CAPÍTULO 57

Bum-bum-bum. Ninguna película en la que pasen mi vida. Bum-bum-bum. Ningún nirvana que quiera acogerme. Bum-bum-bum. Ninguna luz que me abrace. Bum-bum-bum. Ninguna sensación de amor y seguridad. Bum-bum-bum. Sólo mi corazón latiendo. ¿Desde cuándo no lo hacía? ¿Me hallaba aún en la iglesia? Abrí los ojos y vi que me encontraba de nuevo en el blanco radiante del vestíbulo del nirvana. ¡Y sobre mí se inclinaba Buda desnudo!

—Por favor, ¿no podrías vestirte? —pregunté.

—Tú también estás desnuda —dijo Buda sonriendo.

Era verdad. Los dos teníamos toda la pinta de estar en una excursión de nudistas organizada por Weight Watchers.

—O sea que vuelvo a estar muerta —constaté mientras me esforzaba por incorporarme.

—No del todo —dijo sonriendo el gordo.

—¿No del todo? —pregunté con escepticismo—. No estar muerta del todo es como no estar embarazada del todo.

—Él aún lucha por salvarte la vida.

—¿Quién?

—Alex.

Me quedé asombrada. Y tuve una esperanza: ¿tenía Alex la oportunidad de reanimarme?

—Y… ¿va ganando? —pregunté.

—Míralo tú misma.

Buda me tendió su barriga flácida. Y antes de que yo pudiera decir «Ahhh, no es demasiado estética y ya sé que no debería decirlo porque yo también estoy bastante gorda, pero por favor, por favor, por favor, no me acerques tanto la panza», su barriga se transformó en una especie de mirilla que daba a la iglesia de San Vincenzo.

—Guau, tienes tele incorporada —me molesté en bromear.

Y cuanto más clara era la imagen, más emocionada estaba yo: por lo visto, Alex y Daniel habían retirado los tablones que teníamos encima. Y, mientras Lilly lo observaba todo atemorizada desde su mirador elevado, Nina se incorporó como pudo y ahora miraba con Daniel a Alex, que intentaba desesperadamente reanimarme con un masaje cardíaco.

—La gorda… me ha salvado… —dijo Nina desconcertada.

—Sí —dijo Daniel, jadeando impresionado.

—Ésta… Ésta es la prueba —balbuceó Nina.

—¿De qué? —preguntó Daniel.

—De que no es Kim. Kim nunca habría hecho algo así…

Resoplé con desdén.

—Tiene razón —dijo Buda sonriendo—. La Kim que fuiste una vez nunca lo habría hecho. Has cambiado mucho.

Le miré con asombro. Su tele-barriga cambió de canal: me vi, en mi vida como Kim Lange, quitándole el trabajo sin escrúpulos a Sandra Kölling, mi predecesora en el programa.

La imagen de la barriga cambió y vi cómo, siendo Kim Lange, juraba no volver a arriesgar una uña por mi ayudante de redacción. Y luego la barriga volvió a cambiar de canal y de repente pude verme como conejillo de Indias. Estaba en una calle de Potsdam. Era el momento en que el Renault Scenic se abalanzaba sobre Depardieu. En aquella época, ni por un segundo se me ocurrió salvar a Depardieu como acababa de hacer con Nina.

—Por lo visto he mutado hasta convertirme en una auténtica acumuladora de buen karma.

—Exacto —confirmó Buda contento.

—No lo he hecho adrede.

—Lo sé. Aún es mejor.

—¿Qué?

—Ahora acumulas buen karma sin pensarlo. Jugándote la vida. ¡Y de todo corazón!

Me conmovió. Profundamente. Y, a pesar de todo, no pude evitar sonreír con orgullo.

—Y por encima de todo: ¡estás dispuesta a sacrificar algo importante por los demás!

Dejé de sonreír. Buda tenía razón: para salvar a Nina había arriesgado mi vida. Una vida con mi familia.

—¿Recuerdas lo que te dije cuando no quisiste entrar en el nirvana? —preguntó Buda.

Su barriga volvió a cambiar de canal y transmitió nuestro último encuentro. Poco antes de que yo despertara en el cuerpo de Maria: yo estaba delante de Buda desnudo como Kim Lange desnuda. (Dios, era delgada y tenía unos muslos realmente esbeltos). Él me decía: «Una oportunidad como ésta, sólo te la proporcionaré una vez».

Buda apretó el botón de pausa y anunció:

—Ahora entrarás en el nirvana.

—¡Pero yo no quiero ir! —protesté.

—Oh, sí, sí quieres —dijo Buda sonriendo.

—¡No quiero!

—Esta vez no podrás hacerme cambiar de opinión.

Su tele-barriga volvió a conectar con la iglesia de San Vincenzo. Alex me daba masajes en el corazón:

—¡Vamos! ¡Vamos! —decía.

Cada vez estaba más desesperado. Tan desesperado, que dijo:

—¡Vamos…, Kim!

—¡Ya voy! —grité, y miré suplicante a Buda.

Pero no reaccionó.

Miré su barriga y vi que Nina le preguntaba a Daniel en un susurro:

—¿De verdad cree usted que es Kim?

Daniel asintió en silencio. Nina observaba cómo Alex, desesperado, me daba masajes en el corazón y repetía constantemente mi nombre, y le susurró a Daniel con profunda tristeza:

—Contra ese amor no tengo ninguna posibilidad.

Y Daniel asintió como si quisiera decir: «Yo tampoco».

—¡Kim, por favor! —exclamó Alex, ya con lágrimas en los ojos.

En el andamio, Lilly lloraba quedamente con la cara escondida entre los brazos.

—Por favor, mamá…

—Por favor —supliqué yo también a Buda.

Pero él sólo contestó:

—Ahora irás al nirvana.

Miré en sus ojos afables. Y sus ojos afables me decían con mucha claridad: «No es negociable». Era el final. No podía volver con Alex y con Lilly… A mí también se me saltaron las lágrimas.

—Ha llegado la hora —dijo Buda.

Miré por última vez a mi familia. Luego cerré los ojos y contuve las lágrimas: si tenía que ir al nirvana, quería hacerlo con dignidad.