Capítulo VII
Sueños de aves

El gitano se había convertido en una gran ave. Un buitre con el pico raído. Sobrevolaba Fairview y arrojaba un polvo arenoso y ceniciento como hollín de chimenea, que parecía salir de debajo de sus oscuras alas. ¿Del hueco de sus alas?

«Más delgado», graznó el gitano-buitre, pasando por encima del terreno comunal, sobre el Village Pub, el Waldenbooks en la esquina de Main y Devon, por encima de Esta-Esta, el correcto restaurante italiano de Fairview, por encima de Correos, por encima de la gasolinera Amoco, por la moderna Biblioteca Pública de paredes de cristal y, finalmente, por las marismas saladas y por la bahía.

Más delgado, eran sólo dos palabras, pero resultaban una maldición suficiente, consideró Halleck, porque, de repente, se encontró en Main Street y vio que todo el mundo en esta opulenta «clase superior de viajeros diarios a la ciudad y que se tomaban unas copas en el club automovilístico camino de casa en el suburbio», todos en esta pequeña y bonita ciudad de Nueva Inglaterra, exactamente en el corazón de John Cheever, todos en Fairview estaban mortalmente desnutridos.

Anduvo más de prisa, más y más Main Street arriba, aparentemente invisible —la lógica de los sueños, a fin de cuentas, es sólo la que necesita el sueño— y se horrorizó por los resultados de la maldición del gitano. Fairview se había convertido en una ciudad llena de supervivientes de campos de concentración. Bebés con enormes cabezas y consumidos cuerpos gritaban desde costosos cochecitos. Dos mujeres con unos vestidos caros de buen diseño se tambalearon y salieron de Cherry on Top, la versión de Fairview de una heladería. Sus rostros eran todo pómulos y abombadas frentes que se extendían como una piel brillante y apergaminada; los escotes de sus vestidos se deslizaban desde unas clavículas marcadas en la piel y unos profundos agujeros en los hombros, en una horrible parodia de seducción.

Y apareció Michael Houston, tambaleándose sobre unas piernas delgadas de espantapájaros, con su traje de Saville Row batiendo en torno de su increíblemente demacrada estructura, sosteniendo una ampolla de cocaína con una mano esquelética. «¿Gustas?», le gritó a Halleck con una voz cascada y chillona: era la voz de una rata atrapada en una trampa y exhalando lo último de su miserable vida. «¿Gustas? Ayuda a acelerar el metabolismo, Billy, muchacho… ¿Gustas…? ¿Gus…?»

Con profundo horror, Halleck se percató de que la mano que sostenía la ampolla no era una mano sino sólo unos huesos retintineantes. El hombre era un esqueleto andante, hablante.

Se volvió para correr, pero como ocurre en las pesadillas, vio que no adquiría la menor velocidad. Aunque se encontraba en la acera de Main Street, sintió como si anduviese por un barro grueso y pastoso. En cualquier momento, el esqueleto que había sido Michael Houston alargaría la mano y él —o ello— le tocaría el hombro. O tal vez aquella mano huesuda comenzaría a escarbar en su garganta.

¡Gustas, gustas, gustas! —chillaba, gritaba la voz de rata de Houston.

La voz se acercaba cada vez más y más; Halleck supo que, de haber vuelto la cabeza, la aparición se acercaría a él, aproximándose mucho, mucho, con sus chispeantes ojos abultando desde unas cuencas de desnudo hueso, la no recubierta mandíbula oscilando y castañeteando.

Vio a Yard Stevens salir de Heads Up, con su delantal beige de barbero oscilando encima de un pecho y un vientre que ahora ya no existía. Yard chillaba con una horrible voz de buitre y, cuando se volvió hacia Halleck, vio que no era Yard en absoluto, sino Ronald Reagan.

—¿Dónde está lo que me falta? —gritó—. ¿Dónde está el resto de mí? ¿DÓNDE ESTÁ LO QUE ME FALTA?

—Más delgado…

Era ahora Michael Houston quien lo susurraba al oído de Halleck, y ahora sucedió lo que había temido: aquellos dedos huesudos le tocaron, dando vueltas y retorciendo sus mangas, y Halleck creyó que iba a volverse loco ante aquella sensación.

—Más delgado, mucho más delgado, delgado, delgado, era su mujer, Billy, muchacho, su mujer, y estás en problemas, oh, muñeco, en tantos y tantos problemas…