HELLERTON
America no había vuelto a Morgan desde su reencuentro con Shepley. Solía faltar al almuerzo, y sus llamadas cada vez eran más escasas. No les echaba en cara el tiempo que estaban recuperando por todo aquel que habían pasado separados. Honestamente, me alegraba de que America estuviera demasiado ocupada para llamarme desde el apartamento de Shepley y Travis. Resultaba incómodo oír a Travis de fondo, y me daba un poco de celos que ella pasara tiempo con él y yo no.
Finch y yo nos veíamos más, y egoístamente agradecía que estuviera tan solo como yo. Íbamos a clase, comíamos juntos, estudiábamos juntos e incluso Kara se acostumbró a tenerlo cerca.
Se me empezaban a adormecer los dedos por el aire helado al quedarme fuera de Morgan haciendo compañía a Finch mientras fumaba.
—¿Podrías considerar dejar de fumar antes de que me dé un ataque de hipotermia por quedarme aquí fuera dándote apoyo moral? —pregunté.
Finch se rio.
—Te quiero, Abby. De verdad que sí, pero no, no voy a dejar de fumar.
—¿Abby?
Me di media vuelta y vi a Parker caminando por la acera con las manos metidas en los bolsillos. Tenía secos sus gruesos labios bajo la nariz enrojecida, y me reí cuando se llevó un cigarrillo imaginario a la boca y soltó una bocanada de vaho.
—Si lo hicieras así, te ahorrarías mucho dinero, Finch —dijo con una sonrisa.
—¿Qué le ha dado a todo el mundo hoy para que deje de fumar? —preguntó él, molesto.
—¿Qué hay, Parker? —pregunté.
Sacó dos entradas del bolsillo.
—Han estrenado esa nueva película vietnamita. El otro día oí que querías verla, así que se me ocurrió comprar un par de entradas para esta noche.
—No te preocupes por mí —dijo Finch.
—Puedo ir con Brad si tienes planes —dijo Parker encogiéndose de hombros.
—Entonces, ¿no es una cita? —pregunté.
—No, solo en plan de amigos.
—Y ya sabemos lo bien que te funciona eso —se burló Finch.
—Oh, ¡cállate! —dije riéndome—. Suena divertido, Parker, gracias.
Se le iluminaron los ojos.
—¿Quieres que vayamos a comer una pizza o algo antes? La verdad es que no me gusta mucho la comida de los cines.
—Una pizza estará genial —asentí.
—Bueno, pues la película es a la nueve, así que… ¿te recojo a las seis y media más o menos? —Asentí de nuevo y me despedí de Parker.
—Oh, Dios —dijo Finch—. Eres masoquista, Abby. Sabes que a Travis no le va a hacer ninguna gracia cuando se entere.
—Ya lo has oído. No es una cita. Y no puedo hacer planes basándome en lo que le parezca bien a Travis. Él no me consultó nada antes de llevar a Megan a su casa.
—Nunca vas a olvidarte de eso, ¿verdad?
—Probablemente, no.
Nos sentamos a una mesa con banco en el rincón y me froté las manos para intentar entrar en calor. No pude evitar darme cuenta de que estábamos en el mismo sitio en el que nos sentamos Travis y yo cuando quedamos por primera vez, y sonreí al acordarme de ese día.
—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Parker.
—Nada, me gusta este sitio. He pasado buenos momentos.
—Me he dado cuenta de que llevas la pulsera —dijo él, mirando los diamantes resplandecientes de mi muñeca.
—Ya te dije que me gustaba.
La camarera nos entregó la carta y tomó nota de las bebidas.
Parker me puso al día sobre su horario y me habló de los avances que había hecho en sus estudios para el examen de admisión en la Facultad de Medicina. Cuando la camarera nos sirvió las cervezas, Parker apenas se había dado un respiro. Parecía nervioso, y me pregunté si tenía la impresión de que estábamos en una cita, al margen de lo que me hubiera dicho.
Se aclaró la garganta.
—Lo siento. Creo que he monopolizado bastante la conversación. —Dio unos golpecitos a su botella y sacudió la cabeza—. Es que no había hablado contigo en tanto tiempo que suponía que tenía mucho que contar.
—Está bien. Ha pasado mucho tiempo.
Justo entonces, sonó la campanilla de la puerta. Me volví y vi a Travis y a Shepley entrar en el local. Travis tardó menos de un segundo en verme, pero no pareció sorprendido.
—Oh, cielos —murmuré.
—¿Qué pasa? —preguntó Parker antes de darse la vuelta y ver que se sentaban a una mesa al otro lado del local.
—Hay un sitio de hamburguesas calle abajo al que podemos ir —dijo Parker en voz baja.
Antes estaba nervioso, pero en ese momento su inquietud había alcanzado un nivel totalmente nuevo.
—Creo que en este momento sería más raro que nos fuéramos —mascullé.
Puso cara de disgusto, derrotado.
—Probablemente tengas razón.
Intentamos seguir con nuestra conversación, pero resultaba evidente que era forzada e incómoda. La camarera estuvo un buen rato en la mesa de Travis, pasándose los dedos por el pelo y cambiando el peso de su cuerpo de un pie a otro. Finalmente, se acordó de tomarnos nota de lo que queríamos comer cuando Travis respondió a su móvil.
—Tomaré los tortellini —dijo Parker, mirándome.
—Y yo… —Alargué la última palabra, distraída porque Travis y Shepley se habían levantado.
Travis siguió a Shepley a la puerta, pero vaciló, se detuvo y se dio media vuelta. Cuando vio que lo miraba, vino directamente hacia nuestra mesa. La camarera esbozó una sonrisa de esperanza, como si creyera que iba a despedirse. Sus ilusiones se frustraron rápidamente cuando Travis se puso a mi lado sin apenas parpadear en su dirección.
—Tengo una pelea dentro de cuarenta y cinco minutos, Paloma. Quiero que vengas.
—Trav…
Su gesto era contenido, pero podía ver la tensión de alrededor de sus ojos. No estaba segura de si no quería dejar mi cena con Parker al destino, o si realmente deseaba que fuera con él. En cualquier caso, había tomado mi decisión un segundo después de que me lo pidiera.
—Necesito que estés allí. Es la revancha con Brady Hoffman, el chico de State. Habrá mucha gente y montones de dinero en juego… y Adam dice que Brady ha estado entrenándose.
—Ya has peleado antes con él, Travis, sabes que es una victoria fácil.
—Abby —dijo Parker con calma.
—Te necesito allí —insistió Travis; su confianza parecía tambalearse.
Miré a Parker con una sonrisa de disculpa.
—Lo siento.
—¿Lo dices en serio? —dijo él, enarcando las cejas—. ¿Te vas en medio de la cena?
—Todavía puedes llamar a Brad, ¿verdad? —pregunté mientras me levantaba.
Las comisuras de la boca de Travis se elevaron mínimamente mientras dejaba un billete de veinte en la mesa.
—Con esto debería bastar.
—No me importa el dinero… Abby…
Me encogí de hombros.
—Es mi mejor amigo, Parker. Si me necesita allí, tengo que ir.
Sentí la mano de Travis cerrarse en torno a la mía mientras me guiaba fuera del restaurante. Parker me observaba con una mirada de estupefacción. Shepley ya estaba al teléfono en su Charger, avisando a todo el mundo. Travis se sentó en la parte de atrás conmigo, sujetándome la mano con firmeza.
—Acabo de hablar con Adam, Trav. Me ha dicho que los chicos de State se han presentado borrachos y con los bolsillos llenos de dinero. Ya están cabreados, así que tal vez sea buena idea mantener a Abby lejos del follón.
Travis asintió.
—Sí, no la pierdas de vista.
—¿Dónde está America? —pregunté.
—Estudiando para su examen de Física.
—Es un buen laboratorio —dijo Travis.
Solté una carcajada y eché una mirada a Travis, que sonreía abiertamente.
—¿Cuándo has visto el laboratorio? No has hecho Física —dijo Shepley.
Travis se rio y yo le di un pequeño codazo. Apretó los labios hasta que la necesidad de reír pasó y me guiñó un ojo, apretándome la mano una vez más, entrelazando los dedos con los míos, y oí que un pequeño suspiro se le escapaba de los labios. Sabía en qué pensaba, porque yo me sentía igual. Durante ese rato, fue como si nada hubiera cambiado.
Aparcamos en una zona oscura del aparcamiento, y Travis se negó a soltarme la mano hasta que nos colamos por la ventana del sótano del Hellerton Science Building. Lo habían construido el año anterior, así que no tenía un ambiente enrarecido ni tanto polvo como los otros sótanos en los que nos habíamos colado.
En cuanto entramos en el vestíbulo, el rugido de la multitud llegó a nuestros oídos. Asomé la cabeza y vi un océano de caras, muchas de las cuales no me sonaban. Todo el mundo sujetaba una botella de cerveza en la mano, pero los estudiantes de State College eran fáciles de distinguir entre la muchedumbre. Eran los que se bamboleaban con los ojos medio cerrados.
—Quédate cerca de Shepley, Paloma. Ahí fuera se va a montar una gorda —dijo él desde detrás de mí.
Observó a la muchedumbre y sacudió la cabeza por la enorme cantidad de asistentes. El sótano de Hellerton era el más espacioso del campus, así que a Adam le gustaba programar peleas allí cuando esperaban una gran afluencia de público. Incluso con ese espacio de más, había personas aplastadas contra las paredes y empujones por conseguir un buen sitio.
Adam salió de una esquina y no intentó ocultar el descontento por mi presencia.
—Pensé que te había dicho que no trajeras a tu chica a las peleas nunca más, Travis.
Travis se encogió de hombros.
—Ya no es mi chica.
Aunque procuré que la expresión de mi rostro no cambiara, había pronunciado esas palabras con tanta naturalidad que sentí un pinchazo en el pecho.
Adam bajó la mirada a nuestros dedos entrelazados y luego volvió a mirar a Travis a la cara.
—Nunca voy a entender lo vuestro. —Sacudió la cabeza y después echó un vistazo a la multitud. Seguía llegando gente por las escaleras, aunque ya no cabía un alfiler entre los que ya estaban en la pista—. Tenemos un llenazo de locura esta noche, así que nada de cagadas hoy, ¿vale?
—Me aseguraré de que haya espectáculo, Adam.
—Eso no es lo que me preocupa. Brady ha estado entrenando.
—También yo.
—Chorradas —se rio Shepley.
Travis se encogió de hombros.
—Tuve una pelea con Trent el pasado fin de semana. Ese mierdecilla es rápido.
Me reí y Adam me miró.
—Será mejor que te tomes esto en serio, Travis —dijo él, mirándome a los ojos—. Hay mucho dinero en juego en esta pelea.
—Ah, ¿y yo no? —dijo Travis, irritado por el sermón de Adam.
Adam se volvió, sujetando el megáfono delante de los labios, y se subió a una silla por encima de la muchedumbre de espectadores borrachos. Travis me sujetó a su lado mientras Adam daba la bienvenida a los asistentes y después repasó las reglas.
—Buena suerte —le dije, tocándole el pecho.
Solo había estado nerviosa en otro combate, en el que se había enfrentado a Brock McMann en Las Vegas, pero no podía librarme del sentimiento siniestro que me había embargado desde que había puesto un pie en Hellerton. Algo fallaba, y Travis también lo sentía.
Travis me cogió por los hombros y me dio un beso en los labios. Se apartó rápidamente, asintiendo una vez.
—Esa es toda la suerte que necesito.
Todavía estaba conmocionada por la calidez de los labios de Travis cuando Shepley me empujó junto a la pared al lado de Adam. Recibí empujones y codazos, lo que me recordó a la primera noche que vi a Travis pelear, pero la multitud estaba menos centrada, y algunos de los estudiantes de State empezaban a ponerse hostiles. Los de Eastern vitorearon y silbaron a Travis cuando irrumpió en el Círculo, mientras que los de State se dividían entre abuchear a Travis y animar a Brady.
Estaba en una posición privilegiada desde la que podía ver cómo Brady destacaba sobre Travis, moviéndose impaciente por que el megáfono sonara. Como siempre, Travis sonreía ligeramente, sin dejar que la locura de su alrededor lo afectara. Cuando Adam dio inició a la pelea, Travis intencionadamente dejó que Brady asestara el primer puñetazo. Me sorprendió que el golpe lanzara su cara con fuerza hacia un lado. Brady había estado entrenando.
Travis sonrió y vi que sus dientes se habían teñido de un rojo brillante; entonces se centró en devolver cada golpe que lanzaba Brady.
—¿Por qué está dejando que le pegue tanto? —pregunté a Shepley.
—Me parece que ya no le está dejando —dijo Shepley, sacudiendo la cabeza—. No te preocupes, Abby. Se está preparando para apuntarse un tanto.
Después de diez minutos, Brady estaba a punto de quedarse sin resuello, pero todavía conseguía asestar sólidos golpes a Travis en los costados y en la mandíbula. Travis cogió el zapato de Brady cuando intentó pegarle una patada, y le sujetó la pierna con una mano, mientras le daba en la nariz antes de levantar más la pierna de Brady, haciendo que perdiera el equilibrio. El público estalló cuando Brady cayó al suelo, aunque no se quedó mucho tiempo allí. Se levantó, pero con dos líneas rojo oscuro que le salían de la nariz. De inmediato, pegó dos puñetazos más a la cara de Travis y le provocó un corte en la ceja; empezó a salirle sangre, que le goteó por la mejilla.
Cerré los ojos y me di media vuelta, con la esperanza de que Travis rematara la pelea pronto. El ligero movimiento de mi cuerpo me dejó atrapada en la corriente de espectadores y, antes de poder enderezarme, estaba a varios metros de un preocupado Shepley. Mis esfuerzos por luchar contra la multitud resultaron ineficaces y, en muy poco tiempo, me estaban aplastando contra la pared de atrás.
La salida más cercana estaba al otro lado de la habitación, a la misma distancia que la puerta por la que había entrado. Me di en la espalda contra la pared de hormigón, lo que me dejó sin aliento.
—¡Shep! —grité, moviendo la mano por encima de mí para llamar su atención.
La lucha estaba en su clímax. Nadie podía oírme.
Un hombre perdió el pie y agarró mi camisa para enderezarse, tirándome la cerveza por toda mi parte delantera. Me quedé empapada desde el cuello hasta la cintura, y apestaba al olor amargo de la cerveza barata. El hombre seguía sujetándome la camisa con su puño mientras intentaba levantarse del suelo, así que tuve que arrancarle los dedos de dos en dos hasta que me soltó. No se molestó en mirarme dos veces y se abrió camino hacia delante entre la muchedumbre.
—¡Oye! ¡Te conozco! —me gritó otro hombre al oído.
Me eché hacia atrás y lo reconocí de inmediato. Era Ethan, el hombre al que Travis había amenazado en el bar, el mismo que de algún modo se había librado de unos cargos de agresión sexual.
—Sí —dije, mientras buscaba un hueco entre el público y me colocaba bien la camisa.
—Bonita pulsera —dijo él, al tiempo que bajaba su mano por mi brazo y me cogía la muñeca.
—¡Oye! —lo avisé, apartando la mano.
Me frotó el brazo, balanceándose y sonriendo.
—La última vez que intenté hablar contigo nos interrumpieron de forma muy grosera.
Me puse de puntillas y vi a Travis asestando dos golpes a Brady en la cara. Barrió el público que nos separaba con la mirada. Me estaba buscando en lugar de centrarse en la pelea. Tenía que volver a mi sitio antes de que se distrajera demasiado.
Apenas me había abierto paso entre el público cuando los dedos de Ethan se clavaron en la parte trasera de mis vaqueros. Volví a darme contra la pared una vez más.
—No he acabado de hablar contigo —dijo Ethan, pegando un repaso a mi camisa mojada con una actitud evidentemente lasciva.
Le quité la mano de la parte trasera de mis vaqueros, clavándole las uñas.
—¡Suéltame! —grité cuando se resistió.
Ethan se rio y me empujó contra él.
—No quiero soltarte.
Busqué una cara familiar entre la multitud, intentando alejar a Ethan al mismo tiempo. Sus brazos pesaban mucho y me agarraba con fuerza. Presa del pánico, ya no podía distinguir a los estudiantes de State de los de Eastern. Nadie pareció darse cuenta de mi rifirrafe con Ethan, y había tanto ruido que nadie podía oírme protestar tampoco. Se inclinó hacia delante, alargando la mano para cogerme el trasero.
—Siempre pensé que tenías un culo de escándalo —dijo él, echándome a la cara el aliento que apestaba a cerveza.
—¡Apártate! —grité, dándole un empujón.
Miré a Shepley, y vi que Travis por fin me había encontrado entre el público. Instantáneamente me empujó contra los cuerpos amontonados que lo rodeaban.
—¡Travis! —dije, pero los aplausos ahogaban mis gritos. Empujé a Ethan con una mano y alargué la otra hacia Travis. Este apenas consiguió avanzar antes de que volvieran a empujarlo dentro del Círculo. Brady aprovechó la distracción de Travis y le clavó un codo en un lateral de la cabeza. La muchedumbre se acalló un poco cuando Travis golpeó a alguien de entre el público en un nuevo intento de llegar hasta mí.
—¡Quítale las putas manos de encima! —gritó Travis.
Las personas que se encontraban entre donde estaba yo y el lugar desde el que Travis intentaba abrirse paso volvieron la cabeza en mi dirección. Ethan hacía caso omiso e intentaba mantenerme el tiempo suficiente para besarme. Me acarició con la nariz el pómulo y luego bajó por mi cuello.
—Hueles realmente bien —masculló él.
Le aparté la cara, pero me cogió por la muñeca, sin inmutarse. Abriendo los ojos de par en par, busqué de nuevo a Travis, que, a la desesperada, indicó a Shepley dónde estaba yo.
—¡Cógela! ¡Shep! ¡Coge a Abby! —dijo él, todavía intentando abrirse camino entre el público.
Brady volvió a meterlo dentro del Círculo y le golpeó de nuevo.
—Estás jodidamente buena, ¿lo sabes? —dijo Ethan.
Cerré los ojos cuando sentí su boca en mi cuello. La ira se apoderó de mí y volví a empujarlo.
—¡He dicho que me dejes! —grité, clavándole la rodilla en la entrepierna.
Se dobló hacia delante, llevándose inmediatamente una mano a la fuente del dolor, mientras seguía agarrándome por la camisa con la otra, negándose a soltarme.
—¡Serás zorra! —gritó él.
Al minuto siguiente, me liberé.
Shepley miraba a Ethan con ojos salvajes, mientras lo agarraba por el cuello de la camisa. Sujetó a Ethan contra la pared, mientras le golpeaba con el puño una y otra vez en la cara. Solo se detuvo cuando Ethan se puso a sangrar por la boca y la nariz.
Shepley tiró de mí hasta las escaleras, empujando a todo aquel que se interpusiera en su camino. Me ayudó a salir por una ventana abierta y por una salida de incendios, hasta que por fin me cogió cuando salté los pocos metros que me separaban del suelo.
—¿Estás bien, Abby? ¿Te ha hecho daño? —me preguntó Shepley.
Una manga de la camisa me colgaba solo de unos cuantos hilos. Aparte de eso, había escapado sin un rasguño. Sacudí la cabeza, todavía conmocionada.
Shepley me puso las manos a ambos lados de la cara y me miró a los ojos.
—Abby, respóndeme. ¿Estás bien?
Asentí. Cuando la sangre absorbió la adrenalina, las lágrimas empezaron a fluir.
—Estoy bien.
Me abrazó, apretando la mejilla contra mi frente, y después se enderezó.
—¡Estamos aquí, Trav!
Travis corrió hacia nosotros a toda velocidad, y solo bajó el ritmo cuando me tuvo en sus brazos. Estaba cubierto de sangre, le chorreaba por el ojo y también tenía la boca salpicada de rojo.
—¡Santo cielo! ¿Está herida? —preguntó él.
Shepley seguía con su mano en mi espalda.
—Me ha dicho que está bien.
Travis me apartó extendiendo el brazo y frunció el ceño.
—¿Estás herida, Paloma?
Justo cuando decía que no con la cabeza, vi a la primera persona del sótano que bajaba por la salida de incendios. Travis me estrechó con fuerza entre sus brazos, revisando las caras de quienes salían en silencio. Un hombre bajito y rechoncho saltó de la escalera y se quedó helado cuando nos vio de pie en la acera.
—Tú —gruñó Travis.
Me soltó y corrió por el césped hasta que tiró al hombre al suelo.
Miré a Shepley, confusa y horrorizada.
—Ese es el tipo que no dejaba de empujar a Travis dentro del Círculo —dijo Shepley.
Una pequeña multitud se reunió alrededor de ellos mientras luchaban en el suelo. Travis asestó un puñetazo tras otro en la cara de aquel hombre, mientras Shepley volvía a apretarme contra su pecho, aún jadeando. El hombre dejó de devolver los golpes, y Travis lo dejó sangrando en el suelo.
Quienes se habían congregado a su alrededor, se dispersaron para dar más espacio a Travis, al ver la rabia en sus ojos.
—¡Travis! —gritó Shepley, señalando al otro lado del edificio.
Ethan cojeaba en la sombra, usando el muro de ladrillos de Hellerton para sujetarse. Cuando oyó a Shepley gritar el nombre de Travis, se volvió justo a tiempo para ver a su asaltante abalanzarse sobre él. Tras lanzar la botella de cerveza que llevaba en las manos, Ethan cruzó cojeando el césped en dirección a la calle tan rápido como sus piernas se lo permitían. Precisamente cuando llegó a su coche, Travis lo cogió y lo golpeó contra el vehículo.
Ethan no dejaba de suplicar a Travis, pero este lo agarró por el cuello de la camisa y estampó su cabeza en la puerta del coche. Las súplicas se acabaron con el sonoro golpe de su cráneo contra el parabrisas; inmediatamente, Travis lo empujó delante del coche y rompió un faro con la cara de Ethan. Travis lo lanzó sobre el capó y aplastó su cara contra el metal mientras gritaba obscenidades.
—Mierda —dijo Shepley. Me volví y vi el resplandor azul y rojo de las luces de un coche de policía que se acercaba rápidamente. Montones de personas saltaron desde la plataforma, creando una cascada humana desde la salida de incendios, y ráfagas de estudiantes salieron corriendo en todas las direcciones.
—¡Travis! —grité.
Travis dejó el cuerpo inerte de Ethan sobre el capó del coche y corrió hacia nosotros. Shepley me llevó hasta el aparcamiento y abrió a toda velocidad la puerta de su coche. Salté al asiento trasero y esperé angustiada a que ambos entraran. Muchos coches salieron rápidamente de donde estaban aparcados en dirección a la carretera, pero se detuvieron chirriando cuando un segundo coche de policía bloqueó el camino.
Travis y Shepley saltaron a sus asientos, y Shepley lanzó una maldición cuando vio que los coches atrapados volvían marcha atrás desde la única salida. Arrancó el coche, y el Charger botó cuando saltó por encima de la cuneta. Pasó sobre el césped y salió volando entre dos edificios, hasta que volvió a rebotar cuando cogimos la calle que estaba detrás de la universidad.
Los neumáticos chirriaron y el motor rugió cuando Shepley pisó el acelerador. Me deslicé por el asiento hasta darme contra el interior de la carrocería del vehículo cuando giramos y me golpeé el codo que ya tenía magullado. Las luces de la calle entraban por la ventanilla mientras corríamos hacia el apartamento, pero parecía que había pasado cerca de una hora cuando finalmente nos detuvimos en el aparcamiento.
Shepley aparcó el Charger y apagó el motor. Los chicos abrieron sus puertas en silencio, y Travis pasó al asiento de atrás para cogerme en brazos.
—¿Qué ha ocurrido? Joder, Trav, ¿qué te ha pasado en la cara? —dijo America corriendo escaleras abajo.
—Te lo contaré dentro —dijo Shepley, guiándola hacia la puerta.
Conmigo en brazos, Travis subió las escaleras, cruzó el salón y el pasillo sin decir una palabra, hasta que me dejó en su cama. Toto me daba pataditas en las piernas y saltaba sobre la cama para lamerme la cara.
—Ahora no, pequeño —dijo Travis en voz baja, mientras se llevaba al cachorro al pasillo y cerraba la puerta.
Se arrodilló delante de mí y tocó los bordes deshilachados de mi manga. Su ojo estaba en la fase inicial de un hematoma, rojo e hinchado. La piel irritada de encima estaba rasgada y bañada en sangre. Tenía los labios manchados de escarlata y desgarros en la piel de algunos nudillos. La camiseta que antes había sido blanca estaba ahora manchada de una combinación de sangre, hierba y barro.
Le toqué el ojo y él hizo un gesto de dolor, apartándose de mi mano.
—Lo siento mucho, Paloma. Intenté llegar hasta ti. De verdad… —Se aclaró la garganta, asfixiado por la ira y la preocupación—. Pero no podía.
—¿Puedes pedirle a America que me lleve de vuelta a Morgan? —dije.
—No puedes volver allí esta noche. El sitio está a rebosar de policías. Tú quédate aquí, yo dormiré en el sofá.
Ahogué una exhalación entrecortada, intentando no derramar más lágrimas. Ya se sentía bastante mal.
Travis se levantó y abrió la puerta.
—¿Adónde vas? —le pregunté.
—Tengo que darme una ducha. Vuelvo enseguida.
America se cruzó con él cuando salió y se sentó a mi lado en la cama, acercándome a su pecho.
—¡Siento muchísimo no haber estado allí! —gritó ella.
—Estoy bien —dije mientras me secaba la cara manchada por las lágrimas.
Shepley llamó a la puerta y entró con un vaso lleno hasta la mitad de whisky.
—Toma —dijo, dándoselo a America.
Ella me lo puso en las manos y me dio un ligero golpe con el codo.
Eché hacia atrás la cabeza y dejé que el líquido cayera por mi garganta. Arrugué la cara conforme el whisky pasaba ardiendo hasta mi estómago.
—Gracias —dije, devolviéndole el vaso a Shepley.
—Tendría que haber llegado antes. Ni siquiera me di cuenta de que no estabas. Lo siento, Abby, debería…
—No es culpa tuya, Shep. No es culpa de nadie.
—Es culpa de Ethan —dijo entre dientes—. Ese cabrón estaba metiéndole mano por todas partes contra la pared.
—¡Cariño! —dijo America, conmocionada y acercándome a ella.
—Necesito otra copa —dije, empujando el vaso vacío hacia Shepley.
—Yo también —dijo este antes de volver a la cocina.
Travis entró con una toalla anudada a la cintura y sujetando una lata fría de cerveza contra el ojo. America salió de la habitación sin una palabra mientras Travis se ponía los calzoncillos. Después cogió su almohada. Shepley trajo cuatro vasos esta vez, todos llenos hasta el borde de licor ámbar. Todos apuramos el whisky sin dudarlo.
—Nos vemos por la mañana —dijo America, dándome un beso en la mejilla.
Travis cogió mi vaso y lo dejó en la mesita de noche. Se quedó mirándome un momento y después fue hasta su armario, descolgó una camisa y la lanzó sobre la cama.
—Siento cagarla tanto —dijo él, sujetándose la cerveza contra el ojo.
—Tienes un aspecto terrible. Mañana estarás hecho una mierda.
Él sacudió la cabeza, disgustado.
—Abby, has sufrido un ataque esta noche. No te preocupes por mí.
—Es difícil mientras veo cómo se te hincha el ojo —dije, mientras me ponía la camisa en el regazo.
Apretó las mandíbulas.
—No habría pasado si hubiera dejado que te quedaras con Parker. Pero sabía que, si te lo pedía, vendrías. Quería demostrarle que sigues siendo mía. Y has acabado herida.
Sus palabras me pillaron desprevenida y pensé que no había oído bien.
—¿Por eso me pediste que fuera esta noche? ¿Para demostrarle algo a Parker?
—En parte, sí —dijo, avergonzado.
Se me heló la sangre en las venas. Por primera vez desde que nos conocíamos, Travis me había engañado. Había ido a Hellerton con él pensando que me necesitaba, pensando que, a pesar de todo, habíamos vuelto a donde estábamos al principio. Y no era más que un farol; él había marcado su territorio y yo se lo había permitido.
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
—¡Vete!
—Paloma —dijo él, dando un paso hacia mí.
—¡Vete! —dije cogiendo el vaso de la mesita de noche y lanzándolo contra él.
Travis se agachó y el vaso estalló contra la pared en cientos de pequeños y relucientes añicos.
—¡Te odio!
Travis suspiró como si le hubieran sacado todo el aire de un golpe y, con una expresión de dolor, me dejó a solas.
Me quité la ropa y me puse la camiseta. El ruido que salió de mi garganta me sorprendió. Llevaba mucho tiempo sin sollozar incontrolablemente. Al cabo de un momento, America entró corriendo en la habitación.
Se metió en la cama y me rodeó con los brazos. No me hizo ninguna pregunta ni intentó consolarme, simplemente me abrazó mientras la funda de la almohada se empapaba con mis lágrimas.