GOLPE BAJO
Finch dio otra calada. El humo le salió por la nariz en dos espesas columnas de humo. Levanté la cara hacia el sol mientras él me entretenía con su último fin de semana de baile, bebida y un nuevo amigo muy persistente.
—Si te está acosando, ¿por qué le dejas que te invite a copas? —me reí.
—Simple, Abby. Estoy sin pasta.
Volví a reírme, y Finch me dio un codazo en un costado cuando vio que Travis venía hacia nosotros.
—Hola, Travis —dijo Finch en tono cantarín, antes de guiñarme un ojo.
—Finch —le respondió él, asintiendo con la cabeza. Movió las llaves en el aire—. Me voy a casa, Paloma. ¿Necesitas que te lleve?
—Justo iba a entrar —dije, sonriéndole desde detrás de mis gafas de sol.
—¿No te quedas conmigo esta noche? —me preguntó. Su cara era una combinación de sorpresa y decepción.
—Sí, sí que me quedo, pero necesito coger unas cuantas cosas que me dejé.
—¿Como qué?
—Bueno, pues mi cuchilla, por ejemplo. ¿Qué más te da?
—Sí, ya va siendo hora de que te depiles las piernas. Han estado arrancándome la piel a tiras —dijo él, con una mueca traviesa.
A Finch casi se le salieron los ojos de las órbitas, mientras me echaba una mirada para confirmar lo que había oído. Yo le puse mala cara a Travis.
—¡Así empiezan los rumores!
Miré a Finch y sacudí la cabeza.
—Estoy durmiendo en su cama…, solo durmiendo.
—Ya —dijo Finch con una sonrisa petulante.
Le di un manotazo a Finch en el brazo antes de abrir la puerta y subir las escaleras. Cuando llegué al segundo piso, Travis estaba a mi lado.
—Vamos, no te enfades. Solo era una broma.
—Todo el mundo da ya por supuesto que nos estamos acostando. Lo estás empeorando.
—¿Y a quién le importa lo que piensen los demás?
—¡A mí, Travis! ¡A mí!
Empujé la puerta de mi habitación, metí unas cuantas cosas al azar en una bolsita y después salí furiosa con Travis pisándome los talones. Se rio mientras me cogía la bolsa que llevaba en la mano, y me quedé mirándolo.
—No tiene ninguna gracia. ¿Quieres que toda la universidad piense que soy una de tus zorras?
Travis frunció el ceño.
—Nadie piensa eso. Y, si alguien lo hace, será mejor que no llegue a mis oídos.
Me sujetó la puerta y, después de pasar, me detuve abruptamente delante de él.
—¡Eh! —dijo él, topándose conmigo.
Me di media vuelta con grandes aspavientos.
—¡Oh, Dios mío! La gente debe de pensar que estamos juntos y que tú sigues sin ninguna vergüenza con tu… estilo de vida. ¡Debo de parecer patética! —dije, dándome cuenta de la situación mientras hablaba—. No creo que deba seguir quedándome contigo; de hecho, creo que, en general, deberíamos mantenernos alejados el uno del otro durante un tiempo.
Le cogí la bolsa y él volvió a quitármela de las manos.
—Nadie piensa que estemos juntos, Paloma. No tienes que dejar de hablar conmigo para demostrar nada.
Iniciamos una especie de pelea por la bolsa, y, cuando se negó a soltarla, proferí un fuerte gruñido de frustración.
—¿Alguna vez se había quedado una chica, y me refiero a una que fuera solo tu amiga, a vivir contigo en tu casa? ¿Alguna vez habías llevado y traído a chicas a la universidad? ¿O habías comido con alguna todos los días? Nadie sabe qué pensar de nosotros, ¡aunque se lo expliquemos!
Fue caminando hasta el aparcamiento con mis cosas como prenda.
—Lo arreglaré, ¿vale? No quiero que nadie piense mal de ti por mi culpa —dijo con gesto turbado. Sus ojos brillaron y sonrió—. Déjame compensarte. ¿Por qué no vamos a The Dutch esta noche?
—Pero si es un bar de moteros —dije, mientras observaba como ataba mi bolsa a su moto.
—Vale, pues entonces vayamos al club. Te llevaré a cenar y después podemos ir a The Red Door. Pago yo.
—¿Cómo arreglará el problema que salgamos a cenar y después vayamos a un club? Que la gente nos vea juntos solo empeorará la situación.
Se sentó a horcajadas sobre la moto.
—Piénsalo. ¿Yo, borracho, en una habitación llena de mujeres ligeras de ropa? La gente no tardará mucho en darse cuenta de que no somos pareja.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer yo? ¿Llevar a un tío del bar a casa para dejarlo del todo claro?
—No he dicho eso. No hay necesidad de perder la cabeza —dijo con mala cara.
Puse los ojos en blanco, me subí al asiento y rodeé su cintura con mis brazos.
—¿Una chica cualquiera nos seguirá a casa desde el bar? ¿Así piensas compensarme?
—¿Acaso estás celosa, Paloma?
—¿Celosa de qué? ¿De la imbécil con alguna infección de transmisión sexual a la que echarás por la mañana?
Travis se rio y arrancó la Harley. Voló hacia su apartamento al doble de la velocidad permitida, y cerré los ojos para no ver los árboles y los coches que dejábamos atrás.
Después de bajarme de su moto, le di un golpe en el hombro.
—¿Es que se te ha olvidado que iba contigo? ¿Intentas matarme?
—Es difícil olvidar que estás detrás de mí cuando tus muslos me están exprimiendo la vida. —Su siguiente pensamiento le hizo sonreír—. De hecho, no se me ocurre una manera mejor de morir.
—Realmente te falta un tornillo.
Apenas habíamos entrado cuando America salió del dormitorio de Shepley.
—Estábamos pensando en salir esta noche. ¿Os apuntáis, chicos?
Miré a Travis y sonreí.
—Nos pasaremos por el bar de sushi antes de ir al Red.
America sonrió de oreja a oreja.
—¡Shep! —gritó, entrando a toda prisa en el baño—. ¡Salimos esta noche!
Fui la última en entrar en el baño, así que Shepley, America y Travis me esperaban impacientes, de pie junto a la puerta, cuando salí del cuarto de aseo con un vestido negro y unos zapatos de tacón rosa fuerte.
America silbó.
—¡Estás cañón, nena!
Sonreí agradecida y Travis me tendió la mano.
—Bonitas piernas.
—¿Te dije que es una cuchilla mágica?
—Me parece que no ha sido la cuchilla —dijo sonriendo, mientras tiraba de mí para que cruzara la puerta.
En el bar de sushi, resultamos ruidosos y molestos, y ya habíamos bebido suficiente para toda la noche antes de poner un pie en The Red Door. Shepley recorrió lentamente el aparcamiento, tomándose su tiempo para encontrar un espacio libre.
—Estaría bien aparcar en algún momento de esta noche, Shep —musitó America.
—Oye, tengo que encontrar un sitio ancho. No quiero que algún idiota borracho me estropee la pintura.
Cuando aparcamos, Travis inclinó el asiento hacia delante y me ayudó a salir.
—Quería preguntaros por vuestros carnés de identidad. Son impecables. Por aquí no los consigues así.
—Sí, los tenemos desde hace tiempo. Era necesario… en Wichita —dije.
—¿Necesario? —preguntó Travis.
—Es bueno tener contactos —dijo America.
Se le escapó un hipido y se tapó la boca, mientras se reía tontamente.
—Por Dios, mujer —dijo Shepley, cogiendo a America del brazo, mientras ella caminaba torpemente sobre la grava—. Creo que ya has tenido bastante por esta noche.
Travis puso mala cara.
—¿De qué estás hablando, Mare? ¿Qué contactos?
—Abby tiene algunos viejos amigos que…
—Son carnés de identidad falsos, Trav —le interrumpí—. Tienes que conocer a la gente adecuada si quieres que te los hagan bien, ¿no te parece?
America apartó a propósito la mirada de Travis y esperó.
—Sí —dijo él, extendiendo la mano para que le diera la mía.
Lo cogí por tres dedos y sonreí, sabiendo por su expresión que mi respuesta no le había satisfecho.
—¡Necesito otra copa! —dije, en un segundo intento de cambiar de tema.
—¡Chupitos! —gritó America.
Shepley puso los ojos en blanco.
—Ah, sí. Eso es lo que necesitas, otro chupito.
Una vez dentro, America me condujo inmediatamente a la pista de baile. Su cabellera rubia se movía por todas partes, y la cara de pato que ponía cuando se movía al ritmo de la música me hizo reír. Cuando la canción acabó, nos reunimos con los chicos en el bar. Al lado de Travis, se había plantado ya una rubia platino excesivamente voluptuosa, y la cara de America se retorció en una mueca de asco.
—Será así toda la noche, Mare. Simplemente, ignóralas —dijo Shepley, señalando con la cabeza a un pequeño grupo de chicas que estaban a unos metros. Miraban a la rubia y esperaban su turno.
—Parece que Las Vegas ha vomitado a una bandada de buitres —ironizó America.
Travis se encendió un cigarrillo mientras pedía dos cervezas más; la rubia se mordió el labio recauchutado y brillante, y sonrió. El camarero abrió las botellas y se las acercó a Travis. La rubia cogió una de las cervezas, pero Travis se la quitó de la mano.
—Eh…, no es para ti —le dijo, mientras me la daba a mí.
Lo primero que se me ocurrió fue tirar la botella a la basura, pero la mujer parecía tan ofendida que sonreí y di un trago. Se largó enfadada y yo me reí entre dientes, pero Travis no pareció ni fijarse.
—Como si fuera a pagarle una cerveza a una chica cualquiera de un bar —dijo, sacudiendo la cabeza. Yo alcé mi cerveza, y él esbozó una media sonrisa.
—Tú eres diferente.
Choqué mi botella contra la suya.
—Por ser la única chica con la que un tío sin criterio no quiere acostarse —dije, antes de dar un trago.
—¿Bromeas? —me preguntó, apartando la botella de mi boca. Como no me retracté, se inclinó hacia mí—. En primer lugar…, tengo criterio. Nunca he estado con una mujer fea. Jamás. Y, en segundo, sí quería acostarme contigo. Me he imaginado tirándote sobre mi sofá de cincuenta maneras diferentes, pero no lo he hecho porque ya no te veo de ese modo. Y no porque no me atraigas, sino porque creo que eres mejor que eso.
No pude contener la sonrisa de suficiencia que se extendió en mi cara.
—Crees que soy demasiado buena para ti.
Puso cara de desdén ante mi segundo insulto.
—No conozco ni a un solo tío que sea suficientemente bueno para ti.
La sonrisa petulante desapareció para dejar paso a una que demostraba agradecimiento, e incluso emoción.
—Gracias, Trav —dije, mientras dejaba la botella vacía sobre la barra.
Travis me cogió de la mano.
—Vamos —dijo él y me condujo entre la multitud hasta la pista de baile.
—¡He bebido mucho! ¡Me voy a caer!
Travis sonrió y tiró de mí hacia él, mientras me agarraba por las caderas.
—Cállate y baila.
America y Shepley aparecieron a nuestro lado. Shepley se movía como si hubiera visto demasiados vídeos de Usher. Estuve a punto de dejarme llevar por el pánico cuando Travis me apretó contra él. Si usaba alguno de esos movimientos en el sofá, entendía por qué tantas chicas se arriesgaban a sufrir una humillación por la mañana.
Ciñó sus manos alrededor de mis caderas, y me di cuenta de que su expresión era diferente, casi seria. Le pasé las manos por el pecho y por los impecables abdominales, mientras se estiraban y tensaban bajo la ajustada camiseta, al ritmo de la música. Me puse de espaldas a él y sonreí cuando me agarró por la cintura. Por todo ello y por el alcohol que me corría por las venas, cuando apretó mi cuerpo contra el suyo, me vinieron ideas a la cabeza que eran cualquier cosa menos las de una simple amiga.
La siguiente canción se unió a la que estábamos bailando, y Travis no dio señal alguna de querer volver al bar. Tenía la nuca cubierta de gotas de sudor, y las luces multicolores me hacían sentir algo mareada. Cerré los ojos y apoyé la cabeza contra su hombro. Me agarró las manos y me las subió hasta el cuello. Sus manos bajaron por mis brazos, por mis costillas y finalmente regresaron a mis caderas. Cuando noté sus labios y su lengua sobre mi cuello, me aparté de él.
Él se rio, algo sorprendido.
—¿Qué pasa, Paloma?
Mi ánimo se enardeció, pero las duras palabras que quería decir se me quedaron atascadas en la garganta. Me retiré al bar y pedí otra Coronita. Travis se sentó en el taburete que había a mi lado y levantó el dedo para pedirse otra copa. En cuanto el camarero me sirvió la botella, me bebí la mitad del contenido antes de volver a dejarla sobre la barra.
—¿Crees que esto cambiará la opinión de alguien sobre nosotros? —dije, echándome el pelo a un lado para cubrir el lugar en el que me había besado.
Soltó una carcajada.
—Me importa un pimiento lo que piensen de nosotros.
Lo fulminé con la mirada y después me volví hacia delante.
—Paloma —dijo, tocándome el brazo.
Me aparté de él.
—No, nunca podría emborracharme lo suficiente para dejar que me llevaras a ese sofá.
Su cara se retorció en una mueca de ira, pero, antes de que pudiera decir nada, una morena impresionante, con morritos, unos ojos azules enormes y un escote todavía mayor, se acercó a él.
—Vaya, vaya, si es Travis Maddox —dijo, contoneándose en todos los sitios correctos.
Dio un trago y clavó los ojos en mí.
—Hola, Megan.
—¿No me presentas a tu novia? —dijo ella sonriendo.
Puse los ojos en blanco por lo transparente y lamentable que resultaba.
Travis echó la cabeza hacia atrás para apurar la cerveza y después lanzó la botella vacía por la barra. Todos los que estaban esperando para pedir la siguieron con la mirada hasta que cayó en el cubo de la basura que había al final.
—No es mi novia.
Cogió a Megan de la mano, y ella lo siguió feliz a la pista de baile. La manoseó por todas partes durante una canción, otra y otra. Estaban montando una escena por cómo ella le dejaba meterle mano y, cuando la inclinó, me volví de espaldas a ellos.
—Pareces cabreada —dijo un hombre que estaba sentado a mi lado—. ¿Ese de ahí es tu novio?
—No, es solo un amigo —murmuré.
—Pues menos mal. Podría haber sido bastante incómodo para ti si lo hubiera sido.
Se volvió hacia la pista de baile y sacudió la cabeza ante el espectáculo.
—Y que lo digas —asentí, apurando lo que me quedaba de la botella.
Apenas había notado el sabor de las últimas dos, y tenía los dientes adormecidos.
—¿Te apetece otra? —preguntó. Lo examiné y él sonrió—. Soy Ethan.
—Abby —dije, estrechando la mano que me tendía. Levantó dos dedos al camarero y sonreí—. Gracias.
—Entonces, ¿vives aquí? —me preguntó.
—En Morgan Hall, en Eastern.
—Yo tengo un apartamento en Hinley.
—¿Vas a State? —pregunté—. ¿No está como a… una hora de distancia? ¿Qué haces por aquí?
—Me gradué el pasado mayo. Mi hermana pequeña va a Eastern. Me quedo con ella esta semana mientras busco trabajo.
—Vaya…, la vida en el mundo real, ¿eh?
Ethan se rio.
—Y es tal y como nos cuentan que es.
Saqué el brillo de labios del bolsillo y me lo extendí con esmero, usando el espejo que forraba la pared que había detrás de la barra.
—Un bonito color —dijo él, mientras me observaba apretar los labios.
Sonreí, mientras sentía la ira hacia Travis y la embriaguez del alcohol.
—Tal vez puedas probarlo después.
A Ethan se le iluminó la mirada mientras se acercaba más, y yo sonreí cuando me tocó la rodilla. Apartó la mano cuando Travis se interpuso entre nosotros.
—¿Estás lista, Paloma?
—Estoy en medio de una conversación, Travis —dije, apartándolo.
Tenía la camiseta empapada por el circo que había montado en la pista de baile, y me limpié la mano en la falda ostentosamente.
Travis puso mala cara.
—¿Acaso conoces a este tío?
—Es Ethan —dije, dedicándole la mejor sonrisa de flirteo a mi nuevo amigo.
Me guiñó un ojo, después miró a Travis y le tendió la mano.
—Me alegro de verte.
Travis me observó expectante hasta que cedí y lo señalé con la mano.
—Ethan, este es Travis —murmuré.
—Travis Maddox —apuntilló él, mirando la mano de Ethan como si quisiera arrancársela. Los ojos de Ethan se abrieron como platos y, con poca elegancia, apartó la mano.
—¿Travis Maddox? ¿El Travis Maddox de Eastern? —Apoyé la mejilla en el puño, temiendo la inevitable escena exacerbada por la testosterona que podría desarrollarse a continuación. Travis alargó el brazo por detrás de mí para agarrarse a la barra.
—¿Sí? ¿Qué pasa?
—Te vi luchar con Shawn Smith el año pasado, tío. ¡Pensaba que estaba a punto de presenciar la muerte de alguien! —Travis lo fulminó con la mirada.
—¿Quieres verlo de nuevo?
Ethan soltó una carcajada, y nos miró por turnos. Cuando se dio cuenta de que Travis iba en serio, me sonrió como señal de disculpa y finalmente se fue.
—¿Estás lista ahora? —espetó él.
—Eres un auténtico gilipollas, ¿lo sabías?
—Me han llamado cosas peores —me dijo, ayudándome a levantarme del taburete. Seguimos a America y a Shepley hasta el coche, y cuando Travis intentó cogerme de la mano y llevarme a través del aparcamiento, la aparté. Se dio media vuelta y yo me detuve bruscamente, retrocediendo cuando él se quedó a tan solo unos centímetros de mi cara.
—¡Debería besarte ya y acabar con esto! —gritó él—. ¡Esto es ridículo! Te besé en el cuello, ¿y qué?
Su aliento olía a cervezas y cigarrillos, así que lo aparté.
—No soy tu amiga con derecho a roce, Travis.
Él sacudió la cabeza, sin poder creérselo.
—¡Nunca he dicho que lo fueras! ¡Estás conmigo veinticuatro horas, siete días a la semana, duermes en mi cama, pero la mitad del tiempo actúas como si no quisieras que te vieran conmigo!
—¡Pero si he venido aquí contigo!
—Siempre te he tratado con respeto, Paloma.
Yo seguí en mis trece.
—No, me tratas como si te perteneciera. ¡No tenías derecho a espantar a Ethan así!
—¿Sabes quién es Ethan? —me preguntó.
Cuando negué con la cabeza, se acercó más.
—Pues yo sí. El año pasado lo arrestaron por agresión sexual, pero retiraron los cargos.
Crucé los brazos.
—Oh, ¿entonces tenéis algo en común?
Travis frunció el ceño, y los músculos de sus mandíbulas se movieron bajo la piel.
—¿Me estás llamando violador? —dijo en un tono frío y bajo.
Apreté los labios, todavía más enfadada por que tuviera razón. Lo había llevado demasiado lejos.
—No, simplemente estoy cabreada contigo.
—He estado bebiendo, ¿vale? Tu piel estaba a dos centímetros de la mía, eres guapa y hueles acojonantemente bien cuando sudas. ¡Te besé, lo siento! ¡Supéralo!
Su disculpa me hizo esbozar una sonrisa.
—¿Crees que soy guapa?
Frunció el ceño con disgusto.
—Eres una preciosidad y lo sabes. ¿Por qué sonríes?
Intenté reprimir mi regocijo para no darle ese placer.
—Nada. Vámonos.
Travis se rio y sacudió la cabeza.
—¿Qué? ¿Cómo? ¡Eres un auténtico dolor de cabeza! —me gritó, mirándome fijamente. No podía dejar de sonreír y, tras unos segundos, Travis sonrió. Sacudió la cabeza de nuevo, y después me pasó el brazo por el cuello.
—Me vuelves loco. Lo sabes, ¿no?
En el apartamento, todos cruzamos torpemente la puerta. Fui directamente al baño para quitarme el humo del pelo. Cuando salí de la ducha, vi que Travis me había llevado una de sus camisetas y un par de sus pantalones cortos para que me cambiara.
La camiseta me engulló y los pantalones desaparecieron bajo la camiseta. Me derrumbé en la cama y suspiré, todavía sonriendo por lo que había dicho en el aparcamiento.
Travis se quedó mirándome durante un momento, y sentí una punzada en el pecho. Tenía unas ansias casi voraces por cogerle la cara y plantar mi boca en la suya, pero luché contra el alcohol y las hormonas que corrían por mis venas.
—Buenas noches, Paloma —susurró, mientras se daba media vuelta.
Me moví nerviosa; todavía no estaba preparada para dormirme.
—¿Trav? —dije, acercándome para apoyar la barbilla en su hombro.
—¿Sí?
—Sé que estoy borracha, y acabamos de tener una enorme pelea por esto, pero…
—No voy a acostarme contigo, así que deja de pedírmelo —dijo, todavía de espaldas a mí.
—¿Qué? ¡No! —grité.
Travis se rio y se volvió para mirarme, con una expresión de ternura.
—¿Qué pasa, Paloma?
Suspiré.
—Esto —dije, apoyando la cabeza sobre su pecho y estirando el brazo por encima de él, acurrucándome tan cerca como pude.
Se puso tenso y levantó las manos, como si no supiera cómo reaccionar.
—Estás borracha.
—Lo sé —dije, demasiado ebria como para avergonzarme.
Se relajó y me puso una mano sobre la espalda y otra sobre el pelo mojado, después apretó los labios contra mi frente.
—Eres la mujer más confusa que he conocido nunca.
—Es lo menos que puedes hacer después de espantar al único chico que se me ha acercado hoy.
—¿Te refieres a Ethan, el violador? Sí, te debo una.
—No importa —dije, sintiendo el inicio de un rechazo.
Me cogió el brazo y lo sujetó contra su estómago para evitar que lo apartara.
—No, lo digo en serio. Tienes que tener más cuidado. Si no hubiera estado allí… Ni siquiera quiero pensar en ello. ¿Y ahora esperas que me disculpe por hacer que te dejara en paz?
—No quiero que te disculpes. Ni siquiera se trata de eso.
—Entonces, ¿qué pasa? —me preguntó, buscándome los ojos.
Su cara estaba a escasos centímetros de la mía y podía notar su aliento en mis labios.
Fruncí el ceño.
—Estoy borracha, Travis. Es la única excusa que tengo.
—¿Quieres que te abrace hasta que te quedes dormida? —No respondí y él se movió para mirarme directamente a los ojos—. Debería decir que no para corroborar mi postura —dijo, arqueando las cejas—. Pero después me odiaría si me negara y no volvieras a pedírmelo.
Apoyé la mejilla en su pecho, y él me abrazó más fuerte, suspirando.
—No necesitas ninguna excusa, Paloma. Solo tienes que pedirlo.
Entrecerré los ojos por la luz del sol que entraba por la ventana y entonces la alarma resonó en mis oídos. Travis seguía dormido, rodeándome todavía con brazos y piernas. Conseguí liberar un brazo para parar el despertador.
Después de frotarme la cara, lo miré: estaba durmiendo sonoramente a dos centímetros de mi cara.
—Oh, Dios mío —susurré, preguntándome cómo habíamos llegado a estar tan entrelazados. Respiré hondo y contuve la respiración mientras intentaba liberarme.
—Déjalo, Paloma, estoy durmiendo —murmuró él, apretándome contra él.
Después de varios intentos, finalmente conseguí soltarme, y me senté al borde de la cama, mirando hacia atrás para ver su cuerpo medio desnudo, liado en las sábanas. Lo observé durante un momento y suspiré. Los límites empezaban a difuminarse, y era culpa mía.
Su mano se deslizó sobre las sábanas hasta tocarme los dedos.
—¿Qué pasa, Paloma? —dijo él, con los ojos apenas abiertos.
—Voy a por un vaso de agua. ¿Quieres algo?
Travis dijo que no con la cabeza, cerró los ojos y pegó la mejilla al colchón.
—Buenos días, Abby —dijo Shepley desde el sillón cuando doblé la esquina.
—¿Dónde está Mare?
—Sigue dormida. ¿Qué haces levantada tan temprano? —preguntó él, mirando el reloj.
—Ha sonado el despertador, pero siempre me despierto pronto después de beber. Es una maldición.
—Yo también —asintió él.
—Más vale que despiertes a Mare. Tenemos clase dentro de una hora —dije, mientras abría el grifo y me inclinaba para beber.
Shepley asintió.
—Pensaba dejarla dormir.
—No lo hagas. Se enfadará si se pierde la clase.
—Ah —dijo él, levantándose—, entonces es mejor que la despierte.
Se dio media vuelta.
—Oye, Abby.
—¿Sí?
—No sé qué hay entre Travis y tú, pero sé que hará algo estúpido para cabrearte. Es un tic que tiene. No se acerca a nadie muy a menudo, y, por la razón que sea, contigo lo ha hecho. Pero tienes que perdonarle sus demonios. Es la única forma que tiene de saberlo.
—¿Saber qué? —pregunté, levantando una ceja por su discurso melodramático.
—Si podrás trepar el muro —respondió simplemente.
Sacudí la cabeza y me reí.
—Lo que tú digas, Shep.
Shepley se encogió de hombros y desapareció en su dormitorio. Oí unos suaves murmullos, un gruñido de protesta y después la risa dulce de America.
Removí la avena en mi cuenco y añadí el sirope de chocolate, estrujando directamente el bote.
—Eso es asqueroso, Paloma —dijo Travis, vestido solo con un par de calzoncillos de cuadros verdes.
Se frotó los ojos y sacó una caja de cereales del armario.
—Buenos días para ti también —dije, cerrando de una palmadita la tapa de la botella.
—He oído que se acerca tu cumpleaños. El último de tus años de adolescencia —bromeó, con los ojos hinchados y rojos.
—Sí…, bueno, no me van los cumpleaños. Creo que Mare piensa llevarme a cenar o algo así —sonreí—. Puedes apuntarte si te apetece.
—Vale —dijo encogiéndose de hombros—, ¿es dentro de una semana desde el domingo?
—Sí. ¿Y cuándo es el tuyo?
Vertió la leche y hundió los cereales con la cuchara.
—En abril. El 1 de abril.
—Anda ya.
—No, lo digo en serio —dijo él, mientras masticaba.
—¿Tu cumpleaños es el Día de los Inocentes[1]? —pregunté de nuevo, arqueando una ceja.
Se rio.
—¡Sí! Vas a llegar tarde. Será mejor que te vistas.
—Mare me va a llevar en coche.
Estaba segura de que estaba siendo intencionadamente frío cuando se limitó a encogerse de hombros.
—Tú misma —dijo él, volviéndose de espaldas para acabarse los cereales.