HUMO
Las semanas pasaron, y me sorprendí de lo rápidamente que las vacaciones de primavera se nos echaron encima. El esperado torrente de cotilleo y miradas había desaparecido, y la vida había regresado a la normalidad. Los sótanos de Eastern no habían albergado una pelea desde hacía unas semanas. Adam se esforzó por pasar desapercibido después de los arrestos que habían provocado preguntas sobre lo que había ocurrido exactamente esa noche, y Travis cada vez estaba más irritable mientras esperaba su última pelea del año, la pelea que pagaría la mayoría de sus facturas del verano y las de buena parte del otoño.
Todavía había una capa gruesa de nieve en el suelo, y el viernes anterior a las vacaciones una última pelea de bolas de nieve se desencadenó en el césped cristalino. Travis y yo caminábamos en zigzag por el hielo resbaladizo de camino a la cafetería, y me sujetaba con fuerza a su brazo, intentando evitar tanto las bolas de nieve como caerme al suelo.
—No te van a dar, Paloma. Son más listos que eso —dijo Travis, apretando la nariz roja y fría contra mi mejilla.
—Su puntería no es sinónimo del miedo a tu mal genio, Trav.
Me abrazó y frotó la manga de mi abrigo con su mano mientras me guiaba por el caos. Tuvimos que detenernos de golpe cuando un puñado de chicas gritaron al convertirse en el objetivo de los lanzamientos sin piedad del equipo de béisbol. Cuando despejaron el camino, Travis me llevó a salvo a la puerta.
—¿Lo ves? Te aseguré que lo lograríamos —dijo con una sonrisa.
Su buen humor se desvaneció cuando una firme bola de nieve estalló contra la puerta, justo entre nuestras caras. La mirada de Travis escrutó el césped, pero los numerosos estudiantes que lanzaban en todas las direcciones sofocaron sus ansias por tomar represalias.
Tiró de la puerta para abrirla y observó la nieve que se fundía mientras caía por el metal pintado hasta el suelo.
—Vamos adentro.
—Buena idea —dije asintiendo.
Me llevó de la mano por el bufé libre y amontonó diferentes platos humeantes en una sola bandeja. La cajera ya no ponía su predecible cara de perplejidad de semanas antes, acostumbrada a nuestra rutina.
—Hola, Abby —me saludó Brazil antes de guiñarle un ojo a Travis—. ¿Tenéis planes para la semana que viene?
—Nos quedamos aquí. Vendrán mis hermanos —dijo Travis distraído, mientras organizaba nuestros almuerzos, repartiendo los pequeños platos de poliestireno delante de nosotros en la mesa.
—¡Voy a matar a David Lapinski! —anunció America al acercarse, mientras se limpiaba la nieve del pelo.
—¡Un impacto directo! —se rio Shepley. America le lanzó una mirada de advertencia y su risa se volvió nerviosa—. Quiero decir…, ¡qué capullo!
Nos reímos por la mirada de arrepentimiento que puso cuando la observó correr furiosa hacia el bufé, antes de seguirla rápidamente.
—Sí que lo ata en corto —dijo Brazil con una mirada de disgusto.
—America está un poco tensa —explicó Travis—. Va a conocer a los padres de Shepley esta semana.
Brazil asintió, levantando las cejas.
—Entonces…, van…
—Sí —dije, asintiendo a la vez que él.
—Es permanente.
—¡Vaya! —dijo Brazil.
La estupefacción no desapareció de su cara mientras escogía su comida, y pude comprobar cómo lo embargaba la confusión. Todos éramos muy jóvenes, y Brazil no podía acomodarse al compromiso de Shepley.
—Cuando llegue el momento, Brazil, lo sabrás —dijo Travis, sonriéndome.
El local bullía de emoción, tanto por el espectáculo del exterior como por lo rápido que se acercaban las últimas horas antes de las vacaciones. A medida que se iban ocupando los asientos, la charla constante creció hasta convertirse en un eco estruendoso, cuyo volumen iba en aumento conforme todo el mundo empezaba a hablar por encima del ruido.
Cuando Shepley y America regresaron con sus bandejas, habían hecho las paces. Ella se acomodó risueña en el asiento vacío que había junto a mí, charlando sobre el inminente momento en el que conocería a sus suegros. Se iban esa misma tarde a su casa; la excusa perfecta para que America tuviera una de sus famosas crisis.
La observé picotear de su pan mientras charlaba sobre hacer las maletas y cuánto equipaje podría llevar sin parecer pretenciosa, pero parecía aguantar bien.
—Ya te lo he dicho, cariño. Les vas a encantar. Te querrán tanto como te quiero yo —dijo Shepley, recogiéndole el pelo detrás de la oreja. America respiró hondo y las comisuras de su boca se levantaron como siempre que él conseguía tranquilizarla.
El teléfono de Travis vibró, deslizándose unos centímetros por la mesa. Lo ignoró, pues le estaba contando a Brazil la historia de nuestra primera partida de póquer con sus hermanos. Miré la pantalla y llamé la atención de Travis con unas palmaditas en su hombro cuando leí el nombre.
—¿Trav?
Sin disculparse, le dio la espalda a Brazil y me concedió toda su atención.
—¿Sí, Paloma?
—Creo que quizá te interese coger esta llamada.
Bajó la mirada a su móvil y suspiró.
—O no.
—Podría ser importante.
Frunció la boca antes de llevarse el aparato a la oreja.
—¿Qué hay, Adam? —Buscó con la mirada en la habitación, mientras escuchaba, asintiendo ocasionalmente.
—Esta es mi última pelea, Adam. Todavía no estoy seguro. No pienso ir sin ella y Shep se va de la ciudad. Lo sé… Ya te he oído. Hum…, de hecho, no es mala idea.
Levanté las cejas al ver que se le iluminaban los ojos con la idea que le hubiera propuesto Adam. Cuando Travis colgó el teléfono, lo miré con expectación.
—Bastará para pagar el alquiler de los próximos ocho meses. Adam ha conseguido a John Savage. Está intentando hacerse profesional.
—Nunca lo he visto pelear, ¿y tú? —preguntó Shepley, inclinándose hacia delante.
Travis asintió.
—Solo una vez en Springfield. Es bueno.
—No lo suficiente —dije. Travis se inclinó hacia delante y me besó en la frente con agradecimiento.
—Puedo quedarme en casa, Trav.
—No —dijo él, sacudiendo la cabeza.
—No quiero que te peguen como la última vez porque estés preocupado por mí.
—No, Paloma.
—Te esperaré —dije, intentando parecer más feliz ante la idea de lo que me sentía en realidad.
—Le pediré a Trent que venga. Es el único en el que confiaría para poder concentrarme en la pelea.
—Muchas gracias, capullo —gruñó Shepley.
—Oye, tuviste tu oportunidad —dijo Travis, solo medio en broma.
Shepley ladeó la boca con disgusto. Seguía sintiéndose culpable por la noche de Hellerton. Estuvo disculpándose a diario conmigo durante semanas, pero su culpa por fin se volvió lo suficientemente manejable como para soportarla en silencio. America y yo intentamos convencerlo de que no era culpa suya, pero Travis siempre le hacía sentir responsable.
—Shepley, no fue culpa tuya. Me lo quitaste de encima, ¿recuerdas? —dije, alargando el brazo alrededor de America para darle una palmadita en el brazo.
Me volví hacia Travis.
—¿Cuándo es la pelea?
—En algún momento de la semana que viene —dijo él, encogiéndose de hombros—. Quiero que vayas. Necesito que vayas.
Sonreí y apoyé la barbilla sobre su hombro.
—Entonces, allí estaré.
Travis me acompañó a clase; en varias ocasiones tuvo que agarrarme con más fuerza cuando resbalaron mis pies en el hielo.
—Deberías andar con más cuidado —se burló él.
—Lo estoy haciendo a propósito. Qué bobo eres.
—Si quieres que te abrace, solo tienes que pedírmelo —dijo él, acercándome a su pecho.
Hacíamos caso omiso de los estudiantes que pasaban y de las bolas de nieve que volaban por encima de nosotros, mientras apretaba sus labios contra los míos. Mis pies se separaron del suelo y siguió besándome, llevándome con facilidad por el campus. Cuando finalmente me dejó en el suelo delante de la puerta de mi clase, sacudió la cabeza.
—Cuando preparemos nuestros horarios para el próximo semestre, sería más cómodo que tuviéramos más clases juntos.
—Lo tendré en cuenta —dije, dándole un último beso antes de dirigirme a mi asiento.
Levanté la mirada, y Travis me dedicó una última sonrisa antes de encaminarse a su clase en el edificio de al lado. Los estudiantes que se hallaban a mi alrededor estaban tan habituados a nuestras desvergonzadas demostraciones de afecto como su clase estaba acostumbrada a que él llegara unos minutos tarde.
Me sorprendió que el tiempo pasara tan rápidamente. Hice mi último examen del día y puse rumbo a Morgan Hall. Kara estaba sentada en su sitio habitual en la cama mientras yo rebuscaba entre mis cajones unas cuantas cosas que necesitaba.
—¿Te vas de la ciudad? —preguntó Kara.
—No, solo necesitaba unas cuantas cosas. Voy al edificio de Ciencias a recoger a Trav y después me quedaré en su apartamento toda la semana.
—Me lo imaginaba —dijo ella, sin apartar los ojos del libro.
—Que tengas buenas vacaciones, Kara.
—Mmm.
El campus estaba casi vacío, solo quedaban unos pocos rezagados. Cuando doblé la esquina, vi a Travis ya fuera, acabándose un cigarrillo. Llevaba un gorro de lana para taparse la cabeza afeitada y tenía la mano metida en el bolsillo de su chaqueta de cuero marrón oscuro desgastada. Expulsaba el humo por los orificios nasales, absorto en sus pensamientos y con la mirada clavada en el suelo. Hasta que estuve a unos pocos metros de él, no me di cuenta de lo distraído que estaba.
—¿Qué te preocupa, cariño? —pregunté.
Él no levantó la mirada.
—¿Travis?
Pestañeó cuando oyó mi voz y una sonrisa forzada sustituyó a la cara de preocupación.
—Hola, Paloma.
—¿Va todo bien?
—Ahora sí —dijo, acercándome hacia él.
—Está bien. ¿Qué ocurre? —respondí, con una ceja arqueada y el ceño fruncido para mostrar mi escepticismo.
—Es que tengo muchas cosas en la cabeza —suspiró él. Cuando me quedé a la expectativa, continuó—: Esta semana, la pelea, que estés allí.
—Ya te he dicho que me quedaría en casa.
—Necesito que estés allí, Paloma —dijo él, tirando el cigarrillo al suelo. Estuvo observando cómo desaparecía en una profunda pisada en la nieve, y luego me cogió la mano y me llevó hacia el aparcamiento.
—¿Has hablado con Trent? —pregunté.
Dijo que no con la cabeza.
—Estoy esperando a que me devuelva la llamada.
America bajó la ventanilla y asomó la cabeza por el Charger de Shepley.
—¡Daos prisa! ¡Hace muchísimo frío!
Travis sonrió y apretó el paso. Me abrió la puerta para que pudiera entrar. Shepley y America repitieron la misma conversación que tenían desde que ella se había enterado de que iba a conocer a sus padres; mientras tanto, yo observaba a Travis mirar por la ventanilla. Cuando nos detuvimos en el aparcamiento del apartamento, el teléfono de Travis sonó.
—¿Qué cojones pasaba contigo, Trent? —respondió—. Te he llamado hace cuatro horas. Tampoco se puede decir precisamente que te estés matando a trabajar. En fin, da igual. Escucha, necesito un favor. Tengo una pelea la semana que viene y necesito que vayas. No sé cuándo es, pero necesito que no tardes más de una hora en llegar allí a partir del momento en que te llame. ¿Podrás hacer eso por mí? ¿Puedes o no, gilipollas? Porque necesito que no pierdas de vista a Paloma. Un cabrón le puso la mano encima la última vez y…, sí. —Su voz se volvió de un tono que daba miedo—. Me encargué de ello. ¿Así que si te llamo…? Gracias, Trent.
Travis apagó el teléfono y apoyó la cabeza en el respaldo del asiento.
—¿Más tranquilo? —preguntó Shepley, mirando a Travis por el espejo retrovisor.
—Sí. No estaba seguro de cómo me las iba a apañar sin que tú estuvieras allí.
—Ya te lo he dicho… —empecé.
—Paloma, ¿cuántas veces tengo que repetirlo? —Me interrumpió con el ceño fruncido.
Sacudí la cabeza por su tono impaciente.
—Bueno, pero sigo sin entenderlo. Antes no me necesitabas.
Me acarició la mejilla ligeramente con los dedos.
—Antes no te conocía. Si no estás allí, no puedo concentrarme. Empiezo a preguntarme dónde estás, qué estás haciendo…, pero, si estás presente y puedo verte, me centro. Sé que es una locura, pero es así.
—Y la locura es exactamente lo que me gusta —dije, levantándome para darle un beso en los labios.
—Está claro —murmuró America por lo bajo.
En las sombras de Keaton Hall, Travis me estrechaba con fuerza junto a él. El vaho de mi aliento se entrelazaba con el suyo en el ambiente frío de la noche, y podía oír las conversaciones en voz baja de quienes se estaban colando por una puerta lateral a pocos metros de distancia, desconocedores de nuestra presencia allí.
Keaton era el edificio más antiguo de Eastern pero, aunque ya había albergado algún que otro combate del Círculo, me sentía incómoda allí. Adam esperaba un lleno total, y Keaton no era el más espacioso de los sótanos del campus. Había unas vigas formando una rejilla a lo largo de las envejecidas paredes de ladrillo, una señal de las renovaciones que se llevaban a cabo dentro.
—Esta es una de las peores ideas de Adam hasta la fecha —gruñó Travis.
—Ya es tarde para cambiarlo ahora —dije, levantando la mirada hacia los andamios.
El teléfono móvil de Travis se encendió y lo abrió. Su cara se tiñó de azul por el brillo de la pantalla, y por fin pude ver las dos arrugas de preocupación entre las cejas cuya presencia conocía de antemano. Apretó unos botones, cerró de golpe el teléfono y me abrazó con más fuerza.
—Pareces nervioso esta noche —susurré.
—Me sentiré mejor cuando Trent traiga su jodido culo aquí.
—Aquí estoy, llorica —dijo Trent en voz baja. Apenas podía ver su perfil en la oscuridad, pero su sonrisa brillaba a la luz de la luna—. ¿Qué tal estás, hermanita?
Me rodeó con un brazo, mientras empujaba juguetón a Travis con el otro.
—Estoy bien, Trent.
Travis inmediatamente se relajó y me llevó de la mano a la parte trasera del edificio.
—Si aparece la poli y nos separamos, nos vemos en Morgan Hall, ¿vale? —le dijo Travis a su hermano.
Nos detuvimos junto a una ventana abierta a nivel del suelo, la señal de que Adam estaba dentro y esperando.
—Me estás tomando el pelo —dijo Trent mirando fijamente la ventana—. Abby apenas cabe por ahí.
—Cabrás —lo tranquilizó Travis, antes de sumergirse en la oscuridad del interior.
Como muchas veces antes, me agaché y me eché hacia atrás, con la seguridad de que Travis me cogería.
Esperamos un momento y, entonces, Trent gruñó al saltar desde la repisa y aterrizar en el suelo, perdiendo casi el equilibrio cuando golpeó el cemento con los pies.
—Abby, para mí eres el Trece de mis Amores. No tragaría con esta mierda por nadie que no fueras tú —gruñó Trent, mientras se limpiaba la camiseta.
De un salto, Travis cerró la ventana con un movimiento rápido.
—Por aquí —dijo él, guiándonos por la oscuridad.
Pasillo tras pasillo, no me solté de la mano de Travis, mientras sentía que Trent me cogía de la camiseta. Podía oír pequeños pedazos de grava que arañaban el cemento al arrastrar los pies por el suelo. Sentí que mis ojos se ensanchaban al intentar ajustarse a la oscuridad del sótano, pero no había luz alguna que pudieran enfocar.
Trent suspiró después de que giráramos por tercera vez.
—Nunca vamos a encontrar el camino.
—Sígueme. Todo irá bien —dijo Travis, irritado por las quejas de Trent.
Al hacerse más intensa la luz del pasillo, supe que estábamos cerca. Y, cuando el rugido sordo de la multitud se convirtió en un intercambio febril de números y nombres, supe que habíamos llegado. En la habitación donde Travis esperaba a que lo llamaran normalmente solo había una luz y una silla, pero, debido a las obras, aquella estaba llena de pupitres, sillas y diversos equipos cubiertos de sábanas blancas.
Travis y Trent discutían la estrategia para la pelea mientras yo echaba un vistazo fuera. Había tanto público y caos como en la última pelea, solo que el espacio era menor. Alineados junto a las paredes, podían verse muebles cubiertos de sábanas polvorientas que habían apartado a un lado para hacer sitio a los espectadores.
La habitación estaba más oscura de lo normal, así que supuse que Adam quería andarse con cuidado y no llamar la atención sobre nuestras andanzas. Del techo colgaban unos faroles que creaban un resplandor lúgubre sobre el dinero que los asistentes sujetaban en el aire; todavía se aceptaban apuestas.
—Paloma, ¿me has oído? —dijo Travis, tocándome el brazo.
—¿Qué? —dije, parpadeando—. Quiero que te quedes junto a esta puerta, ¿vale? No te sueltes del brazo de Trent en ningún momento.
—No me moveré. Lo prometo.
Travis sonrió, y su perfecto hoyuelo se formó en su mejilla.
—Ahora eres tú la que parece nerviosa.
Miré hacia la puerta y después a él, de nuevo.
—Esto no me da buena espina, Trav. No es por la pelea, pero… hay algo. Este lugar me da escalofríos.
—No estaremos aquí mucho tiempo —me tranquilizó Travis.
La voz de Adam resonó por el megáfono y, de repente, noté a ambos lados de la cara un par de manos familiares.
—Te amo —dijo.
Me rodeó con los brazos y me levantó del suelo, apretándome contra él, mientras me besaba. Me dejó en el suelo y me enganchó el brazo en el de Trent.
—No le quites los ojos de encima —le dijo a su hermano—, ni por un segundo. Este lugar será una locura en cuanto empiece la pelea.
—¡… Así que den la bienvenida al contendiente de esta noche…, John Savage!
—La protegeré con mi vida, hermanito —dijo Trent—. Ahora, ve a patearle el culo a ese tío y salgamos de aquí.
—¡… Travis Perro Loco Maddox! —gritó Adam por el megáfono.
Cuando Travis se abrió paso entre la multitud, el ruido se volvió ensordecedor. Miré a Trent, que esbozaba una ligerísima sonrisa. Para cualquier otra persona habría pasado desapercibido, pero yo distinguí el orgullo en su mirada.
Cuando Travis llegó al centro del Círculo, tragué saliva. John no era mucho más grande, pero parecía diferente a todos los rivales que Travis había tenido antes, incluido el hombre contra quien había luchado en Las Vegas. No intentaba intimidar a Travis con una mirada severa como los demás, sino que lo estaba estudiando, preparando mentalmente la pelea. Por muy analíticos que fueran sus ojos, también se notaba en ellos una ausencia absoluta de cordura. Supe antes de que la lucha empezara que Travis tenía más que una pelea entre manos: estaba de pie delante de un demonio.
Travis pareció notar la diferencia también. Su habitual sonrisa burlona había desaparecido, y en su lugar se apreciaba una mirada intensa. Cuando el megáfono sonó, John atacó.
—Cielo santo —dije, agarrándome al brazo de Trent.
Trent se movía igual que Travis, como si fueran uno solo. Con cada puñetazo que John lanzaba, me ponía en tensión, y luchaba contra la necesidad de cerrar los ojos. No había ningún movimiento gratuito; John era astuto y preciso. Las demás peleas de Travis parecían descuidadas en comparación con esta. La fuerza bruta detrás de cada golpe era asombrosa por sí sola, y parecía que el conjunto hubiera sido coreografiado y practicado hasta la perfección.
El aire de la habitación estaba viciado y estancado; cada vez que cogía aire, me tragaba el polvo que cubría las sábanas. Cuanto más duraba la pelea, más aguda era la sensación de que algo malo iba a ocurrir. No podía librarme de él, pero aun así me obligué a quedarme en el sitio para que Travis pudiera concentrarse.
En determinado momento, me quedé hipnotizada por el espectáculo que tenía lugar en el centro del sótano; al siguiente, no obstante, me empujaron desde atrás. El golpe me lanzó la cabeza hacia atrás, pero me agarré con más fuerza, negándome a moverme de la ubicación prometida. Trent se volvió, cogió por las camisas a los dos hombres que estaban detrás de nosotros y los lanzó al suelo como si fueran muñecos de trapo.
—¡Os largáis u os parto la puta boca! —gritó a los que estaban mirando a los hombres del suelo. Me agarré con más fuerza a su brazo y él me dio unas palmaditas en la mano—. Te tengo, Abby. Tú concéntrate en ver la pelea.
Travis lo estaba haciendo bien, y suspiré cuando fue el primero en hacer sangrar al otro. La muchedumbre se enardeció, pero la advertencia de Trent mantuvo a los que estaban a nuestro alrededor a una distancia segura. Travis asestó un sólido puñetazo y, después, me miró, antes de volver a centrarse rápidamente en John. Sus movimientos eran ágiles, casi calculados, como si predijera los ataques de John antes de que se produjeran.
Presa de una impaciencia evidente, John envolvió a Travis con sus brazos y lo lanzó al suelo. Como un solo cuerpo, la muchedumbre que rodeaba el improvisado ring se estrechó alrededor de ellos, inclinándose hacia delante cuando la acción se desarrollaba en el suelo.
—¡No lo veo, Trent! —grité, saltando de puntillas.
Trent miró alrededor y encontró la silla de madera de Adam. Con un movimiento que pareció un paso de baile, me pasó de un brazo al otro y me ayudó a subir sobre la turba.
—¿Lo ves?
—¡Sí! —dije, cogiéndome al brazo de Trent para guardar el equilibrio.
—¡Está encima, pero John le rodea el cuello con las piernas!
Trent se inclinó hacia delante sobre los pies, poniéndose la mano libre alrededor de la boca.
—¡Patéale el culo, Travis!
Bajé la mirada hacia Trent y me incliné hacia delante para ver mejor a los hombres del suelo. De repente, Travis se puso de pie, mientras John seguía sujetándolo por el cuello con las piernas. Travis cayó de rodillas, golpeando la espalda y la cabeza de John contra el cemento en un impacto devastador. Las piernas de John se quedaron sin fuerza, de manera que liberaron el cuello de Travis, que, a su vez, levantó el codo y aporreó a John una y otra vez con el puño hasta que Adam lo apartó y lanzó el cuadrado rojo sobre el cuerpo inerte de John.
La habitación estalló en vítores cuando Adam levantó la mano de Travis. Trent me abrazó por las piernas, celebrando la victoria de su hermano. Travis me miró con una sonrisa amplia y sangrienta; el ojo derecho había empezado a hinchársele.
Mientras el dinero cambiaba de manos y el público empezaba a pasearse por la sala, preparándose para salir, me fijé en una luz que parpadeaba salvajemente mientras se balanceaba hacia delante y hacia atrás en una esquina de la sala, justo detrás de Travis. Goteaba líquido de su base y empapaba la sábana que tenía debajo. Me quedé sin aire.
—¿Trent?
Tras llamar su atención, señalé hacia la esquina. En ese momento la luz se soltó de su enganche y se estrelló en la sábana que había debajo, prendiéndose el fuego inmediatamente.
—¡Joder! —gritó Trent, agarrándose a mis piernas.
Unos cuantos hombres que estaban alrededor del fuego retrocedieron, observando con asombro cómo las llamas alcanzaban la sábana de al lado. Un humo negro empezó a surgir de la esquina, y todas las personas de la habitación intentaron abrirse paso a empujones hacia las salidas.
Mis ojos se cruzaron con los de Travis. Una mirada de terror absoluto distorsionaba su cara.
—¡Abby! —gritó él, lanzándose a empujones contra el océano de personas que nos separaba.
—¡Vamos! —gritó Trent, bajándome de la silla a su lado. La habitación se oscureció, y una explosión resonó al otro lado de la habitación. Las otras luces se estaban incendiando y se sumaban al fuego en pequeñas explosiones. Trent me cogió por el brazo y me empujó detrás de él mientras intentaba abrirse paso entre la muchedumbre.
—¡No podemos ir por ahí! ¡Tendremos que volver por donde hemos venido! —grité, resistiéndome.
Trent miró a su alrededor intentando elaborar un plan de escape en medio de la confusión. Miré de nuevo a Travis y observé cómo procuraba abrirse paso por la habitación. Al avanzar, la muchedumbre empujó más lejos a Travis. Las emocionadas ovaciones de antes eran ahora horribles gritos de miedo y desesperación mientras todo el mundo luchaba por alcanzar las salidas.
Trent me empujó hacia la salida, y yo me volví a mirar atrás.
—¡Travis! —grité, tendiendo el brazo hacia él.
Estaba tosiendo, despejando el humo con la mano.
—¡Por aquí, Trav! —le gritó Trent.
—¡Sácala de aquí, Trent! ¡Saca a Abby! —dijo él, tosiendo.
Trent me miró, angustiado. Podía ver el miedo en sus ojos.
—No sé por dónde se sale.
Me volví a mirar a Travis una vez más: su silueta oscilaba detrás de las llamas que se habían extendido entre nosotros.
—¡Travis!
—¡Marchaos! ¡Nos vemos fuera!
El caos que nos rodeaba ahogó su voz, y me agarré a la manga de Trent.
—¡Por aquí, Trent! —dije, notando que las lágrimas y el humo me quemaban los ojos. Había docenas de personas aterrorizadas entre Travis y la única salida.
Tiré de la mano de Trent, empujando a todos los que se encontraban en mi camino. Llegamos al umbral de la puerta y miramos hacia delante y hacia atrás. Había dos oscuros pasillos tenuemente iluminados por el fuego detrás de nosotros.
—¡Por aquí! —dije, tirando de nuevo de su mano.
—¿Estás segura? —preguntó Trent, con la voz cargada de duda y miedo.
—¡Vamos! —dije, tirando de nuevo de él.
Cuanto más nos alejábamos, más oscuras estaban las habitaciones. Después de unos momentos, respiré con más tranquilidad conforme dejábamos atrás el humo, pero los gritos no cesaban. Eran más altos y frenéticos que antes. Los horrorosos sonidos que oía detrás de nosotros alimentaron mi determinación y me hicieron mantener un paso rápido y decidido. Después de girar por segunda vez, caminamos a ciegas por la oscuridad. Levanté la mano delante de mí. Con mi mano libre mantenía el contacto con la pared y la seguía, mientras que con la otra agarraba a Trent.
—¿Crees que habrá conseguido salir? —preguntó Trent.
Su pregunta me desconcentró e intenté no pensar en la respuesta.
—Sigue moviéndote —dije, sin poder respirar.
Trent se resistió un momento, pero cuando volví a tirar de él, una luz parpadeó. Levantó un mechero y aguzó la vista en busca de la salida en aquel pequeño espacio. Seguí la luz mientras él la movía por la habitación, y ahogué un grito cuando vimos el umbral de una puerta.
—¡Por aquí! —dije, tirando de él de nuevo.
Cuando me precipité a la siguiente habitación, choqué con un muro de personas, que me tiró al suelo. Eran dos mujeres y dos hombres, todos tenían la cara sucia y me miraron con los ojos abiertos de par en par y asustados.
Uno de los chicos se agachó para ayudarme a levantarme.
—¡Aquí abajo hay unas ventanas por las que podemos salir! —dijo él.
—Venimos precisamente de allí, y no hay nada —dije sacudiendo la cabeza.
—Debéis de haberlas pasado por alto, ¡sé que están por aquí!
Trent tiró de mi mano.
—¡Vamos, Abby, saben dónde está la salida!
Dije que no con la cabeza.
—Con Travis, vinimos por aquí.
Me agarró con más fuerza.
—Le dije a Travis que no te perdería de vista. Vamos con ellos.
—Trent, hemos estado allí…, ¡no había ventanas!
—¡Venga, Jason! —gritó una chica.
—Nos vamos —dijo Jason, mirando a Trent, que me tiró de la mano de nuevo y se alejó.
—¡Trent, por favor! ¡Es por aquí, te lo prometo!
—Voy con ellos —dijo él—. Por favor, ven conmigo.
Dije que no con la cabeza, mientras las lágrimas me caían por las mejillas.
—¡He estado aquí antes! ¡Esa no es la salida!
—¡Tú te vienes conmigo! —gritó él, tirándome del brazo.
—¡Trent, no! ¡Vas por el camino equivocado! —grité.
Él tiró de mí, haciéndome arrastrar los pies por el cemento, pero, al notar que el olor a humo se hacía más fuerte, me solté y corrí en dirección contraria.
—¡Abby! ¡Abby! —gritó Trent.
Seguí corriendo, con las manos delante de mí, para anticipar la presencia de una pared.
—¡Vamos! ¡Con ella vas a acabar muerto! —dijo una chica.
Me golpeé el hombro en una esquina y giré sobre mí misma, cayéndome al suelo. Gateé por el suelo, manteniendo levantada la mano delante de mí. Cuando toqué con los dedos una piedra lisa, la seguí hacia arriba y me levanté. El borde del umbral de una puerta se materializó bajo mi mano y lo seguí para entrar en la siguiente habitación.
La oscuridad no tenía fin, pero no me dejé llevar por el pánico y seguí andando cuidadosamente en línea recta, alargando el brazo en busca de la siguiente pared. Pasaron varios minutos, y sentí que el miedo crecía en mi interior cuando los gritos que provenían de la parte de atrás resonaron en mis oídos.
—Por favor —susurré en la oscuridad—, que la salida esté por aquí.
Noté el borde de otra puerta y, cuando me abrí paso, un rayo de luz plateada brilló delante de mí. La luz de la luna se filtraba por el cristal de la ventana, y un sollozo se me escapó de la garganta.
—¡T… Trent! ¡Es aquí! —grité detrás de mí—. ¡Trent!
Agucé la vista y conseguí vislumbrar un pequeño movimiento en la distancia.
—¿Trent? —grité, mientras el corazón me latía salvaje contra el pecho.
Al cabo de un momento, unas sombras bailaron en las paredes; abrí los ojos como platos cuando me di cuenta de que lo que creía que eran personas, en realidad, era la luz titilante de las llamas que se acercaban.
—¡Oh, Dios mío! —dije alzando la vista a la ventana.
Travis la había cerrado después de entrar y estaba demasiado alta para alcanzarla.
Busqué a mi alrededor algo a lo que poder subirme. La habitación estaba llena de muebles de madera cubiertos de sábanas blancas, las mismas que alimentarían el fuego hasta que la habitación se convirtiera en un infierno.
Cogí un trozo de tela blanco que cubría un pupitre. Una nube de polvo me rodeó cuando tiré la sábana al suelo, y empujé el voluminoso mueble de madera hasta el espacio que había detrás de la ventana. Lo pegué a la pared y me subí, mientras tosía por el humo que lentamente se colaba en la habitación. La ventana seguía estando unos metros por encima de mí.
Con un gruñido, intenté empujarla, moviendo adelante y atrás el cierre con cada empujón. Sin embargo, no había manera de que cediera.
—¡Vamos, maldita sea! —grité, apoyándome en los brazos.
Me eché hacia atrás e intenté usar el peso de mi cuerpo para hacer más fuerza, pero tampoco así conseguí abrirla. Al ver que nada de eso funcionaba, deslicé las uñas por debajo de los bordes, tirando hasta que creí que me había arrancado las uñas. Por el rabillo del ojo, vi una luz que resplandecía, y grité cuando el fuego empezó a devorar las sábanas blancas que flanqueaban el pasillo por el que había llegado minutos antes.
Miré a la ventana y de nuevo clavé las uñas en los bordes. Los bordes metálicos se me clavaron en la carne y empezaron a sangrarme las yemas de los dedos. El instinto se impuso sobre cualquier otro sentido y golpeé el cristal con los puños. Conseguí abrir una grieta en el vidrio, pero con cada golpe también me hería y sangraba.
Golpeé el cristal una vez más con el puño y, después, me quité el zapato y lo lancé con todas mis fuerzas. A lo lejos, sonaban sirenas y sollocé, golpeando las palmas contra la ventana. El resto de mi vida estaba solo a unos centímetros de distancia, al otro lado del cristal. Arañé los bordes una vez más y después me puse a golpear el cristal con ambas manos.
—¡Que alguien me ayude! —grité, al ver que las llamas se acercaban—. ¡Que alguien me ayude!
Oí una débil tos detrás de mí.
—¿Paloma?
Me volví al oír esa voz familiar. Travis apareció por una puerta que había detrás de mí; tenía la cara y la ropa cubiertas de hollín.
—¡Travis! —grité.
Me bajé del pupitre y corrí hasta donde él estaba, exhausta y sucia.
Me choqué con él, y me envolvió con sus brazos, mientras tosía al intentar respirar.
Me cogió las mejillas con las manos.
—¿Dónde está Trent? —dijo él con voz áspera y débil.
—¡Se ha ido con ellos! —gemí, mientras lloraba a lágrima viva—. Intenté que viniera conmigo, ¡pero no quiso!
Travis miró al fuego que se acercaba y levantó las cejas. Respiré y tosí cuando se me llenaron los pulmones de humo. Se volvió a mirarme con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Vamos a salir de aquí, Paloma! —Apretó los labios contra los míos en un movimiento rápido y firme, y después se subió a mi escalera improvisada.
Empujó la ventana y giró el cierre. Cuando usó toda su fuerza contra el cristal le temblaron los músculos de los brazos.
—¡Apártate, Abby! ¡Voy a romper el cristal!
Demasiado asustada para moverme, solo conseguí apartarme un paso de nuestra única salida. Travis dobló el codo, echó el puño hacia atrás y, dando un grito, lo clavó con fuerza en la ventana. Me di la vuelta y me protegí la cara con las manos ensangrentadas, cuando el cristal se hizo añicos sobre mí.
—¡Vamos! —gritó él, tendiéndome la mano.
El calor del fuego inundó la habitación; en ese momento, Travis me levantó del suelo, elevándome en el aire, y tiró de mí hacia fuera.
Esperé de rodillas a que Travis trepara y saliera; después lo ayudé a que se pusiera de pie. Las sirenas atronaban desde el otro lado del edificio; luces rojas y azules de los camiones de bomberos y de los coches de policía bailaban sobre las paredes de ladrillo de los edificios aledaños.
Corrimos hacia el grupo de gente que estaba de pie delante del edificio y repasamos las caras sucias en busca de Trent. Travis gritó el nombre de su hermano; cada vez que lo llamaba, su voz se volvía más y más desesperada. Cogió su teléfono, comprobó si tenía alguna llamada perdida y, después, lo cerró de golpe, tapándose la boca con su mano ennegrecida.
—¡Trent! —gritó Travis, alargando el cuello para buscar entre la multitud.
Quienes habían escapado se abrazaban y lloraban detrás de los vehículos de los servicios de emergencia, mientras observaban horrorizados cómo el camión autobomba lanzaba agua por las ventanas y los bomberos corrían al interior, arrastrando mangueras tras ellos.
Travis se pasó la mano por la visera de su gorra, mientras sacudía la cabeza.
—No ha conseguido salir —susurró él—. No ha conseguido salir, Paloma.
Se me cortó el aliento cuando vi que las lágrimas surcaban sus mejillas cubiertas de hollín. Cayó de rodillas al suelo y yo me caí con él.
—Trent es listo, Trav. Seguro que ha salido. Tiene que haber encontrado un camino diferente —dije, intentando convencerme también a mí misma.
Travis se derrumbó en mi regazo, cogiéndome la camiseta con ambos puños. Yo lo abracé. No sabía qué más hacer.
Pasó una hora. Los gritos y llantos de los supervivientes y espectadores del exterior del edificio se habían convertido en un silencio inquietante. Cada vez con menos esperanza, vimos cómo los bomberos sacaban a dos personas, pero después solo salían con las manos vacías. Mientras el personal de emergencias atendía a los heridos y las ambulancias se adentraban en la noche con víctimas quemadas, esperamos. Media hora después, solo sacaban cuerpos por los que no se podía hacer nada. En el suelo, alinearon a los fallecidos, que superaban con creces al número de los que habíamos escapado. Travis no apartaba la mirada de la puerta, esperando a que sacaran a su hermano de entre las cenizas.
—¿Travis?
Nos dimos la vuelta al mismo tiempo y vimos a Adam de pie a nuestro lado. Travis se levantó y tiró de mí al hacerlo.
—Me alegra ver que habéis conseguido salir, chicos —dijo Adam, que parecía estupefacto y perplejo—. ¿Dónde está Trent?
Travis no respondió.
Nuestros ojos regresaron a los restos calcinados de Keaton Hall, de cuyas ventanas todavía salía un humo negro. Enterré la cara en el pecho de Travis y cerré con fuerza los ojos, esperando despertar de aquella pesadilla en cualquier momento.
—Tengo…, eh… Tengo que llamar a mi padre —dijo Travis, mientras abría el teléfono con el ceño fruncido.
Cogí aire y esperé que mi voz sonara más fuerte de lo que yo me sentía.
—Tal vez deberías esperar. Todavía no sabemos nada.
Apartó los ojos de los números y le tembló el labio.
—Esto es una mierda. Trent nunca debería haber estado ahí.
—Ha sido un accidente, Travis. No podías prever que pasara algo así —dije, tocándole la mejilla.
Frunció el ceño y cerró con fuerza los ojos. Respiró hondo y empezó a marcar el número de su padre.