12

HECHOS EL UNO PARA EL OTRO

Me metí una pastillita blanca en la boca y me la tragué con un gran vaso de agua. Estaba de pie en medio del dormitorio de Travis, en sujetador y bragas, preparándome para ponerme el pijama.

—¿Qué es eso? —preguntó Travis desde la cama.

—Eh…, mi píldora.

Frunció el ceño.

—¿Qué píldora?

—La píldora, Travis. Todavía tienes que volver a rellenar tu cajón y lo último que necesito es preocuparme de si me va a venir la regla o no.

—Ah.

—Uno de nosotros tiene que ser responsable —dije, enarcando una ceja.

—Santo cielo, qué sexi estás —dijo Travis, apoyando la cabeza en la mano—. La mujer más guapa de Eastern es mi novia. Menuda locura.

Puse los ojos en blanco e introduje la cabeza por el camisón de seda púrpura, justo antes de meterme en la cama a su lado. Me senté a horcajadas sobre su regazo y le besé el cuello; solté una risita tonta cuando dejó caer la cabeza contra el cabecero.

—¿Otra vez? Vas a acabar conmigo, Paloma.

—No puedes morirte —dije, mientras le cubría la cara de besos—. Tienes demasiado mal genio.

—¡No, no puedo morirme porque hay demasiados gilipollas peleándose a empujones por ocupar mi lugar! Podría vivir para siempre solo para fastidiarlos.

Solté una risita contra su boca y él me puso boca arriba. Deslizó el dedo bajo el delicado lazo púrpura que tenía sobre el hombro, y me lo bajó por el brazo, mientras me besaba la piel que dejaba libre tras él.

—¿Por qué yo, Trav?

Se inclinó hacia atrás, buscando mi mirada.

—¿A qué te refieres?

—Has estado con muchas mujeres y siempre te has negado a apuntar tan siquiera un número de teléfono…, ¿por qué yo?

—¿A qué viene esa pregunta? —dijo él, mientras me acariciaba la mejilla con el pulgar.

Me encogí de hombros.

—Solo tengo curiosidad.

—¿Y por qué yo? Tienes a la mitad de los hombres de Eastern esperando a que yo la fastidie contigo.

Arrugué la nariz.

—Eso no es verdad. No cambies de tema.

—Claro que es cierto. Si no hubiera estado persiguiéndote desde principios de curso, habrías tenido a más chicos siguiéndote por ahí, además de Parker Hayes. Él simplemente está demasiado pagado de sí mismo como para tenerme miedo.

—¡No haces más que esquivar mi pregunta! ¡Y muy mal, añadiría!

—¡Vale, vale! ¿Que por qué tú? —Una sonrisa se extendió en su cara, mientras se agachaba hasta que sus labios tocaron los míos—. Me sentí atraído hacia ti desde la noche de aquella primera pelea.

—¿Cómo? —dije con una expresión de duda.

—Sí. ¿Allí en medio, con esa chaqueta de punto manchada de sangre? Estabas absolutamente ridícula —dijo riéndose.

—Gracias.

Su sonrisa desapareció.

—Fue cuando levantaste la mirada hacia mí. Ese fue el momento preciso. Me miraste con los ojos abiertos de par en par, con inocencia…, sin fingimientos. No me miraste como si fuera Travis Maddox —dijo él, poniendo los ojos en blanco al oír sus propias palabras—. Me miraste como si fuera…, no sé…, una persona, supongo.

—Última hora, Trav. Eres una persona.

Me apartó el pelo de la cara.

—No, antes de que llegaras, Shepley era el único que me trataba con normalidad. No te acobardaste, ni intentaste flirtear, ni te pasaste el pelo por la cara. Simplemente me viste.

—Fui una completa zorra contigo.

Me besó en el cuello.

—Eso es lo que acabó de sellar el trato.

Deslicé las manos por su espalda hasta el interior de sus calzoncillos.

—Espero que esto vaya bien. No creo que llegue a cansarme de ti jamás.

—¿Me lo prometes? —preguntó, sonriendo.

Su teléfono vibró sobre la mesita de noche y sonrió, mientras se lo llevaba a la oreja.

—¿Diga?… Oh, joder, no. Estoy aquí con Paloma. Nos estábamos preparando para ir a la cama… Cierra la puta boca, Trent, no tiene gracia… ¿De verdad? ¿Qué hace en la ciudad? —Me miró y suspiró—. Está bien. Estaremos allí dentro de media hora… Ya me has oído, capullo. Porque no voy a ninguna parte sin ella, por eso. ¿Quieres que te parta la cara cuando llegue? —Travis colgó y sacudió la cabeza.

Enarqué una ceja.

—Esa ha sido la conversación más rara que he oído jamás.

—Era Trent. Thomas está en la ciudad y han organizado una noche de póquer en casa de mi padre.

—¿Noche de póquer? —Tragué saliva.

—Sí, normalmente se quedan con todo mi dinero. Son unos cabrones tramposos.

—¿Voy a conocer a tu familia dentro de media hora?

—Dentro de veintisiete minutos, para ser exactos.

—¡Oh, Dios mío, Travis! —aullé, saltando de la cama.

—¿Qué haces? —dijo con un suspiro.

Rebusqué en el armario y saqué un par de pantalones vaqueros; me los puse dando saltitos, y después me quité el camisón por la cabeza y se lo tiré a Travis a la cara.

—¡No puedo creer que me avises de que voy a conocer a tu familia con veinte minutos de antelación! ¡Podría matarte ahora mismo!

Se quitó el camisón de los ojos y se rio ante mi intento desesperado por estar presentable. Cogí una camiseta negra de cuello en pico y me la puse bien, después corrí al baño, me lavé los dientes y me pasé el cepillo por el pelo. Travis apareció detrás de mí, completamente vestido y preparado, y me rodeó con sus brazos por la cintura.

—¡Estoy hecha un asco! —dije, con el gesto torcido delante del espejo.

—¿No te das cuenta de lo guapa que estás? —me preguntó él, besándome en el cuello.

Resoplé y fui corriendo a su habitación para ponerme un par de zapatos de tacón y después cogí a Travis de la mano, mientras me llevaba hasta la puerta. Me detuve, me subí la cremallera de la chaqueta negra de cuero y me recogí el pelo en un moño apretado, preparándome para el agitado trayecto hasta la casa de su padre.

—Cálmate, Paloma. Solo seremos un grupo de tíos sentados alrededor de una mesa.

—Es la primera vez que voy a ver a tu padre y a tus hermanos…, y todo a la vez… ¿Y quieres que me calme? —dije, subiéndome a la moto tras él.

Giró el cuello, me tocó la mejilla y me besó.

—Los vas a enamorar, igual que a mí.

Cuando llegamos, me solté el pelo y lo peiné con los dedos unas cuantas veces antes de que Travis me hiciera cruzar la puerta.

—¡Vaya, vaya! ¡Pero si es el caraculo! —gritó uno de los chicos.

Travis asintió una vez. Intentó poner cara de enfado, pero podía notar que estaba emocionado de ver a sus hermanos. La casa era antañona, empapelada de un color amarillo y marrón desvaído, y había una alfombra de pelo largo de diferentes tonos de marrón. Cruzamos un pasillo que daba directamente a una habitación con la puerta abierta de par en par. El humo salía hasta el vestíbulo, y sus hermanos y su padre estaban sentados a una mesa de madera, redonda, con sillas diferentes.

—Oye…, vigila lo que dices delante de la señora —pidió su padre, con un puro en la boca, que se movía de arriba abajo mientras hablaba.

—Paloma, este es mi padre, Jim Maddox. Papá, esta es Paloma.

—¿Paloma? —preguntó Jim, con una expresión de extrañeza.

—Abby —dije, mientras le estrechaba la mano.

Travis señaló a sus hermanos.

—Trenton, Taylor, Tyler y Thomas.

Todos asintieron y, excepto Thomas, todos parecían versiones mayores de Travis; pelo rapado, ojos marrones, camisetas estrechas que resaltaban sus músculos abultados y cubiertos de tatuajes. Thomas llevaba una camisa de vestir y una corbata desanudada, tenía los ojos verde avellana y el pelo rubio oscuro, un poco más largo.

—¿Y Abby tiene apellido? —preguntó Jim.

—Abernathy —respondí asintiendo.

—Es un placer conocerte, Abby —dijo Thomas, con una sonrisa.

—Un auténtico placer —siguió Trent, pegándome un repaso descarado.

Jim le dio una colleja y él soltó un quejido.

—¿Qué he dicho? —preguntó él, frotándose la nuca.

—Siéntate, Abby. Mira cómo desplumamos a Trav —dijo uno de los gemelos. Era incapaz de decir cuál, porque eran unas copias exactas el uno del otro, incluso sus tatuajes encajaban.

La habitación estaba salpicada de fotos antiguas de partidas de póquer, de leyendas del juego posando con Jim y con quien supuse que sería el abuelo de Travis, y en los estantes había barajas de cartas antiguas.

—¿Conoció a Stu Unger? —pregunté, señalando una foto polvorienta.

A Jim se le iluminó la mirada.

—¿Sabes quién es Stu Unger?

Asentí.

—Mi padre también es admirador suyo.

Se levantó y señaló la foto de al lado.

—Y ese es Doyle Brunson. —Sonreí—. Mi padre lo vio jugar una vez. Es increíble.

—El abuelo de Trav era un profesional. Aquí nos tomamos el póquer muy en serio —dijo Jim sonriendo.

Me senté entre Travis y uno de los gemelos, mientras Trenton barajaba las cartas con cierta habilidad. Los chicos entregaron su efectivo y Jim se lo cambió por fichas.

Trenton enarcó una ceja.

—¿Quieres jugar, Abby? —Sonreí educadamente y dije que no con la cabeza.

—No creo que deba.

—¿Es que no sabes? —preguntó Jim.

No pude reprimir una sonrisa. Jim parecía muy serio, casi paternal. Sabía qué respuesta esperaba y odiaba tener que decepcionarlo. Travis me dio un beso en la frente.

—Venga, juega… Te enseñaré.

—Será mejor que te despidas ya de tu dinero, Abby —dijo Thomas con una carcajada.

Apreté los labios y saqué dos billetes de cincuenta de la cartera. Se los entregué a Jim y esperé pacientemente a que me entregara las fichas. Trenton sonrió con desdén, pero lo ignoré.

—Tengo fe en la capacidad de Travis para enseñarme —dije.

Uno de los gemelos se puso a aplaudir.

—¡Genial! ¡Esta noche me voy a hacer rico!

—Empecemos poco a poco esta vez —dijo Jim, lanzando una ficha de cinco dólares.

Trenton los vio, y Travis me extendió las cartas en abanico.

—¿Has jugado a las cartas alguna vez?

—Hace bastante —asentí.

—El Uno no cuenta, Pollyanna —dijo Trenton, mientras miraba sus cartas.

—Cierra esa bocaza, Trent —dijo Travis, alzando la mirada hacia su hermano, antes de volver a bajarla a mi mano.

—Tienes que buscar las cartas más altas, números consecutivos y mejor si son del mismo palo.

En la primera mano, Travis me miró las cartas y yo miré las suyas. Básicamente, asentí y sonreí, jugando cuando se me decía. Tanto Travis como yo perdimos, y mis fichas habían menguado al final de la primera ronda.

Después de que Thomas repartiera para empezar la segunda ronda, no dejé que Travis viera mis cartas.

—Creo que puedo sola —dije.

—¿Estás segura? —me preguntó.

—Sí, cariño.

Tres manos después, había recuperado mis fichas y había masacrado los montones de fichas de los demás con una pareja de ases, una escalera y con la carta más alta.

—¡Mierda! —se quejó Trenton—. ¡Maldita suerte del principiante!

—Esta chica aprende rápido, Trav —dijo Jim, moviendo la boca sin soltar el puro.

Travis dio un trago a su cerveza.

—¡Me estás haciendo sentir orgulloso, Paloma!

Le brillaban los ojos de emoción; su sonrisa era diferente a todas las que había visto antes.

—Gracias.

—Los que no sirven para actuar, enseñan —dijo Thomas, burlón.

—Muy gracioso, gilipollas —murmuró Travis.

Cuatro manos después, apuré lo que me quedaba de cerveza y fruncí los ojos ante el único hombre de la mesa que no se había retirado.

—Tú decides, Taylor. ¿Vas a ser un bebé o verás mi apuesta como un hombre?

—A la mierda —dijo él, lanzando la última de sus fichas.

Travis me miró muy animado. Su expresión me recordaba la del público de sus peleas.

—¿Qué tienes, Paloma?

—¿Taylor? —le apremié.

Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.

—¡Escalera! —dijo sonriendo, mientras dejaba las cartas boca arriba sobre la mesa.

Cinco pares de ojos se volvieron a mí. Eché un vistazo a la mesa y entonces enseñé mis cartas de un golpe.

—¡Miradlas y llorad, chicos! ¡Ases y ochos! —dije, riéndome.

—¿Un full? ¿Cómo coño es posible? —gritó Trent.

—Lo siento. Siempre había querido decir eso —añadí, mientras recogía mis fichas.

Thomas aguzó la mirada.

—Esto no es solo la suerte del principiante. Esta chica sabe jugar.

Travis miró a Thomas durante un momento y luego se volvió a mí.

—¿Habías jugado antes, Paloma?

Apreté los labios y me encogí de hombros, mostrando mi sonrisa más inocente. Travis echó la cabeza hacia atrás, estallando en carcajadas. Intentaba hablar, pero no podía, y entonces golpeó la mesa con el puño.

—¡Tu novia nos ha desplumado! —dijo Taylor, señalándome.

—¡Joder, no puede ser! —aulló Trenton, mientras se levantaba.

—Buen plan, Travis. Traer a una jugadora consumada a la noche de póquer —dijo Jim, guiñándome el ojo.

—¡No lo sabía! —exclamó él, negando con la cabeza.

—¡Gilipolleces! —dijo Thomas, sin quitarme los ojos de encima.

—¡Que no, de verdad! —insistió entre carcajadas.

—Odio decirlo, hermano, pero creo que acabo de enamorarme de tu chica —confesó Tyler.

—¡Oye, ándate con cuidadito! —amenazó Travis, cuya sonrisa se convirtió rápidamente en una mueca de disgusto.

—Se acabó. Estaba siendo bueno contigo, Abby, pero pienso recuperar mi dinero, ahora mismo —avisó Trenton.

Travis se retiró en las últimas manos, limitándose a observar cómo sus hermanos ponían todo su empeño en recuperar su dinero. Mano tras mano, me fui quedando con todas sus fichas y, mano tras mano, Thomas me observaba con más atención. Cada vez que dejaba mis cartas sobre la mesa, Travis y Jim se reían, Taylor lanzaba un juramento, Tyler proclamaba su amor inmortal por mí y a Trent le daba una tremenda rabieta.

Cambié mis fichas y les di a cada uno sus cien dólares una vez que nos acomodamos en el salón. Jim se negó, pero los hermanos los aceptaron con gratitud. Travis me cogió de la mano y caminamos hacia la puerta.

Me di cuenta de que estaba disgustado, así que le estreché la mano.

—¿Qué pasa?

—¡Acabas de soltar cuatrocientos pavos, Paloma! —dijo Travis con el ceño fruncido.

—Si fuera la noche del póquer en Sig Tau, me los habría quedado, pero no puedo robar a tus hermanos la primera vez que los veo.

—¡Ellos se habrían quedado con tu dinero! —dijo él.

—Y no me habría quitado el sueño ni por un segundo tampoco —añadió Taylor.

Thomas me miraba fijamente en silencio desde la esquina de la habitación.

—¿Por qué no le quitas los ojos de encima a mi chica, Tommy?

—¿Cómo has dicho que te apellidabas? —preguntó Thomas.

Me moví con nerviosismo. Pensé frenéticamente en alguna manera ingeniosa o sarcástica de salirme por la tangente, pero en lugar de eso me mordí las uñas nerviosa, maldiciéndome en silencio. Debería haber sido más lista y no haber ganado todas esas manos. Thomas lo sabía. Lo veía en sus ojos.

Al reparar en mi inquietud, Travis se volvió hacia su hermano y me pasó el brazo por la cintura. No estaba segura de si lo hacía para protegerme o porque se estaba preparando para lo que pudiera decir su hermano.

Travis se volvió, visiblemente incómodo ante la pregunta de su hermano.

—Es Abernathy, pero ¿qué importa eso?

—Entiendo por qué no has atado cabos antes de esta noche, Trav, pero ahora ya no tienes excusa —dijo Thomas, con petulancia.

—¿De qué cojones estás hablando? —preguntó Travis.

—¿No tendrás algún tipo de relación con Mick Abernathy por casualidad? —continuó Thomas.

Todos se volvieron para mirarme y, nerviosa, me eché el pelo hacia atrás con los dedos.

—¿De qué conoces a Mick?

Travis giró la cabeza para mirarme a la cara.

—Es uno de los mejores jugadores de póquer de la historia. ¿Lo conoces?

Cerré los ojos, consciente de que finalmente me habían arrinconado sin otra opción que decir la verdad.

—Es mi padre.

La habitación estalló en gritos.

—¡No me jodas!

—¡Lo sabía!

—¡Acabamos de jugar con la hija de Mick Abernathy!

—¿Mick Abernathy? ¡Joder!

Thomas, Jim y Travis eran los únicos que no gritaban.

—Chicos, os advertí de que era mejor que no jugara —dije.

—Si hubieras mencionado que eras la hija de Mick Abernathy, te habríamos tomado más en serio —apuntó Thomas.

Me volví a mirar a Travis, que no salía de su asombro.

—¿Eres el Trece de la Suerte? —preguntó, con mirada algo confusa.

Trenton se levantó y me señaló, boquiabierto.

—¡El Trece de la Suerte está en nuestra casa! No puede ser. ¡Joder, no puedo creérmelo!

—Ese fue el apodo que me pusieron los periódicos. Y la historia no era demasiado precisa —dije inquieta.

—Tengo que llevar a Abby a casa, chicos —dijo Travis, observándome todavía asombrado. Jim me miró por encima de las gafas.

—¿Por qué no era precisa?

—No le robé la suerte a mi padre. A ver, es ridículo —me reí, retorciéndome el pelo con un dedo.

Thomas sacudió la cabeza.

—No, Mick dio esa entrevista. Dijo que a las doce de la noche de tu decimotercer cumpleaños se le agotó la suerte.

—Y empezó la tuya —añadió Travis.

—¡Te criaron unos mafiosos! —dijo Trent, sonriendo de emoción.

—Eh…, no —solté una carcajada—. No me criaron, solo… venían mucho a casa.

—Eso fue una maldita vergüenza, no fue justo que Mick arrastrara tu nombre por el barro en todos los periódicos. Eras solo una niña —dijo Jim, sacudiendo la cabeza.

—Como mucho, era la suerte del principiante —dije, intentando desesperadamente ocultar mi humillación.

—Mick Abernathy te enseñó a jugar —dijo Jim, sacudiendo la cabeza asombrado—. Jugabas contra profesionales y ganabas a los trece años, por Dios santo. —Miró a Travis y sonrió—. No apuestes contra ella, hijo. Nunca pierde.

Travis me miró; por su expresión era evidente que seguía conmocionado y desorientado.

—Bueno… Tenemos que irnos, papá. Adiós, chicos.

La charla profunda y exaltada de la familia de Travis se fue desvaneciendo conforme cruzamos la puerta y llegamos a su moto. Me recogí el pelo en un moño y me subí la cremallera de la chaqueta, esperando a que él hablara. Se subió a la moto sin decir una palabra y me senté a horcajadas en el asiento tras él.

Estaba segura de que pensaba que no había sido honesta con él, y probablemente le avergonzaba haberse enterado de una parte tan importante de mi vida al mismo tiempo que su familia. Creía que me esperaba una pelea enorme cuando volviéramos a su apartamento, así que preparé una docena de disculpas distintas mentalmente antes de llegar a la puerta principal. Me llevó de la mano por el pasillo y después me ayudó a quitarme la chaqueta.

Tiré del moño que llevaba en lo alto de la cabeza, y el pelo me cayó en gruesas ondas sobre los hombros.

—Sé que estás enfadado —dije, incapaz de mirarlo a los ojos—. Siento no habértelo dicho, pero es algo de lo que no me gusta hablar.

—¿Enfadado contigo? —dijo él—. Estoy tan excitado que no puedo pensar con claridad. Acabas de robar a los gilipollas de mis hermanos su dinero sin pestañear, has alcanzado la categoría de leyenda con mi padre y sé a ciencia cierta que perdiste a propósito la apuesta que hicimos antes de mi pelea.

—Yo no diría eso…

Levantó el mentón.

—¿Creías que ganarías?

—Bueno…, no, la verdad es que no —dije, mientras me quitaba los tacones.

Travis sonrió.

—Así que querías estar aquí conmigo. Creo que acabo de enamorarme de ti otra vez.

—¿Cómo es posible que no estés enfadado? —le pregunté, mientras guardaba los zapatos en el armario.

Suspiró y asintió.

—Es un asunto bastante importante, Paloma. Deberías habérmelo contado. Pero comprendo por qué no lo hiciste. Viniste aquí escapando de todo eso. Pero ahora es como si el cielo se hubiera despejado…, todo cobra sentido.

—Es un alivio.

—El Trece de la Suerte —dijo él, sacudiendo la cabeza y quitándome la camiseta por la cabeza.

—No me llames así, Travis. No es algo positivo.

—¡Joder! ¡Eres famosa, Paloma! —dijo él, sorprendido por mis palabras.

Me desabrochó los pantalones y me los bajó hasta los tobillos, ayudándome a salir de ellos.

—Mi padre me odió después de eso. Todavía me culpa de sus problemas.

Travis se libró de su camiseta y me abrazó contra él.

—Todavía no me creo que la hija de Mick Abernathy esté de pie delante de mí. Llevo contigo todo este tiempo y no tenía ni idea.

Me aparté de él.

—¡No soy la hija de Mick Abernathy, Travis! Eso es lo que dejé atrás. Soy Abby. ¡Solo Abby! —dije, caminando hacia el armario.

Saqué una camiseta de una percha y me la puse.

Él suspiró.

—Lo siento. Soy un poco mitómano.

—¡Sigo siendo solo yo! —Me llevé la palma de la mano al pecho, desesperada por que me comprendiera.

—Sí, pero…

—Pero nada. La forma en la que me miras ahora es precisamente el motivo por el que no te había contado nada. —Cerré los ojos—. No quiero vivir así nunca más, Trav. Ni siquiera contigo.

—¡Eh! Cálmate, Paloma. No saquemos las cosas de quicio. —Su mirada se centró y se acercó a abrazarme—. No me importa qué eres o qué no eres. Te quiero sin más.

—Entonces tenemos eso en común.

Me llevó hasta la cama sonriéndome.

—Somos tú y yo contra el mundo, Paloma.

Me acurruqué a su lado. Nunca había planeado que alguien aparte de mí y de America se enterara de lo de Mick, y nunca había esperado que mi novio perteneciera a una familia de chiflados por el póquer. Solté un profundo suspiro y apreté la mejilla contra su pecho.

—¿Qué ocurre? —me preguntó.

—No quiero que nadie más lo sepa, Trav. Ni siquiera quería que tú lo supieras.

—Te quiero, Abby. No volveré a mencionarlo, ¿vale? Tu secreto está a salvo conmigo —dijo, antes de darme un beso en la frente.

—Señor Maddox, ¿cree que podría reprimirse un poco hasta después de la clase? —dijo el profesor Chaney como reacción a las risitas que me provocaban los besos de Travis en el cuello.

Me aclaré la garganta, mientras notaba que se me ruborizaban las mejillas de la vergüenza.

—No estoy seguro, doctor Chaney. ¿Ha visto usted bien a mi chica? —dijo Travis, señalándome.

Las risas resonaron por toda la sala y noté que me ardía la cara. El profesor Chaney me miró con una expresión entre divertida e incómoda, y después sacudió la cabeza en dirección a Travis.

—Haga lo que pueda —dijo Chaney.

La clase volvió a reírse, y yo me hundí en el asiento. Travis apoyó el brazo en el respaldo de mi silla y la clase continuó. Una vez hubo acabado, Travis me acompañó a mi siguiente clase.

—Lo siento si te he hecho sentir incómoda. No puedo evitarlo.

—Pues inténtalo.

Parker se acercó y, cuando le devolví el saludo con una sonrisa educada, se le iluminaron los ojos.

—Hola, Abby. Te veo dentro.

Entró en el aula y Travis le lanzó una mirada asesina durante unos pocos tensos minutos.

—Oye —le tiré de la mano hasta que me miró—, pasa de él.

—Ha estado contando a los chicos de la Casa que sigues llamándolo.

—Eso no es verdad —le dije, sin alterarme.

—Lo sé, pero ellos no. Va diciendo que está esperando que llegue su oportunidad. Que tú solo estás aguardando el momento más adecuado para dejarme y que lo llamas para contarle lo desgraciada que eres. Está empezando a cabrearme.

—Sí que tiene imaginación. —Miré a Parker y, cuando él se volvió hacia mí, lo fulminé con la mirada.

—¿Te enfadarías si te avergonzara una vez más?

Me encogí de hombros y Travis se apresuró a acompañarme dentro del aula. Se detuvo junto a mi mesa y dejó mi bolso en el suelo. Echó una mirada a Parker y después me atrajo hacia él. Me puso una mano en la nuca y la otra en el trasero; entonces me dio un beso profundo y decidido. Movió sus labios contra los míos del modo que solía reservar para su dormitorio, y no pude evitar cogerlo por la camiseta con ambos puños.

Los murmullos y risitas se hicieron más fuertes cuando quedó claro que Travis no iba a soltarme inmediatamente.

—¡Creo que acaba de dejarla embarazada! —gritó alguien del fondo, riéndose.

Me aparté con los ojos cerrados, intentando recuperar la compostura. Cuando miré a Travis, él me estaba mirando con la misma contención forzada.

—Solo intentaba dejar claras las cosas —susurró él.

—Pues creo que lo has conseguido —asentí.

Travis sonrió, me besó en la mejilla y después miró a Parker, que echaba humo en su asiento.

—Nos vemos en la comida —me dijo con un guiño.

Me dejé caer en mi asiento y suspiré, mientras intentaba controlar el cosquilleo que sentía en los muslos. Me concentré en el cálculo y, cuando la clase acabó, vi a Parker de pie, apoyado contra la pared, junto a la puerta.

—Parker —dije, decidida a no reaccionar como él esperaba que lo hiciera.

—Sé que estás con él. No tiene que violarte delante de la clase entera por mí.

Me paré en seco y me preparé para atacar.

—Entonces quizá deberías parar de contar a tus hermanos de la fraternidad que te sigo llamando. Estás forzando las cosas demasiado, y no me darás ninguna lástima cuando te patee el culo.

Arrugó la nariz.

—¿Te estás oyendo? Has pasado demasiado tiempo con Travis.

—No, esta soy yo. Es solo un lado de mí del que no sabes nada.

—No se puede decir que me dieras exactamente una oportunidad, ¿no? —suspiró.

—No quiero pelearme contigo, Parker. Simplemente no funcionó, ¿vale?

—No, no vale. ¿Crees que me gusta ser el hazmerreír de Eastern? Apreciamos a Travis Maddox porque nos hace quedar bien. Usa a las chicas y las deja tiradas, de manera que hasta el mayor capullo de Eastern parece un príncipe azul a su lado.

—¿Cuándo vas a abrir los ojos y te vas a dar cuenta de que ahora ha cambiado?

—No te quiere, Abby. Eres un juguete nuevo y reluciente. Aunque, después del numerito que ha montado en clase, supongo que ya no eres tan reluciente.

Le pegué una sonora bofetada antes de darme cuenta de lo que había hecho.

—Si hubieras esperado dos segundos, podría haberte ahorrado el esfuerzo, Paloma —dijo Travis, interponiéndose.

Lo cogí por el brazo.

—Travis, no.

Parker pareció perder la calma, mientras una silueta roja perfecta de mi mano se dibujaba en su mejilla.

—Te había avisado —dijo Travis empujando a Parker violentamente contra la pared.

Las mandíbulas de Parker se tensaron y me fulminó con la mirada.

—Considera esto el final, Travis. Ahora veo que estáis hechos el uno para el otro.

—Gracias —dijo Travis, pasándome el brazo por encima de los hombros.

Parker se apartó de la pared y rápidamente dobló la esquina para bajar las escaleras, asegurándose con una rápida mirada de que Travis no lo seguía.

—¿Estás bien? —preguntó Travis.

—Me pica la mano.

Sonrió.

—Menudo mal genio, Paloma. Estoy impresionado.

—Probablemente me demandará y acabaré pagándole la matrícula de Harvard. ¿Qué haces aquí? Pensaba que nos veríamos en la cafetería.

Levantó uno de los lados de la boca en una sonrisa traviesa.

—No podía concentrarme en clase. Todavía siento ese beso.

Miré hacia el pasillo y después lo miré a él.

—Ven conmigo.

Juntó las cejas y sonrió.

—¿Para qué?

Caminé hacia atrás y tiré de él hasta que sentí el manillar de la puerta del laboratorio de Física. La puerta se abrió y miré detrás de mí para comprobar que estaba vacío y a oscuras. Tiré de su mano, riéndome por su expresión confusa, y después cerré la puerta, empujándolo contra ella.

Lo besé y se rio.

—¿Qué haces?

—No quiero que por mi culpa no puedas concentrarte en clase —dije, antes de besarlo de nuevo.

Me levantó y lo envolví con las piernas.

—No estoy seguro de qué haría sin ti —dijo, sujetándome con una mano, mientras se desabrochaba el cinturón con la otra—, pero no quiero averiguarlo jamás. Eres todo lo que siempre he querido, Paloma.

—Acuérdate de eso cuando me quede con todo tu dinero en la siguiente partida de póquer —dije, mientras me quitaba la camiseta.