8

RUMORES

Cuando conseguí abrir los ojos, vi que mi almohada estaba hecha de tela tejana y piernas. Travis estaba sentado con la espalda contra la bañera, como si hubiera perdido el conocimiento. Parecía tan hecho polvo como me sentía yo. Aparté la sábana y me levanté; cuando vi el horrible reflejo que me devolvía el espejo sobre el lavabo, ahogué un grito.

Tenía un aspecto aterrador.

Se me había corrido el rímel, tenía manchas de lágrimas negras en las mejillas, la boca embadurnada de restos de pintalabios y dos marañas de pelo a cada lado de la cabeza.

Travis estaba rodeado de sábanas, toallas y mantas. Había improvisado un jergón mullido donde dormir mientras yo vomitaba los quince chupitos de tequila que había consumido la noche anterior. Travis había estado sujetándome el pelo y se había quedado conmigo toda la noche.

Abrí el grifo y puse la mano debajo hasta que el agua alcanzó la temperatura que quería. Mientras me frotaba la cara, oí un quejido que provenía del suelo. Travis se movió, se frotó los ojos y se estiró; entonces, miró a su lado y se incorporó asustado.

—Estoy aquí —dije—. ¿Por qué no te vas a la cama y duermes un poco?

—¿Estás bien? —preguntó, frotándose los ojos una vez más.

—Sí, bien. Bueno, todo lo bien que puedo estar. Me sentiré mejor después de darme una ducha.

Se levantó.

—Solo para que lo sepas, ayer por la noche me arrebataste mi título de locura. No sé cómo te las apañaste, pero no quiero que lo hagas otra vez.

—Bueno, digamos que crecí en ese ambiente, Trav. No tiene gran importancia.

Me cogió la barbilla entre las manos y me limpió los restos de rímel de debajo de los ojos con sus pulgares.

—Para mí sí que la tuvo.

—Está bien. No volveré a hacerlo, ¿contento?

—Sí, pero tengo que decirte una cosa, siempre y cuando prometas no alucinar.

—Ay, Dios, ¿qué hice?

—Nada, pero tienes que llamar a America.

—¿Dónde está?

—En Morgan. Discutió con Shep ayer por la noche.

Me duché a toda prisa y me puse la ropa que Travis me había dejado en el lavabo. Cuando salí del baño, Shepley y Travis estaban sentados en el salón.

—¿Qué le has hecho? —pregunté.

A Shepley se le cayó el alma a los pies.

—Está muy cabreada conmigo.

—¿Qué pasó?

—Me enfadé con ella por animarte a beber tanto. Pensaba que acabaríamos teniendo que llevarte al hospital. Una cosa llevó a la otra, y lo siguiente que sé es que estábamos gritándonos. Íbamos borrachos los dos, Abby. Dije algunas cosas que no puedo retirar. —Sacudió la cabeza, sin levantar la mirada del suelo.

—¿Como qué? —pregunté, enfadada.

—Le llamé unas cuantas cosas de las que no me enorgullezco y después le dije que se fuera.

—¿Dejaste que se marchara borracha? ¿Qué clase de idiota eres? —dije, mientras cogía mi bolso.

—Cálmate, Paloma. Ya se siente lo suficientemente mal —rogó Travis.

Encontré por fin el teléfono en mi bolso y marqué el número de America.

—¿Diga? —Su voz sonaba fatal.

—Acabo de enterarme. —Suspiré—. ¿Estás bien?

Caminé pasillo abajo para tener un poco más de privacidad, y solo me volví una vez para lanzar una mirada asesina a Shepley.

—Estoy bien, pero es un gilipollas. —Sus palabras eran duras, pero notaba el dolor en su voz. America dominaba el arte de esconder sus emociones, y podría habérselas escondido a cualquiera menos a mí.

—Siento no haberme ido contigo.

—Estabas fuera de combate, Abby —observó displicente.

—¿Por qué no vienes a recogerme? Así hablamos.

Oí su respiración al otro lado del teléfono.

—No sé. No me apetece nada verlo.

—Entonces le diré que se quede dentro.

Después de una larga pausa, oí el tintineo de unas llaves de fondo.

—Muy bien. Estaré allí dentro de un minuto.

Entré en el comedor y me eché el bolso al hombro. Los dos chicos me miraron abrir la puerta y esperar a America, y Shepley me miraba de soslayo desde el sofá.

—¿Va a venir?

—No quiere verte, Shep. Le dije que te quedarías dentro.

Él soltó un suspiro y se dejó caer en el cojín.

—Me odia.

—Hablaré con ella. Será mejor que empieces a pensar en una disculpa genial.

Diez minutos después, tocaron dos veces el claxon de un coche y cerré la puerta detrás de mí. Cuando llegué al final de las escaleras, Shepley salió corriendo tras de mí hacia el Honda rojo de America y se encorvó para verla a través de la ventanilla. Me detuve en seco y me quedé viendo cómo America lo despreciaba, manteniendo en todo momento la mirada fija en el centro. Bajó la ventanilla; Shepley parecía estar dándole explicaciones y después empezaron a discutir. Volví al interior para darles algo de privacidad.

—¿Paloma? —dijo Travis, corriendo escaleras abajo.

—No tiene buena pinta.

—Deja que aclaren las cosas. Entra —pidió entrelazando sus dedos con los míos y llevándome escaleras arriba.

—¿Tan grave fue la discusión? —pregunté.

Él asintió.

—Sí, bastante. Aunque justo ahora están saliendo de su fase de luna de miel, así que lo solucionarán.

—Teniendo en cuenta que nunca has tenido una novia, pareces saber bastante sobre relaciones.

—Tengo cuatro hermanos y un montón de amigos —dijo riéndose para sí.

Shepley irrumpió en tromba en el apartamento y cerró la puerta detrás de él.

—¡Esa tía es imposible, joder!

Besé a Travis en la mejilla.

—Aquí entro yo.

—Buena suerte —dijo Travis.

Me senté junto a America, que resopló.

—Ese tío es imposible, joder.

Se me escapó una risita, pero ella me fulminó con la mirada.

—Lo siento —dije, forzándome a dejar de sonreír.

Salimos a dar un paseo en coche y America gritó, lloró y volvió a gritar un poco más.

A veces, empezaba a despotricar como si hablara directamente con Shepley, como si estuviera sentado en mi sitio. Yo permanecía en silencio, dejando que America se desahogara como solo America sabía hacer.

—¡Me llamó irresponsable! ¡A mí! ¡Como si no te conociera! Como si no te hubiera visto sacarle a tu padre cientos de dólares bebiendo el doble de lo que bebiste ayer. ¡Habla sin tener ni puñetera idea! ¡No sabe cómo era tu vida! ¡No sabe lo que yo sé, y actúa como si fuera su hija en lugar de su novia! —Puse mi mano sobre la suya, pero la apartó—. Pensó que tú eras el motivo por el que lo nuestro no funcionaría, y entonces acabó fastidiándolo todo él solito. Y hablando de ti, ¿qué demonios pasó ayer con Parker?

El repentino cambio de tema me cogió por sorpresa.

—¿A qué te refieres?

—Travis te organizó esa fiesta, Abby, y tú vas y te enrollas con Parker. ¡Y te extrañas de ser la comidilla de todo el mundo!

—¡No te embales! Le dije a Parker que no debíamos hacer eso. ¿Y qué importa si Travis me organizó o no la fiesta? ¡No estoy con él!

America no apartaba la mirada del frente y resopló por la nariz.

—Está bien, Mare. Dime qué pasa. ¿Ahora estás enfadada conmigo?

—No, no estoy enfadada contigo. Simplemente, no me gusta andar con idiotas redomados.

Sacudí la cabeza, y después miré por la ventanilla antes de decir algo de lo que me arrepentiría. America siempre había sabido cómo hacerme sentir como una auténtica mierda.

—Pero ¿te das cuenta de lo que está pasando? —me preguntó—. Travis ha dejado de pelear. No sale sin ti. No ha llevado a casa a ninguna chica desde aquellas barbies gemelas, todavía no se ha cargado a Parker, y a ti te preocupa que la gente diga que estás jugando a dos bandas. ¿Sabes por qué lo dice la gente, Abby? ¡Porque es la verdad!

Me volví lentamente hacia ella, intentando lanzarle la mirada más asesina que pude.

—¿Qué demonios te pasa?

—Si ahora sales con Parker, y estás tan feliz —dijo en un tono de burla—, ¿por qué no estás en Morgan?

—Porque perdí la apuesta, ¡ya lo sabes!

—¡Venga ya, Abby! No dejas de hablar de lo perfecto que es Parker, y tienes esas citas alucinantes con él y os pasáis el tiempo charlando por teléfono, pero después te vas a dormir con Travis cada noche. ¿No ves el problema de esta situación? Si realmente te gustara Parker, tus cosas estarían en Morgan ahora mismo.

Apreté los dientes.

—Sabes que nunca me escaqueo de una apuesta, Mare.

—Lo que yo decía —insistió ella, retorciendo las manos alrededor del volante—. Travis es lo que quieres, y Parker, lo que crees que te conviene.

—Sé que eso es lo que parece, pero…

—Eso es lo que todo el mundo piensa. Así que, si no te gusta cómo habla la gente de ti, cambia de forma de actuar. No es culpa de Travis. Ha dado un giro de ciento ochenta grados por ti, y tú recoges la recompensa, mientras Parker disfruta de los beneficios.

—¡Hace una semana querías que recogiera todas mis cosas y que no dejara que Travis volviera a acercárseme nunca más! ¿Y ahora lo defiendes?

—¡Abigail! ¡No lo estoy defendiendo, estúpida! Solo me preocupo por tu bien. ¡Los dos estáis locos el uno por el otro! Y tenéis que tomar alguna decisión al respecto.

—¿Cómo puede siquiera ocurrírsete que debería estar con él? —me lamenté—. ¡Se supone que es mejor mantenerse alejada de gente como él!

Apretó los labios, perdiendo claramente la paciencia.

—Tienes que haberte esforzado mucho para distinguirte de tu padre. ¡Esa es la única razón por la que te estás planteando estar con Parker! Es completamente opuesto a Mick y, sin embargo, crees que Travis te va a devolver exactamente al punto del que partías. No es como tu padre, Abby.

—No he dicho que lo fuera, pero me está poniendo en la posición precisa para que siga sus pasos.

—Travis no te haría eso. Creo que no valoras lo mucho que significas para él. Si tan solo le dijeras…

—No. No lo dejamos todo atrás para que todo el mundo me mire aquí como lo hacían en Wichita. Centrémonos en el problema que nos apremia. Shep te está esperando.

—No quiero hablar de Shep —dijo ella, reduciendo la velocidad para detenerse en un semáforo.

—Está hecho polvo, Mare. Te quiere.

Se le llenaron los ojos de lágrimas y le tembló el labio inferior.

—Me da igual.

—Eso no es cierto.

—Lo sé —gimoteó ella, apoyándose en mi hombro. Lloró hasta que cambió la luz del semáforo y, entonces, le di un beso en la frente.

—Está verde.

Ella se enderezó y se secó la nariz.

—He sido bastante borde antes con él. No creo que ahora quiera hablar conmigo.

—Claro que sí. Sabía que estabas enfadada.

America se limpió la cara y dio media vuelta. Me preocupaba que me costara mucho esfuerzo conseguir que entrara conmigo, pero Shepley se lanzó escaleras abajo antes de que ella apagara el motor.

Abrió de un golpe la puerta del coche y tiró de ella para sacarla de él.

—Lo siento mucho, nena. Debería haberme metido en mis propios asuntos. Por favor…, por favor, no te vayas. No sé qué haría sin ti.

America le cogió la cara entre las manos y sonrió.

—Eres un tonto arrogante, pero aun así te quiero.

Shepley la cubrió de besos, como si no la hubiera visto en meses, y yo sonreí admirando un buen trabajo. Travis estaba de pie en el umbral de la puerta; sonreía mientras yo me abría paso dentro del apartamento.

—Y vivieron felices para siempre —dijo Travis, cerrando la puerta detrás de mí.

Me derrumbé en el sofá, y él se sentó a mi lado y puso mis piernas sobre su regazo.

—¿Qué quieres hacer hoy, Paloma?

—Dormir. O descansar… o dormir.

—¿Puedo darte tu regalo primero?

Le di un empujón en el hombro.

—¿Qué dices? ¿Me has comprado un regalo?

Su boca dibujó una sonrisa nerviosa.

—No es una pulsera de diamantes, pero pensé que te gustaría.

—Me encantará, ya lo sé.

Me levantó las piernas y desapareció en el dormitorio de Shepley. Enarqué una ceja, le oí murmurar y después apareció con una caja. Se sentó en el suelo a mis pies, en cuclillas detrás de la caja.

—Date prisa. Quiero que te sorprendas —dijo sonriendo.

—¿Que me dé prisa? —pregunté, al tiempo que levantaba la tapa.

Me quedé boquiabierta cuando un par de grandes ojos negros se quedaron mirándome.

—¿Un cachorro? —grité, metiendo las manos en la caja.

Levanté al cachorrito oscuro de pelo rizado a la altura de la cara y me cubrió la boca de besos cálidos y húmedos.

La cara de Travis se iluminó, triunfal.

—¿Te gusta?

—¿Que si me gusta? ¡Me encanta! ¡Me has comprado un cachorro!

—Es un Cairn Terrier. Tuve que conducir tres horas para recogerlo el jueves después de clase.

—Así que cuando dijiste que te ibas con Shepley a llevar su coche al taller…

—Fuimos a por tu regalo —asintió él.

—No para de moverse —dije riéndome.

—Toda chica de Kansas necesita un Toto —dijo Travis, ayudándome a sujetar la bolita de pelos en mi regazo.

—¡Sí que se parece a Toto! Así lo llamaré —dije, frunciendo la nariz delante del cachorrito inquieto.

—Puedes dejarlo aquí. Yo cuidaré de él por ti cuando tú vuelvas a Morgan —su boca se abrió en una media sonrisa—, y así estaré seguro de que vendrás de visita cuando se acabe el mes.

Apreté los labios.

—Habría vuelto de todos modos, Trav.

—Haría cualquier cosa por esa sonrisa que estás poniendo ahora mismo.

—Creo que necesitas una siestecita, Toto. Sí, sí, ya lo creo —dije arrullando al cachorro.

Travis asintió, me cogió en su regazo y entonces se levantó.

—Pues vamos allá.

Me llevó a su dormitorio, retiró las sábanas y me dejó sobre el colchón. Pasando por encima de mí, alargó el brazo para correr las cortinas, y después se dejó caer en su almohada.

—Gracias por quedarte conmigo ayer por la noche —dije, mientras acariciaba el suave pelo de Toto—. No tendrías que haber dormido en el suelo del cuarto de baño.

—La de ayer fue una de las mejores noches de mi vida.

Me volví para ver la expresión de su cara. Cuando vi su gesto serio, le lancé una mirada de duda.

—¿Dormir entre el lavabo y la bañera en un suelo frío de baldosas con una idiota que no dejaba de vomitar ha sido una de tus mejores noches? Eso es triste, Trav.

—No, fue una de las mejores noches porque me senté a tu lado cuando te encontrabas mal y porque te quedaste dormida en mi regazo. No fue cómodo. No dormí una mierda, pero empecé tu decimonoveno cumpleaños contigo, y la verdad es que eres bastante dulce cuando te emborrachas.

—Claro, seguro que entre náusea y náusea estaba encantadora.

Me acercó hacia él y le dio unas palmaditas a Toto, que estaba acurrucado junto a mi cuello.

—Eres la única mujer que sigue increíble con la cabeza metida en el lavabo. Eso es decir mucho.

—Gracias, Trav. Procuraré que no tengas que volver a hacer de canguro.

Se apoyó sobre su almohada.

—Lo que tú digas. Nadie puede sujetarte el pelo como yo.

Me reí y cerré los ojos, hundiéndome en la oscuridad.

—¡Despierta, Abby! —gritó America, mientras me sacudía.

Toto me lamió la cara.

—¡Estoy despierta! ¡Estoy despierta!

—¡Tenemos clase dentro de media hora!

Salí de la cama de un salto.

—He estado durmiendo durante… ¿catorce horas? ¿Qué demonios ha pasado?

—¡Métete ya en la ducha! Si no estás lista en diez minutos, me largaré dejándote aquí.

—¡No tengo tiempo de darme una ducha! —dije, mientras me cambiaba la ropa con la que me había quedado dormida.

Travis apoyó la cabeza en la mano y se rio.

—Chicas, sois ridículas. Llegar tarde a una clase no es el fin del mundo.

—Lo es para America. No falta a clase y odia llegar tarde —dije, mientras metía la cabeza por la camiseta y me ponía los tejanos.

—Deja que Mare se adelante. Yo te llevo.

Salté sobre un pie y luego sobre el otro.

—Mi bolso está en su coche, Trav.

—Como quieras —dijo encogiéndose de hombros—, pero no te hagas daño de camino a clase.

Levantó a Toto, sosteniéndolo con un brazo como una pelota pequeña de fútbol americano, y se lo llevó por el pasillo.

America me metió a toda prisa en el coche.

—No puedo creer que te comprara un cachorro —dijo ella, mirando hacia atrás, mientras sacaba el coche de donde lo tenía aparcado.

Travis estaba de pie bajo el sol de la mañana, en calzoncillos y descalzo, rodeándose con los brazos por el frío. Observaba cómo Toto olisqueaba un pedacito de hierba y lo guiaba como un padre orgulloso.

—Nunca he tenido perro —dije—. Será una experiencia interesante.

America miró a Travis antes de cambiar la marcha del Honda.

—Míralo —dijo ella, meneando la cabeza—: Travis Maddox, el señor Mamá.

—Toto es adorable. Incluso tú acabarás rendida a sus patitas.

—Sabes que no te lo puedes llevar a la residencia, ¿no? Me temo que Travis no pensó en ese detalle.

—Travis dijo que se lo quedaría en su apartamento.

Ella arqueó una ceja.

—Por supuesto, Travis lo tiene todo pensado. Eso se lo concedo —dijo ella, sacudiendo la cabeza, mientras aceleraba.

Resoplé, deslizándome en mi asiento con un minuto de tiempo. Una vez que mi sistema hubo absorbido la adrenalina, la pesadez de mi coma poscumpleaños se adueñó de todo mi cuerpo. America me dio un codazo cuando la clase acabó, y la seguí a la cafetería.

Shepley se reunió con nosotras en la puerta; inmediatamente me di cuenta de que algo no iba bien.

—Mare —dijo Shepley, cogiéndola del brazo.

Travis corrió hasta donde estábamos nosotros y se llevó las manos a las caderas, resoplando hasta que recuperó el aliento.

—¿Acaso te persigue una turba de mujeres enfadadas? —dije para picarle.

Él negó con la cabeza.

—Intentaba pillaros… antes de que… entrarais —dijo él, jadeando.

—¿Qué pasa? —preguntó America a Shepley.

—Hay un rumor —empezó a decir Shepley—. Todo el mundo dice que Travis se llevó a Abby a casa y…, bueno, los detalles varían, pero en general la situación es bastante mala.

—¿Qué? ¿Lo dices en serio? —exclamé.

America puso los ojos en blanco.

—¿A quién le importa, Abby? La gente lleva especulando sobre Travis y tú desde hace semanas. No es la primera vez que alguien os acusa de acostaros.

Travis y Shepley se miraron.

—¿Qué? —dije—. Hay algo más, ¿no?

Shepley torció el gesto.

—Dicen que te acostaste con Parker en casa de Brazil, y que luego dejaste que Travis… te llevara a casa…, ya me entiendes.

Me quedé boquiabierta.

—¡Genial! Entonces, ¿ahora soy la puta de la universidad?

La mirada de Travis se oscureció y sus mandíbulas se tensaron.

—Todo esto es culpa mía. Si se tratara de otra persona, no dirían esas cosas de ti.

Entró en la cafetería, con los puños cerrados a ambos lados del cuerpo.

America y Shepley entraron tras él.

—Esperemos que nadie sea tan estúpido como para mencionarle el asunto a Travis.

—O a Abby —añadió Shepley.

Travis se acomodó a unos cuantos asientos de mí y se quedó meditando sobre su sándwich. Esperaba que me mirara para ofrecerle una sonrisa reconfortante. Travis tenía una reputación, pero yo había dejado que Parker me llevara al pasillo.

Shepley me dio un codazo, mientras yo seguía con la mirada fija en su primo.

—Simplemente se siente mal. Quizá intenta no alimentar el rumor.

—No tienes por qué sentarte ahí, Trav. Vamos, ven aquí —dije, dando unas palmaditas sobre la superficie vacía que tenía delante de mí.

—He oído que te lo pasaste genial en tu cumpleaños, Abby —dijo Chris Jenks, lanzando un trozo de lechuga al plato de Travis.

—No empieces, Jenks —le avisó Travis, con el ceño fruncido.

Chris sonrió, levantando sus mofletes redondos y rosáceos.

—He oído que Parker está furioso. Dijo que pasó por tu apartamento ayer, y que Travis y tú seguíais en la cama.

—Estaban durmiendo una siesta, Chris —replicó con desdén America.

Mis ojos se clavaron en Travis.

—¿Parker fue al apartamento?

Se movió incómodo en su silla.

—Iba a decírtelo.

—¿Cuándo? —le solté yo.

America se acercó a mi oído.

—Parker se enteró del rumor y fue a pedirte explicaciones. Intenté detenerlo, pero cruzó el pasillo y… se llevó una idea totalmente equivocada.

Planté los codos en la mesa y me tapé la cara con las manos.

—Esto se pone cada vez mejor.

—Entonces, ¿no llegasteis a mayores? —preguntó Chris—. Joder, qué asco. La verdad es que pensaba que Abby era buena para ti, Trav.

—Será mejor que lo dejes ya, Chris —le avisó Shepley.

—Si no piensas acostarte con ella, ¿te importa si lo hago yo? —dijo Chris, riéndose junto con sus compañeros de equipo.

Me ardía la cara por la vergüenza, pero entonces America me gritó al oído; Travis había dado un salto desde su asiento. Se lanzó por encima de la mesa, cogió a Chris por la garganta con una mano, y le agarró con el puño por la camiseta. Deslizó al chico por encima de la mesa, mientras se oía el ruido de docenas de sillas arrastrándose por el suelo de la gente que se levantaba para mirar. Travis le golpeaba una y otra vez en la cara, y su codo se elevaba en el aire antes de asestar cada golpe. Lo único que Chris podía hacer era taparse la cara con las manos.

Nadie tocó a Travis. Estaba fuera de control, y su reputación disuadía a cualquiera de entrometerse. Los jugadores de fútbol americano se agachaban y ponían muecas de dolor mientras observaban cómo atacaban a su compañero sin piedad en el suelo de baldosas.

—¡Travis! —grité, mientras rodeaba la mesa.

Cuando estaba a punto de asestarle otro golpe, Travis detuvo su puño y, después, soltó la camiseta de Chris y lo dejó caer al suelo. Jadeaba cuando se volvió a mirarme; nunca lo había visto con un aspecto tan aterrador. Tragué saliva y retrocedí un paso, cuando él me golpeó en el hombro al pasar junto a mí.

Di un paso para seguirlo, pero America me cogió del brazo. Shepley le dio un beso rápido, y después siguió a su primo al exterior.

—Joder —susurró America.

Nos volvimos y vimos a los compañeros de Chris recogerlo del suelo; no pude evitar estremecerme al ver su cara roja e hinchada. Le sangraba la nariz, y Brazil le dio una servilleta de la mesa.

—¡Ese loco hijo de puta! —gruñó Chris, sentándose en la silla y tapándose la cara con la mano. Entonces me miró—. Lo siento, Abby, solo estaba bromeando.

No sabía qué responder. Nadie podía explicar qué había pasado más que él.

—Para que lo sepas, no se acostó con ninguno de los dos —dijo America.

—Nunca sabes cuándo cerrar el pico, Jenks —dijo Brazil, asqueado.

America me cogió del brazo.

—Venga, vámonos.

No perdió ni un minuto en meterme en su coche. Cuando lo puso en marcha, la cogí de la muñeca.

—¡Espera! ¿Adónde vamos?

—A casa de Shep. No quiero que esté a solas con Travis. ¿No lo has visto? Ese tío ha perdido totalmente el control.

—Bueno, ¡pues yo tampoco quiero estar cerca de él!

America me miró con incredulidad.

—Obviamente, le pasa algo. ¿No quieres saber qué es?

—Mi instinto de supervivencia prevalece sobre mi curiosidad en este punto, Mare.

—Lo único que lo detuvo fue tu voz, Abby. Te escuchará. Tienes que hablar con él.

Suspiré y le solté la muñeca, dejándome caer sobre el respaldo de mi asiento.

—Está bien, vamos.

Fuimos hasta el aparcamiento, y America redujo la velocidad para detenerse entre el Charger de Shepley y la Harley de Travis. Se encaminó hacia las escaleras, llevándose las manos a las caderas con un toque de su propio estilo dramático.

—¡Vamos, Abby! —gritó America, haciéndome gestos para que la siguiera.

Aunque dubitativa, finalmente la seguí, pero me detuve cuando vi a Shepley correr escaleras abajo y decirle algo en voz baja a America al oído. Me miró, sacudió la cabeza y volvió a susurrarle algo.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Shep… —empezó a decir inquieta—, Shep cree que no es muy buena idea que entremos. Travis continúa bastante enfadado.

—Quieres decir que cree que yo no debería entrar —dije.

America se encogió de hombros tímidamente y después miró a Shepley, que me tocó el hombro.

—No has hecho nada malo, Abby, pero… no quiere verte ahora mismo.

—Si no he hecho nada malo, ¿por qué no quiere verme?

—No estoy seguro; no quiere decírmelo. Me parece que le avergüenza haber perdido los estribos delante de ti.

—¡Perdió los estribos delante de toda la cafetería! ¿Qué tengo que ver yo con eso?

—Más de lo que crees —dijo Shepley, esquivando mi mirada.

Los miré durante un momento y después los empujé para abrirme paso escaleras arriba. Abrí las puertas de golpe, pero solo encontré un salón vacío. La puerta de la habitación de Travis estaba cerrada, así que llamé.

—¿Travis? Soy yo, abre.

—Lárgate, Paloma —gritó desde el otro lado de la puerta.

Me asomé y lo vi sentado en el filo de la cama, delante de la ventana. Toto le daba pataditas en la espalda, triste porque lo ignoraran.

—¿Qué te pasa, Trav? —pregunté.

No respondió, así que me quedé de pie a su lado, con los brazos cruzados. Su mandíbula se tensó, pero no con la expresión aterradora de la cafetería, sino que más bien parecía deberse a la tristeza. A una tristeza profunda y desesperada.

—¿No quieres hablar conmigo de lo que ha pasado?

Esperé, pero siguió en silencio; me di media vuelta hacia la puerta y finalmente soltó un suspiro.

—¿Te acuerdas de cuando el otro día Brazil empezó a picarme y tú saliste en mi defensa? Bueno…, pues eso es lo que ha pasado. Solo que se me ha ido un poco de las manos.

—Estabas enfadado antes de que Chris dijera nada —dije, después de volver a sentarme junto a él en la cama.

Él seguía mirando por la ventana.

—Decía en serio lo de antes. Tienes que irte, Paloma. Dios sabe que yo no puedo alejarme de ti.

Le toqué el brazo.

—Tú no quieres que me vaya.

Las mandíbulas de Travis volvieron a tensarse, y después me pasó el brazo por encima. Hizo una pausa y me dio un beso en la frente, presionando su mejilla contra mi sien.

—No importa lo mucho que lo intente. Me odiarás cuando todo esté dicho y hecho.

Lo rodeé con mis brazos.

—Tenemos que ser amigos, no aceptaré un no por respuesta —dije, citándolo.

Levantó las cejas y después me acercó a él con ambos brazos, todavía mirando por la ventana.

—Paso mucho tiempo mirándote dormir. ¡Siempre pareces tan en paz! Yo no tengo ese tipo de paz. Tengo ira y rabia hirviendo dentro de mí, excepto cuando te observo dormir. Eso es lo que estaba haciendo cuando Parker entró —prosiguió él—. Yo estaba despierto y él entró, y simplemente se quedó ahí con esa mirada horrorizada en su cara. Sabía lo que pensaba, pero no lo saqué de su error. No se lo expliqué porque quería que pensara que había pasado algo. Ahora todo el mundo piensa que estuviste con los dos la misma noche.

Toto se abrió camino con el hocico en mi regazo, y le rasqué detrás de las orejas. Travis alargó la mano para acariciarlo una vez, y después dejó su mano sobre la mía.

—Lo siento.

Me encogí de hombros.

—Si se cree todo ese cotilleo, es cosa suya.

—Es difícil que piense otra cosa después de vernos juntos en la cama.

—Sabe que estoy instalada en tu casa. Y estaba totalmente vestida, por Dios santo.

Travis suspiró.

—Probablemente estaba demasiado cabreado para darse cuenta. Sé que le gustas, Paloma. Debería habérselo explicado. Te lo debía.

—No importa.

—¿No estás enfadada? —preguntó él, sorprendido.

—¿Por eso estás tan disgustado? ¿Pensabas que me enfadaría contigo cuando me dijeras la verdad?

—Deberías estarlo. Si alguien por su cuenta y riesgo hundiera mi reputación, estaría un poco cabreado.

—Pero si a ti te dan igual las reputaciones. ¿Qué ha pasado con el Travis al que le importa una mierda lo que piense todo el mundo? —dije para hacerlo rabiar, mientras le daba un suave codazo.

—Eso fue antes de que viera la mirada que pusiste cuando oíste lo que todo el mundo decía. No quiero que te hieran por mi culpa.

—Nunca harías nada que me hiriera.

—Antes me cortaría el brazo —suspiró él.

Apoyó la mejilla contra mi pelo. No sabía qué responder. Travis parecía haber dicho todo lo que necesitaba, así que nos quedamos allí sentados en silencio. De vez en cuando, Travis me apretaba con más fuerza contra él. Yo le agarré de la camiseta, sin saber de qué otro modo podía hacer que se sintiera mejor, además de dejándole que me abrazara.

Cuando el sol empezó a ponerse, oí un débil golpe en la puerta.

—¿Abby? —La voz de America sonaba tenue al otro lado de la madera.

—Entra, Mare —respondió Travis.

America entró con Shepley, y sonrió al vernos el uno en brazos del otro.

—Íbamos a salir a comer algo. ¿Os apetece ir al Pei Wei?

—Uf… ¿Asiático otra vez, Mare? ¿De verdad? —preguntó Travis.

Sonreí. Volvía a ser el de siempre otra vez. America también se había dado cuenta.

—Sí, de verdad. ¿Venís o no, chicos?

—Me muero de hambre —dije.

—Claro, no llegaste a comer nada al mediodía —dijo él, frunciendo el entrecejo.

Se levantó, arrastrándome con él.

—Venga, vamos a que comas algo.

Travis siguió rodeándome con el brazo y no me soltó hasta que estuvimos en la barra del Pei Wei.

En cuanto Travis se fue al lavabo, America se acercó a mí.

—¿Y bien? ¿Qué te ha dicho?

—Nada —respondí.

Enarcó una ceja.

—Habéis estado en su habitación durante dos horas ¿y no te ha dicho nada?

—Normalmente no lo hace cuando está tan enfadado —dijo Shepley.

—Tiene que haber dicho algo —insistió America.

—Dijo que perdió un poco los estribos por defenderme y que no le dijo la verdad a Parker cuando estuvo en el apartamento. Eso es todo —dije, mientras corregí el punto de sal y pimienta.

Shepley sacudió la cabeza, con los ojos cerrados.

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó America, que estaba sentada más allá.

—Travis… —dijo con un suspiro, antes de poner los ojos en blanco—. Olvidadlo.

La expresión de America demostraba terquedad.

—Demonios, no, no puedes simplemente…

Dejó la frase en el aire cuando Travis se sentó y pasó el brazo por detrás de mí.

—¡Joder! ¿Todavía no han traído la comida?

Nos reímos y bromeamos hasta que el restaurante cerró; después nos metimos en el coche para volver a casa. Shepley subió las escaleras llevando a America a caballito, pero Travis se quedó detrás y me tiró del brazo para que no los siguiera de inmediato. Se quedó observando a nuestros amigos hasta que desaparecieron tras la puerta y entonces me ofreció una sonrisa de pesar.

—Te debo una disculpa por lo de hoy, así que lo siento.

—Ya te has disculpado. Está bien.

—No, me he disculpado por lo de Parker. No quiero que pienses que soy una especie de psicópata que va por ahí atacando a la gente por cualquier nimiedad —dijo él—, pero te debo una disculpa porque no te defendí por la razón correcta.

—¿A qué te refieres? —le apremié.

—Salté porque dijo que quería ser el siguiente de la cola, no porque se estuviera metiendo contigo.

—La simple insinuación de que hay una cola es razón suficiente para que me defiendas, Trav.

—A eso voy. Estaba cabreado porque interpreté que quería acostarse contigo.

Después de asimilar lo que Travis quería decir, lo cogí por ambos lados de la camiseta y apoyé la frente contra su pecho.

—¿Sabes qué? No me importa —dije, levantando la mirada hacia él—. No me importa lo que diga la gente, o que perdieras los estribos, o que le hicieras una cara nueva a Chris. Lo último que quiero es tener mala fama, pero estoy cansada de darle explicaciones a todo el mundo sobre nuestra amistad. Se pueden ir todos al diablo.

La mirada de Travis se endulzó, y las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba.

—¿Nuestra amistad? A veces me pregunto si alguna vez me escuchas.

—¿Qué quieres decir?

—Entremos. Estoy cansado.

Asentí, y me sujetó contra él hasta que entramos en el apartamento. America y Shepley ya se habían encerrado en su dormitorio, y yo entré y salí de la ducha. Travis se quedó sentado con Toto fuera mientras me ponía el pijama y, al cabo de media hora, ambos estábamos en la cama.

Apoyé la cabeza en el brazo, y solté una larga y relajante bocanada de aire.

—Solo quedan dos semanas. ¿Qué te inventarás para cuando tenga que volver a Morgan?

—No lo sé —respondió.

Podía ver su ceño fruncido, incluso en la oscuridad.

—Oye. —Le acaricié el brazo—. Era una broma.

Me quedé observándolo durante un buen rato, respirando, parpadeando e intentando relajarme. Dio unas cuantas vueltas y después me miró.

—¿Confías en mí, Paloma?

—Sí, ¿por qué?

—Ven aquí —dijo, acercándome a él.

Estuve tensa durante unos segundos antes de relajar la cabeza sobre su pecho. Al margen de lo que le pasara, me necesitaba cerca, y no habría podido negarme aunque hubiera querido. Allí, tumbada a su lado, me sentía bien.