
—… cuz I tried, and I tried, and I tried…—cantó él.
—I CAN’T GET NO! I CAN’T GET NO!—cantaban sus coristas.
Travis se detuvo delante de mí y se inclinó.
—When I’m watchin’ my TV… and a… man comes on and tells me… how white my shirts can be! Well, he can’t be a man, ‘cause he doesn’t smoke… the same cigarettes as me! I can’t… get no! Uh no, no, no!
Todo el mundo daba palmas siguiendo el ritmo, mientras los del equipo de fútbol entonaban:
—HEY, HEY, HEY!
—That’s what I say!—cantó Travis, señalando al público que lo coreaba con las palmas.
Algunas personas se levantaron para bailar con él, pero la mayoría solo miraba con una expresión de divertido asombro.
Saltó a la mesa de al lado y America gritó y aplaudió, al tiempo que me daba un codazo. Sacudí la cabeza: me había muerto y había despertado en High School Musical.
Los miembros del equipo de fútbol americano tarareaban la música de fondo.
—Na, na, nanana! Na, na, na! Na na, nanana!
Travis levantó el puño que le servía de micrófono:
—When I’m… ridin’ ‘round the world… and I’m doin’ this… and I’m signin’ that!
Bajó de un saltó y se inclinó sobre la mesa para acercarse mucho a mi cara.
—And I’m tryin’ to make some girl… tell me, uh baby better come back, maybe next week, ‘cuz you see I’m ¡on a losin’ streak! I CAN’T GET NO! Uh no, no, no!
La estancia siguió dando palmas al ritmo de la canción, mientras el equipo de fútbol gritaba su parte:«HEY, HEY, HEY!».
—I can’t get no! I can’t get no! Satis-faction!—me cantó, sonriendo y sin aliento.
Todo el local estalló en aplausos e incluso se oyeron unos cuantos silbidos. Moví la cabeza de un lado a otro, después de que me besara en la frente. Finalmente, se levantó e hizo una reverencia. Cuando volvió a sentarse delante de mí, dijo entre risas:
—Bueno, ya no te están mirando, ¿verdad?
—Gracias. De verdad que no deberías haberte molestado —respondí.
—¿Abs? —Levanté la mirada y vi a Parker de pie al final de la mesa. De nuevo recaían en mí todas las miradas.
—Tenemos que hablar —dijo Parker, que parecía nervioso.
Miré a America, a Travis y después a Parker.
—¿Por favor? —me rogó, hundiendo las manos en los bolsillos.
Asentí y lo seguí fuera. Pasó de largo las ventanas hasta llegar a la intimidad que ofrecía el lateral del edificio.
—No pretendía que la atención volviera a recaer sobre ti. Sé que odias eso.
—Pues podrías haberte limitado a llamarme si querías hablar —dije.
Él asintió sin levantar la mirada del suelo.
—No pensaba ir a buscarte a la cafetería. He visto todo el follón y después a ti, y simplemente he entrado. Lo siento. —Esperé a que siguiera hablando—. No sé qué ha pasado entre tú y Travis. No es asunto mío…, al fin y al cabo, tú y yo solo hemos salido unas cuantas veces. Al principio estaba disgustado, pero después me di cuenta de que no me molestaría si no albergara sentimientos hacia ti.
—No me acosté con él, Parker. Solo me sujetó el pelo en su lavabo mientras yo vomitaba todo el tequila que había bebido. En eso consistió todo el romanticismo.
Soltó una carcajada.
—No creo que podamos tener una oportunidad de verdad…, no mientras sigas viviendo con Travis. La verdad, Abby, es que me gustas. No sé por qué, pero no puedo dejar de pensar en ti. —Sonreí y me cogió de la mano, recorriendo mi pulsera con el dedo—. Probablemente te asusté con este regalo ridículo, pero nunca antes había estado en una situación así. Siento que tengo que competir constantemente con Travis por tu atención.
—No me asustaste con la pulsera.
Apretó los labios.
—Me gustaría volver a invitarte a salir dentro de un par de semanas, cuando se haya acabado tu mes con Travis. Entonces, podremos concentrarnos en conocernos mutuamente sin distracciones.
—Me parece bien.
Se inclinó hacia delante y, con los ojos cerrados, juntó sus labios con los míos.
—Te llamaré pronto.
Yo le dije adiós con la mano; después volví a la cafetería y, cuando pasé junto a Travis, me cogió y me sentó en su regazo.
—¿Y bien? ¿Es difícil romper?
—Quiere intentarlo de nuevo cuando vuelva a Morgan.
—Mierda, ahora tengo que pensar en otra apuesta —dijo, tirando del plato que tenía delante de mí.
Las dos semanas siguientes pasaron volando. Aparte de asistir a las clases, pasé todo el tiempo de vigilia con Travis, y la mayor parte de ese tiempo estuvimos solos. Me llevó a cenar, de copas y a bailar al Red, a jugar a bolos, y lo llamaron para dos peleas. Cuando no nos reíamos por cualquier cosa, jugábamos a pelearnos o nos acurrucábamos en el sofá con Toto para ver una película. Se esforzó por ignorar a todas las chicas que le ponían ojitos, y todo el mundo hablaba del nuevo Travis.
Cuando llegó la última noche que tenía que pasar en el apartamento, America y Shepley se ausentaron sin motivo alguno, y Travis se esforzó en hacer una cena especial de Última Noche. Compró vino, dispuso las servilletas e incluso llevó a casa cubertería nueva para la ocasión. Colocó nuestros platos en la encimera del desayuno y llevó su taburete al otro lado para sentarse delante de mí. Por primera vez, tuve la clara sensación de que estábamos en una cita.
—Esto está realmente bueno, Trav. Me has tenido engañada todo este tiempo —dije, mientras masticaba la pasta con pollo cajún que me había preparado.
Él puso una sonrisa forzada y vi que estaba procurando mantener una conversación ligera.
—Si te lo hubiera dicho antes, habrías esperado una cena así cada noche.
Su sonrisa se desvaneció y bajó la mirada a la mesa.
Empujé la comida por el plato.
—Te voy a echar de menos, Trav.
—Pero vas a seguir viniendo, ¿no?
—Sabes que sí. Y tú vendrás a Morgan a ayudarme a estudiar como antes.
—Pero no será igual —dijo con un suspiro—. Tú seguirás saliendo con Parker, estaremos ocupados…, nuestros caminos se separarán.
—Las cosas no serán tan diferentes.
Soltó una sola carcajada.
—¿Quién iba a pensar que acabaríamos aquí sentados teniendo en cuenta como nos conocimos? Si me hubieran dicho que estaría tan hecho polvo por tener que despedirme de una chica hace tres meses no lo habría creído.
Aquello me sentó como una patada en el estómago.
—No quiero que estés hecho polvo.
—Entonces no te vayas —dijo él.
Transmitía tanta desesperación que la culpa se convirtió en un nudo en mi garganta.
—No puedo mudarme aquí, Travis. Es una locura.
—¿Y eso quién lo dice? He pasado las dos mejores semanas de mi vida.
—Yo también.
—Entonces, ¿por qué siento que no voy a volver a verte?
No supe qué responder. Había tensión en su mandíbula, pero no estaba enfadado. El ansia por estar cerca de él se hacía cada vez mayor, así que me levanté y rodeé la encimera para sentarme en su regazo. No me miró, así que me abracé a su cuello y apreté mi mejilla contra la suya.
—Te darás cuenta de lo molesta que era y entonces dejarás de echarme de menos —le dije al oído.
Resopló mientras me rascaba la espalda.
—¿Lo prometes?
Me incliné hacia atrás y lo miré a los ojos, mientras le cogía la cara con ambas manos. Le acaricié la mandíbula con el pulgar; su expresión me rompía el corazón. Cerré los ojos y me incliné para besarlo en la comisura de la boca, pero se volvió, así que cogí más parte de sus labios de la que pretendía. Aunque el beso me sorprendió, no me aparté de inmediato.
Travis mantuvo sus labios sobre los míos, pero no fue más allá.
Finalmente me aparté con una sonrisa.
—Mañana será un día duro. Voy a limpiar la cocina y después me iré directamente a la cama.
—Te ayudo —dijo él.
Lavamos los platos juntos en silencio, mientras Toto dormía a nuestros pies. Secó el último plato y lo dejó en el escurridor. Después me condujo por el pasillo, apretándome bastante la mano. La distancia desde el umbral del pasillo hasta la puerta de su dormitorio parecía el doble de larga. Ambos sabíamos que solo nos separaban unas horas de la despedida.
En esa ocasión, ni siquiera fingió no mirar mientras me ponía una de sus camisetas para dormir. Él se quitó la ropa, se quedó en calzoncillos y se metió bajo el cobertor, donde esperó a que me reuniera con él.
Una vez estuve dentro, Travis me atrajo junto a él sin pedir permiso ni disculpas. Tensó los brazos y suspiró, mientras yo enterraba la cara en su cuello. Cerré con fuerza los ojos e intenté saborear el momento. Sabía que desearía volver a ese momento todos los días de mi vida, así que lo viví con toda la intensidad de la que fui capaz.
Él miró por la ventana. Los árboles arrojaban una sombra en su rostro. Travis cerró los ojos y sentí que me hundía. Era terrible verle padecer ese sufrimiento y saber que yo era no solo la causa…, sino la única que podía librarlo de él.
—¿Trav? ¿Estás bien? —pregunté.
Hubo una pausa antes de que, por fin, hablara.
—Nunca he estado peor en mi vida.
Apreté la frente contra su cuello y él me abrazó con más fuerza.
—Esto es una tontería —dije—. Vamos a vernos todos los días.
—Sabes que eso no es verdad.
El peso de la pena que ambos sentíamos era demoledor y me inundó una necesidad irreprimible de salvarnos a ambos. Levanté la barbilla pero dudé; lo que estaba a punto de hacer lo cambiaría todo. Me dije a mí misma que Travis solo consideraba las relaciones íntimas un pasatiempo, pero cerré los ojos de nuevo y me tragué todos mis miedos. Tenía que hacer algo, sabiendo que ambos permanecíamos despiertos y temiendo cada minuto que pasaba y que nos acercaba a la mañana.
Cuando le rocé el cuello con los labios, se me desbocó el corazón, y después probé su carne con un lento y tierno beso. Él miró hacia abajo sorprendido, y entonces su mirada se suavizó al darse cuenta de lo que yo quería.
Inclinó la cabeza hacia abajo y apretó sus labios contra los míos con una delicada dulzura. La calidez de sus labios me recorrió todo el cuerpo hasta los dedos de los pies y lo acerqué más a mí. Ahora que habíamos dado el primer paso, no tenía intención de detenerme ahí.
Separé los labios para dejar que la lengua de Travis se abriera paso hacia la mía.
—Te deseo —dije.
De repente, empezó a besarme más lentamente e intentó separarse. Decidida a acabar lo que había empezado, seguí moviendo la boca contra la suya con más ansiedad. Travis reaccionó echándose hacia atrás hasta quedarse de rodillas. Me incorporé con él y mantuve nuestras bocas unidas.
Me agarró por los hombros para detenerme.
—Espera un momento —me susurró con una sonrisa y jadeando—. No tienes por qué hacer esto, Paloma. No es lo que había pensado para esta noche.
Estaba conteniéndose, pero veía en sus ojos que su autocontrol no duraría mucho.
Me incliné hacia delante otra vez, y en esta ocasión sus brazos solo cedieron lo justo para permitirme rozar sus labios con los míos. Lo miré con las cejas arqueadas, decidida. Me llevó un momento pronunciar las palabras adecuadas, pero lo hice.
—No me hagas suplicar —susurré de nuevo contra su boca.
Con esas cuatro palabras, sus reservas se desvanecieron. Me besó con fuerza y ansias. Recorrí con los dedos toda su espalda y me detuve en la goma de sus calzoncillos, recorriendo nerviosa la tela fruncida. Entonces, sus labios se volvieron más impacientes y caí sobre el colchón cuando él se abalanzó sobre mí. Su lengua se abrió camino hasta la mía de nuevo, y cuando hice acopio del valor necesario para deslizar la mano entre su piel y los calzoncillos, lanzó un gemido.
Travis me quitó la camiseta por encima de la cabeza, y después su mano bajó impaciente por mi costado, agarró mis bragas y me las bajó con una sola mano. Su boca volvió a la mía una vez más, mientras subía la mano por la parte interior de mi muslo. Cuando sus dedos se pasearon por donde ningún hombre me había tocado antes, solté un largo y entrecortado suspiro. Se me arquearon las rodillas y me movía con cada movimiento de su mano, y cuando clavé mis dedos en su carne, se colocó sobre mí.
—Paloma —me dijo jadeando—, no tiene por qué ser esta noche. Esperaré hasta que estés lista.
Alargué la mano hasta el cajón superior de su mesilla de noche y lo abrí. Cuando noté el plástico entre los dedos, me llevé la esquina a la boca y desgarré el envoltorio con los dientes. Su mano libre dejó mi espalda y se bajó los calzoncillos, apartándolos de una patada, como si no pudiera soportar que se interpusieran entre nosotros.
El envoltorio crujió entre sus dedos y, tras un momento, los sentí entre mis muslos. Cerré los ojos.
—Mírame, Paloma.
Alcé los ojos hacia él: su mirada era decidida y tierna al mismo tiempo. Inclinó la cabeza, agachándose para besarme tiernamente, y entonces su cuerpo se tensó y empujó hasta estar dentro de mí con un pequeño y lento movimiento. Cuando retrocedió, me mordí el labio incómoda; cuando volvió a penetrarme, cerré los ojos por el dolor y mis muslos apretaron con más fuerzas sus caderas, y me besó de nuevo.
—Mírame —susurró él.
Cuando abrí los ojos, volvió a penetrarme y yo solté un grito por la maravillosa sensación ardiente que me causaba. Una vez que me relajé, el movimiento de su cuerpo contra el mío se volvió más rítmico. El nerviosismo que había sentido al principio había desaparecido, y Travis agarraba mi cuerpo como si no pudiera saciarse. Lo atraje hacia mí, y gimió cuando la sensación se volvió demasiado intensa.
—Te he deseado durante tanto tiempo, Abby. Eres todo lo que quiero —me susurró contra la boca.
Me cogió el muslo con una mano y se levantó sobre el codo unos centímetros por encima de mí. Una fina capa de sudor empezó a gotear sobre nuestra piel, y arqueé la espalda mientras él recorría mi mandíbula con los labios y seguía en línea recta cuello abajo.
—Travis —suspiré.
Cuando pronuncié su nombre, apretó su mejilla contra la mía y sus movimientos se volvieron más rígidos. Los ruidos que emitía su garganta se volvieron más fuertes hasta que, al final, me penetró una última vez, gimiendo y estremeciéndose sobre mí.
Al cabo de unos pocos segundos, se relajó y su respiración se volvió más lenta.
—Menudo primer beso —dije con una expresión cansada y satisfecha.
Escrutó mi cara y sonrió.
—Tu último primer beso.
Estaba demasiado impresionada para replicar. Se dejó caer a mi lado boca abajo, con un brazo sobre mi cintura y apoyando la frente en mi mejilla. Acaricié la piel desnuda de su espalda con los dedos hasta que oí que su respiración se volvía regular.
Me quedé allí tumbada durante horas, escuchando la respiración profunda de Travis y el silbido del viento que hacía tambalear los árboles en el exterior. America y Shepley abrieron la puerta principal en silencio y los oí recorrer de puntillas el pasillo, hablando entre murmullos.
Habíamos empaquetado ya todas mis cosas horas antes, y me estremecí al pensar en lo incómodo que resultaría todo por la mañana. Había pensado que una vez que me acostara con Travis su curiosidad se saciaría, pero en cambio estaba hablando de estar conmigo para siempre. Tuve que cerrar los ojos al pensar en la expresión de su rostro cuando se enterara de que lo que había pasado entre nosotros no era un principio, sino un final. No podía seguir ese camino, y me odiaría cuando se lo dijera.
Conseguí zafarme de su brazo y me vestí. Con los zapatos en la mano, recorrí el pasillo hasta el dormitorio de Shepley. America estaba sentada en la cama, mientras Shepley se quitaba la camiseta delante del armario.
—¿Va todo bien, Abby? —preguntó Shepley.
—¿Mare? —dije al mismo tiempo que le hacía un gesto para que se reuniera conmigo en el pasillo. Ella asintió, mirándome con recelo.
—¿Qué pasa?
—Necesito que me lleves a Morgan ahora mismo. No puedo esperar hasta mañana.
Un lado de su boca se curvó en una sonrisa cómplice.
—Nunca has podido soportar las despedidas.
Shepley y America me ayudaron con las bolsas. Durante todo el viaje de regreso a Morgan Hall, no aparté la mirada de la ventanilla. Cuando dejamos la última de las maletas en mi habitación, America me sujetó.
—Van a cambiar tanto las cosas ahora en el apartamento…
—Gracias por traerme a casa. Amanecerá dentro de unas pocas horas. Será mejor que te vayas —dije, abrazándola antes de dejar que se fuera.
America no se volvió a mirar atrás cuando salió de mi habitación, y yo me mordí el labio nerviosamente, sabiendo lo enfadada que estaría cuando se diera cuenta de lo que había hecho.
Mi camiseta crujió mientras me la ponía por la cabeza; la electricidad estática del aire había aumentado al aproximarse el invierno. Como me sentía algo perdida, me hice un ovillo bajo mi grueso edredón y respiré por la nariz. Mi piel seguía oliendo a Travis.
La cama parecía fría y extraña, un brusco contraste con la calidez del colchón de Travis. Había pasado treinta días en un estrecho apartamento con el golfo de peor fama de Eastern, y, después de todas las riñas y de las visitas a altas horas de la mañana, era el único sitio en el que quería estar.
Las llamadas de teléfono empezaron a las ocho de la mañana y se repitieron cada cinco minutos durante una hora.
—¡Abby! —gruñó Kara—. ¡Responde al maldito teléfono!
Extendí el brazo y lo apagué. Cuando oí que aporreaban la puerta, me di cuenta de que no podría pasarme el día encerrada en mi habitación como había planeado.
Kara tiró del pomo.
—¿Qué?
America la empujó para abrirse paso y se quedó de pie junto a mi cama.
—¿Qué demonios está pasando? —gritó.
Tenía los ojos rojos e hinchados, y todavía llevaba el pijama. Me senté.
—¿Qué pasa, Mare?
—¡Travis está hecho un puto desastre! No quiere hablar con nosotros, ha arrasado el apartamento, ha lanzado el estéreo a la otra punta de la habitación… ¡Shep no consigue que entre en razón!
Me froté los ojos con la muñeca y parpadeé.
—No sé.
—¡Y una mierda! Vas a decirme qué demonios está pasando, ¡y vas a hacerlo ahora mismo!
Kara cogió su neceser y se fue. Cerró de un portazo y yo torcí el gesto, temiendo lo que pudiera decir al supervisor de la residencia o, peor, al decano de estudiantes.
—Baja la voz, America, por Dios —susurré.
Apretó los dientes.
—¿Qué has hecho?
Había dado por supuesto que se disgustaría conmigo, pero no que se pondría tan furiosa.
—No…, no sé —dije, tragando saliva.
—Golpeó a Shep cuando se enteró de que te habíamos ayudado a irte. ¡Abby, por favor, dímelo! —me rogó, con los ojos húmedos—. ¡Todo esto me está asustando!
El miedo de sus ojos me sonsacó solo una verdad parcial.
—Simplemente no sabía cómo despedirme. Sabes lo que me cuesta.
—Hay algo más, Abby. ¡Se ha vuelto totalmente loco! Le oí gritar tu nombre y después recorrió todo el apartamento buscándote. Irrumpió en la habitación de Shep preguntando dónde estabas. Entonces intentó llamarte. Una vez, otra y otra… —Cogió aire—. Su cara era…, Dios, Abby. Nunca lo he visto así. Arrancó las sábanas de la cama y las lanzó por los aires, tiró también las almohadas, rompió su espejo de un puñetazo, pateó su puerta…, ¡la sacó de los goznes! Ha sido lo más terrorífico que he visto en mi vida.
Cerré los ojos con fuerza y las lágrimas que inundaban mis ojos resbalaron por mis mejillas.
America me ofreció su móvil.
—Tienes que llamarlo. Al menos tienes que decirle que estás bien.
—Está bien, lo llamaré.
Volvió a ofrecerme el móvil.
—No, vas a llamarlo ahora.
Cogí el teléfono y acaricié las teclas, mientras intentaba imaginar qué podía decirle. Me lo arrancó de la mano, marcó y me lo devolvió. Sujeté el teléfono junto a mi oído y respiré hondo.
—¿Mare? —respondió Travis, con la voz llena de preocupación.
—Soy yo.
La línea se quedó en silencio durante un momento, antes de que él, por fin, se decidiera a hablar.
—¿Qué cojones te pasó anoche? Me desperté esta mañana y te habías ido… ¿Te…, te largas sin más y ni te despides? ¿Por qué?
—Lo siento…
—¿Que lo sientes? ¡Casi consigues que me vuelva loco! No respondes al teléfono, te escapas y por… ¿por qué? Pensaba que, por fin, habíamos aclarado lo nuestro.
—Solo necesitaba algo de tiempo para pensar.
—¿En qué? —Hizo una pausa—. ¿Es que… te hice daño?
—¡No! ¡No tiene nada que ver con eso! De verdad, lo siento mucho, muchísimo. Seguro que America ya te lo ha dicho. No se me dan bien las despedidas.
—Necesito verte —dijo con voz desesperada.
Suspiré.
—Hoy tengo muchas cosas que hacer, Trav. Todavía debo deshacer todas las maletas y lavar montones de ropa sucia.
—Te arrepientes —dijo con voz quebrada.
—No…, ese no es el problema. Somos amigos. Eso no va a cambiar.
—¿Amigos? Entonces, ¿qué cojones fue lo de anoche? —dijo, sin poder ocultar la ira de su voz.
Cerré con fuerza los ojos.
—Sé lo que quieres. Solo que no puedo dártelo… ahora mismo.
—Entonces, ¿simplemente necesitas algo de tiempo? —me preguntó con voz más tranquila—. Podrías habérmelo dicho. No tenías por qué huir de mí.
—Me pareció la forma más sencilla.
—Más sencilla, ¿para quién?
—No conseguía dormir y no dejaba de pensar en qué pasaría por la mañana, cuando tuviéramos que cargar el coche de Mare y… no pude soportarlo, Trav —dije.
—Ya es suficientemente malo que no sigas viviendo aquí, pero no puedes desaparecer sin más de mi vida.
Me obligué a sonreír.
—Nos vemos mañana. No quiero que nada sea raro, ¿vale? Simplemente tengo que resolver algunas cosas. Nada más.
—Está bien —dijo él—. Eso puedo hacerlo.
Colgué el teléfono y America me fulminó con la mirada.
—¿Dormiste con él? ¡Serás zorrón! ¿Y ni siquiera pensabas decírmelo?
Puse los ojos en blanco y me dejé caer sobre la almohada.
—Eso no va contigo, Mare. Todo esto se está liando muchísimo.
—¿Dónde ves el problema? ¡Tendríais que estar en el séptimo cielo y no rompiendo puertas o escondiéndoos en vuestra habitación!
—No puedo estar con él —susurré, sin apartar la mirada del techo.
Puso la mano encima de la mía y me habló suavemente.
—Travis necesita algo de trabajo. Créeme, comprendo todas las reservas que puedas tener sobre él, pero mira lo mucho que ha cambiado ya por ti. Piensa en las dos últimas semanas, Abby. Él no es Mick.
—¡No, yo soy Mick! Me involucro sentimentalmente con Travis y todo aquello por lo que nos hemos esforzado… ¡puf! —Chasqueé los dedos—. ¡Así, sin más!
—Travis no dejaría que eso pasara.
—No depende de él, ¿a que no?
—Vas a romperle el corazón, Abby. ¡Vas a romperle el corazón! Eres la única chica en la que confía lo suficiente como para enamorarse ¡y tú piensas colgarlo del palo mayor!
Me aparté de ella, incapaz de ver la expresión que acompañaba al tono de súplica de su voz.
—Necesito el final feliz. Por eso vine aquí.
—No tienes que hacerlo. Podría funcionar.
—Hasta que la suerte me dé la espalda.
America levantó las manos al cielo y después las dejó caer en su regazo.
—Por Dios, Abby, no empieces con esa mierda otra vez. Ya lo hemos hablado.
Mi teléfono sonó y miré la pantalla.
—Es Parker.
Ella sacudió la cabeza.
—No hemos terminado de hablar.
—¿Diga? —respondí, evitando la mirada de America.
—¡Abs! ¡Tu primer día de libertad! ¿Qué tal te sientes? —dijo él.
—Pues… me siento libre —dije, incapaz de fingir entusiasmo alguno.
—¿Cenamos mañana por la noche? Te he echado de menos.
—Sí. —Me sequé la nariz con la manga—. Mañana me va genial.
Después colgué el teléfono, America frunció el entrecejo.
—Cuando vuelva me preguntará —dijo ella—. Querrá saber de qué hemos hablado. ¿Qué se supone que tengo que decirle?
—Dile que mantendré mi promesa. Mañana, a estas horas, ya no me echará de menos.