4

LA APUESTA

Decididamente te está mirando —susurró America, inclinándose hacia atrás para mirar al otro extremo de la habitación.

—Déjalo ya, tonta, te va a ver.

America sonrió y agitó la mano.

—Ya me ha visto. Sigue mirando hacia aquí.

Dudé durante un momento y entonces, finalmente, hice acopio del suficiente valor como para mirar hacia donde él estaba. Parker me estaba mirando directamente a mí, sonriendo.

Le devolví la sonrisa y después fingí escribir algo en mi portátil.

—¿Sigue mirando? —susurré.

—Sí —respondió America entre risas.

Después de clase, Parker me paró en el vestíbulo.

—No te olvides de la fiesta de este fin de semana.

—No lo haré —dije, intentando no parpadear ni hacer cualquier otra cosa ridícula. America y yo seguimos nuestro camino hacia la cafetería, donde habíamos quedado con Travis y Shepley para comer, acortando por el césped. Ella seguía riéndose por el comportamiento de Parker cuando Shepley y Travis se acercaron.

—Hola, encanto —dijo America, justo antes de besar a su novio en la boca.

—¿De qué os reíais? —preguntó Shepley.

—Ah, es que un chico se ha pasado toda la hora de clase mirando a Abby. Ha sido adorable.

—Mientras fuera a Abby a quien mirara —dijo Shepley con un guiño.

—¿Quién era? —dijo Travis con una mueca.

Me reajusté la mochila e indiqué a Travis que me la quitara de los brazos y la cogiera. Sacudí la cabeza.

—Mare se imagina cosas.

—¡Abby! ¡Menudo pedazo de mentirosa que estás hecha! Era Parker Hayes, y resultaba evidente. El chico estaba prácticamente babeando.

La cara de Travis se torció en una mueca de disgusto.

—¿Parker Hayes?

Shepley tiró a America de la mano.

—Vamos a comer. ¿Os uniréis hoy a nosotros para disfrutar de la alta cocina de la cafetería?

America lo besó de nuevo como respuesta; Travis y yo los seguimos algo más atrás. Dejé mi bandeja entre America y Finch, pero Travis no ocupó su lugar habitual delante de mí. En lugar de eso, se sentó algo más lejos. En ese momento me di cuenta de que no había dicho mucho durante nuestro paseo hacia la cafetería.

—¿Estás bien, Trav? —le pregunté.

—¿Yo? Sí, ¿por qué? —dijo, relajando el gesto de la cara.

—Es que has estado muy callado.

Varios miembros del equipo de fútbol americano se acercaron a la mesa y se sentaron, riéndose estruendosamente. Travis parecía algo molesto mientras jugaba con la comida de su plato. Chris Jenks lanzó una patata frita al plato de Travis.

—¿Qué hay, Trav? He oído que te has tirado a Tina Martin. Hoy ha estado arrastrando tu nombre por el barro.

—Cierra el pico, Jenks —dijo Travis, sin levantar la mirada de la comida.

Me incliné hacia delante para que el musculoso gigante que estaba sentado enfrente de Travis pudiera experimentar la fuerza de mi mirada.

—Corta el rollo, Chris.

Travis me fulminó con la mirada.

—Sé cuidarme solo, Abby.

—Lo siento, solo…

—No quiero que sientas nada, no quiero que hagas nada —me espetó él, levantándose de la mesa y cruzando furioso la puerta.

Finch me miró con las cejas levantadas.

—Eh, ¿qué mosca le ha picado?

Yo pinché una patata con el tenedor y resoplé.

—Ni idea.

Shepley me dio una palmadita en la espalda.

—Tú no has hecho nada, Abby.

—Simplemente hay varias cosas que le rondan por la cabeza —añadió America.

—¿Qué cosas? —pregunté.

Shepley se encogió de hombros y centró la atención en su bandeja.

—A estas alturas, deberías saber que ser amigo de Travis requiere tener paciencia y una actitud indulgente. Vive en un universo propio.

Sacudí la cabeza.

—Ese es el Travis que ve todo el mundo…, no el que yo conozco.

Shepley se inclinó hacia delante.

—No hay ninguna diferencia. Simplemente tienes que aceptar las cosas como vengan.

Después de clase, fui en coche con America al apartamento y vimos que la moto de Travis no estaba. Fui a su habitación y me hice un ovillo en su cama, apoyando la cabeza en el brazo. Travis se encontraba bien por la mañana. Con todo el tiempo que habíamos estado juntos, no podía creer que me hubiera pasado desapercibido que algo lo hubiera molestado. No solo eso, me incomodaba que America pareciera saber qué ocurría y yo no.

Sentí que mi respiración se relajaba y que me pesaban los párpados; no tardé mucho en dormirme. Cuando volví a abrir los ojos, el cielo nocturno había oscurecido la ventana. Unas voces amortiguadas se colaban por el vestíbulo desde la sala de estar, incluida la más profunda de Travis. Fui sigilosamente hasta el vestíbulo y entonces me quedé helada al oír mi nombre.

—Abby lo entiende, Trav. No te tortures —dijo Shepley.

—Ya vais juntos a la fiesta de citas. ¿Qué hay de malo en pedirle que salga contigo? —preguntó America.

Me puse tensa, a la espera de su respuesta.

—No quiero salir con ella. Solo quiero estar con ella. Es una chica… diferente.

—¿Diferente en qué sentido? —preguntó America, con un tono ligeramente irritado.

—No aguanta mis gilipolleces, es refrescante. Tú misma lo dijiste, Mare. No soy su tipo. Lo que hay entre nosotros… simplemente es diferente.

—Estás más cerca de ser su tipo de lo que tú te crees —dijo America.

Me eché hacia atrás tan silenciosamente como pude, y cuando los tablones de madera crujieron bajo mis pies desnudos me estiré para cerrar la puerta del dormitorio de Travis y bajé por el vestíbulo.

—Hola, Abby —dijo America con una sonrisa—. ¿Qué tal tu siesta?

—Me he quedado inconsciente durante cinco horas. Ha sido más un coma que una siesta.

Travis se quedó mirándome fijamente durante un momento y, cuando le sonreí, vino directamente hacia mí, me cogió la mano y me arrastró por el vestíbulo hasta su dormitorio. Cerró la puerta, y sentí que el corazón me daba un vuelco en el pecho, preparándome para que dijera algo que aplastara mi ego.

Levantó las cejas.

—Lo siento mucho, Paloma. Antes me comporté contigo como un gilipollas.

Me relajé un poquito al ver remordimiento en su mirada.

—No sabía que estuvieras enfadado conmigo.

—Y no lo estaba. Simplemente tengo la mala costumbre de arremeter contra la gente que me importa. Sé que es una excusa penosa, pero lo siento —dijo él, mientras me envolvía en sus brazos.

Apoyé la mejilla en su pecho, acomodándome.

—¿Y por qué estabas enfadado?

—No importa. Lo único que me preocupa eres tú.

Me incliné hacia atrás para levantar la mirada hacia él.

—Puedo soportar tus rabietas.

Escrutó mi cara durante unos momentos, antes de que una ligera sonrisa se extendiera en sus labios.

—No sé por qué me aguantas, y no sé qué haría yo si no lo hicieras.

Podía oler la mezcla de cigarrillos y menta de su aliento, y le miré los labios; mi cuerpo reaccionó ante lo cerca que estábamos. La expresión de Travis cambió y su respiración se entrecortó: él también lo había notado.

Se inclinó hacia delante una distancia infinitesimal, pero ambos dimos un respingo cuando su móvil sonó. Soltó un suspiro y lo sacó de su bolsillo.

—Sí, ¿Hoffman? Jesús…, está bien. Serán mil dólares fáciles. ¿Jefferson? —Me miró y pestañeó—. Allí estaré. —Colgó y me cogió de la mano—. Ven conmigo. —Me llevó de vuelta al vestíbulo—. Era Adam —dijo a Shepley—. Brady Hoffman estará en Jefferson dentro de noventa minutos.

Shepley asintió, se levantó y sacó el móvil del bolsillo. Rápidamente tecleó la información y envió invitaciones mediante SMS exclusivos a quienes conocían el Círculo. Esos miembros, que rondaban los diez, escribirían a los diez nombres de su lista, y así seguiría la cadena hasta que todos los miembros supieran dónde iba a celebrarse la pelea.

—Muy bien —dijo America, sonriendo—. ¡Será mejor que nos preparemos!

El ambiente del apartamento era tenso y optimista al mismo tiempo. Travis parecía el menos afectado, mientras se calzaba las botas y una camiseta sin mangas blanca, como si se dispusiera a dar un paseo.

America me guio por el vestíbulo hasta el dormitorio de Travis y frunció el ceño.

—Tienes que cambiarte, Abby. No puedes ir así vestida a la pelea.

—¡Llevé una puñetera chaqueta de punto la última vez y no dijiste nada! —protesté.

—La última vez no pensaba en serio que fueras a ir. Toma —dijo, mientras me lanzaba unas cuantas prendas de ropa—. Ponte esto.

—¡No pienso ponerme eso!

—¡Vamos! —gritó Shepley desde la sala de estar.

—¡Date prisa! —me apresuró America, corriendo hacia la habitación de Shepley. Me puse el top amarillo atado al cuello, sin espalda, y los tejanos de talle bajo que America me había lanzado, después me calcé un par de zapatos de tacón, y me pasé un cepillo por el pelo mientras bajaba al vestíbulo. America salió de su habitación con un vestido corto verde y unos zapatos de tacón a juego, y, cuando doblamos la esquina, Travis y Shepley estaban de pie junto a la puerta.

Travis se quedó boquiabierto.

—¡Oh, demonios, no! ¿Intentas que me maten? Tienes que cambiarte, Paloma.

—¿Cómo? —pregunté bajando la mirada.

America se puso las manos en las caderas.

—Está monísima, Trav, ¡déjala en paz!

Travis me cogió de la mano y me condujo por el vestíbulo.

—Ponte una camiseta… y unas zapatillas. Algo cómodo.

—¿Cómo? ¿Por qué?

—Porque si llevas esa camiseta estaré más preocupado de quién te está mirando las tetas que de Hoffman —dijo él, deteniéndose en su puerta.

—Creía que habías dicho que no te importaba ni un comino lo que pensaran los demás.

—Esto es diferente, Paloma. —Travis bajó la mirada a mi pecho y después volvió a levantarla—. No puedes ir así a la pelea, así que, por favor…, simplemente…, por favor, simplemente cámbiate —balbuceó, mientras me empujaba dentro de la habitación y cerraba la puerta.

—¡Travis! —grité.

Me quité los tacones y me puse las Converse. Después, me zafé del top atado al cuello y sin espalda, y lo lancé al otro lado de la habitación. Me puse la primera camiseta de algodón que tocaron mis manos y atravesé corriendo el vestíbulo para detenerme en el umbral de la puerta.

—¿Mejor? —dije resoplando, al tiempo que me recogía el pelo en una cola de caballo.

—¡Sí! —dijo Travis, aliviado—. ¡Vámonos!

Corrimos hasta el aparcamiento y salté al asiento trasero de la moto de Travis, mientras él encendía el motor y salía despedido, recorriendo a toda velocidad la calle que llevaba a la universidad. Me aferré a su cintura por la expectación; las prisas por salir me habían llenado las venas de adrenalina.

Travis se subió al bordillo y aparcó su moto a la sombra detrás del edificio Jefferson de Artes Liberales. Se puso las gafas de sol sobre la cabeza y me cogió de la mano, sonriendo mientras nos dirigíamos a hurtadillas a la parte trasera del edificio. Se detuvo junto a una ventana abierta cerca del suelo.

Abrí los ojos como platos al darme cuenta de lo que se disponía a hacer.

—Estás de broma.

Travis sonrió.

—Esta es la entrada VIP. Deberías ver cómo entran los demás.

Sacudí la cabeza mientras él se esforzaba por meter las piernas, y después desapareció. Me agaché y grité a la oscuridad.

—¡Travis!

—Aquí abajo, Paloma. Mete primero los pies, y yo te cojo.

—¡Estás completamente loco si crees que voy a saltar a la oscuridad!

—¡Yo te cojo! ¡Te lo prometo!

Suspiré, mientras me tocaba la frente con la mano.

—¡Esto es una locura!

Me senté y después me lancé hacia delante hasta que la mitad de mi cuerpo colgaba en la oscuridad. Me puse boca abajo y estiré los pies en busca del suelo. Intenté tocar con los pies la mano de Travis, pero me resbalé y grité cuando caí hacia atrás. Un par de manos me agarraron y oí la voz de Travis en la oscuridad.

—Te caes como una chica —dijo riéndose entre dientes.

Me bajó al suelo y, entonces, me adentró más en la oscuridad. Después de una docena de pasos, pude oír el familiar griterío de números y nombres, y entonces la habitación se iluminó. Había un farol en la esquina, que arrojaba la luz suficiente para poder adivinar la cara de Travis.

—¿Qué hacemos?

—Esperar. Adam tiene que acabar de soltar su rollo antes de que yo entre.

Estaba inquieta.

—¿Debería esperar aquí? ¿O mejor entro? ¿Adónde voy cuando empiece la pelea? ¿Dónde están Shep y Mare?

—Han ido por el otro camino. Simplemente sígueme. No voy a mandarte a ese foso de tiburones sin mí. Quédate junto a Adam; él evitará que te aplasten. Yo no puedo cuidar de ti y pegar puñetazos a la vez.

—¿Que me aplasten?

—Esta noche habrá más gente. Brady Hoffman es de State. Allí tienen su propio Círculo. Así que nuestra gente se juntará con la suya. Va a ser una auténtica locura.

—¿Estás nervioso? —pregunté.

Él sonrió, bajando la mirada hacia mí.

—No, pero tú sí que pareces algo nerviosa, en cambio.

—Tal vez —admití.

—Si te hace sentir mejor, no dejaré que me toque. Ni siquiera dejaré que me dé un golpe por sus fans.

—¿Y cómo vas a arreglártelas?

Él se encogió de hombros.

—Normalmente, dejo que me toquen una vez, solo para que parezca justo.

—¿Dejas…? ¿Dejas que tu rival te alcance?

—¿Dónde estaría la diversión si me limitara a destrozar a alguien y no dejara que me dieran nunca? No es bueno para el negocio, nadie apostaría en mi contra.

—Qué montón de gilipolleces —dije, cruzándome de brazos.

Travis arqueó una ceja.

—¿Crees que te estoy engañando?

—Me resulta difícil creer que solo te peguen cuando tú les dejas.

—¿Te gustaría hacer una apuesta sobre ese asunto, Abby Abernathy? —sonrió él, con una mirada de emoción.

—Acepto la apuesta. Creo que te alcanzará una vez.

—¿Y si no lo hace? ¿Qué gano? —preguntó él.

Me encogí de hombros mientras el griterío al otro lado de la pared creció hasta convertirse en un rugido. Adam dio la bienvenida a la multitud, y entonces repasó las reglas.

La boca de Travis se abrió en una amplia sonrisa.

—Si ganas, no me acostaré con nadie durante un mes. —Arqueé una ceja y él volvió a sonreír—. Pero, si gano yo, tendrás que quedarte conmigo un mes.

—¿Qué? ¡Pero si ya me alojo contigo de todos modos! ¿Qué tipo de apuesta es esa? —grité por encima del ruido.

—Hoy han arreglado las calderas de Morgan —dijo con una sonrisa y guiñándome el ojo.

Una sonrisa de satisfacción relajó mi expresión cuando Adam gritó el nombre de Travis.

—Cualquier cosa vale la pena con tal de verte probar la abstinencia, para variar.

Travis me dio un beso en la mejilla y salió, sacando pecho. Fui tras él y, cuando entramos en la siguiente habitación, me quedé sorprendida por el gran número de personas que estaban amontonadas en un espacio tan pequeño. La habitación se hallaba llena hasta la bandera, y los empujones y el griterío aumentaban al entrar en la habitación. Travis me señaló con la cabeza, y Adam me pasó la mano por los hombros, tirando de mí hacia él.

Me incliné para hablarle a Adam al oído.

—Apuesto dos por Travis —dije.

Adam levantó las cejas mientras me miraba sacar del bolsillo dos billetes de cien dólares con la cara del presidente Benjamin. Extendió la palma y le puse los billetes en la mano.

—No eres la Pollyanna que pensaba —dijo él, pegándome un repaso.

Brady le sacaba al menos una cabeza a Travis, así que no pude evitar tragar saliva cuando los vi de pie uno junto al otro. Brady era enorme, duplicaba el tamaño y la masa muscular de Travis. No podía ver la expresión de este, pero era evidente que Brady estaba sediento de sangre.

Adam apretó los labios contra mi oreja.

—Tal vez quieras taparte los oídos, nena.

Me llevé las manos a ambos lados de la cabeza, y Adam tocó la bocina. En lugar de atacar, Travis retrocedió unos pasos. Brady lanzó un golpe, y Travis lo esquivó, desviándose hacia la derecha. Brady volvió a golpear, pero Travis se agachó y dio un paso al otro lado.

—¿Qué demonios? ¡Esto no es un combate de boxeo! —gritó Adam.

Travis alcanzó a Brady en la nariz. El ruido del sótano era ensordecedor. Travis encajó un gancho de izquierda en la mandíbula de Brady, y no pude evitar llevarme las manos a la boca cuando Brady intentó lanzar unos cuantos puñetazos más, que acabaron todos en el aire. Brady cayó contra su séquito después de que Travis le diera un codazo en la cara. Justo cuando creía que todo había casi acabado, Brady volvió a atacar. Golpe tras golpe, Brady no parecía aguantar el ritmo. Ambos hombres estaban cubiertos de sudor, y ahogué un grito cuando Brady falló otro puñetazo y acabó golpeando un pilar de cemento con el puño. Cuando su oponente se dobló, cubriéndose el puño, Travis se dispuso a dar el golpe de gracia.

Era incansable: primero le dio un rodillazo a Brady en la cara, y después lo aporreó una y otra vez hasta que Brady se derrumbó y se dio un golpe contra el suelo. El nivel de ruido estalló cuando Adam se apartó de mí para lanzar el cuadrado rojo sobre la cara ensangrentada de Brady.

Travis desapareció detrás de sus fans, y yo apreté la espalda contra la pared, buscando a tientas el camino hasta la puerta por la que habíamos entrado. Llegar hasta el farol fue un enorme alivio. Me preocupaba que me derribaran y morir pisoteada.

Clavé la mirada en el umbral de la puerta, esperando a que la multitud irrumpiera en la pequeña habitación. Después de que pasaran varios minutos sin que Travis diera ninguna señal de vida, me preparé para rehacer mis pasos hasta la ventana. Con la cantidad de gente que intentaba salir a la vez, no era seguro empezar a dar vueltas por allí.

Justo cuando me adentraba en la oscuridad, unas pisadas crujieron sobre el suelo de cemento. Travis me estaba buscando alarmado.

—¡Paloma!

—¡Estoy aquí! —grité, lanzándome en sus brazos.

Travis bajó la mirada y frunció el ceño.

—¡Me has dado un susto de cojones! Casi he tenido que empezar otra pelea solo para llegar hasta ti… Y, cuando por fin llego, ¡te habías ido!

—Me alegro de que hayas vuelto. No me entusiasmaba tener que averiguar el camino de vuelta en la oscuridad.

La preocupación desapareció de su rostro y sonrió ampliamente.

—Me parece que has perdido la apuesta.

Adam irrumpió, me miró y, después, lanzó a Travis una mirada fulminante.

—Tenemos que hablar.

Travis me guiñó un ojo.

—No te muevas. Vuelvo ahora mismo.

Desaparecieron en la oscuridad. Adam alzó su voz unas cuantas veces, pero no pude averiguar lo que decía. Travis se dio media vuelta mientras se metía un fajo de dinero en el bolsillo y después me dedicó una media sonrisa.

—Vas a necesitar más ropa.

—¿De verdad me vas a obligar a quedarme contigo un mes?

—¿Me habrías obligado a pasar un mes sin sexo? —Me reí, admitiendo que lo habría hecho.

—Será mejor que hagamos una parada en Morgan.

Travis sonrió.

—Me parece que esto será interesante.

Cuando Adam pasó, me dejó con un golpe mis ganancias en la palma de la mano y se fundió en la muchedumbre, que empezaba a disiparse.

Travis arqueó una ceja.

—¿Has apostado?

Sonreí y me encogí de hombros.

—Me pareció buena idea disfrutar de la experiencia completa.

Me llevó a la ventana, después se arrastró hasta el exterior y me ayudó a salir al fresco aire de la noche. Los grillos cantaban alegremente en las sombras, deteniéndose solo el tiempo necesario para dejarnos pasar. Las matas de hierba que bordeaban la acera se mecían con la suave brisa, recordándome el sonido del océano cuando no está lo suficientemente cerca como para oír romper las olas. No hacía ni demasiado calor ni demasiado frío: era la noche perfecta.

—¿Por qué demonios ibas a querer que me quedara contigo, en cualquier caso? —pregunté.

Travis se encogió de hombros y se metió las manos en los bolsillos.

—No sé. Todo es mejor cuando estás tú.

Las mariposas que sus palabras me hicieron sentir en el estómago desaparecieron en cuanto vi las manchas rojas y sanguinolentas de su camisa.

—¡Puaj! Estás cubierto de sangre.

Travis se miró con indiferencia y entonces abrió la puerta, invitándome a entrar. Me encontré con Kara, que estaba estudiando en la cama, cautiva de los libros de texto que la rodeaban.

—Las calderas funcionan desde esta mañana —comentó ella.

—Eso he oído —dije, mientras rebuscaba en mi armario.

—Hola —dijo Travis a Kara.

La expresión del rostro de Kara se torció cuando escudriñó la figura sudorosa y manchada de Travis.

—Travis, esta es mi compañera de habitación, Kara Lin. Kara, Travis Maddox.

—Encantada de conocerte —saludó Kara, empujándose las gafas sobre el puente de la nariz. Echó una mirada a mis abultadas bolsas—. ¿Te mudas?

—No. He perdido una apuesta.

Travis estalló en una carcajada mientras cogía mis bolsas.

—¿Lista?

—Sí. ¿Cómo voy a llevar todo esto a tu apartamento? Vamos en tu moto.

Travis sonrió y sacó su móvil. Llevó mi equipaje hasta la calle y, minutos después, el Charget negro antiguo de Shepley hizo su aparición.

Bajaron la ventanilla del lado del copiloto, y America asomó la cabeza.

—¡Hola, monada!

—¡Hola! Las calderas vuelven a funcionar en Morgan. ¿Vas a seguir quedándote con Shep?

—Sí, había pensado quedarme esta noche. He oído que has perdido una apuesta —dijo, guiñándome un ojo.

Antes de que pudiera hablar, Travis cerró el maletero y Shep aceleró, mientras America gritaba al volver a caer sentada en el coche.

Caminamos hasta su Harley, y esperó a que me acomodara en mi asiento. Cuando lo envolví con mis brazos, apoyó su mano sobre la mía.

—Me alegro de que estuvieras allí esta noche, Paloma. Nunca en mi vida me he divertido tanto en una pelea.

Apoyé el mentón en su hombro y sonreí.

—Claro, porque intentabas ganar nuestra apuesta.

Inclinó el cuello para mirarme.

—Ya lo creo que sí.

No había ningún signo de burla en su mirada; lo decía en serio y quería que lo viera.

Arqueé las cejas.

—¿Por eso estabas de tan mal humor hoy? ¿Porque sabías que habían arreglado las calderas y que me iría esta noche?

Travis no respondió; se limitó a sonreír cuando arrancó la moto. Recorrimos el trayecto hasta el apartamento de forma extrañamente lenta. En cada semáforo, Travis cubría mis manos con las suyas, o bien posaba la mano sobre mi rodilla. Los límites volvían a difuminarse, y me pregunté cómo podríamos pasar un mes juntos sin arruinarlo todo. Los cabos sueltos de nuestra amistad se estaban atando de una forma que nunca podía haber imaginado.

Cuando llegamos al apartamento, el Charger de Shepley estaba en su hueco habitual.

Me quedé de pie delante de la escalera.

—Siempre odio cuando llevan un rato en casa. Me siento como si fuéramos a interrumpirlos.

—Pues acostúmbrate. Esta es tu casa durante las próximas cuatro semanas. —Travis sonrió y se volvió, dándome la espalda—. Vamos.

—¿Qué?

Sonreí.

—Vamos, te llevaré a caballito.

Solté una risita y salté sobre su espalda, entrelazando los dedos sobre su pecho, mientras subía corriendo las escaleras. America abrió la puerta antes de que pudiéramos llegar arriba y sonrió.

—Menuda parejita… Si no supiera…

—Corta el rollo, Mare —dijo Shepley desde el sofá.

America sonrió como si hubiera hablado más de la cuenta, entonces abrió la puerta de par en par para que cupiéramos. Travis se dejó caer sobre el sillón. Chillé cuando se inclinó sobre mí.

—Te veo tremendamente alegre esta noche, Trav. ¿A qué se debe? —le espetó America.

Me agaché para verle la cara. Nunca lo había visto tan contento.

—He ganado un montón de dinero, Mare. El doble de lo que pensaba. ¿Por qué no iba a estar contento?

America se rio.

—No, es otra cosa —dijo ella, observando a Travis darme palmaditas en el muslo.

Tenía razón, Travis estaba diferente. Lo rodeaba un cierto halo de paz, casi como si un nuevo sentimiento de alegría se hubiera adueñado de su alma.

—Mare —la avisó Shepley.

—De acuerdo, hablaré de otra cosa. ¿No te había invitado Parker a la fiesta de Sig Tau este fin de semana, Abby?

La sonrisa de Travis se desvaneció y se volvió hacia mí, aguardando una respuesta.

—Bueno, sí. ¿No vamos a ir todos?

—Yo sí —dijo Shepley, absorto por la televisión.

—Lo que significa que yo también voy —dijo America, mirando con expectación a Travis.

Travis se quedó mirándome un momento y me dio un ligero codazo en la pierna.

—¿Va a pasar a recogerte o algo así?

—No, simplemente me dijo que iría a la fiesta.

America puso una sonrisa traviesa y asintió con anticipación.

—En todo caso, dijo que te vería allí. Es muy mono.

Travis lanzó una mirada de irritación a America y después se volvió hacia mí:

—¿Vas a ir?

—Le dije que lo haría —respondí, encogiéndome de hombros—. ¿Tú vas a ir?

—Claro —dijo sin vacilación.

La atención de Shepley se volvió entonces hacia Travis.

—La semana pasada dijiste que no querías ir.

—He cambiado de opinión, Shep. ¿Qué problema hay?

—Ninguno —gruñó él, retirándose a su dormitorio.

America miró a Travis con el ceño fruncido.

—Sabes muy bien cuál es —dijo ella—. ¿Por qué no paras de volver loco al chico y lo superas?

Se reunió con Shepley en su habitación y, tras la puerta cerrada, sus voces se redujeron a un murmullo.

—Bueno, me alegro de que todo el mundo lo sepa —dije.

Travis se levantó.

—Me voy a dar una ducha rápida.

—¿Le preocupa algo? —pregunté.

—No, solo está un poco paranoico.

—Es por nosotros —me atreví a adivinar.

Los ojos de Travis se iluminaron y asintió.

—¿Qué pasa? —pregunté, mirándolo suspicaz.

—Vas bien encaminada. Tiene que ver con nosotros. No te quedes dormida, ¿vale? Quiero hablar contigo de algo.

Retrocedió unos pasos y desapareció detrás de la puerta del baño. Enrosqué el pelo alrededor del dedo, reflexionando sobre el énfasis con el que pronunció la palabra «nosotros» y la mirada con la que la acompañó. Me pregunté si alguna vez había existido algún tipo de límite en absoluto, y si yo era la única que pensaba que Travis y yo seguíamos siendo solo amigos.

Shepley salió hecho una furia de su cuarto, y America corrió tras él.

—Shep, ¡detente! —le rogó ella.

Él se volvió a mirar la puerta del baño y luego a mí. Hablaba en voz baja pero enfadada.

—Me lo prometiste, Abby. Cuando te dije que no te dejaras llevar por las apariencias, ¡no me refería a que os liarais! ¡Pensaba que erais solo amigos!

—Y así es —dije, conmocionada por su ataque sorpresa.

—¡No, no lo sois! —respondió él furibundo.

America le tocó el hombro.

—Cariño, te dije que todo iría bien.

Él se alejó de ella.

—¿Por qué apoyas esto, Mare? ¡Ya te he dicho cómo acabará todo!

America le cogió la cara con ambas manos.

—¡Y yo te he dicho que te equivocabas! ¿Es que no confías en mí?

Shepley suspiró, la miró y después se largó furioso a su habitación.

America se dejó caer en el sillón que había a mi lado y resopló.

—No consigo meterle en la cabeza que, tanto si lo tuyo con Travis funciona como si no, no tiene por qué afectarnos. Supongo que está muy quemado por otras veces. Simplemente, no me cree.

—¿De qué estás hablando, Mare? Travis y yo no estamos juntos. Solo somos amigos. Ya lo has oído antes…, a él no le intereso en ese sentido.

—¿Eso has oído?

—Pues sí.

—¿Y te lo crees?

Me encogí de hombros.

—No importa. Nunca pasará nada. Me ha dicho que no me ve de ese modo. Además, tiene una fobia total al compromiso. Me costaría encontrar a una amiga, aparte de ti, con la que no se hubiera acostado, y no puedo aguantar sus cambios de humor. No me puedo creer que Shep piense de otro modo.

—Porque no solo conoce a Travis… Ha hablado con él, Abby.

—¿Qué quieres decir?

—¿Mare? —Shepley la llamó desde el dormitorio.

America suspiró.

—Eres mi mejor amiga. Me parece que a veces te conozco mejor de lo que te conoces tú a ti misma. Os veo juntos, y la única diferencia que hay respecto a Shep y a mí es que nosotros nos acostamos. Nada más.

—Hay una diferencia enorme, enorme. ¿Acaso Shep trae cada noche a casa a una chica diferente? ¿Vas a ir a la fiesta de mañana con un tío que definitivamente puede ser un novio potencial? Sabes que no puedo liarme con Travis, Mare. Ni siquiera sé por qué estamos discutiéndolo.

La expresión se America se transformó en decepción.

—No estoy inventándome nada, Abby. Has pasado casi cada minuto del último mes con él. Admítelo: sientes algo por ese chico.

—Déjalo, Mare —dijo Travis, ciñéndose la toalla alrededor de la cintura.

America y yo dimos un respingo al oír la voz de Travis y, cuando mi mirada se cruzó con la suya, vi claramente que la felicidad había desaparecido de ella. Se fue al vestíbulo sin decir nada más, y America me miró con una expresión triste.

—Creo que estás cometiendo un error —susurró ella—. No necesitas ir a esa fiesta a conocer a un chico, ya tienes a uno loco por ti aquí mismo —prosiguió, dejándome a solas.

Me balanceé en el sillón y repasé mentalmente todo lo que había ocurrido esa última semana. Shepley estaba enfadado conmigo, America, decepcionada, y Travis… había pasado de estar más feliz de lo que lo había visto jamás a sentirse tan ofendido que se había quedado sin habla. Demasiado nerviosa como para meterme en la cama con él, me quedé observando cómo pasaban los minutos en el reloj.

Había transcurrido una hora cuando Travis salió de su habitación y apareció en el vestíbulo. Cuando dobló la esquina, esperé que me pidiera que fuera a la cama con él, pero estaba vestido y llevaba las llaves de la moto en la mano. Unas gafas de sol ocultaban sus ojos, y se metió un cigarrillo en la boca antes de agarrar el pomo de la puerta.

—¿Te vas? —pregunté, incorporándome—. ¿Adónde?

—Fuera —respondió, abriendo la puerta de un tirón y cerrándola de un portazo tras él.

Volví a dejarme caer en el sillón y resoplé. De alguna manera me había convertido en la mala de la historia, y no tenía ni idea de cómo había llegado hasta ese punto.

Cuando el reloj que había sobre la televisión marcaba las dos de la mañana, acabé resignándome a irme a la cama. Aquel colchón resultaba solitario sin él, y la idea de llamarlo al móvil empezó a rondarme por la cabeza. Casi me había quedado dormida cuando la moto de Travis se detuvo en el aparcamiento. Dos puertas de un coche se cerraron poco después, y oí las pisadas de varias personas que subían las escaleras. Travis buscó a tientas la cerradura y, entonces, la puerta se abrió. Se rio y farfulló algo, después oí no una, sino dos voces femeninas. Su risoteo se interrumpió con el distintivo sonido de los besos y los gemidos. Se me cayó el alma a los pies e inmediatamente me enfadé por sentirme así. Apreté los ojos con rabia cuando una de las chicas gritó y después tuve la seguridad de que el siguiente sonido se correspondía a los tres derrumbándose sobre el sofá.

Consideré pedir las llaves a America, pero la puerta de Shepley se veía directamente desde el sofá, y mi estómago no podía aguantar ser testigo de la imagen que acompañaba a los ruidos de la sala de estar. Enterré la cabeza bajo la almohada y cerré los ojos cuando la puerta se abrió de golpe. Travis cruzó la habitación, abrió el cajón superior de la mesita de noche, cogió el tarro de condones, y después cerró el cajón y volvió al pasillo. Las chicas se rieron durante lo que pareció una media hora, y después todo se instaló en el silencio.

Al cabo de unos segundos, gemidos, jadeos y gritos llenaron el apartamento. Sonaba como si estuvieran rodando una película pornográfica en el salón. Me tapé la cara con las manos y sacudí la cabeza. Una roca impenetrable había ocupado los límites que hubieran podido difuminarse o desaparecer la semana anterior. Intentaba librarme de mis ridículas emociones y forzarme a relajarme. Travis era Travis, y nosotros, sin lugar a dudas, éramos amigos y solo eso.

Los gritos y otros ruidos nauseabundos cesaron después de una hora, seguidos por el gimoteo y las quejas de las mujeres a las que estaban despidiendo. Travis se duchó y se tiró en su lado de la cama, de espaldas a mí. Incluso después de la ducha, olía como si hubiera bebido whisky suficiente para sedar a un caballo, y me quedé de piedra al pensar que había conducido la moto hasta casa en semejante estado.

Después de que la incomodidad desapareciera, se despertó la ira, y seguí sin poder conciliar el sueño. Cuando la respiración de Travis se volvió profunda y regular, me senté para mirar el reloj. El sol empezaría a salir en menos de una hora. Me desembaracé de las sábanas, salí de la habitación y saqué una manta del armario del pasillo. Las únicas pruebas que quedaban del trío de Travis eran dos paquetes de condones en el suelo. Los pisé y me dejé caer en el sillón.

Cerré los ojos. Cuando volví a abrirlos de nuevo, America y Shepley estaban sentados en silencio en el sofá viendo la televisión sin sonido. El sol iluminaba el apartamento, y me encogí cuando mi espalda se quejó al menor intento de moverme.

America centró su atención en mí.

—¿Abby? —dijo ella, corriendo junto a mí.

Me dedicó una mirada cautelosa. Esperaba que reaccionara con ira, lágrimas o cualquier otro estallido emocional.

Shepley parecía hecho polvo.

—Siento lo de anoche, Abby. Todo esto es culpa mía.

Sonreí.

—Tranquilo, Shep. No tienes de qué disculparte.

America y Shepley intercambiaron unas miradas, y después ella me cogió la mano.

—Travis se ha ido a la tienda. Está…, bueno, da igual dónde está. He recogido tus cosas y te llevaré a la residencia antes de que vuelva a casa para que no tengas que verlo.

Hasta ese momento, no sentí ganas de llorar. Me habían echado. Me esforcé para hablar con voz calmada:

—¿Tengo tiempo para darme una ducha?

America negó con la cabeza.

—Vámonos ya, Abby. No quiero que tengas que verlo. No merece que…

La puerta se abrió de par en par, y Travis entró, con los brazos cargados de bolsas de comida. Fue directamente a la cocina y empezó a guardar las latas y cajas en los armarios a toda prisa.

—Cuando Paloma se despierte, decídmelo, ¿vale? —dijo con voz suave—. He traído espaguetis, tortitas, fresas y esa cosa de avena con los trozos de chocolate; y le gustan los cereales Fruity Pebbles, ¿verdad, Mare? —preguntó él, mientras se daba la vuelta.

Cuando me vio, se quedó helado. Después de una pausa incómoda, su expresión se relajó y su voz sonó tranquila y dulce.

—Hola, Paloma.

Si me hubiera despertado en un país extranjero, no me habría sentido más confusa. Nada de aquello tenía sentido. Primero había pensado que me habían echado, y después Travis aparece con bolsas llenas de mi comida favorita.

Dio unos pasos hacia el comedor, metiéndose nervioso las manos en los bolsillos.

—¿Tienes hambre, Paloma? Te prepararé unas tortitas. Ah, y también hay avena. Y te he comprado esa espuma rosa con la que se depilan las chicas, y un secador y…, y… espera un segundo, está aquí —dijo, corriendo al dormitorio.

Se abrió la puerta, se cerró y entonces apareció por la esquina, pálido. Respiró hondo y levantó las cejas.

—Todas tus cosas están recogidas.

—Lo sé —dije.

—Te vas —admitió, derrotado.

Miré a America, que estaba fulminando a Travis, como si pudiera matarlo con la mirada.

—¿De verdad esperabas que se quedara?

—Nena… —susurró Shepley.

—Joder, Shepley, no empieces. Y ni se te ocurra defenderlo —sentenció America, furiosa.

Travis parecía desesperado.

—Lo siento muchísimo, Paloma. Ni siquiera sé qué decir.

—Abby, vámonos —dijo America.

Se levantó y me tiró del brazo.

Travis dio un paso hacia delante, pero America lo apuntó con un dedo amenazante.

—¡Por Dios santo, Travis! ¡Como intentes detenerla, te rociaré con gasolina y te prenderé fuego mientras duermes!

—America —la interrumpió Shepley, que parecía también un poco desesperado.

Vi con claridad que se debatía entre apoyar a su primo o a la mujer a la que amaba, y me sentí fatal por él. Se encontraba en la situación exacta que había intentado evitar desde el principio.

—Estoy bien —dije, exasperada por la tensión del cuarto.

—¿Qué quieres decir con que estás bien? —preguntó Shepley, casi esperanzado.

Puse los ojos en blanco.

—Travis trajo a unas chicas del bar a casa anoche. ¿Y qué?

America parecía preocupada.

—Pero, Abby, ¿intentas decir que no te importa lo que pasó ayer?

Los miré a todos.

—Travis puede traer a su casa a quien quiera. Es su apartamento.

America se quedó mirándome fijamente como si creyera que había perdido el juicio, Shepley estaba a punto de sonreír y Travis parecía peor que antes.

—¿No has empaquetado tus cosas? —preguntó Travis.

Negué con la cabeza y miré el reloj; pasaban de las dos de la tarde.

—No, y ahora voy a tener que deshacer todas las maletas. Aún tengo que comer, ducharme, vestirme… —dije, mientras entraba en el baño.

Una vez que la puerta se cerró detrás de mí, me apoyé contra ella y me dejé caer sobre el suelo. Estaba segura de haber cabreado a America más allá de cualquier desagravio posible, pero había hecho una promesa a Shepley, y estaba decidida a mantener mi palabra.

Un suave golpeteo resonó en la puerta por encima de mí.

—¿Paloma? —dijo Travis.

—¿Sí? —dije, intentando que sonara normal.

—¿Te vas a quedar?

—Puedo irme si quieres, pero una apuesta es una apuesta.

La puerta vibró con el suave golpe de la frente de Travis contra la puerta.

—No quiero que te vayas, pero no te culparía si lo hicieras.

—¿Me estás diciendo que me liberas de la apuesta?

Hubo una larga pausa.

—Si digo que sí, ¿te irás?

—Pues claro, no vivo aquí, tonto —dije, obligándome a reír.

—Entonces, no, la apuesta sigue en pie.

Levanté la mirada y sacudí la cabeza, sintiendo que las lágrimas me ardían en los ojos. No tenía ni idea de por qué lloraba, pero no podía parar.

—¿Y ahora? ¿Puedo ducharme?

—Sí… —dijo él, con un suspiro.

Oí los zapatos de America en el pasillo, que atropellaban a Travis.

—Eres un cabrón egoísta —gruñó ella, cerrando tras ella la puerta de Shepley con un portazo.

Me levanté del suelo apoyándome en la puerta, abrí el agua de la ducha y, entonces, me desvestí y corrí.

Después oí que volvían a llamar a la puerta, y que Travis se aclaraba la garganta.

—¿Paloma? Te he traído unas cuantas cosas.

—Déjalas en el lavabo. Después las cogeré.

Travis entró y cerró la puerta.

—Estaba enfadado. Te oí escupiendo todos mis defectos delante de America, y eso me cabreó. Solo pretendía ir a tomar unas copas e intentar aclararme las ideas, pero, antes de darme cuenta, estaba totalmente borracho y esas chicas… —Hizo una pausa—. Me desperté esta mañana y no estabas en la cama y, cuando te encontré en el sillón y vi los envoltorios en el suelo, sentí náuseas.

—Podrías habérmelo pedido antes de gastarte todo ese dinero en comida solo para obligarme a quedarme.

—No me importa el dinero, Paloma. Tenía miedo de que te fueras y no volvieras a dirigirme la palabra jamás.

Su explicación me hizo sentir avergonzada. No me había parado a pensar en cómo le habría sentado oírme hablar de lo malo que era él para mí, y ahora la situación se había complicado de forma salvaje.

—No pretendía herir tus sentimientos —dije, de pie bajo el agua.

—Sé que no. Y sé que no importa lo que diga ahora, porque he jodido las cosas…, como hago siempre.

—¿Trav?

—¿Sí?

—No vuelvas a conducir la moto borracho, ¿vale?

Esperé un minuto entero hasta que él respiró hondo y habló por fin.

—Sí, vale —dijo, antes de cerrar la puerta tras él.