CAPÍTULO 50

En un momento como aquél, el detective Thomas Magnum diría: «Sé lo que estáis pensando…». Yo quería recuperar a mi familia, claro. ¿Pero hasta qué punto era eso realista? No moví un dedo para acercarme a ellos. Era mucho más cómodo quedarse con Daniel. Y después del ajetreo de los dos últimos años, me había ganado un poco de comodidad, ¿no? Bah, tonterías, ¡me había ganado una sobredosis de comodidad! ¡Toda una vida!

Me dejé mimar por Daniel, todas las noches hacía el amor con él y, con mi sueldo de asistente, pedí hora en el Rico’s Excellence Spa para un masaje de relax.

Rico estaba en el mostrador de mármol de la entrada, mirándome con asombro: la gente con un volumen corporal como el mío no iba nunca a su templo del lujo.

—Daniel Kohn ha pedido hora para mí —dije, no sin cierto orgullo, porque, caray, ¡uno de los tíos más buenos de toda Alemania era mi novio!

—¿Es usted… su hermana mayor? —preguntó Rico desconcertado.

Me quedé conmocionada y de mala uva. Sin pensarlo dos veces, contesté:

—¡Ya le daré yo «hermana mayor»!

—Está claro que no lo es.

—Por si quiere saberlo, ¡soy su novia! —dije cabreada.

Rico se dio la vuelta a toda prisa.

Por detrás, vi que se tapaba la dentadura blanca y radiante con el puño, y oí un ligero resoplido. Luchaba por reprimir la risa.

Y yo luché por reprimir el deseo de pegarle una patada en el trasero a aquel cachas.

Cuando Rico se hubo tranquilizado, se dio la vuelta, me miró y dijo:

—Perdón. —Se dio la vuelta de nuevo y resopló bien alto—: Novia…

Entonces le pegué una patada en el trasero al cachas.

Demasiado por un masaje de relax.

Furiosa, cogí el tranvía para ir a casa de Daniel. Me cabreaba mucho que tipos como Rico amargaran la vida a personas como yo o Maria. Me habría encantado arrancarle el corazón, cortarlo a pedacitos, luego ponerlo en un mortero, hacerlo picadillo y dárselo de comer a un perro, al que luego arrollaría con una apisonadora.

En el dormitorio le expliqué a Daniel toda la historia. Esperaba que él se enfadara tanto como yo y que juntos imaginaríamos más sistemas de tortura para Rico. Pero en vez de hacer propuestas sobre los temas «descuartizar», «crucificar», «enrodar» y «una combinación de los antes mencionados», se limitó a preguntar:

—¿De verdad se ha reído cuando le has dicho que eres mi novia?

—¡Sí!

—Hmmmm —dijo Daniel.

Hmmmm no era precisamente el apoyo que yo había deseado.

—¿No lo crees capaz? —pregunté.

—Sí, claro, pero…

—¿Pero?

No podía comprenderlo. ¡En una respuesta a aquella pregunta un «pero» no pintaba nada!

—Es sólo que… Bueno, hasta ahora siempre he ido con mujeres diferentes…

—¡Floreros! —refunfuñé dolida.

Daniel era conocido por ir siempre acompañado de las mujeres más guapas. Si ahora, de repente, aparecían fotos nuestras, seguro que se publicarían titulares como: «¿Tiene Daniel Kohn problemas de vista?», «Me gusta lo gordo» o «¿Por qué no una luchadora de sumo?». El titular más positivo probablemente sería: «¡Genial! ¡Daniel Kohn no le hace ascos a nada!». Unas fotos donde saliéramos los dos juntos dañarían su fama, y en aquel momento acababa de comprenderlo. Y eso me enfureció y me entristeció a la vez.

—No tiene nada que ver con los floreros —intentó aplacar Daniel.

—¿O sea que me llevarás a todas partes y me presentarás como tu novia? —pregunté, pinchando.

Daniel titubeó durante una décima de segundo. No debería haberlo hecho. El titubeo es la confesión de los hombres.

—No te parezco lo bastante presentable —constaté.

—¡No digas tonterías!

—Pues demuéstramelo.

—¿Y qué quieres que haga? —preguntó exasperado.

—Llévame contigo a la entrega de los Premios TV de este año. Como tu novia. ¡Visible para todo el mundo!

Daniel titubeó durante bastante más rato que una décima de segundo.

Y cuanto más titubeaba, más desaparecía mi rabia y más la sustituía el miedo a que dijera: «No, no quiero que nadie me vea contigo».

¿Qué le contestaría entonces? «¡Hasta la vista, baby!» o «Bueno, lo que importa es que estemos juntos. Da igual si estás de mi parte o no. No me importa mi dignidad. ¿Quién necesita una dignidad tan tonta?».

Daniel se decidió finalmente y dijo:

—Vendrás conmigo. Y también te presentaré oficialmente como mi novia.

Mi dignidad y yo nos alegramos mucho.