CELOS
Me desperté boca abajo, desnuda y enrollada en las sábanas de Travis Maddox. Mantuve los ojos cerrados mientras sentía que me acariciaba la espalda y el brazo con los dedos.
Soltó un largo y contenido suspiro al exhalar y dijo en voz baja:
—Te quiero, Abby. Te voy a hacer feliz. Lo juro.
La cama se hundió en el centro cuando él cambió de posición; inmediatamente, noté sus labios en la espalda mientras me iba besando lentamente. Me quedé quieta y, justo al llegar debajo de mi oreja, se levantó y cruzó la habitación. Sus pisadas se alejaron lentamente por el pasillo, y las tuberías silbaron por la presión del agua de la ducha.
Abrí los ojos, me erguí y me estiré. Me dolían todos los músculos del cuerpo, incluso aquellos cuya existencia desconocía. Mientras me sujetaba las sábanas a la altura del pecho, miré por la ventana y observé las hojas amarillas y rojas que caían en espiral desde las ramas al suelo.
Su teléfono móvil vibró en alguna parte del pavimento y, después de rebuscar entre la ropa tirada en el suelo, lo encontré en el bolsillo de sus tejanos. La pantalla se iluminó con un número, sin nombre asignado.
—¿Diga?
—Eh… ¿Está Travis? —preguntó una mujer.
—Está en la ducha, ¿quieres que le dé algún mensaje?
—Sí, claro. Dile que Megan ha llamado, ¿vale?
Travis entró, atándose la toalla alrededor de la cintura, y yo sonreí mientras le entregaba el teléfono:
—Es para ti —dije.
Me besó antes de mirar la pantalla y sacudió la cabeza.
—¿Sí? Era mi novia. ¿Qué necesitas, Megan? —Escuchó durante un momento y, entonces, sonrió—. Bueno, Paloma es especial, qué quieres que te diga. —Después de una larga pausa, puso los ojos en blanco. Podía imaginar qué estaba diciendo—. No seas zorra, Megan. Mira, será mejor que no me llames más… Sí, encantado —dijo, mientras me miraba con ternura—. Sí, con Abby. Lo digo en serio, Meg, no me llames más… Hasta otra.
Lanzó el teléfono a la cama y se sentó a mi lado.
—Parecía bastante cabreada. ¿Te ha dicho algo?
—No, solo ha preguntado por ti.
—He borrado los pocos números que tenía en el teléfono, pero imagino que eso no impide que me llamen a mí. Si no se enteran por sí mismas, les pararé los pies.
Me miró expectante, y no pude evitar sonreír. Nunca había visto ese lado suyo.
—Sabes que confío en ti, ¿no?
Apretó sus labios contra los míos.
—No te culparía si esperaras que me ganara tu confianza.
—Tengo que meterme en la ducha. Ya me he perdido una clase.
—¿Ves? Se nota que soy una buena influencia.
Me puse en pie y él tiró de la sábana.
—Megan me ha dicho que hay una fiesta de Halloween este fin de semana en The Red Door. Fui el año pasado y me lo pasé bastante bien.
—Claro, estoy segura —dije, enarcando una ceja.
—Me refería a que asistió mucha gente, y tienen un torneo de billar y bebidas baratas… ¿Te apetece ir?
—La verdad es que no… No me va el rollo de disfrazarme. Nunca me ha ido.
—A mí tampoco, simplemente voy —dijo, encogiéndose de hombros.
—¿Sigue en pie lo de ir a los bolos esta noche? —dije, preguntándome si la invitación era solo para conseguir un tiempo a solas conmigo, que ya no necesitaba.
—¡Joder, pues claro que sí! ¡Te voy a dar una paliza!
Lo miré con los ojos entrecerrados.
—Esta vez no. Tengo un nuevo superpoder.
Se rio.
—¿Ah sí? ¿Cuál? ¿Ser malhablada?
Me agaché para darle un beso en el cuello una vez, y después subí la lengua hasta su oreja y le besé el lóbulo. Se quedó de piedra.
—La distracción —le susurré al oído.
Me cogió de los brazos y me tumbó boca arriba.
—Creo que vas a perderte otra clase.
Después de conseguir convencerlo de salir del apartamento con el tiempo suficiente para ir a clase de Historia, corrimos al campus y ocupamos nuestros asientos justo antes de que el profesor Cheney empezara. Travis se puso su gorra de béisbol del revés y me plantó un beso en los labios de manera que todos los alumnos de la clase pudieran verlo.
De camino a la cafetería, me agarró por la mano y entrelazamos los dedos. Parecía muy orgulloso de que fuéramos así cogidos y anunciáramos al mundo que finalmente estábamos juntos. Finch se fijó en que íbamos de la mano y se quedó mirándonos con una sonrisita ridícula. No fue el único: nuestra sencilla demostración de afecto generó miradas y murmullos por parte de todo aquel que pasaba a nuestro lado.
En la puerta de la cafetería, Travis exhaló el humo de la última calada de cigarrillo y me miró cuando se dio cuenta de mi actitud vacilante. America y Shepley ya estaban dentro, mientras que Finch se había encendido otro pitillo para dejarme entrar a solas con Travis. Tenía la certeza de que el nivel de cotilleo había alcanzado nuevas cotas desde que Travis me había besado delante de toda nuestra clase de Historia y temía el momento de entrar en la cafetería. Sentía que era como salir a un escenario.
—¿Qué pasa, Paloma? —dijo él, apretándome la mano.
—Todo el mundo nos mira.
Se llevó mi mano a la boca y me besó los dedos.
—Ya se acostumbrarán. Esto es solo el revuelo inicial. ¿Te acuerdas de cuando empezamos a salir juntos? La curiosidad disminuyó después de un tiempo, cuando se acostumbraron a vernos. Venga, vamos —dijo él, tirando de mí para cruzar la puerta.
Una de las razones que me habían llevado a elegir la Universidad de Eastern era su modesto tamaño, pero el exagerado interés por los escándalos que le era intrínseco a veces resultaba agotador. Era una broma habitual: todo el mundo era consciente de lo ridículo que llegaba a ser ese círculo vicioso de rumores, y aun así todo el mundo participaba en él sin vergüenza alguna.
Nos sentamos en nuestros sitios habituales para comer. America me lanzó una sonrisa cómplice. Charlaba conmigo como si todo fuera normal, pero los jugadores de fútbol americano, que estaban sentados en el otro extremo de la mesa, me miraban tan sorprendidos como si estuviera en llamas.
Travis golpeó ligeramente la manzana que tenía en el plato con su tenedor.
—¿Te la vas a comer, Paloma?
—No, toda tuya, cariño. —Las orejas me ardieron cuando America levantó bruscamente la cabeza para mirarme—. Simplemente me ha salido así —dije, sacudiendo la cabeza.
Me volví a mirar a Travis, cuya expresión era una mezcla de diversión y adoración.
Habíamos intercambiado el término unas cuantas veces esa mañana, y no se me había ocurrido que era nuevo para los demás hasta que salió de mi boca.
—Bueno, ya se puede decir que habéis llegado a ser repelentemente monos —dijo America, burlona.
Shepley me dio unas palmaditas en el hombro.
—¿Te quedas a dormir esta noche? —me preguntó, mientras acababa de masticar el pan—. Te prometo que no saldré despotricando de mi habitación.
—Estabas defendiendo mi honor, Shep. Te perdono —dije.
Travis dio un mordisco a la manzana. Nunca lo había visto tan feliz. La paz de su mirada había vuelto y, aunque docenas de personas observaban cada uno de nuestros movimientos, tenía la sensación de que todo iba… bien.
Pensé en todas las veces que había insistido en que estar con Travis era un error y en la cantidad de tiempo que había desperdiciado luchando contra lo que sentía por él. Cuando lo veía sentado delante de mí y me fijaba en sus tiernos ojos castaños y en el trozo de fruta que bailaba en su mejilla mientras lo masticaba, no conseguía recordar qué era lo que tanto me preocupaba.
—Parece asquerosamente feliz. ¿Quiere eso decir que por fin has cedido, Abby? —dijo Chris, al tiempo que daba codazos a sus compañeros de equipo.
—No eres muy listo, ¿verdad, Jenks? —dijo Shepley, con el ceño fruncido.
De inmediato, el rubor se adueñó de mis mejillas, y miré a Travis, en cuyos ojos se leía una rabia asesina.
Mi incomodidad se volvió secundaria ante el enfado de Travis, y sacudí la cabeza con desdén.
—Ignóralo, no vale la pena.
Después de otro momento de tensión, relajó un poco los hombros y asintió una vez, al tiempo que respiraba hondo. Después de unos segundos, me guiñó un ojo. Le tendí la mano por encima de la mesa y deslicé mis dedos entre los suyos.
—Decías en serio lo de anoche, ¿no?
Empezó a hablar, pero las risas de Chris inundaron toda la cafetería.
—¡Cielo santo! No puedo creer que hayan puesto una correa a Travis Maddox.
—¿Decías en serio lo de que no querías que cambiara? —me preguntó, apretándome la mano.
Miré a Chris, que seguía riéndose con sus compañeros y, después, me volví hacia Travis.
—Absolutamente. A ver si consigues enseñarle a ese gilipollas un poco de buena educación.
Con una sonrisa malévola, se dirigió hacia el extremo de la mesa, donde estaba sentado Chris. El silencio se extendió por el local, y Chris tuvo que tragarse su propia risa.
—Oye, Travis, que solo estaba intentando picarte un poco —dijo, mirándolo.
—Discúlpate con Paloma —dijo Travis, fulminándolo desde arriba.
Chris me miró con una sonrisa nerviosa.
—Solo…, solo bromeaba, Abby. Lo siento.
Lo observé enfurecida, mientras levantaba la mirada en busca de la aprobación de Travis. Cuando Travis se alejó, Chris se rio por lo bajo y después le susurró algo a Brazil. Se me desbocó el corazón cuando vi a Travis detenerse en seco y cerrar los puños.
Brazil meneó la cabeza y soltó un suspiro de exasperación.
—Chris, cuando despiertes, simplemente procura recordar una cosa…, esto te lo has buscado tú solito.
Travis levantó la bandeja de Finch de la mesa, golpeó a Chris en la cara con ella, y lo tiró de la silla. Chris intentó gatear hasta debajo de la mesa, pero Travis lo sacó cogiéndolo por las piernas y empezó a atizarle. Chris se hizo un ovillo y Travis le pateó la espalda.
Chris se arqueó y se volvió, apartando las manos, lo que permitió a Travis asestarle varios puñetazos en la cara. La sangre empezó a manar, y Travis se levantó sin resuello.
—Si alguna vez te atreves siquiera a mirar, pedazo de mierda, te romperé la puta boca, ¿lo entiendes? —gritó Travis.
Cuando dio una última patada a Chris en la pierna, pegué un respingo.
Las trabajadoras de la cafetería se fueron a toda prisa, asustadas por las manchas de sangre en el suelo.
—Lo siento —dijo Travis, limpiándose la sangre de Chris de la mejilla.
Algunos estudiantes se habían levantado para ver mejor; otros seguían sentados, observando la escena ligeramente divertidos. Los miembros del equipo de fútbol americano se limitaban a mirar el cuerpo inerte de Chris en el suelo, mientras negaban con la cabeza.
Travis se dio media vuelta y Shepley se quedó de pie, cogiendo al mismo tiempo mi brazo y la mano de America para hacernos cruzar la puerta detrás de su primo. Recorrimos la corta distancia que nos separaba de Morgan Hall, y America y yo nos sentamos en los escalones de la entrada, desde donde observamos a Travis caminar de un lado a otro.
—¿Estás bien, Trav? —preguntó Shepley.
—Dame… solo un minuto —dijo él, poniéndose las manos justo debajo de las caderas.
Shepley hundió las manos en los bolsillos.
—Me sorprende que hayas parado.
—Paloma me ha dicho que le enseñara un poco de buena educación, Shep, no que lo matara. He necesitado toda mi voluntad para detenerme cuando lo he hecho.
America se puso las grandes gafas de sol cuadradas para levantar la mirada hacia Travis.
—De todos modos, ¿qué ha dicho Chris que te hiciera saltar así?
—Algo que nunca más volverá a decir —dijo Travis entre dientes.
America miró a Shepley, que se encogió de hombros.
—Yo no lo he oído.
Travis volvió a cerrar los puños.
—Tengo que volver a entrar.
Travis me miró y se esforzó por calmarse.
—Ha dicho que… todo el mundo piensa que Paloma tiene…, joder, ni siquiera puedo decirlo.
—Dilo de una vez —murmuró America, mientras se mordía las uñas.
Finch caminaba detrás de Travis, claramente encantado con tantas emociones.
—Todos los chicos heteros de Eastern quieren tirársela porque ha conseguido domar al inalcanzable Travis Maddox —soltó sin más—. Eso es lo que están diciendo ahora mismo al menos.
Travis golpeó a Finch con el hombro cuando pasó a su lado de camino a la cafetería. Shepley salió disparado tras él y lo cogió del brazo. Me llevé las manos a la boca cuando Travis amagó con darle un puñetazo y Shepley se agachó. Clavé los ojos en America, que no parecía afectada, acostumbrada como estaba a su rutina.
Solo se me ocurría una cosa para detenerlo. Bajé a toda prisa los peldaños y corrí hacia él. Entonces, salté sobre Travis y cerré las piernas alrededor de su cintura; él me agarró por los muslos, mientras yo lo cogía por ambos lados de la cara y le daba un largo y profundo beso en la boca. Pude notar cómo su ira se fundía mientras me besaba y, cuando me aparté, supe que había ganado.
—Nos da igual lo que piensen, ¿recuerdas? No puede empezar a importarnos ahora —dije, sonriendo confiada.
Tenía más influencia en él de la que jamás había creído posible.
—No puedo dejar que hablen así de ti, Paloma —insistió él con el ceño fruncido, mientras me volvía a dejar en el suelo.
Deslicé los brazos bajo los suyos y entrelazamos los dedos a su espalda.
—¿Así? ¿Cómo? Piensan que soy especial porque nunca antes habías sentado la cabeza. ¿Acaso no estás de acuerdo con eso?
—Pues claro que sí, pero no puedo aguantar la idea de que todos los chicos de la universidad quieran acostarse contigo sin más. —Apoyó su frente contra la mía—. Esto me va a volver loco. Seguro.
—No dejes que te afecten sus comentarios, Travis —dijo Shepley—. No puedes pelearte con todo el mundo.
Travis suspiró.
—Todo el mundo… ¿Cómo te sentirías si todo el mundo pensara eso de America?
—¿Y quién dice que no es así? —dijo America, ofendida. Todos nos reímos, pero America torció el gesto—. No estaba bromeando.
Shepley la consoló y la besó en la mejilla.
—Lo sé, nena. Pero renuncié a los celos hace mucho; si no lo hubiera hecho, no tendría tiempo para hacer nada más.
America sonrió como muestra de gratitud y entonces lo abrazó. Shepley tenía una capacidad inigualable para hacer que todos los que estaban a su alrededor se sintieran bien, sin duda, una consecuencia de crecer con Travis y sus hermanos. Probablemente era más un mecanismo de defensa que otra cosa.
Travis me acarició la oreja con la nariz, y me reí hasta que vi a Parker acercarse. Me inundó el mismo sentimiento de urgencia que había tenido cuando Travis quería volver a la cafetería, e inmediatamente me solté de Travis para recorrer rápidamente los tres metros aproximadamente que nos separaban e interceptar a Parker.
—Necesito hablar contigo —dijo él.
Me volví a mirar detrás de mí y, entonces, dije que no con la cabeza como aviso.
—Este no es un buen momento, Parker. De hecho, es muy poco oportuno. Travis y Chris tuvieron un rifirrafe en la comida, y él sigue muy sensible. Será mejor que lo dejes en paz.
Parker miró fijamente a Travis y después volvió a centrarse en mí, decidido.
—Acabo de oír lo que ha pasado en la cafetería. Me parece que no eres consciente del berenjenal en el que te estás metiendo. Travis es un mal bicho, Abby. Todo el mundo lo sabe. Nadie comenta lo genial que es que lo hayas cambiado…, todo el mundo espera que haga lo que mejor se le da. No sé qué te habrá dicho, pero ni te imaginas qué tipo de persona es.
Noté las manos de Travis sobre los hombros.
—Bueno, ¿y a qué esperas para decírselo?
Parker se movió nervioso.
—¿Sabes a cuántas chicas humilladas he llevado a casa después de que pasaran unas cuantas horas a solas en una habitación con él en alguna fiesta? Te hará daño.
Travis tensó los dedos como reacción, y yo le cogí la mano hasta que se relajó.
—Deberías irte, Parker.
—Y tú deberías escucharme, Abs.
—No la llames así —gruñó Travis.
Parker no apartó los ojos de mí.
—Estoy preocupado por ti.
—Te lo agradezco, pero no es necesario.
Parker sacudió la cabeza.
—Te veía como un reto, Abby. Ha conseguido hacerte pensar que eres diferente de las otras chicas para poder echarte mano. Pero acabará cansándose de ti. Tiene una capacidad de atención propia de un niño pequeño.
Travis se puso delante de mí, tan cerca de Parker que sus narices casi se tocaban.
—Te he dejado hablar, pero se me ha agotado la paciencia.
Parker intentó mirarme, pero Travis se inclinó en su dirección.
—Que no la mires, joder. Mírame a mí, pedazo de mierda. —Parker miró fijamente a Travis a los ojos y esperó—. Como se te ocurra tan solo respirar en su dirección, me aseguraré de que llegues cojeando a la Facultad de Medicina.
Parker retrocedió unos pasos hasta que pude verlo.
—Pensaba que eras más lista —dijo él, meneando la cabeza antes de girarse en redondo e irse.
Travis observó cómo se marchaba, y entonces sus ojos buscaron los míos.
—Sabes que no ha dicho más que gilipolleces, ¿no? Nada de eso es verdad.
—Estoy segura de que es lo que piensa todo el mundo —dije, dándome cuenta del interés que despertábamos en quienes pasaban a nuestro lado.
—Entonces les demostraré que se equivocan.
Durante la semana siguiente, Travis se tomó su promesa muy en serio. Ya no seguía la corriente a las chicas que lo paraban entre una y otra clase y, a veces, incluso era grosero. Cuando llegamos a la fiesta de Halloween del Red, estaba un poco preocupada por cómo mantener alejados a los compañeros ebrios.
America, Finch y yo estábamos sentados en una mesa cercana, observando a Shepley y a Travis jugar al billar contra dos de sus hermanos Sig Tau.
—¡Vamos, cariño! —gritó America, levantándose sobre los peldaños de su taburete.
Shepley le guiñó el ojo, y entonces tiró y metió la bola en el agujero más alejado de la derecha.
—¡Bieeeen! —chilló ella.
Un trío de mujeres vestidas como los Ángeles de Charlie se acercaron a Travis, que estaba esperando su turno, y yo sonreí, mientras él hacía todo lo posible por ignorarlas. Cuando una de ellas le acarició el brazo siguiendo la línea de uno de sus tatuajes, Travis se apartó. Cuando le tocó lanzar, la echó y ella se fue haciendo pucheros con sus amigas.
—¿Te das cuenta de lo ridículas que son? Esas chicas no tienen vergüenza ni la conocen —dijo America.
Finch sacudió la cabeza con asombro.
—Es Travis. Supongo que es el rollo del chico malo. O bien quieren salvarlo o creen que son inmunes a sus modos. No estoy seguro de por qué opción decantarme.
—Probablemente por ambas —dije riéndome y burlándome de las chicas que esperaban a que Travis les prestara algo de atención.
—¿Te imaginas tener que esperar a ser la elegida? ¿Saber que te van a usar para el sexo?
—Problemas con papá —dijo America, dando un trago a su bebida.
Finch apagó el cigarrillo y nos tiró de los vestidos.
—¡Vamos, chicas! ¡El Finch quiere bailar!
—Te acompaño solo si me prometes no volver a llamarte a ti mismo así —dijo America.
Finch se mordió el labio inferior, y America sonrió.
—Venga, Abby. No querrás hacerme llorar, ¿verdad?
Nos unimos a los policías y vampiros que estaban en la pista de baile, y Finch empezó a mostrar su repertorio de pasos a lo Justin Timberlake. Lancé una mirada a Travis por encima del hombro y lo pillé mirándome desde la esquina por el rabillo del ojo, mientras fingía observar a Shepley meter la bola número ocho que le daba la partida. Shepley recogió sus ganancias, y Travis se dirigió a la larga mesa, grande y baja, que estaba junto a la pista de baile, cogiendo una bebida de camino. Finch se meneaba sin sentido en la pista de baile y, finalmente, se colocó entre America y yo. Travis puso los ojos en blanco, riéndose mientras volvía a nuestra mesa con Shepley.
—Voy a por otra copa, ¿queréis algo? —gritó America por encima de la música.
—Iré contigo —dije, mientras miraba a Finch y señalaba hacia la barra.
Finch sacudió la cabeza y siguió bailando. America y yo nos abrimos paso entre la multitud. Los camareros estaban desbordados, así que nos preparamos para una larga espera.
—Los chicos están haciendo una masacre esta noche —dijo America.
Me acerqué a su oído.
—Nunca entenderé por qué alguien apuesta contra Shep.
—Por la misma razón que lo hacen contra Travis. Son idiotas —sonrió ella.
Un hombre vestido con toga se apoyó en la barra al lado de America y sonrió.
—Señoritas, ¿qué van a beber esta noche?
—Nos pagamos nuestras propias copas, gracias —dijo America, mirando hacia delante.
—Soy Mike —dijo él, y después señaló a su amigo—: Este es Logan.
Sonreí educadamente y miré a America, que puso su mejor cara de «largaos de aquí». La camarera nos preguntó qué queríamos y después asintió a los hombres que estaban detrás de nosotras, que se peleaban por hacerse cargo del pedido de America. Trajo un vaso cuadrado lleno de un líquido rosa y espumoso, y tres cervezas. Mike le entregó el dinero y ella asintió.
—Esto es alucinante —dijo Mike, mirando a la multitud.
—Sí —respondió America molesta.
—Te he visto bailando antes —me dijo Logan, señalando la pista de baile—. Estabas genial.
—Eh…, gracias —dije, intentando ser educada, pero consciente de que Travis estaba a unos pocos metros.
—¿Quieres bailar? —me preguntó él.
—No, gracias. Estoy aquí con mi…
—Novio —dijo Travis, apareciendo de la nada.
Lanzó una mirada asesina a los hombres que estaban delante de nosotros, y estos se alejaron un poco, claramente intimidados.
America no pudo contener su sonrisa petulante cuando Shepley la rodeó con el brazo. Travis señaló el otro lado del local.
—Largaos, ¿a qué esperáis?
Los hombres nos miraron a America y a mí, y después dieron unos cuantos pasos hacia atrás antes de refugiarse en la seguridad de la multitud.
Shepley besó a America.
—¡No puedo llevarte a ningún sitio!
Ella soltó una risita tonta y yo sonreí a Travis, que me miraba furibundo.
—¿Qué pasa?
—¿Por qué les habéis dejado que os pagaran las bebidas?
America se soltó de Shepley, reparando en el mal humor de Travis.
—No les hemos dejado, Travis. Yo misma les dije que no lo hicieran.
Travis me cogió la botella que sujetaba en la mano.
—Entonces, ¿qué es esto?
—¿Lo dices en serio? —pregunté.
—Sí, lo digo muy en serio —dijo mientras tiraba la cerveza a la papelera que había junto a la barra—. Te lo he dicho cien veces…: no puedes aceptar bebidas de cualquier tío. ¿Y si te han echado algo?
America levantó su bebida.
—No hemos perdido de vista las bebidas en ningún momento. Te estás pasando.
—No estoy hablando contigo —dijo Travis, mirándome fijamente a los ojos.
—¡Oye! —dije, enfadada—. No le hables así.
—Travis —le avisó Shepley—, déjalo ya.
—No me gusta que aceptes que otros tíos te inviten a copas —dijo Travis.
Levanté una ceja.
—¿Intentas iniciar una pelea?
—¿Te gustaría llegar a la barra y verme compartir alguna copa con una chica?
Asentí una vez.
—Está bien. Ahora ignoras a todas las mujeres. Lo pillo. Debería hacer el mismo esfuerzo.
—Eso estaría bien —dijo, intentando claramente controlar su carácter.
Resultaba un poco desconcertante estar en el lado malo de su ira. Los ojos le brillaban todavía de rabia, y un ansia innata de contraatacar se apoderó de mí.
—Vas a tener que controlar ese rollo del novio celoso, Travis, no he hecho nada malo.
Travis me lanzó una mirada de incredulidad.
—¡Pero si he llegado aquí y me he encontrado con que un tío te estaba invitando a una copa!
—¡No le grites! —dijo America.
Shepley apoyó la mano en el hombro de Travis.
—Todos hemos bebido mucho. Salgamos de aquí.
En esta ocasión, la habitual influencia calmante de Shepley había perdido su efecto en Travis, y me agobió que su rabieta hubiera acabado con nuestra noche.
—Tengo que avisar a Finch de que nos vamos —gruñí, dejando atrás a Travis de camino a la pista de baile.
Una mano cálida me rodeó la muñeca. Me giré en redondo y vi a Travis agarrándome sin ningún tipo de arrepentimiento.
—Iré contigo.
Retorcí el brazo para librarme de su sujeción.
—Soy totalmente capaz de caminar unos pocos metros yo sola, Travis. ¿Qué problema tienes?
Vislumbré a Finch en el centro y me abrí paso a empujones hasta él.
—¡Nos vamos!
—¿Qué? —gritó Finch por encima de la música.
—¡Travis está de un humor de perros! ¡Nos vamos!
Finch puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza, a la vez que me decía adiós con la mano mientras me alejaba de la pista de baile. Justo cuando había localizado a America y a Shepley, un hombre disfrazado de pirata tiró de mí hacia atrás.
—¿Adónde crees que vas? —sonrió él, mientras chocaba contra mí.
Me reí y sacudí la cabeza por la mueca que estaba poniendo. Cuando ya me iba, me cogió el brazo. No tardé mucho en darme cuenta de que no me estaba cogiendo sin más, sino para buscar protección.
—¡Eh! —gritó él, mirando más allá de mí con los ojos como platos.
Travis le impedía llegar a la pista de baile y lanzó un puñetazo directamente a la cara del pirata. La fuerza del impacto nos envió a ambos al suelo. Con las palmas de la mano sobre el pavimento de madera, parpadeé asombrada y sin creer lo que pasaba. Cuando sentí algo cálido y húmedo en la mano, me volví y retrocedí. Estaba cubierta de la sangre de la nariz del hombre. Se tapaba la mano con la cara, pero el brillante líquido rojo le caía por el antebrazo mientras se retorcía de dolor en el suelo.
Travis se apresuró a recogerme, parecía tan conmocionado como yo:
—¡Oh, mierda! ¿Estás bien, Paloma?
Cuando me puse de pie, me solté el brazo que me estaba cogiendo.
—¿Te has vuelto loco?
America me cogió de la muñeca y tiró de mí entre la multitud hasta llegar al aparcamiento. Shepley abrió las puertas y, cuando me acomodé en el asiento, Travis se volvió hacia mí.
—Lo siento, Paloma. No sabía que te estaba agarrando.
—¡Tu puño ha pasado a escasos centímetros de mi cara! —dije, cogiendo la toalla manchada de grasa que Shepley me había lanzado. Asqueada, me sequé la sangre de la mano.
La seriedad de la situación me ensombreció el gesto, mientras él ponía expresión de sufrimiento.
—No me habría vuelto a pegarle un puñetazo si hubiera sabido que podía darte. Lo sabes, ¿no?
—Cállate, Travis. De verdad, será mejor que te calles —dije, con la mirada fija en la parte posterior de la cabeza de Shepley.
—Paloma… —empezó a decir Travis.
Shepley golpeó el volante con la parte inferior de la palma de la mano.
—¡Cierra el pico, Travis! Ya has dicho que lo sientes, ¡ahora cierra la puta boca!
Llegamos a casa en el más absoluto silencio. Shepley echó hacia delante su asiento para dejarme salir del coche y miré a America, que asintió comprendiendo lo que le pedía.
Dio un beso de buenas noches a su novio.
—Nos vemos mañana, cariño.
Shep asintió resignado y la besó.
—Te quiero.
Pasé por delante de Travis para llegar al Honda de America, y él corrió hasta mi lado.
—Venga, no te vayas enfadada.
—No te preocupes, no me voy enfadada, sino furiosa.
—Necesita algo de tiempo para que la cosa se enfríe, Travis —le avisó America, cerrando la puerta.
Cuando la puerta del acompañante se abrió de golpe, Travis la sujetó y se apoyó contra ella.
—No te vayas, Paloma. Sé que me he pasado.
Levanté la mano y mostré los restos de sangre seca en la palma.
—Avísame cuando madures.
Se apoyó en la puerta con la cadera.
—No puedes irte.
Levanté una ceja, y Shepley corrió rodeando el coche tras nosotras.
—Travis, estás borracho. Estás a punto de cometer un enorme error. Deja que se vaya a casa, relájate… Podéis hablar mañana cuando estés sobrio.
La expresión de Travis se volvió desesperada.
—No puede irse —dijo él, mirándome fijamente a los ojos.
—Esto no va a funcionar, Travis —dije tirando de la puerta—. ¡Apártate!
—¿Qué quieres decir con que no va a funcionar? —preguntó Travis, cogiéndome del brazo.
—Me refiero a tu cara de tristeza. No voy a picar —dije soltándome.
Shepley observó a Travis durante un momento y, entonces, se volvió hacia mí.
—Abby…, este es el momento del que hablaba. Quizá deberías…
—No te metas, Shep —le espetó America, mientras ponía el coche en marcha.
—Voy a hacer una gilipollez. Voy a hacer muchas gilipolleces, Paloma, pero tienes que perdonarme.
—¡Mañana tendré un enorme moratón en el culo! Pegaste a ese chico porque estabas cabreado conmigo. ¿Qué quieres que piense? ¡Porque ahora mismo veo banderas rojas por todas partes!
—Nunca he pegado a una chica en mi vida —dijo él, sorprendido por mis palabras.
—¡Y no estoy dispuesta a ser la primera! —añadí, tirando de la puerta—. ¡Apártate, joder!
Travis asintió y después dio un paso atrás. Me senté al lado de America y cerré de un golpe la puerta. Echó marcha atrás, y Travis se inclinó a mirarme a por la ventanilla.
—¿Me llamarás mañana, verdad? —suplicó, con la mano en el parabrisas.
—Vámonos ya, Mare —dije, negándome a mirarlo a los ojos.
La noche fue larga. No dejé de mirar el reloj, y me sentía mal cada vez que veía que había pasado otra hora. No podía dejar de pensar en Travis y en si lo llamaría o no, preguntándome si él también estaría despierto. Finalmente, como último recurso, me puse los auriculares del iPod en los oídos y escuché todas las canciones repugnantes de mi lista de reproducción a todo volumen.
Cuando miré el reloj por última vez, eran más de las cuatro. Los pájaros cantaban ya junto a mi ventana, y sonreí cuando empecé a notar los ojos pesados. Parecía que habían pasado solo unos minutos cuando oí que llamaban a la puerta, y America irrumpió en la habitación.
Me quitó los auriculares de los oídos y se dejó caer en mi silla de escritorio.
—Buenos días, encanto. Tienes un aspecto horrible —dijo ella. De su boca, salió una burbuja rosa, que hizo estallar ruidosamente.
—¡Cierra el pico, America! —dijo Kara desde debajo de las sábanas.
—Te das cuenta de que es inevitable que dos personas de carácter, como Trav y tú, se peleen, ¿no? —dijo America, mientras se limaba las uñas, sin dejar de mascar una enorme bola de chicle.
Me giré en la cama.
—Estás oficialmente despedida. Eres una conciencia terrible.
Se rio.
—Es que te conozco; si te diera mis llaves ahora mismo, irías conduciendo hasta allí.
—Desde luego que no.
—Lo que tú digas —contestó en tono cantarín.
—Son las ocho de la mañana, Mare. Probablemente sigan desmayados.
En ese preciso momento, oí una tenue llamada a la puerta. El brazo de Kara salió despedido de debajo de la colcha y giró el pomo.
La puerta se abrió lentamente y vi a Travis en el umbral.
—¿Puedo entrar? —preguntó en voz baja y áspera. Los círculos púrpura de debajo de sus ojos daban cuenta de su falta de sueño, si es que había llegado a pegar ojo en algún momento.
Me senté en la cama, sorprendida por su aspecto exhausto.
—¿Estás bien?
Entró y cayó de rodillas delante de mí.
—Lo siento mucho, Abby, de verdad, lo siento —dijo él mientras me rodeaba con los brazos por la cintura, con la cabeza enterrada en mi regazo.
Mecí su cabeza en mis brazos y levanté la mirada hacia America.
—Eh… Creo que mejor me voy —dijo incómoda, mientras buscaba el pomo de la puerta.
Kara se frotó los ojos y suspiró; después cogió su neceser con las cosas para la ducha.
—Siempre estoy muy limpia cuando estás por aquí, Abby —gruñó ella, cerrando la puerta de un golpe tras de sí.
Travis me miró.
—Sé que siempre me comporto como un loco cuando se trata de ti, pero Dios sabe que lo intento, Paloma. No quiero joder lo nuestro.
—Pues entonces no lo hagas.
—Esto es difícil para mí, ¿sabes? Siento que en cualquier segundo te vas a dar cuenta del pedazo de mierda que soy y me vas a dejar. Ayer, mientras bailabas, observé a una docena de tíos mirándote. Entonces te fuiste a la barra, y te vi dando las gracias a ese tío por la copa. Después, a ese imbécil de la pista de baile no se le ocurrió otra cosa que cogerte.
—Sí, pero yo no voy dando puñetazos a todas las chicas que hablan contigo. Además, no puedo quedarme encerrada en el apartamento todo el tiempo. Vas a tener que controlar ese mal carácter tuyo.
—Lo haré. Nunca antes había querido tener novia, Paloma. No estoy acostumbrado a sentir esto por alguien…, por nadie. Si eres paciente, te juro que encontraré el modo de manejarlo.
—Dejemos algo claro: no eres un pedazo de mierda, eres genial. Da igual que alguien me invite a una copa o a bailar, o que intenten flirtear conmigo. Con quien me voy a casa es contigo. Me has pedido que confíe en ti, pero tú no pareces confiar en mí.
Frunció el ceño.
—Eso no es verdad.
—Si crees que te voy a dejar por el primer chico que aparezca, entonces es que no tienes mucha fe en mí.
Me agarró con más fuerza.
—No soy lo bastante bueno para ti, Paloma. Eso no significa que no confíe en ti. Solo me preparo para lo inevitable.
—No digas eso. Cuando estamos a solas, eres perfecto. Somos perfectos. Pero después dejas que cualquiera lo arruine. No espero que cambies completamente de la noche a la mañana, pero tienes que elegir tus batallas. No puedes acabar peleándote cada vez que alguien me mire.
Él asintió.
—Haré todo lo que quieras. Solo… dime que me quieres.
—Sabes que es así.
—Necesito oírtelo decir —pidió, juntando las cejas.
—Te quiero —dije, mientras tocaba sus labios con los míos—. Ahora deja de comportarte como un crío.
Él se rio y se metió en la cama conmigo. Pasamos la hora siguiente sin movernos, bajo las sábanas, entre risas y besos, y apenas nos dimos cuenta de que Kara había regresado de la ducha.
—¿Podrías salir? Tengo que vestirme —dijo Kara a Travis, mientras se anudaba con más fuerza el albornoz.
Travis me besó en la mejilla y después salió al pasillo.
—Nos vemos en un segundo.
Me dejé caer sobre la almohada, mientras Kara rebuscaba en su armario.
—¿Por qué estás tan contenta? —rezongó ella.
—Por nada —respondí con un suspiro.
—¿Sabes qué es la codependencia, Abby? Tu novio es un ejemplo de manual, lo que resulta escalofriante teniendo en cuenta que ha pasado de no tener respeto alguno hacia las mujeres a pensar que te necesita para respirar.
—Tal vez sea así —dije, resistiéndome a que me chafara el buen humor.
—¿No te preguntas a qué se debe? A ver…, se ha trajinado a la mitad de las chicas del campus. ¿Por qué tú?
—Dice que soy diferente.
—Por supuesto que sí, pero ¿por qué?
—¿Y a ti qué más te da? —le espeté yo.
—Es peligroso necesitar tanto a alguien. Tú intentas salvarlo y él espera que lo hagas. Sois un auténtico desastre.
—Me da igual qué es o por qué ha surgido. Cuando todo va bien, Kara…, es maravilloso.
Ella puso los ojos en blanco.
—No tienes remedio.
Travis llamó a la puerta y Kara lo dejó entrar.
—Voy a la sala de estudio común. Buena suerte —dijo con la voz más falsa que podía impostar.
—¿A qué venía eso? —preguntó Travis.
—Me ha dicho que somos un desastre.
—Dime algo que no sepa —dijo sonriendo.
De repente, centró la mirada y me besó la suave piel de detrás de la oreja.
—¿Por qué no vienes a casa conmigo?
Apoyé la mano en su nuca y suspiré al notar sus suaves labios contra la piel.
—Creo que me voy a quedar aquí. Estoy constantemente en tu apartamento.
Levantó de golpe la cabeza.
—¿Y qué? ¿No te gusta estar allí?
Le toqué la mejilla y suspiré. Se preocupaba muy rápidamente.
—Claro que sí que me gusta, pero no vivo allí.
Me recorrió el cuello con la punta de la nariz.
—Te quiero allí. Te quiero allí todas las noches.
—No pienso mudarme contigo —dije negando con la cabeza.
—No te he pedido que te mudes conmigo. He dicho que quiero que estés allí.
—¡Es lo mismo! —dije riéndome.
Travis frunció el ceño.
—¿De verdad no vas a quedarte conmigo esta noche?
Dije que no con la cabeza y su mirada se perdió por la pared hasta llegar al techo. Casi podía oír los engranajes en el interior de su cabeza.
—¿Qué estás maquinando? —pregunté entrecerrando los ojos.
—Intento pensar en otra apuesta.