PARKER HAYES
—Pase —grité al oír los golpes en la puerta.
Travis se quedó helado en el vano de la puerta.
—¡Guau!
Sonreí y me miré el vestido. Un corpiño que se alargaba para formar una corta falda: era lo más osado que me había atrevido a llevar puesto en toda mi vida. El tejido era fino, negro y se transparentaba como un fino envoltorio. Parker estaría en esa fiesta y tenía ganas de hacerme notar.
—Tienes un aspecto impresionante —dijo mientras yo me calzaba los tacones.
Le puse buena cara a su camisa blanca y tejanos.
—Tú también estás muy bien.
Llevaba las mangas recogidas por encima de los codos, enseñando en sus antebrazos el entramado de tatuajes. Me di cuenta de que llevaba su pulsera de cuero favorita en la muñeca cuando se metió las manos en los bolsillos.
America y Shepley nos esperaban en la sala de estar.
—Parker se va a mear encima cuando te vea —se rio tontamente America mientras íbamos hacia el coche.
Travis abrió la puerta, y yo me deslicé en el asiento trasero de la camioneta de Shepley. Aunque nos habíamos sentado allí innumerables veces antes, de repente era muy incómodo estar así junto a él.
Los coches se alineaban en la calle; algunos se encontraban aparcados incluso en el césped de delante. La Casa reventaba por las costuras, y todavía bajaba más gente desde los pabellones de dormitorios. Shepley aparcó sobre el césped de la parte de atrás, y America y yo seguimos a los chicos hacia el interior.
Travis me trajo una copa de plástico rojo llena de cerveza, y entonces se inclinó y me dijo al oído.
—No cojas esto de nadie más excepto de mí o de Shep. No quiero que nadie te eche nada en la bebida.
Puse los ojos en blanco.
—Nadie me va a poner nada en la bebida, Travis.
—Simplemente no bebas nada que no te dé yo, ¿de acuerdo? Ya no estás en Kansas, Paloma.
—Nunca había oído nada igual —dije sarcásticamente, mientras cogía mi bebida.
Había pasado una hora y Parker seguía todavía desaparecido. America y Shepley estaban bailando una canción lenta en la sala cuando Travis tiró de mi mano.
—¿Quieres bailar?
—No, gracias —dije.
Se puso lívido.
Toqué su espalda.
—Es simplemente que estoy cansada, Trav.
Puso su mano en la mía y comenzó a hablar, pero cuando lo miraba vi un poco más allá a Parker. Travis se dio cuenta de mi expresión y se volvió.
—¡Eh, Abby! ¡Has podido venir! —me saludó Parker, riéndose.
—Sí, llevamos aquí una hora o así —dije, sacando la mano de entre las de Travis.
—¡Estás guapísima! —gritó por encima de la música.
—¡Gracias! —añadí con una sonrisa, mirando a Travis de soslayo. Tenía los labios apretados, y sus cejas se habían unido en una línea.
Parker señaló la sala y sonrió.
—¿Quieres bailar?
Arrugué la nariz y dije que no con la cabeza.
—No, estoy algo cansada.
Parker volvió entonces la mirada hacia Travis.
—Pensaba que no ibas a venir.
—Cambié de opinión —dijo Travis, molesto por tener que explicarse.
—Ya veo —dijo Parker, mirándome—. ¿Te apetece salir a tomar el aire?
Asentí con la cabeza y después seguí a Parker escaleras arriba. Se detuvo y me cogió la mano mientras subíamos al segundo piso. Cuando llegamos arriba, abrió de par en par las puertas del balcón.
—¿Tienes frío? —preguntó.
—Sí, hace un poquito de fresco —dije, sonriendo cuando se quitó la americana y me cubrió con ella los hombros—. Gracias.
—¿Estás aquí con Travis?
—Vinimos en coche juntos.
La boca de Parker se ensanchó en una amplia sonrisa, y luego miró hacia el césped. Había un grupo de chicas apiñadas; se abrazaban para combatir el frío. El suelo se hallaba cubierto de papel pinocho y latas de cerveza, además de botellas de licor vacías. Entre la confusión, los hermanos Sig Tau estaban alrededor de su obra maestra: una pirámide de barriles decorados con luces blancas.
Parker sacudió la cabeza.
—Este lugar quedará destrozado por la mañana. El equipo de limpieza va a estar muy atareado.
—¿Tenéis un equipo de limpieza?
—Sí —sonrió—, los llamamos los novatos.
—Pobre Shep.
—Él no está en el grupo. Tiene un trato especial porque es primo de Travis y no vive en la Casa.
—¿Y tú sí vives en la Casa?
Parker asintió.
—Los dos últimos años. Sin embargo, necesito conseguir un apartamento. Necesito un lugar más tranquilo para estudiar.
—Déjame que adivine…, ¿te especializas en Economía?
—Biología, con Anatomía de optativa. Me queda un año más, hacer los exámenes de ingreso a la facultad de Medicina, y luego, si sale bien, ir a hacer Medicina en Harvard.
—¿Ya sabes dónde te metes?
—Mi padre fue a Harvard. Quiero decir, no lo sé seguro, pero él es un antiguo alumno feliz, ya sabes qué quiero decir. Por ahora llego a cuatro punto cero, saqué un dos mil doscientos en selectividad, y treinta y seis de media en el bachillerato. Tengo muchas posibilidades de conseguir una plaza.
—¿Y tu padre? ¿Es médico?
Parker asintió con una sonrisa benévola.
—Cirujano ortopédico.
—Impresionante.
—¿Y tú? —preguntó.
—No me he decidido.
—Típica respuesta de estudiante de primer año.
Suspiré teatralmente.
—Imagino que he desperdiciado mi oportunidad de ser excepcional.
—Oh, no tienes que preocuparte por eso. Reparé en ti el primer día de clase. ¿Qué haces en Cálculo Tres si estás en primer curso?
Sonreí mientras enroscaba un mechón de cabello con el dedo.
—Las matemáticas me resultan fáciles. No me perdía las clases en el instituto, y luego hice dos cursos de verano en la estatal de Wichita.
—Eso es impresionante —dijo.
Estuvimos en el balcón más de una hora, hablando de todo, desde los garitos de comida locales a cómo me hice tan amiga de Travis.
—No pensaba mencionarlo, pero vosotros dos parecéis ser el tema de todas las conversaciones.
—Genial.
—Es que esto no es normal en Travis. Él no suele congeniar con las mujeres. De hecho, tiene más tendencia a crearse enemigos entre ellas.
—Oh, no sé. He visto a unas pocas que o tienen pérdida de memoria a corto plazo o bien son proclives a perdonar cuando se trata de él.
Parker se rio. Sus blancos dientes brillaron contrastando con su dorado bronceado.
—La gente simplemente no entiende vuestra relación. Tienes que admitir que es un poco ambigua.
—¿Me estás preguntando si me acuesto con él?
Sonrió.
—No estarías aquí con él si lo hicieras. Lo conozco desde que tenía catorce años y soy muy consciente de cómo se comporta. Sin embargo, siento curiosidad por vuestra amistad.
—Es lo que es —me encogí de hombros—. Salimos juntos, comemos, vemos la tele, estudiamos y hablamos. Eso es todo.
Parker se rio sonoramente, sacudiendo la cabeza y asombrado por mi sinceridad.
—He oído que eres la única persona a la que se le permite poner a Travis en su sitio. Eso es un honor.
—No sé muy bien qué significa eso, pero Travis no es tan malo como todo el mundo dice.
El cielo se puso rojo y luego rosa cuando el sol se hundió en el horizonte. Parker miró su reloj y después observó por encima de la reja al grupo de gente que iba disminuyendo en el césped.
—Parece que la fiesta se acaba.
—Será mejor que busque a Shep y Mare.
—¿Te importa si te llevo a casa en mi coche? —preguntó.
Intenté contener mi emoción.
—En absoluto. Se lo diré a America. —Caminé hacia la puerta y luego me encogí de vergüenza antes de volverme a decir—: ¿Sabes dónde vive Travis?
Las espesas y oscuras cejas de Parker se arquearon.
—Sí, ¿por qué?
—Porque vivo allí —dije, esperando su reacción.
—¿Que estás con Travis?
—Perdí una apuesta y por eso estoy pasando allí un mes.
—¿Un mes?
—Es una larga historia —dije, encogiéndome de hombros tímidamente.
—Pero ¿sois simplemente amigos?
—Sí.
—Entonces te llevaré a casa de Travis —concluyó sonriendo.
Bajé las escaleras al galope para buscar a America y pasé de largo junto a un sombrío Travis que parecía enojado con la chica borracha con la que hablaba. Me siguió al recibidor mientras llamé a America dándole una sacudida a su vestido.
—Chicos, podéis ir tirando. Parker se ha ofrecido a llevarme a casa.
—¿Qué? —dijo America con ojos asombrados.
—¿Cómo? —preguntó Travis enfadado.
—¿Hay algún problema? —le pregunté.
Miró airadamente a America y luego me llevó a un rincón, con la mandíbula temblándole bajo la piel.
—Ni siquiera conoces a ese tipo.
Tiré para liberar mi brazo de su sujeción.
—Esto no es asunto tuyo, Travis.
—Al diablo si no lo es. No te voy a permitir ir a casa en el coche de un perfecto extraño. ¿Y si intenta hacerte algo?
—¡Genial! ¡Es una monada!
La expresión de Travis pasó de la sorpresa a la rabia, y me preparé para lo que pudiera decir a continuación.
—¿Parker Hayes, Paloma? ¿De verdad? Parker Hayes —repitió con desdén—. ¿Pero qué clase de nombre es ese?
Crucé los brazos.
—Para un momento, Trav. Estás siendo un imbécil.
Se inclinó; parecía aturdido.
—Lo mataré si te toca.
—Me gusta —dije, enfatizando cada palabra.
Parecía pasmado por mi confesión y luego sus rasgos se volvieron duros.
—Bien. Si acaba tumbándote en el asiento trasero de su coche, no me vengas llorando.
Me quedé boquiabierta, ofendida y enfadada al instante.
—No te preocupes, no lo haré —dije alejándome y dándole la espalda.
Travis me agarró por el brazo y suspiró, me miró por encima de los hombros.
—No quise decir eso, Paloma. Si te hace daño, si tan siquiera te hace sentir incómoda, dímelo.
La rabia amainó y mis hombros se relajaron.
—Sé que no lo decías en serio. Pero tienes que dominar ese sentimiento sobreprotector de hermano mayor que te hace perder el control.
Travis se rio.
—No estoy jugando al hermano mayor, Paloma. Ni por asomo.
Parker apareció en la esquina y se metió las manos en los bolsillos ofreciéndome el brazo.
—¿Todo arreglado?
Travis apretó la mandíbula, y yo me puse al otro lado de Parker para evitar que viese la expresión de Travis.
—Sí, vamos.
Cogí el brazo de Parker y caminé con él unos pasos antes de volverme a decir adiós a Travis, pero él seguía con su mirada en dirección a la espalda de Parker. Sus ojos me lanzaron dardos y luego sus rasgos se suavizaron.
—Para ya —dije entre dientes, siguiendo a Parker por en medio de la gente que quedaba hasta su coche.
—El mío es el plateado.
Las luces delanteras del coche parpadearon dos veces cuando accionó el mando del coche. Abrió la puerta del acompañante y reí.
—¿Llevas un Porsche?
—No es simplemente un Porsche. Es el nueve cero uno GT-tres. Hay una gran diferencia.
—Déjame adivinar, ¿es el amor de tu vida? —dije, repitiendo la frase que Travis había dicho sobre su moto.
—No, es un coche. El amor de mi vida será una mujer con mi apellido.
Me permití una sonrisita, intentando que su sensibilidad no me afectara demasiado. Me cogió de la mano para ayudarme a entrar en el coche y, cuando se puso detrás del volante, apoyó la cabeza contra su asiento y me sonrió.
—¿Qué vas a hacer esta noche?
—¿Esta noche? —pregunté.
—Ya es mañana. Quiero invitarte a cenar antes de que otro me quite la oportunidad.
Sonreí de oreja a oreja.
—No tengo ningún plan.
—¿Te recojo a las seis?
—De acuerdo —dije, mirando como deslizaba sus dedos entre los míos.
Parker me llevó directamente a casa de Travis, manteniendo la velocidad permitida y mi mano en la suya. Aparcó detrás de la Harley y, como antes, me abrió la puerta. Cuando llegamos a la entrada se inclinó para besarme en la mejilla.
—Descansa un poco. Te veré esta noche —me susurró al oído.
—Adiós —dije, girando el pomo.
Cuando empujé la puerta, cedió y me caí hacia delante. Travis me agarró por el brazo antes de tocar el suelo.
—Alto ahí, Excelencia.
Me volví para ver a Parker mirándonos con una expresión incómoda. Se aupó para fisgar dentro del apartamento.
—¿Hay alguna chica humillada, abandonada ahí dentro, que necesite que la lleve?
Travis fulminó a Parker con la mirada.
—No te metas conmigo.
Parker sonrió y me guiñó el ojo.
—Siempre se lo hago pasar mal. No lo consigo a menudo ya que se ha dado cuenta de que es más fácil si las chicas vienen en sus propios coches.
—Imagino que eso simplifica las cosas —dije, tomándole el pelo a Travis.
—No tiene gracia, Paloma.
—¿Paloma? —preguntó Parker.
—Es… un mote, simplemente un apodo, ni siquiera sé de dónde salió —dije. Fue la primera vez que me sentí rara con el nombre que Travis me había puesto la noche que nos conocimos.
—Ya me lo explicarás cuando lo averigües. Parece una buena historia —sonrió Parker—. Buenas noches, Abby.
—¿No quieres decir buenos días? —dije, mirándolo bajar las escaleras al trote.
—Eso también —me contestó con una dulce sonrisa.
Travis cerró la puerta de un portazo, y tuve que apartar la cabeza bruscamente hacia atrás para evitar que me pillara la cara.
—¿Qué pasa? —le grité enfadada.
Travis agitó la cabeza y se fue a su habitación. Lo seguí y luego fui saltando sobre un pie tras lanzar uno de mis zapatos de tacón.
—Es muy majo, Trav.
Suspiró y caminó hacia mí.
—Te vas a hacer daño —dijo, cogiéndome la cintura con uno de sus brazos y quitándome el otro tacón con la otra. Lo lanzó al armario y luego se quitó la camisa en dirección hacia la cama.
Me bajé la cremallera del vestido, me lo quité contoneándome por encima de las caderas y lo lancé con un pie a un rincón. Rápidamente me puse una camiseta y luego me solté el sujetador sacándolo a través de la manga. Mientras me recogía el pelo haciéndome un moño en el cogote, me di cuenta de que me estaba mirando.
—Estoy segura de que no tengo nada que no hayas visto antes —dije poniendo los ojos en blanco. Me deslicé bajo la ropa de cama y me instalé en mi almohada haciéndome un ovillo. Se soltó el cinturón, se bajó los tejanos y se los quitó con un saltito.
Esperé mientras él estaba de pie sin moverse por un instante. Le daba la espalda, así que me preguntaba qué estaba haciendo, de pie junto a la cama y en silencio. La cama se movió cuando finalmente se arrastró en el colchón junto a mí, y yo me puse rígida cuando su mano se posó en mi cadera.
—He faltado a una pelea esta noche —dijo—. Adam llamó. No fui.
—¿Por qué? —dije volviéndome hacia él.
—Quería estar seguro de que volvías a casa.
Arrugué la nariz.
—No tienes que cuidar de mí.
Deslizó uno de sus dedos a lo largo de mi brazo produciéndome escalofríos.
—Lo sé. Supongo que todavía me siento mal por lo de la otra noche.
—Te dije que no me importaba.
Se apoyó en el codo con una expresión dudosa en la cara.
—¿Por eso estuviste durmiendo en el sillón? ¿Porque no te importaba?
—No podía dormirme después de que tus… amigas se fueran.
—Estabas durmiendo tranquilamente en el sillón. ¿Por qué no podías dormir conmigo?
—¿Quieres decir junto a un tipo que todavía tenía el olor de un par de busconas de bar que acababa de mandar a casa? ¡No sé! ¡Qué egoísta fui!
Travis hizo un gesto de vergüenza.
—Ya te dije que lo sentía.
—Y yo dije que no me importaba. Buenas noches —respondí, antes de darme media vuelta.
Pasaron unos momentos de silencio. Entonces, deslizó su mano por encima de mi almohada y colocó su mano sobre la mía. Acarició la delicada piel de entre mis dedos y luego apretó sus labios contra mi pelo.
—Y yo preocupado por que nunca volvieras a hablarme… Creo que es peor tu indiferencia.
Mis ojos se cerraron.
—¿Qué quieres de mí, Travis? No quieres que me preocupe por lo que hiciste, pero quieres que me preocupe. Le dices a America que no quieres salir conmigo, pero te cabreas tanto cuando yo digo lo mismo que te marchas de casa enfurecido y te emborrachas. Nada de lo que haces tiene sentido.
—¿Por eso le dijiste esas cosas a America? ¿Porque yo había dicho que no quería salir contigo?
Me rechinaron los dientes. Acababa de insinuar que estaba jugando con él. Le respondí de la forma más directa que pude.
—No, quise decir lo que dije. Simplemente no tenía intención de que fuera un insulto.
—Pues yo lo dije porque… —se rascó nerviosamente su corto pelo— no quiero estropear nada. Ni siquiera sé cómo hacer para ser lo que te mereces. Solo intentaba averiguarlo.
—Vale, muy bien, pero tengo que dormir. Tengo una cita esta noche.
—¿Con Parker? —preguntó; su tono volvía a traicionar su mal humor.
—Sí. ¿Puedo dormir, por favor?
—Claro —dijo, saliendo bruscamente de la cama y dando un portazo tras de sí al salir. El sillón crujió bajo su peso y luego el murmullo de voces de la televisión llegó desde la sala. Cerré los ojos con fuerza e intenté calmarme lo suficiente para adormilarme aunque solo fuera unas horas.
El despertador dio las tres de la tarde cuando abrí trabajosamente los ojos. Agarré una toalla y mi bata, y me dirigí torpemente al baño. En cuanto cerré la cortina de la ducha, la puerta se abrió y se cerró. Esperé a que alguien hablara pero solo oí la tapa del inodoro golpeando la porcelana.
—¿Travis?
—No, soy yo —dijo America.
—¿Tienes que hacer pis aquí? Tienes tu propio baño.
—Shep ha estado allí más de media hora con la mierda de las cervezas. No pienso entrar allí.
—Encantador.
—He oído que tienes una cita esta noche. ¡Travis está cabreado! —canturreó.
—¡A las seis! Es tan dulce, America. Es simplemente… —Mi voz se apagó en un suspiro. Estaba muy efusiva y no es lo mío ser efusiva. Seguí pensando en lo perfecto que había sido desde el momento en que nos habíamos conocido. Era exactamente lo que necesitaba: el polo opuesto a Travis.
—¿Te ha dejado sin habla? —dijo con una risita tonta.
Asomé la cabeza por la cortina.
—¡No quería volver a casa! ¡Podría haber estado hablando con él para siempre!
—Suena prometedor. ¿Pero no le parece raro que estés aquí?
Metí la cabeza bajo el agua para enjuagarme la espuma.
—Ya se lo expliqué.
Sonó el ruido de la cadena del inodoro y del grifo que se abría haciendo que el agua saliera fría por un momento. Grité y la puerta se abrió del todo.
—¿Paloma? —dijo Travis.
America se rio.
—Solo he tirado de la cadena, Trav, cálmate.
—Oh. ¿Estás bien, Paloma?
—Estoy estupendamente. Sal. —La puerta se cerró de nuevo y suspiré—. ¿Es mucho pedir que haya pestillos en las puertas? —America no contestó—. ¿Mare?
—Me sabe fatal que lo vuestro no cuajara. Eres la única chica que podría haber… —suspiró—. En fin, no te preocupes. Ahora ya no importa.
Cerré el grifo y me envolví en una toalla.
—Están tan mal como él. Debe de ser una enfermedad…, aquí nadie tiene sentido común. ¿Te acuerdas de lo mucho que te cabreaba su comportamiento?
—Lo sé —asintió.
Encendí el secador de pelo y comencé a acicalarme para mi cita con Parker. Me ricé el pelo, me pinté las uñas y los labios con una sombra rojo oscuro. Era un poco demasiado para una primera cita. Me fruncí el ceño a mí misma en el espejo. No era a Parker a quien estaba intentando impresionar. No estaba en situación de aceptar insultos cuando Travis me había acusado de andarme con juegos.
Al mirarme por última vez en el espejo, la culpa me embargó. Travis estaba haciendo todo lo que podía y yo estaba siendo una mocosa cabezota. Salí a la sala de estar y Travis sonrió, no era la reacción que yo esperaba.
—Estás… preciosa.
—Gracias —dije, agitada por la falta de irritación o celos en su voz.
Shepley silbó.
—Buena opción, Abby. A los tíos les encanta el rojo.
—Y los rizos son atractivos —añadió America.
Sonó el timbre de la puerta y America sonrió, saludando con la mano con exagerado nerviosismo.
—¡Que te lo pases bien!
Abrí la puerta. Parker sostenía un ramito de flores y llevaba pantalones de vestir y una corbata. Sus ojos hicieron un rápido recorrido de mi vestido a los zapatos y de nuevo al vestido.
—Eres la criatura más hermosa que he visto jamás —dijo embelesado.
Me volví para decirle adiós con la mano a America, cuya sonrisa era tan amplia que podía ver cada uno de sus dientes. Shepley tenía la expresión de un padre orgulloso y Travis mantenía los ojos fijos en la televisión.
Parker me condujo al reluciente Porsche. Una vez dentro, dio un suspiro.
—¿Qué? —pregunté.
—Tengo que decir que estaba un poco nervioso por lo de recoger a la mujer de la que está enamorado Travis Maddox… en su apartamento. No sabes cuánta gente me ha dicho hoy que estaba loco.
—Travis no está enamorado de mí. A veces casi no puede aguantar tenerme cerca.
—¿Entonces es una relación de amor-odio? Porque, cuando les solté a los de la hermandad que te iba a sacar por ahí esta noche, todos me dijeron lo mismo. Se comporta tan erráticamente (incluso más que habitualmente) que todos han llegado a la misma conclusión.
—Pues se equivocan —insistí.
Parker sacudió la cabeza como si yo fuera totalmente estúpida. Puso su mano sobre la mía.
—Mejor nos vamos. Tengo reservada una mesa.
—¿Dónde?
—En Biasetti. Me atreví… Espero que te guste la comida italiana.
Levanté una ceja.
—¿Una reserva con tan poca antelación? Ese sitio está siempre de bote en bote.
—Bueno…, es nuestro restaurante. La mitad, por lo menos.
—Me gustan los italianos.
Parker condujo al restaurante a la velocidad límite, usando los intermitentes de forma correcta y deteniéndose lo justo en cada semáforo ámbar. Mientras hablaba, apenas apartaba los ojos de la carretera. Cuando llegamos al restaurante, me reí encantada.
—¿Qué? —preguntó.
—Eres un conductor muy cauto. Me gusta.
—¿Diferente de la parte trasera de la motocicleta de Travis? —Sonrió.
Debería haberme reído pero la diferencia no me pareció tan buena.
—No hablemos de Travis esta noche. ¿De acuerdo?
—Me parece bien —asintió, mientras se levantaba de su asiento para abrirme la puerta.
Estábamos sentados en un lateral, en una mesa junto a una gran ventana. Aunque yo llevaba un vestido, tenía un aspecto pobre en comparación con las otras mujeres del restaurante. Estaban cubiertas de diamantes y llevaban vestidos de cóctel. Nunca había comido en un sitio tan ostentoso.
Pedimos y Parker cerró su menú, sonriendo al camarero.
—Y tráiganos una botella de Allegrini Amarone, por favor.
—Sí, señor —dijo el camarero mientras recogía los menús.
—Este lugar es increíble —susurré apoyándome en la mesa.
Sus ojos verdes se suavizaron.
—Gracias, le diré a mi padre lo que piensas.
Una mujer se acercó a nuestra mesa. Llevaba el pelo rubio recogido en un moño francés apretado, una veta gris interrumpía las ondas suaves de sus rizos.
Intenté no pararme a mirar las joyas que brillaban llamativamente en su cuello, o las que se balanceaban de aquí para allá en sus orejas, pero saltaban a la vista. Sus bizqueantes ojos azules me miraron detenidamente.
Rápidamente se volvió a mi pareja.
—¿Quién es tu amiga, Parker?
—Mamá, esta es Abby Abernathy. Abby, esta es mi madre, Vivienne Hayes.
Extendí la mano que ella estrechó de un golpe. Con un bien aprendido movimiento, el interés le iluminó los afilados rasgos de la cara, y miró a Parker.
—¿Abernathy?
Tragué saliva; me preocupaba que hubiera reconocido el nombre.
La expresión de Parker se volvió impaciente.
—Es de Wichita, mamá. No conoces a su familia. Va a Eastern.
—¡Ah! —Vivienne me miró de nuevo—. Parker se marcha el curso que viene a Harvard.
—Eso me ha dicho. Creo que es fantástico. Debe de estar muy orgullosa.
La tensión alrededor de sus ojos se suavizó un poco y las comisuras de su boca se tornaron en petulante sonrisa.
—Sí que lo estamos. Gracias.
Estaba sorprendida de las palabras tan educadas que usaba incluso dejando entrever un insulto. No era un talento que hubiera desarrollado de la noche a la mañana. La señora Hayes debía de haber pasado años imponiendo su superioridad a los demás.
—Ha sido estupendo verte, mamá. Buenas noches. —Ella lo besó en la mejilla, le borró la huella de pintalabios con el dedo pulgar y luego se volvió a su mesa—. Te pido disculpas por todo esto, no sabía que ella iba a estar aquí.
—No pasa nada. Parece… encantadora.
Parker se rio.
—Sí, para ser una piraña.
Reprimí una risa y él me sonrió en tono de disculpa.
—Se acostumbrará. Solo que le llevará algún tiempo.
—A lo mejor para cuando acabes en Harvard.
Hablamos sin parar sobre la comida, Eastern, Cálculo, e incluso sobre el Círculo. Parker era encantador, divertido y todo lo que dijo me parecía bien. Varias personas se acercaron para saludarlo y siempre me presentaba con una sonrisa orgullosa. Lo miraban como a un famoso en aquel restaurante, y cuando nos fuimos sentí los ojos enjuiciadores de todo el mundo presente en aquella sala.
—¿Y ahora qué? —pregunté.
—Me temo que tengo un examen trimestral de Anatomía Comparada de los Vertebrados a primera hora del lunes por la mañana. Tengo que ir a estudiar —me dijo, cubriendo mi mano con la suya.
—Mejor tú que yo —dije, intentando no parecer desilusionada.
Me llevó al apartamento y luego me acompañó escaleras arriba cogidos de la mano.
—Gracias, Parker. —Era consciente de mi sonrisa ridícula—. Me lo he pasado muy bien.
—¿Es muy pronto para pedir una segunda cita?
—De ninguna manera —dije con una sonrisa resplandeciente.
—¿Te llamo mañana?
—Perfecto.
Entonces llegó el momento del silencio incómodo. Lo que más miedo me da de las citas. Besar o no besar, odiaba esa pregunta.
Antes de que tuviera oportunidad de preguntarme si me besaría o no, me cogió la cara entre las manos y me llevó hacia sí apretando sus labios contra los míos. Eran suaves, cálidos y maravillosos. Volvió a acercarme y me besó de nuevo.
—Hablamos mañana, Abs.
Le dije adiós con la mano mientras lo miraba ir de regreso a su coche.
—Adiós.
Una vez más, cuando giré el pomo de la puerta, la puerta se abrió con un tirón brusco y caí hacia delante. Travis me cogió y recuperé el equilibrio.
—¿Dejarás de hacer eso? —dije cerrando la puerta tras de mí.
—¿Abs? ¿Qué eres? ¿Un vídeo de gimnasia? —Se rio.
—¿Una paloma? —dije con la misma cantidad de desdén—. ¿Un molesto pájaro que se caga por toda la acera?
—A ti te gusta lo de Paloma —dijo a la defensiva—. Es una chica guapa, una carta ganadora en el póquer, escoge la que quieras. Eres mi Paloma.
Me agarré a su brazo para quitarme los tacones, y fui hacia su habitación. Mientras me ponía el pijama intenté con todas mis fuerzas estar enfadada con él.
Travis se sentó en la cama y cruzó los brazos.
—¿Te lo has pasado bien?
—Sí —suspiré—, me lo he pasado estupendamente. Ha sido perfecto. Él es…
No pude encontrar una palabra adecuada para describirlo, por eso simplemente moví la cabeza.
—¿Te ha besado?
Apreté los labios y asentí.
—Sí, tiene unos labios muy, muy suaves.
Travis se apartó.
—No me importa cómo son sus labios.
—Créeme, es importante. Me pongo tan nerviosa con los primeros besos…, pero este no ha estado nada mal.
—¿Te pones nerviosa por un beso? —preguntó divertido.
—Solo con los primeros besos. Los odio.
—Yo también los odiaría si tuviera que besar a Parker Hayes.
Me reí tontamente y me fui hacia el baño a quitarme el maquillaje de la cara. Travis me siguió, apoyándose en la jamba de la puerta.
—¿Así que vais a salir otra vez?
—Sí. Me llamará mañana.
Me sequé la cara y corrí por el pasillo para saltar a la cama.
Travis se quitó los calzoncillos y se sentó con la espalda vuelta hacia mí. Estaba un poco encorvado y parecía cansado. Los músculos de su espalda se estiraron cuando se volvió para mirarme un instante.
—Si te lo has pasado tan bien, ¿por qué has vuelto tan temprano a casa?
—Tiene un examen importante el lunes.
Travis arrugó la nariz.
—¿A quién le importa?
—Está intentando entrar en Harvard. Tiene que estudiar.
Resopló arrastrándose sobre su estómago. Lo vi meter las manos bajo la almohada, parecía enfadado.
—Sí, claro, eso es lo que dice a todo el mundo.
—No seas idiota. Tiene prioridades…, creo que es un tío responsable.
—¿No debería estar su chica por encima de sus prioridades?
—No soy su chica. Solo hemos salido una vez, Trav —me quejé.
—¿Pues qué habéis hecho juntos? —Le dirigí una mirada airada y él se echó a reír—. ¿Qué? ¡Tengo curiosidad!
Viendo que era sincero, le conté todo, desde el restaurante, la comida, incluso las cosas bonitas y dulces que Parker me había dicho. Sabía que mi boca se había quedado congelada en una ridícula sonrisa, pero no podía dejar de sonreír mientras describía mi velada perfecta.
Travis me observaba con sonrisa divertida mientras yo parloteaba, incluso haciendo preguntas. Aunque parecía frustrado con todo lo de Parker, yo sentía claramente que disfrutaba viéndome tan feliz.
Travis se colocó en su lado de la cama y yo bostecé. Nos miramos por un instante antes de que él dijera en un suspiro:
—Estoy encantado de que te lo hayas pasado bien, Paloma. Te lo mereces.
—Gracias —dije con una sonrisa de oreja a oreja. La melodía hacía vibrar mi móvil en la mesilla de noche y lo cogí bruscamente para mirar la pantalla.
—¿Diga?
—Ya es mañana —dijo Parker.
Miré el reloj y me reí. Eran las doce y un minuto.
—Sí, es verdad.
—¿Qué te parece el lunes por la noche? —me preguntó.
Me cubrí la boca por un momento y luego, inspirando profundamente, dije:
—Muy bien. El lunes por la noche es perfecto.
—Bien. Te veo el lunes —dijo.
Podía imaginarme su sonrisa por su voz. Colgué y me volví hacia Travis, que me miraba con un poco de fastidio. Le di la espalda y me acurruqué haciendo un ovillo, tensa por la emoción.
—Eres una chica estupenda —dijo Travis girándose de espaldas a mí.
Puse los ojos en blanco. Se dio la vuelta y me agarró la cara para que lo mirase.
—¿De verdad te gusta Parker?
—¡No me estropees esto, Travis!
Me miró por un momento y luego agitó la cabeza volviéndose de nuevo.
—Parker Hayes.