20

EL ÚLTIMO BAILE

Justo antes de que el sol asomara por el horizonte, America y yo dejamos silenciosamente el apartamento. No hablamos durante el camino a Morgan. Agradecía el silencio. No quería hablar, no quería pensar, solo deseaba borrar las últimas doce horas. Sentía el cuerpo pesado y dolorido, como si hubiera tenido un accidente de coche. Cuando entramos en mi habitación, vi que la cama de Kara estaba hecha.

—¿Puedo quedarme un rato? Necesitaría que me dejaras tu plancha —me dijo America.

—Mare, estoy bien. Vete a clase.

—No estás bien en absoluto. No quiero dejarte sola.

—Precisamente es lo único que quiero en este momento.

Abrió la boca para protestar, pero solo suspiró. No iba a cambiar de opinión.

—Volveré a ver cómo estás después de clase.

Asentí y cerré con llave la puerta tras ella. La cama crujió cuando me dejé caer encima resoplando. Durante todo ese tiempo, creía que era importante para Travis, que me necesitaba. Sin embargo, en ese momento, me sentía como el resplandeciente juguete nuevo que Parker decía que era. Travis había querido demostrarle a Parker que seguía siendo suya. Suya.

—No soy de nadie —dije a la habitación vacía.

Al oír esas palabras, me sentí abrumada por la pena que sentía por la noche anterior. No pertenecía a nadie.

Nunca me había sentido tan sola en mi vida.

Finch me puso delante una botella marrón. A ninguno de nosotros le apetecía celebrar nada, pero al menos me reconfortaba el hecho de que, según America, Travis pensara evitar la fiesta de citas a toda costa. Del techo colgaban latas de cerveza vacías envueltas en papel rojo y rosa, y no paraban de pasar chicas con vestidos rojos de todos los estilos. Además, las mesas estaban cubiertas de pequeños corazones de papel de aluminio. Finch puso los ojos en blanco ante las ridículas decoraciones.

—El día de San Valentín en una hermandad. Qué romántico —dijo, sin quitar ojo a las parejas que pasaban junto a nosotros.

Shepley y America habían estado bailando en el piso de abajo desde el momento en que llegamos, y Finch y yo hicimos notar nuestro descontento por estar allí poniendo mala cara en la cocina. Me bebí rápidamente el contenido de la botella, decidida a olvidar los recuerdos de la última fiesta a la que había asistido.

Finch abrió otra botella y me pasó una más a mí, consciente de lo desesperada que estaba por olvidar.

—Iré a buscar más —me dijo, volviéndose hacia el frigorífico.

—El barril es para los invitados, las botellas para los Sig Tau —comentó desdeñosa una chica a mi lado.

Bajé la mirada al vaso rojo que sujetaba en la mano.

—O tal vez eso es lo que te ha dicho tu novio porque contaba con que la cita le saliera barata.

Frunció los párpados y se alejó de la encimera, llevándose su vaso a otro sitio.

—¿Quién era esa? —preguntó Finch, dejando delante de nosotros cuatro botellas más.

—La típica zorra de hermandad —dije, sin dejar de mirarla mientras se iba.

Cuando Shepley y America se reunieron con nosotros, había seis botellas vacías en la mesa a mi lado. Tenía los dientes adormilados y noté que me costaba mucho menos sonreír. Apoyada sobre la encimera, me sentía más a gusto. Al parecer, Travis no iba a presentarse, así que podría soportar el resto de la fiesta en paz.

—¿Es que no vais a bailar o qué? —preguntó America.

Miré a Finch.

—¿Quieres bailar conmigo, Finch?

—¿Tú crees que vas a poder? —preguntó alzando una ceja.

—Solo hay una manera de averiguarlo —dije, mientras lo empujaba escaleras abajo.

Saltamos y bailamos hasta que una fina capa de sudor empezó a formarse bajo mi vestido. Justo cuando pensaba que me iban a estallar los pulmones, una canción lenta empezó a sonar por los altavoces. Finch observó incómodo a nuestro alrededor cómo la gente se emparejaba y se acercaba.

—Vas a hacerme bailar esto, ¿no? —preguntó él.

—Es San Valentín, Finch. Finge que soy un chico.

Él se rio y me cogió entre sus brazos.

—Me va a resultar difícil con ese vestido rosa corto que llevas.

—Ya, claro, como si nunca hubieras visto a un chico con un vestido.

Finch se encogió de hombros.

—Cierto.

Se rio mientras acercaba mi cabeza a su hombro. Sentí el cuerpo pesado y torpe cuando intenté moverme siguiendo aquel ritmo lento.

—¿Puedo interrumpir, Finch?

Travis estaba de pie a nuestro lado. Parecía divertido por la situación, pero también alerta a mi reacción. Inmediatamente se me encendieron las mejillas.

Finch me miró a mí y luego a Travis.

—Claro.

—Finch —dije entre dientes, mientras él se alejaba.

Travis me empujó contra él, pero yo intenté mantener tanto espacio entre nosotros como me fue posible.

—Pensé que no ibas a venir.

—Y no iba a hacerlo, pero me he enterado de que estabas aquí, así que tenía que venir.

Miré a mi alrededor, evitando sus ojos. Me fijaba cuidadosamente en cada uno de sus movimientos: los cambios de presión de sus dedos en los puntos donde me tocaba, cómo arrastraba los pies junto a los míos o cómo deslizaba los brazos sobre mi vestido. Me sentía ridícula fingiendo que no me daba cuenta. Se le estaba curando el ojo, el hematoma casi había desaparecido y ya no tenía manchas rojas en la cara, o bien habían sido solo fruto de mi imaginación. Todas las pruebas de esa horrible noche se habían borrado y solo quedaban los recuerdos dolorosos.

Seguía de cerca cada una de mis respiraciones y, cuando la canción estaba a punto de acabar, suspiró.

—Estás preciosa, Paloma.

—No hagas eso.

—¿El qué? ¿Decirte que estás preciosa?

—Simplemente…, no lo hagas.

—No lo decía en serio.

Resoplé por la frustración.

—Gracias.

—No…, desde luego que estás preciosa. Eso sí lo decía en serio. Me refería a lo que dije en mi habitación. No te voy a mentir. Disfruté interrumpiendo tu cita con Parker…

—No era una cita, Travis. Solo estábamos cenando algo. Ahora no me habla, y todo gracias a ti.

—Lo he oído, y lo siento.

—No, no lo sientes.

—Sí…, vale, tienes razón —dijo él tartamudeando cuando vio mi cara de impaciencia—, pero no…, esa no fue la única razón por la que te llevé a la pelea. Quería que estuvieras allí conmigo, Paloma. Eres mi amuleto de la buena suerte.

—No soy nada tuyo —le espeté, fulminándolo con la mirada.

Enarcó las cejas y dejó de bailar.

—Lo eres todo para mí.

Apreté los labios, intentando dar muestras de mi enfado, pero era imposible que no se me pasara tal como me estaba mirando a mí.

—En realidad, no me odias, ¿verdad?

Me aparté de él en un intento de poner más distancia entre nosotros.

—A veces desearía hacerlo. Haría que todo fuera muchísimo más fácil.

Una sonrisa se extendió en sus labios, que dibujaron una línea delgada y sutil.

—Bueno, ¿y qué es lo que te cabrea más? ¿Lo que hice para que me odiaras? ¿O saber que no puedes odiarme?

Volví a estar enfadada. Pasé a su lado empujándolo y subí las escaleras que llevaban a la cocina. Noté que empezaba a tener los ojos húmedos, pero me negaba a parecer una puñetera desgraciada en aquella fiesta de citas.

Finch se colocó de pie a mi lado, junto a la mesa, y suspiré con alivio cuando me entregó otra cerveza.

Durante la siguiente hora, observé a Travis mantener a raya a las chicas y engullir dos chupitos de whisky en el salón. Cada vez que me pillaba espiándolo, apartaba la mirada, decidida a acabar la noche sin montar una escena.

—Tenéis pinta de estar muy agobiados —dijo Shepley.

—No podrían parecer más aburridos aunque lo intentaran —gruñó America.

—No te olvides de que no queríamos venir —les recordó Finch.

America puso su famosa cara con la que siempre conseguía hacerme ceder.

—Podrías disimular un poco, Abby. Por mí.

Justo cuando iba a abrir la boca para soltarle un corte, Finch me tocó el brazo.

—Creo que hemos cumplido con nuestra obligación. ¿Lista para irnos, Abby?

Me bebí lo que me quedaba de la cerveza con un movimiento rápido y después cogí la mano de Finch. Aunque estaba ansiosa por irme, me quedé de piedra cuando la misma canción que Travis y yo bailamos en mi fiesta de cumpleaños empezó a flotar escaleras arriba. Cogí la botella de Finch y le di otro trago, intentando bloquear los recuerdos que volvían junto con la música.

Brad se apoyó junto a mí.

—¿Quieres bailar?

Le sonreí y dije que no con la cabeza. Empezó a decir otra cosa, pero lo interrumpieron.

—Baila conmigo.

Travis estaba a escasa distancia y con la mano tendida hacia mí.

America, Shepley y Finch nos observaban fijamente, esperando mi respuesta a Travis.

—Déjame en paz, Travis —dije, cruzándome de brazos.

—Es nuestra canción, Paloma.

—No tenemos canción.

—Abby…

—No.

Miré a Brad con una sonrisa forzada.

—Me encantaría bailar, Brad.

Las pecas de las mejillas de Brad se estiraron cuando sonrió y me señaló el camino hacia las escaleras.

Travis se quedó estupefacto, con una mirada que traslucía claramente el dolor.

—¡Un brindis! —gritó él.

Retrocedí justo a tiempo de verlo subirse a una silla después de robar una cerveza al sorprendido hermano Sig Tau que estaba más cerca de él. Miré a America, que observaba a Travis con cara de dolor.

—¡Por los capullos! —dijo él, señalando a Brad—. ¡Y por las chicas que te rompen el corazón! —Me señaló con la cabeza—. ¡Y por la mierda de perder a tu mejor amiga por ser tan estúpido como para enamorarte de ella!

Se llevó la cerveza a la boca y apuró lo que quedaba de ella, después la tiró al suelo. La habitación se quedó en silencio excepto por la música que sonaba en el piso inferior; todo el mundo miraba a Travis sin entender absolutamente nada.

Mortificada, cogí a Brad de la mano y lo llevé escaleras abajo, a la pista de baile. Unas cuantas parejas nos siguieron, observándome de cerca a la espera de ver lágrimas o alguna otra respuesta a la invectiva de Travis. Procuré poner una cara relajada, negándome a darles lo que querían.

Dimos unos cuantos pasos de baile tensos, y Brad suspiró:

—Eso ha sido bastante… raro.

—Bienvenido a mi vida.

Travis se abrió paso entre las parejas de la pista de baile. Se detuvo a mi lado y tardó un momento en recobrar el equilibrio.

—Voy a cortar esto.

—No, desde luego que no, ¡Dios mío! —dije, negándome a mirarlo.

Después de un momento de tensión levanté la mirada y vi a Travis fulminando con la mirada a Brad.

—Si no te apartas ahora mismo de mi chica, te rajaré la puta garganta. Aquí mismo, en la pista de baile.

Brad no sabía qué hacer, y su mirada pasaba de mí a Travis nerviosamente.

—Lo siento, Abby —dijo él, apartando los brazos lentamente de mí. Se retiró a las escaleras y yo me quedé de pie, humillada.

—Lo que siento ahora mismo por ti, Travis…, se acerca mucho al odio.

—Baila conmigo —me rogó, balanceándose para no caerse.

La canción acabó y suspiré aliviada.

—Vete a beber otra botella de whisky, Trav.

Me di media vuelta y me puse a bailar con el único chico sin pareja de la pista de baile.

El ritmo era más rápido, y sonreí a mi nuevo y sorprendido compañero de baile, mientras intentaba ignorar que Travis estaba solo a unos metros detrás mí. Otro hermano Sig Tau empezó a bailar detrás de mí, cogiéndome por las caderas. Lo cogí por detrás y lo acerqué más a mí. Me recordó a cómo bailaban Travis y Megan esa noche en el Red, e hice lo posible por recrear la escena que tantas veces había deseado poder olvidar. Tenía dos pares de manos en casi todas las partes de mi cuerpo: la cantidad de alcohol que llevaba en el cuerpo me hacía más fácil ignorar mi timidez.

De repente, me levantaron en el aire. Travis me colocó sobre su hombro, al mismo tiempo que empujaba a uno de sus hermanos de hermandad con tanta fuerza que lo tiró al suelo.

—¡Bájame! —dije, golpeándole con los puños en la espalda.

—No voy a permitirte que te pongas en evidencia a mi costa —gruñó él, subiendo las escaleras de dos en dos.

Todo aquel junto al que pasábamos se quedaba mirando cómo daba patadas y gritaba, mientras Travis me llevaba a cuestas.

—¿Y no te parece —dije mientras me debatía— que esto nos pone en evidencia? ¡Travis!

—¡Shepley! ¿Está Donnie fuera? —preguntó Travis, esquivando los movimientos sin sentido de mis extremidades.

—Eh…, pues sí —respondió.

—¡Bájala! —dijo America, dando un paso hacia nosotros.

—¡America! —dije retorciéndome—. ¡No te quedes ahí sin más! ¡Ayúdame!

Su boca se curvó hacia arriba y se rio.

—¡Estáis ridículos!

Arqueé las cejas al oír sus palabras, conmocionada y enfadada porque le pareciera que aquella situación pudiera tener algo de divertida. Travis se dirigió a la puerta, mientras yo la fulminaba con la mirada.

—¡Muchas gracias, amiga!

El aire frío golpeó las zonas de mi cuerpo que llevaba al aire y protesté más fuerte.

—¡Bájame, maldita sea!

Travis abrió la puerta de un coche y me lanzó al asiento trasero, antes de sentarse a mi lado.

—Donnie, ¿eres tú el encargado de conducir esta noche?

—Sí —respondió nervioso, mientras me observaba debatirme por escapar.

—Necesito que nos lleves a mi apartamento.

—Travis…, no creo…

La voz de Travis sonaba controlada, pero amenazadora.

—Hazlo, Donnie, o te clavaré el puño en la parte trasera de la cabeza, lo juro por Dios.

Donnie quitó el freno de mano, mientras yo me lanzaba a por la manilla de la puerta.

—¡No pienso ir a tu apartamento!

Travis me cogió por una de las muñecas y luego por la otra. Me incliné para morderle el brazo. Cerró los ojos y, cuando hundí los dientes en su carne, un gruñido bajo se escapó de sus mandíbulas apretadas.

—Haz lo que quieras, Paloma. Estoy cansado de tu mierda.

Solté su piel y sacudí los brazos, luchando por liberarme.

—¿Mi mierda? ¡Déjame salir de este puto coche!

Se acercó mis muñecas a la cara.

—¡Te amo, maldita sea! ¡No vas a ninguna parte hasta que estés sobria y dejemos las cosas claras!

—¡Tú eres el único que tiene que aclararse, Travis! —dije.

Finalmente, me soltó las muñecas; yo me crucé de brazos y puse mala cara el resto del trayecto.

Cuando el coche aminoró la velocidad en una señal de stop, me incliné hacia delante.

—¿Puedes llevarme a casa, Donnie?

Travis me sacó del coche agarrándome por el brazo y volvió a echarme sobre su hombro para subir las escaleras.

—Buenas noches, Donnie.

—¡Voy a llamar a tu padre! —grité.

Travis se rio a carcajadas.

—¡Y probablemente me dé una palmadita en el hombro y me diga que ya iba siendo hora!

Se peleó con la cerradura de la puerta mientras yo pataleaba y movía los brazos, intentado soltarme.

—¡Déjalo ya, Paloma, o acabaremos cayéndonos los dos por las escaleras!

Después de abrir la puerta, se precipitó furioso hacia la habitación de Shepley.

—¡Suéltame! —grité.

—¡Vale! —dijo él, tirándome sobre la cama de Shepley—. Duerme la mona. Ya hablaremos por la mañana.

La habitación estaba a oscuras; la única luz era un rayo rectangular que entraba por el umbral de la puerta desde el pasillo. Luché por aclararme las ideas en medio de aquella oscuridad, la cerveza y la rabia, y cuando él se acercó a la luz, vi su sonrisa petulante.

Golpeé el colchón con los puños.

—¡Ya no puedes decirme qué hacer, Travis! ¡No soy tuya!

En el segundo que tardó en volverse hacia mí, su cara se había retorcido en una mueca de ira. Se abalanzó sobre mí, clavando las manos sobre la cama y acercándose a mi cara.

—¡Pues yo sí que soy tuyo! —Se le hincharon las venas del cuello al gritar, pero yo le devolví la mirada, negándome a dejarme amedrentar. Me miró los labios, jadeando—: Soy tuyo —susurró, mientras su ira se desvanecía al darse cuenta de lo cerca que estábamos.

Antes de poder pensar en una razón para no hacerlo, le agarré la cara y pegué mis labios a los suyos. Sin dudar, Travis me cogió en brazos. En unas cuantas zancadas, me llevó hasta su dormitorio, y ambos nos desplomamos sobre la cama.

Le quité la camiseta antes de pelearme en la oscuridad con la hebilla de su cinturón. Él la abrió de un tirón, se lo quitó y lo lanzó al suelo. Me levantó del colchón con una mano mientras me bajaba la cremallera del vestido con la otra. Me lo quité por encima de la cabeza y lo lancé a alguna parte de la oscuridad; entonces, Travis me besó, gimiendo contra mi boca.

Con unos pocos movimientos rápidos, se quitó los calzoncillos y apretó su pecho contra el mío. Le clavé las manos en el trasero, pero él se resistió cuando intenté empujarlo dentro de mí.

—Los dos estamos borrachos —dijo él, respirando con dificultad.

—Por favor.

Apreté las piernas contra sus caderas, desesperada por aliviar la sensación ardiente que notaba entre los muslos. Travis estaba decidido a que volviéramos a estar juntos, y no tenía ninguna intención de luchar contra lo inevitable, así que estaba más que dispuesta a pasar la noche entre sus sábanas.

—Esto no está bien —dijo él.

Estaba justo encima de mí, apretando su frente contra la mía. Esperaba que solo estuviera haciéndose de rogar y que, de algún modo, pudiera convencerlo de que se equivocaba. Era inexplicable, pero parecía que no podíamos estar separados; en cualquier caso, ya no necesitaba ninguna explicación. Ni siquiera una excusa. En ese momento, él era todo lo que necesitaba.

—Te quiero.

—Necesito que lo digas —dijo él.

Mis entrañas lo llamaban a gritos y no podía aguantarlo ni un segundo más.

—Diré lo que quieras.

—Entonces dime que eres mía. Dime que volverás a aceptarme. No quiero hacer esto a menos que estemos juntos.

—En realidad nunca hemos estado separados, ¿no crees? —pregunté esperando que fuera suficiente.

Sacudió la cabeza mientras sus labios se movían sobre los míos.

—Necesito oír cómo lo dices. Necesito saber que eres mía.

—He sido tuya desde el instante en que nos conocimos.

Mi voz adoptó un tono de súplica. En cualquier otro momento, me habría sentido avergonzada, pero había llegado a un punto en el que los remordimientos ya no tenían lugar. Había luchado contra mis sentimientos, los había guardado y los había embotellado. Había experimentado los momentos más felices de mi vida en Eastern, y todos habían sido con Travis. Ya fuera peleándome, amando o llorando, si lo hacía con él, estaba donde quería estar.

Levantó uno de los lados de la boca mientras me tocaba la cara, y después sus labios rozaron los míos en un beso tierno. Cuando lo empujé contra mí, ya no opuso resistencia. Sus músculos se tensaron y aguantó el aliento mientras se deslizaba dentro de mí.

—Dilo otra vez —me pidió.

—Soy tuya —dije jadeando. Todos mis nervios, dentro y fuera, pedían más—. No quiero volver a separarme nunca más de ti.

—Prométemelo —dijo él, gimiendo al volver a penetrarme.

—Te amo. Te amaré para siempre.

Las palabras fueron poco más que un suspiro, pero lo miré a los ojos mientras las decía. Vi cómo la inseguridad desaparecía de su mirada e, incluso en la penumbra, cómo se le iluminaba la cara.

Satisfecho por fin, selló su boca contra la mía.

Travis me despertó con besos. Sentía la cabeza pesada y aturdida por todo el alcohol que había bebido la noche anterior, pero en mi cabeza se repetía la hora anterior a quedarme dormida con vívidos detalles. Sus suaves labios cubrieron cada centímetro de mi mano, mi brazo, mi cuello, y, cuando llegó a mis labios, sonreí.

—Buenos días —dije contra su boca.

No habló, sus labios siguieron actuando sobre los míos. Me tenía envuelta en sus sólidos brazos, y entonces enterró la cara en mi cuello.

—Estás silencioso esta mañana —proseguí, mientras le acariciaba la piel desnuda de la espalda con las manos.

Dejé que siguieran bajando hasta su trasero y le pasé la pierna por encima de la cadera, mientras le daba un beso en la mejilla.

Sacudió la cabeza.

—Solo quiero seguir así —susurró él.

Fruncí el ceño.

—¿Qué me he perdido?

—No pretendía despertarte. ¿Por qué no vuelves a dormirte?

Me incliné hacia atrás contra la almohada y le levanté la barbilla. Tenía los ojos inyectados en sangre y la piel de alrededor enrojecida.

—¿Qué demonios te pasa? —pregunté, alarmada.

Me cogió una mano entre las suyas y la besó, apretando la frente contra mi cuello.

—¿Puedes volver a dormirte, Paloma? Por favor.

—¿Ha pasado algo? ¿Está bien America?

Con la última pregunta, me senté. A pesar de ver el miedo en mis ojos, su expresión no cambió. Simplemente suspiró y se sentó conmigo, mirando la mano que cogía entre las suya.

—Sí… America está bien. Llegaron a casa sobre las cuatro de la mañana. Siguen en la cama. Es pronto, volvamos a dormirnos.

Cuando noté cómo me latía el corazón dentro del pecho, supe que no había posibilidad de volver a dormirme. Travis me puso una mano en cada lado de mi cara y me besó. Su boca se movía de forma diferente, como si me estuviera besando por última vez. Me bajó hasta la almohada, me besó una vez más y después apoyó la cabeza sobre mi pecho, envolviéndome fuertemente entre sus brazos. Se me pasaron por la cabeza todas las posibles razones para el comportamiento de Travis como si fueran canales de televisión. Lo abracé, temiendo preguntar.

—¿Has dormido algo?

—No he podido. No quería… —Su voz se apagó.

Lo besé en la frente.

—Sea lo que sea, lo solucionaremos, ¿vale? ¿Por qué no intentas dormir un poco? Ya lo arreglaremos todo cuando nos despertemos.

Levantó de golpe la cabeza y me escudriñó la cara. Vi tanto recelo como esperanza en sus ojos.

—¿Qué quieres decir con que lo solucionaremos?

Levanté las cejas, confundida. No conseguía imaginarme qué había pasado mientras estaba durmiendo que pudiera causarle tanta angustia.

—No sé qué ocurre pero estoy aquí.

—¿Estás aquí? Es decir, ¿te vas a quedar? ¿Conmigo?

Sabía que mi expresión debía de haber sido ridícula, pero me daba vueltas la cabeza tanto por el alcohol como por las extrañas preguntas de Travis.

—Sí, pensaba que lo habíamos hablado anoche.

—Y así fue —asintió más animado.

Escudriñé su habitación con la mirada mientras pensaba. Las paredes ya no se veían desnudas como cuando nos habíamos conocido. Estaban salpicadas de baratijas de sitios en los que habíamos pasado tiempo juntos, y marcos negros con fotos mías, nuestras, de Toto y nuestro grupo de amigos interrumpían la pintura blanca. Un marco más grande con los dos en mi fiesta de cumpleaños sustituía al sombrero que colgaba antes de un clavo sobre su cabecero.

Lo miré con los ojos fruncidos.

—Pensabas que me iba a despertar cabreada contigo, ¿verdad? ¿Pensabas que iba a marcharme?

Se encogió de hombros, haciendo un torpe intento de fingir la misma indiferencia que solía salirle con tanta facilidad.

—Eres famosa por ese tipo de cosas.

—¿Y eso es lo que te tiene tan disgustado? ¿Te has quedado despierto toda la noche preocupado por lo que pasaría cuando me despertara?

Se movió como si le resultara difícil pronunciar las siguientes palabras.

—No pretendía que la noche pasada acabara así; estaba un poco borracho y te seguí por la fiesta como un jodido acosador; después te arrastré hasta aquí, contra tu voluntad…, y entonces… —sacudió la cabeza, claramente furioso consigo mismo por los recuerdos que le pasaban por la cabeza.

—¿Disfruté del mejor sexo de mi vida? —sonreí, estrechándole la mano.

Travis soltó una carcajada, mientras la tensión de alrededor de sus ojos se desvanecía.

—Entonces, ¿estamos bien?

Lo besé, acariciándole las mejillas con ternura.

—Sí, tonto, te lo prometí, ¿no? Te dije lo que querías oír, volvimos a estar juntos, ¿y todavía no estás feliz? —Su cara se arrugó alrededor de su sonrisa—. Travis, para. Te amo —dije, alisando las arrugas de preocupación de alrededor de sus ojos—. Esta absurda ruptura podría haberse acabado en Acción de Gracias, pero…

—Espera…, ¿qué? —me interrumpió, inclinándose hacia atrás.

—Estaba totalmente dispuesta a ceder en Acción de Gracias, pero dijiste que habías renunciado a intentar hacerme feliz, y yo fui demasiado orgullosa para decirte que quería volver contigo.

—¿Me estás tomando el pelo? ¡Solo intentaba facilitarte las cosas! ¿Tienes idea de lo desgraciado que he sido?

Fruncí el ceño.

—Parecías estar bien después de la ruptura.

—¡Lo hacía por ti! Tenía miedo de perderte si no fingía que me parecía bien que fuéramos solo amigos. ¿Podríamos haber estado juntos todo este tiempo? ¿Qué cojones estás diciendo, Paloma?

—Eh…

No pude discutir; tenía razón. Había hecho que los dos sufriéramos y no tenía excusa.

—Lo siento.

—¿Lo sientes? ¡Maldita sea! Casi me mato bebiendo, apenas podía salir de la cama, rompí mi teléfono en un millón de trozos en Nochevieja para evitar llamarte… ¿Y dices que lo sientes?

Me mordí el labio y asentí, avergonzada. No tenía ni idea de por todo lo que había pasado, y oírle decir esas palabras me provocó un dolor agudo en el pecho.

—Lo siento… Lo siento muchísimo.

—Te perdono —dijo él con una sonrisa—. No vuelvas a hacerlo nunca más.

—No lo haré. Lo prometo.

Se le marcó brevemente el hoyuelo y sacudió la cabeza.

—Maldita sea, te amo.